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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Capítulo 10

 

 —¿Por qué me estás dando esto, Amber? —susurré en voz baja, mientras tomaba el pañuelo rojo que la chica me estaba ofreciendo, sin alejarlo de sus manos aún. Ella bajó la mirada y sus ojos, que le hacían honor a su nombre, se posaron sobre el frío suelo del Desire. A pesar de la pobre luz de las antorchas que alumbraban fuera del calabozo, logré ver que se había sonrojado, era tan difícil ver a una chica como ella sonrojarse que un sólo escalofrío de emoción hizo que las manos me temblaran ligeramente. 

   —Ya sabes… a mi padre le encantaba viajar sobre su motocicleta y siempre llevaba este pañuelo. Decía que le daba suerte… —sonrió cuando volvió a mirarme—. Y quiero dártelo a ti, para que la tengas. 

   —¿Tan mal crees que estoy? —reí. 

   —Un poco de suerte nunca está de más —me arrebató el pañuelo y se inclinó para atarlo alrededor de mi cuello—. Y quizás tú la necesitas más que yo ahora —se detuvo cuando su rostro quedó a algunos centímetros del mío y yo estiré una mano para acariciarle el cabello oscuro que siempre llevaba corto, como el de un chico. Ella decía que era por comodidad.

   —Gracias, Amber —susurré. Sabía lo valioso que era ese pañuelo para ella. 

 

 

   —¡Reed! ¡Terence! ¡Abran la puerta! —di un salto cuando algo se movió a mi lado y desperté bruscamente. Agitado y con el corazón en la garganta por culpa de ese extraño sueño, me encontré con los ojos de Terence, lanzándome una mirada alerta—. ¡Ha comenzado! —gritó la voz que golpeaba la puerta —. ¡Los cazadores están invadiendo la isla! 

Me reincorporé y me senté al borde de la cama. Terence dio un salto fuera de ella. 

   —Tenemos que irnos, ponte los zapatos —ordenó y tiró de mi mano, lo que terminó de despertarme. Torpemente busqué mis zapatillas en el suelo. ¿Cuándo me las había quitado? Ni siquiera podía recordarlo—. ¡Apresúrate, Reed! —Las encontré a un lado y me las puse. 

   —¿Qué ocurrió anoche? —balbuceé en voz alta, mientras una mano temblorosa ataba las agujetas y la otra buscaba bajo la cama el pañuelo rojo que aún estaba ensangrentado. 

   —Nos quedamos dormidos después de comer —gruñó y dejó caer el francotirador sobre el colchón.

   —¡Chicos! ¡La puerta!

   —Voy a abrir… —Terence salió de la habitación y segundos después los pesados y acelerados pasos de unas botas entraron a la casa. 

   —Ya están aquí —Eden llegó jadeando al umbral de mi habitación, justo cuando me ponía de pie para salir de la habitación—. Me dieron el aviso por radio, visualizaron un barco soltando anclas cerca de la orilla hace alrededor de una hora. Perdí el contacto con el vigía hace treinta minutos. 

   —Demonios, ya deben haber entrado. 

   —Necesito que uno de ustedes me acompañe a la orilla. Terence. ¿Puedes venir conmigo?

   —Sí, claro. 

   —Reed ¿Podrías ir al refugio a comprobar que todo esté bien? —preguntó y yo asentí con la cabeza—. Perfecto —masculló, cansado por la carrera todavía. Todos salimos de la casa. 

   —Nos vemos luego, Reed —Terence me sonrió y, por un momento, creí que él intentaba calmar mis nervios con ese gesto. 

   —Nos vemos… —intenté corresponderla. 

Nos separamos en la entrada. Eden me dio una palmada en el hombro a modo de despedida y pude ver cómo ambos comenzaron el camino que los llevaría a la orilla. Una opresión empezó a formarse dentro de mi pecho a medida que sus pasos avanzaban, alejándose de mí. 

   —Esperen un segundo… —balbuceé. Obviamente ninguno de los dos pudo oírme—. ¡Esperen! —grité y corrí hacia ellos, ambos giraron en mí dirección. 

   —¿Reed? —Mi nombre se escuchó ahogado al salir de la garganta de Terence cuando me lancé sobre él para abrazarlo. Había recordado sus palabras durante la noche anterior. Quizás esta sí iba a ser la última vez que nos veíamos y esa idea, de alguna forma, me hacía sentir enfermo—. ¿Q-Qué ocurre? 

   —No mueras, Terence —dije en voz baja contra su pecho, sintiendo cómo sus dedos se aferraban a mi espalda—. Y no dejes que te muerdan si yo no estoy ahí.

Él dejó escapar una risita. 

