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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente. Al fin puedo traerles actualización. Últimamente sólo puedo escribir los fines de semana :( es re triste. 

Pero a cambio de la espera, les traigo un capítulo muy emocionante; con lemon, acción y fanservice
ALGUNAS COSAS QUE DEBEN VER/OÍR ANTES DE COMENZAR (O DURANTE? IDK) 

En la segunda parte del capítulo (sabrán de inmediato dónde comienza, debido al cambio brusco en la ambientación y situación) hago referencia a tres canciones de la banda Slipknot. Si quieren, pueden oír la segunda parte de este cap oyendo estas canciones, yo las oí mientras escribía así que supongo que les causará la misma emoción (aunque OJO: Sólo lean la segunda parte con esta música, o el lemon se tornará satánico xD)

Psychosocial - Slipknot 
Duality - Slipknot 
Before I forget - Slipknot

PD: A las fans de Scorpion, Noah es un fan acérrimo de esta banda xD 

TAMBIÉN IMPORTANTE: Necesito que mantengan estas imágenes muy frescas en su cabeza antes de comenzar el capítulo, así que véanlas ahora (no explicaré contexto, ya lo entenderán)

Posición de apoyo (guía): Ok, esta sí la voy a explicar, a medias. Reed estará mucho más cerca que esto. 
Tatuaje (GRÁBENSE ESTE EN LA CABEZA, JODER! :3) 

 

Capítulo 73

 

Desperté en mitad de la noche entre las cuatro, cinco o en algún punto del tiempo antes del amanecer. Todo seguía oscuro todavía y algunas estrellas aún resplandecían en lo más alto del cielo. Me quedé ahí, viéndolo todo, con la vista anclada sobre una nube que pasaba por encima de mi cabeza y cubría la figura de la luna llena y pálida, intentando despertar por completo, recobrando mis sentidos y recordando cómo diablos había llegado hasta allí. Estaba a unos sesenta u ochenta metros de altura, en un carro del Halcón Torcido, con un colchón bajo mi espalda, dos almohadas contra mi cabeza y un par de frazadas cubriéndome. Hace algunas horas había escalado por los rieles durante casi media hora, arriesgando mi vida por llegar aquí.

Samantha… esa mujer estaba loca.

Pero no nos había mentido. La vista era hermosa.

Un ruido me desconcentró, sacándome de mis pensamientos y jalándome otra vez a la realidad. Me senté para mirar a mi alrededor, Samantha y Scorpion dormían en los primeros carros que se acercaban a la parte más alta de la segunda curva del circuito de la montaña rusa. Me levanté, sujetándome de los bordes del carro, a pesar de que el espacio ahí era suficiente para mantenerme seguro y no caer, y me acerqué al coche que estaba delante de mí. Terence dormía, recostado en posición fetal, abrazando sus rodillas y con medio cuerpo destapado; gemía, balbuceaba y temblaba, probablemente por el frío. Me incliné en la barrera que separaba su carro y el mío y le cubrí completamente con la manta.

Entonces, dormido aún, le oí balbucear un nombre.

   —Abe…

Acerqué mi mano a su rostro y le acaricié, deslizando mis dedos por el puente de su nariz y por sus mejillas.

   —¿Quién es Abe? —susurré, hablando más para mí mismo que para él. No era primera vez que le oía nombrarlo en sueños. ¿Un amigo? ¿Un hermano perdido? ¿Alguien de la organización que lo había adoptado? ¿Un viejo amante, tal vez?

Había tantas cosas que me preguntaba sobre Terence y que no podía responder.

¿Cuánto sabía realmente de él?

Despertó de pronto, abriendo los ojos de un segundo a otro, sentándose en el acto e inhalando profundo y ruidoso, como si no hubiese respirado en mucho tiempo.   

   —¡Hey, hey! ¡Tranquilo, muchacho! —intenté calmarle. Él me miró desconcertado, con una mano sobre el pecho, como si quisiera contener el corazón que parecía estar a punto de salírsele del cuerpo. Me miró por varios segundos, con los ojos muy abiertos y los labios muy apretados.

   —Lo siento —dijo por fin, disculpándose, todavía con su pecho subiendo y bajando en respiraciones agitadas—. Me has dado un susto.

  —Me di cuenta —me reí en voz baja—. ¿Estás bien? —le pregunté.

Me miró y sonrió.

   —Estoy bien —afirmó.

   —¿Seguro?

   —Claro —dijo—. Sólo creí que un bicho me había caído sobre la cara, por eso reaccioné de esa forma.

Me alcé sobre el borde de mi carro para pasar al suyo. Terence me hizo un espacio en su asiento que, de todas formas, estaba diseñado para dos personas y yo tomé una frazada para envolvernos a ambos con ella y protegernos del frío.

   —¿Qué sucede? —me preguntó. Alcé una ceja y le miré a los ojos.

«¿Qué sucede? Es justamente lo que quiero preguntar» pensé.

Inspiré profundo antes de hablar. Ocurrían muchas cosas ahora mismo, muchas preguntas me inundaban la cabeza y yo quería contestarlas todas. Así que empecé por una de las más difíciles.

   —¿Cómo estás, Terence?

Él frunció el ceño como respuesta, pero inmediatamente relajó el gesto.

   —Bien, creo —contestó, extrañado—. ¿Qué tal lo llevas tú?

“¿Cómo estás?” es una pregunta difícil, porque abarca demasiado y la gente tiende a no contestarla como corresponde. No quería saber si Terence había dormido bien o tenía frío. No, quería que me hablara de sus inquietudes, de sus pesadillas y sueños que le siguen durante la noche y de sus pensamientos más profundos, quería que me hablara de ese nombre que le había oído balbucear y de por qué le sentía extraño la tarde anterior. Quería que se abriera ante mí sin necesidad de entrar a la fuerza.

Me removí, incómodo, intentando encontrar la mejor forma para preguntárselo.

   —Bien —contesté—. Pero podría estar mejor.

   —¿Qué ocu…? —intentó decir.

   —Ayer… —le interrumpí—. Antes de que acompañáramos a Siete a la enfermería… ¿por qué dijiste que no creías que eras bueno para mí?

Él se me quedó viendo por algunos segundos y frunció el ceño. Luego miró hacia el cielo.

   —Nunca dije eso —se defendió.

