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Diario de un policía: Aomine Daiki. por lanekorubia

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—Pedófilo de mierda.

 

—Idiota.

 

—Asalta cunas.

 

—Polla floja.

 

—¡Vete a la mierda, no tengo la polla floja!

 

Sonreí de lado y comí de mi tostada, sintiéndome victorioso una vez más. ¿Cuándo iba a aprender Takao?, yo era el hermano mayor, demonios, siempre iba a ganar en estos estúpidos juegos. Seguí terminando mi desayuno felizmente tarareando una canción, mientras mi hermanito no dejaba de resoplar por mis palabras. Adolescentes y sus mierdas, gracias al cielo había pasado por eso hace bastante tiempo atrás.

 

—Mira, hermanito… —carraspeé y me hice el desentendido—, si no quieres que se corra el rumor de tu problemita —alcé mis cejas para darle a entender de qué hablaba—, deberías hablar con esa novia tuya que tienes. Me da una jodida vergüenza escuchar cómo les cuenta a sus amiguitas que no duras ningún jodido minuto, ¿dónde queda mi potencial entonces?, ¡soy tu hermano!, ¡la gente creerá que es un problema de familia!

 

—¡Vete a la verga, viejo de mierda!

 

—¡Viejo y todo tengo más aguante, marica!

 

—¡Ya quisieras tener las mismas energías que yo, jodido anciano!

 

—¡Ya quisieras tú tener mi porte, maní!

 

—¡Basta de discusiones, niños, terminen su desayuno! —Furihata entró en la cocina limpiando sus manos con uno de los paños que utilizaba allí. Nos dio una severa mirada y se cruzó de brazos frente a nosotros, carraspeando para llamar nuestra atención. Takao y yo dejamos de mirarnos para poner nuestra vista sobre el castaño—. Estoy harto de sus gritos. Takao Kazunari, llegarás tarde al colegio, apresúrate a comerte eso. —Takao entornó sus ojos y se devoró su última tostada, se puso de pie y colgó su mochila en uno de sus hombros.

 

—Nos vemos —Dejó un beso sobre la mejilla de nuestro padre adoptivo y luego pasó junto a mí—. Oh, y… Aomine —sonrió con fingida inocencia y se acercó a mi oído—, que quede claro que al menos yo no me duermo luego de la primera ronda —susurró y dio media vuelta para irse.

 

—¡Cabrón, esa es una mentira que se inventó Tara! —grité, girando mi cuerpo y mirando hacia la puerta de entrada.

 

—¡Ya sabes, habla con tu ex, no me gustaría que la gente pensara que es un mal de familia!

 

—¡Jódete, mocoso! —resoplé y volví a darme la vuelta.

 

Furihata estaba con sus brazos cruzados y una de sus cejas alzadas en mi dirección. Suspiré e hice un puchero, tratando de exculparme delante de él. El castaño negó con su cabeza y se volteó hacia el lavabo para terminar de lavar los platos.

 

—Me cuesta diferenciar cuál de mis dos hijos es el adolescente. Tienes que dejar de pelear con tu hermano, Daiki-kun. —Estaba a punto de reclamar por ello cuando él se dio vuelta y me apuntó firmemente con su dedo índice—. Es una orden, jovencito.

 

—Pero… pero… —resoplé—, ¡Okasa! —me quejé—, Takao empezó.

 

—Cariño, Kazunari-kun tiene diecisiete años.

 

—¿Y qué?

 

—¡Y tú eres un hombre de veintinueve años! Nueve días más y cumplirás los treinta. —Entorné mis ojos y terminé mi café rápidamente—. Eres un adulto, Aomine Daiki, no puedes compararte con tu hermano de ese modo. ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando llegaste a casa con eso? —Apuntó mi brazo tatuado de mala manera, Kouki lo odiaba a muerte—. "Soy un hombre hecho y derecho que puede tomar sus propias decisiones con respecto a su cuerpo y a su vida, okasa'" —imitó mi voz deplorablemente—. Bueno, muchachito, no me estoy creyendo mucho esas palabras…

 

—Bien, sé que soy un adulto. —Me levanté y recogí la gorra que reposaba sobre uno de los taburetes—. Pero con alma de niño. —Le guiñé un ojo mientras me acomodaba la horrenda gorra. Me acerqué a él y besé sonoramente su mejilla—. Te amo, pero éste adulto responsable debe irse a trabajar. —Furihata sonrió y acarició mi mejilla dulcemente.

 

—Que tengas un buen día. Recuerda, siempre usa el chaleco antibalas y no dispares antes de preguntar.

 

—¿Y a quién carajos voy a disparar? —Alcé una de mis cejas y entorné mis ojos, soltando un bufido. Ojalá y algún día pueda usar la puta pistola, sería el día más feliz de mi maldita vida—. ¿A la señora Himeji? —Una pequeña sonrisa se posó en los labios del castaño. Volví a besar su mejilla fugazmente a modo de despedida y caminé hacia la puerta de entrada.