   —Yo no soy el que debería cuidarme… —Sus manos subieron hasta mis hombros para acariciarlos y otra vez sentí el peso de sus dedos caer con más intensidad, como si pudieran dejar una marca—. Tú tienes que hacerlo. Prométeme que lo harás. 

Me separé de él bruscamente, sintiendo que había hecho algo que no debía. Haberle abrazado de pronto había sido un acto impulsivo y no confiaba en mis impulsos. Asentí con la cabeza, sin poder mirarle a los ojos. 

   —Lo prometo. 

Sorpresivamente, él apretó mis mejillas.

   —Buen chico —me animó, soltándome y me dirigiéndome una última sonrisa—. Nos veremos luego. 

Esta vez me mantuve más tranquilo mientras los vi alejarse. 

 

 

Los caminos se veían más desiertos y silenciosos ahora que los recorría, intentando recordar cada paso que di antes para llegar a la cascada. Llovía, una lluvia torrentosa de gotas duras que golpeaban una y otra vez contra mi cabeza. Hacía frío, pero no era capaz de sentirlo. Las manos me sudaban y el silencio me agobiaba. De vez en cuando podía oír uno o dos disparos secos que rompían la atmósfera y me obligaban a mirar sobre mi hombro para luego correr más rápido. Llevaba el rifle en mis manos, listo para disparar en caso de que uno de los cazadores de Shark apareciera de pronto. Pero era otra vez el silencio lo que me ponía de los nervios. Conocía a Shark, conocía a sus hombres, conocía a la perfección la forma en la que actuaban, su modus operandi. Los había visto a todos cuando el Desire desembarcaba y ellos nos obligaban a ayudar en sus asaltos a campamentos y contra gente inocente. Se camuflaban, eran silenciosos, como víboras arrastrándose por el suelo, atentos a saltar sobre sus víctimas al primer descuido. Yo lo sabía y quizás se lo advertí a los chicos, pero ninguna advertencia los prepararía para esto. En el fondo, sabía que los hombres que envió Shark ayer eran una trampa, un aviso demasiado llamativo. Shark sólo usaba armas de fuego como último recurso o cuando quería dar el ejemplo frente a los cautivos rebeldes que intentaban desobedecerle. 

Él tenía otras formas de ejercer su control. 

Miré de reojo el pañuelo de Amber, que había atado a mi muñeca.

No perdería algo más por culpa de Shark. 

A lo lejos, el ruido de la cascada por sobre la lluvia me hizo soltar un suspiro de alegría. La había encontrado otra vez. Me adentré en los arbustos y la hierba que crecía bruscamente alrededor de ese lugar y tuve la impresión de que éste era el mejor sitio donde esconderse, donde sea que las personas de esta isla se ocultaran, pasaría desapercibido al lado de lo que era esto, una cascada que si los hombres de Shark llegaban a encontrar, sólo se detendrían desesperados a beber agua y sabiendo que los tiempos de relajo eran castigados por su líder, tratarían de salir de ahí lo antes posible. Quizás sin siquiera darse cuenta, Aiden y las personas que planificaron esto lo habían hecho perfectamente. O eso esperaba. 

   —¿A dónde vas, Matt? —apresuré el paso cuando oí gritos. 

   —¡Voy a buscar a Daniel! ¡En primer lugar ni siquiera debería estar aquí! 

   —¡Tu padre dijo que te quedaras aquí! 

   —¡Mi padre está allá afuera! —intenté buscar la fuente de los gritos cuando llegué a la cascada, podía oírlos perfectamente, muy cerca de mí, pero no lograba ver a nadie. 

   —¡Déjame ir, Cassandra! 

   —¡Papá ordenó que te quedaras aquí! —me asusté al oír la voz de mi amiga gritar. Cerré los ojos y me concentré en el ruido, en el agua que caía frente a mí y en las voces—. ¡Y vas a quedarte aquí! 

   —¡No lo haré! —La cascada. Las voces venían de la mismísima cascada. 

¿Podía ser posible? 

Me metí en el agua y crucé hasta llegar frente a la caída que golpeaba fuerte cuando se estrellaba. Me cubrí con el brazo la cabeza y contuve la respiración para atravesarla, esperando encontrarme con algo al otro lado. 

Una puerta de madera se abrió bruscamente cuando traspasé la barrera de agua que caía. Me encontré frente a frente con un chico de ojos llorosos. 

   —¿Tú…? —Era el amigo de Amy, al que había descubierto intentando pintar mi cara mientras estaba dormido. Matthew.

   —¡Tú! 

   —¡Matt, vuelve aquí! —Cassandra abrió los ojos, sorprendida, cuando chocó con la espalda del chico y luego me vio a mí—. ¿Reed? 

   —Cass —sonreí y sostuve al chico por los hombros para que no se escapara—. ¿Estás bien?