   —Pero dijiste que no estabas seguro —rebatí—. ¿Qué pasa, Terence? —interrogué—. ¿Qué me estás ocultando? —El pelirrojo se removió incómodo y yo le abracé por el hombro, para que no se escapara.

   —Fue sólo un comentario, labios de algodón —contestó.

   —No me mientas, caperucita —bromeé, volteando hacia él, tomando su rostro entre mis manos, presionando fuerte sus mejillas cuando me acerqué a él y sonriendo cuando le vi cerrar los ojos, esperando tal vez que le besara. Pero no lo hice—. En estos días apenas hemos tenido tiempo a solas… —susurré, contra sus labios, a punto de tocarlos, sintiendo su respiración golpear contra la mía—. ¿Todo ha estado bien?

   —¿Algo podría estarlo? —objetó. Cierto, nada estaba bien en estos momentos—. Estoy bien, Reed. Es sólo que…

   —¿Sólo…? —le animé a hablar. Él suspiró.

   —He estado teniendo sueños extraños otra vez —confesó—. Desde algunos días y… la verdad, no creo que sea algo de qué preocuparse, ¿sabes? Debe ser el estrés —intentó explicar—. He estado muy alterado últimamente.

   —¿Asesinas a más gente en esos sueños? —pregunté. Él se apartó de mí y de mi agarre, para mirarme de frente y por completo. Vi dentro de sus ojos cambiantes, oscilando sus tonalidades causadas por la única luz cerca de nosotros; la de la luna, justo encima de nuestras cabezas. Con el resplandor blanco, los ojos de Terence se veían bellísimos. Sonrió de medio lado.

   —¿Me amas, Reed? —preguntó. Esa pregunta me extrañó.

   —Te amo, Terence —contesté, muy seguro de ello.

   —¿Cómo puedes amar a un asesino? —debatió—. Detestas a Scorpion y a sus hombres por lo mismo, pero dices que me amas. ¿Cómo es posible eso?

   —Tú no eres como Scorpion —respondí—. Tu no…

   —No, no soy como él —me interrumpió, alzando ligeramente la voz, sin llegar a sonar demasiado ruidoso—. Soy peor que él. Lo oíste hace un rato, ¿no? Él antes era una persona normal que se vio forzada a cambiar, pero yo… —titubeó—. Yo siempre fui así.

   —¿Seguro? —le contradije, intentando oírme calmado, pero mi rostro se había acalorado y mis latidos se habían disparado de pronto, por alguna razón—. ¿Estás seguro de eso?

   —Y-Yo…

   —¿Ese eras tú realmente? —pregunté.

   —¿Qué si era yo? —buscó mis manos para tomarlas, estaban temblando y tal vez no era por el frío—. No lo sé, Reed —dijo, parecía confundido—. ¿Cómo saber si era yo o no quién quería esas cosas?

Apreté los labios y un dolor me atravesó el pecho y el estómago, cerrándome la garganta también. Sentí lástima por él.

Tragué mucha saliva antes de volver a hablar.

   —Necesitas hablar más sobre esto, Terence —le dije, suavemente, intentando tranquilizarnos a ambos—. Necesitas hablar más sobre Cross.

Entonces, él me miró a los ojos como jamás antes lo había hecho y su mirada bien pudo haberme quemado por completo.

   —¿Me seguirás amando cuando te cuente sobre todo lo que he hecho? —preguntó.

¿Por qué me sentí como si más adelante fuera a arrepentirme de ello?

Asentí lentamente con la cabeza.

   —Eso estoy intentando… —contesté, y él apretó los ojos, como si esperase algún “pero”, sin embargo, no dije nada más—. Dame algo —pedí.

   —Sí he estado teniendo más sueños… —confesó por fin—. Son recuerdos, estoy seguro. Recuerdos de misiones en las que estuve, de la gente que tuve que asesinar… —soltó—. Maté a políticos y empresarios importantes, Reed. ¿Entiendes la gravedad de eso?

   —¿Por qué? —quise saber—. ¿Por qué lo hiciste?

   —No lo sé, eso es justamente lo que no recuerdo —negó con la cabeza varias veces—. Yo en ese tiempo era sólo una máquina que obedecía órdenes.

   —Está bien… —dije, acariciando el dorso de su mano con la mía—. Tienes que aceptarlo. Ya está, ya lo hiciste.

   —Y-Yo… —titubeó, nervioso y confuso.

Me acerqué a él nuevamente, tan cerca, hasta casi tocar sus labios.

    —Te necesito completo, Terence —le dije, susurrando—. Todos te necesitamos —cerré los ojos e inspiré hondamente contra su boca, respirando su aroma—. Me gustaría saber hasta qué punto te han roto… —confesé—. Pero no puedo, no puedo unir los fragmentos de ti si no sé dónde encontrarlos —admití lo que estaba fuera de mi control, con un nudo atravesándome el estómago y la garganta. Él suspiró—. Así que, si no me guías a ellos, cógelos tú y reármate.

Qué egoísta sonaba lo que decía y aún así, era necesario.

   —Me estás pidiendo algo que no sé hacer —contestó. Le abracé con todas mis fuerzas.

   —Claro que lo sabes, cariño. Lo has hecho todo este tiempo… —le animé. Él suspiró otra vez y mantuvo su cabeza apoyada contra mi hombro, respirando sobre la piel desnuda de mi cuello.

Entonces, sin verlo, supe que sonrió.

   —¿Sabes cómo podría volver a sentirme completo? —preguntó, exhalando aire intencionalmente sobre mi oído. Me estremecí en un escalofrío que intenté controlar.

   —Terence… —gruñí—. Estamos a casi ochenta metros de altura.

   —¿Y? —rió—. ¿No crees que así será más divertido?

   —Hay gente durmiendo en otros carros —objeté—. Podrían oírnos.

   —Cúbreme la boca, entonces —ronroneó contra mi piel.

   —¿Q-Qué? —balbuceé. Él besó mi oído y luego mi mejilla, buscando mis labios, siguiendo el camino por mi rostro hasta ellos. Intenté apartarme, establecer un poco de distancia, pero sus brazos ya me tenían bien sujeto.

   —Que me cubras la boca cuando esté gritando —gimió contra mis labios. Entonces me besó. Me estremecí bajo sus manos y jadeé dentro de su boca, fue inevitable, Terence venía a mí como un golpe de adrenalina y deseo, llenándome con el tacto de su lengua que me recorrió por completo cuando me rendí ante él. Fue un beso ardiente y desesperado que me llevó más alto de los ochenta metros a los que estábamos—. Este es el único momento en que no me siento atormentado por estas visiones olvidadas, Reed —susurró, mordiendo mi labio inferior cuando apenas se separó de mi para respirar—. El único momento en que me siento en el lugar indicado, en el momento preciso. Déjame disfrutar de eso.

