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Sexting por Princesa de los Saiyajin

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Notas del capitulo:

AVISO EN PERFIL

8

Inquietud

 

Era insoportable aquella sensación, donde tenía un vacío en el estómago y unas inexplicables nauseas. Sentía dentro de sí como si su cuerpo se volviera más pesado. Y el cansancio… era por esas noches sin dormir. Era por llorar tanto a causa de algo que le dolía mucho en el alma y que no podía controlar.

       La maldita soledad lo llenaba. Sólo lo hacía desear cada vez más tener a alguien con quien compartir un instante, poder ser feliz de nuevo. Ser aceptado. Esa realidad la veía muy lejana, aunque todavía tenía un poco de esperanza en que se solucionarían las cosas.

     Miró con tristeza su habitación ya vacía. En ese lugar había pasado bellas experiencias. En esa habitación él y 17 habían dormido abrazados… Mordió su labio inferior y tomó la última caja para bajar y salir a la calle, donde su madre esperaba pacientemente. Era hora de irse del lugar que lo vio crecer.

     Su trayecto fue en silencio. Estaba deprimido, con una culpabilidad dentro de sí. Todo había sido por esa estúpida conversación que tuvo con el imbécil de Broly. Cerró sus ojos y apoyó su cabeza contra el cristal de la ventana.

     Quería replicar, decirle  a su madre que no se fueran, que no quería arruinarle a ella su estadía en aquella ciudad que tanto amaba y donde estaba su trabajo y amigos. Pero al mismo tiempo una parte dentro de él quería ser egoísta y huir de aquella realidad.

     Tarareó una canción en un bajo murmullo, ahogándosele el llanto en su garganta, siéndole imposible respirar adecuadamente. Una ligera ansiedad se apoderó de él, su respiración se había vuelto irregular, y un miedo inexplicable lo carcomió en su interior. Se sentía de pronto tan encerrado en esa camioneta, como si el espacio fuera insuficiente.

     A pesar de ese ataque ansioso no dijo nada, sólo intentó ignorar sus emociones repentinas para no ser una molestia para su madre. Encajó sus uñas en la piel de su brazo para comenzar un proceso de relajación. Sin importar la promesa que le había hecho a la mujer, la realidad era que las heridas físicas distraían su malestar emocional.

 

***

 

Miró una última vez esa boleta antes de botarla en el cajón de su mesita de noche. El departamento donde ahora vivían era pequeño, sólo contenía dos habitaciones, una cocina y dos baños, un espacio muy reducido a comparación de su enorme hogar. Sentado en la alfombra abrazó sus piernas y apoyó su cabeza en sus rodillas.

     Goku estaba en una soledad aterradora, donde sólo se permitía relacionarse con su madre unos minutos cuando ella llegaba de su trabajo, y eso sólo en ocasiones, la realidad era que la mujer llegaba tan agotada que iba directo a dormir.

     Y el Son no se lo reprochaba. Al contrario, se sentía inmensamente culpable de que ella ahora tenía que cumplir con dos papeles en la casa y doblar su trabajo para poder conseguir lo que necesitaban. Por eso Gine apenas y llegaba despierta.

     Y en esos últimos meses “de vacaciones” sólo se encerró en su nueva habitación, durmiendo gran parte del día y el resto sólo lo usaba para reflexionar recostado en su cama. El agotamiento lo dominaba, lo hizo perder el interés por hacer cosas acuerdo a su edad, como jugar videojuegos o leer mangas. Sólo se hundió en su depresión.

     —No quiero ir mañana a la escuela—se acurrucó bajo las cobijas y miró a lo lejos su mochila ya hecha—. Me odiarán y me harán lo que ellos—recordó inevitablemente el incidente con Zarbon donde salió herido gravemente.

     Zarbon… ese imbécil hijo de…

     —Goku—llamó su madre al otro lado de la puerta—. ¿Puedo pasar?

     —Sí, mamá—respondió.

     —Cariño, ¿ya tienes todo listo para mañana? Fueron casi cuatro meses que no fuiste a la escuela, pero es necesario que vuelvas.

