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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holiii -3-

Capítulo 6



Mis viejas Converse marcaban una melodía arrítmica y acelerada sobre el piso de madera. 

  —¿No quieres comer algo, hijo? 

   —Estoy bien, señora Isabel. Gracias.

   —¿Reed? 

   —¿Mmm?  

   —¿Podrías dejar de hacer eso? Ese paseo tuyo me está matando —me detuve para mirar a Cassandra y sólo entonces fui consciente de que había estado dando vueltas por toda la cabaña sin detenerme, como un animal dentro de una jaula—.  Ada está bien, de seguro Terence ya la encontró.

   —S-Si…claro —intenté tranquilizarme. Caminé hasta el sillón y me senté junto a ella—. ¿Cómo te sientes? 

   —Mejor, el té de la señora Isabel sirvió para calmar los nervios.

   —Es por la melisa, cariño —La señora Isabel, mi nueva y adorable vecina de setenta y cinco años, que acababa de conocer hace una media hora atrás, estaba tejiendo tranquilamente sentada en otro viejo sofá—. ¿No quieres que prepare algo para ti, jovencito? 

   —Muchas gracias, pero estoy bien —sonreí y ella correspondió mi sonrisa en su rostro arrugado por los años. Estaba sorprendido, había olvidado la última vez que vi a una persona de su edad viva. Lamentablemente, cuando esta crisis comenzó, los ancianos fueron los primeros en morir. Esta mujer era un milagro. 

   —Podría hornear galletas…—dijo y se puso lentamente de pie para caminar hacia la cocina—. Las de canela me quedan muy bien. A mi nieto le encantaban, él debería tener tu edad… 

¿En este lugar se daban el tiempo de hornear galletas? 

   —No creo que sea buen momento para preparar galletas, señora Isabel… —Cassandra se puso de pie y la interceptó a medio camino, tomándola de las manos—. Quizás tengamos que salir de aquí, no querrá dejar el horno encendido. 

   —Oh, que tonta. Había olvidado lo de la alerta… 

   —¿Qué tal mañana? —dije—. Mi sobrina Ada ama las cosas dulces, de seguro que sus galletas van a encantarle —La mujer dejó escapar otra de sus sonrisas. 

   —Me parece fantástico, hijo —contestó y aceptó mi mano cuando yo me puse de pie para que ella volviera a sentarse, esta vez en mi lugar—. ¿Qué tal si tú también vienes mañana, querida? 

   —Me encantaría, he tenido antojo de galletas durante toda la semana. 

   —Prepararé muchas, entonces. Tienes que alimentarte bien… —me mantuve de pie, algo confundido, mirando la escena. ¿Estábamos planeando una merienda de bienvenida en la casa de mi vecina? Como si este lugar fuera un vecindario común y corriente, como si las tres personas que estábamos dentro de esa habitación fuéramos personas normales. ¿Era esto posible? 

   —¡Reed! —Golpes y gritos de una voz familiar pusieron en alerta todos mis sentidos—. ¡Reed! ¿¡Estás aquí!?  

   —¡Ada! —reconocí su voz y corrí hacia la puerta para quitar la silla y abrirla. Ella y un grupo de personas estaban tocando la puerta de la cabaña—. ¡Ada! ¡Aquí! —Ada corrió hacia mí. 

   —¡Me tenías preocupada! —se lanzó sobre mí y yo la recibí en un abrazo—. ¡Me dijeron que habías ido al cementerio! Fui a buscarte ahí pero no te encontré, me asusté mucho —Mientras hablaba, yo examinaba su rostro de arriba abajo, como era de costumbre, en busca de heridas o señales de angustia, no importaba qué, tenía que asegurarme que ella estuviese bien—. ¡Estoy bien, Reed! —gruñó.

   —L-Lo siento… —la solté y miré al grupo que había llegado junto a ella. Eran tres hombres, quizás les había visto alguna vez—. ¿Ustedes son…? 

   —Escapamos del Desire, gracias a ti… —Uno de ellos avanzó hacia mí y no tardé en reconocerlo, a él definitivamente lo había visto y a pesar de no haber cruzado jamás una palabra con él, su rostro era difícil de olvidar—. Soy Jesse Senna, encantado —dijo, con un notable y delicado acento italiano adornándole la voz. Me tendió la mano. 