 

—¡Oh, corazón, lo olvidaba! —Me detuve justo cuando iba a abrir la puerta—. No pude evitar escuchar la conversación tan amena que tenías con Kazunari-kun—reí—, si estás teniendo problemas, podría pedirle a Midorima-san que te receta una de esas pastillitas azules…

 

—¡Kouki!

 

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El día había pasado absurdamente tranquilo, nada más que el papeleo correspondiente había tenido que rellenar. Gracias a la vuelta de clases, el criminal número uno de Tachikawa, luego de derrocar a la señora Himeji en el puesto, no tenía tanto tiempo como en vacaciones para sus fechorías. No sabía si sentirme agradecido o pegarme un jodido tiro en la frente. Estaba a punto de acabar mi oh-tan-malditamente-entretenido turno cuando recibí una llamada de Sakurai –quien había mantenido el apodo de novato–. Él seguía siendo el mismo chiquillo de veinte años que se había meado en sus pantalones la primera vez que conocimos a nuestro criminal estrella.

 

Atendí su llamado, montándome en la patrulla y partiendo al punto de la cuestión.

 

—Mierda, ¿pero qué demonios?... Disculpa, ¿qué, en el infierno, estás haciendo? ¡Saca tus sucias manos de mí! Mira, eunuco, no lo repetiré… ¡Demonios!, ¡he dicho que me sueltes!

 

Suspiré sacándome la gorra y mirando el espectáculo frente a mí. Dios mío, ¿qué había hecho yo para merecer esto? ¡Malditas series policiacas!, ¡malditos programas como Criminals Mind!, ¡puto CSI que me has jodido la vida! Te pintan una vida emocionante siendo parte de la fuerza policial, atrapando criminales, siendo un puto héroe para tu pueblo. ¿Qué me queda a mí?, Kise Ryouta, por supuesto, eso era lo que a mí me quedaba.

 

Carraspeé para llamar la atención de Sakurai.

 

—¿Sakurai?, ¿qué carajos estás haciendo?

 

—El señor Kise llamó con histerismo porque alguien estaba entrando a su hogar sin su consentimiento, señor. —El castaño jaló de las esposas que había puesto en el chiquillo—. Encontré a éste muchacho intentando ingresar a la morada por la ventana del segundo piso. Allanamiento de morada, sin más.

 

El chiquillo me miraba completamente enfadado.

 

¿Qué?, ¡como si esto fuera mi puta culpa!

 

—Sakurai… —suspiré rascando mi nuca—. Joder, muchacho, él es Kise Ryouta, Kise... ¿Entiendes lo que estoy tratando de decirte? —El novato ladeó la cabeza y frunció el ceño levemente.

 

—Sé que es Kise Ryouta, señor… —Abrió sus ojos y se sonrojó—. Oh… Kise, como el señor Kise —asentí.

 

—¿Qué hacías escalando tu casa, muchacho?

 

—¡Perdí las llaves cuando venía desde el instituto! —chilló Ryouta, inflando sus mejillas—. ¿Tengo prohibido entrar a mi propia casa ahora? —Me retó con la mirada—. Shiro está ahí dentro y no lo dejaré con el viejo ese, el brandy lo dejó cucú desde hace tiempo, oficial Aominecchi, ¡está negando a su propio hijo!

 

Estábamos haciendo un escándalo jugoso en el jardín frontal de la casa Kise. El rubio despotricaba contra su padre por lo desconocido que le había dicho. Joder, no era la primera vez que lo hacía, pero él estaba más preocupada de dejar a su hermanito dentro con el borracho del pueblo. El señor Kise salió por la puerta de la morada tambaleándose, en ese hombre no quedaba nada del antiguo y respetado jefe de policía de Tachikawa. Mierda, se podía confundir fácilmente con uno de los vagabundos que rondaban la plaza central. Ryouta resopló junto a mí y chasqueó su lengua, observando la imagen deplorable de su borracho padre.

 

—¡Llévenselo de aquí! —gritó arrastrando las palabras—, ¡es un pequeño ladronzuelo!

 

—Viejo, soy tu hijo, con un demonio, ¡salí de esos huevos que te cuelgan hasta las rodillas! —Ryouta trató de acercarse a su padre pero Sakurai lo tenía firmemente agarrado—. ¡Shiro! ¡Shiro ven aquí!

 

Se escucharon unos rápidos pasos dentro de casa que golpeteaban contra la madera, luego el cuerpo del señor Kise fue empujado hacia adelante dejando así ver a un mocoso de seis años correr hacia el adolescente. Ambos hermanos se abrazaron, el niño, entre los brazos de su hermano, miró al que era su padre por sobre su hombro y le sacó la lengua fervientemente.

