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Good Enough to my madness - Suficientemente bueno para mi locura. por Bokutosama

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Notas del capitulo:

Hey Hey Hey! Capitulo 27
"La perspectiva de Kageyama, un maratón en aislamiento, alucinaciones iracundas, un trágico desastre"
Ya sé! me tardé siglos de nuevo! lo sientooo! pero el tiempo ha sido mas reducido y la inspiración no funciona en momentos oportunos! D:
Pero aquí esta! no se preocupen no lo dejaré a medias, me niego a rendirme hasta terminar este fic!
Por primera vez este cap sera narrado el mismisimo Kags!
Anuncio importante: Este cap tuvo la colaboración de Ushicornio-senpai (Autora de "El club de los 5"), me revisó mis horrores ortográficos y gramaticales, ademas de ayudarme con mi bloqueo, senpai la respeto y la admiro "forevah" <3

Otra vez encerrado en esas cuatro paredes.

El maldito olor del desinfectante me mareaba, el blanco de las paredes y el techo era asqueroso.

Todo el cuerpo me temblaba, no les había dado tiempo ni siquiera de atender la herida que sangraba sobre mi ceja derecha.

Me palpé con suavidad la frente, unos mechones de cabello se pegaban a la sangre coagulándose, mi cabello ya estaba más largo de lo normal, Hinata había olvidado cortarlo.

Hinata…

Con todo el tiempo que he pasado a su lado no me es difícil imaginarlo, traer su imagen a mis ojos como si en realidad estuviera allí, sentado sobre la cama, balanceando las piernas en el aire, sonriéndome…

Justo cuando en mis pesadillas su ausencia me quema por dentro.

Las piernas ya no me soportaron más el peso del cuerpo, me fui de rodillas con los brazos inmovilizados por la camisa de fuerza.

Era tan incómodo estar así, desesperante, demasiado irritante para poder soportarlo. La ansiedad creciendo desde el centro de mi pecho se apoderaba de mí.

Traté de traer a mi mente los eventos de esa madrugada pero fue difícil, recordé el dolor aún vivo en mi cuello de la aguja de metal hundiéndose en mi yugular y el líquido ardiente colándose en mis venas, adormeciendo hasta el último de mis músculos.

Recordé el crujido que produjo el cuerpo al que me le fui encima, la clavícula que me hizo la herida en la ceja, las miradas de rechazo y lástima, de preocupación, pero ninguna era la suya.

Sus ojos avellanas brillantes no estuvieron ahí, no me vieron actuar como una bestia, sus lágrimas no se derramaron por sus mejillas quebrando su delgada voz en un montón de sollozos adoloridos.

No lo había lastimado a él.

Por fin el aire logró entrar de forma natural a mis pulmones, me escurrí en el suelo hasta quedar de lado contra la pared de colchón, acurrucando las rodillas contra mi pecho. Ya me empezaban a hormiguear los brazos, pronto dejaría de sentirlos por la presión que me auto infligía involuntariamente tratando de desatarme.

Daba gracias y a la vez no quería que volviera para verme de esa manera.

Lloraría de nuevo, lo lastimaría de nuevo.

—Kageyamaaaa —cómo podría sobrevivir sin escuchar su voz chillona gritar mi nombre.

Sentí el ardor en mis párpados, cerré los ojos, mentiría si no aceptara las ganas tan arrasadoras que tenia de llorar, pero las lágrimas simplemente no llegaron, el nudo en la garganta estaba demasiado cómodo torturándome como para darme algo de paz.

Sentí náuseas y el estómago rebotándose, el crujir de mis intestinos, los muslos empezaban a temblarme con más intensidad. Las malditas drogas que ya no lograban tranquilizarme me ponían más ansioso y trastornado de lo normal, con el tiempo se hacía más poderoso el efecto desestabilizador. Pero no tenía cómo negarme, tenía que soportarlo por él, tenía que hacerlo por él.

Aunque ya no tuviera ningún sentido.

Mis pesadillas nunca fueron infundadas, mi ansiedad y la ira que siempre se apoderaba de mi cuerpo tenía una razón de ser.

Yo era el único impedimento entre él y su futuro.

El brillante futuro que hubiésemos podido compartir de no haberlo arruinado.

