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Sexting por Princesa de los Saiyajin

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Desafíos de la vida

 

Una nueva mañana llegó, el cielo seguía algo oscurecido a causa de las aborregadas nubes grisáceas que adornaban allá arriba. Goku, sin muchos ánimos, se levantó y tomó una ducha. Seguía pensando en su deseo de media noche: esa persona con quien pudiera ser feliz.

    Soltó un suspiro, notando que se estaba dejando llevar por la ensoñación otra vez. Pero, ¿acaso tenía algo de malo soñar? Bueno, tal vez cinco minutitos no hacían daño. Pensó en esa persona, se supone que alguien estaba destinado a entrar en su vida, ¿pero quién? ¿Sería chico o chica?, ¿sería ahora o en un futuro?

    Añoraba que fuera pronto, ahora más que nunca necesitaba de alguien que estuviera apoyándolo, así como lo hacían sus amigos antes del incidente. Una persona, un amigo, es lo único que necesitaba en esos momentos.

    Terminó de ducharse y salió del baño. Se vistió y colocó correctamente su uniforme, anudó la corbata viéndose al espejo. Suspiró al recordar el día en que su padre le había enseñado a anudar correctamente la corbata. En ese momento jamás pudo haber pasado por su mente que todo lo ocurrido pudiera ser posible.

    Tomó aire y forzó una sonrisa, tenía que ser fuerte, por su mamá y por él. Además, ¿qué más podría pasar? Las cosas no podrían empeorar, ¿o sí?

    —Hijo, ¿seguro que quieres seguir yendo a la escuela?—preguntó su madre cuando el menor entró a la cocina. El de cabellera alborotada asintió débilmente, tomó asiento frente a la mesa y miró el desayuno que su madre le sirvió. Huevo frito, tocino y un vaso con jugo de naranja recién hecho.

     Se notaba el amor y esmero con el que la mujer había preparado su desayuno, le agradeció y se dispuso a degustarlo, con calma aprovechando el tiempo de sobra que tenía antes de su primera clase. La mujer se sentó frente a él, para almorzar ella también. A simple vista parecía una familia normal.

     Ambos ocultaban perfectamente su dolor para que el contrario no se preocupara, aquellas sonrisas que se asomaban por sus rostros eran fidedignas, lograban engañar a la perfección. A pesar de que sus almas estaban agotadas, y de que su cuerpo pedía a gritos dejar salir todo ese dolor, aparentaban no tener nada de qué preocuparse.

     —Muchas gracias, mamá—besó a la mujer en la mejilla y se colgó su mochila—. Nos vemos más tarde.

     —¿No quieres que te lleve?—preguntó con esa voz tan dulce que sólo una madre amorosa tiene.

     —No, caminaré. Recuerda que siempre me ha gustado ejercitarme por las mañanas.

     —Oh, cierto… Bueno, ten cuidado, Goku.

    —Lo tendré, mamá. Adiós.

    Cuando el menor terminó de despedirse, salió de la casa y caminó por la acera, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y miró al suelo. Sonrió al recordar cuando era un niño muy hiperactivo, y que jugaba muy seguido a caminar sin pisar las líneas.

     La sonrisa nostálgica no tardó en desaparecer, tenía todo para ser feliz y ahora tenía que afrontar las consecuencias de sus actos. Levantó la mirada y divisó la escuela, había un grupo de chicas entrando mientras conversaban animadamente, además de otros que entraban corriendo. Incluso había quienes ya habían entrado pero salían rápidamente para fugarse.

    Se adentró, y como los días anteriores, notó que había quienes volteaban a verlo y cuchicheaban a sus espaldas. Decidió ignorarlo, si quería mejorar su situación primero debía mejorar su actitud, así que mostró una sonrisa algo tímida y entró a su salón de clases.

    —¡Ouch!—se quejó al golpearse contra la puerta luego de que un chico, aparentemente compañero suyo, entró rápidamente empujándolo en el trayecto. Aquel muchacho ni siquiera se disculpó, sólo lo vio y siguió su camino.

     Goku tomó aire hondamente, debía calmarse si quería que su plan (sobre mostrarle una sonrisa a la vida a pesar de los desafíos) funcionara. Se sentó en un banco al rincón y sacó su cuaderno, esta vez sí quería prestar atención a clases, después de todo sería bueno seguir con su excelencia académica.

     —Tal vez así papá vuelva a estar orgulloso de mí…—pensó con una sonrisa esperanzada.