     —Ya tengo todo preparado—susurró.

     —Bebé, ¿qué tienes?—se sentó en la orilla de la cama y acarició su cabello.

     —No me siento muy bien—miró a la mujer y sintió como si un balde de agua helada le cayera encima.

    Gine siempre se había caracterizado por su belleza natural, donde no requería ni una sola gota de maquillaje para verse hermosa. Y que si lo usaba era únicamente por presentación personal, o realzar un poco su rostro. Y sus ojos grandes y negros parecían dos azabaches brillantes, como luceros que atraían a cualquiera que los viera.

     Pero ahora se veían hinchados, incluso con ojeras oscuras sobre sus mejillas, y sus párpados lucían caídos. La mujer tenía una expresión cansada, dolida, como si no hubiera dormido bien en semanas. Su piel tenía un tono más pálido, y su sonrisa… lucía forzada, como si ella de verdad quisiera demostrarle que todo estaba bien cuando ambos sabían que no era así.

     —Mamá…

     —Cariño, será mejor que descanses—besó su frente, sabiendo qué es lo que el menor querría decirle con respecto a su estado—. Más tarde te traigo algo caliente para que bebas. Por mientras procura dormir.

      Lo arropó y volvió a dejarlo solo. Goku sintió un ligero abandono, ella siempre solía abrazarlo y mimarlo cuando algo andaba mal. Pero ahora… ella sólo le dio su espacio. Y, bueno, era lo que quería, pero una parte de él sí deseaba que ella le preguntara más, que insistiera en saber qué ocurría y qué pasaba por su mente.

     —17 sí se preocuparía por saber cómo estoy… Él no me dejaría solo…—su pecho se oprimió un poco, extrañaba a aquel muchacho pelinegro.

      Y no porque podría ser su primer amor, por cierto uno muy fugaz. Sino que era en las dificultades donde se valoraba el apoyo de una persona, y que Lapis estuviera con él a pesar de enterarse de su equivocación de la peor manera y aparte que lo hiciera sentir querido, le dio a entender que había alguien más que lo quería ayudar, lo hizo desear que jamás se separara de él.

      Pero sería muy injusto para el de ojos azules. ¿Quién querría a un idiota que se dejó llevar por palabras bonitas y envió su pack sin pensarlo a un desconocido? Sólo era un… desviado. Corrección: sólo era un imbécil. Un perfecto idiota.

      Sentía asco de sí.

 

***

 

Caminó despacio hacia el interior de la escuela. Su mirada se posaba en los azulejos blancos y negros del suelo. Escuchaba voces, risas, carcajadas… todo por parte del alumnado en la institución. Y no, no habían notado todavía al Son, cada quien estaba en su propio tema, ni siquiera volteaban a ver al extraño niño que vestía con una chaqueta con capucha puesta.

     La realidad era que Goku se había acostumbrado demasiado a las burlas dirigidas hacia él, y que hablaran mal de sí a sus espaldas, que todo el tiempo sentía que eran hacia él. Se sentía observado por todos lados y juzgado por miradas inquisitorias, aunque no fuera así.

     Llegó a su salón y entró con lentitud. Buscó el lugar más alejado de la puerta, en una esquina solitaria y vacía. Colocó sus cosas y se sentó, ocultando sus ojos con aquel flequillo. Nunca estuvo tan aterrado por un primer día de clases.

     —Joven—se sobresaltó al oír la voz grave del maestro. Se sumió tanto en sus pensamientos que no se percató del paso del tiempo, o que el profesor ya estaba en el aula—. Quítese la capucha.

     —Pero…—dudó. No obstante, sabía que era el reglamento, no podía usar gorros ni otro accesorio. Soltó aire para agarrar valor y bajó aquella capucha. Su cabello alborotado retomó su forma similar a una palmera y miró al hombre.

     Sintió un pinchazo en el corazón tras ver los ojos levemente sorprendidos del adulto. Ese hombre… él lo reconoció. Y no sólo eso, luego de descubrirse los murmullos en el salón se hicieron presentes. Tragó saliva y bajó la mirada con notoria angustia.