De no haberme enloquecido, de no haberme dejado perturbar por la obsesión de ser el mejor, de destacar más que los demás, de hacer del equipo un solo jugador. Yo era la razón por la que Hinata dejó la escuela, los entrenamientos, a su familia, él creía que lograba engañarme diciéndome que aún era parte del equipo aunque hubiese dejado la escuela, pero obsesionarme por el deporte que tanto había amado me permitía ver hasta los más mínimos cambios en sus músculos o en sus expresiones, lo que se veía era cansancio, deterioro. Lentamente yo estaba matando a Hinata.

Y eso me atormentaba más que el torcido efecto de las drogas.

Habían días en que lograba convencerme de poder protegerlo, que teniéndolo cerca me sería más fácil ver por él y no permitir que nadie le hiciera daño. Otros días la rabia me impedía acercármele, uno que otro día quería golpearlo, mi corazón se volvía frio y solo quería alejarlo tanto como pudiera, hacerlo desaparecer.

Yo era un ser cruel y lo sabía, porque el resto de los días lo único que quería era tenerlo cerca, apretujar su pequeño cuerpo, tocar sus zonas más sensibles, hacerlo gemir mi nombre, hacerlo llorar por mí, que no hubiese nada más en su vida que Tobio Kageyama, el más insano personaje que podía existir.

Era egoísta, cruel y violento.

Yo era una bomba, una atómica, que explotó un día y ahora deterioraba todo en su vida lentamente, la reacción radiactiva que se expandía cada día terminaría destruyéndolo.

La sangre coagulada llegó hasta mis pestañas, se secó sobre ellas y me hacía ver borroso, me ardía, pero no podía limpiarme, ni moverme. Mi cuerpo parecía inerte aunque mi mente estuviera tan viva yendo y viniendo entre un montón de pensamientos sin sentido.

Hinata era el centro de todo, por más que quisiera alejarme el egoísmo que me mantenía atado a él era más fuerte, ya no me obsesionaba el Volleyball, ahora me obsesionaba él.

De una insana manera.

La inseguridad era mi principal fuente de ira, solo tenía que analizarlo un par de segundos. Sí Hinata quisiera dejarme yo jamás lo volvería a ver, no tendría manera ni siquiera de buscarlo o contactarlo de nuevo, aunque tampoco era como si lo mereciera.

Hinata estaba tan lejos de mi alcance, yo no podría merecerlo ni brindarle nada más que un futuro doloroso y sin vida.

Y vida era de lo que rebosaba mi bolita de pelos naranjas, juguetón e hiperactivo.

Los músculos en mis mejillas se contrajeron dolorosamente al tratar de formar una sonrisa ante los recuerdos más dulces que tenia de él, incluso de cuando aún no éramos nada más que compañeros de equipo, como se la pasaba detrás de mí pidiéndome que levantara el balón para él, pidiéndome que hablara que no me quedara callado, gritándome que él estaría ahí para mi… que ya no estaría solo…

Me mordí los labios, la resequedad en mis corneas era cada vez más dolorosa, era la droga.

No podía llorar.

No me era permitido desahogarme cuando la víctima no era yo.

Cuando lo conocí era más pequeño de lo que es ahora, a pesar de su personalidad sociable y entusiasta tenía unos cuantos idiotas que lo perseguían para molestarlo, por lo que la mayoría de las veces que lograba verlo estaba escondido en la azotea de la escuela o en el campus tras un enorme árbol. Recuerdo que cruzábamos miradas y aterrado corría del lugar para no quedarse a solas conmigo.

Cuando entró al club de Volleyball lo molestaban por su estatura, le decían que no podría lograr nada y hasta yo lo creía. Mientras entrenaba como loco y los demás descansaban, solía mirarlo, me tapaba con la tolla y lo veía disimuladamente esforzándose más que los demás.

Ciertamente fue fácil descubrir que su habilidad atlética era impresionante, solo necesitaba pulirse un poco para que fuese la carta de entrada al salón del triunfo al que tanto quería pertenecer. Por sí mismo logró ser uno de los titulares, cuando me pusieron a jugar con él pude ver lo intimidante que me encontraba, pero aun así daba lo mejor de sí para mantenerse en la cancha.

A mi lado.

