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Divina Tentación por LadyBondage

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Notas del capitulo:

A leer.

Ilegitimo

[1]

 

Pocas veces en su vida había logrado sorprenderse con algo, o con alguien –ya fuese el caso-. Eso pasó aquella mañana mientras su padre presentaba a la mujer con la que iba a casarse, claro que él no lo supo hasta ese día. Porque el internado en Ámsterdam lo había mantenido aislado de las noticas que acontecían en su morada.

 

La mujer ya estaba embarazada, y aunque dudó que fuese hijo del poderoso magnate millonario Darío Lancaster, resultó que ese niño era sangre de su sangre. Y Dominic se vio obligado a compartir todo con aquel crio al que odiaba con todo su corazón.

 

Nunca iba a aceptar a un bastardo en su mesa, jamás. Por mucho que mantuviera el apellido de su ilustre familia, él jamás reconocería al niñato hijo de una arribista como digno heredero de los Lancaster.

 

Pero ahí estaba, sirviendo copas de vino a hombres que lo miraban con la lujuria acrecentada. Cody creció volviéndose un hermoso adolescente, y no podía negar los rasgos Lancaster en él; cabello ébano, y piel de marfil, largas piernas y cintura estrecha. Dios, su hermano de espaldas parecía una chica, se dejó crecer el cabello y además, no es que fuese un pervertido pero cuando vio ese trasero respingón en esos pantalones de cuero, se sonrojó.

 

— ¿Y… que te ha parecido la sorpresa? —Lindsay le cuestiona con su voz chillona y una sonrisita petulante pintada en sus bonitos labios carmín. Él bufa ignorándola, no puede quitarle los ojos de encima a Cody, después de años sin verse le sorprende encontrarlo ahí, en un lugar de mala muerte.

—Trabaja hasta las tres de la mañana, puedes…

—No lo haré. —interrumpe Dominic a Sebastián. —No aquí, ¿sabes o tienes idea de dónde vive?

 

Sebastián sonríe abiertamente, ordena a un hermoso camarero una orden de whisky en las rocas, para Lindsay una corona fría, y Dominic sólo pide un caballito de tequila para espabilar.

 

—No, pero eso no será difícil. —le dice el rubio de mirada verduzca. Lindsay a su lado le oprime generosamente su muslo derecho.

 

Traerla fue mala idea, normalmente ellos no salían a los mismos lugares porque ella solía asustarle a todas las pretendientes. Celos de ex novia, eso pensaba.

 

—Yo creo que mejor no deberías acercarte a él. —opina la fémina. Y Dominic quiere insultarla pero se muerde la lengua.

—Sólo necesito su maldita firma y ya. Tampoco quiero frecuentarlo como si fuese de la familia.

—Es de la familia. —interviene Sebastián.

 

Dominic se queda callado por unos cuantos minutos. Cody no es un Lancaster, ya no tiene ese apellido. Ahora es un Dellevan como la inmunda de su madre, de sólo pensar en esa maldita mujer quiere golpear a alguien.

 

Eva Dellevan, la perdición de su padre, la única mujer que logró ahuyentar a los demonios que acosaban al imponente Darío, hasta que él murió y entonces Dominic olvidó la promesa que le hizo a su padre en su lecho de muerte. Al día siguiente, Cody y Eva estaban de patitas en la calle. Y para que él los dejará en paz la obligó a firmar una carta poder donde Cody renunciaba a su apellido y a todos sus derechos como heredero del Lancaster.

 

—No lo es y como escuche decir eso de nuevo te arrancare la maldita lengua. —amenaza con una mirada cargada de promesas injuriosas. Sebastián guarda silencio, conoce a Dominic de toda la vida, sabe de lo que es capaz.

—Cariño, creo que podrás encontrar otra forma. —la sonrisa de Lindsay lo relaja un poco. Es un método eficaz en casos como estos, lo agradece mudamente.

 

Cody ha desaparecido de su campo visual, sólo hay bailarines contoneándose sugerentemente contra barras metálicas y meseros yendo y viniendo.

 

 

 

 

[2]

 

Cody termina su turno, a su lado, Oliver se alista para irse a casa. Están sumamente cansados pero las propinas fueron mucho más generosas que días anteriores.

 

—Todo se debe a que tu sonrisa atrapa a cualquiera. —le susurra Lena, la bartender y con la que se lleva muy bien.

—Yo también contribuí, hoy tuve clientes amorosos y muy cariñosos. —alega Oliver mostrándoles dos bolsas de regalos que pesan bastante.

 

Lena bufa contra el espejo mientras se desenreda el largo cabello rojo con los dedos, a Cody le encanta su tono rojizo. Es una chica linda, de esas que clasifican como las típicas vecinas de al lado. No tiene novio, a ella le da asco que le toquen los hombres, aún no sabe por qué pero ella le prometió que algún día se lo contaría.

 

—Eso es porque eres demasiado fácil de impresionar, querido. —bromea ella, Oliver le saca la lengua, Lena lo mira a través del espejo y sonríe. Sus ojos grises brillan gracias a los focos apostados en el marco del cristal. Cody suelta una carcajada limpia.

— ¿A qué no, Cody? Me dan obsequios porque soy amable. Díselo a está tonta pelirroja. —Oliver hace su cara más dramática, Cody niega con la cabeza mientras se ajusta la chaqueta.