   —T-Terence… —gemí mientras él me comía la boca.

   —Hazme sentir entero otra vez —pidió.

Sus palabras tiraron de mí como una orden que debía acatar y mis manos se movieron solas, temblorosas, abalanzándose contra él para, junto a un insólito deseo de querer tenerle más cerca todavía, comenzar a quitarle la ropa. Le arranqué la chaqueta y la camiseta mientras sus manos, desesperadas también, levantaban la sudadera que yo traía puesta. Se lanzó sobre mí para intentar desabrochar mis pantalones, recostándome sobre el asiento del coche y besando mi abdomen, lentamente, sólo como él sabía hacerlo.

Mientras me mordía los labios para no gemir en voz alta, me pregunté en qué momento me había dejado arrastrar por sus manos que subían por mi pecho, pegándose a mi cuello y deslizando sus dedos por mis mejillas y por su boca que mordisqueaba mi ropa interior, intentando quitar la débil barrera que separaba sus labios de mi erección. Lo sabía, sabía muy bien lo que estaba haciendo, sabía que esta era la forma más fácil de evitar la conversación, la forma correcta de callarme, a mí y a mis preguntas, la forma perfecta para ambos de olvidarnos de ello, de desplazarlo, como lo habíamos hecho hasta ahora, de esconderlo, como él lo había estado haciendo.

Lo sabía, y aún así no hice nada por detenerlo.

Me aferré a las barras de seguridad del coche cuando él se lo metió a la boca.

   —T-Teren… —intenté decir. Él estiró su mano por mi pecho hasta meterme tres dedos en la boca. Le mordí suavemente mientras su pulgar acariciaba mi mejilla y cerré los ojos, entregándome al placer que sus labios expertos me entregaban y a los escalofríos que recorrían cada centímetro de mi piel, erizándome los pelos y cortándome la respiración—. Ah. No pares, por favor.

   —A la orden —gimió, con sus labios aún contra mi polla, volviéndolos a deslizar por ella, recorriendo lentamente todo el espacio que mi erección podía darle, saboreando la punta y atrapándola con la boca para succionarla levemente, volviéndome loco.

Llevé mis manos a su cabello para acariciarlo, enredando mis dedos entre las hebras con cierta desesperación. Él mantenía los ojos cerrados mientras me devoraba, suspirando de vez en cuando antes de un jadeo agitado que buscaba atrapar algo de aire, con una mano enterrada en mi cintura y otra resbalándose dentro de mi boca y sonrojado hasta las orejas. Asesino o no, máquina o no, él era hermoso. Justo ahora, justo en la forma en la que estaba; débil y bajo mis manos. Sentía que me necesitaba y, de alguna forma muy egoísta, eso me hizo sentir bien.

 Terence iba a volverme loco.

Eché la cabeza hacia atrás.

   —Te amo… —gemí entre jadeos. Él se detuvo y fue como si mi alma volviese a la tierra bruscamente, dejándome atontado. Se movió, rápido, sin darme oportunidad de reaccionar y se posicionó sobre mí. Me enderecé contra el respaldo del carro justo cuando él atrapaba mis piernas entre las suyas. En algún momento él había acabado de desnudarse.

   —Ámame más fuerte —pidió, antes de dejarse caer contra mi erección. Ahogué un gemido mientras él callaba una queja contra mi hombro y le sentí bajando, con cuidado, entre temblores de su cuerpo y mis manos que intentaron retenerlo para que no se hiciera daño—. A-Ah…

   —Idiota, va a dolerte —le regañé.

   —Deja que duela más rápido.

Soltó un gemido cuando me dejó entrar por completo y se quedó allí, esperando por unos momentos, tranquilizándose, relajándose y acostumbrándose a mí. Apoyé mi cabeza en la curvatura de su cuello y le oí respirar.

Quise congelar el tiempo justo en ese momento.

   —Voy a… —dijo, o intentó decir, porque entonces se movió y no pudo continuar hablando. Comenzó a menearse encima de mí, en movimientos lánguidos que estuvieron a punto de desesperarme y sacarme de quicio. Yo estaba cerca del límite y su cuerpo sobre el mío, su interior tan caliente y húmedo y sus jadeos contra mi oído no ayudaban en nada a alejarme del orgasmo que empezaba a rebosar desde mi ingle.   

Le tomé de la cintura con una mano y la otra la dirigí a su pene, para comenzar a masturbarle y para distraerme de mi propia pérdida de control. Con Terence siempre era así, él siempre lograba hacer de mí un lío y en sus manos yo no era más que un desastre.  

Dejó escapar un grito y le cubrí la boca.

   —Dijiste que no ibas a gritar —le dije.

   —Dije que me calla… —se detuvo cuando le besé. Cierto, él lo dijo y eso es lo que haría. Gimió dentro de mi boca mientras nos besábamos y yo busqué desesperadamente el contacto con su lengua para sentir su sabor más cerca. Aumentó el ritmo de sus embestidas sobre mí y yo le imité, tomando su erección más bruscamente y abrazándole por completo con mi brazo izquierdo, enredándome con él, piel con piel, sus labios contra los míos, ahogándonos el uno en el otro.

Podría ahogarme en él por toda mi vida.

Se aferró a mí con ambos brazos y supe que estaba cerca. Empezó a gemir más fuerte dentro de mi boca y, cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, se separó para mordisquear mi cuello y sofocar sus gritos y gruñidos contra mi piel. Le dejé que lo hiciera, qué importaba si más tarde dolía, ahora mismo lo estaba disfrutando; sus dientes royéndome la piel, sus dedos clavados en mi espalda y sus caderas estrechándose contra las mías. Gemí, alto, sin cuidar si alguien nos escuchaba o no y una especie de huracán me revolvió completo, haciéndome retorcer de placer mientras el orgasmo llegaba.

Me corrí dentro de él, y a él no pareció importarle.

