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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

 

*****

 

—¡Albafica regresa!

 

No lo haría, no por el momento, pero tal vez, al perder su belleza podría visitar a su cangrejo, al menos verle de lejos, comprobar que estuviera a salvo, pero por el momento, tenía que ver a su patrona, a la diosa que le protegía desde pequeño, a la diosa del amor.

 

—Regresare, no lo dudes, pero a matarte a ti, y a recuperar a mi cangrejo.

 

 ***33***

 

Sage comprendía muy bien que la única diosa benevolente era aquella de la sabiduría, pero nunca supuso que la diosa del amor se atrevería a dejarlos solos, a su suerte, rodeados de sus enemigos, maldiciendo en silencio su estupidez, con la joven espada casi inconsciente, la que dependía de el para salir de aquel endemoniado templo.

 

—Cangrejito, regresa a nuestra habitación, es momento de que aceptes tu destino y complazcas a tu alfa.

 

El patriarca retrocedió algunos pasos, aun tenía su cosmos, su celo estaba muy lejano, porque recordaba bien que siempre empezaba en el invierto, no se trataba de un muchacho perdido, ni ese alfa demente podría asustarlo de nuevo, así que, convocando su cosmos, decidió pelear por ambos.

 

—¡No van a lastimar a este niño!

 

Les advirtió, haciendo que cientos de fuegos fatuos comenzaran a rodearlo, los que usaba como armas, pólvora divina, creada por los dioses de la muerte de las almas de los mortales, sus viejos ojos fijos en sus enemigos, en Itia y Oneiros.

 

—No te dejare lastimar a mi omega… Oneiros, así que si mueves un solo musculo, tendrás en mi un poderoso enemigo.

 

Oneiros estaba seguro de su victoria, así que retrocediendo unos pasos le hizo una señal a Itia, para que pudiera enfrentarse con el que decía era su omega, con su cangrejito, que tenia apenas unos quince o dieciséis años, un muchacho joven, poderoso, pero no tan perfecto como su espada.

 

—Es todo tuyo, pero si lastimas a mi espada, lo pagaras muy caro.

 

Le advirtió, cruzando sus brazos delante de su pecho e Itia, usando sus cimitarras, decidió que ya era momento de comenzar su combate, enfrentarse a su cangrejito, para regresarlo a sus habitaciones, para que después de una vida, de un milenio esperando por aquel creado para hacerle compañía, por fin le tuviera entre sus brazos.

 

—No quiero lastimarte Sage, pero se que le temes a tu condición de omega y no comprendes que tu deber más alto es darle hijos a tu alfa, ser su compañero, así que, me temo, tendré que obligarte a ver razón, a comprender la verdad.

 

Cid comprendía que, si Sage seguía cargándolo, no podría vencer a ese alfa enloquecido, al guerrero de las cimitarras, y también podía ver que aunque estaba dispuesto a luchar contra él, también le temía, como no hacerlo, se dijo en silencio, si este alfa llevaba cazándole toda su vida.

 

—No eres mi alfa, mi alfa era ese santo de bronce que mandaste a esa emboscada, el chico alto y tierno, que si bien no tenia cosmos suficiente para matarte, era tan fuerte para hacerme sentir seguro, cuando un demente como tú me perseguía para intentar violarme.

 

Le explico, elevando uno de sus brazos, para usar su pólvora o ingresar en el Yomotsu, logrando que Itia apretara los dientes, recordando exactamente quien era ese alfa, un muchacho inútil, un pacifista, que ni siquiera era lo suficiente atractivo, no se le comparaba en nada.

 

—¡Mientes!

 

Fue su respuesta, corriendo en su dirección con las cimitarras desenvainadas, las que apenas podía esquivar, debido al peso que cargaba en su espalda, dicho peso, comprendiendo que provocaría que mataran a su patriarca, o este fuera derrotado, se soltó, cayendo al suelo para permitirle a su símbolo, al que les educo para que pensaran que su don era un regalo de los dioses, pudiera defenderse.

 

—¡Tu estas mintiendo!

 

Sage al sentir que Cid le abandonaba perdió un momento la concentración, recibiendo un corte con la espada en el pecho, cortando su ropaje de patriarca, logrando que Itia sonriera, relamiéndose los labios, al mismo tiempo que la espada, levantándose con dificultad, adoptaba una postura de combate.

