Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lo que Dimitri dejó por OneUnforgiven

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Creo que llegué a dormirme a eso de las once y media de la noche, dándole vueltas una y otra vez al asunto, y hablando con Morgan. Él siempre encontró las palabras exactas para decirme, aunque más de una vez me ha hecho llorar basto y él luego se siente culpable por ello, y yo me siento culpable por hacerlo sentir culpable. A veces somos un par de idiotas...


Esa noche no pude más que soñar cosas absurdas, me tenía que ocupar de ciertas cosas y caminaba de un lado al otro buscando soluciones para problemas absurdos en mundos inconexos y sin sentido, pero nunca lograba calmarme porque no podía arreglar nada.


El despertador sonó a las seis de la mañana para avisarme que debía levantarme a desayunar antes de ir al trabajo, pero sentía que no había sido capaz de pegar un ojo en toda la noche, así que apagué la alarma e inconscientemente apoyé la cabeza en la almohada sólo unos segundos para recoger fuerzas... hasta que mi madre me despertó a las siete menos cuarto de la mañana y salté de la cama.


Si se preguntan porqué a estas alturas de mi vida sigo viviendo con mis padres, es que la situación económica del país no da opción para mucho más. Tengo trabajo, sí, pero el dinero no me alcanza ni para la mitad de cosas que debo mantener, así que sí, tengo mi propia habitación allí donde mis padres y me ocupo de todo lo mío como si fuera un inquilino. Mi hermano se encuentra en la misma situación, a pesar de tener unos años más que yo y de tener una hija. La casa que tienen es grande, y de hecho incluso así hay una habitación que no utilizan, así que problemas de espacio no tenemos.


Al final, con lo retrasado que estaba, sólo me vestí, intenté mantener a raya a mis condenados rizos, me lavé los dientes y salí. En el viaje en autobús, escuché música tranquila mientras intenté despejar mi mente de lo que sucedería ese día: leí historias de Wattpad para despejarme y por una hora, olvidé por completo todo lo demás. Incluso hasta olvidé que ese día era el cumpleaños de Monique.


Al llegar al trabajo, agotado y sin una pizca de humor, todo lo que pude hacer fue colocarme en modo automático y atender mis tareas con cortesía pero a la vez, desgana. Trabajo en una universidad pública que es bastante nueva en comparación a las demás, me encargo de la seguridad, integridad y mantenimiento de equipamiento de cuatro laboratorios -aunque a veces abusan de mí y me piden atender asuntos de otros lugares-. No pertenezco al área de sistemas, supongo podría decirse que soy encargado de un pequeño sector que está más de cara a los profesores y estudiantes, que a la sección administrativa.


Cuando terminé mis tareas diarias, pasé toda la mañana escribiendo en el ordenador, escribiendo mis propias historias con uno de los mejores personajes que se me ocurrió inventar, pero cuidándome de mantener a raya mis emociones. A veces escribir me afecta tanto que me hace llorar, y no quería llorar en mi lugar de trabajo.


Estaba ansioso, tanto que me la pasé comiendo algunos chuches hasta que se hizo la hora, no tenía demasiada hambre, solo lo hice para pasar el rato e ingerir algo. Imprimí un mapa con la zona restringida con la que no podíamos pasar con el automóvil con el que me buscaría mi hermano, sino nos aplicarían una multa carísima; también me anoté los desvíos que debíamos tomar ante los cortes de calles en donde estaban haciendo arreglos de pavimento, y la dirección a donde debíamos ir.


Coordinamos como nunca con Max, no tuve que esperarlo ni dos minutos que él se apareció en el auto, me subí y le expliqué cómo iríamos. Mi hermano siempre fue bastante unido a mí, excepto en nuestras respectivas adolescencias que ni siquiera nos dábamos la hora, pero ahora volvimos a ser bastante unidos por muchas cosas, supongo que por la alineación de edades. Ninguno está ya en la edad de la tontería, vamos.


Viajamos escuchando la radio, haciendo diferentes comentarios al azar -sobre todo del tráfico y lo imprudente que era la gente- mientras yo le guiaba con el GPS de mi teléfono y a la vez me enviaba mensajes con Víctor que se había quebrado el dedo de un pie y me enviaba fotos de su fractura, y yo le regañaba porque no me había avisado antes para aconsejarle dónde ir y qué transporte usar, y él enviándome caras tristes porque no quería molestarme en mi situación. Ains...


Después de pelear contra el tráfico -sin usar ninguna de mis malditas instrucciones porque ya habían arreglado los desvíos- y para encontrar lugar dónde estacionar, llegamos a la capital. Tuvimos que dejar el auto a dos o tres calles del lugar y el resto lo hicimos a pie. Cuando llegamos, había un grupo de gente a la que no conocíamos, una mujer lloraba muy desconsoladamente, pero nosotros no nos detuvimos y nos adentramos a la sala velatoria.


A quien primero vi fue a mi prima Dakota, que estaba arrodillada en el piso, sosteniendo las manos de mi tía Nora, que estaba desplomada en el sillón llorando, junto a mi madrina Maritza, hermana de mi padre y Nora, que también la sostenía de los hombros, intentando consolarla. Al verla, me di cuenta que estaba peor de lo que me habría imaginado, pero es que... ¿cómo podría uno aguantar la muerte de un hijo así?