Cuando me di cuenta regresábamos juntos a casa cada noche, en la mañana nos encontrábamos en la misma estación. Aunque él usaba su bicicleta se desviaba hasta el tren que yo tomaba cada mañana porque siempre aprovechaba para ir a correr a las afueras antes de ir a la escuela. A la hora del almuerzo me esperaba en el mismo lugar, algunas veces lo encontraba dormido o cabeceando, muchas veces le presté mi hombro para dejarlo descansar y nunca nada de eso me molestó.

Con el tiempo éramos tan cercanos que nuestras familias se conocían y eran unidas, yo iba a su casa, me quedaba muchas veces, mirábamos el cielo nocturno en el patio, aprovechábamos la lejanía de la ciudad para hacer competencias, correr y entrenar; él solía hablar mucho, de esto de lo otro, de su hermanita de su madre, de la comida que le volvía loco.

Apenas un año después de conocernos ya éramos tan cercanos como un par de amigos de la infancia, no solo nos habíamos acercado mucho el uno al otro, sino que también éramos la mejor dupla de la ciudad y pronto lo fuimos en las regionales. Pero entre más subíamos a la cima más me perturbaba, mas veía sus expresiones de preocupación, mas notaba sus ojos llorosos y sus sonrisas fingidas, era cada vez más notable como la vitalidad se le escapaba.

Cuando todo esto empezó, pasé días sin él, sin poder verlo, ni escucharlo, en el momento justo en que pude volver a ver su rostro fue la primera vez que lloré desconsoladamente, y mientras él me abrazaba con sus delgados brazos me confesó que estaba enamorado de mí, que no podía dejarme atrás, que se iba a quedar a mi lado como siempre lo había prometido, sin importar lo que sucediera.

Por unos días fui feliz.

Genuinamente feliz de tenerlo a mi lado, revoloteaba por todas partes, rápidamente se acostumbró a la lúgubre atmósfera del hospital y la transformó a su antojo. Todo dejó de tener importancia, incluso el abandono de mis padres no tuvo la relevancia suficiente para hacerme sentir mal.

Pero esos días no duraron para siempre, según los médicos yo estaba loco, no me había vuelto idiota. Hinata pasaba cada segundo del día conmigo hasta que me iba a dormir, era imposible que siguiera asistiendo a los entrenamientos, mucho menos a la escuela, ni siquiera era posible que fuera y viniera todos los días a su casa ya que nosotros vivíamos del otro lado de la ciudad, y Tokyo era demasiado grande para que lo recorriera en bicicleta.

Un día lo escuche diciéndole a Sugawara-san que había decidido mudarse a una vieja pensión cercana al hospital, que su madre lo apoyaba pero le preocupaba dejarlas solas, a su hermanita y a ella, después de todo él era el hombre de la casa.

Luego de unos días Takeda-san lo incluyó en una de mis sesiones, me hizo un montón de preguntas que solo fueron a parar en él.

Escuché el crujir de la puerta, sin embargo estaba demasiado adolorido y aturdido entre mis pensamientos como para voltear a ver quién se atrevía a entrar a la celda de este pobre diablo.

—Kageyama —la voz fría y dura de Ukai lleno mis oídos.

—Levántate, necesito curarte esa herida —me llamó pero mi cuerpo hizo caso omiso, no me moví ni un centímetro.

—Vamos, hombre, que no tengo todo el día —se quejó agachándose hacia mí, colando sus brazos bajo los míos levantándome de un tirón.

Me sentó en la estrecha cama, ya tenía en las manos un botiquín de donde empezó a sacar un par de cosas, mi cuerpo se inclinó despacio hacia el frente, ya no lograba sentir los brazos aún sujetos a mi espalda, mi mirada se clavó en el piso acolchonado.

—Ya no quiero vivir más —las palabras salieron de mí a modo de susurro, raspándome la garganta, como una queja que me había estado aguantado por mucho tiempo, se sentía familiar y a la vez me transportaba a un pasado distante.

Hubo un incómodo silencio, por unos minutos Ukai no se movió ni un ápice, sostenía algo en sus manos y su mirada estaba fija en mí, podía sentirlo aunque no estuviera viéndolo.

—¿Estás seguro de ello? ¿Qué crees que será de Hinata cuando tu no estés? — preguntó reanudando su tarea, me levantó del mentón haciéndome mirarlo. Ukai era una persona bastante distante, él no se involucraba mucho con nosotros pero sin duda alguna siempre estaba observándonos.

