34-Deliciosa agonía
Será un regalo de mi para ti, después de todo ya eres todo un hombre—le dijo la ronca voz a un lado de su oído.
Los cachetes del cadete enrojecieron un tanto mientras sus manos se crispaban sobre las caderas del rubio, de pronto tomó una decisión y una de sus manos se dirigió a hacer compañía a la que se ocupaba de la entrada del alemán. Cuando otro dedo entró en la cavidad Wilfred preguntó con un poco de molestia que qué estaba haciendo.
Debo aprender como se hace esto de una vez. ¿No es así?—preguntó con voz algo pícara al final el menor de los Kaiba.
El cuerpo del rubio fue agarrando ritmo mientras sus intrusos se volvían tres, uno del chico y los otros suyos. Sus manos estaban apoyadas en los hombros, pero más los atraían que los alejaban. Sus bocas eran fuego puro que compartían de uno a otro sin reservas, mientras la ingle de Shmidt se frotaba fuertemente contra la pierna del menor.
De pronto este no soportó más la urgencia y empujó al melado para que quedara bajo suyo, e instintivamente supo que levantar la pierna del otro era lo mejor si quería acceder al paraíso, lo cual hizo y el alemán viendo lo que pretendía no dijo nada y tan solo apartó su mano, mostrándose dispuesto y anhelante.
Seto expuso su erguido falo y con él rozó la entrada del melado en un inseguro intento de penetración.
¿Planeas hacerme sufrir rozándome con esa cosa?—dijo el mayor con pícara mirada y luego su otra pierna se levantó por si sola, colocando ambas sobre los hombros del pelicastaño para luego rodear su cuello y así facilitar el levantamiento de sus caderas que se mostraron más cercanas y a la altura del duro miembro.
Antes de que pudiera hacer otro movimiento el melado estaba empalado en la dura figura que pretendía con insistentes movimientos abrirse paso hasta lo más hondo de su ser.
La lujuria dio paso a la pasión antes de que ellos se dieran cuenta. Ambos querían descubrir cada espacio del ser del otro, besar cada espacio y hacerlo solo suyo. Antes de que lo notaran fueron consumidos en ese fuego sin probabilidad de ser salvados y para cuando el éxtasis de la relación hubo llegado el arqueado cuerpo bajo el chico de ojos azulados estaba con las manos hechas puño para soportar la deliciosa agonía de sentir como el otro explotaba dentro suyo.
Seto rodó para salirse de arriba del cuerpo del alemán y cansados ambos se quedaron con sus respiraciones agitadas, uno junto al otro.
La cabeza del rubio quedó un poco más atrás de la del castaño por lo que este podía mirar sin que el otro se percatase el perfil de aquel. Se veía casi perfecto. Debía admitir que era una bella muestra de Japón, pues aunque su hermano fuera atractivo, no podría decirse en ningún modo que lo que este tuviera fuera “belleza” como se concibe lo excelso pero este joven que tenía ahora a su lado, pese a su arrogancia o tal vez un poco por ella, si podía catalogarse como bello.
De pronto, tal vez, el otro percibió que era observado y giró un tanto su cabeza para encontrarse con sus ojos. Ambos respiraban sonoramente. Y ninguno supo bien que decir.