Mi hermano saludó con un fuerte abrazo a Dakota y le dio un beso en la frente, luego a mi tía Nora, que creo que ni le reconoció del todo, pero se puso a llorar de nuevo y le abrazó con fuerza. El espacio era pequeño y había demasiada gente, así que esperé a que mi corpulento hermano me dejara su lugar cuando terminó y saludé de un fuerte abrazo a Dakota, que cuando me vio pude suponer que se alegraba que estuviera allí con ella, pues de niños habíamos jugado muchísimo juntos y teníamos una conexión realmente buena. La abracé y acaricié su espalda con cariño, sin saber en realidad cómo hacer para aplacar su dolor, sólo pude decirle que lo sentía mucho, y ella asentía llorando. Con Nora fue igual, abracé su frágil cuerpo y ella lloró más fuerte. No hay nada que se pueda decir en esos momentos para aliviar esa horrible realidad.


Para ser sincero, mi relación con Nora y Roger fue discreta, algo distante, pero discreta. No es que no les quería -incluso cuando veíamos sus nombres en el teléfono de línea cuando llamaba, nos lo pasábamos de uno en otro para no atenderlos y quedarnos una vida hablando-, pero es que ellos siempre intentaban mantener las apariencias con nosotros, no sólo ocultando las cosas malas que les pasaban, cuando era completamente innecesario, siendo que todos pasamos por malos momentos de vez en cuando -como ahora-; sino también que parecían ser del estilo de gente que finge mucho cuando está cerca y cuando se aleja hace lo contrario.


¿Cómo explicarlo? Ellos dos eran de ese tipo de personas que intentan mantener una fachada que no existe, pretendían ser alegres, bromistas, con repentina excesiva confianza, al punto de hacerle sentir a uno que estaban fingiendo, ¿me explico? Supongo que querían mantener la fachada de la familia perfecta, pero por suerte Monique y Dakota jamás fueron así y por eso me llevaba tan bien con ellas.


Realmente no sé qué se les cruza a las personas por la cabeza para comportarse así, ¿creen que uno va a burlarse, a juzgarlos? Si fuere realidad, qué pena que se piense así de uno, ¿verdad? No lo sé, pero todo eso allí perdía importancia y validez.


Cuando solté a mi tía Nora, Dakota siguió ocupándose de ella, intentando aliviar su dolor diciéndole que Dimitri ya estaba en paz y que debía recordar a aquel divertido y bromista hijo que había tenido, no algo último que habían visto. En esos momentos me sentí muy orgulloso de ella, por cómo llevaba el duelo, y me alegré de saber que al menos Nora tendría a Dakota a su lado para llevar mejor ese momento.


Me di la vuelta y saludé de un abrazo a mi madrina Maritza, que toda la vida nos saludamos así, incluso cuando nos veíamos todos los días, porque es una persona excesivamente comprensiva, que siempre me apoyó en todo lo que necesité.


Siguiendo la sala, había una división donde la gente rodeaba el cajón de lejos, y allí encontré a mi hermano saludando a mi tío Roger y a Monique. Me hice paso entre las personas y me acerqué a ellos, entonces reparé que él estaba hablando acerca de Dimitri, así que sólo me quedé mirando al piso con una mano en su hombro, esperando al momento para poder abrazarlo. Cuando terminó, no pude siquiera mirar de reojo el cajón, aquello parecía una película irreal, algo que realmente no estaba sucediendo.


Ya varias veces había pasado por esa situación, ver un cajón con un ser querido dentro... es tan lejano y frío, nunca pude relacionar ese momento a la realidad. Esa madera fría y distante que mantiene a alguien a quien tú nunca viste, porque cuando están allí, los ves pero no son ellos, no tienen esas características de siempre, están rígidos, opacos, con una sonrisa que intenta transmitir paz... paz que uno no siente. Y sin embargo, Dimitri estaba a cajón cerrado, por lo que no pude verlo -tampoco deseaba hacerlo, me haría más mal que bien.


Un grupo de personas más grande llegó y nos dio el pésame a Roger, Monique y a mí, porque estaba junto con ellos, nos saludaron y nos dieron un abrazo, presentándose como compañeros del trabajo de Dimitri, y yo me sentí algo incómodo por ello, pues sentía que no tenía siquiera el derecho de recibir eso con la poca y nula relación que tenía con mi primo.


Monique me vio y vino a mí para darme un abrazo fuertísimo al que correspondí de inmediato y le acaricié la espalda, le dije que lo sentía muchísimo y se puso a llorar de nuevo, agradeciéndome una y otra vez por estar allí. Estaba con los ojos hinchados de tanto llorar y me dio muchísima pena. Monique había sufrido muchísimo de depresión los últimos años y tuvo que recibir tratamiento para poder seguir adelante, principalmente porque por más que lo intentaba, no podía tener hijos y le afectaba muchísimo. Sabía que ahora mismo estaba mejor porque había podido adoptar no solo a un niño, sino a sus otros dos hermanos, aunque bueno... las circunstancias eran diferentes en ese momento.


Hicimos un abrazo conjunto con mi tío Roger que también nos agradecía por venir, creo que nadie se esperaba que nos apareciéramos, supuse. Roger nos dijo incluso, que habíamos salido de nuestros trabajos para ello, y sólo pude contestarle: ¿cómo no venir? Y en su rostro solo pude ver agradecimiento, a pesar del dolor.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).