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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ! 

Lamento la tardanza D_D se me ha hecho bastante difícil escribir ultimamente. 

Espero que estén bien, todos ustedes pequeños angelillos de Dios

Capítulo largo, como estoy acostumbrando ultimamente. Infinitamente importante, porque se responderán un montón de dudas. 

Y....HAY UNA REFERENCIA QUE SÓLO EL CAPITÁN AMÉRICA LOGRARÁ ENTENDER! xD ok no, pero hay cierto easter egg que pocos captarán, a ver si adivinan cuál. 

Me disculparán si encuentrar horrores ortográficos, hoy tuve entrenamiento de 6 malditas horas y mientras corregía el capítulo, me quedé dormida dos veces. Así, con la música a todo volumen y todo xD así que si encuentran algún error PORFAVAR díganme. No les cuesta nada y estarán ayudando a mejorar la historia
Quiero agradecer a las personas que le siguen dando apoyo al fic, sé que es difícil seguir algo que se actualiza una vez al mes, con suerte. Muchas gracias <3

Ahora sí, al capítulo :D

Que lo disfruten <3

Capítulo 47






Terence no… él no.

Corrí por el pasillo con una única idea en mi cabeza, no estaba demasiado clara pero estaba ahí, como un impulso o una necesidad. Necesitaba canalizar esto y deshacerme de la enorme carga que acababa de recibir sobre mí. No podía con ella. No iba a soportarla. Iba a quebrarme.

La distancia que separaba los baños del comedor se me hizo eternamente larga. Abrí la puerta, dentro todavía se encontraban unas quince o veinte personas que devoraban rápidamente almuerzos rezagados y tibios. Cuervo era uno de ellos; estaba sentado al fondo del lugar en una mesa solitaria. Caminé hacia él e intenté controlar mis pasos, que iban cada vez más rápidos e inestables. Una repentina ira comenzó a brotar desde mi estómago. Quería contenerme, pero presentía que escupiría sobre él todas las palabras que cruzaban rápidamente por mi mente.

Él me miró cuando me acerqué y la patata que estaba a punto de meterse a la boca se detuvo, a centímetros de sus labios. Si lo conociera mejor, diría que presagiaba lo que iba a pasar. Arrastré la silla violentamente cuando me senté frente a él.

   —Mentiroso —dije. Me temblaban las manos y me vi obligado a cerrar y soltar los puños varias veces para relajarlas.

Él le dio un mordisco a su patata.

   —¿A qué viene eso? —preguntó, con la boca llena—. ¿Estuviste llorando? —se tocó el rostro para indicarme que debía limpiar el mío. De seguro estaba hecho un desastre.

Golpeé el borde de la mesa con todas mis fuerzas y él dio un respingo. Algunas personas se voltearon a ver, pero sus miradas no duraron demasiado sobre nosotros.

   —Dijiste que Los Lobos no eran cazadores —gruñí, con los dientes apretados. La garganta me tembló por lágrimas que estuvieron a punto de brotar otra vez—. ¿¡Por qué!?

   —No sé de qué demonios me hablas.

   —¡Hablo de que Terence es un cazador! —grité, no lo suficientemente alto para que el resto de las personas que estaba ahí nos escuchara—. ¡Y él era de los Lobos!

Cuervo tragó duro y noté claramente cómo la comida bajó por su garganta de una forma que se vio dolorosa. Pestañeó tres veces, como si descifrara lo que acababa de decirle y se inclinó sobre la mesa, como quien se acerca para oír un secreto jugoso:

   —¿Qué acabas de decir?

Tragué saliva y apreté la garganta para contener las lágrimas.

   —Terence solía ser un cazador —expliqué, con voz amarga—. Lo era, antes de que perdiera la memoria… —Lo decía, pero incluso yo no podía creerlo. La idea todavía era imposible para mí. ¿Terence uno de los malos? ¿Terence, uno de los malos y con el apellido Dagger? Dolía siquiera pensarlo. Negué con la cabeza instintivamente e intenté no creer en mis propias palabras, pero en el fondo sabía que eran verdad pura y dura—. Lo recordó. Y Uriel dijo que pertenecía a los Lobos… —le miré de frente. Lo odiaba ahora mismo por haberme mentido, pero no sólo estaba aquí para reprocharle su engaño, también estaba desahogándome de alguna forma.

   —El pelirrojo era un cazador… —repitió él lentamente, me miró a los ojos y sonrió—. ¿Es una broma, verdad?

   —¡Deja de jugar! —grité. Esta vez todos me oyeron.

   —Cazador o no, yo nunca había oído nada sobre Los Lobos.

   —Eso es porque Los Lobos nunca han sido cazadores —interrumpió una voz. No tuve que voltearme para ver de quién se trataba. Uriel tomó una silla y se sentó a mi lado—. ¿Cómo te enteraste? —interrogó.

¿Y preguntaba eso tan tranquilo? ¿¡Qué importaba cómo me había enterado!?

   —La pregunta es por qué no nos dijiste —solté.

   —No me malinterpretes, Reed —A Uriel no se le movió un solo músculo del rostro mientras habló. Él sabía bien lo que esta verdad había causado y ni siquiera mostraba una pizca de arrepentimiento por haberla desatado de esta manera—. Pero de haberle contado a alguien, debí habérselo dicho a él.

Volteé hacia él, puse mis manos sobre sus hombros y aunque no quería, estrujé con todas mis fuerzas su chaqueta entre mis dedos.

   —Pero ahora tendrás que contármelo a mí —ordené. Él negó con la cabeza, pero yo no le pedí un favor, se lo exigí y él iba a decírmelo costara lo que costara—. Terence dijo que se llamaba Cross Dagger —escupí ese nombre como si soltara una maldición—. ¿Sabes quién más llevaba ese apellido? El hombre con el que llevaron a una de las personas más importantes de mi vida cuando me la arrancaron de los brazos —presioné sus hombros con más fuerza—. Dame una razón… —gimoteé, y ésta vez sí le rogué—. Una sola razón para no odiar a Terence con todas mis fuerzas.

   —Definitivamente él no es la persona a la que te refieres —dijo, rápidamente y pareció cambiar su opinión respecto a no contarme la verdad—. Terence no pudo recibir a nadie, él era un guardián.

   —¿Un…guardián?  —balbuceé, desconcertado.

Uriel me miró y luego miró a Cuervo:

   —¿Alguna vez oíste hablar sobre los perros guardianes? —le preguntó directamente a él.

