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Tradiciones Rotas. por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Hola es demasiado tarde por acá pero no podía dormir si no escribía esto...otra ves, porque sí, el capítulo hubiese estado para mucho antes si mi compu lo hubiese guardado como se debe y porque sí, luego de ello vino un sentimiento de ira inmensa que no me dejó escribir hasta ahora.

gracias a los que siguen la historia, a los que leen y comentan mis desvarios de amors eterno.

 

Advertencias del fic: miel, so much honey, el habitual ooc, relleno(?) no sé juzguenlo ustedes.

PD: si no saben lo que son las glorietas, o que saben que son pero no como se llaman (coomo mi caso) los invito a buscar imagenes porque realmente no supe explicar como es una.

 

CAPÍTULO V

GLORIETA

 

Su mano continuaba siendo estrechada por Aioria mientras se adentraban en la espesura del bosque, Saga observó el contorno de su espalda, la curvatura de su cuello, sus hombros y espalda que ahora no estaban cubiertos por el revestimiento metálico color oro, sus cabellos castaños ondulados brillaban bajo la blanca luz de la luna y mientras más miraba al caballero de Leo, Saga encontraba algo nuevo para encontrarse fascinado. La suave brisa del bosque ingresaba aromas a sus fosas nasales, las del bosque, la de tierra mojada, pasto, musgo y otros que le gustaban más, un olor cítrico como el limón que se juntaba con lo agradable de la lavanda y lo aromático de la madera  roble que emanaban desde el caballero del quinto templo, Saga nunca había sentido un aroma que le agradara de esa manera, era refrescante y armonioso como los días de primavera, de hecho nunca había podido estar tan cerca de alguien más que no fuese él mismo y Afrodita, pero ahora sólo estaban ellos dos, sin una máscara de por medio, sin armaduras que se interpusieran en reconocerse el uno al otro.

Pero eso no era todo lo que Saga podía sentir, existía otro sentimiento muy en el fondo que le agradaba, que era avasallador y majestuoso como un fuerte viento llegando desde el interior de su cuerpo, un sentimiento al que podía llamarle libertad, porque ahora era libre, libre de ser el patriarca, libre de ocupar aquella máscara, libre de su otra vida como Arles, ahora era sólo Saga, el Saga que le gustaba darse largos baños, el que amarraba su cabello en una coleta antes de dormir, el que le gustaba el té de sabores exóticos con más de dos cucharadas de azúcar, era Saga el omega el que muy en el fondo agradecía que Aioria lo hubiese descubierto.

Los ojos del gemelo se fijaron en lo que había  a su alrededor; escombros, piedra, pedazos de lo que alguna vez fue una columna como la de los templos, restos de esculturas a las cuales les faltaba alguna extremidad, la cabeza o incluso sólo quedaba un vestigio de donde una vez se posó, a lo lejos oía el sonido de grillos y el aletear de aves, Saga no se había adentrado nunca había llegado a los espesos bosques de tierra santa, nunca había pasado más allá del coliseo y tenía más de una razón para hacerlo, pero ese hombre junta a él se paseaba como dueño de sus territorios pisando fuerte cual león que quiere dejar en claro que ese lugar le pertenecía.

Las ramas y hojas de los sauces cosquillearon la nariz al atravesarlos, había leído lo suficiente como para intuir que iban a un lugar cerca de agua, los sauces, los grillos y las aves eran su principal pista eso y el olor de tierra húmeda que se hacía más fuerte cada vez que avanzaban.

—Ya estamos por llegar, espero te guste el lugar— y como en esas historias que alguna vez leyó Aioria con su mano corrió las cortinas de hojas del sauce y mostró el paisaje frente a él, dejándolo sintiéndose como parte de algún cuento de hadas.

Una gran laguna con plantas y flores acuáticas, algunos patos y garzas, luciérnagas danzando por sobre las aguas y  dentro de la laguna una glorieta antigua que aún se mantenía en pie, de altos pilares color blanco, de cielo abovedado y un puente para poder llegar hasta ella, Saga aún no salía de su asombro y se reprendía internamente por no volver en sí mismo y decirle al caballero de leo que ellos no debía verse más, que lo que hacían no estaba bien, que debía olvidar su nombre, debía olvidar que alguna vez existió y enterrar aquellos recuerdos del beso en lo más recóndito de su alma, pero Saga no podía hacerlo, es más, no podía hacer nada más que ver la hermosa laguna antes sus ojo para después guiar su mirada al sonriente rostro de Aioria.