     El maestro intentó hacer como si nada ocurriera, incluso se veía un poco agobiado por la presencia del Son en su clase. Tal vez el docente se sintió un poco culpable al haber causado el conocimiento de los estudiantes sobre la verdadera identidad del menor.

    Goku empezó a sudar frío, algo nervioso por esas miradas discretas de todos sobre él. ¿Ahora cómo seguiría su vida en ese lugar donde todos sabían la estupidez que hizo, y probablemente tenían la fotografía en su galería?

     ¿Y… si resultaban hacerle lo mismo que Zarbon?

     No… no creía poder volver a resistir una tortura como aquella.

     Aunque, ¿qué había de Gine? ¿Su madre podría soportar una nueva mudanza, junto a muchas deudas con las cuales se ahogaría y tendría que comprometerse a trabajar incluso más? Cada vez que lo reconsideraba sólo reafirmaba que debía ser fuerte y resistir aquella situación. Y no, no lo hacía por él, sino por ella.

 

***

 

¿Dónde quedó aquel niño sobresaliente, amante del deporte y del estudio? Sólo quedó un adolescente deprimido que no era capaz de prestar atención en clase por más de diez minutos antes de sumirse en la melancolía y el dolor.

     Y sus visitas con la psicóloga no fueron nada gratas, incluso aquella mujer “con años de experiencia” no sabía exactamente qué decirle a un joven con su situación. Y Goku no podía presionarla, estaba en el borde del abismo, y sabía que nadie podría ayudarlo así.

     Limpió sus lágrimas con la manga de su suéter y se asomó por la rendija de la puerta del baño, intentando ver si había alguien ahí. Su rutina escolar diaria concluía siempre de ese modo, donde se iba a desahogar en la soledad de un cubículo hasta que la escuela se vaciaba por completo.

     Tragó saliva y salió despacio, lavó sus manos con lentitud, miraba el agua que corría y mojaba su piel. Miró las cortadas recientes, unas muy discretas que adornaban sus muñecas. Su madre había estado tan ocupada esos meses que dejó de prestarle atención a ese detalle. Y el Son lo había aprovechado, era su única escapatoria para todo su tormento.

     Si 17 estuviera ahí…

     ¡No! Debía dejar de pensar en el pelinegro. Él estaba al otro lado del mundo, y no podría contactarse con él sino hasta que regresara. Además, aquel muchacho era tan perfecto que dudaba mucho que realmente esperara dos años únicamente para terminar con una basura como era él.

     Sólo le quedaba pensar en él como un bonito recuerdo del pasado que posiblemente jamás recuperará. Pero si tan sólo lo pudiera ver u oír una última vez…

     Caminó por los pasillos con tanta pereza que lucía como si nunca fuera a llegar a su hogar. Se sentía tan abatido que lo que menos deseaba era continuar con ese estilo de vida. En esos meses había recibido más agresión que en su anterior escuela.

      Antes sólo se trataba de las escenas protagonizadas por Zarbon donde lo utilizaba a él como títere. ¿Pero ahora? Entre varios se reunían para agredirlo, tanto física como verbalmente. Y una vez más se veía a sí mismo callando todo para evitar preocupar a su madre otra vez.

     A veces sus compañeros le tomaban fotografías, a lo lejos, quién sabe para qué fines. Posiblemente para publicarlas y escribirles de título lo idiota que había sido. Y a veces escondían su mochila cuando salía al baño. Le daban empujoncitos, o había días donde todos amanecían “con demasiada repulsión” que huían de él.

     La cruda realidad era que sus agresores cada día se volvían más creativos a la hora de lastimarlo. Cada día llegaban con una nueva novedad para humillarlo. Era blanco de burlas, acosos y fotografías con objetivos que él desconocía, pero que seguramente no era nada bueno.

     Llegó a la calle, usando la capucha de su suéter para esconderse de miradas curiosas. Tenía tanto tiempo ahogándose en la desesperación y angustia, que no podía a veces asimilar su alrededor estando en aquel transe emocional.

