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Tradiciones Rotas. por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Hola me demoré menos en traer el capitulo nuevo, feliz año a todos los que me leen, espero este sea un año mejor para todos.

- los invito a leer mi nueco short-fic "Te Bottom Queen", un preoyecto de drabbles que ya está terminado.

Advertencias/spoiler: not Honey, drama, arrechera, instintos asesinos.

 

CAPÍTULO VII

VERDAD

               

La vibración sobre su piel se acabó, el calor que inundaba todos sus sentidos comenzaba a detenerse por un momento, el olor de Aioria seguía pegado en su nariz, aquella invasión en su interior aún no lo  abandonaba, Saga comenzaba a perder la ceguera por el júbilo, comenzaba a despertar un poco del trance en el que se había sumergido, sentía la cercanía del león, su piel rosando la suya, sus cabellos azulados contra su rostro por el sudor, una manos morenas que lo sujetaban como si tuviesen miedo a que se fuera, pero aquel trance se terminó de romper al sentir un líquido tibio correr desde su nuca, sintiendo el ardor que producía el oxígeno contra la herida que le habían provocado.

El cuerpo del gemelo se volvió temblor de terror puro, de sus ojos comenzaron a caer lágrimas desde la comisura de su ojos avanzando lentamente por el contorno níveo de su rostro hasta caer como una gota solitaria al suelo desde su mentón, sin gimoteos, sin reclamos, lágrimas de resignación en un completo silencio, sus piernas comenzaron a temblar, un calor nuevamente se comenzaba a apoderar de él, pero este era diferente, no era como aquel sofocante calor de deseo, no, este era asfixiante, doloroso, que quemaba y ansiaba a tirarlo contra el piso. Su mirada se nublaba con cada parpadeo, su garganta se secaba en un vano intento de hablar, aquella marca en su nuca comenzaba a formar estragos en su cuerpo y  no había absolutamente nada que pudiese hacer.

—No…— sólo aquella palabra alcanzaba a ser dicha desde su garganta.

Su mano se alzó lenta hasta su cuello y al tocar aquella herida con sus propios dedos, al sentir palpable aquella marca su llanto aumentó, más amargo que antes; Saga se abrazó a sí mismo y como reflejo se alejó del cuerpo que lo aprisionaba, como si este lo quemara vivo, sintió en ese momento el piso moverse bajo sus pies y terminó cayendo estrepitosamente al suelo al no tener la fuerza de mantenerse en pie, dejándose llevar por el dolor y la calor que nacía desde su interior.

Por otro lado Aioria se quedó inmóvil al ver lo que había hecho, sintió el vació que quedó en él cuando el otro se alejó con miedo de sus brazos, pudo sentir aquel sabor metálico combinado con sus saliva en su lengua, los restos de aquel líquido carmesí que resbalaba desde sus labios, había marcado a Saga, ahora Saga era sólo suyo, pero sentía la amargura de haberlo hecho, esa amargura de que sentía tras haberlo hecho sin consentimiento del otro, sintiéndose decepcionado, ruin, como aquellos bastardos que golpeó por maltratar a los demás, como esos alfas que se aprovechaban de su posición para tomar a otro como un objeto, se sentía asqueado, pero de sí mismo, de sentir como había hecho algo tan despreciable a alguien que tanto  quería desde el fondo de su corazón.

— ¡Saga! — saliéndose de su estado de auto-repudio se dio cuenta de cómo el otro estaba sobre el frío piso, con lágrimas brotando desde sus ojos, con su rostro enrojecido, sollozando, con su pecho agitado y con clara señales de que no podía respirar del todo bien.

Saga no rehuyó de aquellos brazos desnudos que lo acunaron contra su pecho, aunque quisiera no podía, sentía fiebre, una que no podía controlar, una que le quitaba todas sus fuerzas. Aioria comenzaba a desesperarse por el otro, no sabía que debía hacer, pero lo único que si sabía era que todo aquello sólo podía ser su culpa y él había provocado todo eso en Saga.

—Trae… trae a Afrodita— con una gran dificultad y con temblor en su voz había alcanzado a decir aquella palabras, causando un sentimiento de ira en el castaño, una ira de no ser él de quien Saga necesitaba, de ser otro al que aquellos labios sonrosados llamaba con dificultad, su cara se transformó en una mueca molesta y destellos de cosmos comenzaban a salir sin poder aguantar aquel arranque rabia.

—Aioria…por favor…—Una mirada de súplica, unos ojos verdeazulados enrojecidos en lágrimas, unos labios temblorosos habían logrado calmarlo o volverlo a la realidad, una realidad en la cual Saga sufría por su culpa y pedía por otro dorado.

El leonino desvió su mirada y asintió mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, sus brazos se separaron de Saga apoyando el lánguido cuerpo de su compañero contra una columna y cubriendo el cuerpo que ardía en fiebre del frío de la noche con aquella misma capucha con la que había llegado. Aioria se puso sólo sus pantalones antes de echar a correr, no quiso poner sus zapatos, tampoco su camiseta, la necesidad de ir por el otro, era más importante, el bienestar de Saga era su prioridad en aquel momento y dando una última mirada aquel frágil cuerpo corrió por entre los árboles.

 

***°***

 

Los hilos de sudor caían por su torso, por su rostro, su rostro sereno de caballero dorado estaba desecho, sentía la ansiedad en cada célula de su cuerpo, su mente bombardeada por imágenes de Saga, de preocupación por haberlo dejado solo bajo aquella fría luna. Aioria de leo agitado y sin pedir permiso  había entrado al salón del templo de Afrodita gritando el nombre del caballero en desespero sin importarle la hora, el protocolo y lleno de la necesidad de ayudar a Saga.