La mirada de genuina preocupación que me dirigió me hizo erizar la piel.

Sus dedos pasaron sobre la herida con un suave algodón que esparcía algún líquido desinfectante que ardía, pero yo no podía resentirlo. Continúo con su tarea sin exigirme una respuesta, terminó al ponerme una gasa que me cubría hasta el párpado lo que me mantenía el ojo medio cerrado.

Me dejó solo de nuevo no sin antes aflojar un poco la camisa de fuerza, los brazos me hormiguearon y mi cuerpo se fue de lado sobre el colchón blanco y desinfectado. Esa cama no era lo suficientemente ancha para mi cuerpo, todo ahí dentro era incomodidad, era irritante.

Mi mente flotó sobre mis recuerdos, sus palabras hacían eco en mi cabeza.

¿Realmente tendría repercusiones en su vida mi ausencia?

Sin mí podría volver a la escuela, con algo de entrenamiento recuperaría su puesto como titular, Hinata era talentoso por sí mismo, él no me necesitaba para pararse en la cancha, él no me necesitaba en su vida.

Nadie me necesitaba.

Los párpados me pesaban, dejé que se cerraran lentamente, deseando internamente nunca más tener que volverlos a abrir.

Quizá habían pasado horas pero mi cuerpo sintió que solo habían pasado un par de segundos, la puerta de nuevo chirrió avisándome que alguien entraba.

Era Ukai de nuevo, me hizo una señal con la mano, se acercó a mi moviéndome lentamente y con cuidado, terminó sacándome la camisa de fuerza, mi cuerpo para ese punto era peso muerto, ni siquiera me pude mantener erguido, de nuevo terminé como una gelatina regado sobre el colchón frio.

—Cuando te sientas listo —fue lo único que dijo antes de salir y dejar la puerta abierta.

Me sentía como un caparazón vacío.

Con toda la parsimonia del mundo logré sentarme sobre el colchón, los brazos aún me hormigueaban, aunque los apoyara para darme equilibrio se iban a un lado sin funcionamiento, ni utilidad alguna. Pasaron horas o quizá minutos, el sentido del tiempo seguía balanceándose con el efecto de la droga, ya estaba por fin de pie contra el marco de la puerta, mirando al piso tratando de hallar en mi cerebro las instrucciones para caminar.

Antes de lograr recordar cómo mover un pie delante del otro una sombra en el pasillo logró ponerme alerta, tanto como pude, mi cuerpo se erizó y se entumeció, con dificultad pude enfocar mi mirada al frente.

Yamaguchi se acercaba con los brazos tras la espalda.

—Kageyama —me llamó, ni una sola muestra de sentimientos se logró dibujar en su rostro.

—Hinata está esperándote —dio un paso al frente acercándose a mí, sentí una necesidad desesperante de volver a la celda de aislamiento, dar unos pasos atrás,  cerrar la puerta, ponerme la camisa de fuerza y enterrarme en las paredes de colchón para siempre. Nunca fui un cobarde, pero últimamente ya no tenía idea de qué era o qué no, sufría de constantes ataques ilusorios de mis sentimientos chuecos y perturbados.

Al final, mi único deseo… era no tener que volver a verlo.

—Lastimaste a Tsukki —añadió, sacándome apenas de mis pensamientos turbios.

—Sabes... tú y yo no somos tan diferentes —agregó, esta vez sí lo volteé a ver.

Sonrió, una mueca torcida y triste se dibujó en sus labios delgados, sus cejas encorvadas, los parpados caídos con cansancio, ojeras, un gesto maltrecho lleno de arrepentimiento.

Fue como verme en un espejo.

—Lo siento, Kageyama… —agachó un poco la cabeza, no tenía idea de por qué se disculpaba.

Levanté el cuello mirando al techo.

—Ambos estamos acabando con la persona que amamos —la voz de Yamaguchi era pesada.

—Te equivocas —le respondí.  

—Lo único que tenemos en común tú y yo, es el padecer de una enfermedad.

—Lo que tienes no es tu culpa —me paré tan recto como pude.

—Una enfermedad que no se cura con medicamentos.

—Quieres tenerlo a tu lado todo el tiempo ¿no es así?  

—A diferencia tuya yo no quiero volver a ver a Hinata.

