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Paraiso Robado. por Seiken

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Cid se sentía un cobarde y un traidor, se preguntaba todos los dias si habia hecho lo correcto, si huir del dolor era suficiente excusa para que un guerrero honorable como pensaba que era actuara como lo hizo, comprendiendo que sus amigos, sus hermanos, estaban sufriendo en las manos de sus enemigos y que él, simplemente lo estaba permitiendo, para no sufrir más el afecto que sentía por Sisyphus. 

 

Especialmente Manigoldo, al que habían vendido a Aspros y con el cual no intentaba llegar, como si su amistad no valiera nada, como si no le importara su bienestar, sintiéndose completamente miserable, un traidor, una mala persona, alguien que no valía nada, ni tenía honor. 

 

Porque mientras él vendía su cuerpo a su enemigo, a un espectro que le había secuestrado en más de una vida, su amigo peleaba con Aspros, de eso estaba seguro, se enfrentaba a él sin descanso, sin tregua, sintiendo el dolor de su obsesión en carne propia, mostrando un honor, una fuerza de voluntad mucho mayor que la suya. 

 

Suponiendo que su vida no corriera peligro y eso pasaria si Shion lograba capturar a Albafica, para llevarlo a su lado, usar su veneno, matando a Manigoldo para que no volviera a estorbarle, llevandose la cordura de la rosa en ese momento, en ese extraño acto de crueldad. 

 

Lo sabía y no se atrevía a hacer nada, todo porque no deseaba seguir sufriendo, un dolor que no era culpa de Manigoldo, además, no movió un solo dedo cuando supo que Aspros perseguía a Manigoldo, si, lo siguió, pero no le dio aviso a nadie, simplemente guardó silencio, no dijo que Shion parecía planear algo, que estaba dispuesto a todo por tener a la rosa, no dio la alarma. 

 

No era más que un cobarde, un cobarde y una vergüenza, una cortesana, una prostituta barata, pues se vendio muy facilmente, por muy poco, odiandose por ello, por su egoísmo, que no podía ser perdonado por nada de ese mundo. 

 

A menos que limpiara su honor, que protegiera a Manigoldo del peligro, para que no siguiera sufriendo daño, que no conociera nada respecto de la angustia. 

 

Necesitaba ir por él, apartarlo de las manos de Aspros, seguro de que estaba sufriendo, cerrando los ojos, respirando hondo, sintiendo un cosmos poderoso acercándose a ese templo. 

 

Era Sisyphus, era el arquero, era su alfa, acercándose donde estaban, llamando la atención de cada uno de los presentes en ese templo, los hijos de Hypnos, los hermanos de su captor. 

 

-Sisyphus… 

 

Susurro, apretando el borde del barandal con sus dedos, rompiendo la piedra de tanta fuerza que aplicó de pronto, escuchando los pasos de alguien que no era Oneiros, probablemente para apartarlo del balcón, llevarlo a otra parte. 

 

-Sisyphus… 

 

Repitió, saltando del barandal, cayendo en el patio debajo de su habitación, varios metros más abajo, escuchando un grito, lo estaban buscando y había cambiado de opinión, deseaba estar con él, deseaba proteger a su amigo, a Manigoldo. 

 

-¡Sisyphus!

 

Eso era lo que más le importaba en ese momento, la seguridad de Manigoldo, de su viejo amigo, de su hermano, del cangrejo que nadie ayudaría. 

 

-¡Sisyphus! 

 

*****

 

Sisyphus escuchó el grito de Cid e intentó por un momento correr hacia donde él estaba, donde podía escucharlo, pero recordaba las palabras del extraño de cabello blanco, que le advirtió de la traición, de su caída bajo la flecha del dios del amor. 

 

-¡Cid! 

 

Grito desesperado, esperando el golpe a traición, escuchando un grito y viendo un rayo de luz, que logró esquivar, tomando en su mano, una flecha dorada, que destruyó con su cosmos, convirtiéndola en pequeños trozos de piedra, como si fuera arena que se perdía con el viento. 