 

—¡Llévatelos a los dos!, ¡llévatelos Aomine!

 

—Oficial Aomine.

 

—¡No me vengas con esas, muchachito!, ¡soy tu jodido superior!

 

—Y una mierda, señor, usted ya no es el superior de nadie… Y sigue siendo oficial Aomine.

 

—¡Llévatelos, oficialucho Aomine! —gritó el hombre, alzando su botella de brandy en el aire. Siempre había tenido unas ganas enormes de partirle el rostro, pero, oye, no puedo abusar de mi poder de autoridad—. Quién mierda dice si son mis hijos de todos modos, con esa madre que tienen…

 

Suspiré y le hice una seña a Sakurai con mi cabeza. Ryo empujó suavemente a Ryouta por la espalda, guiándolo a la patrulla. El muchacho estuvo balbuceando palabras no tan apropiadas para el hombre que había sido el responsable de su estancia en el mundo, mientras Sakurai lo llevaba a la patrulla. El rubio sostenía la mano del niño firmemente entre la suya, Shiro seguía sus pasos con obediencia. El señor Kise bebió de la botella de brandy que tenía entre sus manos, hice una mueca, esa jodida mierda era poderosa, mi garganta sufría al pensar en cómo debe quemarle si la bebe sola todos los putos días, bueno, la costumbre debe haberle ayudado.

 

—Bien, señor Kise, me encargaré de sus hijos.

 

—Más te vale hacer bien tu trabajo.

 

—Estaría encantado de romperle el puto rostro, de eso que no le quepa duda, pero lamentablemente estoy tratando de hacer bien mi trabajo, ¿le queda alguna duda ahora? Tengo una puta paciencia que se me está agotando con usted, realmente. Una palabra más y seguiré sus pasos, abusando de mi autoridad, puede que incluso se le quite la maldita borrachera.

 

Quise decirle que no éramos una jodida guardería también. Él no podía llamar cada vez que no quisiera poner un ojo sobre sus hijos, pero, infiernos, tengo algo llamado conciencia. Prefería mil veces tener a los mocosos bajo mi vista a que estuvieran en casa aguantando la mierda de un viejo alcohólico como lo era él.

 

—Eres igual de insolente que el mocoso. Ryouta es un mocoso insolente bueno para nada que necesita unas buenas zurras, ¡debí haberle enseñado cuando aún había tiempo! Salió tan jodido como su madre —arrastró las palabras nuevamente—, ¡cuídate de él muchacho, son unos brujos!, ¡te embrujan con su apariencia, y así te dejan después! —se apuntó a sí mismo y volví a hacer una mueca con mis labios.

 

Santa mierda.

 

Yo no quería terminar oliendo a alcohol, con una panza de diez metros y con un olor a mezcla que no te dejaba saber exactamente si el viejo no se lavaba bien entre las piernas o bajo los brazos.

 

—Gracias por la advertencia, señor Kise, la tendré en cuenta.

 

Sí, claro, como si creyera en las malditas palabras de un hombre como él.

 

Ésta iba a ser una larga noche en la comisaría.

 

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—Oficial Aomine, reportándose.

 

La comisaria de Tachikawa estaba en penumbras, había cambiado mi turno diurno del día viernes por el nocturno del lunes con Kagami, el viernes había una especie de reunión de padres en el centro donde Takao estudia, el único presente en el pueblo de           Tachikawa, y no podía faltar, okasa me lo había pedido como un favor ya que ese día él y Akashi tenían un jodido evento de la empresa o algo así. Los turnos nocturnos eran tranquilos, normalmente la estación policial estaba a tu entera disposición, era tanta la maldita tranquilidad que incluso podría correrme una paja y nadie se enteraría de lo sucedido. Pero la mayoría del tiempo solo éramos yo y el novato, y…

 

—Aominecchi, no es por alterar tu aire pensante, te ves condenadamente bien de ese modo… pero mi panza está pidiendo un poco de comida, si fuera posible, estoy hambriento, tan estúpidamente hambriento que me atrevería a decir que te comería de un solo bocado… Y ambos sabemos que no queremos eso, mejor que sea lento, para degustarte deliciosamente.

 

—¿Puedo comer hamburguesa? Quiero una hamburguesa, Onissan.

 

—No hay hamburguesas aquí, pequeño, ni siquiera las hay en casa… ¿Qué esperabas? Aunque, si el oficial Aominecchi se apiada de nosotros… —Ambos me observaron fijamente con una mirada llena de ilusión. No había personas más manipuladoras que ellos.

 

…Los Kise.