Cuervo asintió lentamente con la cabeza.

   —Algo. Corrían rumores de que había una especie de seguridad de élite que seguía a todas partes a los peces gordos. Pero ver para creer dicen y yo jamás vi nada.

   —Eso es porque fueron adiestrados para no mostrarse nunca… —comenzó Uriel y se dirigió nuevamente a mí—. Se llamaban Lobos, de ahí el apodo de "perros". Fue un grupo pequeño de chicos que desde niños recibió un entrenamiento diferente al de los cazadores...

Cuervo y yo nos miramos. Él asintió con la cabeza, como si dijera: “eso tiene sentido”.

   —En palabras simples —continuó—, técnicamente el pelirrojo era un cazador, pero fue ascendido.

   —¿Cómo sabes tú todo eso? —le preguntó Cuervo.

   —Él y yo somos amigos de la infancia, en eso no mentí —apartó una mano mía de su hombro con suavidad y sólo entonces recordé que no le había soltado. Le dejé—. Nos conocimos en un hogar.

   —¿Un hogar? —pregunté.

   —Orfanato, si quieres llamarlo así. Hogar suena menos feo. Ambos somos unos sin padres.

   —Lo siento muc… —intenté decir.

   —No tienes nada que sentir cuando simplemente no tienes nada —me interrumpió rápidamente y continuó—: Solíamos escaparnos de todos los hogares a los que llegábamos, así que finalmente decidimos vivir en la calle. Nuestra vida era dura, pero era vida, ¿sabes?

   …Un día, el pelirrojo llegó junto a dos hombres. Ellos hablaron de darnos un hogar, uno verdadero; un techo y una cama. Hablaron de educarnos, alimentarnos y mantenernos sanos. Nos dijeron, a nosotros y al resto, que cuidarían de nosotros y nos darían seguridad. 

Tragué saliva y un escalofrío me recorrió la espina lentamente. Esta era la parte donde venían todos los “peros” de golpe.

   —¿Pero…? —inquirí. Él se encogió de hombros.

  —Lo hicieron, sí. Nos alimentaron, nos dieron un hogar, trataron nuestras enfermedades y nos dieron seguridad. No, no fue sólo eso, ellos nos enseñaron a cuidarnos por nosotros mismos. Y nos entrenaron como soldados.

   —Eso suena muy maravilloso y todo, pero tú y yo sabemos que el entrenamiento de E.L.L.O.S no tiene nada de admirable o bondadoso —comentó Cuervo, quién había dejado de comer hace un buen rato para centrar toda su atención en la conversación. Él parecía realmente interesado en todo esto. Me pregunté si su situación era semejante a la de Uriel y Terence, si él también fue un abandonado. Como si él adivinara mis pensamientos, agregó—: Esos bastardos solían recoger niños de la calle para hacerles lo que quisieran sin que nadie se quejara por ello.

Por un momento, me pregunté si acaso estaba listo para oír todo lo que se vendría por delante.

   —¿Hacerles lo que quisieran? —pregunté—. ¿T-Te refieres a los castigos? ¿Te refieres al vagón de tren?

   —¿Cómo sabes de eso? —increpó Uriel y encarnó una ceja mientras me dedicaba una mirada molesta y sospechosa, como si dudara de mí.

   —Oscuro, frío. Sácame. El vagón —repetí cada una de las palabras que Terence había mencionado mientras deliraba por la fiebre en el Desire; las recordaba, todos los días las había mantenido presentes en mi cabeza. Esas palabras parecieron cobrar sentido cuando el rostro de Uriel me indicó que había tocado algo, un punto frágil, una pista—. Repitió eso una y otra vez mientras deliraba camino hacia aquí.

La mirada de Uriel se ensombreció ligeramente.

   —Nos castigaban de muchas formas durante los entrenamientos… —comenzó otra vez, y tuve la incómoda sensación de que ya no habría vuelta atrás y estaría obligado a oír toda la historia y que me arrepentiría de haberla querido escuchar. A veces, la ignorancia era dulce. Pero ya era demasiado tarde para refugiarme en ella—. Le llamábamos “El Vagón” a uno de esos castigos. Era una especie de caja, un compartimiento de dos por dos que estaba disfrazado de vagón de tren, como esos que suele haber en las escuelas primarias. Nos metían ahí por dos o tres días, sin agua, sin comida y con un frío del demonio que calaba hasta los huesos —hizo una pausa y no apartó los ojos de mí por un sólo segundo. Suspiró—. Creí que el pelirrojo lo había olvidado. Es decir… pensé que con todo esto de la amnesia él no volvería a recordarlo.

   —Mierda, hombre… —masculló Cuervo y hubo algo en su cara que me desconcertó, una especie de mueca que jamás había visto en su rostro. ¿Qué era? ¿Compasión? ¿Vergüenza? ¿Culpa, quizás?—. Eso es horrible.

Maldad; un soldado, castigo; sangre, frío y oscuridad; un vagón, luz; una caja. Miedo; un lobo, Terence le temía a su pasado. Ahora lo entendía todo, ahora todos los conceptos mencionados en esa improvisada sesión en la guarida de Scorpion tenían sentido, cobraban forma y se burlaban de mí por haberlos pasado por alto, por no haberme preocupado antes y por no haberme dado cuenta.

Las primeras lágrimas que me había esforzado tanto en reprimir salieron a flote. No pude controlarlas, sólo comencé a llorar sin saber bien el por qué. Mi cabeza era un lío, una maraña de hilos y pensamientos que estaban fuera de mi alcance y que se daban forma por sí solos. Si todo lo que Uriel me contaba era verdad, ¿no era su culpa haber sido un cazador, cierto?

   —Sólo tengo tres preguntas más… —sollocé. Uriel asintió con la cabeza.

   —Si Terence…o Cross, no es el Dagger que se llevó a Amber, ¿entonces quién es?

   —Cuando el pelirrojo cumplió los doce años, tomamos rumbos diferentes. Nos separaron. Él y otros chicos fueron seleccionados para convertirse en Lobos y yo y los demás para terminar nuestro entrenamiento como cazadores. El hombre que se lo llevó era un estratega y comandante llamado “Cimeries” Dagger, nunca supe si ése era su nombre real o un apodo, ya que el tipo era un demonio. Con el tiempo, supe que ese hombre adoptó al pelirrojo y le dio su apellido… —me tomó por los hombros, comprimió mi piel con fuerza y me clavó una mirada que me hizo estremecer—. Cross siempre odió a Cimeries con toda su alma, no te engañes; ellos no son iguales. Cada vez que nos veíamos él no dejaba de hablar de lo mucho que le repudiaba. 