  —¡Reed! —La voz de Ada me llegó desde el final de esa cueva con puerta que les servía de escondite. Eché un vistazo por sobre el hombro de Cassandra, ellos incluso habían improvisado camas ahí. Era bastante hondo como para albergar a más de cien personas y mis ojos no alcanzaban a ver el fondo. 

   —Ada… —recorrí su rostro con la mirada, buscando algún signo de angustia. Lo encontré—. ¿Está todo bien? 

   —¡No, no está todo bien! —gritó Matt, aún sin poder soltarse de mí—. ¡Daniel se nos escapó! 

   —¿Quién es Daniel? 

   —¡El hijo de la señora Graves! ¡Ella está muy enferma como para salir a buscarlo! ¡Apenas tiene ocho años! —dijo. Me estremecí. 

   —¿Se les ha escapado un niño? —le dediqué una mirada molesta a Cassandra, pero ella también se veía angustiada. 

   —No nos dimos cuenta…—se excusó, nerviosa—. P-Pero Axel estaba a punto de salir a buscarlo, lo que pasa es que Matt está demasiado ansioso —miré al chico que tenía sujeto por los hombros. Sí, él lo parecía. Ansioso, demasiado ansioso por ayudar en algo. 

    —Vuelve dentro, Matt —ordené. 

   —P-Pero…

   —Afuera hay hombres peligrosos, más peligrosos que cualquiera que te hayas encontrado en esta isla —dije con voz ronca—. Ese tal Axel y yo iremos a buscar a ese niño, pero tú debes quedarte aquí, serás sólo una carga. 

   —Pero Amy también está afuera. 

   —Amy es distinta a ti —sentencié y noté en el rostro de ese chico que había tocado un punto sensible para él. No lo conocía, no tenía idea quién era, pero se veía a simple vista, a pesar de que ambos parecían tener la misma edad, Amy era increíblemente madura para los cortos años que debía tener. Por lo que había escuchado, ella había pasado por mucho. Y quizás este chico no había vivido nada de eso. 

Matt me empujó bruscamente para soltarse de mi agarre y se metió otra vez en la cueva.

   —Eso fue duro —murmuró Cassandra. 

   —Era la única forma de que entrara en razón… —dije, mientras Ada se abrazaba a mí y yo le acariciaba el cabello para que se calmara—. ¿Cómo han estado ambas? 

   —Estoy asustada… —balbuceó mi sobrina. Cassandra se encogió de hombros. 

   —Bien —intentó sonreír—. Sólo me he sentido un poco… —acarició su barriga y yo, casi sin pensarlo estiré una de mis manos para acariciarla también. Algo se movió.

   —¿Qué ha sido eso?  —quité la mano, asustado. Cass y Ada comenzaron a reír. 

   —Son ellos, han estado muy inquietos y eso me está matando del dolor.

   —Te estaban saludando, Reed —se burló Ada. 

   —Solo me asustaron… —Ellas comenzaron a reír otra vez—. ¿De qué se ríen? ¡Pensé que una mano iba a salir de su estómago! —Las carcajadas se generalizaron entre los tres. 

   —Disculpen la demora… —Alguien se aproximó hacia nosotros. Un hombre, de unos veinticinco años, más o menos—. Estaba teniendo una discusión con Oliver. —Las risas se acabaron y la seriedad volvió al rostro de Cassandra. 

   —Yo hablaré con él… —dijo, mientras posaba una mano sobre el hombro del chico—. Reed, este es Axel. Axel, él es Reed. Te ayudará a buscar a Daniel.

   —Hola… —Él estiró la mano hacia mí y yo la tomé, para corresponder el saludo—. Me han hablado de ti. El chico cura, ¿no? —preguntó y una sonrisa falsa fue mi respuesta. Ya me estaba empezando a molestar el que me llamaran “cura con piernas”, “chico cura” y esa clase de apodos. 

   —¿Tienes un arma? —le pregunté. 

   —Puedes llevarte una de las que nos dejaron los chicos —dijo Cassandra. Él asintió con la cabeza. 

   —Ya lo he hecho. 

Me despedí de las chicas y ambos comenzamos a caminar. El clima parecía empeorar con cada paso que dábamos y con cada minuto que pasaba. El silbido del viento me obligaba a estar más alerta aún, ellos podían estar ocultos tras algún árbol y nosotros no podríamos oírlos. Recorrí con la mirada al hombre que tenía a mi lado, parecía fuerte. 

   —Los hombres que nos están invadiendo son muy silenciosos... —murmuré apenas. Él bajó su vista para clavarme los azulados ojos que tenía, en una mirada incrédula. Era muy alto.

   —¿Cómo lo sabes? 

   —Los conozco. 

   —¿Cómo que los conoces? 

   —Escapé de ellos... —confesé, preparándome para los gritos furiosos y los insultos por haber atraído a los cazadores aquí. Pero no recibí nada de eso de su parte. 

