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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***53***

Degel yacía inmóvil en su ataúd de cristal en el interior del pasaje al templo de la diosa Hera, el cual fue cerrado por el propio Zeus en persona cuando su amada esposa decidió darle la espalda en la última guerra santa.

Ella aun dormía en espera de la resurrección de su esposo y con él de la llave que le abriría la puerta de la dimensión en la cual estaba encerrada, una caja forjada por su hijo en contra de su voluntad, un ataúd en donde, en compañía de sus amados hijos adoptivos la dama pavorreal esperaba soñando.

Su hijo no le dio la espalda, Hefesto, el gran herrero de los dioses, quien cojeaba como resultado del castigo del dios Zeus observaba con sus ojos amarillos el ataúd en donde ese joven alfa yacía.

Le habían robado a su pareja, un omega que le amaba como se suponía un compañero debía hacerlo, no como Afrodita, quien le daba la espalda por el dios de la guerra, para fornicar con el sin decoro alguno.

No le culpaba por eso, en realidad, sí esa diosa, esa beldad de belleza incalculable no lo amaba estaba en su derecho de no hacerlo, lo que no podía hacer era usarlo como lo hacía, un acto de traición que él propiciaba.

Su amor por ella era tan grande que siempre la perdonaba, aunque ella siempre terminaba dándole la espalda por su amado Ares, el dios de la guerra que estaba encerrado, quien en su forma desquiciada amaba a su Afrodita, pero no lo suficiente para morir por ella.

Ya lo había demostrado cuando mostró su infidelidad a los dioses, cuando los encerró en su red para que todos pudieran ver la clase de criaturas que eran, el amor y la guerra, la lujuria y la ira, dos entes que no debían mezclarse pero aun así lo hicieron.

Dando como resultado una amalgama oscura con poco control sobre sus emociones, cuando Eros estaba contento nadie tenía porque temerle, pero cuando se molestaba, cada uno de los infelices que se cruzaban en su camino debía temer, apartarse, porque era hijo de la guerra tanto como de la belleza.

Pero a pesar de eso, de ser la prueba viviente de la infidelidad continua de su esposa a él no le molestaba su existencia, en realidad, hasta sentía cierto aprecio por ese dios menor, quien había sufrido en carne propia la traición de la diosa Afrodita.

En ese mismo momento utilizaba su regalo a su antojo, la misma clase de regalo que había forjado en conmemoración de su amante, la única mujer que algún día había compartido el lecho con él sin importar su poco agraciado exterior, una armadura para cuando su descendencia por fin tuviera un fruto prueba de su amor, digno de su nobleza.

Hefesto era un dios con una apariencia mundana, su cabello era rubio, sus cejas estaban unidas como si se tratasen de una sola, sus rasgos eran fuertes, tal vez demasiado, parte de su rostro estaba quemado, regalo de la centella de Zeus, cuando lo lanzo del Olimpo como castigo a su madre por engendrarlo ella sola, provocándole cojera así como lacerando una buena parte de su piel donde los riscos afilados del inframundo lo cortaron.

No era un dios hermoso, sin embargo, era muy hábil y el mismo Zeus comprendía su valor, sus armas eran dos martillos con cadenas interminables, los que usaba para forjar los metales divinos en el fuego de los dioses, creando maravillas que aun su amada esposa debía conceder no tenían igual.

Sólo una mujer se le entrego por su propio capricho, tal vez tratando de pagarle su amabilidad, esa fue la madre de su único hijo sanguíneo, al que muchos hacían pasar por otro más de los interminables descendientes de Zeus.

Europa era su nombre, era una mujer hermosa pero algo estúpida, que se dejó engañar por el dios Zeus, el que disfrazado como un toro la llevo a una lejana isla en donde pudo violarla, fue allí que él, Hefesto le brindo ayuda, llevándola a Creta en donde estaría a salvo.

No tardaron más que un día en atravesar aquella distancia y cuando ella estuvo a punto de marcharse, decidió brindarle su calor, entregarse a él como ninguna mujer jamás lo había hecho, como su propia esposa se negaba a hacerlo.