 

-No se quien seas, pero no me detendrán, no me iré de aquí hasta no dar con mi omega. 

 

Phantasos retrocedió un paso al ver como había destruido la flecha con su cosmos, tragando un poco de saliva, pero recuperando su compostura cuando sus hermanos llegaron a su lado, mirándole con seguridad, eran cuatro, Sisyphus solamente era uno.

 

Tenían todos los medios para derrotar al guerrero de Athena, que veía como su hermano mayor avanzaba más que ellos, su mirada fija en el arquero, su odio visible, tangible, como una fuerza externa que los separaba. 

 

Entre ellos, los dioses enamorados de mortales, al menos su hermano y ella, y el alfa que había regresado para recuperar a su omega secuestrado. 

 

Haciendole pensar en la guerra de Troya, cuando robaron a Helena, pero sobretodo, cuando Aquiles perdió a Patroclo. 

 

-Y llevarmelo conmigo. 

 

Sisyphus estaba listo para enfrentarse a sus enemigos, elevando su cosmos que era tan inmenso como ninguno que hubieran sentido antes, sus ojos fijos en el que sabía abuso de su espada, que le apartó de su lado desde su primera vida. 

 

Notando como el dios se creía con el derecho de apartarlo de su espada, solo porque le deseaba, porque deseaba que fuera suyo, mirándole fijamente, con un odio que haría que cualquier otro retrocediera, menos él, menos un alfa desesperado por recuperar a su omega. 

 

-El no desea marcharse contigo.

 

Eso decía el dios, pero no le importaban sus mentiras, o las que pudo hacerle creer a su espada, quien pensaba que no era correspondido por su alfa, que le pensaba una criatura sin corazón. 

 

Y tal vez así era antes, pero ya no, no después de ser liberado por su diosa, que le dejaba sentir el ardor, la lujuria que un alfa sentía por su omega, especialmente uno apartado de su amado compañero. 

 

-No me importa y tampoco me interesa un comino lo que le hayas dicho, las mentiras que susurraste en su oído.

 

Oneiros apretó los dientes, negando eso, porque no había susurrado ninguna mentira en su oído, solamente la verdad y era que no lo amaban, no lo querían lo suficiente. 

 

En cambio él destruyó a sus padres para tenerle a su lado, el sí se merecía su amor, aunque se tardará siglos en construir algo parecido a un lazo, bien sabía que podía hacerle olvidar a su alfa, con los consejos que Eros le había dado. 

 

Primero hacerle ver que no le amaba, que no lo deseaba, después mostrarse como alguien necesitado de su afecto, de su atención, para mostrarle que se trataba de alguien que siempre estaría allí, que lo escucharía, que era un dios piadoso, que podía perdonarlo. 

 

Ir apartando al omega lentamente de su alfa, evitando que se vieran, que estuvieran juntos, haciendo que su compañero se desesperara y cometiera un error, un acto en su contra, que le haría ver con desagrado. 

 

Como el desesperado intento de Minos por obtener la corona de Creta, que se le fue negada por consejos del propio Eros, quien pensaba el guardia que había dejado escapar al emperador era su alfa y no lo deseaba cerca del joven que amaba, cuyo hermano incestuoso soñaba con hacerle suyo, un acto que su padre señaló como el pecado que era, porque Eros haciéndose pasar por el dios regente del Olimpo, cuando le pidió consejo a la estatua, le ordenó mantenerlos apartados. 

 

-No he tenido que hacer nada de eso, pues, Cid ya no te ama y me amara a mi, si tú dejas de estorbar.

 

Pero Eros se equivocó, aparentemente, no era el guardia aquel destinado a ser el dueño de su príncipe, sino su propio hermano, que desesperaba y enloquecía en silencio. 

 

Esperando el momento de ser reconocido por su omega, que lentamente, escuchando las palabras de su soldado más leal, el mismo Eros, iba comprendiendo lo mucho que Minos le despreciaba, cuánto lo subestimaba, apartándose cada día un poco más. 