Mi respiración se cortó, para dar paso a una enorme y dolorosa inhalación que atravesó mi garganta y pecho. Terence no era ese Dagger, no debía ser él, no tenía sentido, no era su trabajo. Eso me alivió, porque aún había esperanzas, porque no me vería obligado a odiarle.

   —¿Ahora entiendes por qué no les conté nada? —me preguntó. Yo sólo asentí con la cabeza. La cantidad de emociones que se arremolinaban dentro de mí no me dejaba pensar ni hablar claramente. Estaba aliviado, sí, aliviado con tan poco—. ¿Cuáles son las otras dos?

   —¿E-Eh?

   —Las otras dos preguntas.

Inhalé profundamente y asentí:

  —Háblame de las marcas en sus brazos.

Uriel hizo una mueca y encarnó la ceja. No le gustó lo que acababa de preguntarle.

   —¿Alguna vez oíste hablar de la tribu africana Masai?

  —¿Los caza-leones de Kenia?

   —¿Sabías que los cazadores de esa tribu acostumbran a marcarse por cada león que han cazado? Bueno, con Los Lobos es algo parecido. Es una costumbre a la que les obligaba Dagger: una marca por cada persona que haya significado un desafío para ellos, por cada persona que ellos consideren importantes o les haya costado matar.

Un extraño nudo me cerró la garganta y tuve un vuelco en el estómago. Eso significaba que Terence había matado a por lo menos diecisiete personas; esa era la verdad, y la verdad era tenebrosa y fría, punzante y aterradora. Antes de esto, había imaginado mil y un pasados terribles para Terence: le había imaginado huérfano, sí, le había imaginado en una pandilla, en peleas callejeras y en clubes nocturnos, le había imaginado en un sinfín de vidas dolorosas y duras y en otras no tanto. También le había imaginado como alguien normal y corriente.

Pero nunca como un asesino. Él no parecía uno, no caminaba como uno, no hablaba ni se expresaba como uno. Él no era Scorpion, Cuervo o ese tal Cobra del que todos tanto hablaban.

Apreté los ojos e inspiré profundamente. Tan sólo me quedaba una interrogante por responder.

   —¿Y las cicatrices en su pecho? —pregunté, con la voz temblorosa—. Esas que parecen…

   —Una marca de cazador —interrumpió Cuervo, antes de que Uriel pensara si quiera en contestar—. No la he visto, pero debe ser eso —miró a Uriel, quien afirmó con un gesto de cabeza. Todos los cazadores tienen una marca, o algo que los distinga… —Con una de sus manos, jugueteó con la tira elástica que le atravesaba el rostro para mantener el parche en su ojo firme y la movió, para mostrarnos por completo la cicatriz que intentaba cubrir y que le cruzaba diagonalmente gran parte de la cara. Había visto que otros cazadores de él y de Scorpion tenían una parecida.

   —Las cicatrices que tiene el pelirrojo en el pecho representan las marcas de garras —añadió Uriel.

   —Garras de un lobo —adiviné y él volvió a asentir. Me llevé ambas manos al rostro para cubrirme y las restregué pesadamente contra mi piel. No podía creer esto—. Dios…

¿Qué se supone que debía hacer ahora?  ¿Cómo se supone que debía sentirme? Terence no era quién había imaginado, pero no era su culpa. No ahora. Lo que él fue antes de esto…

   —Dime la verdad, Uriel… ¿Él alguna vez fue malvado? ¿Alguna vez Terence fue como Shark, como Scorpion o como tu líder? —me dolía pronunciar esas preguntas, porque existía la posibilidad de recibir un “sí” como respuesta. ¿Qué haría yo entonces?

Uriel me lanzó una mirada electrizante con ese par de ojos tan distintos entre sí y que daban algo de miedo.

   —¿Te estás escuchando? —contraatacó y frunció el ceño—. ¿Tú crees que alguna vez Cross fue una mala persona?

Una buena persona no habría matado a otras diecisiete, por lo menos. ¿Pero eso lo hacía malvado realmente? Sin importar el contexto, yo también era un asesino. Yo había matado. Y eso no me hacía un desgraciado.

Y él no lo era. No. Y yo lo sabía.

Me levanté repentinamente.

   —Tengo que irme.

Salí rápidamente del comedor. Había llegado aquí dolido, lleno de rabia y furioso por creer que Cuervo me había engañado y burlado de mí, furioso conmigo mismo por no haberle tomado atención a las señales; las piezas de este rompecabezas habían sido mostradas frente a mí una y otra vez y yo no había sido capaz de unirlas. Y también furioso con Terence; porque incluso si él no era el culpable, yo lo señalé como un traidor. Pero ahora me sentía diferente. Necesitaba hablar con él.

No debí haber salido de ese baño sin oír lo que tenía para decirme. Él había estado ciego bajo la confusión todo este tiempo, prisionero de un pasado que yo había prometido ayudar a recuperar. Pero al momento de cumplir mi promesa hui como un cobarde.

Tenía que volver y aclarar todo esto.

No sé en qué pensé cuando creí que seguiría en ese baño, justo como le había dejado. Abrí la puerta sólo para encontrarme con huellas y rastros de lo que había pasado ahí hace algunos minutos atrás; un cubículo completamente abierto, un poco de agua salpicada por el suelo y el olor a vómito y lágrimas en el aire. Miré en dirección en donde le había visto por última vez, arrodillado en el piso, con los ojos vidriosos y una mueca dura en el rostro, sin hacer nada por detenerme. Ahora me habría gustado que lo hubiese hecho.

Intenté pensar como él. ¿A dónde iría yo si fuera Terence? No. ¿A dónde iría yo si acabara de recordar mi pasado? ¿A dónde iría si fuera otra persona? ¿A dónde iría si fuera Cross?

Entendí que no lo conocía, no al de ahora. Que lo que había visto de él era sólo una parte.

Pero sólo una porción había bastado para enamorarme.

Con un dolor incesante en mi pecho, salí del baño y lo busqué por todas partes durante diez o quince minutos, dentro de cada una de las habitaciones que pude abrir y entre los pasillos en los que me perdí. Descubrí lugares nuevos; tenían una sala de operaciones aquí y dormitorios que, para estos tiempos, parecían ser los de un hotel de lujo. Pero Terence no estaba en ninguno de ellos.