 

Suspiré y mi vista se posó en la celda que estaba frente a mi escritorio. El chiquillo me observaba desde el lugar, estaba sentada sobre la roñosa camilla, sus brazos cruzados por sobre su pecho. Ambos Kise tenían el mismo color de cabello y esa naricilla respingona que te desafiaba sin más, solo se diferenciaban en los ojos. Mientras que Shiro tenía los castaños de su padre, Ryouta había sacado los dorados ojos de su madre. Hace nueve o diez años atrás, cuando Ryouta era un niño y cometió el error de robar mi gorra en una de mis guardias, y apuntando ese como el segundo de sus delitos, había aprendido que llamar a la casa Kise no era una de las mejores ideas. El padre era una mierda y la madre una corredora profesional, háblale sobre sus hijos y no verías ni su sombra. Tener a los chicos conmigo durante mis turnos de noche se había vuelto una rutina, personalmente creo que pasan más tiempo dentro de la comisaria que en su hogar. No los culpo, con unos padres así nadie querría estar en esa casa. Y Ryouta y Shiro eran un pack, el adolescente no se movía de su lugar si el niño no estaba junto a él.

 

—Eh, muchacho, ¿podrías traer algunos bocados? —ignoré el grito de Kise y seguí hablando a través de la radio—, y un café, por favor. Tenemos toda la jodida noche en adelante… Que sean dos, mejor —suspiré, quitándome la gorra y dejándola sobre el escritorio.

 

—Las calles están completamente desiertas, señor. Creo que podré cumplir mi tarea, no veo a nadie queriendo cumplir una fechoría ésta noche, el delincuente más peligroso de Tachikawa está con usted en la comisaría… ¿Cuántas donas serán necesarias para pasar éste turno?

 

—Las que creas necesarias, tengo un hambre voraz.

 

—¡Somos tres!, ¡consigue una hamburguesa! —gritó Kise.

 

Él se había puesto de pie y presionaba su rostro contra las barras de metal. Shiro rio, apuntando a su hermano y agarrando su panza. Sonreí ante la visión de su aniñado rostro presionado contra las rejas. Dios, incluso él lucía más joven de lo que era, su rostro aún tenía esa forma ovalada que generaba ternura en las personas. Un demonio con el rostro de un ángel. Kise sonrió de vuelta y comenzó a hacer absurdas muecas que sacaron más de una risa en su pequeño hermano. Sí, el adolescente me sacaba de quicio las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana; pero podía ser una agradable compañía cuando se le daba la gana, porque era eso, un niño después de todo.

 

Ugh, como Takao.

 

—Llegaré en unos quince minutos, oficial Aomine-san. Cambio y fuera.

 

—Cambio y fuera.

 

Sakurai Ryo se había convertido en el chico de los mandados y nunca había abandonado el puesto. Era un buen chico… Y un ferviente fan de Ryouta, el pobre muchacho moría por el pequeño bribon, sus cafés ojos se agrandaban llenos de amor cuando lo tenía frente a él. Ryouta era harina de otro costal, sabía lo que causaba en el muchacho y lo usaba para su beneficio, el chiquillo podía lucir toda inocente con su apariencia infantil, pero era una fiera indomable que necesitaba unas cuantas zurras para aprender a respetar a sus mayores.

 

—¿Cenaremos donas? —me preguntó a través de las rejas, sin despegar su rostro de estas. Su cabello rubio estaba desordenadamente escondido bajo la capucha de su característica campera amarilla, era la una y media de la madrugada y él lucía como si recién fueran las cinco de la tarde.

 

—Creo que la hora de la cena pasó hace bastante… ¿Es que acaso has cenado alguna vez en tu vida?

 

—Bueno, antes de que mamá empezara a empolvar su nariz cada noche… —Hizo una mueca pensativa y luego sonrió—. Sí, cenábamos, créelo o no, Shoko tiene un don espectacular para la cocina, hacía un cordero que... —Llevó sus dedos a su boca y los besó uno por uno—. Sip, para chuparse los dedos. Pero bueno, las cenas acabaron por eso, era el momento preferido de papá para tomarse un vasito de brandy. Si sabes de qué hablo.

 

Shoko Kise era conocida por su adicción a los polvitos de hornear –entiéndase como la cocaína– y por su gusto por los muchachos mucho más jóvenes que ella. Su última conquista era veinte años más joven. Mientras que el señor Kise, antiguo jefe de policía, había sido dado de baja por su problema con el alcohol y sus insistentes cambios de conducta hacia los muchachos que eran rangos inferiores a él. A eso me refería cuando decía que con esos ejemplos nadie esperaba algo bueno del adolescente Kise Ryouta, mucho menos veían un futuro prometedor para el mocoso.

 

—Lo siento —murmuré, sintiendo verdadera lástima por él.

 

—Yo no —contestó, restándole importancia—, tampoco me venía esa parafernalia de la familia feliz, después de todo. Apariencias, un asco, al menos ahora la gente sabe realmente lo que sucede y… ¡ya ves!, ¡no más odiosas cenas donde tenía que usar trajes! —Él sonreía ampliamente, pero en sus ojos de niño podía ver que en el fondo sí le afectaba.