Un acto por el cual siempre le estaría agradecido y que dio como fruto a uno de los jueces del Inframundo, aquel conocido como Radamanthys, el dragón de Hades, quien era un omega, el segundo en ser creado, el primero fue la espada.

Y sólo por eso, porque su hijo era un omega que estaba a punto de caer en las garras de ese cruel hombre digno sucesor de su padre, Zeus en persona, al que llamaban Minos de Creta, Minos de Grifo, el artífice del Laberinto del Minotauro, en donde planeaba encerrar a su hijo, era que pensaba brindarle ayuda al joven alfa.

El que estaba encerrado en una tumba de cristal irrompible para cualquier mortal, él que golpeo con uno de sus mazos para poder arrastrar esa tumba a su forja, en donde su madre tal vez quisiera darle la bienvenida a su templo.

Hefesto lo arrastro con demasiada facilidad hasta llegar a su forja en donde uso sus martillos para colocarlo en una celda, el fuego calentaba la piel de un dios pero incineraría a un mortal, sin importar que este fuera uno de los desafortunados santos de hielo.

Herederos de la armadura que simbolizaba al copero de los dioses, el hermoso pero frio Ganimedes, cuya alma no residía en ese mortal, de eso estaba seguro porque de ser así, ese joven escorpión jamás podría ser correspondido y aun él, con su casi ceguera podía ver cuán grande era su amor.

— Las guerras han comenzado de nuevo.

Susurro en dirección de un portal con energía morada, cuya puerta estaba cerrada, pero de pronto pudo sentir como una entidad poderosa, que le hacía sentir un calor en todo su cuerpo despertaba, ella era su madre, la segunda mujer que algún día pudo amarlo.

— ¿A quién has traído?

La voz de la diosa Hera pudo escucharse en su forja, al mismo tiempo que Hefesto comenzaba a reavivar el fuego, usando su fuerza sobrehumana para ello, convocando vientos desgarradores que circundaban esa monumental habitación, cuyo techo no podía verse a simple vista.

— Un alfa, han atacado a su omega, querida madre...

El silencio era una buena señal, porque indicaba que Hera sentía dolor por sus hijos, así como por los alfas, ella era después de todo el artífice de su creación, la arquitecta del pequeño ejército que con cada nueva unión iba creciendo.

— ¿Porque no los ayudaste?

Pregunto de pronto, el fuego morado cambiando de color por uno negro, su voz haciendo que algunas cuantas piedras se desprendieran de sus sitios, al mismo tiempo que Hefesto realizaba su deber.

— Porque lo atacaron fuera del templo, lo encerraron en ese ataúd y lo lanzaron a estas grutas pensando que nadie podría brindarle ayuda, pero supongo que no saben que yo he abandonado el Olimpo para poder hacerte compañía.

Hefesto al ver que el fuego estaba listo se alejó de su forja para mover una palanca haciendo que unos engranes giraran sobre sí mismos, liberando una cantidad casi ilimitada de magma, pero no cualquiera, sino aquel que usaba para crear sus armas, el que había usado hacía poco para forjar nuevas flechas, regalo de un hombre enamorado que no era correspondido a otro que sí lo era.

— Y porque no podemos permitir que Zeus despierte, querida madre, porque debes recordar lo que ocurrió la última vez, como Tifón se elevó en el cielo a punto de cubrir la tierra con sus alas, casi liberando a la oscuridad.

Cuando el magma dejo de caer, inmediatamente Hefesto tiro de unas cadenas gruesas, demasiado pesadas, las que dejaron caer agua resplandeciente sobre aquel molde, enfriándolo enseguida desprendiendo vapor que cubrió aquella habitación con demasiada rapidez.

— ¿Aun estas molesto por mi decisión?

Hefesto golpeo el molde con su martillo para liberar una nueva armadura que coloco junto a varias más, las que eran de color negro con profundas líneas rojas, liberando una espada de una de ellas, la que uso para cortar el cubo de cristal en donde Degel yacía casi muerto.