   —Entonces es una suerte tenerte aquí —dijo y esbozó una sonrisa que apenas fue visible—. Ya me preguntaba por qué todo estaba en silencio en este lugar. —Un disparo seco se escuchó lejos, quizás a unos kilómetros de nosotros—. Bueno, casi todo. 

   —Esos disparos deben ser nuestros...los cazadores a los que nos enfrentamos no suelen usar armas de fuego, salvo en casos de emergencia. 

   —No sé si eso que dices es bueno o malo...  —se detuvo y yo también lo hice. Había escuchado algo—. ¿Oíste eso? —susurró. Asentí con la cabeza discretamente y estrujé el rifle entre mis manos. Estábamos en un campo abierto rodeado de árboles—. Vamos. —me agarró de un brazo y comenzamos a correr. 

   —¿A dónde vamos? 

   —¡Al bosque! —gritó e inmediatamente pude oír pasos detrás de nosotros—. ¡Dijiste que ellos no usan armas de fuego, vamos a perderlos! 

   —¿¡Estás seguro de que funcionará!? —grité y miré sobre mi hombro. Con horror, vi la silueta de cuatro cazadores corriendo hacia nosotros—. ¡Corre más rápido! —aceleré—. ¡Los tenemos encima! —nos adentramos en el bosque—. ¡D-Demonios! —grité, aterrorizado. Un cuchillo había pasado muy cerca de mi cabeza y había terminado clavado en el tronco de un árbol. 

   —¡Tú eres el que tiene que correr más rápido! ¡Si es cierto que eres la cura, ellos no pueden atraparte! —gritó Axel. Seguimos corriendo. Oía aún sus pasos tras nosotros, aunque parecían apagarse con cada metro que avanzaba. Pero no podía confiarme, no de los hombres de Shark. Si se detenían lo harían solo para reorganizarse.

    —Se detuvieron... —jadeó a mi lado, bajando el ritmo, luego de varios minutos de carrera. 

   —Sólo están planeando cómo van a atraparnos. 

   —¡Por aquí! —se detuvo y casi caí al suelo por el impulso interrumpido. Me arrastró, hasta obligarme a entrar a una especie de cueva, completamente oscura. 

   —¿Dónde nos metiste? —jadeé, mientras achicaba un poco los ojos, para ver mejor en la oscuridad—. Si ellos entran aquí... 

   —Entrarán y se aburrirán de buscarnos, esta cueva es jodidamente larga, más que la que está en la cascada... —pude respirar más tranquilo cuando dijo eso, sabiendo que sí él decía la verdad, el oxígeno iba a comenzar a ser escaso luego. Era una buena idea, después de todo. Estaríamos aquí un par de horas y luego seguiríamos buscando al niño perdido—. Oli y yo... digo, mi hermano y yo descubrimos este lugar hace un par de meses, mientras buscábamos refugio para una tormenta peor que esta. Tiempo después nos enteramos de que tres personas más lo habían encontrado en las mismas circunstancias. Supongo que este lugar es de esos que siempre significan un refugio.

   —¿Estaban peleando? —No pude evitar preguntar—. Me refiero a tu hermano y tú... —Él suspiro. 

   —No quería que saliera a buscar a Daniel. Oliver es muy sobreprotector, a pesar de que es el menor. Pero puedo entenderlo, sólo nos tenemos a ambos. 

Entendía ese sentimiento. Lo mismo ocurría con Ada y conmigo. 

   —Entonces tenemos que encontrar a ese niño y volver todos a salvo. De seguro está muy preocupado ahora mismo... —dije, mientras fijaba mi vista en una silueta en la oscuridad. Le agarré del brazo—. Espera... —susurré. 

   —¿Qué pasa? 

   —Hay alguien ahí —dije en voz más baja aún.  

   —¿Dónde? No veo nada. 

   —Ahí... —apunté hacia la silueta oscura y pequeña que veía metros más allá ¿Algún animal, quizá?—. Es una sombra pequeña —Axel se soltó de mi agarre y avanzó hacia delante. 

   —¡Hey! ¿Qué estás haciendo? —intenté llamar su atención, pero él a la distancia y en medio de la oscuridad, me hizo un gesto para que me tranquilizara.

   —Daniel, ¿estás aquí? —preguntó, en voz alta. 

Un gemido ronco y gutural de un muerto fue su respuesta y esa respuesta me heló la piel. Por un momento había pensado que nuestro chico perdido estaba ahí, pero las cosas no se dan fáciles en estos días y menos si Shark estaba cerca. Supe que no había más lugares seguros aquí, nunca más. Ni siquiera esta cueva, ni siquiera la que estaba en la cascada.

Todos corríamos peligro.