     Sentía que las miradas del resto sólo eran para juzgarlo y notar sus fallas. Sentía que aquellos momentos que vivía eran tan difíciles. La vida se supone que era sencilla a su edad, pero ahora no estaba seguro de qué palabra podría usar para definir su situación.

    Antes nacían las esperanzas de su ser, pero ahora no entendía dónde quedó todo aquello; la oscuridad de su soledad había desnudado su persona para mostrar aquella alma afligida, tan lastimada y que gritaba por ayuda.

     Cada una de las personas que lo trataban mal, lo torturaban, lo hacían sentir menos… eran como sus verdugos cuando él estaba encerrado en aquella tragedia. Lo único que quería ahora era terminar con esto. Si tan sólo lo hubiera pensado mejor aquella maldita noche…

     Ese tipo sin duda tenía como única intención lastimarlo, obtener de él su imagen más pura, aquella que él hubiera deseado entregarle sólo a una persona: con quien compartiera el resto de su vida. Pero ahora podía ver que esos deseos se perdieron para siempre, y ahora todos conocían su intimidad.

     La sonrisa en su rostro ya no aparecía, el frío de su soledad lo hacía tiritar diariamente, deseando que un abrazo lo socorriera. La música que salía de sus audífonos lo alejaba de su entorno, se perdía en la melodía arriesgando su vida al cruzar las calles sin prestar atención a las señales de tránsito. Estaba absorto en él mismo.

     Un hombre que estaba recargado contra la pared de un local caminó hacia él, Goku chocó contra él por su distracción y la vista nublada a causa de las lágrimas. Ni siquiera se molestó en disculparse, sólo miró al hombre con su carita enrojecida, sabiendo que de su garganta no saldrían palabras sino quejidos de dolor.

     Volvió a bajar la mirada al suelo y retomó su camino. Se tambaleaba de un lado a otro por la jaqueca a causa del largo llanto diario y de la falta de alimento a la que se sometía. Era un milagro que siguiera despierto y caminando luego de la forma en que lastimaba su cuerpo.

     Llegó a su nuevo departamento, ese donde ya llevaba 5 meses. Aunque jamás reemplazaría su verdadero hogar, en el fondo añoraba que pudieran regresar a donde verdaderamente pertenecían.

     Entró y se recostó en el sofá, mirando al techo mientras se perdía en pensamientos y recuerdos. Volviendo a su mente aquel chico de cabellera negra y ojos azules… el problema nunca fue conocerlo, sino ahora dedicarse a olvidarlo. En su ausencia lo esperaba, le dolía no tenerlo con él apoyándolo en ese momento tan complicado.

     Las personas sólo se dedicaban a jugar con él, 17 era el único que siempre fue amable. Y no era un problema que Goku lo quería y se había enamorado de él, ni que el mayor sintiera lo mismo, sino que miles de kilómetros los distanciaban y los mantendrían separados durante más de un año.

     Recordaba con nostalgia cuando estaban solos los dos en su habitación, en un abrazo profundo. Recordaba cómo temblaba cuando él se acercaba lentamente, era por un nerviosismo de tener a quien le atraía así de cerca. Y cuando sus labios se unieron en un beso su voluntad se esfumó, lo único que deseaba era seguir así con él.

     Lloró cuando se despidió, los ojos del mayor también reflejaban la pena de su despedida, el mayor dudó incluso el arribar aquel avión. Pero ese adiós era necesario para el bien de ambos… o mínimo por el bien del mayor. Al Son se le dio la razón ante aquel último encuentro, 17 no sería para él. Sin embargo, aunque la vida se lo estuviera diciendo a gritos Goku sentía que sí era así, a pesar de que posiblemente nunca lo vuelva a ver. En el fondo deseaba que fuera así.

     Miró sus muñecas, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos como siempre que recordaba el momento en que su vida se arruinó. Las cicatrices eran más profundas, se veían ligeramente abultadas por los múltiples cortes. Su cuerpo en todos esos meses había cambiado: adelgazó, su piel se volvió más pálida, y sus ojos se veían opacados por ojeras oscuras.