— ¡Es mi único hijo y lo entregaste a ese monstruo!

Le grito, observando fijamente el cubo de cristal que poco a poco iba quebrándose hasta que de pronto estallo.

— Minos es un hombre poderoso, es uno de los hijos favoritos de mi esposo, tengo que hacerlo mio.

A Hefesto eso no le importaba en lo más mínimo, lo único que deseaba era evitar que lo lastimaran, así que haría un trato con este alfa, le ayudaría a recuperar a su omega, pero a cambio, él tenía que matar a Minos, alejarlo de su único heredero, aunque solo se tratase de una reencarnación.

— Sólo mi amor por ti me hace perdonarte y con algo de suerte, pronto lograre encontrar la forma de sacarte de allí, para eso necesitamos a ese omega, al que ama este alfa con tanto ardor como tu amaste alguna vez a tu esposo.

La energía morada desapareció de pronto, Hera había vuelto a quedarse dormida, pero no así su hijo Hefesto, quien caminó algunos pasos en dirección del hombre de cabello verde, para quien tenía una nueva armadura en el supuesto de que deseara utilizarle.

— Despierta hijo de Zeus, no tengo toda la eternidad.

Degel abrió los ojos para ver un hombre desfigurado que nunca fue hermoso, cuya cojera era demasiado evidente, tanto así como su divinidad, ya que su cabello rubio y sus ojos amarillos resplandecían en la oscuridad, como si se tratase de metal, de oro, cuyo movimiento era sobrenatural.

— Robaron a tu omega, joven alfa.

Hefesto le ofreció una de sus manos, la que estaba cubierta por múltiples cicatrices, por un momento Degel dudo en recibirla, pero de pronto, algo en la mirada de aquella criatura le hizo confiar en él, esa era la mirada de quien sólo ha amado una vez y haría lo que fuera para proteger el fruto de aquel afecto.

— Y yo puedo ayudarte a recuperarlo.

Degel quiso preguntar quién era él, pero de pronto vio que Hefesto le mostraba una armadura, casi idéntica a la suya pero con la diferencia de que esta no estaba atada a la voluntad de la diosa Athena, sino a la suya.

— Tu armadura tiene una maldición que se come a sus dueños, no lastima tu carne, pero si lacera tu alma, alimentándose con el frío cosmos de tu cuerpo, destruyendo tus emociones, pero eso ya lo sabías no es verdad.

Hefesto entonces toco su armadura haciendo que esta se retirara de pronto, como si reconociera a su creador y con la misma velocidad, de pronto, la armadura negra que se parecía a la que usaba el santo de cristal que los ataco, que se atrevió a robarse a su omega, lo cubrió.

— ¿Quién eres? ¿Qué le han hecho a mi Kardia?

El gigante sonrió, ese hombre hacia las preguntas importantes, por lo que supuso era un hombre muy inteligente, tan hermoso como el distante príncipe que dio vida a su primera armadura, pero cuya alma no lo habitaba, un consuelo para ese santo de la diosa Athena, el que portaba la venenosa aguja escarlata.

—Yo soy Hefesto y otro igual a ti es el que se ha robado a tu omega, tu Kardia, uno de los hijos de Hera creyendo que se trata de una cura.

Degel negó aquello, era imposible que ese sujeto hubiera seguido su rastro sólo para atacar a su amado escorpión, quien lo necesitaba para seguir vivo, haciendo que de pronto intentara marcharse, pero se lo evito Hefesto colocando una mano en su hombro.

— ¡Lo matara! ¡Kardia me necesita para seguir con vida!

De pronto la misma espada que había creado con su armadura, la que uso para destruir el bloque de cristal fue colocada en la mano del joven de cabello verde, a quien le retiraron los anteojos de pronto, viéndolos a la luz, para aplastarlos poco después o eso pensó Degel, quien recibió la espada pero se preguntaba que deseaba el dios herrero del Olimpo, quien decían fue concebido únicamente por Hera, sin ayuda de Zeus.

— Los humanos hacen maravillas, pero no han perfeccionado la creación.

