37-Lucha de poder
Aquí estoy yo, tratando de decidir que hacer mientras miro una fiesta en la que debería mezclarme. Casi todos son extranjeros que quieren socializar con veladas intenciones pero bien podría sacar de ellos algún provecho. Y sin embargo estoy aquí en el pasillo superior mirando la fiesta desde una de las verandas, apoyado en la baranda.
En esas cosas pensaba el Sturmbannführer Shmidt en ese día de noviembre, mientras fuera nevaba, en unos casi dos meses sería navidad. Desearía estar en su tierra pero las cosas que él quería tenían que esperar.
¿Qué haces aquí tan solo, cuando media ciudad ha venido a visitar tu embajada? Deberías representar a tu país de mejor modo, Wilfred san—dijo una voz conocida a sus espaldas.
Yo no soy un miembro del equipo de host de la embajada—dijo el rubio tratando de voltear pero antes de que pudiera unos brazos pasaron bajo los suyos y se agarró del barandal impidiendo que se volteara--¿Qué ha…?—su pregunta se vio interrumpida por una mano que soltando la baranda se arrastró por su entrepierna--¡Aguarda… que rayos…? No me digas que… ¡No te atreverías!—dijo con creciente incomodidad y luego pavor el alemán.
¿Acaso no te gusta la idea?—preguntó con una sonrisa macabra el otro empezando a acariciar esa zona del pantalón. Espantado el melado intentó zafarse y golpearlo con el codo pero no logró hacerlo pues el otro también era un experto guerrero y sabia como neutralizar dicha probabilidad.
Antes de que pudiera seguir sus piernas tornáronse débiles y su respiración entrecortada, la mano del otro se deslizó dentro de su ropa tocando su miembro ya del todo erguido mandando espasmos a su columna y debilidad a sus rodillas.
La nuca de Wilfred tocó el hombro de Ikabe y una de sus manos tomó el hombro restante volteando tan solo un poco mientras le ordenaba con voz agonizante que se detuviera.
¿Seguro quieres que te deje así, Shmidt san?—preguntó con ingeniosa sonrisa el ojos grises.
Mal…dito—respondió el otro antes de que la baranda fuera soltada y su cuerpo llevado lejos del barandal, hacia la puerta de un despacho tras ellos donde fue metido con su raptor, sus cuerpos calientes estaban unidos en un fuerte abrazo mientras sus ardientes bocas pugnaban en una lucha de poder.
Sumimasen, pero… ¿Podría usted decirme donde puedo encontrar a Shmidt san?—dijo el joven japonés que entró de uniforme a la fiesta de la embajada esa noche.
El hombre lo miró desde su altura que era como 20 centimetros mayor y decidió que ese joven tal vez tenía algo importante que reportar a un miembro de la embajada y que no sería nada inteligente dejar la oportunidad pasar. Le indicó el camino a tomar y el joven subió las escaleras.
Golpeó varias veces en su despacho, tenía su nombre ahí, pero nadie salió y aunque miró dentro nadie había. Esperó un rato y como no vino decidió bajar a la fiesta por si allí estaba, maldiciendo al hombre que le robó su precioso tiempo.
Iba a llegar al segundo rellano cuando los vió, saliendo juntos de una habitación. La mirada de sorpresa que le lanzó el rubio fue inequívoca.
¡Seto! ¿Qué haces aquí?—preguntó con una sonrisa satisfecha su hermano mientras Wilfred desviaba la mirada.