     Cuando su padre se enteró de lo que hizo la casa tembló, el cálido ambiente se tornó oscuro y tétrico, una escena que ni en mil vidas imagino vivir con él. Lo cierto era que no le dolió aquel golpe, no tanto como la soledad y su abandono.

     Había perdido un gran honor, lo entendió perfectamente. Había fallado sólo una vez, pero bastó para perder el apoyo de aquel hombre que decía ser antes su padre, a quien había hecho sentir orgulloso muchas ocasiones, pero ahora no sabía absolutamente nada sobre su paradero.

     Y su madre, como la valiente protectora que era, a pesar del dolor de la decisión, prefirió irse de aquel lugar donde sólo era herido y juzgado. Había hecho un gran sacrificio por él.

     —Goku—se sobresaltó al oír la voz de la mujer detrás de él. Se incorporó rápidamente y trató de ocultar bajo su flequillo aquellas lágrimas que advertían caer sobre sus mejillas.

     —Mamá, creí que estabas trabajando—ella soltó un pesado suspiro y se sentó en el posa brazos.

      —Me dieron el día—miró al menor. Ambos tenían la misma expresión de fatiga y pesimismo, aunque con una sonrisa falsa para no angustiar más al otro.

     —¿Quieres que te prepare algo para que comas?

     —Hijo, ¿qué tienes?—acarició su cabello. El Son se estremeció un poco y se retiró del tacto de la mujer—. Kakarotto…

      —N-no tengo nada—se levantó con cuerpo tembloroso, se sentía con miedo ante cualquier tipo de contacto físico, incluso del de su propia madre. Se había acostumbrado tanto a los empujones y agresiones que las muestras afectuosas tampoco era capaz de recibirlas.

      —Pero… ¿Eh? ¿Tocan la puerta?—el Son detuvo su andar a la habitación para acercarse un poco a ella mientras abría la puerta. Se sorprendieron al ver a unos oficiales.

     —Buenas tardes. Disculpe, ¿es usted la señora Son Gine?—ella miró de reojo a Goku y asintió—. Soy el oficial Toppo, he seguido el caso de Son Goku—el hombre miró al de cabellera alborotada unos largos segundos, para devolver su vista a la pelinegra—. Es importante que hable con usted.

    —¿A qué se refiere con que sigue el caso de mi hijo?—la mujer se angustió un poco.

     —Señora Son, la imagen de su hijo se hizo viral en distintas redes sociales. Hemos intentado rastrear la cuenta que lo propagó inicialmente, pero con cientos de personas reenviándolo ha sido difícil. Diría que es imposible.

      —¡¿Está diciéndome que no harán nada?!—se alteró. El hombre ni se inmutó.

     —Señora, está hablando de un asunto que no es fácil de tratar. Cualquier cosa que es subida a internet es imposible de recuperar—alzó la voz y la agravó un poco—. Su hijo debió haberlo pensado bien antes de andar de ofrecido con un desconocido.

     Gine nunca esperó aquella respuesta. Lo esperaba de sus nuevos compañeros, de sus vecinos, incluso de los maestros… ¿Pero de un oficial de policía, cuyo objetivo debía ser brindar seguridad y bienestar a la población?, ¿alguien quien su trabajo era promover el respeto entre las masas y evitar cualquier acto de violencia o agresión? ¿Por qué se expresaba de forma tan odiosa hacia su pequeño, en lugar de hacer su trabajo?

     ¿Desde cuándo se trataba sólo de ella y de Goku?, ¿hace cuánto tiempo perdió el apoyo hasta de la misma ley? ¿Debía aceptar que el caso de su pequeño ya era dado por perdido o, corrigiendo, el menor era el único culpable?

     —Váyanse de mi casa—pidió, su expresión se había ensombrecido después de darse cuenta de la dura realidad.

     —Que tenga linda tarde—el hombre miró de reojo por última vez al menor. Sabía perfectamente por sus años de experiencia lo que la mujer sentía. Además, no iba a darle falsas esperanzas en que todo se podría solucionar, lo cierto era que nunca podría encontrar al otro participante de aquella conversación.