—Yo soy la clase de persona que te haría daño, que le ha hecho daño a él, físicamente, con mis propias manos —terminé pasando por su lado, tragándome lo que no tenía el valor de decir en voz alta, pude sentir su mirada de confusión y a la vez de lástima, tuve que morderme el labio para retener la urgencia de gritar.

—Él me escogió a mí… yo nunca lo elegí a él… —no logré sacar las palabras más que un susurro débil, de una verdad que me dolía aceptar.

Pero al fin y al cabo, esa era la verdad.

No me siguió o al menos logré llegar a la sala común sin compañía. Sugawara-san estaba sentado en el sillón con la mirada perdida, jugando con una raqueta de ping pong entre las manos, aún seguía en piloto automático, no había podido ir a casa desde la muerte de Tanaka-san. Takeda lo mantenía en observación, si continuaba de esa forma terminaría como nosotros.

El pelinegro, Daichi-san, le acomodaba una cojín en un costado, donde el sillón era rasposo e incómodo. Asahi-san estaba sentado en el piso con la cabeza recostada cerca de las piernas del peligris. Cuando me notaron, Suga-san se movió de lado agachando la cabeza como si no me reconociera.

—¿Kageyama? —preguntó con un tono de voz bajito y ronco.

—Sugawara-san.  

—Kageyama —los brazos y las piernas se me helaron, mientras mi pecho ardió lentamente haciéndome latir el corazón a mil. Los efectos de su presencia causaban estragos en mí, como un síndrome de abstinencia que estaba a punto de terminar para dar pasó a las placenteras sensaciones de una poderosa droga.

El peligris miró sobre mi hombro buscando al dueño pelinaranja de esa voz chillona, que ahora había sonado fría como un iceberg.

Relajé el cuerpo con cansancio, estaba harto de tantas cosas, lo único que quería era salir huyendo de todo.

—Kageyama —me llamó de nuevo esta vez con más autoridad, exigiendo que lo dejara entrar en mi cabeza, en mi cuerpo, en cada fibra de mi ser, justo y como lo venía haciendo por un buen tiempo ya.

—¿Qué sucede Kageyama? —preguntó el peligris, pero ya no lograba escuchar bien, ni siquiera razonar, cada poro en mi piel se erizó bruscamente, el calor de mi pecho se trasladó a mi cabeza, sentí las venas de mis sienes palpitar con agonía, apreté los puños, me mordí el labio inferior y entorné los ojos con la sed de alguien que muere por desatarse de su yugo y ser libre.

La ira era lava ardiendo de un volcán haciendo erupción dentro de mi cuerpo.

Si pasaba un par de segundos más en ese lugar terminaría arrepintiéndome después. Esa era fácilmente la base de mi vida, el arrepentimiento, yo era alguien que había causado mucho daño, por ello no merecía tener un descanso.

De un par de zancadas logré atravesar la sala, escuché mi nombre un par de veces más, tenía que salir de ahí como fuera.

Llegué al comedor, las enfermeras y el par de catatónicos estaban ahí, miré por la ventana, el color naranja del cielo indicaba que ya estaba atardeciendo.

¿Qué día era? ¿Cuánto tiempo termine encerrado ahí dentro? Me sentí perdido…

Para mí habían sido apenas unas horas.

—Estuviste encerrado dos días, no despertabas —de nuevo… su voz, llegando por mi espalda, hablaba como si pudiera leerme la mente y eso me exasperaba.

La razón por la que éramos una dupla perfecta era porque podíamos leer lo que el otro pensaba, nos llegamos a entender tan bien que habían días en que no había necesidad de decir nada, esos donde la compañía y el calor del otro eran lo único y lo más importante.

Cuando su cuerpo suspendido en el aire por milésimas de segundo me trasmitía todos sus pensamientos, cuando sus manos eran mías, cuando podía sentir lo que sus pies sentían.

Ahora podía sentir lo que su corazón sentía y era horriblemente doloroso.

 —No te quitamos la camisa por precaución —la voz de Takeda apareció en el comedor, pero mis ojos nublados ya no captaban ninguna imagen, los sonidos me perturbaban.

Todo a mi alrededor se desvaneció, un color grisáceo y asqueroso empezó a emerger de las paredes, todo empezó a desteñirse lentamente, con el aumento de mis latidos la vista se me tornó rojiza, sentí la sangre acumulándose en mis córneas, ardiendo como el fuego.