 

Hasta que olvidó su extraño deseo de ser amado por su alfa, quien pensaba era su hermano, abrazando la ilusión de la que se trataba Valentine, que en realidad era Eros, el dios del amor y del deseo. 

 

Quien poseía a su omega y lo habría mantenido a su lado, por cada una de sus vidas, si acaso no hubiera sido destruido, cuando Minos, en un último intento desesperado, lo apartó de su alfa elegido, un error que él no cometería. 

 

-Eso no va a pasar.

 

Sisyphus recordaba aún el dolor en la mirada de ese alfa de cabello blanco, que parecía sufrir una pena indescriptible, después de perder a su omega, quien lo había visitado, para brindarle su ayuda, diciéndole que sería atacado a traición. 

 

Que lo esperaba en el laberinto de Creta, una cita, a la cual, acudiría sin pensarlo, porque ese alfa, ese guerrero le había brindado su ayuda, sin pedirle nada a cambio, demostrando que podía confiar en él, por la simple razón, de que no deseaba perder a su omega. 

 

-No me importa que seas un dios, no me robaras a mí omega. 

 

Sisyphus estaba cansado de conversar y empezó su ataque, disparando una nube de flechas doradas que iban cayendo una por una sobre ellos, flechas que tuvieron que esquivar. 

 

-Cid estará seguro a mi lado. 

 

Oneiros le advirtió, usando su cosmos, para golpear el rostro de Sisyphus, quien sonriendo, respondió como lo haría un guerrero de su poder, sosteniendo el siguiente golpe, para lanzarlo lejos de una patada.

 

Escuchando como las últimas flechas que había disparado comenzaban a caer, pero eran desviadas por uno de los dioses del sueño, en dirección del propio arquero, quien las detuvo con su cosmos, manejandolas con un movimiento de sus manos. 

 

-Tu no puedes protegerlo de Zeus.

 

Una técnica que solamente recordaba porque había visto con ayuda de su padre más de una vida, porque recordaba cómo era realizada, aunque nunca lo hubiera hecho. 

 

Atacando a los dioses menores del sueño, casi cubriéndolos de flechas, moviéndose a la velocidad de la luz, para sostener a Phantasos del cuello y azotarla contra el suelo, dejando que su sed de violencia se apoderará de su cordura. 

 

-No eres más que un chiste. 

 

Oneiros trato de responder al golpe de Sisyphus, pero una tercera oleada de flechas cayó sobre ellos como si fuera una inmensa tormenta, clavando sus filos dorados sobre sus cuerpos, hiriendolos a los cuatro. 

 

Haciendo que algunos gritos de dolor se escucharan en ese valle, gritos que le enseñaron a Cid hacia dónde debía ir, quien se detuvo al ver a Sisyphus peleando con los cuatro dioses del sueño, mostrando una energía, una furia que nunca había visto.

 

Esa era la furia de un alfa cuyo omega había sido secuestrado, un alfa cuyo cosmos divino, ligado al cosmos del regente del Olimpo le hacía casi invencible. 

 

-Ustedes cuatro lo son.

 

Sisyphus podía ver cómo los dioses del sueño, retrocedían presas del terror que sentían, todos, menos Oneiros, que respirando hondo vio cómo Cid les observaba.

 

Llamando la atención del arquero que al ver a su omega, sintió que su desesperación aumentaba, que necesitaba matarlos en ese instante, antes de que intentarán robarle a su espada. 

 

Comprendiendo lo que el alfa de cabello blanco hacia, lo que ya había dicho más de una vez, era capaz de cubrir de flechas el Olimpo, con tal de permanecer a lado de su omega el resto de su vida, de la eternidad. 

 

-Y te demostraré porque soy el hijo favorito de Zeus.

 

Los dioses que no estaban interesados en Cid, uno a uno fueron retrocediendo, huyendo de ese combate, dejando sólo a Oneiros, que no estaba dispuesto a dejar a su espada, mucho menos, cuando está había aceptado intentar amarlo. 

