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Desastrosa espera por aries_orion

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Diez minutos más. Diez minutos más. Diez minutos más.


Ese era su pequeño mantra. Su pequeña tabla de salvación. Su pierna se movía en un constante movimiento de subida y bajada, su cuerpo completo se movía al ritmo de la pierna, su cabeza palpitaba y su boca sabía a tierra y algo extraño, pues en ella se encontraba la uña del dedo gordo derecho, mal hábito, lo sabía, pero era uno que se le había arraigado tan fuertemente que ni los psicólogos, sus padres y hermanos pudieron ayudarle a dejarle. A veces lo sustituía por una pluma o un lápiz, pero cuando se encontraba en una situación de estrés máximo, nerviosismo o miedo necesitaba algo en su boca para calmarse.


Alejo el dedo. Respiró profundamente un par de veces, pero el movimiento de las manecillas del reloj que se encontraba en el lugar no ayudaba, al contrario, le crispaba los nervios. Resoplo ante las miradas mal disimuladas de las mujeres e ignoró un par que tuvieron la osadía de hablarle. ¿Acaso no se daban cuenta que no estaba para hablar con nadie? ¿Acaso su actitud no les decía? Vale, aceptaba que no era como los hombres promedio, pero vamos no era para tanto… ¿O sí?


Respiró, masajeó el puente de su nariz mientras su espalda le obligaba a colocarse en una mejor posición, sin notarlo su pie izquierdo de deslizó sobre el otro quedando al aire para comenzar un suave vaivén. Su mente fue inundada por recuerdos pasados gracias al olor de medicamentos, desinfectante y el color blanco, malos recuerdos, malas pesadillas. Respiró y el río de recuerdos cambió. Su último año en preparatoria, las aventuras compartidas con sus amigos, el fin de aquella etapa y el grito por el estudio en la universidad. Una sonrisa se coló en sus labios cuando se juntaron todos para jugar un partido, saber de su elección y el lugar donde lo harían.


Grande fue la sorpresa de todos ellos al saber de sus propios labios que estudiaría psicología y que estaba meditando si aceptar una oferta de beca en América o Europa. Aquel encuentro se volvió en algo digno de recordar al igual que el siguiente año, pues se topó con la sorpresa de que cierto chico compartiría universidad y equipo de baloncesto. El caos con sus sentimientos junto con el de un par más, donde se auto denominaron la triada de la histeria y desamor. Claro, ninguno comprendió como fue que el primero en arreglar su situación sentimental y existencial haya sido él precisamente, pero ¿qué se le va a hacer? Si en un arranque de celos, estrés e histeria había estallado gritando que él le pertenecía porque era su pareja, pareja que aún no sabía que lo era, pero que lo sería en los próximos minutos u horas, pero que de ese día no pasaba, así que, veinte kilómetros lejos de su posesión.


Claro aquella confesión le valió tremendo golpe y una ley de hielo por dos semanas. Ventaja de encontrarse en parciales sino se hubiera vuelto loco ante la omisiva de una respuesta clara.


Trono su cuello, el estrés no le agradaba y mucho menos el sentirse desesperado ante algo que sus conocimientos no puede resolver. A veces odiaba recurrir a otros por consulta, pero no podía abarcar todo. Un recuerdo en particular le asaltó. Aquel donde fue jalado de una charla divertida con una de sus mejores amigas para ser aventado dentro de un auto, donde le negaron hablar o exigir una respuesta. Al llegar al lugar de vivienda de su secuestrador fue nuevamente aventado dentro para después ser cazado por un par de labios furiosos, en conjunto con un par de serpientes venenosas, ambas combinaciones le estaba llevando al delirio mismo.


Una mordida y por fin pudo recobrar un poco de razón para alejar a su atacante exigiendo una explicación.


–Eres mío.


Dos palabras.


Dos simples palabras que no terminó de entender del todo y mucho menos pudo pedir más razones porque fue arrastrado a una vorágine de sentimientos, sensaciones y gemidos resguardados por una cama y un par de sábanas. Aquel día con su respectiva noche fue alucinante como loca ya que no le soltaron en ningún momento, apenas le daban el respiro justo para llenar sus pulmones de oxígeno, darle algo de alivio a su garganta y un poco de masaje a sus extremidades, cuando ya era nuevamente jalado para darle y exigirle más.


Desde entonces lleva seis años de relación humana, con sus altos y bajos, con sus infiernos y paraísos. Además de recibir un par de sorpresas nada gratas, pero nada que un buen soborno no pueda hacer olvidar.


Abrió los ojos para perderse en la inmortalidad del universo.