Se escuchó el sonido de una armadura chocando contra la piedra, un estruendoso y muy molesto sonido resonaba por la estancia, pero al león no le importaba ser molestia del caballero, estaba dispuesto a  disculparse mil veces, de llevarlo a rastras si era necesario su único objetivo en mente era ayudar a Saga.

Sus ojos verdes se toparon con aquellos celestes tan claros como el cielo mismo, Afrodita la primera impresión que tuvo al dorado de esa manera fue de confusión, pero cuando su nariz captó aquel olor, ese aroma a canela, miel y almendras, juntarse con el olor a roble, lavanda y limón de Aioria, su rostro se transformó sus dientes se apretaron y la ira lo consumió y sin que el caballero de la quinta casa lo pudiese prever el dorado de la doceava casa tomó con su mano derecha la frente del castaño y en un solo movimiento azotó su cráneo contra la fría baldosa dejándola en pedazos.

— ¡Que le hiciste a Saga, maldito! — El caballero en una pose amenazadora sobre él,  con rabia corriendo por sus venas y con la cabeza del dorado aun entre sus manos exigió respuestas.

—Afrodita…escúchame, necesito tu ayuda, él te necesita— El golpe lo había tomado por sorpresa, sentía el dolor en su nuca por el golpe, pero no podía reclamar, no podía perder tiempo en una lucha y en el fondo sentía que merecía aquel dolor, merecía ese golpe y mucho más.

— ¿Que tiene? ¿Qué pasó? —Afrodita por el olor en el cuerpo del alfa ya sabía vagamente de que se trataba pero, si Saga lo necesitaba, si Saga le había dado su nombre al caballero de Leo sólo significaba una cosa… problemas.

—Nosotros… nos unimos y luego de eso él se alejó de mí, su cuerpo está hirviendo, tiembla, no puede respirar bien, no sé qué tiene y me pidió que viniera por ti, no arde por el celo, es algo diferente, tiene fiebre, está débil, como si estuviese muy enfermo …Afrodita, ayúdalo, te lo pido—el omega estaba desconcertado, tanto por las acciones de su amigo como lo que ocurría, no era normal que un omega luego de una unión tuviera esos síntomas, no había registros de algo como aquello, pero el pisciano movió su mirada hasta la boca del león y ahí lo pudo notar en sus labios y parte de su mentón, aquel rastro de sangre seca.

— ¡Lo marcaste! ¡Debería  acabar con tu miserable vida ahora mismo! — la mano de Afrodita se movió hasta el cuello del león empujándolo contra el suelo, el amigo de Saga imaginaba el dolor que debía sentir el otro en ese momento, pero no había tiempo que perder, ni energía que gastar, debían llevar a Saga al templo sin que nadie pudiese notarlos.

—Debemos llevar a Saga al templo patriarcal, su cosmos se puede alterar en cualquier momento, traeré rosas memorial1 para esconder el olor que desprende de Saga, sígueme— Dijo el de cabellera aguamarina soltando el cuello del moreno para que este pudiera respirar bien.

Afrodita guio rápidamente al león a su invernadero, tomó tanta rosas de aquel color rosa pálido como pudieron y el león los guío hasta donde estaba Saga. Aioria alejaba cada pensamiento que tuviese en ese momento, había muchas interrogantes, muchas preguntas en su mente tanto de Saga como de Afrodita, preguntas que lo atormentaban a cada paso que daba pero que intentaba alejar por su bien, por el bien de Saga.

Toda fue muy rápido para que el león lo lograra asimilar, el cuerpo de Saga brillaba, hilos de un dorado cosmos se escapaban de su cuerpo, aquel cosmos que se le hacía similar al de alguien, ese cosmos que pertenecía a una sola persona en el santuario, pero intentaba convencerse en ese momento que era imposible; veía como el caballero de piscis tomaba a Saga entre sus brazos sin ser afectado por su olor, como en su mirada se volvía cristalina al mirar al de cabellos azules y su mirada se volvía odio puro al verlo a él, vio como las rosas rosas eran puestas sobre el cuerpo de Saga contrastando con esa maraña de color añil que ahora era el pelo de Sada  y finalmente con un —No nos sigas— como clara señal de advertencia vio marcharse al dorado de la doceava casa junto al omega que ahora era “suyo”, el omega que ahora llevaba la marca de sus fauces en el cuello.

El león se dejó caer sobre el suelo, tomando las ropas que el joven había dejado, y las apretó contra su pecho, temblaba de rabia, de impotencia, temblaba porque por primera vez en su vida odiaba su condición de alfa, odiaba ser el alfa que lastimó a Saga. La luna avanzaba a medida que los minutos pasaban, el frío de la noche lo cubrió, la melodía de los grillos ambientaban su melancolía  y desde el punto más alto del santuario, un cosmos fluctuaba imperioso, a veces como una ráfaga que se llevaba a todo su paso, otras veces como una suave brisa de verano, el cosmos del patriarca se alzaba y disminuía de golpe, incontrolable, desbordándose como un río, aquel mismo cosmos que era capaz de poner a merced a cualquiera en el santuario, aquel mismo cosmos y calidez que había sentido salir desde el cuerpo aletargado de Saga.

 

 

Notas finales:

1 rosas memorial day

no me odien.


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