 

—A los chicos les gusta usar trajes. A las chicas les gusta que los chicos usen trajes, al menos eso es lo que dice Takao, y por lo que yo recuerdo… —Me recliné en mi asiento y crucé mis brazos por sobre mi pecho—. Sí, también me gustaban las chicas con vestidos. ¿Te gusta que las chicas usen vestidos, Shiro?

 

—¿Chicas?, ¡ew! —Hizo una mueca de asco con sus labios—. ¡Tienen piojos!

 

—Oh, no dirás eso en unos años más, muchachito.

 

—Muchos, muchos años más. —Entorné mis ojos por las palabras de Kise—. Y créeme cuando te digo que a mí no querrás verme con un traje. —Se estremeció con el simple pensamiento—. Mis piernas son como las de un elefante, ¿las has visto?. Y Takaocchi se coge cualquier cosa, tenga faldas o no, mientras haya un orificio disponible dónde clavarse, está bien para él. Su opinión en esto es irrelevante, señor Aominecchi.

 

—Estás hablando de mi hermano menor.

 

—Y por eso pienso que debería darme la razón, oficial Aominecchi.

 

Y una vez más, el chiquillo estaba en lo cierto.

 

—Solo por ésta vez. —Kise me guiñó un ojo y sonrió dulcemente.

 

—Hablando de Takaocchi, ¿dónde anda ese bribón? No lo vi en clases el día de hoy…

 

Suspiré y dirigí mi vista al cielo.

 

Si tan solo supiera dónde se encontraba el irresponsable de mi hermano menor, el cual había estado ignorando mis llamados toda la jodida noche. Takao fue adoptado por Furihata y Akashi en uno de sus viajes a Estados Unidos. Yo solo tenía siete años cuando Furihata y Akashi me adoptaron, ya que a pesar de que ambos se habían casado y eran felices, y aunque Kouki era doncel, debido a un accidente en el que perdió su embarazo, no pudo tener más hijos.

 

El maldito pendejo de Takao vivía para sacarme de mis casillas.

 

Nos habíamos mudado a Tachikawa hace bastante tiempo, veintinueve años y aún vivía con mis padres, demándenme por eso, pero el desayuno de mamá es de puta madre, me vale verga vivir con él por el resto de mis días si me tenía la perfecta porción de huevos, tocino y tostadas cada mañana. Takao se había hecho amigo de Kise desde un inicio, en comportamiento, eran como Bonnie y Clyde, aunque solo Kise cometía pequeñas fechorías, mi hermanito era más un rompecorazones.

 

—¡Donas y café para el largo turno! —chilló Sakurai entrando a la comisaria, alzando la bandeja con los cafés en una mano y la caja de donas en la otra, interrumpiendo mis pensamientos. Sonreí y me enderecé en mi lugar a la vez que el muchacho dejaba el pedido sobre el escritorio—. Y una hamburguesa a pedido del ladronzuelo. —Le entregó la hamburguesa a Kise, con las mejillas arreboladas cuando el rubio se inclinó para dejar un beso sobre su mejilla izquierda. Sakurai luego volvió a su lugar y se desparramó sobre la silla frente al inmueble.

 

—Sakurai, te ascendería por esto. —Sonreí, sacando una dona cubierta en glasé con relleno de dulce de leche. Santa mierda, se me hacía agua la boca. Le di un mordisco y fue el cielo en mis manos, incluso un gemido de satisfacción salió desde lo más profundo de mi garganta.

 

Volví a gemir disfrutando de mi deliciosa dona.

 

—Sakuraicchi, creo que deberías encerrar al oficial Aominecchi junto a mí, él acaba de cometer un delito.

 

Ryo y yo observamos a Ryouta con el ceño fruncido, él lucía serio de un momento a otro.

 

—¿D-De qué estás hablando, Kise-kun?

 

—Sakuraicchi, ¿es que acaso no lo oíste? —Kise entornó sus ojos—. ¡Debería ser ilegal gemir de ese modo!, debería ser ilegal ser tan caliente. Aominecchi, no puedes hacer eso, ¿me has escuchado? Y ahora, ven aquí y dame una dona de frambuesa.

 

—Estás loco, muchacho.

 

—Por ti. —Me guiñó un ojo cuando le entregué la dona—. Pero eso no viene al caso, muero de hambre. —Me arrebató rápidamente la dona de frambuesa cubierta con chispas de chocolate y se la devoró en un segundo, justo frente a mí. Él lucía más como un niño, incluso ahora podría decir que además lucía inocente—. ¿Por qué Murasakibaracchi no fue parte de mi familia? Yo lo habría halagado por el resto de su vida, él es simplemente el mejor cocinero de Tachikawa. Lástima que le tocara una hija tan promiscua y de dudosa reputación como Tara… Tara, pero qué maldita mujer, ¿no lo crees, Daiki?