Cuando quise volver al comedor, oí gritos cerca. Troté por el corredor hasta la enfermería, donde se amontonaba un grupo tras la puerta.

   —¡Voy por Cuervo! —La puerta de la enfermería se abrió estrepitosamente y Eobard apareció bajo el umbral. Jadeaba como si acabara de finalizar la carrera de su vida, tenía los ojos bien abiertos y una expresión de puro horror en el rostro.

   —¿¡Qué pasa!? —le grité, sin poder acercarme a él.

   —E-Es Scorpion… —balbuceó y me agarró del brazo cuando se abrió paso entre la gente. Sin poder resistirme, me vi obligado a correr junto a él de vuelta al comedor. Cuando llegamos, se asomó por la puerta y buscó a Cuervo, quién inmediatamente le puso atención y clavó la vista sobre nosotros—. ¡Despertó y está frenético! —gritó y Cuervo entendió el mensaje enseguida y se levantó de su silla rápidamente.

   —¿Es joda? —Él prácticamente corrió hasta la puerta. Algunos curiosos de La Resistencia nos siguieron muy de cerca cuando los tres volvimos a la enfermería y esta vez lo hice conscientemente. Sabía que no debía ir allí, pero algo me dijo que quizás se iban a necesitar manos para detener a ese hombre que, por experiencia propia, sabía que podía llegar a ser un monstruo cuando estaba enojado.

   —¿¡Dónde está!? —oí la voz de Scorpion que gritaba desde el interior. Se oía furioso—. ¡Voy a matarlo!

   —Déjenme pasar… —Cuervo se abrió paso entre el montón de gente y se dirigió a Morgan, quien también estaba ahí—. Hablaré con él.

   —No deberías. Creo que acaba de gritar que quiere matarte.

   —Estaré bien… —Cuervo abrió la puerta para entrar, pero la cerró inmediatamente, justo en el momento en que una silla estuvo a punto de caerle en la cara.

   —O quizás no —se burló el médico. 

   —¡Jódete, Branwen! —se escuchó desde dentro y entonces más cosas se estrellaron contra la puerta que Cuervo esta vez se aseguró de mantener bien cerrada al apoyar los antebrazos y la cabeza contra ella, como si de alguna forma quisiera escuchar todo lo que Scorpion estaba a punto de escupirle—: ¡Puedes irte a la mierda! ¡Que te den! —Un verdadero caos se escuchó dentro de la habitación; se oyeron camillas arrastradas por el suelo, muebles derribados y sillas que estrelló contra las paredes y la puerta. Un golpe, acompañado de un grito de pura frustración, agujereó la muralla que estaba más cercana a nosotros. Se me erizó la piel de la nuca—. ¿¡Quién mierda te crees que eres!?

En total, había unas siete u ocho personas fuera de la habitación. Todos oíamos en silencio y estábamos secretamente aterrados ante los gritos y ruidos, demasiado espantosos como para querer entrar a detenerlo por nuestros propios medios. Dentro de esa habitación parecía estar pasando un huracán.

   —Va a destruirlo todo —se quejó Morgan, pero ni siquiera hizo un atisbo de esfuerzo por intentar abrir la puerta que Cuervo protegía—. Va a destrozar la enfermería —gruñó y se alejó de la multitud para acelerar por el pasillo y perderse en una de las habitaciones. Lo entendía.  No debía ser fácil presenciar cómo un completo extraño destruía algo tan valioso como tu enfermería y tú no poder hacer nada por impedirlo.

   —Creo que sería pésima idea entrar ahora mismo —comentó alguien y yo asentí con la cabeza—. Claro, si quieres mantener tu cuello en su lugar.

   —¿S-Siempre es así? —pregunté y me sobresalté ante el nuevo ruido de un golpe contra la muralla. Si no supiera que es prácticamente imposible para él hacerlo, juraría que Scorpion quería atravesar el concreto con sus puños. Cuervo me miró, con la cabeza apoyada contra la madera y una mueca preocupante en el rostro pálido, mezcla de un cúmulo de emociones; ansiedad, cansancio y tal vez un montón de enojo.

   —No recuerdo la última vez que lo hizo —contestó. Esa respuesta significó sólo una cosa para mí: Scorpion también tenía un límite, y al parecer, estaba a punto de alcanzarlo y sobrepasarlo—. Lo divertido es… —me sonrió—. Que parece controlarlo.

¿Controlarlo? ¡Estaba a punto de destruir este lugar!

   —¡Puedes irte a la mierda si quieres! ¿Me oíste? —La débil sonrisa en el rostro de Cuervo se desvaneció cuando le escuchó gritar otra vez—. ¡Tú y todos los demás!

   —C-Cuervo… —comencé.

   —No, está bien —me interrumpió. Él no estaba dispuesto a oír ninguna de mis palabras.

   —Con permiso, chico… —Alguien tocó mi hombro para que le dejase pasar. Era Morgan, acababa de volver y sostenía un arma en la mano. Parecía decidido. ¿Iba a entrar y dispararle?—. Yo me encargo —palmeó descuidadamente la espalda de Cuervo para que se hiciera a un lado, pero éste no lo hizo y en cambio esbozó una mueca dura con sus labios y pareció encresparse entero, como un gato. Del único ojo que tenía a la vista casi saltan chispas. Morgan entendió inmediatamente el mensaje—. No te preocupes —se rió—. No soy tan idiota como para matarlo —levantó el arma sobre su cabeza y la sacudió en el aire—. Son tranquilizantes. Estamos de acuerdo con que él necesita dormir algunas horas más, ¿no?

Cuervo se apartó, pero le arrebató el arma de las manos a Morgan.

   —Yo lo hago —dijo. Al médico no pareció molestarle.

Movidos por la curiosidad, todos los que estábamos ahí nos acercamos a la puerta cuando Cuervo sostuvo la manilla para abrirla y noté que, antes de entrar, su pecho se trasladó de arriba abajo en un notable jadeo. Parecía nervioso. Levantó el arma, abrió la puerta y entró, o entramos, porque me vi arrastrado por el resto del grupo que también moría por ver lo que había pasado adentro.

