36-POR EL TIEMPO QUE NOS QUEDE
Es...pera al…guien puede ver…nos—dijo sin poder hablar de corrido el alemán mientras el otro se sujetaba a él bajo el agua.
Hueles a él—dijo el pelicastaño con su boca sobre su oído antes de volver a la tersa piel de su cuello.
No aquí—dijo el melado.
Tu cuerpo no parece opinar lo mismo—dijo el ojos negroazulados tocando la entrepierna del otro con uno de sus muslos, Wilfred se estremeció. La mano del más joven estaba palpando despacio toda una nalga para dirigirse a su centro y descubrir en ella la entrada. Aunque al Sturmbannführer no debería haberle gustado semejante situación, no dejaba de sentir una corriente eléctrica recorriéndolo, que lograba que sus piernas bajo el agua se agarrotaran inconscientemente.
Seto se giró en el agua quedando a su lado y acto seguido arrimó el cuerpo del otro sobre el suyo pero en posición de sentado para que quedara en dicha situación sobre él. Mientras su mano derecha abandonaba la entrada y se dirigía cual serpiente a la ingle del mayor, la izquierda decidió terminar el trabajo que la derecha iniciara irrumpiendo, no con uno, sino con dos dedos en dicho lugar.
Sin nada a lo que asirse Wilfred se agarró a las piernas bajo él mientras su cuerpo, incapaz de soportar las caricias que le prodigaba el menor, se arqueaba y sus labios gemían sin control. El agua cálida del lugar parecía haber aumentado varios grados en el proceso y emanaba de ella un vapor termal. ¿O sería su imaginación? Se preguntó en un momento de lucidez el alemán antes de que su mente volviera a la vaporosa inconsciencia de las reacciones físicas.
¿Por qué le gustaba tanto hacerlo con él? Hacía un mes solo había estado con mujeres. Después de eso Ikabe y aunque lo disfrutaba, si lo comparaba con la presente situación. Seto. Era extraño. ¿Por qué lo deseaba tanto si no tenía sentido estar con él? Sus órdenes… Si el alto mando se enteraba de eso… Sería mejor que dejara de meterse con el joven que le traería problemas y dedicarse ciento por ciento a su misión.
Entonces escuchó algo que lo dejó pasmado.
¿Por qué me gusta tanto estar contigo, Wilfred san?—
Sus pensamientos dichos por el otro impactaron al melado.
Hace unos días fui con mis camaradas a divertirnos, pero con esa chica… no lo disfruté como lo estoy disfrutando ahora contigo—dijo el ojiazulado y luego con su mano dio el jalón final para que el otro se viniera, luego con esa mano volteó la cara de Shmidt para que su boca quedara a centímetros de la otra—Debe ser por tus gemidos. ¿Sabes? Las mujeres japonesas acallan su voz, no la dejan salir como lo haces tú. Creo que eso es lo que más me atrae de ti—luego le besó devoradoramente—No quiero compartirte con mi hermano. ¿Entiendes?—dijo a los ojos entrecerrados que de pronto se fijaron un poco más en él. Quiero que seas todo para mí por el tiempo que nos quede. ¿Puedes hacer eso?—
Entonces el Sturmbannführer recordó. Ese chico. El que ahora se había convertido en su amante. Había sido emplazado para dar su vida por el emperador muy pronto. De pronto una desconocida angustia cerró su garganta y mientras rodaba en el agua para quedar justo sobre él con sus pechos casi juntos, el mayor asintió en silencio antes de que sus bocas se unieran de nuevo.