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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Ya taaaa! Aquí está el segundo capítulo jeje y he de decir que el tercero está casi acabado también, pero tengo que pulir algunas cosas... y tengo que de decir que cada capítulo es como mínimo 2 páginas más largo que el anterior, de momento jajaja

Sé que lo de la música es realmente para raritos, porque mi música no es para nada común jaja otros me han comentado eso al respecto XD

Buena lectura!

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

2. Atando cabos

 

 

 

—¡Uoh!

 

Yugi se levantó de golpe, sudando. Acababa de tener una pesadilla. Los asesinos que vio ayer en las noticias le perseguían por la ciudad, pidiendo que le dieran el relieve, pero luego… luego le atrapaban y le torturaban. Querían saber dónde encontrar al enviado de Isis. Pero él no sabía nada y... y…

 

—Yugi, ¿qué ha pasado? —le preguntó su abuelo, que ya se había levantado.

 

—He tenido una pesadilla, no es nada.

 

Pero sí era algo. Su cuerpo le decía que estaba en peligro. Lo notaba. Lo sentía. Y no podía hacer caso omiso de lo que sentía.

 

—¿Seguro? No tienes buena cara…

 

—Yo… —No sabía qué decir. De repente, le parecía mala idea ir a ver la parte que faltaba de las pirámides—. No quiero ir a la visita de hoy. Quiero dejarlo para otro día. Prefiero ir a visitar el museo hoy.

 

—Pero… tenías muchas ganas…

 

—Por favor, abuelo… Además, ya casi lo vimos todo.

 

—De acuerdo… iremos por nuestra cuenta en un par de días —cedió Sugoroku, con un suspiro—. Nos quedaremos aquí hasta la tarde para que te recuperes. Pareces asustado.

 

Yugi asintió y encogió sus piernas para agarrarse las rodillas y pensar. No entendía qué tenía de malo una pesadilla para que le hiciera sentir así. También pensaba en esa golondrina del relieve, y la de ayer por la tarde en Guiza. Algo le decía que no era casualidad, pero la lógica le decía que todo ese rollo mitológico era solamente eso, un mito.

 

Entonces, casi como si la hubiera llamado, una golondrina se posó sobre la barandilla del balcón.

 

—Abuelo, ¡trae la cámara! Quiero ver las fotos de ayer de la golondrina —le pidió, por intuición.

 

Ambos miraron las fotos y descubrieron algo insólito. Ambas golondrinas eran la misma. Tenían el mismo punto blanco asimétrico en un ala.

 

—No puede ser… ¿cuántas probabilidades en el mundo había de que sucediera algo así? —se preguntó Sugoroku, rascándose la cabeza.

 

—Ho-hola… —saludó Yugi, sintiéndose algo tonto—. Nos volvemos a ver…

 

La golondrina dio un par de saltitos para acercarse a Yugi. Él, instintivamente, le ofreció el dedo para que se posara en él, y la golondrina lo hizo.

 

—¡Increíble! —exclamó su abuelo—. No te muevas, te voy a hacer fotos.

 

—Amiguita… ¿cómo nos has encontrado? ¡Au! —La descarada golondrina le dio un picotazo con toda la mala gana en el brazo—. Bueno, pues… ¿amiguito? —Entonces en vez del picotazo, le pellizcó como el día anterior. Era considerablemente más agradable—. Vale, sí. Eres enigmático… —La sirena de la policía, que llevaba un buen rato sonando unas calles allá, se acercó y sonó muy fuerte, lo que alteró a la golondrina. Salió volando precisamente hacia el ruido—. ¡Espera! ¿A dónde vas?

 

Yugi vio que se dirigía hacia el mercadillo. Aquello no podía ser casualidad, pues parecía que las sirenas se dirigían hacia allí. El chico instó a su abuelo a seguir la golondrina, aunque Sugoroku no dejaba de pensar que aquello era una locura de las gordas.