 

—Tu eres mi omega, mi dulce cangrejito y por fin, después de todo este tiempo, lograre poseerte.

 

Le advirtió, elevando su cosmos todavía más, chocando en contra de Sage que usaba sus fuegos fatuos, cada una de las técnicas aprendidas en su pasado, demostrando porque se trataba del patriarca, que a pesar de ser un omega, era poderoso, mas que cualquier alfa que intentara poseerlo.

 

Mas que Itia, que, maldiciendo su necedad, comenzó a utilizar otras técnicas, todo lo aprendido, ese era sin duda alguna, un combate entre patriarcas, un alfa y un omega, ambos con las mismas oportunidades, destruyendo el templo de afrodita en el proceso.

 

Un templo que había sido abandonado por su creador, el sustento de su existencia y de pronto comenzó a desmoronarse, mientras continuaba el combate de los patriarcas, uno ataviado de blanco, sin su armadura, otro con una coraza recién nacida, negra, como las plumas actuales del pavorreal, madre de los nacimientos, que ansiosa por robarse a los hijos de Zeus, decidió, también, concederles una nueva armadura.

 

Oneiros al ver que ese templo comenzaba a destruirse, apretó los dientes, maldiciendo la premura del dios de fuego, la salida de Afrodita, pero, sobre todo, la necedad de su espada, que prefería morir en ese templo, que seguir con vida en sus brazos.

 

Pero no importaba, Itia no era mas que un sirviente, el que se entretendría con su combate, su pelea con ese omega, dejándole a él tiempo suficiente para recuperar a su espada, y eso hizo, utilizando su cosmos, el de sus hermanos, atravesó aquella contienda, deteniéndose junto a Cid, que intento atacarlo, pero su golpe, su técnica fallo, la que su hermano utilizo en contra del patriarca, para que de pronto, la misma espada, cortara la espalda de su maestro, del ahora joven patriarca Sage.

 

—¡Patriarca Sage!

 

Grito Cid, pero el dios del sueño lo detuvo de ir a socorrerlo, sosteniendo su muñeca, para cargarlo de esta, sonriéndole, tenía otras guaridas y no estaba de más, utilizar la siguiente, pensó, abandonando a su aliado, que, sonriendo, incremento la fuerza de sus golpes, seguro que tarde o temprano, su Sage perdería ese combate.

 

—Tu vendrás conmigo mi espada, aquí ya no hay nada que hacer.

 

Le dijo, desviando un nuevo golpe que esta vez corto una de las columnas principales del templo de la diosa del amor, para recibir a su vez, una de las técnicas de Oneiros, una heredada de su padre, el que logro que perdiera la consciencia, cayendo en sus brazos, distrayendo a Sage, apenas unos instantes.

 

Una distracción que no era digna de un patriarca, ni de alguien de su edad, pero esos niños, esos omegas estaban a su cuidado, confiaban en el y les había fallado de todas las formas posibles, maldiciéndose en silencio.

 

Recibiendo un poderoso golpe de Itia y después otro, los que lograban que retrocediera, pues su temor por la seguridad de Cid era tan grande que no podía concentrarse, mucho menos, cuando los dioses menores del sueño se marcharon con la espada en sus brazos, abandonando ese combate como unos traidores o unos cobardes.

 

Sage de pronto le dio la espalda a Itia e intento llegar con la espada, pero este alfa enloquecido, se detuvo frente a él, ambas espadas cruzadas, no se marcharía, de ninguna forma se dijo, comenzando su combate de nuevo, esperando el momento en que Sage perdiera la consciencia, pero su cangrejito era poderoso, tanto como era hermoso, pero era mucho mas necio aun, así que usando el don que la madre de su compañero eterno le otorgo, impacto su cosmos en contra de su omega, lanzándolo hacia el techo, el que se destrozo por la fuerza del impacto, para después caer no muy lejos, ensangrentado, inconsciente.

 

—Sage, acaso era tan difícil aceptar mi amor.

 

Supuso que así lo era, pero que mas daba, ese mismo día compartiría su lecho y comprendería que se trataba de su omega, ya no podría mentir más, su cuerpo, sus instintos se lo dirían.

 

—Vayamos a casa.

 

***34***

 

Minos recorría la perla que colgaba de su cuello con delicadeza, la daga de oro estaba protegida en su biblioteca y su hermano en su cama de sábanas blancas que había creado a imagen de su palacio en Creta.