 

 

—¿Por qué me estás dando esto, Amber? —susurré en voz baja, mientras tomaba el pañuelo rojo que la chica me estaba ofreciendo, sin alejarlo de sus manos aún. Ella bajó la mirada y sus ojos, que le hacían honor a su nombre, se posaron sobre el frío suelo del Desire. A pesar de la pobre luz de las antorchas que alumbraban fuera del calabozo, logré ver que se había sonrojado, era tan difícil ver a una chica como ella sonrojarse que un sólo escalofrío de emoción hizo que las manos me temblaran ligeramente. 

   —Ya sabes… a mi padre le encantaba viajar sobre su motocicleta y siempre llevaba este pañuelo. Decía que le daba suerte… —sonrió cuando volvió a mirarme—. Y quiero dártelo a ti, para que la tengas. 

   —¿Tan mal crees que estoy? —reí. 

   —Un poco de suerte nunca está de más —me arrebató el pañuelo y se inclinó para atarlo alrededor de mi cuello—. Y quizás tú la necesitas más que yo ahora —se detuvo cuando su rostro quedó a algunos centímetros del mío y yo estiré una mano para acariciarle el cabello oscuro que siempre llevaba corto, como el de un chico. Ella decía que era por comodidad.

   —Gracias, Amber —susurré. Sabía lo valioso que era ese pañuelo para ella. 

 

 

   —¡Reed! ¡Terence! ¡Abran la puerta! —di un salto cuando algo se movió a mi lado y desperté bruscamente. Agitado y con el corazón en la garganta por culpa de ese extraño sueño, me encontré con los ojos de Terence, lanzándome una mirada alerta—. ¡Ha comenzado! —gritó la voz que golpeaba la puerta —. ¡Los cazadores están invadiendo la isla! 

Me reincorporé y me senté al borde de la cama. Terence dio un salto fuera de ella. 

   —Tenemos que irnos, ponte los zapatos —ordenó y tiró de mi mano, lo que terminó de despertarme. Torpemente busqué mis zapatillas en el suelo. ¿Cuándo me las había quitado? Ni siquiera podía recordarlo—. ¡Apresúrate, Reed! —Las encontré a un lado y me las puse. 

   —¿Qué ocurrió anoche? —balbuceé en voz alta, mientras una mano temblorosa ataba las agujetas y la otra buscaba bajo la cama el pañuelo rojo que aún estaba ensangrentado. 

   —Nos quedamos dormidos después de comer —gruñó y dejó caer el francotirador sobre el colchón.

   —¡Chicos! ¡La puerta!

   —Voy a abrir… —Terence salió de la habitación y segundos después los pesados y acelerados pasos de unas botas entraron a la casa. 

   —Ya están aquí —Eden llegó jadeando al umbral de mi habitación, justo cuando me ponía de pie para salir de la habitación—. Me dieron el aviso por radio, visualizaron un barco soltando anclas cerca de la orilla hace alrededor de una hora. Perdí el contacto con el vigía hace treinta minutos. 

   —Demonios, ya deben haber entrado. 

   —Necesito que uno de ustedes me acompañe a la orilla. Terence. ¿Puedes venir conmigo?

   —Sí, claro. 

   —Reed ¿Podrías ir al refugio a comprobar que todo esté bien? —preguntó y yo asentí con la cabeza—. Perfecto —masculló, cansado por la carrera todavía. Todos salimos de la casa. 

   —Nos vemos luego, Reed —Terence me sonrió y, por un momento, creí que él intentaba calmar mis nervios con ese gesto. 

   —Nos vemos… —intenté corresponderla. 

Nos separamos en la entrada. Eden me dio una palmada en el hombro a modo de despedida y pude ver cómo ambos comenzaron el camino que los llevaría a la orilla. Una opresión empezó a formarse dentro de mi pecho a medida que sus pasos avanzaban, alejándose de mí. 

   —Esperen un segundo… —balbuceé. Obviamente ninguno de los dos pudo oírme—. ¡Esperen! —grité y corrí hacia ellos, ambos giraron en mí dirección. 

   —¿Reed? —Mi nombre se escuchó ahogado al salir de la garganta de Terence cuando me lancé sobre él para abrazarlo. Había recordado sus palabras durante la noche anterior. Quizás esta sí iba a ser la última vez que nos veíamos y esa idea, de alguna forma, me hacía sentir enfermo—. ¿Q-Qué ocurre? 

   —No mueras, Terence —dije en voz baja contra su pecho, sintiendo cómo sus dedos se aferraban a mi espalda—. Y no dejes que te muerdan si yo no estoy ahí.

Él dejó escapar una risita. 

   —Yo no soy el que debería cuidarme… —Sus manos subieron hasta mis hombros para acariciarlos y otra vez sentí el peso de sus dedos caer con más intensidad, como si pudieran dejar una marca—. Tú tienes que hacerlo. Prométeme que lo harás. 