 

-Uno de sus hijos favoritos al menos. 

 

Pronunció Sisyphus, aunque creía en las palabras del extraño, Zeus no tenía hijos favoritos, únicamente piezas en un tablero de ajedrez. 

 

-Ustedes no son nada.

 

Oneiros retrocedía con cada nuevo golpe recibido de las manos del arquero que iba bañando su cuerpo de su sangre, sin mostrar piedad, todo eso frente a la mirada de Cid, que no podía reconocerle del todo. 

 

-Y no aman suficiente a sus omegas para protegerlos o cuidar de ellos. 

 

Oneiros susurro, cayendo al suelo, sosteniendo su costado, al ver como Sisyphus se acercaba un poco más a él, con un paso lento, con odio vivo en su mirada. 

 

-Eso es lo que piensan, por eso creen que tienen el maldito derecho de robarnos a nuestro amado, a nuestra cordura y nuestra paz.

 

Sisyphus comprendía esas palabras porque era lo que sentía cuando se dió cuenta que perdería a Cid, lo mismo que había dicho ese espectro de cabello blanco, en el que no dejaba de pensar. 

 

-Pronto empezarás a hablar como ese demente Minos. 

 

Así que ese era el nombre del pobre alfa desesperado por su omega, por recuperar lo que un dios le estaba arrebatando.

 

-El pobre alfa a quien el dios del amor le robó a su amado, ese pobre hombre. 

 

Susurro, con verdadera pena, con un sentimiento de completa empatía, porque si lo que sentía en ese momento era una prueba del dolor por el que pasaba, Sisyphus creía que él no habría soportado tanto tiempo como ese guerrero sin su omega a su lado. 

 

-Es un hombre cruel y sádico, un monstruo. 

 

Tal vez lo era, todos tenían dos caras, la que le mostraban al mundo y la que ocultaban y la suya no era muy diferente a la de ese alfa. 

 

Porque destruiría al dios que deseaba robarle a su amado y si éste deseaba rechazarlo, tendría que hacerle ver porque eso era imposible, porque no estaba dispuesto a soportarlo. 

 

-Tal vez lo sea, pero con su omega estoy seguro de que será un hombre amable, delicado, protector. 

 

Pronunció, seguro de esas palabras, porque el hombre que había visto casi destruido poseía un amor infinito por su omega, aún después de todos esos años separados, porque se imaginaba que así había ocurrido, seguía amándolo con locura. 

 

-¿Igual que tú? 

 

Sisyphus negó eso, comprendiendo que estaba a punto de ganarle al dios que intentó robarle a su espada, a quien deseaba destruir sin importarle nada más. 

 

-No, yo soy un hombre sensato, amable y paciente. 

 

Lo era y se enorgullecia de eso, pero se daba cuenta que solo era así porque su diosa le ayudaba a mantener la cordura, pero sin ella, su deseo, su amor, su lujuria por su espada rebasaban su sentido común, cada centímetro de su ser. 

 

Necesitaba a su omega y no se detendría hasta recuperarlo, hasta fundirse en él, recuperar su paraíso. 

 

-Mi diosa me ha ayudado a resistir el amor que destruye tus sentidos, esa lujuria sazonada de ternura, esa necesidad por tenerlo a tu lado a cada instante.

 

Eso era cierto, su amor, su deseo, todo le pertenecía a Cid y si su diosa no le diera fuerza, le habría hecho suyo desde el primer celo, desde ese primer instante y eso haría, recuperaría a su amado. 

 

-Pero ella me ha dejado ir y yo no lo abandonaré, no le daré la espalda, ya no más. 

 

Le haría regresar a él, ambos podían ser felices, sirviendo a la diosa de la sabiduría, que le ayudaría a derrotar a su padre, porque aún ella debía comprender que se trataba de un monstruo, que no podía ser liberado en el mundo de los mortales, porque odiaba a los humanos, a los ladrones del fuego, pero sobretodo a los omegas.