Susurro al entregarle unos lentes nuevos, los que resistirían un combate como el que suponía tarde o temprano ocurriría y además, le ayudarían a ver los hilos del grifo de Zeus.

— Se encuentran en una embarcación en una tierra congelada, creo que se llama Siberia... más no lo sé.

Degel asintió a punto de marcharse, pero de pronto recordó que deseaban ver a la diosa Hera, quien esperaba comprendiera su dolor, le ayudara a recuperar a su omega, a conocer la dicha de tener una familia.

— Mi madre sueña despierta, pero si regresas tal vez la encuentres, tal vez no, pero a cambio de darle tu mensaje, quiero que mates a Minos de Grifo, al primer juez del Inframundo, llegado el momento.

Degel asintió, de enfrentarse a él mataría al juez del Inframundo, pero primero debía buscar a su omega, quien le daría el mensaje que deseaba a la diosa Hera, de otra forma nunca se lo perdonaría.

— Gracias.

Aquello recibió una sonrisa del dios Hefesto, quien asintió, comprendiendo el amor de aquel hombre, ya que de haber tenido la oportunidad de permanecer con la hermosa Europa, de no temer que Zeus o Afrodita le hicieran daño, él mismo le habría protegido de cualquier daño, a ella y a su heredero.

— Márchate de una buena vez.

***54***

Minos ingreso en sus habitaciones, ignorando la destrucción que Radamanthys había provocado en su estudio, despojándose de su armadura y poco después de su ropa, caminando en silencio, tratando de controlar su excitación y su molestia, sin entender porque parecía que esa criatura sobrepasaba sus habilidades.

Aun podía sentir el aroma de Radamanthys, sus ojos amarillos, el temblor de su cuerpo, imaginárselo en su cama esperando porque cumplieran con su destino.

El primer juez del inframundo trataba de controlar su furia, su enojo creciente, pero no podía lograrlo, necesitaba darse un baño, meditar, controlar esa aterradora necesidad por tenerlo a su lado.

Como lo había hecho por las últimas vidas y durante su juventud, deteniéndose frente a su cuarto de baño, sus ojos fijos en un espejo que destruyo de un solo golpe de sus manos, cortándose con los cristales, gritando de pronto su desesperación.

Sus hilos saliendo disparados hacia todas direcciones, su cosmos estallando, sus dientes apretados y sus ojos fijos en donde habría estado su reflejo, un exabrupto que duro apenas unos instantes para después controlarse de nuevo.

En esa vida pasaría, por fin lo tendría en sus brazos, en su cama y nada de ese mundo lograría evitárselo, Radamanthys, su amado hermano sería suyo, le daría hijos poderosos, lo amaría cuando esa sucia ave de rapiña fuera destruida.

Minos ignorando los cristales ingreso en el agua, cerrando los ojos, debía calmarse aunque fuera sumamente difícil hacerlo, el calor del agua le ayudaría, así como el vapor que aliviaba el dolor de sus músculos.

Esperando compartir dentro de poco esas habitaciones con su omega, cerró los ojos quedándose dormido, soñando con su juventud, cuando aún creía que sería nombrado emperador, que sería recompensado por sus esfuerzos, que su padre Asterión los amaba a los tres por igual.

******

Los baños termales eran uno de sus lugares favoritos, Asterión lo sabía, porque muchas veces le encontraba en ese sitio con los ojos cerrados, en otras hablando con los senadores o en otras tantas, el parecía perturbado al saber que deseaba un omega que no podría tener, porque eso significaba pecar en contra de los dioses.

— Minos, hay algo que te perturba hijo mio.

El joven de cabello blanco abrió los ojos y poso su mirada en los senadores, los había escuchado hablar toda la mañana, hablaban de sus deberes, de sus esposas o compañeros, uno de ellos en especial decía estar a punto de contraer nupcias si es que el padre del omega que amaba aceptaba su petición.

— Un omega.

Asterión suspiro, Minos creía que ya sabía de su deseo impuro por su hermano menor, tal vez por eso los mantenía separados todo el tiempo, para que no pudiera tocarlo ni dañarlo, aunque estaba seguro que nunca podría lastimar a su precioso hermano.