Momentos después fue sustraído de aquellas cuestiones por una sacudida fuerte. Observó con molestia al culpable para después suavizar sus facciones, se paró para seguirlo y adentrarse en un cuarto que de igual manera le daba ñañara. Joder como aguantaban los trabajadores ante tanto blanco y no volverse locos en el proceso.  


–Veo que al fin alguien le puso algo de color a este lugar.


–Fue idea y obra de él no mía.


–Bendito sea entonces. – Una sonrisa le dio seguido de un abrazo y beso. – ¿Cómo has estado?


–Uhm.


­–Bueno… – Se sentó en la silla que se encontraba frente al escritorio, reviso el lugar un par de veces antes de centrarse en la persona frente a él. – Entonces, ¿qué tengo? ¿Cu-cuál es el diagnostico? Y por favor no omitas nada.


–No te voy a dar una notica de muerte terminal, tonto.


– ¿No?


–No, aunque no sé como tomaras lo que te mostrare y diré a continuación. – El hombre se paró indicándole que le siguiera, le pidió que se subiera la camisa y se recostara en la camilla mientras traía un par de cosas.


 


*


Y nuevamente se encontraba suspirando, mordiéndose las uñas mientras en su estómago se alojaba un hoyo negro que no tenía las intenciones de irse pronto. Cerró el casillero para encaminarse a la orilla de la piscina, se colocó los visores y se sumergió en el agua clorificada. Dejó que su mente se volviera nada, se concentró en sentir el ritmo de su corazón, respiración y los movimientos de sus extremidades. El tiempo no se sintió. Al salir del letargo producido por el agua se dio cuenta que faltaba poco para oscurecer y ganas de regresar a casa no tenía.


Se ducho, cambio, compro comida para sentarse bajo un árbol en espera del cielo estrellado. Mientras hacía aquello, los pensamientos bombardearon su mente. Sonrió ante la algarabía que monto en el consultorio, las amenazas de sedarle si no se controlaba y las palabras de él para calmarlo. Pero es que, ¿cómo calmarse ante tal noticia? Al principio pensó que era una broma, una venganza por acusarlo con su madre para que le cediera el pedazo de pastel e incluso llegó a pensar que… ya ni sabía lo que pensaba, pues se sentía tan alucinado que no sabía cómo actuar.


El médico le tendió un vaso de agua aunque imagino que era sake, tequila o ron, pero ni con ello logró calmarse, escuchó la explicación, mientras se movía de un lado al otro cual fiera privada de su libertad. Maldecía a diestra y siniestra, un par de veces le lanzó algún objeto para que se calmara y otras le grito que se callara, pero ni con eso lograba algo. Se sentía perdido, como si hubiera entrado a otro universo o el haberse convertido en Alicia, pues ya comenzaba a pensar que en cualquier momento entraría el conejo blanco con traje y reloj en mano pidiendo seguirlo.


El silencio reino cuando acabó de explicarle su situación. Apenas y registró algo, cuando comenzó a reírse cual conejo y sombrerero loco, se apretó con una mano el estómago mientras que con la otra tapaba su boca o se sostenía la cabeza. Aquello era una situación surrealista, incluso se vio así mismo siendo la imagen encarnada de El grito  de Edvard Much.


Cuando se pudo calmar y ante la mirada sería enfrente de sí pidió agua, un tanto aturdido recibió los resultados de sus estudios para salir de ahí con promesa de volver en días, una o dos semanas después para volver a recibir indicaciones de cuidado a su persona. Al cerrar la puerta tras de sí tuvo la necesidad de salir corriendo del lugar como si en ella se encontrara alguna clase de bomba o algo dañino. Corrió hasta que se detuvo en una heladería comprando una malteada de chocolate cuando el dulce no era de su total agrado.


Y ahora se encontraba en aquel lugar solitario y frío acompañado de comida y varios vasos de malteada y agua.


Saco ambos sobres donde se encontraban dos cambios radicales en su vida. Suspiró, comió, bebió, leyó y pensó.


¿El tiempo?


El tiempo nuevamente fue olvidado al igual que su celular que vibraba ante los mensajes y llamadas perdidas de su pareja. Pareja a la que no quería ver ante su actitud y mucho menos, llegar a casa donde se encontraba la familia de él para darle mensajes subliminales. No estaba para lidiar con una guerra en la que no tenía apoyo ni armas para atacar o defenderse.


–¿En qué mundo has dado a parar Aomine Daiki?


 

Notas finales:

Chan, chan chan ~

¿Qué os ha parecido? Esperó os haya gustado, trataré de actualizar más seguido, pero estoy haciendo esta historia en igualdad con la de Mariposa. En fin espero sus comentaios.

Hasta la próxima.

Yanne.


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