   —Reed Breathe —sacudí en el aire su mano, que era increíblemente suave—. Te recuerdo, tú estabas encerrado en el tercer calabozo. Te vi pasar alguna vez... —Y había visto pasar a muchos hombres frente a nuestro calabozo durante estos cinco años, pero éste joven, del que sólo ahora sabía el nombre, siempre llamaba la atención. Era alto, esbelto y elegante, a pesar de estar herido. Su cabello largo y claro, que siempre estaba en orden, caía en suaves ondas sobre sus hombros pálidos. Ahora incluso ese cabello se veía más perfecto y brillante. Ada me dirigió una mirada cómplice y entonces recordé otra cosa—. Claro... —sonreí y me esforcé por contener una carcajada—. Por supuesto que te recuerdo… Ada suspiraba cada vez que te veía pasar —mencioné, a punto de estallar en una risa. Las mejillas de mi sobrina tomaron una tonalidad rojiza. 

   —¡Reed! ¡No le digas esas cosas a Jesse! 

   —Basta de charlas. ¿Vas a dejarnos entrar ya? —Otro de los hombres que estaban ahí se adelantó, pero no para saludar precisamente, sino para pararse frente a mí y lanzarme una mirada molesta. Desgraciadamente también reconocí a ese hombre y desgraciadamente sabía su nombre. Erick Valdés, el rudo y musculoso grandote que gracias a su fuerza bruta había logrado tomar el puesto de líder en el calabozo que estaba junto al nuestro. Parecía un tipo difícil de tratar—. Hemos traído a tu linda chica a salvo, deberías darnos un refugio, los de éste lugar aún no nos dan uno —dijo. Me quedé unos segundos viéndole a los ojos, para dirigirle la misma mirada amenazante que él me estaba lanzando. ¿Qué formas de pedir ayuda era esa? 

Pero no era momento de pelear ahora, menos con alguien con quién no me convenía hacerlo. 

   —Claro —me aparté de la puerta para dejarles pasar. El primero en entrar fue él, seguido del tercer joven que no se presentó y que parecía pisar sus huellas, como un perro. 

   —Scemo… —Jesse gruñó algo a mi lado cuando los otros dos entraron. No logré comprenderlo, pero él parecía molesto. 

   —No te molestes… —hablé bajito para que sólo él me escuchara—. Es un idiota. 

   —Eso fue exactamente lo que dije —sonrió. Abrí la puerta un poco más para que él pasara—. Gracias, Reed —atravesó el umbral de la puerta.

Ada a mi lado, me dio un codazo. 

   —¿Por qué hiciste eso? —se quejó. 

   —Me la debías, por no estar aquí cuando están atacando —le acaricié el hombro—. Pero te entiendo, sobrinita. El chico es encantador. 

   —¡Lo es! ¿Acaso viste los hermosos ojos que tiene? —susurró—. Su color...es…no lo sé, creo que nunca lo había visto. ¿Castaño muy claro? ¿Miel?

¿Acaso ella se daba cuenta que parecía una barra de mantequilla al sol? 

   —Caramelo —susurré.

   —Sí… —Ella suspiró—. Caramelo… 

   —Ada —cargué ambas manos contra sus hombros. 

   —¿Q-Qué? 

   —Si no dejas de comportarte como una groupie enamorada, me encargaré de contarle a ese chico, Jesse, sobre esa vez que caíste sobre mierda de perro, cuando eras pequeña. 

   —¡Tú no harías eso, Reed! 

   —Claro que lo haría… —La empujé por los hombros para que ella también entrara a la casa—. Soy capaz de todo con tal de mantener tus alborotadas hormonas de adolescente lejos de cualquier cosa que se mueva —cerré la puerta tras de mí. Los demás ya se habían instalado dentro de la cabaña. 

   —Hablando de hormonas… —Ada atravesó la habitación para sentarse sobre el respaldo de uno de los sillones, al lado de Cassandra, la seguí—. ¿Dónde está el lindo pelirrojo que salvaste? —preguntó y yo me detuve a mitad de camino. 

   —¿Terence? 

   —¿Ese es su nombre? No me lo dijo cuando hablamos.  

   —¿No te encontraste con Terence, Ada? —preguntó Cassandra, mientras que sus ojos verdes corrían hacia los míos para lanzarme una mirada nerviosa. 

   —No lo he visto… —respondió y la piel de los brazos se me crispó. 

   —Tengo que irme… —dije y caminé hasta la puerta para abrirla, pero me detuve—. Señora Isabel, ¿Tiene cuchillos aquí? 

   —Sí, cariño. En el mesón. 

   —Espera, Reed. ¿Qué vas a hacer? 