 

Shiro dejó de comer su hamburguesa y me observó con lástima.

 

Era como si él supiera que ese "Daiki" no traía nada malditamente bueno. Kise solo me llamaba por mi nombre de pila cuando se cabreaba –sin razón aparente, adolescentes, ¿quién carajos las entiende?– conmigo, y Kise se molestaba cada vez que alguien nombraba a Tara, mi ex novia. Absurdo, porque él era el que la había nombrado en éste momento. Niños, ¿qué hice para merecer esto? El pequeño ladronzuelo sentía una posesividad hacia mí que me causaba gracia y un poco de ternura. Por Dios, eran doce años de diferencia los que había entre ambos, sin contar que él seguía siendo menor de edad. Pero no era un problema alguno para Ryouta, el chiquillo simplemente decía lo que sentía, y, según él, Tara había tomado algo que era suyo sin su permiso, por lo tanto, merecía una muerte dolorosa en la hoguera.

 

Bueno, que va, después de que Tara dijera que no duraba más de una ronda, podría dejarla hacerlo.

 

Pueden meterse con todo, menos con el pene de un hombre, joder.

 

—Tara no es tan así.

 

—Claro, oficial, y tú no eres un estúpido por defenderla después de lo que te hizo.

 

—¿Qué te he dicho sobre los insultos? Soy un oficial, merezco respeto, ya sabes lo que te pasará si no me lo das. —Mi voz fue firme y concisa. Ryouta se disculpó en un susurro—. Ella se enamoró de otro hombre, punto, no hay nada más qué decir por eso, al menos tuvo los cojones de decírmelo. Así es la vida, pequeño ladronzuelo, cuando seas mayor lo entenderás.

 

—No creo que algún día pueda entender que alguien te cambie a ti por la momia de Kou—Sonreí tenuemente ante sus palabras—. Y tú, que eres el gran acreedor de "la edad importa" vienes y me dices eso de "se enamoró". ¡El anciano de Kou le lleva alrededor de cuarenta años a tu querida casquivana! Su pene debe expulsar semen en polvo a estas alturas. —Se estremeció e hizo una mueca de desagrado, sacando la lengua.

 

—¡Kise-kun!

 

Sakurai se destornillaba de la risa, agarrando su panza fervientemente. Yo trataba por todos los medios de lucir imperturbable, no podía reírme de sus palabras por muy ciertas que fueran. No estuve enamorado de Tara, la quise y creo que aún la estimo un poco, pero no para sufrir enormemente por romper nuestra relación de la noche a la mañana con un jodido "no eres tú, soy yo". ¡Vamos!, ¿es que había un maldito cliché más penoso que ese? Aunque de todas maneras mi ego bajó uno decibeles cuando me enteré que Kou, el viejo de la gasolinera que tenía unos sesenta y cinco años, era la nueva conquista y próximo esposo de Tara. Si ella decía que yo me dormía luego del sexo, ya quiero saber lo que va a decir del anciano de su esposo, solo espero que no pretenda matarlo de un infarto en pleno acto sexual, aunque, coño, ¡sería de puta madre ver eso!

 

—La verdad es dolorosa, dicen. Me apiado de esa pobre mujer, ojalá cuando yo tenga treinta a ti todavía te funcione la cosa, no querremos tener problemas de ese aspecto en nuestra relación, Aominecchi, ¿verdad? —Alzó una de sus cejas con sugestión y yo me atraganté con el café a mitad de camino. Sakurai no paraba de reír por las ocurrencias de Kise.

 

El chico estaba loco, completamente.

 

—Come en silencio, niño. —Frunció el ceño e infló sus mejillas infantilmente por el apelativo que utilicé para llamarlo. Resopló y dio media vuelta, volviendo a sentarse en la camilla, ésta vez dándonos la espalda—. Algún día me matará —murmuré por lo bajo.

 

—Él está realmente loco por usted, oficial.

 

—Es un chiquillo, no sabe realmente lo que quiere en la vida, nadie lo sabe a esa edad, ¡mira lo que yo hice! —negué con mi cabeza y le di un sorbo a mi café, mostrándole mi brazo cubierto en tatuajes—. Tal vez ve en mí la figura paterna que necesita, no lo sé, ¿cómo le dicen a esa mierda?, ¿el complejo de Electra (1)? Da igual, un día se dará cuenta de que hay chicos de su edad que son mejores que yo.

 

—Para el amor no hay edad, oficial Aomine-san, eso es lo que mamá siempre dice. Ella y papá se llevan diez años, mamá tenía veinte cuando se casaron. —Sakurai se encogió de hombros y mordió su dona.