     Tenía una gran necesidad interior de enmendar los daños causados, pero si quería eso tendría que dar su mayor esfuerzo para conseguirlo. Aunque, a final de cuentas, ni siquiera estaba seguro de que funcionaría.

    Cuando el maestro entró, todos guardaron silencio y se sentaron en sus respectivos lugares. El docente dio los buenos días y dio inicio a las clases.

 

***

 

Miró en todas direcciones hasta que encontró el lugar ideal para almorzar. Se acercó y comprobó que no había alguna planta pequeña o florecilla que pudiera aplastar en su camino. No aceptaba la idea de dañar a un ser vivo, por más pequeño que fuera.

     Goku se sentó bajo un árbol y sacó su lonchera, su madre había preparado un generoso sándwich para que comiera a la hora del receso. El menor cada vez se convencía más de que tenía a la madre más bondadosa del mundo, quien a pesar de todo le daba su apoyo incondicional y lo trataba como si nada hubiera pasado.

     Mordió el emparedado y miró al cielo, parecía que llovería de nuevo a juzgar por las nubes y el clima frío. El jardín era muy espacioso, y tenía varios árboles plantados que brindaban una gran sombra. Estaba algo alejado del patio central, donde casi todos pasaban ese lapso de tiempo, los demás estaban en las canchas practicando algún deporte o en la cafetería, comiendo.

     Vio a su examigo Yamcha, charlaba animadamente con otro chico. Se sintió remplazado, su amigo pelinegro ya tenía a alguien más para pasar los almuerzos. Bebió un poco del jugo de uva que llevaba y dejó de mirar en esa dirección, si seguía haciéndolo no resistiría más y comenzaría a llorar nuevamente.

    Debía ser fuerte, no podía rendirse o ceder ante la vida, así lo consumiera un vacío atronador. Cerró su lonchera al escuchar el timbre, señal de que debía regresar a su aula. Comenzó a recoger el pequeño desorden hecho. Algo cayó frente a él, era un llavero que le resultó muy familiar.

    Cuando levantó la mirada notó al pelinegro alejándose, probablemente sólo se había acercado para devolverle ese llavero. Miró el pequeño objeto unos segundos, era un Yamcha versión “chibi”, Goku recordó cuando le regaló eso a su amigo en su cumpleaños, cuando sólo tenían seis años de edad.

     Se puso de pie y corrió a su salón de clases. Afortunadamente todavía no llegaba el maestro que le correspondía, a pesar de los minutos de retraso. Llegó a su lugar y sacó de su mochila las llaves de su casa, ahí tenía su llavero, uno parecido al de Yamcha pero de él mismo.

     Recordó que también le había dado uno a Krillin, los tres siempre los habían guardado como símbolo de su amistad. Colocó el llavero de Yamcha junto con sus llaves y volvió a guardarlas. A pesar de que él no quisiera tenerlo más en su vida, Goku siempre lo recordaría con una sonrisa. Él había sido su amigo en su infancia y era un recuerdo muy bello que no quería perder o amargar por un absurdo odio.

     La maestra entró al salón, disculpándose por la tardanza y retomó el tema de la clase pasada. El de cabellera alborotada, a pesar de las enormes ganas de llorar, tomó los apuntes necesarios y prestó total atención a su clase. El cansancio emocional no era suficiente para quitarle las ganas de ser feliz de nuevo.

 

***

 

Por fin el bendito timbre de salida sonó. Los más inquietos fueron los primeros en salir huyendo de esa cárcel educativa, mientras que otros salían con más calma mientras charlaban y se despedían de sus amistades. Goku fue el último en salir de su salón, esperaba tranquilamente para evitar ser empujado por la falta de paciencia de sus compañeros.

     Saliendo, recorrió los pasillos, en los cuales sólo quedaba poco alumnado. Un grupo de chicos charlaba animadamente, lucía como si bromearan por la forma en que reían y se empujaban. Uno de ellos, con cabellera verdosa, golpeó a uno de sus amigos levemente para atraer su atención y señalar a Goku, quien caminaba con calma para ya irse a su casa sin verlos siquiera.

     El cuarteto caminó hacia él, liderado por el peliverde. Este se colocó delante de Goku, impidiendo que siguiera avanzando. El menor observó a los chicos, parecían de grado superior por sus estaturas y el ligero vello que se asomaba irregularmente en sus barbillas y mejillas.

     —Hola, pequeño… Eres de primer año, ¿verdad?—preguntó el joven. Poseía unos hermosos y cautivadores ojos color miel, similares al ámbar, que hacían juego con su rostro fino. Sus ojos también eran adornados por largas y rizadas pestañas.