Me separé de él bruscamente, sintiendo que había hecho algo que no debía. Haberle abrazado de pronto había sido un acto impulsivo y no confiaba en mis impulsos. Asentí con la cabeza, sin poder mirarle a los ojos. 

   —Lo prometo. 

Sorpresivamente, él apretó mis mejillas.

   —Buen chico —me animó, soltándome y me dirigiéndome una última sonrisa—. Nos veremos luego. 

Esta vez me mantuve más tranquilo mientras los vi alejarse. 

 

 

Los caminos se veían más desiertos y silenciosos ahora que los recorría, intentando recordar cada paso que di antes para llegar a la cascada. Llovía, una lluvia torrentosa de gotas duras que golpeaban una y otra vez contra mi cabeza. Hacía frío, pero no era capaz de sentirlo. Las manos me sudaban y el silencio me agobiaba. De vez en cuando podía oír uno o dos disparos secos que rompían la atmósfera y me obligaban a mirar sobre mi hombro para luego correr más rápido. Llevaba el rifle en mis manos, listo para disparar en caso de que uno de los cazadores de Shark apareciera de pronto. Pero era otra vez el silencio lo que me ponía de los nervios. Conocía a Shark, conocía a sus hombres, conocía a la perfección la forma en la que actuaban, su modus operandi. Los había visto a todos cuando el Desire desembarcaba y ellos nos obligaban a ayudar en sus asaltos a campamentos y contra gente inocente. Se camuflaban, eran silenciosos, como víboras arrastrándose por el suelo, atentos a saltar sobre sus víctimas al primer descuido. Yo lo sabía y quizás se lo advertí a los chicos, pero ninguna advertencia los prepararía para esto. En el fondo, sabía que los hombres que envió Shark ayer eran una trampa, un aviso demasiado llamativo. Shark sólo usaba armas de fuego como último recurso o cuando quería dar el ejemplo frente a los cautivos rebeldes que intentaban desobedecerle. 

Él tenía otras formas de ejercer su control. 

Miré de reojo el pañuelo de Amber, que había atado a mi muñeca.

No perdería algo más por culpa de Shark. 

A lo lejos, el ruido de la cascada por sobre la lluvia me hizo soltar un suspiro de alegría. La había encontrado otra vez. Me adentré en los arbustos y la hierba que crecía bruscamente alrededor de ese lugar y tuve la impresión de que éste era el mejor sitio donde esconderse, donde sea que las personas de esta isla se ocultaran, pasaría desapercibido al lado de lo que era esto, una cascada que si los hombres de Shark llegaban a encontrar, sólo se detendrían desesperados a beber agua y sabiendo que los tiempos de relajo eran castigados por su líder, tratarían de salir de ahí lo antes posible. Quizás sin siquiera darse cuenta, Aiden y las personas que planificaron esto lo habían hecho perfectamente. O eso esperaba. 

   —¿A dónde vas, Matt? —apresuré el paso cuando oí gritos. 

   —¡Voy a buscar a Daniel! ¡En primer lugar ni siquiera debería estar aquí! 

   —¡Tu padre dijo que te quedaras aquí! 

   —¡Mi padre está allá afuera! —intenté buscar la fuente de los gritos cuando llegué a la cascada, podía oírlos perfectamente, muy cerca de mí, pero no lograba ver a nadie. 

   —¡Déjame ir, Cassandra! 

   —¡Papá ordenó que te quedaras aquí! —me asusté al oír la voz de mi amiga gritar. Cerré los ojos y me concentré en el ruido, en el agua que caía frente a mí y en las voces—. ¡Y vas a quedarte aquí! 

   —¡No lo haré! —La cascada. Las voces venían de la mismísima cascada. 

¿Podía ser posible? 

Me metí en el agua y crucé hasta llegar frente a la caída que golpeaba fuerte cuando se estrellaba. Me cubrí con el brazo la cabeza y contuve la respiración para atravesarla, esperando encontrarme con algo al otro lado. 

Una puerta de madera se abrió bruscamente cuando traspasé la barrera de agua que caía. Me encontré frente a frente con un chico de ojos llorosos. 

   —¿Tú…? —Era el amigo de Amy, al que había descubierto intentando pintar mi cara mientras estaba dormido. Matthew.

   —¡Tú! 

   —¡Matt, vuelve aquí! —Cassandra abrió los ojos, sorprendida, cuando chocó con la espalda del chico y luego me vio a mí—. ¿Reed? 

   —Cass —sonreí y sostuve al chico por los hombros para que no se escapara—. ¿Estás bien?