 

—¿Quién carajos eres?, ¿Dr. Phil (2)? —resoplé, terminando mi café rápidamente.

 

Ésta era una de las razones por las que Takao me llamaba asalta cunas.

 

Su amigo del alma tenía un enamoramiento conmigo. ¿Mi jodida culpa?, no lo creo. ¿Es mi culpa ser tan irresistible?, culpa de mamá y papá por hacerme con amor y crear a ésta perfección de hombre.

 

—Tengo sueño, Onisan. —Shiro refregó sus ojos.

 

—Ven aquí, ratita, siéntate en mi regazo. —El niño le hizo caso, sentándose en su regazo. Kise lo atrajo a su pecho y lo abrazó por la cintura, instándolo a apoyar su cabeza sobre su pecho—. Duerme tranquilo, yo cuidaré de ti, ¿recuerdas?

 

—Siempre, superhéroe —Se acurrucó en los brazos de su hermano, cerrando los ojos.

 

—Así es, siempre.

 

Cuando el muchacho dejó un beso sobre el tope de la cabeza de su hermanito, desvié la mirada. Me sentí como un maldito espiando ese momento íntimo de los dos, pero qué demonios podía hacer, los tenía frente a mí, con un demonio. Kise siguió los pasos de su hermano una hora después, luego de comer tres donas más y aceptar una de las sodas que Sakurai le había traído, a regañadientes. El novato cabeceaba en la silla, su gorro caía graciosamente sobre su rostro. Eran las cuatro treinta de la madrugada cuando el teléfono de la estación comenzó a sonar, lo contesté con velocidad para no despertar a los muchachos que habían tenido una larga noche.

 

—¿Aomine?, ¿eres tú?

 

—¿Takao?, ¡¿dónde demonios andas idiota?! —chillé entre dientes, tratando de no alzar la voz—. Llevo horas tratando de localizarte, joder muchacho, ¿sabes acaso la hora que es?, ¿por qué no podías contestar el puto teléfono?

 

—Bájale, estás peor que mamá. Estoy bien, es solo que llegué a casa y no había nadie, ¿por qué no me dijiste que tenías éste turno? —suspiré y refregué mi rostro con una de mis manos para alejar el sueño—. No importa, iré a hacerte compañía, puedo dormir en una de las celdas, me aterra ésta jodida casa, ¿sabías que abren las puertas en las noches? Tenemos fantasmas, hermano.

 

—Lo que digas, trae unas mantas, Ryouta, Shiro y Sakurai están aquí y hace un frío de puta madre. Cierra bien la puerta de casa, y por favor, conduce a una velocidad prudente.

 

—Claro como el agua, oficial Aomine. —Entorné mis ojos y corté la llamada.

 

—No necesito unas mantas —murmuró una suave voz.

 

Me puse de pie y caminé lentamente hasta la celda, Kise seguía dándome la espalda. Él decía no tener frío pero su menudo cuerpo temblaba tenuemente, casi imperceptible. Había acomodado el cuerpo de su hermano sobre la estrecha camilla en la que estaba, se había quitado el canguro amarillo para cubrir el cuerpo del enano. Él decía no tener frío y allí estaba, sentado a orillas de la cama, luciendo solo una roñosa polera musculosa que solía ser de un color blanco. Sonreí y me recargué contra las rejas, observándolo por un tiempo.

 

—Estás temblando. —Mis ojos se fijaron en su playera y cómo la delgadez de ésta dejaba al descubierto sus erectos pezones—. Tu cuerpo dice claramente lo contrario, ¿a quién quieres engañar?

 

—¿Me estás echando el ojo, Aominecchi? —. Vale, muero de frío, podrías darme un poco de calor corporal, ¿qué dices?, prefiero eso a unas mantas. —Me miró con un brillo de diversión bailando en sus orbes doradas, con una inteligente sonrisilla en sus labios—. ¿Sabes?, dentro de un año cumplo la mayoría de edad…

 

—¿Ah sí? —Alcé mis cejas y me encogí de hombros—. Éste año cumplo treinta, ¿te dice eso algo?

 

—¿Mientras más viejo más bueno?

 

—Aparte —él rio—, todos cumplimos años éste año, niño, y el otro año, y así.

 

—Mi nombre es Ryouta, suelo preferir que la gente me llame Kise, incluso prefiero que me llames ladronzuelo como lo hacías cuando era niño… Cuando era una niño, ¿entiendes?, tiempo pasado, deja de llamarme así. —Infló sus mejillas infantilmente una vez más—. Ah, y sobre mi cumpleaños… Es importante porque cumpliré la mayoría de edad, oficial, ¡bienvenido el acoso consentido! Ya no tendrá que tener miedo de alguna demanda por abuso de menores, que conste. —Me guiñó un ojo pícaramente.