 

El mercadillo volvía a estar atestado de gente pero, esta vez, todos estaban mirando a un mismo punto. El puesto donde encontró el relieve Yugi. El chico, cuando se percató de ello, buscó con la mirada la golondrina y la encontró posada a unos metros de la tienda, en la repisa de una ventana. Ella estaba mirando a un montón de objetos amontonados y tirados por el suelo, pero Yugi no alcanzaba a ver del todo, entre la gente y la policía que rodeaba el sitio. Sugoroku lo entendió sin tener siquiera que fijarse.

 

—Yugi, vámonos, no deberías ver esto… ¡Yugi!

 

El entrometido chico quiso saber qué ocurría exactamente. Corrió a través de la gente que se agolpaba al alrededor y entonces vio, por un resquicio, cómo se llevaban en camilla a alguien, completamente tapado. Bajó la cabeza y lloró en silencio. Como mínimo tendría un recuerdo bonito, llevando el relieve encima.

 

—Yugi… tenemos que irnos —le aconsejó su abuelo, cuando le encontró.

 

En lugar de hacerle caso, Yugi buscó de nuevo a la golondrina. Estaba echando a volar hacia el lado opuesto de la multitud, como si quisiera volver al hotel. Pero en lugar de torcer a la derecha hacia allí, simplemente desapareció entre los edificios. Le había perdido la pista.

 

—Será mejor que volvamos a la habitación, a comer, y luego vayamos al museo.

 

—Está bien.

 

Yugi quiso despejarse, así que ni encendió la tele, ni miró por la ventana esperando un nuevo encuentro con esa golondrina, ni tan siquiera quiso pensar en el relieve. Se quedó en silencio, pensando en todas las ruinas que le quedaban por visitar y todos los misterios que podían guardar. Incluso la hora de la comida se la pasó en silencio. Solamente cuando vio que entraban en el museo despertó de su extraño letargo.

 

—Vamos a dejar las bolsas en la taquilla. Luego las recogemos. Así no tenemos que llevarnos peso innecesario —le aconsejó su abuelo.

 

—Vale.

 

Le dio un poco de pena el relieve, allí encerrado, pero pensó que era mejor así, que no se pensaran los del museo que lo había robado o algo así.

 

Yugi pensó que pasaba días allí dentro del museo. ¡Había tanto que ver! Y no se iba a perder nada. Jeroglíficos, sarcófagos, reconstrucciones de tumbas, historias de las excavaciones, figurillas y joyas de todo tipo… todo estaba allí. Era como tener una ciudad del antiguo Egipto en miniatura allí mismo. Estaba tan entusiasmado que se le pasó por alto un pequeño relieve, parecido al suyo. Pero no a Sugoroku, quien lo encontró extremadamente enigmático.

 

—¡Mira esto Yugi! ¡Parece la continuación del que tenemos nosotros! —le llamó, cuando lo vio.

 

—Tienes razón… ¿de qué va este fragmento?

 

—En el letrerito pone que en la cara hay unas alas con un sol y el símbolo de un trono, que sería Isis, en el centro. Isis guía a una golondrina, y detrás de ésta hay lo que creen que es un siervo de Isis. En la otra cara hay una lucha entre los siervos de Isis y los de Set. Pero los jeroglíficos están más deteriorados y no se pueden leer excepto por un trozo que pone “Alas del destino”.

 

—Parece… una historia —pensó Yugi en voz alta.

 

—Pues sí. Y ¿te has fijado? Tú has perseguido una golondrina, como en la imagen…

 

Quién diría que después de todo sería Sugoroku quien propuso esa coincidencia. Ambos pensaron en todo lo que estaba ocurriendo. Se miraron sorprendidos, de repente. Habían descubierto a la vez algo muy importante: Los asesinos del tendero  que le dio el relieve podrían estar buscándole. Ellos representarían a Set. Yugi y la golondrina representarían a Isis.

 

—Abuelo… esto no es cualquier historia…

 

—Había oído hablar de las profecías egipcias, pero no esperaba que…

 

—¿Qué hacemos ahora?