 

La figura en el interior del que siempre supo era su collar, tenía la forma de un grifo de color dorado, una hermosa criatura que nacería de su omega, el que inconsciente yacía a su lado, en esta ocasión todas sus heridas habían sido atendidas por Luco, el ahora espectro de la Dríada, quien le advirtió que debía ser un alfa paciente con su hermano, que no continuara con su castigo, que le dejara recuperarse ese celo.

 

Luco era un demente o un hombre muy valiente al atreverse a sugerir semejante disparate, llevaba tanto tiempo esperando por su omega, que ese celo no tendría descanso, pero no deseaba poseerle cuando estaba inconsciente, sino que necesitaba que despertara, verlo abrir los ojos, para que comprendiera que solamente se trataba de un regalo de su padre, no Asterión que trato de alejarlo de su omega, sino Zeus.

 

Asterión, al que encerró en uno de los peores círculos, como castigo a su ultimo insulto, el que recordaba muy bien.

 

*****

 

— Minos.

 

Su padre le había mandado llamar, estaba cada vez más débil y pensaba que ese día, después de una larga enfermedad, al fin encontraría el descanso que tanto se merecía, como él podría conocer el paraíso una vez que fuera emperador, cuando por fin pudiera desposar a su omega.

 

— Te he llamado para que cumplas tu deber para con nuestra amada tierra.

 

Con Sarpedón fuera de Creta no le quedaba otra opción más que nombrarlo emperador, él estaba listo, se había preparado toda su vida para ser el hombre que su nación necesitaba, que su hermano desearía a su lado y estaba seguro de que Radamanthys también lo amaría.

 

— Estoy listo padre, hare lo mejor para Creta y sus pobladores.

 

Su padre portaba una armadura, estaba vestido como si fuera a presentarse frente a Zeus, sus ojos ya sin brillo le miraban severos, como si creyera que no estaba listo para cumplir su deber, haciendo que se preguntara porque parecía tan distante.

 

— ¿Todos ellos?

 

En verdad lo estaba, pero Minos ya no era tan cercano a su padre, no desde que la sangre de Graco mancho las baldosas de su mansión, el día que cumplió su deber para con su omega, alejándolo de un alfa que no era el suyo, así que, dejando de sonreír, respirando hondo, quiso mostrar paciencia con su padre, que le trataba como si fuera un monstruo, un ente perverso.

 

— Cada uno de ellos, padre, yo seré un buen emperador.

 

Quiso asegurarle a su padre, quien asintió, dándole la espalda, permitiendo que se acercara a la ventana, desde donde podía ver practicando a su hermano, su cuerpo perfecto bañado por el sol, su cabello rubio brillando, era simplemente hermoso.

 

— Tu esposa no parece que sea una mujer feliz, no cree que le ames de verdad y cree que tus intereses descansan en alguien más.

 

Asterión ya suponía que era lo que observaba Minos con tanta atención, sus facciones oscureciéndose a causa del deseo que sentía por ese omega en particular, quien no era otro más que su hermano, por quien sentía un amor perverso que los destruiría a ambos. 

 

— Mi esposa no está preparada para la vida de la corte, ella siempre ha sido muy débil y demasiado entrometida, demasiado insidiosa.

 

Le menciono con demasiado desagrado, ella era una mujer débil, vanidosa, insegura de sí misma y demasiado cobarde, la que odiaba a Radamanthys, porque sabía que le amaba, que una vez que gobernara Creta conquistaría su paraíso en los brazos de su hermano menor, a ella la mandaría lejos, fuera de su monumento, una edificación símbolo de su amor por su omega, el que muchos llamaban su laberinto.

 

— Espero que tu hermano esté listo para la vida de la corte, sepa cómo comportarse bajo tan pesada carga.

 

Minos estaba cansado de aquellas discusiones, creía que su padre actuaba a causa de su vejez en contra de los designios divinos, pero de ser mucho más joven, tal vez, mucho más sensato, podría comprender cuanto amaba a su omega, que jamás se atrevería a lastimarlo y que era su mejor opción, su alfa verdadero.

 

— Mi hermano es mucho más fuerte de lo que le has dado el crédito, pareciera que todos lo menosprecian únicamente por ser un omega, pero es fuerte, es inteligente y es hermoso, todo un regalo divino.