Cuervo no lo pensó dos veces y apenas pudo, buscó a Scorpion y le disparó. Él estaba en medio de la habitación, sentado en el suelo con una pierna recogida contra su pecho y nos daba la espalda. Había sillas, muebles y libros tirados por todo el lugar, camillas volteadas y un espejo roto. Scorpion simplemente estaba ahí, sentado en medio de todo el caos que había causado y ni siquiera volteó cuando sintió el piquetazo del dardo. No se movió, sólo se quedó ahí, con la vista fija en un punto en la pared que nosotros no alcanzábamos a ver.

   —Cambiaste —dijo, al aire. Pero yo sabía bien a quién iban dirigidas esas palabras. Cuervo también lo sabía, porque la mano que sujetaba la pistola pareció temblar al recibir el impacto de esos fonemas que no significaban nada para el resto, pero que para él seguramente fueron como flechas cargadas de veneno—. Y ya no te reconozco.

Nadie dijo nada más y todos nos mantuvimos tensos y en silencio. Sesenta y cinco segundos después de dichas esas palabras, Scorpion cayó hacia un lado, inconsciente otra vez.

   —Me aseguraré personalmente de amarrarlo la próxima vez —bromeó Morgan para romper el incómodo momento, pero sólo su gente se rió. Miré a Cuervo que parecía consternado, como si pensara demasiado, e intenté evocar su imagen la primera vez que lo vi. Con lo poco que le he conocido durante este tiempo podría decir que sí, él había cambiado. Él ya no parecía el mismo hombre que intentó liberarnos para ahorrarse complicaciones cuando nos vio llegar a su guarida, no era la misma persona que nos rechazó y dijo que nuestro grupo sólo traía problemas. Definitivamente no era el mismo hombre rígido de mirada aterradora y voz sin emoción que había visto aquella vez. Él había vivido demasiado como para no cambiar; la aniquilación de gran parte de su escuadrón había estado a punto de devastarlo. Y lo que ocurrió con Steiss… lo que él le hizo.

Nadie podía mantenerse estoico después de todo lo que había pasado. 

    —¿Qué demonios ocurrió aquí? —Aiden y Ethan entraron en la habitación y ambos se quedaron quietos en el umbral y vieron hacia el cuerpo de Scorpion que seguía tirado en el piso—. ¿Está muerto?  —preguntó Aiden.

   —No para tu suerte —le contestó Cuervo y salió raudamente por la puerta. Aiden quiso seguirle, pero Ethan le detuvo.

   —Sólo está inconsciente —me acerqué a ellos para explicarles la situación—. Al parecer, se despertó hecho una furia y causó todo esto. Tuvieron que dispararle un dardo tranquilizante para inmovilizarlo.

   —¿Por qué eso no me extraña? —bufó Aiden.

   —¡Eh, Ethan! —Morgan le llamó—. ¡Ayúdame a moverlo! ¡Este desgraciado pesa más que un rinoceronte! ¿De qué diablos tiene hecho los músculos? —Ethan miró a su novio y éste asintió.

   —Ve. No tienes de otra —Ethan auxilió a Morgan con el inconsciente Scorpion y Aiden miró hacia la puerta abierta—. Se veía afectado, ¿qué pasó? —me preguntó.

   —Scorpion dijo algo que no debía —resumí. Aiden dejó escapar un suspiro lento y pausado.

   —Siempre he pensado… —comenzó—.  Que Cuervo a pesar de todo lo que ha hecho, está en el bando equivocado, con la gente equivocada—me miró a los ojos y cogió un mechón de su cabello entre sus dedos—. Ya sé, puedes decir que es un estupidez, pero…

   —Estoy de acuerdo. Yo pienso lo mismo —interrumpí—. A pesar de que no tengo idea de todo lo que él ha hecho, estoy seguro de que no es la misma clase de basura que Scorpion… —A pesar de todo, a pesar de lo que le vi a hacer con Steiss, él y el hombre dormido que ahora era levantado por Ethan no eran lo mismo. Había visto a Cuervo pasar por emociones tan humanas como el arrepentimiento y la culpa. Estaba seguro de que jamás vería a Scorpion vivir algo parecido a eso.

Aiden chasqueó los dedos frente a mis ojos y yo di un respingo, asustado por el inesperado movimiento.

   —¡Eso es justo lo que quería decir! Sabía que no era el único que lo pensaba así… —Aiden volvió a mirar hacia la puerta. Se veía realmente ansioso por salir detrás de Cuervo. No entendía sus motivos, ni el repentino afecto que a veces demostraba espontáneamente por él, pero no iba a preguntar ahora. No me incumbía—. Por lo que he visto, las cosas entre Scorpion y él no están bien. ¿Crees que acepte venir con nosotros?

   —Imposible —solté—. Cuervo jamás va a dejar a Scorpion.

Aiden se rió y se cruzó de brazos, fue una risita irónica.

   —¿Por qué demonios está con él, en primer lugar?

  —No lo sé —contesté y me encogí de hombros—. ¿Por qué estás tú con Ethan?

  —No es lo mismo —Sus ojos, de ese verde parecido al de las esmeraldas, me lanzaron una mirada que fácilmente pudo haberme helado la sangre de no haberme preparado antes para recibir semejante descarga de rabia que salió de ellos—. Ethan no es un cruel desgraciado, asesino y maldito infeliz como lo es Scorpion. No tienen un sólo punto de comparación. Ni siquiera intentes justificar una cosa con la otra.

   —No justifico nada —debatí—. Y jamás compararía a Ethan con Scorpion, no me malinterpretes. Lo detesto tanto como tú. Lo que trato de decir es que…a veces la gente no entiende de razones.

    —Creo que él es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta cuándo algo le conviene o no —discutió Aiden y volvió a anclar su mirada en la puerta.

    —Yo también lo creo… —le miré y sonreí—. Y también creo que quizás necesite una charla —le di un codazo, para que ambos saliéramos de la habitación—. Quién sabe, quizás con ese entusiasmo le logres convencer de que venga con nosotros —me burlé.

   —Lamento haberte hablado así.

   —No hay problema... —Cuando salimos de la habitación, Teo, Yü, Regen, Eden, Dalian y las chicas se encontraban afuera—. Por cierto, Aiden… ¿has visto a Terence? —pregunté, al verlos a todos reunidos y obviamente no verle ahí, como supuse que pasaría. No me había olvidado de ello ni mucho menos de la plática que acababa de tener con Uriel. Le debía una conversación a Terence. Una muy larga.

   —No, no lo he visto —contestó—. ¿Pasó algo?