   —No me importa quién fuiste antes —jadeé contra su oído, apenas, mientras continuaba tocándole, sin detenerme, a pesar de que acababa de quedarme sin aliento y sin fuerzas—. No me importa si fuiste un cazador, nada de eso tiene valor ahora… —dije, mordisqueando el lóbulo de su oreja. Él se estremeció y gimió mi nombre—. Te amo, Terence —confesé. No me hartaría nunca de decírselo—. Te amo.

   —R-Reed —gimió.

Entonces sentí mi mano humedeciéndose con su semilla y busqué sus labios para besarlo, para intensificar ese momento y sellarlo. No quería que se olvidara de esto nunca.

Porque yo no sabía si alguna vez podría olvidarme de él.

Nos quedamos algunos segundos en silencio, jadeando contra el rostro del otro, intentando calmar nuestra respiración y tranquilizando, controlando las últimas sacudidas de nuestros cuerpos que temblaban por frío y placer desatado.

Me llevé la mano a la boca y lamí lo que él había dejado.

   —¿Qué estás…? —balbuceó Terence—. ¿Acabas de…? —rió. Me encantaba la forma en la que sus ojos se achinaban al hacerlo—. Eres un sucio, Reed —me abrazó, mientras se levantaba lentamente, sacándome de su interior con precaución. Me mantuve quieto en mi lugar para evitar que se lastimara—. ¿A qué sabe? —preguntó, curioso.

Aguanté las ganas de reír.

   —¿A qué sabes? —corregí, sonriendo—. A chocolate —bromeé—. Debe ser por el trozo que te dio Samantha. Es eso o tienes un centro dulce.

Terence se apoyó contra mi pecho; tenía el cabello sudado y este se adhería a los bordes de su rostro, remarcándolo y dándole una forma más puntiaguda. Me eché hacia atrás para acomodarnos y apoyar mi cabeza contra una almohada y nos cubrí, a tientas y sin ver realmente dónde estaba mi mano, con algunas frazadas.

Miré hacia arriba y noté que la noche seguía hermosa; el cielo había tomado una tonalidad azul y algunas estrellas todavía se mantenían ahí, firmes y brillantes; parecían no querer apagarse.

Aunque, eventualmente, lo harían. El alba estaba a punto de llegar.

Terence suspiró y le sentí inhalando contra mi cuello.

   —¿En qué piensas? —pregunté, comenzando a acariciarle el cabello. Él pareció reírse; vi sus hombros moviéndose levemente, como si intentaran contener una pequeña carcajada, aunque tal vez se debía al frío que comenzaba a levantarse con más intensidad.

Terence alzó su cabeza y me miró a los ojos:

   —La vida va tan rápido… —dijo y sonrió—. Y siento que no puedo atraparla.

Se quedó viéndome fijamente, esperando alguna respuesta.

   —Estira más tus manos y corre más rápido, entonces —contesté—. Hasta que logres hacerlo.

Él volvió a apoyar su rostro contra mi pecho, quitándome la mirada de encima.

   —Debí haber contestado eso —soltó.

   —¿De qué hablas? —pregunté.

   —Abe… —dijo. Otra vez pronunciaba aquel nombre, pero ahora lo hacía consciente y no en medio de una pesadilla o alucinación—. Tuve un amigo con ese nombre… un muy buen amigo, ahora lo recuerdo —declaró—. Me ayudó a escapar del calabozo donde estuve encerrado en E.L.L.O.S hace años atrás… —contó, suspirando contra mi piel—. Era un muy buen chico.

   —¿D-Dónde está ahora? —pregunté y cerré los ojos, esperando una respuesta que estaba seguro ya conocía en mi inconsciente. Ya lo sabía, sabía muy bien cómo acababan las historias de buenas amistades. Yo mismo lo había vivido más de alguna vez.

Aún así le dejé contestar:

   —Muerto —dijo—. Lo mordió un infectado y acabó transformándose. Recuerdo ese día, lo he estado soñando desde hace algún tiempo… —confesó. La pesadilla que había tenido antes de despertar. ¿Había sido con Abe también?—. Así es como me contagié… ese día me dormí a su lado mientras él se convertía. Estaba cansado, no me di cuenta cuando lo hice.

Imaginarme a Terence cayendo dormido al lado del cadáver de su amigo me revolvió el estómago.

   —¿E-Entonces que…? —intenté decir.

   —Se transformó —continuó—. Me desperté con sus manos encima y sus dientes en mi garganta. Me estaba mordiendo y… —pegó su rostro contra mi pecho aún más, como si no quisiera ser realmente escuchado—. Tuve que matarlo, ¿qué más podía hacer? Tú en ese tiempo no existías y… Dios —Sus hombros volvieron a moverse de arriba abajo, pero supe muy bien que él no estaba riendo ahora—. ¿Por qué no apareciste antes, Reed? ¿Por qué tardaste tanto?

Envolví su cabeza con mis manos.   

   —Lo siento mucho —dije. No era mi culpa y aún así me sentí culpable, fue inevitable. No supe si lloró o si fue el sudor que todavía le caía por la frente lo que mojó mi pecho, y no quise indagar en ello tampoco. Era curioso, los dos habíamos perdido a un buen amigo alguna vez y, justo ahora, podía entender perfectamente lo que estaba pasando. Así que no hice nada por apartarlo de mi cuerpo y me quedé ahí, enredando mis dedos entre sus mechones de cabello.

Le observé en silencio: sus brazos llenos de cicatrices; cada una un trofeo, por cada obstáculo que le había costado matar, y sentí el relieve de las marcas en su pecho, esas que hacían alusión a las garras de un lobo. Si le veía desde afuera, diría que era un chico peligroso y confiado.

Pero no sabía hasta qué punto le habían dañado.

“¿Alguna vez alguien te ha protegido, Reed?” me preguntó Terence una vez, el día en que me vio llorando frente a la tumba de David.

Ahora yo me preguntaba lo mismo.

Le abracé con más cariño, rodeándole los hombros y apoyando mi mentón contra su cabello.

   —¿Alguna vez alguien te ha protegido, Cross? —le pregunté. Entonces Terence sollozó y se echó a llorar contra mi pecho.

Le dejé deshacerse en lágrimas, de la misma forma que él lo había hecho aquella vez.

“Todos necesitamos de alguien que nos proteja” me había dicho.

Y si él nunca tuvo a ese alguien, entonces yo tomaría su lugar.

Miré al cielo otra vez. Ya casi amanecía.

Y tal vez hoy habría una tormenta.

Oí un ruido y giré la vista. Arriba, pero no en el cielo, una silueta se levantaba en la penumbra.