— El senador Graco es un buen hombre y aprecia mucho a tu hermano, yo creo que es sincero en sus afectos.

Minos volteo a verle sin comprender el significado de aquellas palabras, para después posar su mirada en el senador, quien había dicho esperaba el visto bueno del padre del omega que deseaba, que no era otro más que su Radamanthys.

— No se lo merece.

Susurro, esperando que aquellos hombres no los escucharan, su padre, un anciano cuya fuerza iba apagándose con forme pasaban los meses, le observo con decepción, esperando escuchar confirmados sus temores.

— Ningún alfa se merece a Radamanthys.

Asterión negó aquello con un movimiento de la cabeza, parecía decepcionado por su respuesta, por no creer que su querido hermano debía marcharse con alguien más, servirle como su omega para que al final yaciera a sus pies con sus ojos en blanco, como esos pobres infelices en esa horrible ciudad.

— Es tu hermano.

Minos asintió, nunca podría olvidar que era su hermano, pero tampoco podía permitir que cualquiera tocara su piel o besara sus labios, ni destruyera su espíritu, sólo porque era hijo del emperador muchos lo deseaban, pero no porque Radamanthys les pareciera hermoso, sino la posibilidad de tener lazos con su padre, mandar en su lugar, eso era lo que deseaban de su omega.

— Es un omega con sangre divina padre, merece a un igual, no un simple senador.

Asterión de nuevo guardo silencio como si hubiera escuchado sus palabras, pero en vez de aceptar su opinión, obedeciendo al hijo de un dios, un alfa enamorado, se levantó con lentitud sin mirarle siquiera.

— Radamanthys tendrá un alfa, pero no serás tú Minos, él es tu hermano y lo que deseas es inmoral, tú te casaras con Pasifae, ella es muy hermosa y estoy seguro que lograra que olvides esta locura que te has imaginado.

Poco después su padre se marchó para conversar con los senadores, con Graco de todos ellos, quien asintió emocionado, sonriendo imaginándose que le dejaría tocar uno solo de los cabellos de su querido hermano.

Minos tuvo que salir de aquellos baños, estaba furioso y necesitaba ver a su hermano menor, saber que estaba bien, protegido en las manos correctas, encontrándolo sentado abrazando sus rodillas, recargado contra un pilar, ignorando su presencia.

La información que le dio fue tan desagradable, tan monstruosa que apenas pudo controlarse para no rodear a Radamanthys con sus brazos, hacerle ver con sus labios que todo estaría bien porque él cuidaba de su hermano menor, pero no deseaba asustarlo.

Minos en vez de eso lo acompaño a sus habitaciones para tranquilizarlo, ayudarle a despojarse de algunas prendas para que pudiera descansar, acostándose a su lado sobre las cobijas hasta que se quedó dormido, seguro en su compañía.

Saliendo de su habitación para encontrarse con su padre, quien estuvo a punto de acusarlo de lastimar a su hermano si no pudiera ver con sus propios ojos que dormía en su cama, Asterión desconocía los planes de ese sucio traidor, de esa inmunda sabandija que deseaba lastimar a su hermano, usarlo como una moneda de cambio, la corona no sería suya y su omega no sería de nadie más.

— No le he hecho nada padre, nunca me atrevería a lastimarlo, yo lo amo.

Asterión no trato de detenerlo, en vez de eso le dejo marcharse sin decirle que Pasifae iba en camino para verlo, que ella estaba emocionada con la idea de ser su esposa, cerrando la puerta que daba en dirección al cuarto del menor de los tres, el que de haber nacido alfa hubiera sido un gran emperador.

******

Minos abrió los ojos un poco más tranquilo, sonriendo al recordar que aquel movimiento de su hermano Sarpedón le dio la oportunidad para ejecutar al senador Graco, señalándolo como uno de los conspiradores en contra de su padre, siendo el mismo quien lo mato con su propia espada.