   —N-No… —Dania corrió hacia mí y estiró sus manos para que la levantara en mis brazos. Lo hice y le acaricié el cabello—. Eh, hermanita. ¿Qué tal los jardines?

   —Yo sí vi a Cross —comentó ella y me sonrió con la sonrisa más dulce que tenía. Aiden la miró y encarnó una ceja—. Lo vi correr cerca de nosotros.

   —¿Cerca de nosotros? —repitió él—. ¿En los jardines en los que estábamos? —Dania asintió y Aiden esbozó una mueca de escepticismo—. ¿Por qué Terence querría ir ahí?

   —¿Qué hay en esos jardines? —pregunté.

 —Nada, salvo la torre N, un lugar lleno de calabozos —intenté ahogar un mal presentimiento cuando le oí decir eso. ¿Por qué Terence querría ir a un lugar como ese? Quizás sólo buscaba estar solo—. Ahora dime, Reed. ¿Ocurrió algo? —volvió a preguntar. Le miré a él y luego a Dania, sin saber cómo responder. Entonces se me ocurrió algo. Aiden iba a saberlo tarde o temprano, de todas formas.

   —¿Cómo conociste a Cross, Dania? —le pregunté, al bajarla de mis brazos.

   —¿Tú hermana conocía a Terence? —interrogó Aiden. No le contesté, ambos esperábamos la misma respuesta.

Dania sonrió.

   —Intentó ayudarme —dijo. Aiden y yo intercambiamos una mirada.

   —¿Ayudarte? ¿Cuándo? ¿Estaba en el barco de Shark?

   —No. Fue cuando nos separaron y me llevaron a esta ciudad. Él estaba con los hombres que me transportaron aquí, pero él intentó ayudarnos. 

   —¿H-Había…? —balbuceó Aiden con voz ronca, parecía inseguro de preguntar—. ¿Había más niños junto a ti? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Sabes…qué ocurrió con ellos?

   —No puedo recordarlo —contestó ella. Suspiré y me sentí aliviado de que no lo hiciera—. No recuerdo mucho sobre eso, sólo que Cross intentó ayudarnos, y creo que le castigaron por desobedecer a su líder.

   —Vuelve con los demás, Dania —le ordené, al sentir la pesada mirada de Aiden sobre mí. Él parecía querer exigir respuestas a preguntas que yo también me hacía. Mi hermana era obediente, y lo suficientemente madura como para darse cuenta de que él y yo debíamos hablar seriamente. Esperé a que se alejara lo suficiente para referirme al tema—. Escucha, Aiden…

   —¿Terence estaba con los hombres que la trajeron aquí? ¿De qué diablos hablaba tu hermana, Reed? —me interrumpió.

Me temblaron las rodillas y un ascendente nerviosismo se instaló justo en el centro de mi estómago. Negué con la cabeza, porque mi mente no era capaz de procesar esta nueva información que Dania me había dado. Terence no tan sólo era un cazador, era uno de los hombres que se llevó a mi hermana. Y él había intentado ayudarla.

¿Cómo se supone que debía sentirme ahora? 

   —¡Reed! —gritó Aiden en voz baja para llamar mi atención y volverme a la realidad.

   —Terence solía ser un cazador… —solté lo único que tenía claro de todo este tema—. Pertenecía a una especie de división especial encargada de proteger a los altos mandos. Antes… ¿aquí se concentraban los altos mandos?

   —Sí —Él bajó la mirada, como avergonzado—. Lo sé porque mi padre era uno de ellos —Sus ojos volvieron a verme, pero esta vez su mirada cambió; parecía repentinamente angustiado, por alguna razón—. Reed, tienes que saber que en este lugar a los niños…

   —Lo sé —interrumpí—. Me lo imaginé y, por favor, no me hagas pensar en eso. Si ella no lo recuerda, entonces yo tampoco.

   —Lo siento.

   —Entonces… —intenté guiar el curso de la conversación justo por el camino que yo quería, en una especie de monólogo; hablaba con Aiden, pero lo que en realidad lo que hacía era pensar en voz alta para aclarar mis ideas e intentar despejar mis sentimientos—. Si lo que dice Dania es cierto, Terence solía ser un cazador que por algún motivo, intentó ayudarla.

   —Joder… —Aiden se pasó ambas manos por el rostro—. Mierda, esto es demasiado fuerte como para tragarlo. ¿Terence un cazador?

Quise decirle que había más, quise contarle lo ocurrido con Amber y el apellido Dagger, ese apellido maldito que parecía querer seguirme en cada una de las desgracias que había vivido alguna vez.  Pero no sabía qué pensar respecto a eso, la versión que Uriel me contó había sido muy convincente. Necesitaba aclararlo, justo ahora.

   —Necesito hablar con él —dije.

   —Demonios, claro que sí. Y él nos debe una explicación también. Sigue por este pasillo y sal al jardín, recórrelo hasta que llegues a la torre N, o lo que queda de ella. Si todo está igual que la última vez que estuve aquí, sólo quedarán intactos los calabozos, que están en una especie de subterráneo. Es lo único que hay en este jardín, sin contar los árboles y las flores. Y es horrible, si me lo preguntas… —indicó con voz monótona, justo como lo haría un robot. Debía estar afectado por esta noticia—. Yo iré… —dijo y apuntó hacia el pasillo—. Iré por Cuervo.

   —Gracias, Aiden.

  —De nada, amigo.

Miré hacia el final del pasillo. La puerta que daba al jardín del que Aiden me hablaba seguía abierta, como si me invitara a pasar por ella. Respiré profundo, porque sabía lo que podía encontrar una vez la atravesara.

   —Eh, Aiden… —Regen le tomó del brazo cuando el castaño pasó por su lado y lo detuvo a mitad de camino. Aiden volteó hacia él, desconcertado, como si la voz del enmascarado lo hubiese despertado o causado una gran conmoción en él—. ¿Estás vivo?

   —¿Q-Qué? —balbuceó.

   —Me refiero a que te ves pésimo —bromeó—. ¿Está todo bien?

Aiden tocó su rostro, como si quisiera comprobar que lo que Regen le decía era cierto. Sí, quizás él estaba shockeado por la noticia, pero eso era algo que no se le notaba a simple vista. Regen no había oído nuestra conversación, ¿o sí? 

   —Estoy… sólo estoy cansado —contestó.

Regen le acarició el brazo y palmeó su hombro en señal de apoyo.