   —Envié a Terence a buscarte, Ada. Tengo que ir a… 

   —Uno de ustedes debería acompañarlo… —dijo la señora Isabel.

   —Jesse. ¿Puedes venir un segundo? —El joven se puso de pie y caminó, con paso silencioso y un poco cansado, hacia mí. 

   —Reed, creo que yo debería ir a...

   —No, tengo que ir yo —susurré, cuando llegó a mi lado—. Pero algo en esos dos tipos me da mala espina… —fruncí los labios disimuladamente para apuntar en la dirección donde se encontraban Erick y su compañía—. Estoy seguro que si algo llega a pasar, escaparán y dejarán a las chicas y a la señora Isabel solas. No te conozco, pero tú pareces una persona razonable —Él sonrió. 

   —Está bien —susurró con la voz cálida cargada de ese suave acento italiano. 

   —Sé que estás herido e imagino que quieres descansar, pero no sé en quién más confiar… —titubeé—. Confío en ti, Jesse —recalqué.  

   —Tienes que hacerlo. 

   —Bien… —tomé uno de los cuchillos que estaban en el mesón y me dirigí hacia la puerta—. Iré solo, no se preocupe señora Isabel… —dije, más alto, para que todos me escucharan. 

   —¡Reed, espera!

   —¡Quédate aquí, Ada! —ordené antes de cerrar la puerta. Apoyé mi espalda contra la madera y el rumor de la alarma, que seguía sonando, me dijo que aún debían haber muertos por ahí. ¿Habían escapado todos los que estaban en el Desire? Eso era prácticamente imposible, los únicos que podían salir de ese calabozo eran los nuevos, los que aún podían trepar y esos debían ser menos de cuarenta, veinte considerando la altura que había entre el subterráneo donde los calabozos de los muertos estaban, incluso si se habían amontonado unos sobre los otros no deberían haber logrado escapar más de treinta. Pero la alarma seguía sonando. 

¿Por qué tenía la sensación de que la isla estaba plagada de muertos? 

Estrujé el cuchillo que había tomado entre mis dedos sudorosos por los nervios y comencé a correr. No sabía dónde comenzar a buscar, pero siempre la playa era un buen punto de partida. Me perdí entre los árboles y pude sentir la brisa húmeda golpeando mi cara, me concentré en oír el murmullo de los pájaros que bajaban a la orilla y casi pude oír el ruido del agua estrellándose contra las rocas que bordeaban toda la costa. Conocía ese sonido y podía reconocerlo en cualquier parte, desde cualquier lugar, lo había escuchado durante cinco años. Estaba seguro que había agua cerca. 

Oí un sonido distinto al de mis pasos, algo irregular, algo que corría hacia mí. Me detuve en medio de un espacio verde lleno de árboles que oscurecían el lugar y los vi. Eran dos muertos, debían tener un par de meses, aún parecían poder moverse bien, pero sus ojos y sus rostros estaban consumidos por la sangre salpicada, como si una bomba hubiese explotado en su interior. Respiré hondo y empuñé mi arma. 

   —Vamos, Reed —murmuré para mí mismo y los esperé. Había algo que se sentía distinto, una especie de seguridad que sabía me obligaría a tomar más riesgos de los necesarios. Uno de ellos saltó sobre mí y me mordió el brazo, sus dientes, aún firmes, se clavaron en mi piel y pude sentir cómo comenzaban a rasgarla. Levanté el cuchillo con mi mano libre y se lo clavé en la cabeza. Fui embestido por el segundo muerto y caí al suelo con él. 

La adrenalina corrió rápida por mi cuerpo y le agarré por el cuello antes de que él mordiera el mío, pero sus manos me tomaron de los hombros y sus uñas se clavaron en ellos. Forcejeé e intenté sacármelo de encima, él dejó escapar un grito, un grito bestial que me erizó los pelos de la nuca.

   —¡Ya basta! —me vi obligado a sacar mis manos de su cuello para poder tomar el cuchillo, él se acercó más e intentó morderme, pero fui más rápido. La boca de ese monstruo estaba increíblemente cerca de mi clavícula cuando le atravesé la frente con la filosa arma. El cuerpo cayó sobre mí y la sangre oscura y algo coagulada que empezó a salir de su cabeza me manchó el rostro y el pecho.

 Me quedé ahí, bajo ese cuerpo ahora inmóvil, respirando agitadamente, extrañado de mí mismo. Por un momento había cometido el error de olvidarme que estas cosas daban miedo, por unos segundos había dejado de temerle a su mordida. Por un momento había olvidado que podía morir. No debía cometer ese error nunca más. No podía dejar de sentirlo, él miedo a los muertos era lo que me había mantenido vivo todo este tiempo.  

