40-Adiós Seto
El hombre leía con atención los datos apuntados en la carpeta. Levantó la vista para mirar al rubio que frente a su escritorio fingía mirar por la ventana aunque estaba muy atento a sus movimientos.
Ha hecho un trabajo excelente, Herr Sturmbannführer—dijo el hombre con duro acento—Es una lástima que ya no podamos estar aquí. Sus servicios le han sido invaluables al Reich—
El otro le miró sin displicencia, había cierta dureza en su mirada—Me alegra que le gusten mis resultados Herr Hains pero si el Reich nos llama es de seguro que debemos volver—
La situación en el frente del Rin se está volviendo muy comprometida—dijo Hains al que evidentemente no le gustaba la idea de regresar a la madre patria pero no podía eludirlo. Todos los altos cargos de la embajada habían sido llamados a suelo patrio y debían regresar para cumplir con su deber con el Reich y con el Führer.
Ha sido muy beneficiosa su conexión con la familia Kaiba. Es de esperar que su talento nos llevara a conocer todos los secretos de este imperio—dijo Hains con cierta sonrisita.
Desganadamente Wilfred se levantó—Si es todo lo que tiene para decir Herr Hains me retiraré. Debo preparar mi viaje—dijo antes de volverse e irse.
Fuera del edificio prendió un cigarrillo y miró desde abajo la ventana de la oficina del comisionado del Reich para los affaires internacionales. Por un momento había sentido ganas de dispararle en medio de la cabeza pero no lo haría. Wilfred Shmidt no sucumbía a sus deseos fácilmente… salvo por una vez. Al recordarlo hizo una mueca y tiró el cigarrillo recién encendido para luego pisarlo con vigor. La razón de que no pudiera apartarse de Ikabe, la que nunca le había dicho a Seto se le hacía una pesada tarea ahora pero era su deber para con su patria, además Seto ya no estaba ahí.
Viniste—dijo Ikabe junto a la tumba en el cementerio familiar, estaba a un lado del mar junto a un cerezo. En ella la inscripción vertical detallaba un nombre que ambos conocían.
K S
A E
I T
B O
A
Parece mentira que ya hayan pasado tres años—dijo el mayor de los hermanos mirando la lápida tallada a mano con finas inscripciones. Por su expresión el alemán adivinó lo que estaba pensando y le puso una mano en el hombro.
No te culpes. Hiciste todo lo que podías—dijo el alemán.
Aun tengo mis dudas…. ¿Y llegaron tus órdenes?—preguntó el pelinegro.
Si—contestó el otro a media voz—Debo preparar mi equipaje, mañana parto para Berlin—
Desearía que no te fueras. En una semana es navidad, al menos la pasaras con tu familia—dijo el japonés y entonces miró la cara que tenía a un lado—Hubo ocasiones en que tu mirada se suavizaba así al mirarlo—exclamó de pronto sorprendiendo a Wilfred que le miró de hito en hito—Debo admitir que llegue a estar un poco celoso de mi hermano. Al final tú y él se llevaban realmente bien—
Esas palabras dolían pero Shmidt debía hacer como si no.
Era un chiquillo testarudo con demasiada presión en su cabeza—contestó sonriendo como si pensara que el otro era solo un joven más de los que había conocido en su vida.
Tienes razón—contestó el hermano de aquel con la misma media sonrisa que el alemán.
El 18 de diciembre de 1944, Wilfred Shmidt partió de Japón rumbo a Berlín. 9 meses más tarde Alemania caía ante los aliados empezando el dominio de estos en su territorio. Wilfred Shmidt fue apresado en la frontera de Dusseldorff y llevado ante el tribunal de Nühremberg por delitos de lesa humanidad. Fue hallado culpable y sentenciado a morir en la horca tres años más tarde cuando todos los países participantes de la guerra en Europa y Asia pugnaban por recuperarse y Estados Unidos estaba en pleno uso de su política del “New Deal” con los países Europeos y ayudando a la restauración japonesa.