Podía sentir el movimiento jadeante de mi pecho tratando de obtener algo de aire, me sentí sofocado y abandonado, la angustia de quien alberga un gran temor corría por mis venas más rápido que mi propia sangre.

—¡Eres un rey egocéntrico!  

—¡Y ustedes unos inútiles!

—Nadie quiere seguir tus órdenes, nunca llegaras a ser el capitán si continúas dejando al equipo a un lado.

No están a la altura de ser mis compañeros de equipo!

La garganta me ardía por los gritos, hundí los dedos en mi cabello tratando de arrancarme las sensaciones de furia que más rápido se acumulaban en mi cráneo, haciéndolo palpitar de dolor.

—¿Tobio-chan tienes fiebre?   

—¿Mamá?  

—Tobio-chan, iré a comprarte medicinas, quédate en cama mientras regreso.

—Mamá, no te vayas.

—Eres una desgracia para esta familia.

—¿Papa?

—Nos has puesto en vergüenza.

—No…

—Ya basta Kageyama-kun, con esas calificaciones no lograrás ir al campamento.

—¡Las Matemáticas no me importan, yo quiero jugar volley!

—Tu papá se ha ido de la casa.

—Mamá…  

—Tobio, desde el día de hoy estas solo.

—No, espera. ¿Mamá? ¿Alguien?… no  me dejen solo.

Mis rodillas se estamparon contra el suelo, la sustancia grisácea se acumulaba ahora en el suelo engullendo mis pies, mis piernas, pegajosamente subía por mi abdomen, oprimiéndolo.

Todo mi cuerpo estaba sumergido y paralizado, me ahogaba lentamente aunque sentía que mis brazos y piernas se desgarraban en intentos vanos de salir de esa trampa viscosa, la realidad era que no estaba moviéndome ni un centímetro, el agua me llegaba al cuello, todo mi cuerpo era comprimido por esa textura desagradable, me hacía querer vomitar.

—No importa lo que haya pasado, yo siempre estaré ahí, recibiré cada balón que levantes agradecidamente.

—Hi… ¿Hinata?

De pronto volví al comedor, todo mi cuerpo fue libre y por un segundo sentí un alivio que rápidamente se opacó por la ira que reclamó cada uno de los poros de mi piel.

La primera víctima fue la mesa frente a mí, donde comían los catatónicos y las enfermeras.

De un certero puñetazo aparté las tres sillas desocupadas, una de las enfermeras, la pelinegra, se movió rápidamente quitando a Narita del camino, con ambas manos agarré la madera de la mesa levantándola sobre mis hombros.

—¡Yo no los necesito! — grité estampándola contra la ventana, los vidrios se quebraron en un instante, escuchaba los gritos que llamaban mi nombre, un par de advertencias de Takeda, pero en ese momento mi mente no era más que un huésped iracundo en un desobediente cuerpo.

La entramada de metal cedió hacia afuera, después de todo era un edificio viejo, mi ira era descomunal y la mesa tuvo que tener el suficiente peso para agrandar aún más el desastre.

Ya no me sentía humano, seguí arrojando cosas en todas direcciones, las dos enfermeras corrieron con los catatónicos que no me quitaban la mirada de encima.

Otra de las mesas fue a bloquear la puerta que conducía a la caseta de enfermeras, Takeda intentaba acercárseme pero no lo lograba, yo no le daba tiempo, cuando volvía a arremeter con algo más, todo el comedor era un desastre. Logré romper una de las mesas y tomar las patas astilladas para darle golpes a las demás ventanas, el sonido del cristal quebrándose sin oponer ninguna resistencia era reconfortante, luego noté cómo un par de vidrios habían logrado vengarse de mí cortándome sobre el antebrazo derecho, el dolor se volvió un elixir.

Las palmas de mis manos que sostenían la parte astillada de la madera también ardían, continuaba con la mirada inyectada en sangre, todo alrededor era rojizo y oscuro, desconocido y merecedor de ser destruido.

—Ya basta, Kageyama —sentí un liviano cuerpo aferrarse a mi brazo, fue un impulso, mi mente no había procesado que era él.

Estaba tan flacucho y débil que no tuve que usar el otro brazo para mandar su cuerpo contra el resto de ventanas que aún tenían algo de cristal pegadas a la estructura de metal.