 

Le menciono a su padre con simpleza, abandonando el hermoso paisaje que constaba de su hermano practicando en los campos de entrenamiento, para observar a su padre, esperando que pronto diera la gran noticia, que lo nombrara emperador de Creta, era lo único que necesitaba para desposar a su omega.

 

— Sigues queriendo demasiado a tu hermano.

 

Aquello era un reproche, no podía ser nada más, pero no era su culpa amarle como lo hacía, ni siquiera desearlo, porque Minos comprendía que Radamanthys era su hermano, pero también su omega, lo supo en ese templo de Afrodita, la misma diosa del amor se lo mostro en su niñez.

 

— Nunca podre dejar de quererlo, tú lo sabes no es verdad.

 

Los dos lo sabían muy bien, jamás podría dejar de amarlo y parecía que su padre no estaba contento por eso, más bien, defraudado, seguía creyendo que se trataba de un monstruo por aceptar los designios divinos, por gustarle la perspectiva de compartir su eternidad en compañía de su precioso hermano menor.

 

— Vas a decirme que por eso mataste a Graco, porque tu amor por Radamanthys te obligo a eso, que únicamente lo estabas protegiendo de un perverso senador que no lo quería de forma sincera.

 

Minos creía que su padre ya sabía la razón detrás del asesinato de Graco, pero solo estaba haciendo lo mejor para Radamanthys, como lo era el exilio de Sarpedón y poco después, la construcción de su monumento a su amado compañero, una muestra de su amor que sería recordada por todos cuantos la vieran.

 

— Era un conspirador, hice lo que mi deber me dictaba y Radamanthys no lo deseaba, tuve que protegerlo, yo sólo hice lo correcto.

 

Trato de mentir, pero esta vez su padre no estaba dispuesto a escucharlo, ni dejar pasar la oportunidad para tratarlo como si fuera una inmunda bestia, una criatura perversa que anhelaba lastimar a su pequeño hermano.

 

— Lo mataste porque iba a desposar a Radamanthys, los senadores y yo lo sabemos, sólo él no lo sabe, es demasiado noble para comprender que la forma en que lo miras habla de tu deseo enfermizo por él, la forma en que lo tocas, aun la manera en que has amenazado a cada uno de los senadores, si tan siquiera se atreven a mirarlo, te comportas como si fueras un alfa en vela, pero se trata de tu hermano, tu misma sangre.

 

De saberlo su hermano se lo agradecería, porque él, después de que ese senador quisiera dañarlo, le prometió nunca dejar que un solo alfa se le acercara, nunca permitiría que nadie lo sometiera a sus bajas pasiones y no lo lastimarían si él era su compañero, sólo así estaría seguro.

 

— Lo hice por su bien.

 

Minos comenzaba a exasperarse, sintiendo el desprecio de su padre calando su espíritu, el que antes le admiraba, ahora lo veía como un monstruo y creía que de no ser un hijo de Zeus ya le habría castigado, mandado fuera de Creta, pero le temía a la ira de los dioses.

 

—Por su bien dices.

 

Susurro, dándole la espalda, indignado por su respuesta, creyéndola una mentira, como si no amara a su omega como los dioses patrones del olimpo se lo pedían, como si fuera inmoral querer yacer en los brazos de su otra mitad, de su compañero eterno, de su omega, después de todo, él no tenía la culpa de que su omega fuera también su hermano.

 

— Y es de tu hermano de quien deseo hablarte.

 

Aquello lo dijo recargándose en la ventana, ahora el veía a su hijo menor, el que de no nacer omega habría sido un magnifico emperador, duro, pero justo, la clase de hombre que seguías por tu propia voluntad, que no se entregaría a sus bajas pasiones y cometería actos de la peor naturaleza únicamente por que tenia el poder para eso.

 

— ¿Qué ocurre con Radamanthys?

 

Pregunto de pronto, imaginándose lo peor, que su padre hubiera seleccionado un segundo alfa, ignorando los designios divinos, así como sus advertencias, creyendo que la sangre de un Cretense, de uno de los habitantes de su tierra o de cualquier otra, bañaría las baldosas de su palacio, porque no lo dejaría desposar a su omega.

 

— Es respecto a su futuro, en realidad.