  —¡Reed! —La voz de Ada me llegó desde el final de esa cueva con puerta que les servía de escondite. Eché un vistazo por sobre el hombro de Cassandra, ellos incluso habían improvisado camas ahí. Era bastante hondo como para albergar a más de cien personas y mis ojos no alcanzaban a ver el fondo. 

   —Ada… —recorrí su rostro con la mirada, buscando algún signo de angustia. Lo encontré—. ¿Está todo bien? 

   —¡No, no está todo bien! —gritó Matt, aún sin poder soltarse de mí—. ¡Daniel se nos escapó! 

   —¿Quién es Daniel? 

   —¡El hijo de la señora Graves! ¡Ella está muy enferma como para salir a buscarlo! ¡Apenas tiene ocho años! —dijo. Me estremecí. 

   —¿Se les ha escapado un niño? —le dediqué una mirada molesta a Cassandra, pero ella también se veía angustiada. 

   —No nos dimos cuenta…—se excusó, nerviosa—. P-Pero Axel estaba a punto de salir a buscarlo, lo que pasa es que Matt está demasiado ansioso —miré al chico que tenía sujeto por los hombros. Sí, él lo parecía. Ansioso, demasiado ansioso por ayudar en algo. 

    —Vuelve dentro, Matt —ordené. 

   —P-Pero…

   —Afuera hay hombres peligrosos, más peligrosos que cualquiera que te hayas encontrado en esta isla —dije con voz ronca—. Ese tal Axel y yo iremos a buscar a ese niño, pero tú debes quedarte aquí, serás sólo una carga. 

   —Pero Amy también está afuera. 

   —Amy es distinta a ti —sentencié y noté en el rostro de ese chico que había tocado un punto sensible para él. No lo conocía, no tenía idea quién era, pero se veía a simple vista, a pesar de que ambos parecían tener la misma edad, Amy era increíblemente madura para los cortos años que debía tener. Por lo que había escuchado, ella había pasado por mucho. Y quizás este chico no había vivido nada de eso. 

Matt me empujó bruscamente para soltarse de mi agarre y se metió otra vez en la cueva.

   —Eso fue duro —murmuró Cassandra. 

   —Era la única forma de que entrara en razón… —dije, mientras Ada se abrazaba a mí y yo le acariciaba el cabello para que se calmara—. ¿Cómo han estado ambas? 

   —Estoy asustada… —balbuceó mi sobrina. Cassandra se encogió de hombros. 

   —Bien —intentó sonreír—. Sólo me he sentido un poco… —acarició su barriga y yo, casi sin pensarlo estiré una de mis manos para acariciarla también. Algo se movió.

   —¿Qué ha sido eso?  —quité la mano, asustado. Cass y Ada comenzaron a reír. 

   —Son ellos, han estado muy inquietos y eso me está matando del dolor.

   —Te estaban saludando, Reed —se burló Ada. 

   —Solo me asustaron… —Ellas comenzaron a reír otra vez—. ¿De qué se ríen? ¡Pensé que una mano iba a salir de su estómago! —Las carcajadas se generalizaron entre los tres. 

   —Disculpen la demora… —Alguien se aproximó hacia nosotros. Un hombre, de unos veinticinco años, más o menos—. Estaba teniendo una discusión con Oliver. —Las risas se acabaron y la seriedad volvió al rostro de Cassandra. 

   —Yo hablaré con él… —dijo, mientras posaba una mano sobre el hombro del chico—. Reed, este es Axel. Axel, él es Reed. Te ayudará a buscar a Daniel.

   —Hola… —Él estiró la mano hacia mí y yo la tomé, para corresponder el saludo—. Me han hablado de ti. El chico cura, ¿no? —preguntó y una sonrisa falsa fue mi respuesta. Ya me estaba empezando a molestar el que me llamaran “cura con piernas”, “chico cura” y esa clase de apodos. 

   —¿Tienes un arma? —le pregunté. 

   —Puedes llevarte una de las que nos dejaron los chicos —dijo Cassandra. Él asintió con la cabeza. 

   —Ya lo he hecho. 

Me despedí de las chicas y ambos comenzamos a caminar. El clima parecía empeorar con cada paso que dábamos y con cada minuto que pasaba. El silbido del viento me obligaba a estar más alerta aún, ellos podían estar ocultos tras algún árbol y nosotros no podríamos oírlos. Recorrí con la mirada al hombre que tenía a mi lado, parecía fuerte. 

   —Los hombres que nos están invadiendo son muy silenciosos... —murmuré apenas. Él bajó su vista para clavarme los azulados ojos que tenía, en una mirada incrédula. Era muy alto.

   —¿Cómo lo sabes? 

   —Los conozco. 

   —¿Cómo que los conoces? 

   —Escapé de ellos... —confesé, preparándome para los gritos furiosos y los insultos por haber atraído a los cazadores aquí. Pero no recibí nada de eso de su parte. 