Con dificultad, quité el cuerpo de encima y me senté en el suelo para rasgar un trozo de mi camisa y vendar mi brazo, que había comenzado a sangrar. Sí había dejado que uno de ellos me mordiera había sido solamente porque sabía que el virus no me haría daño. 

«Te necesitamos vivo, no en pedazos», las palabras de Terence golpearon dentro de mi cabeza, como un regaño, casi podía oírle diciéndomelas otra vez.

Tenía que buscarlo.

Me levanté y esta vez comencé a caminar. No conocía el lugar, no quería hacer ruido, si había más de ellos cerca haría todo por no llamar su atención, para no volver a cometer la estupidez que acababa de hacer. Miré hacia arriba, el cielo estaba gris igual que la noche en la que llegué aquí, oscuro. El viento corría igual que esa noche, la misma temperatura en el ambiente. Se iba a desatar una tormenta. 

Y una lluvia torrencial ahora podía ser fatal. 

El sonido del agua se hizo más fuerte, pero yo sabía que aún no estaba cerca del mar. ¿De dónde venía? Lo supe minutos después, cuando algo cambió, cuando la vegetación comenzó a hacerse más espesa y el ruido más estruendoso. Definitivamente era agua, era agua cayendo verticalmente y estrellándose contra las rocas. Apuré el paso. Una cascada.

Parecía un oasis en medio de esa nada completamente verde. La espuma que producía la caída del agua levantaba una bruma blanca y algunos pájaros bajaban desde la copa de los árboles para beber de la orilla. Me vi obligado a despertar de esta visión de ensueño cuando le vi; Terence estaba tan quieto en medio del agua que dudé si él estaba realmente parado ahí o no. No se movía, sólo estaba ahí, con la ropa rasgada, empapada y medio cuerpo sumergido bajo el agua que, cerca de él, comenzaba a teñirse de rojo, igual que su cabello. Parecía confundido, mientras mantenía ambas manos frente a sus ojos. No tarde en darme cuenta de lo que estaba pasando, lo supe cuando vi los doce cuerpos flotando a su alrededor. Estaba seguro que eran muertos que habían entrado a la isla. 

Decidí acercarme antes de que entrara en shock. 

   —Tengo una teoría sobre ti… —comencé, mientras caminaba hacia la orilla y calmaba mis nervios que subían y bajaban en mi estómago, por el hecho de haberle encontrado—. Creo que antes eras una especie de luchador profesional… —Sus ojos, que ahora parecían haber tomado una tonalidad azul oscura, me lanzaron una mirada que parecía angustiada—. Claro, tu no deberías pensar en eso… —negué con la cabeza—. No tienes que pensar en nada, Terence —me metí en el agua a pesar del frío y los muertos que flotaban en ella—. ¿Fue una pelea dura? 

   —No sé cómo hice esto, Reed.

   —Tómalo con calma… —su mirada oscilaba entre sus manos ensangrentadas y yo. Quizás debí habérselo advertido. Antes había leído sobre esto. Terence había acabado con todos esos muertos y no tenía idea como lo había hecho, no lo sabía porque él no estaba siendo verdaderamente consciente de ello, era su cuerpo—. No es nada del otro mundo, luchaste bien porque tu cuerpo recordaba cómo hacerlo, a pesar de que tú no lo haces… —llegué hasta donde él estaba, me paré frente a él y tomé sus mejillas para inspeccionar su rostro de arriba abajo—. ¿Te mordieron?

   —Ni siquiera estuvieron cerca… —dijo y la voz le tembló por el frío. Miré a nuestro alrededor, miré el agua pintada de rojo oscuro y los cuerpos que flotaban por todas partes. A algunos le había quebrado el cuello, a otros les había estrellado la cabeza contra las rocas que estaban cerca, lo supe porque algunas de ellas todavía tenían manchas de sangre sobre sus superficies. El panorama frente a mí era asqueroso.  

   —Eres brutal, Terence —susurré, asombrado.  

   —¿Y si antes de perder la memoria era una especie de asesino? ¿O un delincuente? ¿Un pandillero? —preguntó. Miré dentro de sus ojos angustiados e intenté encontrar la broma. Pero él hablaba en serio. Solté sus mejillas mientras una risa involuntaria escapaba de mi boca.