 

Su padre pronuncio, esperando escuchar lo que tenía que decirle, pero no le importaba, Minos lo sabía muy bien, porque de hacerlo ya los hubiera enlazado desde mucho tiempo atrás, habría bendecido su unión, para esos momentos hermosos pequeños nacidos de su omega correrían por el palacio, sus hijos, cuyo linaje sería eterno al ser ellos descendientes del dios Zeus.

 

— No le habrás buscado otro alfa, porque sabes bien, que no lo permitiré, padre, nadie le hará daño.

 

Pronuncio de pronto, perdiendo la paciencia, avanzando en dirección de su padre, quien retrocedió un solo paso, preocupado por su reacción, tal vez creyendo que se atrevería a lastimarlo y lo haría, si aquellas eran las noticias que su anciano padre, en su senilidad, deseaba comunicarle.

 

— Nadie más que tú, querrás decir.

 

Aquella respuesta hizo que Minos se preguntara la razón detrás del odio de su padre, porque pensaba que se atrevería a lastimar a su compañero, cuando el mantendría seguro a su omega, lo haría feliz, lo rodearía de los lujos a los cuales estaba acostumbrado, no solo eso, le dejaría seguir practicando sus artes de guerra, tal vez, comandar su ejército, pero siempre le mantendría a salvo y eso era a su lado.

 

— He pensado mucho en quien será mi sucesor y al fin tome una decisión Minos.

 

Minos no supo que decir en ese momento, respirando hondo, comprendiendo que él no sería su sucesor, porque su padre lo pensaba una criatura retorcida, poco menos que un monstruo, una vergüenza más que su orgullo.

 

— Radamanthys, él será mi sucesor, tú lo has dicho, su único defecto fue nacer omega, pero eso no es culpa suya.

 

Eso no era posible, su hermanito no podía traicionarlo de aquella forma, él era un omega, su lugar era en su lecho, no en el trono, pero tal vez él no sabía nada, no comprendía que su padre estaba traicionándolo al robarle su futuro y las herramientas para poder desposarlo como era su derecho divino.

 

— ¿Radamanthys?

 

Pregunto Minos, sin comprender la razón detrás de aquel acto tan extraño, su Radamanthys era un omega, no podía ser emperador, necesitaba que lo protegiera, que lo cuidara, no que le dieran el trono para que nunca fuera suyo, para que nunca yaciera en su lecho ni le diera hijos hermosos, tan poderosos como los héroes de su pasado.

 

— Sí, él es duro, pero será justo cuando gobierne y no es una criatura perversa que usara su poder para obtener lo que desea.

 

Minos retrocedió un paso, nunca pensó que su padre pudiera castigarlo de esa forma, su amor era sincero, su aprendizaje de que serviría si no lo pondría en práctica, era como si sólo estuvieran jugando con él como lo dijera alguna vez su Radamanthys, quien gobernaría Creta a pesar de ser un omega, a quien no casaron con alguien al que detestaba, al que no pensaban una criatura perversa, ni lo despreciaban por demostrar su afecto.

 

— Dices que mi amor es perverso, querer protegerle de cualquier daño es un acto en contra de la naturaleza.

 

Susurro, comprendiendo que su padre no le amaba, sino por el contrario, le despreciaba, en cambio Radamanthys era su orgullo, al que dejaría su puesto, sólo para que no pudiera llegar a su omega.

 

— No, aquello que es un acto en contra de la naturaleza es poseer a tu propia sangre, ese amor que dices tenerle no es más que una atrocidad, una perversión y si no fueras mi hijo, te habría castigado por ella.

 

Minos negó aquello, furioso como nunca, seguro que su hermano era inocente, pero que su padre le había envenenado en su contra, alejándolo de su cuidado durante sus celos, seguro que aquel que sentía cada año era Radamanthys, cuyo collar tomaría una forma encantadora cuando por fin pudiera tocarlo, la misma noche que le hiciera suyo por primera vez.

 

— Pero no soy tu hijo, ni él tampoco, ambos nacimos del dios Zeus, y el desposo a Hera, su hermana, como yo desposare a Radamanthys cuando sea el emperador.

 

Le advirtió, seguro de sus palabras y de su futuro, notando por primera vez cuanto le aborrecía su padre, quien estaba seguro de que hacia lo correcto para proteger a su hermano del que era su legítimo alfa.

