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Tradiciones Rotas. por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Gracias a todos por seguir aquí conmigo leyendo y comentando esta historia, se viene el drama chicas y chicos espero disfruten leer este nuevo capitulo como yo disfruté escribiendolo. 

 

Saludos :3

CAPÍTULO XII

TORNEO CLAUSURADO

 

Dentro del templo del patriarca existían dos cosas rodando en el aire, la brisa fría del invierno y una extraña tensión que se instauró en el salón cuando la presencia del santo de Sagitario estuvo presente. Su rostro al igual que sus hombros lucían tensos, su mandíbula estaba fuertemente apretada, pero este no parecía notarlo, bajo sus ojos igual de verdes que los de Aioria se posaba unos grandes surcos obscuros producto de la falta de sueño por la que tal vez el arquero estaba pasando, sólo podía tratarse de algún tema muy serio como para ver al hombre siempre risueño y siempre relajado de aquella manera tan desastrosa.

— Buenas días Caballero de Sagitario ¿A qué debo su presencia en mi templo? — Saga veía al moreno confundido, abatido un tanto dudoso y perdido en sus pensamientos como si dentro de su cabeza aún estuviese pensando cómo expresar sus pensamientos.

— Yo… yo vine ante usted su excelencia a decir algo que no fue mencionado en el informe de la última misión en la que participé junto al caballero de piscis— La voz del castaño en ningún momento se aclaró, con cada palabra, cada sílaba mostraba nerviosismo y duda, las alarmas de Saga se encendieron en un instante, Aioros podría tener alguna sospecha de la condición de Afrodita.

— Lo escucho joven caballero…—Respondió el patriarca escondiendo todo rastro de nerviosismo tras aquella falsa voz y esa mascara que ocultaba su rostro.

— Descubrí algo en el caballero de piscis… verá él... él…— La voz de Aioros era temblorosa, mientras su respiración se volvía agitada — no posee… no posee muchas habilidades de para socializarse con los demás— terminó de decir el arquero la la vez que pasaba saliva lentamente por su garganta.

— Y por eso quiero pedirle que me empareje con el caballero de piscis para alguna otra próxima misión, creo que logramos llevarnos algo bien durante ese corto periodo que compartimos y…— un tosido interrumpió las palabras del castaño haciendo que este se volteara y se encontrara con unos hermosos ojos color turquesa que de paso no se veían muy amigables.

— Buenas días mi excelencia, lamento interrumpir, su charla, pero los caballeros los esperan en el coliseo para afinar los últimos detalles del torneo, ya está por comenzar y no debería perder tiempo con charlas triviales por el momento— La voz del caballero de piscis era fría y tajante, logrando que tanto Saga como Aioros se tensaran incomodos al escuchar sus palabras.

—Lamento que nuestra plática quede hasta aquí Aioros, pero Afrodita tiene la razón, mi presencia es requerida y la de ustedes también, si me disculpan iré a alistarme, pueden esperarme aquí si así lo desean-— El omega se levantó de su trono y agachó su cabeza a modo de despedida obteniendo la misma acción de parte de los otros caballeros mientras se adentraba a las habitaciones de su templo dejando a ambos dorados solos en el salón.

—¡Se puede saber que sucede contigo! — La compostura que había estado guardando el pisciano todo ese tiempo se perdió mostrando a un muy molesto Afrodita que miraba con enojo al alfa — ¿Pensabas decirle al patriarca? Por todos los dioses, Aioros, dijiste que todo se quedaría en Rodas, confié en ti, creí en tus palabras… pero veo que tus palabras no significan nada— El caballero de la doceava casa sentía aquel mismo dolor en su pecho como la última vez que cruzó la mirada con Aioros, se sentía traicionado nuevamente y daría lo que fuese para deshacerse de aquella sensación desagradable que sentía sobre él.

— Espera Afrodita, no lo entiendes, no es lo que parece— Aioros lucía nervioso, con su voz aun temblorosa mientras se acercaba al otro dorado.

— ¿Qué es lo que no entiendo según tú? — respondió el francés mientras se mantenía estoico en su mismo lugar sin quitar aquella mirada despreciativa de sus ojos.

— En un principio quería hablar con el patriarca porque creí que era lo correcto, pensé que si le decía quizás él podría ayudarte a mantener tu secreto lejos de los demás, pero cuando quise decirlo no pude, no quise delatarte, más bien no quise arriesgarme a que salieras perjudicado, todo este tiempo he pensado en mi reacción, en como actué, en la manera horrible que me comporté y me culpé por todo aquello, la impresión  del momento y los valores con los que he crecido me cegaron, pero algo dentro de mí me decía que no tenía por qué ser de esa manera, no has hecho nada malo, te has ganado el puesto de caballero dorado porque te lo merecías, pero no quería que nadie más lo supiera, no quiero verte marchar, Afrodita— La voz temblorosa y dudosa del griego había cambiado a medida que seguía hablando hasta tener una voz decidida y segura que logró que el chico de cabellera celeste se quedara inmóvil sin saber que responder.