 

-Y ningún estúpido dios logrará evitarlo, pues, yo lo amo, yo lo quiero… 

 

Sisyphus seguía golpeando el cuerpo de Oneiros que había sido traicionado por sus hermanos, aún Phantasos, dejado a su suerte, sintiendo como los puños del arquero se iban encajando en su cuerpo, sin piedad alguna. 

 

-Y él es mío. 

 

Susurro con un último golpe, usando la fuerza sobrehumana que poseía, su odio, su desesperación, mirando el charco de sangre, como estaba a punto de ser destruido. 

 

-Eres la misma clase de demente que Minos. 

 

Se quejó Oneiros, usando un último golpe, una última carta bajo su manga, logrando liberarse para elevarse en el cielo, suponiendo que había sido derrotado, que debía huir de ese sitio, por su propio bien, por el de la espada. 

 

-Si ese alfa ha logrado mantenerse apartado de su omega por tantos siglos, ese hombre no es un demente, es un santo. 

 

Al ver que Oneiros trataba de escapar tuvo que demostrarle que él también tenía un par de alas, que también podía volar, elevándose en el aire, siguiendo a su enemigo, para sostenerlo del tobillo y lanzarlo de regreso al suelo. 

 

-Pero aún nosotros llegamos a tener nuestro límite y este ya se cruzó.

 

Oneiros chocó dolorosamente contra el suelo, sintiendo como Sisyphus chocaba contra él, pisando su costado, gritando su furia, riendo cuando escuchó su dolor, un alarido que a cualquiera le hubiera helado la sangre. 

 

-No… no puedes derrotarnos. 

 

No hablaba de sus hermanos, sino de ellos, los dos dioses que habían robado a sus omegas, logrando que de nuevo, una parte de él, una muy sádica riera al ver su desesperación, su dolor, al comprender que había sido derrotado, tal vez, destruido. 

 

-¿Que raro? 

 

Sisyphus esta vez disparó contra su enemigo, clavando una flecha a la mitad de su frente, más otra más en su corazón, esperando que con eso fuera suficiente, que ya no volviera a levantarse. 

 

-¡Ya lo hice!

 

Grito, al ver cómo su cuerpo iba desapareciendo, como si fuera hecho de polvo, escuchando unos pasos acercarse, sonriendo, porque sabía de quién se trataba. 

 

-¿Sisyphus? 

 

Su espada preguntó, como si no comprendiera que estaba haciendo allí, mirándole de pies a cabeza, sin poder creer que hubiera acudido, que lo hubiera buscado. 

 

-Cid… 

 

Susurro, abriendo sus brazos, esperando que Cid fuera a su encuentro, algo que hizo, pero no lo beso, no lo abrazo, en vez de eso, lo golpeó, le dió un fuerte puñetazo que casi lo derriba. 

 

-¡Eres un maldito, pensé que no vendrías! 

 

Pronunció enojado, sin comprender cómo era que pensaba que lo aceptaría sin más, que correría a abrazarlo, cuando le dió la espada, cuando había pasado tanto tiempo esperando por él, tantas vidas siendo traicionado por su alfa, que acarició su mejilla, donde lo habían golpeado, aceptando que se merecía ese rechazo. 

 

-Cid… 

 

Cid negó eso, no quería escucharlo ni comprender la razón de su demora, en realidad, lo único que deseaba era regresar al santuario, buscar a Manigoldo, salvarlo de las manos de Aspros. 

 

-Tenemos que ir por Manigoldo, el nos necesita. 

 

Casi le gritó, recuperando su compostura, sorprendiendo a Sisyphus, que se había olvidado por completo del cangrejo y de la desesperación de Albafica.

 

-¿De qué estás hablando? 

 

Cid en ese momento le vio como si fuera especialmente idiota, sin creer que no podía comprender porque debían salvar a Manigoldo, lo que estaría sufriendo bajo el yugo de Aspros. 

 

-Lo vendieron a Aspros, lleva el mismo tiempo que yo aquí, con él. 