   —No te esfuerces demasiado —le dijo.

Aiden correspondió esa muestra de cariño y palmeó de vuelta la mano enguantada de Regen para luego estrecharla por un par de segundos.

  —Estaré bien.

Me quedé unos momentos pasmado ante aquella escena de camaradería y me di cuenta de algo: todos nosotros habíamos formado un lazo, una estrecha familiaridad que estaba a punto de romperse. Iba a hacerlo si no aclaraba la situación con Terence ahora. Caminé rápido hasta la puerta que daba al jardín y salí sin pensarlo. Afuera, un oasis de árboles, huertos y flores me trasportó a otra época, a otra vida, donde las cosas eran más hermosas y simples, un tiempo donde uno podía detenerse a admirarlas. Lo que tenía frente a mí era ciertamente admirable, una especie de paraíso natural en medio de esta tremenda estructura, que a su vez significaba una pausa entre muertos y calles destruidas. En medio de todo el caos estaba este lugar, y eso era maravilloso.

Mientras caminaba en dirección a la única estructura visible al fondo de ese inmenso jardín, tuve una especie de revelación: en todo este desastre dejado por la bomba que significaba el pasado de Terence también había un oasis, también había algo hermoso. Él era un hombre que recuperaba su vida y luchaba contra sí mismo. En estos momentos, Terence sostenía su mismísima existencia entre sus manos y ahora él podría elegir moldearla como plastilina y hacer algo nuevo con ella, para bien o para mal. En ese instante, descubrí que, justo ahora, la vida de ese hombre se desmoronaba. Su mundo entero se caería a trozos para formar otro.

Me adentré en un edificio a medio destruir. Pasase lo que pasase luego de esta conversación, fuese cual fuese nuestro destino de ahora en adelante e independiente del nombre y apellido que él llevara, no podía permitirme el no estar a su lado en estos momentos, no cuando él había estado junto a mí en mi momento más crítico, no cuando él me tendió una mano cuando lo perdí todo.

Se lo debía, independiente de las personas que asesinó antes y de todas las atrocidades que pudo haber cometido en el pasado.

Supe que iba por buen camino cuando me topé con unas escaleras que apenas se mantenían en pie. Se notaba que La Resistencia no se tomaba la molestia de tener prisioneros dentro de sus instalaciones. Si aquí había calabozos, desde hace muchísimo tiempo que nadie los utilizaba.

Un repentino nerviosismo me llenó de náuseas cuando, de alguna forma, sentí su presencia. Tenía que estar aquí y por algún motivo yo sabía eso. Cuando me adentré en ese sinfín de celdas tan parecidas a las que había en el Desire, tan siniestras, tan sucias y frías, supe que en toda La Resistencia no había sitio más abandonado que este lugar. Y supe que tanto Cross como Terence hallarían aquí un refugio.

Visualicé una celda abierta. Respiré profundo y me acerqué a ella. Cuando llegué a la puerta, lo vi: estaba sentado de espaldas a mí, con el cabello empapado que goteaba sobre su espalda y hombros. Miraba fijamente una pared gris con tan sólo unos garabatos en ella, notablemente obvios y claros. Una fecha: 17 de diciembre del año en que el desastre comenzó y unas marcas que debían ser de días.

   —Me encerraron aquí cuando quise desertar de E.L.L.O.S —dijo, sin voltear. Él me había oído y sabía perfectamente que era yo quien estaba de pie en esa celda—. Pasé veintidós días intentando escapar.

   —Te encerraron porque intentaste ayudar a Dania y los niños que E.L.L.O.S solía raptar… —dije, y en las últimas palabras la voz se me quebró ligeramente. Quise acercarme, pero mis rodillas no respondían y sólo atiné a quedarme ahí, de pie bajo el umbral de la puerta—. Debí haberlo pensado… no podías ser tan malo si mi hermana te quiere tanto.

   —Dania es demasiado buena, eso es to…

   —No —le interrumpí y esta vez sí me acerqué, pero no lo toqué. Detuve mi mano antes de acariciar su hombro—. Ella sabe elegir a la gente.

Negó con la cabeza.

   —Maté a muchas personas, Reed.

   —Lo sé. También sé que has matado a por lo menos diecisiete que fueron importantes o un desafío para ti —solté—. Uriel me lo contó.

   —Dieciséis —corrigió él. Imposible, yo había contado diecisiete marcas en su brazo—. ¿Recuerdas al idiota que intentó violar a Ada?

   —Claro que recuerdo a ese cerdo.

   —Después de haberle matado, me hice la última marca. No preguntes por qué, fue casi por costumbre y cuando me di cuenta de la locura que estaba haciendo, la herida ya estaba hecha. Pero ese imbécil no fue importante para mí, fue sólo el interruptor que me hizo darme cuenta de que algo iba mal conmigo.

«Costumbre» era la palabra perfecta para describir ese incidente y explicar la decimoséptima marca. Le habían acostumbrado a marcarse después de cada batalla dura.

Respiré profundamente e intenté calmar mi pulso, decirle a mi corazón que debía tranquilizarse o iba a delatarme. Debía estar tranquilo, pero estaba aterrado.

   —¿Recuerdas a todas las personas que has matado? —le pregunté.

   —He recordado a muchas —contestó y me estremecí en un escalofrío. Hubiese preferido un “no” como respuesta.

   —¿Te suena el nombre Amber Brooks? —tenía que ser ahora, debía preguntárselo ahora, tenía que darle fin a esta duda que me carcomía y me mataba por dentro.

Él no contestó y se mantuvo en silencio por algunos segundos. De seguro exprimía su memoria en busca de algún recuerdo, mientras mi estómago se comprimía de la misma manera y yo rogaba por una negativa. ¿Qué pasaría si me decía que sí, que la recordaba? ¿Qué pasaría si me decía que él la había matado?  

Volteó su rostro hacia mí; tenía marcas de lágrimas en la cara y los ojos rojos, el cabello mojado y estaba pálido como una hoja, cansado. Me miró sólo un segundo y luego volvió a darme la espalda.

   —Recordaría un nombre que suena como la miel —susurró. 

Suspiré, aliviado.

Me senté en el suelo, tras él, pero sin tocarlo aún. 

   —Tuve una novia —declaré y comencé con la historia que quizás debí haberle contado hace mucho—. Antes, mucho antes de conocernos. Ella es…ella ha sido una de las personas más importantes de mi vida.