     Aquel hombre de bigote blanco salió junto con su acompañante joven, quien lucía incómodo por aquella situación. Tan sólo se retiraron y la puerta se cerró Gine se apoyó contra la madera. La imponencia la llenaba, tenía el miedo de no poder ser capaz de proteger a su niño.

     Con un nudo en la garganta y ojos acuosos lo miró. Goku veía al suelo y se veía afectado, tiritaba durante un llanto silencioso pero dolido. Con lentitud se acercó, mirándolo a detalle, vio cada parte de su exterior. Estando de frente, viendo de cerca su inquietud, habló seriamente.

     —Goku, quítate la chaqueta.

      —Pero…

      —Goku, obedece.

     El Son bajó el zíper y se retiró aquella prenda. La mujer con una seña pidió que también se quitara la playera de manga larga. Sí, ya sabía a dónde iba a parar eso. Accedió, entendió que no podría ocultarle más lo que hacía.

     —Kjj—cerró sus ojos y su rostro se transformó en una mueca de dolor. Pero no una donde era soportable, se trataba de un dolor penetrante, de un dolor en lo más profundo del corazón, un dolor del alma—. Hijo, prometiste que lo dejarías…

     —No puedo…

      —Hijo, ¿sabías lo de la foto? ¿Sabías que ahora aquí se enteraron de ella?—el Son asintió despacio.

     —En… la escuela… En la escuela me molestan por eso. Los chicos me golpean, y las niñas me arrojan comida en la cafetería. Todos se ríen de mí.

     —Hijo—volvió a ponerse seria, aunque sus labios temblaban ligeramente—. Prometiste que no volverías a ocultarme cosas…

     —¡No quería preocuparte!—empuñó sus manos—. ¡Has hecho demasiado por mí que me cansé de estorbarte y darte problemas! ¡Por eso no te dije nada! Estás muy ocupada cubriendo deudas y trabajando que lo que menos quiero es darte otro problema más…

      —¡Tú eres lo más importante para mí! No importa mi trabajo, ni el dinero… Lo único importante aquí eres tú—acarició su mejilla y comenzó a sollozar viendo fijamente los ojos de su hijo—. Prometiste nunca más cortarte…

     —¡No puedo dejarlo!—soltó su llanto, estruendoso como su pesar—. Me ayuda a calmarme, a no sentir, a olvidar lo que me hacen—la miró con súplica—. No me pidas dejar lo único que me hace sentir bien ahora.

     La pelinegra lo miró unos segundos. No resistió y lo abrazó fuerte, siendo correspondida. Tenía un miedo atronador invadiendo su persona, jamás imaginó que podría llegar a sentirlo. Por primera vez temía por perder a su hijo, porque el menor estuviera destruyendo poco a poco su cuerpo, colaborando con sus agresores que lo dañaban.

     Sólo atinó a abrazarlo y no soltarlo, con miedo de que su pequeño siguiera así, entendiendo por fin la frase “nunca sabes cuándo podría ser la última vez”, y asustada de vivir una experiencia así. Lloró en el hombro de su hijo, aterrada de perderlo, temiendo por primera vez durante toda aquella dificultad del mundo entero.

 

***

 

Desearía que fuera una pesadilla…

     Un triste deseo de un alma inocente que aclamaba porque su tortura acabe. Tragó saliva y secó sus lágrimas con la sábana. Una vez más la sensación de dolor en todo su cuerpo apareció, el desgano y desinterés ante todo se apoderó de su mente.

    Toda su vida cambió en un segundo, sólo por una mala decisión. El miedo que tuvo antes de enviar aquella foto no fue suficiente y lo ignoró, pagando caro el no haberlo reconsiderado bien. Se sentía tan solo en ese momento, sin honor, sin cariño, sin amigos, sin nadie que lo apoyara o que siquiera le importaran sus sentimientos.

    Su único consuelo era que nada de eso podría ser peor… ¿O sí?