 

— Por esa razón, tú no serás emperador.

 

Le advirtió su padre, antes de que Minos se marchara de aquel cuarto, creyendo que ese anciano decrepito tenía razón, pero de pronto, al observar un águila devorando una liebre, recordando la forma que su padre tomaba en ocasiones, se dijo que Asterión estaba equivocado, el desposaría a su omega, él sería emperador y tendría su paraíso.

 

— En eso te equivocas padre, yo seré emperador y desposare a mi Radamanthys.

 

Pronuncio de pronto, jurándole al viento y a su hermano que ambos estarían juntos cuando tuviera el poder verdadero, sus ojos fijos en el menor, quien de pronto detuvo su entrenamiento cuando lo vio, para caminar con largas zancadas en su dirección, con una radiante sonrisa, feliz de verlo.

 

*****

 

— Y te despose mi dulce hermano, al fin eres mío.

 

Susurro, le había dicho a Aiacos que el castigo de su hermano no terminaría hasta que comprendiera a quien le pertenecía, pero viéndolo en esa cama, inconsciente después de recibir un escarmiento necesario por su infidelidad quiso saber si había sido suficiente con eso, o tendría que continuar con su lección.

 

—¿Debo seguir castigándote hermanito?

 

Le pregunto besando su cuello, esperando que Radamanthys despertara al sentir sus labios en su piel, que escuchara lo que tenía que decirle, que respondiera a sus preguntas, a su presencia en ese lecho, recorriendo entonces su torso desnudo.

 

—O me dejaras ser compasivo, perdonarte después de lo que has hecho en mi contra, los constantes insultos a tu alfa, las humillaciones que he tenido que soportar, mi amor no correspondido por mi omega.

 

Radamanthys abrió los ojos e intento sostener sus manos, pero sus hilos le rodearon súbitamente, llevando sus manos a la cabecera de la cama, cortando su piel con ellos, manchando las sabanas de rojo, al mismo tiempo que Minos se acomodaba entre sus piernas, estaba desnudo, su túnica de juez del inframundo cubriendo su cuerpo, abierta, permitiéndole ver su anatomía, su sonrisa sádica, su sexo erguido.

 

—Vamos hermanito, cual es tu respuesta.

 

Radamanthys intento responderle, jurarle que nunca lo aceptaría como su alfa, sin importar los castigos que tratara de imponerle, pero cuando abrió la boca no pudo pronunciar ningún sonido, algo se lo impedía, una fuerza oscura, tentáculos invisibles atando su lengua, logrando que desviara la vista, con los hilos de Minos cortando líneas delgadas en sus brazos, sujetando entonces sus piernas para abrirlo para él, elevándolo de su cama, usando la misma postura de aquel puente, cuando Bennu le salvo, solo que en esta ocasión, nadie le brindaría ayuda.

 

—¿Te has rendido tan rápido?

 

Aquella pregunta vino con Minos recorriendo sus muslos, estaba desnudo, completamente expuesto para él, su sangre roja, recorriéndole con pequeñas líneas que delineaban sus músculos, que podían apreciarse en aquella postura incomoda.

 

—Dime algo Radamanthys, dime cuan agradecido estas de que no permitiera que Graco te violara, cuanto aborrecías a Pasifae por ser mi esposa y como Asterión te mantuvo alejado de tu verdadero alfa, cuando lo único que deseabas era llegar a mí, trata de convencerme, mi querido hermano, mi dulce hermano, de tener mi descendencia pura, con sangre divina, para que nuestro linaje reine el Inframundo por miles de años.

 

Minos recorrió su labio inferior con el pulgar, sus ojos grises fijos en el con tanto detenimiento que parecía ser lo único que podía ver, y acerco su nariz a su cuello, para admirar ese aroma tan exquisito, el que le torturaba cada año en su juventud, Radamanthys aún no podía pronunciar palabra alguna, una fuerza externa, mucho mas poderosa de lo que jamás había sentido se lo evitaba.

 

—Dime cuanto me deseas pequeño hermano, mi dulce omega y tal vez, no prosiga con tu castigo.

 

Minos continuo su viaje en dirección de su humedad, deteniéndose en su vientre, el que pronto esperaba que su semilla lo fecundara, lamiéndolo cuando llego a su punto sensible entre sus piernas, escuchando un gemido apagado, sintiendo como se retorcía aun preso de sus hilos invisibles, provocando que mas sangre cayera a las sabanas anteriormente blancas.