     —Sí. Si me disculpan, ya me iba—intentó pasar por un lado para evitarlos, pero al pasar cerca de él fue rodeado por los hombros por su brazo.

     —Relájate, ni que te fuéramos a hacer algo—dijo en tono amigable—. Me llamo Zarbon. Mira, te mostraré la escuela.

     Algo temeroso por la cantidad que eran y que no podría hacer nada si los hacía enojar y decidían golpearlo, el menor siguió al peliverde, intentando llevar las cosas con calma y no hacerlo enfurecer. Un pensamiento pasó por su mente, ¿y si él era la persona a la que estaba esperando?

     —Mira, ¿ves esa reja?—señaló a través de un ventanal una reja cerca de una pared, al otro lado del jardín—. Pues nunca pases por ahí cuando vayas por la calle, ahí se drogan y fuman los de preparatoria. Mira, ¿ves esa señora que va a entrar a la pastelería?—señaló a una mujer que se adentraba a un establecimiento pintado de color rosa—. Es la dueña, y las galletas de ese lugar son muy buenas.

     Al parecer, Zarbon  no era tan mal tipo, incluso había bromeado un par de veces con él, logrando que se relajara y divirtiera en su recorrido, ahora sabía cosas que no cualquier maestro podría decir. Llegaron hasta el pasillo final de un piso, donde había una única puerta, algo despintada.

     —Dicen que este lugar está embrujado—el menor lo miró con ojos incrédulos y una sonrisita algo burlona, aprovechando que ya se sentía con más confianza.

     —¿Es una de esas “leyendas” de las escuelas como la de la muñeca en el baño de mujeres?—el mayor empezó a reír.

     —Tal vez, nadie lo sabe—miró fijamente a la puerta, borrando su sonrisa—. Dicen que hace muchos años había un conserje trabajando en esta escuela, pero que él tenía un gusto raro por los niños, por eso eligió el área de primer año, porque eran los más jóvenes…

     —Sí, eso aún me da escalofríos—comentó uno de los subordinados del peliverde.

     —Dicen que de la nada desaparecían alumnos, se cree que él los escondía en este cuarto durante mucho tiempo y los torturaba con tal de satisfacer sus deseos. Dicen que llegó el día en que descubrió una puerta secreta en la pared, que conectaba a un cuarto más grande. Y ahí fue ocultando a sus víctimas cuando morían de hambre…

     —Eso es absurdo—respondió un astuto Goku, creyendo que lo estaban molestando.

     —Es cierto—contradijo el peliverde—. Cierto día el olor fétido inundó el pasillo y se dieron cuenta de los cuerpos. El hombre fue llevado a la cárcel, pero dicen que se suicidó ahí.

     —Si no nos crees, mira—el castaño, amigo del de ojos ámbar, abrió la puerta luego de forcejear un poco y palpó la pared del fondo, ese pequeño cuarto medía a lo mucho un metro cuadrado de suelo.

     Luego de varios golpecillos la pared (al parecer falsa) se abrió. No pudieron divisar mucho debido a la oscuridad de ese lugar. El castaño salió de ahí tan sólo volvió a cerrar esa pared falsa. Se acercó de nuevo a los muchachos.

     —Dicen que en las noches los niños vagan por la escuela, y hay gente que asegura que los ha visto. Incluso han llamado a la policía creyendo que se metieron a robar algo, pero cuando llegan no hay nadie…

     —Dicen que si entras ahí puedes escuchar todavía sus gritos de dolor al ser violados—agregó Zarbon.

     —¿En serio?—preguntó el azabache tras escuchar la pequeña historia.

     —Sí… ¿Quieres entrar?

     —¿Eh? ¡No!

     —Anda…—entre todos lo comenzaron a arrastrar hasta el interior del pequeño cuarto, el pelinegro forcejeó pero le fue imposible. Lo empujaron hasta el interior del cuartillo y cerraron la puerta.

     —¡Déjenme salir!—golpeó la puerta frenéticamente, su cuerpo estaba completamente alterado, sentía gran calor en su rostro y una sudoración excesiva comenzaba a hacer presencia. El olor del interior de ese cuarto no le agradaba en lo absoluto. Tal vez era su imaginación o una mala jugada de su mente, pero le parecía escuchar murmullos al otro lado de esa puerta falsa.

     Afuera los chicos reían frenéticamente por la broma hecha al nuevo. Las carcajadas se escuchaban en todo el pasillo y hacían eco, les parecía demasiado divertido la situación, de seguro el menor estaba temblando de miedo.