    Quería huir y no volver. Un día, es lo único que quería, un día donde las agresiones no llegaran y no sintiera dolor, donde su padre nuevamente pueda estar orgulloso de él y él recupere a su hermano mayor. Quisiera un día donde las personas se tomaran la molestia de escuchar las razones por las cuales cedió ante Broly y que sintieran empatía con él.

     Pero nadie lo hacía, nadie era capaz de ver la agonía del cuerpo del joven que se equivocó sólo una vez en su corta vida. Nadie siquiera le demostraba que no estaban ni siquiera en un punto intermedio, sino que todos se aferraban a hacerlo sentir que estaba sólo, con todo mundo en contra.

     Quizá si una primera persona llegara sin quererlo juzgar, sería capaz de entregarle todo el amor que guardó siempre. No pedía que saliera bien una relación, sino que funcionara sólo un poco, lo suficiente para liberar su alma y hacerlo sentir querido unos segundos.

     En esos momentos podría decir cómo se sentía el fuego interior, como espinas incrustadas en el pecho. Podía contar cómo se sentían los demonios reales de la vida, que eran las mismas personas con las que convivía diariamente, ellos eran los verdaderos motivos de terror.

     Deseaba que alguien le diera el aliento para seguir. Sólo quería una primera persona que no lo quisiera juzgar. Pero entre más sencillo parecía, más difícil era para él, absolutamente nadie era capaz de acercarse a tenderle la mano.

     Se equivocaba. Sí hubo una persona, sí hubo alguien que a pesar de todo quiso seguir con él. Alguien que no sintió asco, ni lástima por su error, alguien que incluso con todo eso se enamoró de él siendo un niño estúpido. Su pequeño primer amor lo aceptó con todo eso y más. Y ahora él ya no estaba ahí.

     Debía dejarlo ir y aceptar su partida. Tal vez… tal vez él no era la persona con quien estaba destinada a estar. Quizá sólo era alguien que sería un gran amigo, nada más. Y si así era, lo aceptaba. Todo por el bien del de ojos azules, prefería aprender a vivir sin él, si iba a perder contacto con 17 para que no sufriera por convivir con una basura como él lo cumpliría. Sólo quería que fuera feliz aunque fuera sin él.

     La verdad era que su corazón no podía más y estaba desesperado porque alguien llegara y lo sacara de la soledad, que hiciera lo mismo que hizo Lapis con él. ¿Pero dónde encontrar a alguien bueno en esa sociedad tan podrida?

     En pleno siglo XXI el mundo se envolvía en burlas por redes sociales, se llenaba de egoísmo e insensibilidad. Todo ahora era busca de aceptación social, incluso si eso conllevaba faltar a la ética y moral. Por eso no se salvaba de los linchamientos: había ido en contra de la opinión de la mayoría.

     Y no, él no estaba equivocado. Los demás eran demasiado intolerantes.

     Aunque, viéndolo de otro modo, si alguien “importante” o “famoso” decía que algo estaba mal, había un gran número de personas que lo seguía. ¡Claro!, así como los lame botas que eran sólo para sentirse integrados a un grupo. Qué porquería

     Abrazó contra su pecho el dije con el número 17 que le regaló su primer amor. Era la pequeña muestra de afecto que recibía, y que le daba una ligera esperanza de que no todos eran así. Debía existir alguien igual de bondadoso que él que sea capaz de enfrentar a su lado al mundo entero.

     Y es que así era la ley. Debía haber un ángel para él. Y posiblemente, al conocerlo, el tiempo se le iría volando. Teniéndolo con él, sintiéndose fatal y sin tener a dónde ir, sólo tendría que voltear a verlo y estar a su lado para que vuelvan a él todas las energías y pudiera sentirse mejor.

     Estaba seguro de que una persona así se colaría entre sus huesos, abriéndose paso a su interior hasta su corazón para quitar todo rastro de agonía. Sí, debía existir un alma pura en ese mundo tan asqueroso, alguien que entendiera la palabra “respeto”. Alguien que quisiera brindarle compañía.

     —Aquí estaré, esperándote… Seas quien seas…—tragó saliva con dificultad por el nudo en su garganta—. Sólo no tardes demasiado…

 

Notas finales:

(01/12/2019) By Near


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