Pude sentir el crujir de su débil cuerpo con el impacto, el escalofrío que me recorrió todo el cuerpo me hizo irme de rodillas, su cuerpo cayó al suelo rebotando, frente a mí, de lado, se quejaba sosteniéndose el hombro.

Gemía de dolor, las lágrimas cayeron por mis mejillas, aún sin que mi mente lograra procesar nada, todo sucedió por instinto, el dolor interno que se apoderó de mi cuerpo era insoportable, quería vomitar.

—¿¡Qué demonios pasa contigo!? —de nuevo Ukai, sentí sus fornidos brazos pasar por mi cuello y debajo de mi axila echándome hacia atrás, quede inmovilizado instantáneamente.

Takeda corrió a auxiliar a Hinata, con cuidado le ayudó a mantener una posición que no le lastimara más pero que no lo moviera mucho de su lugar, unos cuantos vidrios le habían provocado heridas, las gotas de sangre adornaban el suelo.

Todo era gritos y murmullos, el comedor se había llenado de gente y Hinata sollozaba pidiendo que me ayudaran, que no me fueran a encerrar de nuevo en aislamiento.

A pesar de que acababa de hacerle daño…

—Por favor, Takeda-san, no lo encierres de nuevo, por favor —lloraba y sus palabras apenas lograban entenderse entre el moqueo, no dejaba de sostenerse el hombro, no podía moverse mucho.

Sentí mi cuerpo flotar lejos de la escena, inmovilizado, me dolían los hombros y el cuello, los fuertes brazos de Ukai hacían presión sobre mi tráquea, no me dejaba respirar bien, pero nada de eso era importante.

Mi ser, Kageyama Tobio, se desquebrajaba a pedazos por lo que acaba de hacer.

La persona que amo lloraba lastimado pidiendo que me ayudaran…

—¿Por qué? —las lágrimas por fin encontraron su vía de escape, corrieron por mis mejillas como un raudal embravecido mientras mis labios se cerraban con furia y los dientes se me clavaban en la carne.

La impotencia de mi demente ser me agobiaba, lejos de poder controlarme o hacer algo al respecto, al menos de pedirle perdón por todo lo que hasta el momento le seguía haciendo.

Todo se quedó en un extraño silencio, Hinata me miraba con la cara cubierta de lágrimas, Takeda fruncía el ceño mirándome con el puño apretado sobre la jeringa, inmovilizado como estaba no pude voltear a ver al resto, me quede ahí moqueando, con la respiración agitada perdido en los ojos avellanas de mi pelinaranja que me miraba con toda la necesidad y terror que le hacía sentir.

Como la primera vez que levanté la mano contra él.

—Tobio… —susurró abriendo más los ojos, pero ya no me miraba a la cara, su vista bajó hacia mi estómago, no pude seguirlo y mirarme, pero entonces fui consciente.

Algo mojado corría por mi abdomen, la sensación punzante empezó a despertar entre mi carne lentamente conforme su expresión de terror aumentaba.

Sentí el líquido cálido y viscoso que iba deslizándose por mi cintura hasta mi muslo.

Hinata se llevó una mano a la boca mientras negaba con la cabeza, lloraba a mares, balbuceando cosas que yo no lograba entender.

Levanté la mirada a Takeda.

—Está bien, Ukai-kun, suéltalo.  

—Qué estás diciendo, sensei, mira el desastre que hizo —le contradijo el rubio.

—Keishin… con cuidado —Takeda se acercó a mí y sentí el agarre de Ukai disminuir, mi cuerpo no fue capaz de sostenerse, me fui al suelo lentamente con su apoyo aún bajo mis axilas, no lograba entender qué me estaba pasando.

Hinata se levantó del suelo acercándose a mí, aún se quejaba del dolor en el hombro, pero lo ignoró rápidamente, colocando sus manos sobre mi abdomen, buscando entre mi ropa con delicadeza.

—Takeda-san —habló temblando, Ukai me sostenía por la espalda.

—Viene de atrás, lo atravesó… por completo —la voz de Ukai no sonaba fría como siempre.

¿Qué estaba sucediendo?

—Tobio… —lloró Hinata presionando con sus pequeñas manos la parte baja de mi estómago.