— Confía en mí una vez más, te lo pido, no te defraudaré—Siguió hablando el moreno, acercando sus pasos al otro santo que no se alejaba del otro a pesar de la distancia que comenzaba a estrecharse entre ambos.

— Protegeré este secreto, aunque deba traicionar a todo el santuario e inclusive a la misma diosa, no dejaré que nadie se atreva a dañarte por lo que eres, por el maravilloso y hermoso ser que eres— Afrodita no se dio cuenta en que momento sus brazos estaban siendo agarrados suavemente por las manos del otro, en que momento la distancia entre sus rostros se habían acortado tanto.

 Sus ojos se cerraron al igual que los del arquero, sus bocas se rozaron una contra la otra provocando un escalofrío en ambos debido a la desconocida sensación, instintivamente sus labios se acercaban de a poco buscando acostumbrarse a la suavidad de ellos, los alientos entremezclados, el calor subiéndoles hasta las mejillas, el sinfín de nuevas emociones que comenzaban a experimentar, el fuerte olor a rosas de Afrodita colarse por la nariz de Aioros que le erizaba cada vello de su cuerpo, es calidez de los brazos del caballero y esas ansias de no dejar que Afrodita se alejara de él.

Sus bocas fueron obligadas a separarse al escuchar como unos pasos se acercaban hacia donde ellos se encontraban, al abrir sus ojos Aioros vió el hermoso brillo perlado en los ojos turquesa de afrodita y él pudo ver ese ojos verdes centellear con más belleza que antes para después apartarse el uno del otro y mirar hacia otro lado buscando controlar su respiración y calmar los latidos de sus corazones.

Cuando Saga apareció por la puerta no logró apreciar la incomodidad que existía entre ambos jóvenes, se sentía muy cansado para notar que algo había ocurrido entre ellos, aún sentía su garganta adolorida, esa asquerosa sensación de las sustancias que habían huido abruptamente de su estómago  y las náuseas que aparecían de vez en cuando, le colmaban la paciencia, no se sentía del todo bien, estaba algo agotado y fatigado, pero era el patriarca del santuario una de las figuras más importantes que existía en tierra santa y sin él el torneo que se realizaba cada año para elegir a los nuevos caballeros que portarían las armaduras de bronce no podía empezar. Siguió caminando con su mirando al frente sin prestar atención a los caballeros que caminaban a su costados, rogando internamente no sentir nuevamente esas ganas de vomitar durante el torneo.

 

 

***°***°***°°***°***°***

 

Los chicos blandían sus puños contras los otros, entre gritos y aplausos de apoyo de los demás caballeros que permanecían en las gradas expectantes por saber quiénes serían los nuevos integrantes que se unirían a ellos en la lucha por la diosa Atenea, cada chico poseía un cosmos excepcional y habilidades de lucha sobre la media, cada chico tenía potencial para convertirse en un gran caballero y el esfuerzo que ponían en ello era hasta admirado por los demás.

Saga veía atento cada movimiento de los aspirantes fijándose en cada detalle durante la lucha, en su forma de luchar, de relacionarse con su rival, la forma en cómo se enfrentaba al otro, no era necesario sólo ganar un duelo, aquellos que lograran poseer una armadura deberían ser capaz de demostrar justicia en su actuar, debían ser capaces de demostrar una lucha impecable sin caer en actos que atenten contra las costumbres que el santuario profesaba, con sus ojos críticos elegiría a los nuevos caballeros de bronce que formarían parte de su ejército, pero un soldado a lo lejos logró llamar su atención, el hombre lucía una cara de terror, se veía cansado, asustado, lastimado, parte de su armadura iba rota, la otra parte estaba manchada de rojo, el hombre atravesó la arena, ignorando a todos los chicos que luchaban en ella y cada caballero siguió de cerca los movimientos del hombre que corría en dirección al patriarca.

Saga se levantó de su asiento y se acercó hasta el balcón, el hombre ya se encontraba más cerca y fue ahí que Saga logró escuchar la voz desgarrada del hombre que gritaba repetidamente “Intrusos” cada persona que alcanzaba a oírlo se levantó de su asiento, buscando donde se encontraban aquellos que habían osado colarse a tierra Santa y de pasado arruinar su torneo.

La boca de Saga se secó, quedó pasmado por unos momentos, a lo lejos caminando hacía la arena iban dos figuras, cada una portando una armadura de color negro, un hombre de larga cabellera negra y el otro plateada, sus rostros iban escondidos por los cascos de la armadura, la visión de Saga volvió a su memoria, aquellas mismas armaduras frente a él y ese mismo cosmos maligno que los rodeaba.

—Gracias por esta cálida bienvenida caballeros atenienses, esperamos no haber interrumpido nada importante— rió el hombre de cabellos color plata—Mi nombre es Minos de Grifo y mi compañero aquí presente es Aiacos de Garuda y lamentamos enormemente decirles que el día de hoy será el día en el que el santuario de Atenea caiga bajo nuestros pies…—ambos hombres rieron para finalizar dejando a todos los presentes mudos mientras desde el palco mayor se sentía una poderosa oleada de cosmos que comenzaba alzarse entre los presentes, causando incluso un poco más de pavor de lo que aquellos dos hombres lograban.


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