 

—La siguiente imagen dice que lucharemos contra los asesinos, pero no tengo ni idea de cómo lo haremos. Además, dice que somos varios… —luego pensó en el vendedor—. O puede que esa imagen ya haya pasado.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Quizás esos asesinos no mataban al azar. Quizás están derrotando a los seguidores de la diosa Isis para evitar que se cumpliera la profecía.

 

—Y ¿cuál es nuestro papel entonces? ¿Qué tenemos que hacer? —repitió Yugi.

 

—Ni idea. Por ahora creo que deberíamos volver al hotel y hacer vida normal. Y, por si acaso, hacer las excursiones fuera de El Cairo a partir de mañana.

 

Yugi asintió y se dirigieron a la salida. No pasaron por la tienda de souvenirs… suficiente tenían con el que les había tocado. Por el momento solamente pensaban en volver al hotel y mantenerse a salvo, así que cogieron las bolsas de la taquilla y salieron.

 

Tenían la parada del bus de línea allí en frente, para volver rápido, sólo había que cruzar la calle. Pero era tiempo suficiente para complicarlo todo.

 

—¡Eh, tú! ¡La bolsa! —gritó Yugi a un encapuchado. Le había tirado de la correa y se la había quitado—. ¡Devuélvemela!

 

—¡Yugi! ¡Déjalo! ¡No corras tras él! —le gritó su abuelo, que empezaba a perseguirles a los dos. Pero ya era viejo y ya no podía correr tanto, así que enseguida se cansó y los perdió de vista—. Mejor llamo a la policía. Entre tanta gente no le encontraré.

 

Un par de calles más allá, Yugi seguía persiguiendo al malhechor. Pero empezaba a arrepentirse. Se encontraba en un callejón oscuro, casi sin gente, a pleno atardecer, persiguiendo a un tipo que no parecía querer escapar.

 

De repente, el ladrón soltó la bolsa (que Yugi cogió al vuelo) y se paró para girarse cara a cara con su perseguidor. Yugi se quedó helado cuando vio que debajo de la capucha había una sonrisa siniestra. Quiso darse media vuelta y huir, pero había dos encapuchados más. Y del edificio de enfrente salía otro. Solamente había un callejón angosto por el que huir, así que corrió con las pocas fuerzas que quedaban. Los encapuchados se quejaron en un idioma que no conocía y escuchó cómo le perseguían como una estampida. También escuchó sus risas, aunque tardó un par de minutos a averiguar el porqué: Se encontraba en un callejón sin salida.

 

—¡Dejad que me vaya! —exigió Yugi. Pero ellos no entendieron. En lugar de eso, se acercaron con un cuchillo en la mano cada uno—. ¡No os acerquéis!

 

Los matones dudaron un instante. Yugi también. Había sentido un pulso extraño. Había irradiado por un segundo una luz dorada, como del sol en el atardecer. Se miró las manos, pero no encontró nada que le respondiese a las preguntas que se estaba haciendo.

 

En lugar de una respuesta, lo que recibió fue un picotazo en la cabeza.

 

—¡Au! ¿Pero qué…? —miró encima de su cabeza y luego al frente. Era la golondrina de nuevo. Por algún motivo se alegró un montón de verla—. ¡Eres tú! Tienes que huir, esta gente es peligrosa…

 

En lugar de huir, el pájaro descarado se encaró a los enemigos de Yugi y graznó con fuerza. Lo siguiente lo recordaría Yugi toda la vida: El pájaro empezó a hacerse más y más grande. De repente, un tornado de plumas muy oscuras rodeó al animal… y de él salió un ser humano. Emitía un hilillo de luz dorada como la de Yugi, pero no se desvanecía.

 

“Yo nunca huyo”, resonó en la cabeza de Yugi. No era su voz. Parecía la del misterioso desconocido que se encontraba delante de él… básicamente porque le estaba mirando con cara agresiva y una sonrisa de poder en los labios. Entonces se giró de cara a los matones.