   —Debió haber sido encantadora —comentó, y me pareció oír algo de sarcasmo camuflado en su voz. Quizás no entendía por qué le hablaba de una novia en un momento como este, pero eso era algo que estaba a punto de comprender.

   —Shark tenía el asqueroso fetiche de desvirgar a las muchachas del barco cuando cumplían los quince años y las violaba —continué y vi su espalda estremeciéndose en un escalofrío—. Pero Amber tomó una decisión y resolvió que no quería cumplir las reglas de Shark.

   —¿Vas a contarme cómo te acostaste con tu exnovia? —me increpó.

   —¡No, ese no es el punto! —me sentí ligeramente avergonzado. Nunca había hablado de esto con nadie, David quizás era el único que sabía cómo habían sucedido las cosas realmente. Me costaba mucho hablar de ello—. A-A lo que quiero llegar es que… cuando Shark nos descubrió, se la llevaron. Él se la entregó a otro hombre cuando el Desire tocó tierra.

   —¿Por qué me cuentas todo esto, Reed?

   —Porque ese hombre con el que la llevaron se apellidaba Dagger —solté. Él volteó hacia mí completamente y me miró, con los ojos muy abiertos y una expresión de pánico en el rostro.

   —N-No he sido yo, Reed. Hay otro hom…

   —Lo sé —le corté—. Uriel me lo contó. Me dijo que fuiste adoptado por un sujeto que trabajaba para E.L.L.O.S y que te dio su apellido. Me dijo que lo odiabas. M-Me dijo… —La voz se me quebró, eran demasiadas emociones que me revolvían por dentro. No estaba contento con que Terence haya sido un cazador antes, no, no estaba feliz de conocer su pasado y mucho menos de todas las atrocidades que había hecho. Pero él no era ese Dagger, no era el hombre maldito que parecía estar en cada una de mis desgracias. Eso era suficiente para mí—. Me dijo que no eras culpable —sollocé.

Él me abrazó; estiró sus brazos hacia mí y me rodeó por completo, sólo como él sabía hacerlo. Por un momento, creí haber olvidado cómo se sentía eso, cómo eran sus abrazos, cómo era su tacto que parecía herirme cada vez que ponía sus dedos sobre mí. Todo en él dolía ahora. Pero íbamos a superarlo.

Hundí mi cabeza en su hombro y lloré un poco más. Necesitaba hacerlo, necesitaba sacar todo esto, toda la desesperación, rabia y angustia que me habían podrido por dentro en tan sólo unos segundos. Debía hacerlo, una vez alguien me dijo que reprimir lo que sentimos podría matarnos. Y yo quería vivir. Nunca lo deseé tanto.

   —Lo siento, Reed—susurró en mi oído, con voz amarga.

   —No lo sientas, no es tu…

   —Sí lo es —me abrazó con más fuerza—. No voy a negar eso. Todo lo que hice... nadie me obligó a hacerlo.

   —Sabes que no es así.

   —¡Lo es! —alzó ligeramente la voz, pero su molestia no era conmigo, era con el resto, con la situación y probablemente consigo mismo—. Yo maté y torturé a toda esa gente… y-yo… —inspiró profundo para contener las ganas de llorar—. Es duro, ¿sabes? Enterarte de la mierda que has sido todo este tiempo y de todas las cosas que has hecho, así, de golpe.

   —Déjalo… —dejé de llorar y busqué su rostro para tomarlo entre mis manos y mirarle cara a cara. Sus ojos, esos perfectos ojos tricolor que en otro tiempo me habrían mostrado un hermoso espectáculo de colores, estaban más grises que nunca, tan grises como las paredes que nos rodeaban a ambos—. No pienses en ello.

   —T-Tengo que hacerlo —balbuceó—. Yo he…

   —Te perdono, Cross —solté lo primero que se me vino a la mente para detenerlo. Él se culpaba y se torturaba así mismo y no, no era su culpa—. Te perdono, por todo lo que has hecho y por el daño que has causado —Yo no tenía ninguna autoridad para hacerlo y aun así, mis palabras parecieron causar algo en él. Los vitrales de sus ojos se tornaron más claros cuando los vi empañarse por las lágrimas. Sus hombros se sacudieron de arriba abajo cuando el primer sollozo salió de su boca. Le abracé.

Yo no era quién para dárselo, pero él necesitaba perdón. Y quizás no me había hecho nada malo directamente, pero yo era el único que estaba ahí para perdonarlo. Él lo aceptó así y me dio esa soberanía; yo podía hablar en el nombre de todos los que él había lastimado alguna vez.

Conocí a un hombre perdido una vez al que llamamos Terence; usaríamos ese apodo hasta que recordase su verdadero nombre. Creí haberme enamorado de él, de ese misterioso chico sin memoria y con una fuerza y técnicas increíbles, de ese chico que parecía herirme con el peso de sus dedos; quizás producido por toda la sangre que esas manos habían derramado. Creí que lo amaba, hasta que descubrí que era otra persona. Me enamoré de un chico presa de su pasado.

   —Gracias… —murmuró contra mi oído. Me moví ligeramente para treparme en su regazo y quedar sentado sobre sus piernas, muy cerca el uno del otro. Sequé sus lágrimas, apoyé mi frente contra la suya y lo besé en los labios. Lo besé con todo lo que tenía, lo besé con el alma. Lo hice como solía besar al chico perdido de quien me había enamorado una vez. Me ahogué en su respiración, me derretí con el tacto de su piel y me sentí atrapado entre esas manos que se deslizaron bajo mi camiseta.

   —Cuéntame ahora, Cross… —susurré cuando nuestras bocas se separaron y le miré a los ojos; quería traspasarlo y ver cada oscuro rincón de él y sus memorias—. Cuéntame quién eres, sin guardarte nada.

Me enamoré de él una vez.

Me enamoraría mil veces más.


 [1]En demonología, Cimeries es un marqués del infierno. En el Ars Goetia, es representado por un guerrero que va en un caballo negro y tiene a su mando 20 legiones de demonios.

 

Notas finales:

Y... ahí está. El pasado de nuestro amado pelirrojo ha sido revelado (en parte) Ahora entienden porqué pelea tan bien
Faltó limonada, lo sé. En el próximo capítulo habrá, y más de Terence. Y quizás un poco de Scorvo. La guerra está muy cerca. 

¿Lograron entender la referencia xd?

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Qué tengan un lindo fin de semana


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