   —Scorpion se ha despertado —susurré, acariciándole la espalda. Terence se apartó de mi rápidamente, se secó las lágrimas de los ojos y se vistió en un pestañeo. Yo hice lo mismo.

   —Sam, ¿estás despierta? —le oí gritar a Scorpion, mientras su figura se estiraba como un gato—. ¡Ustedes también abajo! ¡Muevan sus culos, nos vamos! —Terence y yo nos sentamos nuevamente en el coche, esperando a que el cazador y la chica descendieran hasta nosotros.

Le acaricié el rostro a Terence para quitarle unos últimos rastros de lágrimas.

   —Prometo no dejar que vuelva a ocurrir —le dije.

   —¿De qué hablas? —preguntó.

   —Me encargaré de que no vuelva a repetirse la historia… —seguí—. Prometo llegar antes la próxima vez.

Haría todo lo que estuviera a mi alcance para que la tragedia de Abe y Terence no ocurriera de nuevo.

Él pareció entenderme y sonrió.

   —Gracias.

   —¿Están listos para irse, pedazos de mierda? —Scorpion saltó a nuestro carro, acción peligrosa para una persona que acababa de luxarse una rodilla. Pero a él no parecía importarle—. Apresúrense —se hizo un espacio entre nosotros y descendió hacia el siguiente coche—. Tanta altura me hará vomitar.


                                                                     (*   *   *)

 

 

Una hora más tarde, todo el mundo estaba en el camión nuevamente. Viuda nos había devuelto el Movilizador y, aunque lo manejaba una de las suyas, Samantha, y algunas de las cazadoras viajaban con nosotros, se sentía casi como volver a estar en casa.

Quién diría que un simple vehículo aplastador de muertos me haría sentir reconfortado.

En la radio, a petición de Scorpion y de la misma conductora, se oía desde hace un rato la voz de un sujeto, acompañado de guitarras pesadas y una batería brutal, coreando melódicamente luego de casi quebrar sus cuerdas vocales. Miré a Siete frente a mí y le oí cantar junto al vocalista:

 

“Y la lluvia nos matará a todos,

 nos arrojará contra la pared.

 Pero nadie más puede ver,

la preservación del mártir en mí”

 

Sonreí. Él parecía el más entusiasmado con la música, a pesar de que ni siquiera la pidió. En cambio, Samantha apenas tarareaba en voz baja desde el asiento del conductor y Scorpion cabeceaba sobre su rodilla sana encogida contra su pecho, dormitando.

Casi todo el mundo, incluyendo Terence a mi lado, dormía al son de una canción con la que en otros tiempos habría sido imposible dormirse y que a mí me tenía al borde de un ataque de nervios. Un par de cazadoras, que se mantenían armadas, Lee, el hombre de Scorpion y Ethan también estaban despiertos. El pelinegro sacudía su pie al ritmo frenético de la batería.

   —¿Te gusta esta clase de música? —le pregunté.

   —Más o menos —dijo—. Solía oírla mucho antes… —miró hacia un lado y apuntó a un dormido Scorpion con la barbilla—. Es fanático —susurró, como un cotilla.

Lee miró a Ethan, desconcertado.

   —¿Cómo sabes eso?

   —Vivía con él antes del Desastre.

   —Woah… —Lee sonrió sólo como lo haría una fan escuchando secretos jugosos de su artista juvenil favorito—. ¿Cómo era él antes?

Ethan miró a Scorpion, ya completamente dormido, a unos metros de él y se encogió de hombros.

   —Un buen tipo, supongo.

   —¿Supones? —inquirió Lee y Ethan asintió.

   —Después de tanto tiempo comienzo a olvidarme de cómo era.

    Un golpe sacudió el Movilizador. Scorpion despertó violentamente, se levantó con rapidez y corrió hasta la rejilla que nos separaba del conductor, sin importar que las cazadoras de Viuda le apuntaran con sus armas ante el movimiento tan brusco.

   —¿¡Qué ocurre!? —le preguntó a Samantha.

   —No fue nada —contestó ella—. Sólo arrollé a un grupo que se nos cruzó por delante. ¡Joder! ¡Este camión es genial! —gritó empezó a tararear más alto la canción que sonaba en ese momento; una canción que hablaba sobre empujarse los dedos dentro de los ojos, o algo así.

Scorpion retrocedió con las manos en alto, consciente de que las chicas de Kat le seguían apuntando.

   —Si no confían en nosotros no llegaremos a ninguna parte, señoritas —les dijo.

   —En quien no confiamos es en ti —le contestó una—. Pudiste haberte levantado para atacarla y tomar el control del camión. Es algo que las personas como tú harían.

   —Pero no lo hice —Scorpion bajó las manos lentamente y el movimiento de éstas fue seguido por las armas de las mujeres—. Vamos. ¡Pueden confiar en las malas personas también! —rió con voz grave—. No cambiamos nunca.

   —Bajen las armas, por favor —pidió Ethan—. Si él reaccionó de esa forma fue porque la última vez que el camión se sacudió así alguien rompió el parabrisas y un Cero, que lideraba una horda, sacó al conductor a la fuerza y casi lo mata.

   —No fue para tanto —interrumpió Scorpion.

   —Sí lo fue —insistió Ethan—. Por cierto, si no hubiese sido por la chica que enviaron a controlar la horda, quizás no estaríamos aquí. Gracias por eso.

Las cazadoras bajaron sus armas, las guardaron en sus fundas y se miraron entre sí.

   —Nosotras no enviamos a nadie —dijo una de ellas.

   —¿C-Cómo? —Ethan parecía sorprendido—. Pero ella los alejó con un silbato.

   —¿Un silbato? —rió la mujer—. Pero nosotras no tenemos silbatos.

   —Hace cinco años las únicas que podían controlar a los infectados eran ustedes, con esos jodidos silba…

   —Los robaron —Otra de las cazadoras que estaba despierta, se levantó de su asiento y se acercó a Ethan. Era grande, robusta y cuando Ethan se levantó también, me di cuenta que ambos tenían casi la misma estatura. El pelinegro apenas le sacaba una cabeza—. Hace años un grupo armado nos atracó y robó algunas cosas, entre ellas los silbatos —informó—. Fue por eso que nos mudamos al parque. ¿Cómo era la persona que lo estaba usando?

Ethan pareció pensárselo.