 

—¡Seguidores de Set! —les gritó, con mucha ira. Yugi se sorprendió al poder entender lo que decía, pues para nada era su lengua. No conocía el idioma y aun así lo entendía… Otra pregunta sin responder—. ¡Habéis llegado tarde una vez más! El poder de Isis ha despertado de nuevo en sus enviados. ¡Ya no podéis hacer nada! ¡Marchaos!

 

Los supuestos seguidores de Set murmuraron algo que no Yugi no entendió y luego dieron un paso al frente.

 

—Estáis acorralados, no podéis huir —dijo uno de ellos. También hablaba ese idioma desconocido. Uno de los fonemas le resultó conocido… porque lo vio escrito. ¡Era egipcio antiguo!—. Os vamos a matar y por fin el caos se extenderá. Isis no podrá protegeros.

 

—Insensatos… —soltó, mientras sacaba dos pedazo-de-cuchillos… eran espadas rituales Kefresh. Empezó a caminar lentamente hacia sus enemigos—. Os arrepentiréis de haberme desafiado.

 

¡Espera! ¡No les hagas daño!”, gritó mentalmente Yugi, esperando que funcionara.

 

El joven armado se detuvo y le miró con ferocidad, pero no había tiempo para discutir, así que se encaró de nuevo a sus enemigos, alzó el brazo con firmeza y un haz de luz, seguido de un viento fuerte, cegó y alejó a los seguidores de Set. Fue como ver un sol arrollador.

 

Entonces, sin comerlo ni beberlo, Yugi se encontró en brazos de ese desconocido, volando por los aires. El desconocido, que parecía un doble de él, pero más fuerte, alto y serio, saltaba muy alto, tan liviano, por los tejados de El Cairo sin siquiera dudar un pequeño paso. Le miraba a los ojos… parecían insondables.

 

Puedo preguntarte… ¿quién eres?”, le pidió con miedo Yugi.

 

El desconocido finalmente se posó en uno de los tejados, sentó a Yugi en el suelo y él se puso delante.

 

—Me llamo Atem —le contestó finalmente, con una sonrisa mucho más agradable que la primera—. No tengas miedo. Habla normal conmigo.

 

—Pero si… ¡Oh! —Iba a decir que no sabía hablar el egipcio antiguo, pero sin pensarlo lo acababa de hacer.

 

—Sólo funciona cuando hablas conmigo. Lo he comprobado.

 

—Pero si tú has hablado con esos matones…

 

—Porque he aprendido el idioma desde pequeño. Pero si probaras de hablar en egipcio a tu abuelo, no te saldría. Isis no concede poder y conocimientos ilimitados.

 

—Somos… ¿enviados de Isis? —preguntó, después de meditarlo un segundo.

 

—Lo somos —le sonrió. Atem le infundía a Yugi una extraña calma—. ¿Por qué me has detenido antes? Esos cerdos de Set merecían morir. Han matado a muchos amigos míos.

 

—Pu-pues… —dudó. Recordaba esa cara de ira de Atem y no le gustaba—. Porque entonces tú también serías como ellos. También harías daño a la gente. Y no está bien.

 

La inocencia sincera de Yugi arrolló con el sentimiento de ira que tenía Atem por sus amigos caídos. No, desde luego Isis no le había dado esos poderes para derramar sangre por doquier, pues la diosa daba vida, no la quitaba. El chico tenía razón.

 

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Atem, despejando sus dudas—. A lo mejor te he hecho daño.

 

—No, estoy bien.

 

—Se me acaba el tiempo bajo esta forma. Tengo que contarte algo. —Yugi iba a preguntar qué pasaba con su forma humana, pero solamente asintió—. No debes perder bajo ningún concepto el relieve de tu bolsa. Por lo menos una de las partes debe llegar al templo de Isis de Guiza. La otra parte está en el museo, ya lo has visto, así que no pierdas tu parte.