     —A ver si así dejas de ser un desviado—dijo uno de ellos en tono burlón. Goku, quien se había colocado en posición para poder golpear la puerta con su hombro, se quedó estático al oír eso. Habían tocado un punto delicado en él.

     Esa palabra que también le había dicho su padre por su orientación sexual y que sólo lo hacían sentirse más miserable en esa situación. En ese momento entendió todo, no querían ser sus amigos, sólo querían burlarse de él por su manera de ser.

     —¡¿Qué están haciendo?!—preguntó una voz femenina al otro lado del pasillo. Los cuatro, al verla, salieron corriendo rápidamente, sin dejar de reírse. La mujer anciana se acercó a pasos lentos al cuarto donde antes ellos habían estado.

     Abrió la puerta y vio al pequeño pelinegro a punto de llorar en su interior. Le extendió su mano y él, tímidamente, la aceptó. La mujer dejó adentro el trapeador que llevaba en manos y cerró la puerta. Goku pudo leer en el uniforme de esa anciana “Uranai”. Ella era de muy baja estatura, además por la edad se encorvaba un poco.

     —¿Estás bien?—preguntó. El menor asintió y soltó aire—. Esos muchachos siempre hacen la misma broma del conserje.

    —¿Es cierto?, ¿eso en verdad pasó?

     —No, esa puerta al fondo conecta con el laboratorio de biología—el menor soltó aire algo aliviado, aunque por dentro todavía estaba su corazón completamente acelerado por la adrenalina sentida.

     —Gracias—su malestar actual no residía en la broma, sino en las palabras. Sentía de pronto el puño de su padre impactándose contra su mejilla más esa palabra tan dolorosa.

     —Vayamos con la directora para que haga la queja y llame a tus padres…

     —¿Eh? ¡No!

     —Pero es necesario que ellos vengan para que esto proceda…

     —No le llame a mi mamá…—sus ojos se llenaron de lágrimas—. No pasó nada, estoy bien. No es necesario que lo haga…

    —Pero, corazón, es necesario…

     Goku no quería que lo hiciera, por eso salió corriendo. Sin importarle dejar sola a la pobre mujer a la que los años le habían restado movilidad. Afuera la llovizna había alcanzado a crear charcos, los cuales mojaron sus zapatos.

     Llegó a su hogar y se adentró, debía llegar a su habitación para ducharse y lavar su ropa, para borrar toda evidencia de lo que había sucedido. Sobre todo fingir una sonrisa por si su madre preguntaba…

    —Goku, ¿cómo te fue en la escuela?—la mujer salió a recibirlo, pero al verlo se sorprendió—. ¿No te llevaste el paraguas?

     —No, lo olvidé—su respiración estaba agitada por el ejercicio realizado.

     —Bueno, ve a ducharte. En seguida lavo tu ropa para que esté lista para mañana…

     —No es necesario, yo lo hago—le dedicó una sonrisa y caminó a las escaleras—. Tú tranquila…

     Llegó a su alcoba y cerró con seguro. Estaba harto de tener que darle problemas a su madre, a esa mujer que se había esforzado tanto por su bienestar. Lo que menos quería era que ella tuviera que ir a la escuela por quejas o, como este día, haber sido víctima de bromas crueles por parte de los del curso superior.

     Y su esperanza de encontrar a alguien que fuera su amigo real e incondicional se esfumó, se perdió como un susurro con el viento.

 

***

 

—¡Adiós, mamá!—se despidió y salió de la casa, esta vez llevaba su paraguas negro, la lluvia esa mañana era algo fuerte y no quería que su mamá llegara tarde a su trabajo por tener que llevarlo a la escuela.

     Se regañaba mentalmente por no haberse defendido la tarde anterior. No, mejor aún hubiera sido estar calmo, eso hubiera funcionado mejor que alterarse y hacerlos reír por su desesperación. Tenía que aprender a ser más valiente, y sobre todo fuerte, no sólo físicamente, sino también en su carácter.

     Llegó a la escuela y, en la entrada, se detuvo a cerrar su paraguas. Una chica golpeó con él por la espalda. Goku volteó a verla, llevaba puestos sus audífonos y su celular en una mano, mientras el paraguas rosado iba en la otra.

     —¡Fíjate!—le reclamó la pelinegra, su tono de voz era de una niña molesta y mimada.

     —Disculpa, no era mi intención estorbarte—se disculpó sinceramente, aceptando parte de la responsabilidad por obstruir el paso.

     —¡¿Ah, no?!—dijo irónicamente—. Un rarito como tú no puede hacer otra cosa.