Recordaba ese momento con regocijo, la mirada aterrada de ese hombre mayor, quien sabía exactamente cuál era la razón por la cual Minos, el futuro emperador, lo visitaba en compañía de sus soldados, unos mercenarios que contrato con el oro que poseía.

******

— Quería ver con mis propios ojos al hombre que piensa que puede arrebatarme a mi hermano y sí es tan valiente como para que siga intentándolo en mi presencia.

Pronuncio, el senador le miraba fijamente, sin mostrar temor alguno por él ni por su amenaza, probablemente se sabía inocente y pensaba que no podría herirlo de llegar el momento.

— Eres un joven perverso Minos, querer poseer a tu hermano, convertirlo en tu omega es un pecado en contra de los dioses.

A Minos no le importaba, los dioses no comandaban su existencia, él era libre de tomar sus decisiones y no estaba dispuesto a escuchar las mentiras de este senador, quien decía amaba a Radamanthys, que lo trataría con justicia y afecto, porque él era un hombre recto elegido por el pueblo, pero no por su pequeño hermano.

— Yo lo llamo amor.

Le interrumpió desenvainando su espada, admirando el miedo en el rostro del senador, quien retrocedió un solo paso.

— Hace unos años fuimos a ver a un senador elegido por el pueblo al igual que usted, él tenía un harem de omegas, el menor de ellos tenía la edad de mi hermano, no era tan hermoso como él, pero ya había sido domesticado, sus ojos muertos, hincado a los pies de esa repugnante criatura que intento lastimar a mi Radamanthys.

Minos guardo silencio recordando aquel día, como ese senador quiso violar a su hermano cuando comenzó su celo y como el menor, con su fuerza, su nobleza, logro matarlo antes de que pudiera mancillarlo.

— Mi pobre hermano menor, mi querido omega... mi Radamanthys... él estaba tan asustado, tan seguro que ese sería su destino que tuve que permanecer toda la noche a su lado para que pudiera dormir.

Minos recordaba ese momento, el terror en los ojos de Radamanthys, la forma en la cual se aferró a él, diciendo que tendría aquel destino, el miedo que sintió al creer que podía ser verdad, que cualquiera podría arrebatarlo de su lado, comprendiendo por primera vez lo que era el amor.

— En ese momento le jure que yo lo cuidaría de cualquier alfa que lo quisiera para él, que cortaría su garganta y me bañaría en su sangre antes de permitirles dañar la nobleza de mi dulce hermano menor... yo me prometí que sería su alfa para poder cuidarlo.

Sólo Minos llamaba dulce a Radamanthys, sólo el comprendía cuanto valía su pobre hermano menor, quien en ese momento estaba custodiado por sus soldados para que no lo lastimaran, tal vez en compañía de su padre, quien también lo creía una criatura perversa, no un alfa enamorado de su omega.

— Pero ahora tú quieres mancillarlo, porque es el hijo de mi padre, no porque lo desees, ni porque tu amor sea sincero como proclamas, sino porque necesitas formar parte de la nobleza de Creta y que mejor forma que casarte con el hijo menor del emperador, quien resulta ser un omega con sangre divina, así como tu alumno, uno que hasta unos pocos meses atrás tachabas de ser un idiota.

Radamanthys carecía de la paciencia necesaria para aprender lo que Graco quería mostrarle, pero no por eso lo pensaba un idiota, además, era hermoso a su manera, lo único que tenía que irse eran esas cejas, tal vez si las depilaba y le prohibía seguir practicando aquellas salvajes artes de guerra en los campos de entrenamiento, él sería mucho más parecido a un omega de lo que lo era en la actualidad.

— Pero a mí no me engañas, yo no soy un estúpido y no dejare que nadie toque a mi querido hermano menor.

Pronuncio de pronto realizando un movimiento rápido de su espada, cortando la cabeza del senador, la cual empezó a rodar manchando el suelo con su sangre, mojando a Minos, quien simplemente le dio la espalda para informarle a su padre su proeza, también advertirle lo que le pasaría a cualquiera que tratara de tocar a su pequeño hermano.