 

Atem sintió una punzada en el pecho y se doblegó, cayendo en brazos de Yugi. Empezó a notar de nuevo la forma de golondrina aflorar.

 

—¿Qué va a pasar? ¿Qué tengo que hacer?

 

—Vamos a tener que luchar de nuevo… —le aclaró Atem, respirando entrecortadamente—. Y si todo sale bien, la paz entre Isis y Set se impondrá de nuevo y tú y yo podremos estar juntos una vida más.

 

—¿Qu-qué? ¿Juntos? —enrojeció Yugi. Pero no le dio tiempo de más. Mientras Atem desaparecía entre un torbellino de plumas de nuevo, su dedo índice se puso en el corazón de Yugi y se iluminó. De repente, encontró en su interior un sentimiento milenario, más poderoso que nada que hubiera sentido nunca—. Atem…

 

Mañana al ocaso, los enviados de Isis afianzaremos nuestro poder una vez más”. Esas fueron las últimas palabras de Atem, en la mente de Yugi, antes de que una golondrina saliera volando de su regazo hacia las pirámides. Se quedó contemplándola tranquilamente hasta que ya solamente era un puntito insignificante.

 

—Y ahora… ¿cómo bajo de aquí?

 

Por suerte aquel tejado era visitable, pues había una puerta abierta. Bajó como dos pisos de escaleras y se encontró en una calle bastante poblada. La recordaba, porque por ahí pasaba el bus, así que sabía dónde estaba el museo. Se dirigió con prisas hacia allí, mientras oía sirenas de la policía. Probablemente le buscaban.

 

Cuando llegó al museo, vio toda una parafernalia de la policía y no tardó en encontrar a su diminuto abuelo entre todos los agentes.

 

—¡Abuelo! ¡Estoy bien! —gritó de lejos. Se abrió paso hasta Sugoroku y le abrazó—. Ya he vuelto. He recuperado el relieve.

 

—Qué más da el relieve, Yugi, me he asustado mucho…

 

Todo el aparato policial se desmontó mientras anochecía. Al final todo había quedado en un susto, contó Sugoroku a todos. Declararon a la policía, claro, y Yugi aseguró que había varios ladrones encapuchados con capas marrones, que eran cuatro… y poco más.

 

—Esa es la descripción de los asesinos en serie que rondan por la ciudad —le reveló Sugoroku, aunque ambos ya lo sabían.

 

El abuelo intuyó que esos debían de ser los seguidores de Set, pero no dijo nada más a la policía. No hizo falta denunciar, porque la policía ya les estaba buscando, así que volvieron ya de noche al hotel.

 

Sin cenar ni nada, se metieron en la cama, pero antes Yugi puso al corriente a su abuelo sobre los relieves.

 

—Se ha cumplido otra de las imágenes.

 

—¿Cuál?

 

—La de la lucha entre seguidores, pero hay más… No… te lo creerías…

 

—Después de todo esto, ya me creo lo que sea.

 

—La golondrina me ha rescatado hoy.

 

—¿Cómo?

 

—Se ha transformado en un chico joven, parecido a mí, algo más alto que yo… Se llama Atem. Y es el otro enviado de Isis, de la última imagen, la de los dos chicos arrodillados delante de Isis.

 

—Increíble…

 

—Además… tenemos poderes… Irradiamos luz, él se transforma, llama al viento, es ligero como una pluma y…

 

—Tranquilo, Yugi, sé que estás preocupado. Todo va a salir bien.

 

—Lo sé. Pero hay algo más. Atem me hizo recordar algo… Atem y yo hace milenios que nos conocemos. Muchas vidas atrás. —Tuvo que hacer una pausa para asimilar el torrente de emociones que no había dejado de sentir desde que Atem le pusiera el dedo en la frente—. Abuelo, yo… le quiero.

Notas finales:

Si tenéis algún tomate para tirarme, que sea en la mano, así lo cojo y me lo como :v jajajaja gracias por leer!!


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