 

—Ni aunque tuvieras veinte, pequeño ladronzuelo.

 

—¿Tan feo estoy?

 

—Cierra la boca, Kise—Fruncí el ceño y me adentré en la celda, tomando asiento sobre el colchón. Kise se cruzó de brazos y sonrió.

 

—Yo no quiero un muchacho, quiero un hombre y te quiero a ti, oficial Aominecchi.

 

—Será mejor que guardes silencio y vuelvas a dormir.

 

—Nah, ¿por qué?, no quiero callarme ahora… Si estuviste con Tara, demonios que puedes estar conmigo. —Nuestros cuerpos se acercaban inconscientemente, acercando nuestros rostros en el proceso—. Y si quieres que me calle… —Me observó bajo sus pestañas y sonrió coquetamente—. Pues cállame —susurró con una ronca voz.

 

Sonreí lentamente y acerqué mi rostro aún más al suyo. Adolescentes, la edad que sea que tengan, les gusta tan jodidamente tentar al destino, empujarnos hasta el límite, y después se quejan, joder. Kise me observaba con sus brillantes ojos dorados, la sonrisa inteligente había desaparecido de sus labios que ahora se encontraban entreabiertos, sus pómulos estaban de un tenue color rosa y su respiración se aceleraba a cada milímetro que yo acercaba mis labios a los suyos. Cuando nuestros labios estaban apenas rozándose él cerró los ojos.

 

—Tú estás loco —murmuré sobre sus labios—, te pondré una jodida cinta en los labios si es necesario para que cierres la boca, niño.

 

Y me alejé, soltando una enorme carcajada al ver la frustración en su aniñado rostro.

 

—Y es así como me dejas con las ganas, claro, ¿Te das cuenta del daño que hiciste?, ¡tú simplemente no puedes dejarme así de expectante!

 

—Sí puedo, y lo hice, niño. —Le guiñé un ojo y salí de la celda antes de que cometiera una jodida locura.

 

—¡Esto no se quedará así, Aominecchi!

 

Ah, estaba seguro de que no lo haría, él amaba ésta mierda de las venganzas y se me venía una buena. Caminé hacia mi escritorio y tomé una cinta adhesiva del cajón, me giré hacia Ryouta y le mostré la cinta, sin dejar de sonreír.

 

—¿Guardarás silencio o tendré que usar esto?

 

—Y por esto digo que eres un jodido asalta cuna, hermano. —Takao silbó por lo bajo, cerrando la puerta de la comisaría tras de sí—. ¿Qué onda?, ¿te viene eso de la dominación?, ¿a tu edad? Me preocupa, oficial, podrías desgarrarte algo o sufrir lumbago si haces mucho esfuerzo.

 

—Cierra el pico, Takao.

 

—¿Eres uno de esos, Aominecchi? Mamá estuvo leyendo esa basura de 50 sombras de Grey cuando el bdsm fue el boom del momento, le pasé una miradita, déjame decirte que no hay mucho qué hacer ahí, unas esposas por aquí, unas nalgadas por allá… Nada que no haya soñado antes, así que no me importa experimentar, para que lo sepas.

 

—Ah, joder tú, deja de coquetear con mi hermano, es enfermo, él podría ser tú hermano mayor.

 

—Y eso sería incesto, ¿te imaginas tuviera un hermano tan caliente? Demonios, yo sería una pecadora de lo peor, me escabulliría a su pieza por las noches y probablemente lo espiaría mientras se ducha… Pensándolo bien, sería algo bueno tenerlo en casa… Podría cambiártelo por Shiro. —Takao negó con su cabeza con fuerza—. Bien, está bien, ¿cuánto quieres por tu hermano?

 

—Un polvo.

 

—En tus sueños, polla floja.

 

Solté una enorme carcajada que llegó a despertar a Sakurai de un salto y al niño. Takao resopló y le lanzó una de las mantas que traía consigo a Kise, al cual le llegó de lleno en la cara. La relación que estos dos tenían era así, casi tan parecida a como yo me trataba con Takao.

 

—¡Que no tengo la polla floja!

 

—¿Es que alguien más te lo ha dicho? —Kise alzó una de sus cejas mientras volvía a hacer que Shiro durmiera, cubriéndolo tiernamente con la manta que Takao le había tirado—. Yo que tú me entro a preocupar, hombre.

 

—¿Se lo dijiste, cierto?, ¡le dijiste que ésta mañana me habías dicho esto y ahora él no dejará el tema!

 

Kise observó en mi dirección y sonrió abiertamente, ignoró a Takao que seguía soltando palabras y habló.

 

—Ya ves, Aominecchi, tenemos más en común de lo que piensas.

 

Sí, claro, tenemos cosas en común y doce años de diferencia.

 

Una mierda.

Notas finales:

Espeor que les guste :3


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