******

Ese hombre había sido el primero en tratar de arrebatarle a su preciado Radamanthys, a quien le dieron el título de emperador, tal vez creyendo que así no podría tenerlo a su lado, que solo eso le impediría convertirlo en su omega.

Poco después Asterión le obligo a casarse con Pasífae, una hermosa mujer cuya belleza era eclipsada por su vanidad, uno de los pecados que más odiaba, el que castigaba con más saña, porque la belleza exterior sólo era un espejismo que podía destruirse con demasiada facilidad.

Apenas se soportaban y ella odiaba con mucho más rencor a su pobre hermano menor, tal vez porque sabía que lo deseaba, que al estar con ella en quien pensaba era en él, quien al verla intento ser amable, pero esa bruja respondió de la forma en que lo hacía Pandora, humillándolo, burlándose de su estatus, sin comprender que él era mucho más valioso que ella.

Porque su hermano menor era un omega, una criatura creada para él, para su deleite y para hacerle compañía, a quien amaba por sobre todo, al que deseaba tanto que con cada día, su cordura iba perdiéndose un poco más, padeciendo una condena que amenazaba con destruirlo.

Minos desesperaba tanto por Radamanthys, por tenerlo entre sus brazos, por recuperar su amor y su confianza, por tenerlo a su lado en Creta o donde fuera que imploro piedad al otro dios de la trinidad de la tierra, el mar y el inframundo, esperando que Hades se compadeciera de su sufrimiento.

Una plegaria que su dios Hades escucho y respondió como se lo pedía, convirtiéndolo a cambio en el primer juez de las almas por toda la eternidad, juzgando criaturas repugnantes que cometían toda clase de pecados, algunos el incesto, pero no le importaba eso porque su amado hermano serviría bajo su mando, sería el segundo de los jueces del inframundo, de nuevo estarían juntos, podría reparar el daño que le hizo a su vínculo cuando lo traiciono.

Y lo habría logrado, habría obtenido su perdón si ese ángel de afrodita no le hubiera convencido de tomarlo como su alfa, ignorándolo a él, entregándose a esa criatura vida tras vida.

Aiacos pensaba que apenas en esa vida se atrevía a desear a su hermano, que ese vínculo era un tabú para obtener lo que deseaba, pero la verdad era que no, siempre lo deseo, pero el odio de Radamanthys, la decepción que aun sentía por su traición era aquello que le hacía mantenerse alejado.

Pero ya no lo soportaba más, necesitaba de su querido hermano a su lado, escuchar sus gemidos, percibir su aroma, su humedad rodeando su sexo, verle gemir en su cama, disfrutando de sus castigos, del dolor y el placer convirtiéndose en uno, para después procurarlo de caricias delicadas por ser un buen chico, por resistir sus juegos.

Sólo tenía que destruir a esa sucia arpía, liberando a su hermano de su promesa, para llevarlo a su habitación de donde no lo dejaría salir durante sus celos, procurando su bienestar así como manteniendo su honor intacto, Pandora tendría que mostrarle más respeto y mucho más agradecimiento, de lo contrario le causaría la misma deshonra que a Pasifae.

***55***

Algunos meses antes Sisyphus había solicitado a Sage una misión que lo alejara del santuario, necesitaba calmar su corazón y controlar sus sentimientos, su deseo creciente por su amigo, su compañero de armas Cid, quien siempre estaba a su lado, sonriéndole, entrenando, aun bebiendo.

******

Hola, muchas gracias por sus comentarios, en especial a Susey, al comentario anónimo y a Loiceles, ustedes han hecho que valga la pena seguir escribiendo esta historia, que espero siga gustándoles tanto como a mi y si tienen tiempo, pues déjenme saber que opinan de ella, eso en verdad me anima a seguir escribiendo y posteando estas locuras.

Y posteo hoy este capítulo, porque el miércoles y el jueves tendré demasiado trabajo para poder subirlo.

Sobre las preguntas:

¿Quién es su villano favorito?

¿Quién es su pareja favorita?

¿De quién les gustaría leer el próximo capítulo especial?

Mil gracias.


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