   —No lo sé… —vaciló—. Llevaba un poncho con capucha y era muy rápida.  

   —Sus ojos eran amarillos. Muy intensos, lo recuerdo —agregó Scorpion—. Y no era humana, definitivamente. Tal vez un Cero muy fuerte.

   —Cualquiera puede romper un parabrisas —dijo la mujer.

   —El que está ahora claro que sí —rió Scorpion—. Pero el parabrisas original de este camión era reforzado y, créeme, ese no lo habrías podido quebrar incluso con esos músculos. Sin ofender, Madre Rusia.

   —¿Cómo me llamaste? —gruñó ella.

   —Cálmense —interrumpió Ethan, volviendo a captar la atención de la mujer que, en ese momento y debido al estado del líder de los cazadores, bien pudo haberle partido algunos huesos en una paliza si hubiese querido. Ella era grande, increíblemente grande. Poderosa, intimidante—. ¿Cómo te llamas? —le pregunto.

   —Irina —contestó ella—. Pero puedes llamarme “Ira”.

“Ira” es lo que menos quería ver de esa mujer.

   —Bien, Ira. ¿Tú estabas ahí cuando les robaron los silbatos?

   —Lo estaba, aunque no vi a los ladrones directamente. Pero recuerdo lo de los ojos amarillos, varias mencionaron haberlos visto.

   —Bien, bien… —Scorpion volvió a sentarse en su lugar. Cojeaba un poco, pero su pierna parecía estar mejorando—. Ladrones e infectados con ojos amarillos… —sonrió de medio lado, en una de esas sonrisas escalofriantes que tenía—. Esto se está poniendo interesante.

El camión se detuvo.

   —¡Tenemos un inconveniente! —anunció Sam—. ¡Hay una horda demasiado grande adelante! ¡Y atrapó al resto!

Ira y Ethan corrieron hasta la puerta para abrirla. Regen y Teo les siguieron y Terence a mi lado despertó, sobresaltado.

   —Mierda, ¿qué es todo este alboroto? —preguntó.

   —Problemas —expliqué, levantándome y dirigiéndome hacia el rincón del camión donde todas nuestras armas estaban, lugar que hasta segundos atrás había estado siendo custodiado por las cazadoras, pero ellas ya habían abandonado su puesto para correr afuera—. Una horda nos está cortando el paso y tiene rodeada a un grupo de cazadoras —encontré mi fusil y también cogí una pistola, ya era momento que me acostumbrara a usar armas de corto alcance. Terence me siguió y cogió un cuchillo y las manoplas que Aiden le había regalado en Paraíso—. ¿No tomarás un arma, ya sabes…un poco más letal? —le pregunté.

   —Yo soy esa arma —contestó y salió.

   —Bien… —dije, más para mí mismo que para él, que ya estaba afuera. Estaba nervioso—. Bien, bien.

   —Sí, bien —La mano de Scorpion pasó por delante de mí y él se inclinó para alcanzar algo que estaba bajo todo el montón de armas y que estaba seguro no nos pertenecía. Sonrió cuando la tuvo en las manos—. Muy bien. Excelente —estuvo a punto de reír.

   —¿E-Eso es una ametralladora? —balbuceé. Él cargó el arma sobre su hombro izquierdo y la tira de municiones sobre el derecho.

   —¿Quieres comprobarlo?

   —No, pero gracias por preguntar… —ironicé y me adelanté para caminar hacia la puerta.

   —Espera, Reed —me llamó. Me detuve y me quedé quieto, conteniendo un escalofrío atascado en mi espina vertebral. Quizás, cuando volteara otra vez, él me estaría apuntando.

   —¿S-Sí…? —giré instintivamente cuando vi, por el rabillo del ojo, el brazo de Scorpion muy cerca de mi cara.

   —Usa esto —Un casco me cayó sobre el cabello y él hundió con fuerza para meter mi cabeza en él—. Vas a necesitarlo.

   —M-M-Muchas gracias —balbuceé. Me guiñó un ojo como respuesta y salió del camión.

Le seguí y cerré la puerta tras de mí, para asegurarme que ningún infectado se colara y nos sorprendiera al entrar nuevamente. Cuando salí, me vi obligado a encaramarme de la ventana del conductor para escalar hasta el techo. Alrededor, estaba cubierto de infectados. Setenta, ochenta. Tal vez más.

Eran demasiados. Y en el centro de la horda, un vehículo de las chicas estaba atrapado. Ellas ni siquiera podían salir.

Aparqué sobre el techo del Movilizador y me preparé. Tenía diez balas en el francotirador, y veinte más de reserva. Si tenía suerte y ellos se seguían amontonando los unos sobre los otros, quizás lograría acabar con cuarenta.

Fijé la mira sobre los que estaban más cerca del camión de las cazadoras y comencé a disparar.

Uno, dos, tres, uno de ellos intentaba romper una de las ventanas; cuatro.

Cinco, seis, siete. Dos estaban golpeando el parabrisas, demasiado cerca el uno del otro. Nueve caídos y ocho balas menos.

Moví la mira, Ethan estaba rodeado de al menos una docena de ellos; las bestias se le lanzaban encima y él los alejaba, enviándolos lejos con tan sólo la fuerza de sus puños. Impresionante. Se alzaba sobre ellos, tan alto que parecía volar, les rodeaba y jugaba con sus sentidos, demasiado rápido como para que los muertos se diesen cuenta que él ya no estaba ahí, donde le habían visto hace dos segundos atrás. Era algo increíble de ver.

Regen peleaba a su lado, derribando muertos con menos gracia, pero más efectividad. Le veía moviéndose rápido, veloz, acertando puñetazos y patadas que se asemejaban a las habilidades de Terence, sólo que estas eran mucho más mortíferas.

Por cierto, ¿dónde estaba él?

Comencé a recorrer el lugar, buscándolo. Le encontré, peleando cuerpo a cuerpo con una oleada de muertos que querían devorarlo. Esto era fantástico si se aplicaba a Regen, pero Terence no era un infectado y no era inmune a una mordida. Puse en la mira la cabeza de uno de los monstruos que se le estaba acercando y disparé. Cuando él sintió el disparo, miró hacia arriba, buscándome.

Levantó el pulgar y siguió luchando.