   —¿¡Estás loco!? —le di una palmada en la espalda y seguí riendo, pero al ver que su rostro no cambiaba, tuve que volver a la seriedad—. Vamos, Terence. ¿En serio piensas eso? 

   —N-No lo sé, Reed. Sólo digo...acabé con ese grupo de muertos casi sin darme... 

   —¿Tú, un asesino? —Mis mejillas se inflaron cuando intenté contener otra carcajada—. ¡Mírate! Te asustas de sólo pensarlo —Él soltó un montón de aire en un suspiro. 

   —Tienes razón —sonrió y sus ojos me recorrieron de pies a cabeza—. Estás mojado. 

Le di un leve empujón. 

   —¿Y qué? Tú también lo estás. 

   —Sí, pero yo no parezco un polluelo recién nacido. 

   —No... —comencé a moverme para dirigirme a la orilla—. Pareces una chica de los guardianes de la bahía recién salida del agua —me burlé.

   —¡Oye! ¡Eso es ofensivo! —La espalda me tembló cuando un montón de agua que él había salpicado me mojó—. ¡Nunca hubo una pelirroja en esa serie! —giré y sumergí los brazos para salpicarle también. 

   —¡Felicidades! ¡Tienes el primer papel, pelirroja! —volví a burlarme. 

   —Prefiero ser una pelirroja antes de ser un pollo —rió y comenzó a acercarse a mí, le lancé más agua para que se detuviera, pero no lo hizo. 

   —¡Y yo prefiero ser un pollo antes de parecer una chica saliendo del agua!

   —Sé de algo que no te gustaría ser.

   —¿¡Qué!? —reí y le lancé agua por tercera vez. 

Su mano atrapó la mía en el aire y él tiró de mí y me atrajo hacia sí. Pude oír el sonido que hacía su corazón chocando contra su pecho cuando me abrazó.   

   —Labios de algodón... —susurró contra mi oído. Me soltó y siguió avanzando hacia la orilla. Me estremecí y por unos momentos quedé aturdido.

   —¿Q-Qué dijiste? 

   —¿Vas a venir o seguirás mojándote? Si no te diste cuenta, aún no he encontrado a Ada.  

   —¡No, no. Ada ya está a salvo, por eso vine a buscarte! —reaccioné y corrí hacia la orilla para alcanzarle, él ya estaba fuera del agua—. Terence, si lo que dijiste fue por lo que pasó afuera de las cabañas creo que deberíamos... 

   —¿Tengo que olvidarme?  —volteó a verme cuando dijo eso. 

Me había robado las palabras de la boca. 

   —Si —dije con voz seca. Sus ojos multicolor me lanzaron una mirada afilada, que contrastó con la sonrisa que se le dibujó en los labios. 

   —Bien —se encogió de hombros—. Lamento haberlo hecho. 

   —Está bie... 

   —Lamento haber hecho tambalear esa muralla gigante que traes encima.

   —¿¡Qué!?

   —Decidiste hablar sobre el tema porque sí te importó, ¿no? —El pelirrojo comenzó a caminar, sin mirarme—. Sólo fue un beso, Reed. No deberías darle importancia. 

   —No le doy importan...

   —Pero te tomas la molestia de aclarármelo, porque te importa —volvió a interrumpir. Parecía que no me estaba escuchando—. Te importa y te asusta, así como te asustó llorar frente a la tumba de tu amigo. 

   —¿Qué estás diciendo? 

¿Qué sabía él? ¿Qué sabía él de mí? 

   —Observa bien a un hombre y sabrás de él más que él mismo —recitó y clavó sus ojos en los míos—. Lo leí en un libro que me prestó tu sobrina —sonrió y esa sonrisa me molestó—. No eres el único que puede leer a la gente, Reed —dijo y siguió caminando.

   —Si sabes leer tan bien a todo el mundo deberías partir por intentar recordar quién demonios eres —solté, casi sin pensarlo. Él se detuvo y supe en ese mismo instante que no debí haber hablado.  

Los tres colores que manchaban sus ojos parecieron brillar por la furia.

   —Idiota —siseó.

El estruendo de una bala hizo eco en mis oídos.

   —¿¡Oíste eso!? —chillé.  

   —Claro que lo oí —me tomó del brazo y me arrastró para empezar a correr. 

   —¡Oye! ¿¡A dónde vamos!? 

  —¡Vamos a ayudar! —gritó y sus dedos sujetaron con más fuerza mi muñeca. Otra bala se escuchó en el aire, seguida de otra, otra y otra—. Mierda, deben estar en problemas. 