    —¿Ra… rarito?—susurró inaudiblemente, la chica sonrió con burla al ver sus labios moverse repitiendo esa palabra.

     —Eso eres—mostró la pantalla de su teléfono, a simple vista reconoció de qué se trataba: su conversación con Broly—. Pff, ¿que te gustan los hombres? Bah, eres un fenómeno.

     Algunas personas se detenían a escuchar las burlas de la muchacha acerca de la orientación sexual de Goku. El pelinegro, por el respeto que le tenía a las mujeres y el hecho de que era un caballero, no le respondía de forma grosera.

     —Por favor, ya basta—pidió, aunque su paciencia y tolerancia poco a poco se agotaban.

     —Oh, el desviadito quiere llorar—un aire de superioridad rodeó a la chica, el humillar al de cabellera alborotada y ser observada por un gran público alimentaba sus ansias por seguir haciéndolo—. ¿Así lloras cuando tu noviecito te la mete?—dijo vulgarmente, denotando que su lenguaje no era del todo propio de una señorita pero consiguiendo varias risas.

     El timbre de entrada sonó, así que el tumulto se fue esparciendo. Dejando sólo a la chica y a Goku. El pelinegro la miró, no era capaz de insultarla, él no era así.

     —Ya me voy, no me vayas a pegar algo…—dicho eso, se fue. El de ojos negros apenas quedó solo caminó al baño, cerró la puerta y se recargó en el lavabo.

     Comenzó a llorar, esas palabras habían sido muy crueles y, sumadas a las burlas y risas de todos, terminaron de derrumbar su estado de ánimo. Goku tenía todas las intenciones de salir adelante, de afrontar la vida con una actitud positiva.

     Pero las personas egoístas estaban aferradas en impedirlo, su falta de sensibilización le robaron las ganas de seguir esforzándose. Poco a poco estaba aceptando la idea de irse rindiendo, después de todo, lo hecho, hecho está. Por más que quiera, esas imágenes jamás las recuperará.

     Y aunque lo hiciera, ya todos lo sabían, todos lo tenían identificado. Su falta de tolerancia provocaba que no pudiera ser feliz, al parecer que le gustaran los hombres merecía una tortura social. Así lo recalcaban con sus acciones.

     Su corazón era noble, no había seguido las reglas. Se dirigía al sexo prohibido. No era malo, ni raro, ni un fenómeno, sólo tenía gustos diferentes a los de la mayoría.

     Se miró en el espejo, sus ojos estaban enrojecidos e hinchados, se veían vacíos y cansados. Se reflejaba en ellos el gran dolor que sentía en su interior, aquella agresión y falta de aceptación lo estaba dañando demasiado.

     ¿A qué hora se supone que llegaría la empatía? ¿Cuándo llegará el “alto” a esas bromas y burlas por parte de las personas que lo lastimaban? ¿Acaso no era evidente que sufría ya lo suficiente como para que ellos llegaran a lastimarlo más?

     Sí, ellos no sabían que había sido engañado para que enviara esa fotografía. Ellos no sabían que su padre los había abandonado por sus decisiones. Pero no necesitaban saberlo, para empezar esas agresiones no debían estar ahí, ese daño nunca lo debían haber empezado, no tenían por qué dañarlo por seguir lo que su corazón dictaba.

     Lo que le dolió más fue que nadie lo salvó, nadie dio la cara por él. Sólo veían, tal vez hubo quienes juzgaron como mal la situación, pero no hicieron nada al respecto. Eso era algo que le había dolido más que lo otro: su indiferencia.

     ¿Cuándo llegará a su lado la persona que lo acepte sin importar sus errores o su orientación?, ¿dónde está aquel que le tendería la mano cuando más lo necesitara?, ¿por qué no había llegado? ¿Dónde está ese alguien que sería su amigo fiel y real? Porque hasta ahora quedó demostrado que no estaba aquí. Así que, ¿en qué lugar se encuentra?

     ¿Dónde está?

Notas finales:

La UNICEF define el bullying como una forma de discriminación de unos estudiantes hacia otro u otros por sus características o su forma de vida: orientación sexual, identidad de género, nacionalidad, situación migratoria, etnia, sexo, condición socioeconómica, condición de salud, discapacidad, creencias religiosas, opiniones, prácticas basadas en estigmas sociales, embarazo, entre otras.

     Se manifiesta en comportamientos o conductas repetidas y abusivas con la intención de infringir daño por parte de una o varias personas hacia otra, que no es capaz de defenderse a sí misma.

     Puede ser violencia de tipo verbal, físico, psicológica, de índole sexual, material o cibernética.


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