«Idiota —pensé—. Hará que lo maten»

Apunté hacia otro de ellos y jalé del gatillo de nuevo. A este paso, tendría que quitarles a todos de encima antes de que alguno le mordiera. Terence era bueno peleando, increíblemente letal e increíblemente fuerte para no ser un infectado. Se movía rápido y ejecutaba golpes potentes; un impecable puñetazo en la mandíbula, una perfecta torcedura de cuello, una destructora patada alta justo en la sien. Sus músculos parecían moverse sincronizadamente en cada giro, en cada salto y en cada movimiento que hacía. Pero nada de eso sería suficiente con quince muertos encima.

 De pronto, la situación pareció desbordarse y muchos de ellos corrieron hacia él y se le abalanzaron. Dejé el rifle sobre el techo del camión y salté, para ayudarle directamente. Era momento de enfrentarme a ellos más de cerca.

Disparé desde lejos, acercándome a ellos lo más rápido posible. A mi alrededor todo era caos, disparos y gritos que ordenaban instrucciones.

   —¿¡Para dónde vas, Reed!? —me llamó alguien. No volteé a ver y seguí avanzando, disparando a los muertos que me encontraba en el camino, corriendo hasta Terence para ayudarlo. Idiota, iban a matarlo—. ¡Eh, cuidado! ¡Una granada! —me detuve cuando vi el explosivo rodando muy cerca de mis pies. Salté hacia atrás y corrí intentando alejarme—. ¡Carajo! —El dispositivo explotó, causando un gran alboroto que mató a muchos muertos y casi me mata a mí también. Caí al suelo por el impacto.

Scorpion llegó corriendo hasta mí.

   —¡Quédate así! —me ordenó—. ¡De rodillas! —gritó y yo obedecí y volví a la posición anterior, manteniendo las manos y rodillas en el suelo, todavía temblando por la explosión—. El trípode se rompió, voy a usarte —anunció y sentí un peso cayendo sobre mi hombro al mismo tiempo que Scorpion se acuclillaba delante de mí. Tragué saliva y moví la cabeza hacia un lado para no encontrarme de frente con sus pantalones ensangrentados ni con su abdomen desnudo. Le habían desgarrado la ropa—. ¡Quieto! —gruñó, golpeándome el casco para volver mi cabeza al centro. Entonces me di cuenta que en la parte baja del estómago, siguiendo la línea de su cinturón de Adonis, tenía tatuadas dos pistolas con motivos religiosos dibujados en las culatas y un par de alas que eran desplegadas desde el martillo de cada arma. Curioso diseño para alguien que decía nunca haberse llevado bien con Dios.

Noté que los cañones de las pistolas apuntaban directamente hacia su entrepierna y el dibujo y la tinta me engañaron, haciéndome querer bajar la mirada todavía más, buscando una continuación. Sentí mis mejillas ardiendo, por alguna razón.

¿Se podía ser más blasfemo?

   —Resístelo —pidió, aunque su voz se oyó más como una orden—. Y jala de la correa de transporte —dijo y yo sujeté una correa que tendió delante de mis ojos—. Va a estabilizar el arma. ¿Estás listo?

   —¿Para qué? —pregunté. Él no contestó, pero aun así me enteré de la respuesta: apuntó, apretó el gatillo y empezó a disparar; lo supe por la forma en la que su carne desnuda se movió en bloques con cada sacudida y el horrible y desesperante dolor que me invadió el hombro donde él había cargado el arma, sintiéndose como si me estuviesen taladrando piel, músculos y huesos, rompiéndome, quebrándome, haciéndome temblar.

Ahogué un grito y tuve el instinto de apartarme y cubrirme los oídos, pero no lo hice y sólo me quedé ahí cumpliendo con lo que él había pedido: que me mantuviese en mi lugar y sujetase la maldita correa.

Ahora entendía el porqué del casco que me había puesto en la cabeza. Él lo sabía, lo esperaba, sabía que podría usarme.

Qué hijo de…

    —Scorpion… —gemí, sintiendo cómo la musculatura en mi hombro y espalda cedía y cómo el codo me temblaba. Los brazos me tambaleaban con cada impacto, no podía soportarlo—. Voy a…

   —¡Mantente ahí! —ordenó, reposicionándose y acercándose más a mí, para obtener un mejor ángulo de disparo. Muy cerca, peligrosamente cerca, tanto que fui capaz de ver las gotas de sudor que le resbalaban por el cuerpo y sentir el aroma metálico de toda la sangre que le cubría.

   —¡Dios santo, Scorpion! —grité.

   —¡Oh, vamos, Reed! —rió él y apenas pude oírle por todas las balas que eran disparadas a centímetros de mi oído y que sabía bien podrían dejarme sordo por algunas horas—. Has estado así de cerca antes, ¿lo recuerdas? —se burló.

Me sujeté de su cintura con ambas manos sin soltar la correa, buscando algo de estabilidad y aferrándome a su piel.

   —¡Lo siento! —grité—. ¡No puedo!

   —¡Ya casi termino! —gruñó él, moviendo sus caderas hacia adelante, apegándolas a mis manos y a mi rostro, para darme apoyo que, en ese momento, agradecí—. ¡Están cayendo como moscas! ¡Deberías verlo! —rió.

   —¡Lo haría si pudiera, maldita sea!

   —¿¡Qué dijiste!?

   —¡Que te jodas, Scorpion!

Él restregó su abdomen contra mi mejilla y soltó una carcajada que pude oír incluso por sobre los disparos.

   —Mejor chúpame la polla, Reed —se burló.  

   —¡Maldito pervertido! —enterré mis uñas en su piel con toda la fuerza que pude, a modo de venganza, porque, aunque estuviese disparándoles a los muertos, él me estaba humillando otra vez, se estaba mostrando superior, justo como lo había hecho antes. Esto era vergonzoso, denigrante e innecesario.

Un par de muertos caminaba hacia nosotros, acercándose lentamente. Pensé en dejarles que se aproximaran lo suficiente para morderle, para desgarrarle un trozo de carne o para matarlo. Pero sabía muy bien que Scorpion nos servía más vivo que muerto.

Solté una de mis manos de su cuerpo y busqué la pistola que, con todo el ajetreo, había caído al suelo.

La levanté rápidamente y disparé dos veces.

El resto de disparos cesó también en ese momento.

Entonces me quedé ahí, con un brazo estirado apuntando hacia un par de cadáveres y un abdomen duro y caliente agitándose contra mi mejilla, moviéndose con cada respiración agitada de su portador. Miré a mi alrededor y noté que todo había terminado.