   —Entonces es una suerte tenerte aquí —dijo y esbozó una sonrisa que apenas fue visible—. Ya me preguntaba por qué todo estaba en silencio en este lugar. —Un disparo seco se escuchó lejos, quizás a unos kilómetros de nosotros—. Bueno, casi todo. 

   —Esos disparos deben ser nuestros...los cazadores a los que nos enfrentamos no suelen usar armas de fuego, salvo en casos de emergencia. 

   —No sé si eso que dices es bueno o malo...  —se detuvo y yo también lo hice. Había escuchado algo—. ¿Oíste eso? —susurró. Asentí con la cabeza discretamente y estrujé el rifle entre mis manos. Estábamos en un campo abierto rodeado de árboles—. Vamos. —me agarró de un brazo y comenzamos a correr. 

   —¿A dónde vamos? 

   —¡Al bosque! —gritó e inmediatamente pude oír pasos detrás de nosotros—. ¡Dijiste que ellos no usan armas de fuego, vamos a perderlos! 

   —¿¡Estás seguro de que funcionará!? —grité y miré sobre mi hombro. Con horror, vi la silueta de cuatro cazadores corriendo hacia nosotros—. ¡Corre más rápido! —aceleré—. ¡Los tenemos encima! —nos adentramos en el bosque—. ¡D-Demonios! —grité, aterrorizado. Un cuchillo había pasado muy cerca de mi cabeza y había terminado clavado en el tronco de un árbol. 

   —¡Tú eres el que tiene que correr más rápido! ¡Si es cierto que eres la cura, ellos no pueden atraparte! —gritó Axel. Seguimos corriendo. Oía aún sus pasos tras nosotros, aunque parecían apagarse con cada metro que avanzaba. Pero no podía confiarme, no de los hombres de Shark. Si se detenían lo harían solo para reorganizarse.

    —Se detuvieron... —jadeó a mi lado, bajando el ritmo, luego de varios minutos de carrera. 

   —Sólo están planeando cómo van a atraparnos. 

   —¡Por aquí! —se detuvo y casi caí al suelo por el impulso interrumpido. Me arrastró, hasta obligarme a entrar a una especie de cueva, completamente oscura. 

   —¿Dónde nos metiste? —jadeé, mientras achicaba un poco los ojos, para ver mejor en la oscuridad—. Si ellos entran aquí... 

   —Entrarán y se aburrirán de buscarnos, esta cueva es jodidamente larga, más que la que está en la cascada... —pude respirar más tranquilo cuando dijo eso, sabiendo que sí él decía la verdad, el oxígeno iba a comenzar a ser escaso luego. Era una buena idea, después de todo. Estaríamos aquí un par de horas y luego seguiríamos buscando al niño perdido—. Oli y yo... digo, mi hermano y yo descubrimos este lugar hace un par de meses, mientras buscábamos refugio para una tormenta peor que esta. Tiempo después nos enteramos de que tres personas más lo habían encontrado en las mismas circunstancias. Supongo que este lugar es de esos que siempre significan un refugio.

   —¿Estaban peleando? —No pude evitar preguntar—. Me refiero a tu hermano y tú... —Él suspiro. 

   —No quería que saliera a buscar a Daniel. Oliver es muy sobreprotector, a pesar de que es el menor. Pero puedo entenderlo, sólo nos tenemos a ambos. 

Entendía ese sentimiento. Lo mismo ocurría con Ada y conmigo. 

   —Entonces tenemos que encontrar a ese niño y volver todos a salvo. De seguro está muy preocupado ahora mismo... —dije, mientras fijaba mi vista en una silueta en la oscuridad. Le agarré del brazo—. Espera... —susurré. 

   —¿Qué pasa? 

   —Hay alguien ahí —dije en voz más baja aún.  

   —¿Dónde? No veo nada. 

   —Ahí... —apunté hacia la silueta oscura y pequeña que veía metros más allá ¿Algún animal, quizá?—. Es una sombra pequeña —Axel se soltó de mi agarre y avanzó hacia delante. 

   —¡Hey! ¿Qué estás haciendo? —intenté llamar su atención, pero él a la distancia y en medio de la oscuridad, me hizo un gesto para que me tranquilizara.

   —Daniel, ¿estás aquí? —preguntó, en voz alta. 

Un gemido ronco y gutural de un muerto fue su respuesta y esa respuesta me heló la piel. Por un momento había pensado que nuestro chico perdido estaba ahí, pero las cosas no se dan fáciles en estos días y menos si Shark estaba cerca. Supe que no había más lugares seguros aquí, nunca más. Ni siquiera esta cueva, ni siquiera la que estaba en la cascada.

Todos corríamos peligro.

 

 

Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review

Abrazos :3 


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