— ¿Cómo descubrió esto? Es hermoso, caballero de Leo— aquellas fueron sus primeras palabras tras un largo silencio.

— ¡Ven, sígueme! —el castaño seguía tomando su mano y si lo recordaba bien en ningún momento había dejado de hacerlo, la conexión entre ellas se le hacía casi natural, hasta un punto necesaria, sabía que si esa mano lo soltaba la ilusión se acabaría, dejaría de ser Saga y volvería ser Arles, el misterioso patriarca de la máscara azul.

Al gemelo no le importó que Aioria decidiera por él, tampoco la importaba que no le hubiese hablado en todo el camino, no le molestaba ese silencio entre ambos, no le molestaba nada de lo que estaba ocurriendo pero no entendía la razón de aquello, estaba siendo demasiado permisivo, se estaba relajando demasiado frente a la situación pero por dentro se debatía entre lo que Saga quería y lo que Arles decía y lo único que Saga quería era que la ilusión no se terminara.

Caminaron por el puente que unía la orilla con la glorieta, las luciérnagas volaban entre ellos como si quisieran iluminar su caminar, pudo notar uno que otro pez nadando en el agua gracias a la luz de la luna, mientras Saga más veía más le gustaba el lugar y menos ganas tenía de marcharse y cuando su cabeza fue cubierta por techo sintió el frío recorrer lo que antes había sido su cálida mano, y como había previsto la ensoñación se acabó.

— Caballero de brillante armadura, esta será la última vez que nuestros ojos se topen, la última vez que tú mi rostro verás y que mi nombre podrás pronunciar— la sonrisa del moreno se esfumó tras las palabras del muchacho frente a él.

— No me pidas eso, cambiaré tu nombre si no deseas que de mis labios sea dicho, vendaré mis ojos para no observar tu etérea belleza, pero no me pidas que te deje estar lejos de mí, no ahora que te he conocido, no ahora que no puedo dejar de pensar en tí— las palabras del dorado resonaron por su cuerpo, la sensación de querer estar entre aquellos brazos una vez más se apoderaba de su ser, como un instinto primitivo al cual no podía huir, como aquella vez dentro las aguas, pero ahora sin poder darle alguna explicación lógica a lo que le estaba ocurriendo.

—No podemos y lo sabes. ¿Qué será de ti si nos descubren? ¿Qué será de mi caballero de leo? soy un omega, estaremos en peligro si esto continúa; entiende por favor— Saga no deseaba ver más ese brillo de los ojos de Aioria que pedían con insistencia que no dejara de estar junto a él.

—Hay para mi más peligro en tus ojos que en afrontar veinte espadas desnudas. Concédeme sólo una dulce mirada, y eso me bastará para desafiar el furor de todos— al intentar girar su cuerpo una mano sobre su muñeca lo obligó  a no mirar a nada más que o fuese él, Aioria no lo dejó escapar y lo encadenó aún más tras sus palabras.

— Deje de citar a Shakespeare, deje de hacerme creer que esto está bien, porque si existe alguna similitud es que si seguimos juntos todo terminará en tragedia—dijo Saga para después empujar con rabia el pecho del castaño con sus manos pero sin lograr moverlo un solo centímetro.

— El manto de la noche me esconderá de ellos, con tal de que me quieras que me encuentre aquí…—Aioria detuvo su hablar al ser interrumpido por Saga.

— ¡Basta leo, basta! —La voz del muchacho de cabellos azules comenzaba a romperse al igual que sus fuerzas— no me haga esto, no me haga soñar con algo que acepté que jamás tendría, detenga sus palabras y detenga su modo tan fácil que tiene de confundirme—

— ¡No lo haré! Si con mis palabras consigo que no te vayas, hablaré y hablaré, toda la noche si es necesario—Aioria acortó la distancia entre ambos y con la mano que había sostenido la muñeca de Saga ahora rodeó su cintura para atraerlo hacía él.

—Ojos, mirad por última vez—dijo el castaño

—Aioria detente— respondió Saga

—Brazos, dad vuestro último abrazo—Aioria acercaba con cada frase más su rostro al de Saga y este con cada acercamiento sólo lograba que su voz sonara aún más baja, como si poco a poco estuviese perdiendo la batalla.

—No digas más—exclamó una vez más el gemelo.

— Y labios, que sois puertas del aliento— replicó— sellad con un último beso— ambos labios se juntaron, Saga siendo el perdedor y Aioria lleno de júbilo al sentirse ganador y probar con su propia boca una vez más el paraíso de lo que era estar junto a Saga.

 

 

 


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