   —¡Deben estar en la playa! —Los disparos venían de ahí, sabía perfectamente reconocer de dónde venía un ruido que irrumpía en un lugar completamente silencioso. Había vivido en silencio durante cinco años. Terence cambió el rumbo y me arrastró con él. 

Más disparos se escucharon entonces, lo que fuera que estuviese pasando, debía de ser grave, demasiado. Dejamos la cascada en menos de un minuto y abandonamos ese oasis en medio de esa nada verde, para seguir corriendo.

   —Sólo para aclarar las cosas... —jadeé, mientras sentía cómo la adrenalina subía a borbotones por todo mi cuerpo—. No tengo ninguna muralla. 

   —Claro que la tienes... —contestó y me vi obligado a correr más rápido cuando él aumentó el ritmo—. La tienes y está bien, todos tenemos una... —noté cómo la vegetación empezó a bajar su densidad y noté las rocas en el suelo, que anunciaban que nuestro destino estaba cerca. Más disparos se escucharon y me preocupé sólo cuando, abruptamente, dejé e oírlos—. Mierda —gruñó. Habíamos llegado. Empuñé mi cuchillo y fijé mi vista para comprobar si lo que estaba viendo a lo lejos era real. Estaban en la playa, todos, absolutamente todos. La piel de mis brazos se erizó cuando hice un rápido conteo mental de cuántos eran. 

Treinta muertos, en la playa. 

   —¿Esos son Ethan y Aiden? —pregunté cuando vi a dos hombres, parecidos a ellos, en medio de ese mar de gente. Terence comenzó a correr.

   —¿¡A dónde vas!? 

   —¡Dije que íbamos a ayudar! —gritó, cuando ya se hallaba a metros de mí. Mis piernas se movieron para seguirle por mero instinto y se movieron aún más rápido cuando tomaron el impulso para lanzarse sobre uno de los muertos que estaba cerca y clavarle el cuchillo en la frente. 

   —¡Son demasiados! 

   —¡Tenemos que abrirnos paso! —Uno de ellos se lanzó sobre Terence, él tomó su cabeza con ambas manos y golpeó en los costados de ella tan fuerte que sus palmas parecieron sumergirse en la piel blanda y podrida. Le dio una patada para alejarlo y tirarlo al suelo, corrió hacia otro, lo tomó de los cabellos y le estrelló la cabeza contra una roca. 

El panorama se veía catastrófico y ya no podía ver ni a Aiden ni a Ethan en medio de ese enorme grupo de muertos, que estaban a sólo algunos metros de nosotros; algunos amontonados, otros vagando de acá para allá, todos amenazando con romper la corta paz que creí lograría conseguir en este lugar. Ahora, sentía que esa paz se iría al infierno, sentía que la muerte estaba más cerca de nosotros, pisándonos los talones.

 Terence se detuvo de pronto y yo también lo hice. La piel de mis mejillas cosquilleó cuando él las tomó entre sus manos y sus dedos dejaron esa marca, esa especie de peso sobre ellas. Acercó su rostro al mío, sólo un poco. No pude moverme. 

   —Puede que no sepa quién demonios soy... —dijo y el vahó que salía de su boca calentó mi rostro—. Pero sé una cosa. 

   —¿Qué? —balbuceé, confundido, viendo de reojo cómo otro pequeño grupo avanzaba hacia nosotros. Algo me impidió advertirle sobre esto. Sus ojos multicolor se clavaron en los míos sólo unos instantes, antes de soltarme para correr hacia el nuevo grupo y abalanzarse sobre uno de ellos. Tardé en reaccionar para correr tras él. 

   —¡Cuidado! —le empujé cuando vi cómo uno de ellos se acercaba por su costado y agarré al muerto del cuello y le clavé en cuchillo en el centro de la frente, pero cuando intenté quitar el arma, ésta pareció quedarse enterrada en el hueso—. No, no... —forcejeé con el cadáver que aún estaba de pie, gracias al cuchillo, y tuve algo de desesperación al no poder quitarlo. Sentí el cuerpo de Terence tras de mí cuando pasó sus manos sobre mi cabeza para tomar el cuchillo él mismo y quitarlo de un solo tirón. 

   —Puedes pedir ayuda también... —dijo. 

   —No la necesitaba.

   —Reed... —Él susurró mi nombre a mis espaldas, muy cerca de mi oído, y me pareció oír una pizca de burla en su voz—. Voy a quebrar esas murallas.

Me pregunté si él estaba siendo realmente consciente de lo que estábamos haciendo.




Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review :)

Abrazos! <3


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