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Te Di Mi Alma por ghylainne

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Notas del capitulo:

Mi segundo fic de esta pareja que se está conirtiendo en mi obsesión.

Para Iri20, porque tú también lo vales, cielo.

Te Di Mi Alma

 

 

Un gemido cargado de placer retumbó en el primer Templo, seguido de una voz que llamaba a gritos al guardián de Aries. No era algo nuevo, sino que aquello se venía repitiendo desde hacía unos meses.

—Eres un escandaloso —recriminó Mu a su amante.

—No te hagas el inocente, que sé que te gusta —protestó Máscara de la Muerte acomodándose en la cama, atrayendo hacia él al ariano y recibiendo un apasionado beso como recompensa—. ¿Puedo quedarme a desayunar?

Al oír aquella petición el carnero se separó de inmediato, sentándose de espaldas a Cáncer. El peliazul le había pedido lo mismo varias veces, y siempre se había negado. Se había empeñado en mantener aquella relación en secreto, a pesar de que Máscara no estaba de acuerdo. Así, sus encuentros quedaban limitados a poco más que unas cuantas sesiones clandestinas de sexo, lo que no satisfacía a ninguno de los dos, por mucho que Mu fingiese que no quería nada más.

—Será mejor que te vayas — respondió sin mirarlo.

—Joder Mu, no podemos seguir así —se quejó—. Estoy harto de esconderme. Yo también tengo sentimientos y no me hace gracia que te avergüences de mí. Quiero algo más que sexo contigo. A la mierda —exclamó desesperado ante su silencio. Se vistió y se fue, dejando a Mu derramando lágrimas en silencio.

 

 

 

 A la mañana siguiente, Mu se despertó tarde. Apenas había podido dormir, con las palabras del peliazul clavadas en él como puñales. Lo peor de todo era que tenía razón. Se avergonzaba de sus sentimientos porque se había ido a enamorar de alguien con un pasado oscuro lleno de muerte. Eso lo horrorizaba, aunque esa parte de su vida hubiese quedado atrás. Incluso le había demostrado que podía ser cariñoso, además de un excelente amante. Claro que el cariño de Cáncer tenía un límite, y Mu parecía haberse convertido en un experto en romper aquella sorprendente parte de Máscara.

En el fondo, sabía que tenía algo bueno, y se odiaba por la forma en que trataba aquel ser que sólo quería estar a su lado como una pareja más. No le había pedido otra cosa, sólo que admitiera lo que sentía ante sus compañeros. Bueno, en realidad ni siquiera le había pedido que confesara nada, sino que quería poder demostrarle sus sentimientos en cualquier lugar, en cualquier momento, ante cualquiera que estuviese delante.

Se dio la vuelta, arropándose con las sábanas, mientras admitía que en realidad deseaba que se hubiese quedado con él. Le hubiera gustado despertarse abrazado a él, poder disfrutar de sus atenciones una vez más antes de dedicarse a sus obligaciones diarias. Tenía que reconocer que la culpa era suya y de nadie más. Al menos el peliazul había tenido el valor de pedírselo. Y Mu se quedó allí, recriminándose su actitud, pero sabiendo que volvería a hacer lo mismo la próxima vez.

 

 

 

Otro que no había dormido bien era el guardián del cuarto Templo, y por razones similares. En cierto modo, comprendía las razones de Mu. No tenía un carácter demasiado fácil, aunque procuraba controlarse cuando estaba con el carnero, que, de todas formas, ya sabía donde se metía al aceptar ser su pareja. Aunque el cangrejo había pensado que serían realmente pareja, y no que mantendrían una relación a escondidas de todos. Estaba hasta las narices (por no decir otra cosa) de aquellas expediciones nocturnas de ida y vuelta. Quería ir libremente sin esperar a que los ocupantes de los dos Templos que los separaban estuviesen dormidos, y tener que marcharse antes de que se despertaran.

Cuando le había dicho que quería algo más que sexo lo había dicho en serio. Quería hacer todas esas tonterías que hacían los enamorados. Bueno, en realidad no. Él no era así. Pero sí quería hacer con Mu lo que quisiese en cualquier momento.

Ya no recordaba cuántas veces se lo había pedido, ni cuántas lo había rechazado, pero mientras se vestía llegó a la conclusión de que si aquello no cambiaba, su relación habría terminado.

 

 

 

Shion se encontraba tomando el té en sus habitaciones cuando llamaron a la puerta, y después de dar permiso para entrar, se encontró con su normalmente alegre alumno invadido por la tristeza.

—¿Te ocurre algo, pequeño? —preguntó preocupado el Patriarca.

Mu dudó en confesarse con su maestro. Había ido a verlo porque se sentía seguro y porque siempre parecía tener las respuestas adecuadas a todas las cosas, pero una vez allí le daba vergüenza confesar para qué había ido.

—Pues, en realidad sí —confesó finalmente.

—¿Mal de amores? —preguntó con un ligero tono de burla mientras le servía una taza de té.

—Maestro, ¿como...? —el carnero temía haber sido descubierto por Shion. En realidad, temía el rechazo de la persona que lo había tratado como a su propio hijo.