Me aparté bruscamente de él, pero Scorpion me jaló del cuello de la camiseta y me acercó hacia sí de nuevo.

Sonrió de medio lado.

   —Hacemos un buen equipo, ¿no crees? —preguntó, cerca de mi rostro.

Apunté el arma hacia él para que me soltara.  

   —¡No vuelvas a hacer eso!

   —¿Hacer qué? —preguntó. Estaba jugando conmigo.

   —Obligarme a…

   —¿A qué? —interrumpió—. Necesitaba apoyar a esta bebé en alguna parte para acabar con todos esos zombies y tú estabas justo ahí, en el suelo, listo para prestarme ayuda. ¿Qué más quería que hiciera?

Guardé silencio, calmándome, respirando, convenciéndome a mí mismo que no era para tanto, que mi mente había sido engañada por percepciones confusas y sensaciones equivocadas, que estaba exagerando. Miré hacia todos lados y noté que todo el mundo nos estaba viendo, pero la masacre había terminado.

Sentía el corazón en la garganta, el estómago anudado, mi respiración agitada y mi rostro ardiendo.

   —No fue tan malo, admítelo —se burló él, dándome una palmada en el hombro, justamente en el que había apoyado la ametralladora, causándome un dolor punzante que me obligó a apretar los ojos y puños para no gritar—. Y ahí viene tu novio, ¿cómo le explicarás estos arañazos en mi espalda? —rió.

Esperaba que le hayan dolido. Cada uno de ellos.

   —¿¡Estás bien, Reed!? —Terence corrió hacia nosotros—. ¿¡Qué le hiciste, Scorpion!?

El cazador levantó las manos en son de paz.

   —Apenas lo toqué.

El pelirrojo se detuvo de golpe frente a Scorpion y le empujó.

   —¿¡Quién te crees que eres, eh, hijo de puta!?

Scorpion torció el gesto y levantó el puño para golpearlo, pero la pelea fue detenida antes de empezar por un montón de cazadores que se lanzaron contra ellos, gritando frases tranquilizadoras y sujetándoles a ambos. Incluso el mismísimo Ethan se interpuso entre los dos. 

   —¡No comiencen con estupideces! —les gritó. Estaba más pálido de lo normal y algunas de sus venas se marcaban dramáticamente por sobre su piel, formando un relieve que denotaba peligro. Cada vez que peleaba parecía estar más cerca del límite y me pregunté qué debería hacer si le veía alcanzarlo—. ¡Tenemos que volver a La Resistencia para rearmarnos e ir a buscar a los chicos, ¿o acaso lo olvidaron? ¡Ya hemos perdido demasiado tiempo!  ¡Podrían estar matándolos ahora mismo!

Scorpion se apartó bruscamente del agarre de los hombres que le retenían y se limpió las manos en los pantalones.

   —Si no quieres problemas, entonces preocúpate de mantener a este imbécil lejos de mí —gruñó—. ¡Volvamos al camión, gente! —les gritó a sus hombres—. ¡Ya lo oyeron, tenemos el tiempo en contra!

Terence me alcanzó.

   —¿Estás bien? —me preguntó, preocupado, tomando mi rostro entre sus manos—. ¿Qué…qué demonios fue lo que…? —interrogó.

   —El trípode de la ametralladora de Scorpion se rompió —quise explicar—. Así que me obligó a actuar de apoyo, supongo… —suspiré. Ni siquiera yo entendía muy bien lo que acababa de pasar, sólo sabía que había sido humillante y bochornoso.

Viuda sacó la cabeza desde el asiento de conductor del camión que los muertos habían rodeado por completo.

   —¡Muy buen trabajo, chicos! —nos animó—. Nos han salvado el pellejo.

Ethan alzó la mano, para mostrarle que le había oído y gritó:

   —¡Todos a los vehículos!

   —¡Ya escucharon al hombre! —le siguió Kat—. ¡Todos a los vehículos!

Entonces todo volvió a la normalidad, como si aquellos últimos diez minutos de caos, destrucción y exterminio no hubiesen existido nunca y fuesen tan sólo imágenes de nuestra imaginación jugándonos una mala broma. Volví al Movilizador de la mano de Terence y cuando subí, todavía estaba temblando.

Nadie dijo o preguntó nada y lo agradecí. Sabía lo que todos habían visto y lo extraño que debió verse, pero agradecí que hubiese cosas más importantes de qué preocuparse.

Cuando nos sentamos en nuestros lugares, la música desbordante y la voz del mismo sujeto de antes continuaba cantando:

 

“Mi fin justifica mis medios.

Todo lo que hago es retrasar

todos los intentos de evadir el fin del camino”

 

Terence me ofreció su hombro y yo apoyé la cabeza contra el para usarlo de almohada. Estaba exhausto, sin energías ni ánimos, a punto de caer dormido junto a una música que fue diseñada para exaltar y violentar a la gente. Pero ahí estaba, cabeceando de cansancio, inhalando el aroma del cabello de Terence que siempre me ayudaba a relajarme, mientras una voz susurraba en mi oído:

“Todo lo que hago es retrasar todos los intentos de evadir el fin del camino”

Sonreí ante lo ilusa de la letra.

¿El fin del camino? Estábamos muy, muy lejos de eso.

 Esto apenas comenzaba y, por primera vez en mucho tiempo, sentí deseos de dar la vuelta.

 

Notas finales:

Bien, bien. Sé que los dos extremos del capítulo (el comienzo y la segunda parte) fueron muy distintos entre sí, pero no quise separarlos en dos. Así que, si van a dejar sus impresiones, díganme que les pareció todo. 

Voy a confesar que me encanta el shipp entre Scorpion y Reed. No sé por qué si Reed lo odia con todo su inocente corazón, pero qué va, el fanservice siempre será bienvenido, ¿o no? Aunque el pobre Reed se la pase pésimo xD 

"Mi fin justifica mis medios" es una frase que Scorpion diría xD

Me olvidaba de Madre Rusia! ¿Han visto Kickass 2? Scorpion bautizó de esa forma a la cazadora por un personaje que aparece en esa peli. 

¿Críticas? ¿Preguntas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

RECUERDEN que si encuentran errores ortográficos me ayudan mucho haciéndomelos saber. 

PD: Para los que han leído otras historias mías: saben que la cosa se pone peligrosa cuando aparecen criaturas con ojos amarillos, ¿no?



Saludos! 


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