—Son un caso perdido. —dice él finalmente.

 

Ya son las cuatro de la mañana, tiene que llegar a casa antes de las siete para preparar el material que necesitara para la universidad, además hará unas compras, y su madre tiene que ir al trabajo a las ocho, quiere verla antes de que se marche.

 

—Hasta mañana chicos. —Lena abre la puerta trasera, el clima azotador de invierno es crudo e inclemente. Ella sube el zipper de su cazadora, mira hacia el cielo nublado.

— ¿No quieres que te lleve? —Oliver lanza la pregunta al aire, un vaho blanco sale de su boca, inconscientemente se abraza así mismo.

—Gracias cariño pero no, Lisa vino por mí, nos vemos mañana. —se despide con la mano derecha arriba meciéndola de un lado a otro, Oliver y Cody corren a la puerta asomándose al callejón, en la entrada del mismo hay una chica rubia montada en una Harley Dividson color negro y monstruosamente grande.

— ¿Nueva conquista? —pregunta Cody, Oliver se encoge de hombros viendo subir a Lena detrás de la chica rubia, Lisa, la líder porrista de la universidad Kensington.

—Supongo, o quizá sólo es una follada.

—Como dices eso, a Lena no le ha ido bien con sus últimos noviazgos, quizá este sea el bueno.

 

Oliver se echa a reír provocando una seria mirada en Cody.

 

—Ay precioso, por favor, eso del amor está muy gastado, estaría bien que Lena y tú dejen de payasear con tonterías cursis y mejor disfruten de un buen polvo que falta les hace.

Cody se sonroja violentamente por la brusca sinceridad de su amigo. Él no ha tenido relaciones sexuales con nadie, ni hombre ni mujer.

Inmediatamente ese sonrojo aumenta. ¿Por qué precisamente ha pensado en hombres? Dios, trabajar en un bar gay le afecta.

 

—Como sea, ya vámonos o se hará más tarde. —apremia a Oliver.

 

 

 

 

[3]

 

Oliver conduce como si no hubiese semáforos en ninguna avenida, a Cody le asusta mucho la forma de manejar de su amigo. Se aferra al asiento con fuerza, sus dientes castañean por el frio y el miedo. Si Oliver choca será el fin para ellos.

 

—Podrías ir más lento, ¿sabes? Quiero vivir. —demanda con la voz aguda, Oliver se rie abiertamente.

—Imposible cariño, tú dijiste que querías llegar pronto a casa, yo sólo obedezco.

—Si pero preferiría llegar de una sola pieza, por todos los cielos.

 

Detrás de ellos un Mercedes Benz los sigue apaciblemente, el conductor tiene una sonrisa de dientes de lobo. Tenía razón Sebastián, seguirlos era la mejor idea. No le sorprendió el hecho de que se adentraran a los barrios bajos de Croacher, suponía que eso pasaría después de vivir por un tiempo en la opulencia cortesía de su estúpido padre.

 

—Gracias, Oli, te debo una. —Cody baja del auto, con una amplia sonrisa agradece a su amigo, el castaño le sonríe de vuelta.

—Me debes varias, tonto. Nos vemos en la noche. —se despide, su Volkswagen gris arranca haciendo muchísimo ruido. Cody espera no tener problemas con los vecinos por ello.

 

A unos cuantos metros, Dominic observa todo, ve a Cody adentrarse a un enorme edificio lúgubre de aspecto demacrado por el tiempo, Cody se esconde del diluvio que está comenzando a caer sobre él. Una sonrisa se plasma en sus labios. Ya sabe dónde vive, lo siguiente será muy fácil.

 

 

 

[4]

 

— ¿Y cómo es él? —Alec pregunta curioso a Dominic. Sus ojos violetas brillan expectantes. Dominic apaga su cigarrillo en el cenicero.

—Uno setenta y ocho, delgado y pálido. No le vi el rostro demasiado tiempo pero sigue pareciendo una niñita, tiene el cabello más largo, le roza los hombros y lo sujeta en una coleta baja.

—Yo no lo recuerdo mucho, sólo el color de sus ojos. Tan rojos…

 

Si, él tampoco los olvida, ojos rojos como la sangre, ojos bonitos que miran a todas partes. Cody heredó la belleza angelical de Eva pero mantiene un aspecto gallardo gracias a Darío.

 

— ¿Qué harás?

 

Alec es uno de sus mejores amigos, lo conoce desde la universidad, ambos son socios de la constructora de la que él es dueño. Sabe sus planes o al menos la mitad de ellos.

 

El punto está así: Darío –su estúpido padre – tenía una clausula bajo sello que el notario había leído hace un par de semanas, no podía acceder a las acciones mayoritarias sin el consentimiento de su hermano menor, Cody. Para ello debe firmar los documentos autorizándole las acciones a él.

Por eso su insistente búsqueda, no porque realmente le interesara saber sobre Cody, a él le importa una mierda su hermano. Sólo quiere lo que le pertenece.

 

—Haré que me firme los papeles y ya.

— ¿Y si no quiere? —cuestiona vacilante su amigo, Dominic frunce el ceño.

—Lo hará, y no importa al precio que sea, él me cederá sus acciones, no es un Lancaster, ya no más. 


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