 

—Eres tan exquisito…

 

Pronuncio, escuchando más gemidos, sumergiéndose en el cuerpo caliente de su hermano, que aun victima del celo, no podía hacer nada mas que retorcerse en sus hilos, gimiendo cada vez con mayor volumen, haciendo que se sintiera orgulloso.

 

—Minos…

 

Susurro, apenas podía pronunciar su nombre, gesto que Minos recibió como su placer, pidiéndole mas de sus caricias, separándose unos centímetros, para llevar sus caderas, su hombría a la humedad de entre sus piernas, la que lubricada, esperaba por un alfa, su alfa, su dueño, el grifo y no la harpía, le poseyeran.

 

—Al fin has regresado a mí, al fin me perteneces.

 

Le aseguro, besando sus labios, ingresando su lengua en el interior de su boca, para al mismo tiempo, empalarse con un solo movimiento, gimiendo de nuevo al sentirle caliente, rodeando su hombría, escuchar sus gemidos, admirando su aroma en medio del celo, uno largo, que le debilitaba, pero no solo era eso, también se trataba de una verdad universal, él era su omega, su hermano era suyo y por siempre le mantendría a su lado.

 

—Al fin tendremos nuestro paraíso, al fin estaremos juntos, al fin seremos felices, tendré a mi Aquiles y a ti, bajo mi cuidado, bajo la protección de mis alas, hasta el final de los tiempos.

 

Prometió, sin ver su dolor, ni escuchar sus gemidos, que no lo eran, sino quejidos, porque aquella intrusión, a pesar de ocurrir durante su celo, le lastimaba, lo destruía con cada nuevo embiste, añorando a su harpía, la que ya no existía más, todo, porque tuvo que amarlo.

 

—¡Minos!

 

Grito, esperaba una maldición, pero lo único que pudo hacer, fue decir su nombre, al mismo tiempo que Minos se derramaba en su interior, pero no conforme con eso liberaba sus piernas, para voltear su torso y continuar con su vaivén enloquecido, sus promesas de amor, sus cumplidos, ciego a su sentir, a su desprecio.

 

—Mi omega, mi hermano… no sabes cuanto te amo.

 

***35***

 

Cid al mismo tiempo despertó en un lugar oscuro, alejado del mundo mortal o del olimpo, escuchando el sonido de un cascabel, el reptar de una serpiente, la que se elevo en las sombras, una criatura de envergadura tal que le hizo sentir un insecto.

 

Una serpiente con ojos de infinito que le miraba fijamente, con una expresión difícil de comprender, porque se trataba de una serpiente y porque los sentimientos que proyectaban le hacían sentir inquieto, como si le conociera o tuviera que hacerlo.

 

— Debo pedirte un favor…

 

Pronuncio la criatura, la extraña serpiente, transformándose en un niño de piel blanca, ojos de infinito y cabello negro, rasgos afilados como los suyos, astutos, que le hacían pensar en una versión diferente de él, cuyos ojos mostraban el universo, su cosmos arrullándolo, como si fuera su guardián, como si tratara de protegerlo.

 

—Quiero que vivas y me des a luz…

 

Cid supo entonces que aquel muchacho crecía en su vientre, o crecería, no seria hijo de Sisyphus, tal vez de Oneiros, pero seria suyo, una criatura poderosa, con la sabiduría de las eras recorriéndole como una cascada.

 

—Yo y mi compañero destruiremos a los dioses y tu serás libre de esta maldición, libre para seguir tu destino como así lo desees, libre de aquel alfa que no te ama lo suficiente.

 

Cid no supo que decir, aquella petición era extraña, pero al mismo tiempo le traía paz y la voz del muchacho, la que tenía un tono melodioso, le hacia sentir confianza, seguridad en su promesa de traerle libertad.

 

—Pero necesito que me des a luz…

 

Susurro, esperando su respuesta, la oscuridad moviéndose a su alrededor como tentáculos de fuego, una criatura monstruosa que no alcanzaba a ver, pero estaba allí, protegiendo a la serpiente, reptando por el universo, junto a él, pero al otro lado del mundo.

 

—Sólo así serás libre.

 

***36***

 

Manigoldo soñaba con su alfa, con su perfecto Albafica…


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