—¡Por favor, no, Takeda-san, Ukai-san! ¡Hagan algo! —gimió Hinata mirándome con el más puro pánico en los ojos, Takeda se movió rápido, soltó la jeringa y se quitó la bata, la enrolló toda pasándosela a Hinata, indicándole dónde ponerla para ejercer presión sobre mi cuerpo.

—No lo muevas mucho, mantén la presión, Ukai-kun, no te muevas —se levantó de golpe saliendo del comedor, perdiéndose de mi vista, Ukai seguía manteniéndome sentado, Hinata lloraba.

—No te atrevas… Kageyama, no te lo perdonaré nunca —refunfuñaba y moqueaba al mismo tiempo.

Bajé la mirada con lentitud, la bata blanca de Takeda que siempre permanecía impecable ahora estaba manchada de rojo, mi propia ropa parecía mojada con algún líquido oscuro, las manos de Hinata estaban manchadas de sangre también.

Sentí el adormecimiento que me hubiese producido una buena dosis de morfina, la sensación subió por mi espalda hasta mis brazos dejándolos caer a cada lado de mi cuerpo sin mucha movilidad.

Entrecerré los ojos, los párpados me pesaban, sentí la humedad sobre mi cuerpo aumentar, con cansancio la cabeza se me fue hacia adelante lentamente.

Entonces lo sentí, atravesaba mi carne y mi piel, un objeto extraño, frio, en mi abdomen, me hacía sangrar.

—¡¡No te atrevas!! Tobio!!… ¡No! ¡¡Ni se te ocurra, no puedes!! —me gritaba Hinata obligándome a mantener los ojos abiertos.

—Hi... na… ta… —articular su nombre fue muy difícil, las lágrimas fueron cesando lentamente.

Me miró arrugando la nariz, sus ojos brillaban, la luz del atardecer era más naranja, poderosamente naranja como sus cabellos.

—Por favor... —me suplicó alternando su mirada entre la herida y mis ojos.

—Perdóname… —un patético ruego, justo como era mi existencia,

Todo empezó a ponerse borroso.

Hinata lloraba más ruidosamente, hacía gestos por el dolor aún persistente en su hombro, sentí cómo mi cuerpo fue levantado sin mucho esfuerzo, rápidamente terminé acostado sobre algo mirando hacia arriba, Hinata entrelazó sus dedos a los míos, lloraba y me llamaba.

—Kageyama... por favor… no cierres los ojos, ¿ok? Sigue mirándome, ¿puedes escucharme?  

—Perdóname... Hinata —a duras penas podía articular palabra, pero parecía haberme trabado en esa frase.

El peso de los párpados me ganó, cuando volví a abrir los ojos estaba en una camilla del pabellón médico, ya estaba en una de las salas de cuidados intensivos, Takeda-san tenia puesto un tapabocas y unos guantes azules, con cuidado hacía algo muy concentrado sobre mi cuerpo, ladeé la cabeza mirando hacia la puerta.

Ahí estaba, de puntitas muy seguramente, viendo hacia dentro con su mirada de urgencia, pasaron unos segundos y los ojos se me volvieron a rendir.

—Kageyama… ¿Estás despierto?

—Sí, lo estoy.  

—¿Te molesta si te llamo Tobio?  

—¿De qué hablas?  

—Hoy Takeda-san te llamó Tobio-kun varias veces.  

—¿Eso te molesta?  

—…

—Dime, ¿te molesta?

—Quiero llamarte así también.  

—Está bien, puedes hacerlo.  

—Te amo, Tobio.  

Esperé a que se quedara dormido, acaricié sus cabellos alborotados dejando suaves besos sobre su frente y su cabeza.

—Yo también te amo, Shouyou.

En la oscuridad y el silencio en el que mi mente se sumergía deseé con todas mis fuerzas poder escuchar su voz llamándome por mi nombre.

Exigiéndome amor, dándome vida.

Notas finales:

Bueno primero que nada de nuevo me disculpo por la espera, les agradezco a todos los que siguen la historia y a los que empezaron a leerla hace poco, los amo <3 en serio, son hermosos los sentimientos que me despiertan con sus palabras.
Para el próximo cap esperen el despertar de Tsukki 1.2 XD la versión descompuesta de un rubio estreñido sin vida y también algo sobre lo que le depara el oscuro futuro al adorable KageHina.
Ya saben pueden dejarme un comentario aquí abajito, los aprecio mucho!


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