 

Esperaba que eso fuera suficiente, que Sisyphus comprendiera porque tenían que salvarlo, y lo hizo, pero al mismo tiempo, rodeo su cintura con sus brazos, pegandolo a su cuerpo. 

 

-Si, pero antes… 

 

Cid dejó que rodeará su cuerpo con sus brazos, pero no respondió a su cariño, manteniéndose quieto, sin saber muy bien qué hacer, si debía corresponder a su afecto, o rechazarlo. 

 

-No te perdono, no te perdonó y tampoco se si pueda hacerlo, pero si me ayudas a salvar a mi amigo, lo intentaré. 

 

En ese momento solamente le importaba Manigoldo, quien debía estar sufriendo un infierno en las manos de Aspros, sin embargo, Sisyphus negó eso, actuando como nunca lo había hecho, en ninguna de esas vidas. 

 

-Pero te mantendras a mi lado, por lo que reste de nuestras vidas. 

 

Era una condición, una súplica y una orden, porque no volvería a apartarse de su lado, no mientras aún existiera el mundo, no solamente ellos. 

 

-¿Es lo único que deseas? 

 

Le pregunto, recordando su embarazo, la semilla del dios del sueño creciendo en su cuerpo, suponiendo que no querrían que naciera y él deseaba que eso pasará.

 

-¿Qué más podría desear?

 

Sisyphus pregunto, aún pegado a su cuerpo, mucho más tranquilo, comprendiendo las palabras de ese alfa, de ese Minos, que llamaba a su omega, como su paz. 

 

-¿No intentaras destruir a mi hijo? 

 

Le preguntó, apartándose de su lado, empujando su cuerpo con delicadeza, mirándole de pies a cabeza, sin saber muy bien qué decirle, si deseaba destruir a su serpiente, a quien le prometía la forma de escapar de ese círculo de sufrimiento sin fin. 

 

-No, se que tienes tus razones para desearle, aunque no sea mío y las respeto, he sido un terrible alfa, no merezco tu amor, pero eres mío, eso no cambia y no te voy a dejar ir, sin importar lo que pase, porque este collar, este collar es mío.

 

Pronunció su alfa, con una actitud posesiva que no había visto antes, haciéndole preguntarse si este nuevo Sisyphus era de su agrado. 

 

-La diosa Hera te creo para mí, aunque pienses que no es justo. 

 

Pronunció acariciando su mejilla, con una sonrisa que Cid supuso sería agradable, si le hubiera visto antes en su alfa. 

 

-Ya no te dejaré ir. 

 

******

 

-Minos había hecho el amor con su omega durante los días que aún faltaban para que terminara su celo y un poco más, estaba vestido con su ropa de juez, con su túnica, su hermano usaba prendas parecidas, escuchando su historia, sin decir una sola palabra. 

 

-¿Cosmos? ¿Jueces? ¿Has perdido la razón?

 

No lo había hecho por lo que pensaba, sino, por estar lejos de su omega, que parecía no podía creer lo que se le era relatado. 

 

-No, no he perdido la razón, pero esto es cierto y tú eres uno de los jueces, el guerrero más fiero del dios Hades, el segundo juez de las almas, el segundo más fuerte, siendo yo el primero. 

 

Radamanthys apenas podía comprender las palabras de Minos, quien con demasiado cuidado le contaba lo que debía saber, esperando que su hermano menor creyera en él, en cada una de sus palabras. 

 

 -Mi señor Minos… 

 

Pronunciaron repentinamente, un soldado de ojos negros, cabello rubio, que observó a Radamanthys con una mueca de disgusto, de desdén, que le hizo recordar al menor, la forma en que la esposa de su hermano le miraba. 

 

-Lune solicita su consejo en la sala del juicio… es de suma importancia. 

 

Minos estuvo a punto de castigar a su tercero al mando, pero no lo hizo, pensando que si Radamanthys veía el Inframundo, podría creer en sus palabras con más facilidad. 

 

-Acompáñame Radamanthys, te enseñaré nuestro reino. 


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