—Tengo más años que tú, y soy observador —dijo entregándole la taza—. Mu, aunque un árbol tenga raíces profundas, si no recibe alimento termina por secarse y morir —explicó Shion—. El amor es igual. Aunque los sentimientos sean profundos como raíces en la tierra, si no tienen estímulos acaban por desaparecer. Se pierden en la monotonía, como si fuesen una rutina más, y a veces se pueden perder para siempre, de la misma forma que un árbol muerto no puede volver a la vida. No dejes que eso ocurra, mi pequeño.

—Maestro, yo... —intentó explicarse, pero fue interrumpido por la voz serena de Shion.

—Yo sólo quiero que seas feliz, pero muchas veces la felicidad exige algún pequeño sacrificio. ¿De verdad crees que no vale la pena?

Mu estaba sorprendido de la facilidad con la que su maestro había descubierto lo que le pasaba, pero Shion siempre había sido capaz de leer en su corazón como en un libro abierto. Tal vez la telequinesis llevase emparejado algún tipo de empatía que el mayor de los carneros había desarrollado con loa años. Fuera como fuese, saber que contaba con la aprobación de su maestro pareció darle el valor que buscaba.

—Muchas gracias, maestro —y salió sin esperar respuesta. Ya sabía lo que tenía que hacer.

—De nada, mi pequeño.

 

 

 

—Te digo que Mu tiene un amante —decía Aldebarán.

—¿Como puedes estar tan seguro? —preguntó Shura.

Estaban sentados en el Templo de Capricornio, con Máscara de la Muerte, Aiolos y Saga. Los dos últimos no paraban de besarse una y otra vez, mientras el Santo de Cáncer sentía una envidia infinita de aquellos dos que no tenían ningún reparo en demostrar lo que sentían el uno por el otro. Ojalá Mu fuese así y le dejase hacer lo mismo, pero el carnero no parecía dispuesto a darle esa oportunidad. Suspiró resignado, intentando disimular sus ganas por cambiar de rema antes de ser descubierto, para mal del carnero y alivio suyo, harto de disimulos que no iban con su carácter.

—Verás —siguió explicando Alde—, por las noches siento un cosmos que atraviesa mi Templo hacia el de Mu, y más tarde da vuelta. No puede ser que no lo hayas notado —añadió dirigiéndose a Saga.

—Creo que alguien lo mantiene demasiado ocupado como para notar nada —se burló Shura, a lo que Aiolos le sacó la lengua, provocando las risas del grupo.

—Bueno, ¿de quién se trata? —preguntó Máscara, tratando de no ponerse en evidencia.

—Eso no lo sé —respondió el grandullón rascándose la cabeza—. Esconde su cosmos muy bien.

Como si le quedara otra, pensaba el cangrejo. Era la única forma en la que Mu aceptaba sus visitas clandestinas.

—Podríamos preguntarle —sugirió el centauro, ante lo cual a Máscara se le heló la sangre. Una cosa era esconderse y otra que Mu lo negase en público.

Y como una respuesta a aquella pregunta no formulada, el carnero entró saludando con la mano, acercándose al guardián del tercer Templo.

—¿Te unes a la charla? —dijo Saga inocentemente, pero con un brillo en los ojos que desmentía sus intenciones.

—No, gracias —se disculpó el carnero—. ¿Os importa que secuestre a mi novio? —preguntó abrazando a un más que sorprendido cangrejo ante la mirada atónita de los otros cuatro.

—No... Claro que no.... —consiguió decir Shura reponiéndose de a sorpresa.

—Gracias.

Máscara siguió al carnero hasta la salida, cogido de su mano, todavía incapaz de creer lo que había dicho. Mu había admitido delante de sus amigos que eran pareja, pero ¿por qué ese cambio repentino de actitud?

—Mu, ¿a qué ha venido eso? —preguntó con cierta desconfianza una vez fuera, deteniéndose al inicio de las escaleras.

—He sido un tonto —respondió mirándole a los ojos con todos sus remordimientos reflejados en aquellas inmensas orbes verdes—. No quiero seguir escondido si eso significa perderte. Ya no me importa que lo sepan.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, puedes quedarte a desayunar siempre que quieras —respondió con una sonrisa.

Máscara lo apresó en un abrazo sin dejar de reír por la ocurrencia del carnero.

—Espero que no tengas prisa por que me vaya, porque no pienso hacerlo.

Y lo besó, sin importarle si la panda de cotillas del décimo Templo los espiaban. Cosa que sí estaban haciendo, medio ocultos detrás de las columnas.

—Espera a que se enteren los demás —decía Ade, todavía en estado de shock.

—Bueno, cosas más raras se han visto —respondió Aiolos, colgado del cuello de Saga.

—¿Ah, sí? ¿Dónde? —rió Shura.

Y regresaron al interior del Templo, dejando que aquellos dos disfrutasen de un momento de intimidad, aunque fuese a las puertas de Capricornio, donde cualquiera que pasase podría ser testigo de la escena. Pero por primera vez en meses, a Mu no le importaba que eso pasase. Y ya estaría él ahí para defender a su cangrejito de lo que hiciese falta.

—Gracias por esperar —susurró el carnero.

—De nada —respondió Cáncer, arrastrando a Mu escaleras abajo, dispuesto a lucirlo por todo el Santuario, como siempre había deseado hacer.

 

 

~~FIN~~

 

 

Ferrol (Galicia), España  - 31 - Agosto - 2006

 

Muchas gracias por leer, espero que les haya gustado.

Besotes


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