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Me enseñó a vivir por Lemniscata

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Notas del capitulo:

No tengo perdón por haberme demorado tanto.

Espero hayan tenido unas hermosas fiestas, que el fin de año se haya dado bien y que este haya comenzado lo mejor posible.

Este capítulo me fue muy difícil de escribir, porque se trata un tema muy delicado, que es el suicidio. No estoy haciendo una oda a éste, todo lo contrario, si tienes pensamientos autodestructivos o quieres hacerte daño, recuerda que no estás solx, hay muchos lugares donde te pueden ayudar, sea un profesional (que es lo mejor), sean familiares/amigxs, incluso alguien desconocidx en internet. Sentirme mal no es algo que esté bien, pero tampoco es algo que te haga débil.

Sin alargar más, dejo este capítulo a su disposición, disfruten.

 


 


“Sí, me estoy dando por vencida. Y a eso, se reduce todo esto. Que yo… renuncie… a mí misma”


Jay Asher


 


Harry no podía asegurar que esto fuera bueno, joder, era todo lo contrario. Se acomodó mejor en el sofá y hundió el rostro en las rodillas. No iba a llorar, no iba a permitir que el maldito Malfoy lo dejara derrumbarse de ese modo. ¿Pero qué más podía hacer? Él no estaba, ni Alioth ni Teddy. Estaba solo. Estaba solo como siempre. Era su destino.


 


Se levantó en ese estado en donde has tomado una decisión, pero le pides a quien sea que te detenga, como decir que si llueve, te comerás las verduras, sabiendo que hay un sol espléndido. Respiró hondo, intentando que las lágrimas y los sollozos cesaran, ¿por qué era tan débil? Se acercó a la estantería y luego de tocar ciertos libros en un patrón preciso, se abrió una compuerta que permitía ver el interior de un escondite que no era mayor de un metro de altura, anchura y profundidad. Sacó todas las botellas que habían allí y las dejó sobre la alfombra. A la elfina la había mandado con Andrómeda, sin permitirle volver, así que no sería interrumpido.


 


Estaba bien estar solo, estar solo era lo normal en su vida. Invocó el whisky de fuego de la cocina y comenzó su castigo. Un sorbo de la pócima, otro del alcohol, dos de la poción, uno del trago. Pronto su cerebro se sintió nublado, el dolor menguaba, ¿por qué se había sentido tan mal? Recostó la espalda en la pared y siguió bebiendo.


Su vida era como estar constantemente en ese frío y oscuro lugar bajo la alacena. Sus amigos se habían casado y tenido hijos, sus ahijados pronto entrarían a la escuela y dejarían de necesitarlo. Draco se había ido permanentemente a vivir a esa grande y hermosa mansión. Estaba solo. Ya nadie le necesitaba.


 


Se movió apenas un poco para buscar una postura más cómoda, el sueño lo había invadido, pero debía terminar de beber todo. Apresuró un par de botellitas con la poción y se quedó quieto intentando no devolverlas. Entonces el llanto vino de nuevo, esa horrible opresión en el pecho que Draco se había encargado, quién sabe cómo, de aminorar. Draco. El jodido Draco. Todo era su culpa.


Terminó la última botella y se hizo bolita en el suelo, quería vomitar, quería dormir y quería llorar. Se abrazó más fuerte. Odiaba a Malfoy. Lo odiaba con toda su alma y corazón. Odiaba todo en su vida, porque todo lo bueno se lo había quitado él. Boqueó varias veces y cerró con fuerza los ojos al notar los ojos acusadores de Cedric en el sofá más lejano. Pero fingir que no veía no ayudó, porque allí estaban todos. Cada muerto, cada herido, cada persona que se había lastimado en la guerra. En la horrible guerra.


 


Clavó las uñas en la piel de sus brazos y lloró más, como un niño pequeño que ha tenido un mal sueño. Tenía frío y se sentía mal. Él no quería estar solo. Nunca lo quiso. Él fantaseaba que llegase algún pariente, cualquiera a llevárselo de la casa de los Dursleys, él había matado porque sus padres estuvieran de vuelta, que le cantaran cumpleaños feliz y lo llevaran a la escuela. Harry había encontrado a su familia en Hogwarts, pero no había podido disfrutarla, cada persona que se le acercaba terminaba herida. Hermione sabía tanto sobre él porque era inteligente y habían convivido años, lo mismo que Ron. Jamás se había abierto a nadie, jamás había mostrado su corazón al desnudo.


 


Solo Draco se había hecho un lugarcito, había pasado todos y cada uno de sus muros. Solo Draco se había sentado a su lado en su oscura alacena y lo había abrazado, porque Harry necesitaba, nada de palabras, ni terapias, nada de distracciones ni bromas; sólo había querido algo de cariño, un poco de consuelo. Draco había sido un huequito de luz… Y ahora se había ido, lo había abandonado. Como todos.


 


Harry se sentó y trató de enfocar la habitación, cuestión que le era difícil, la poción estaba funcionando y él no estaba vomitando. Genial. Cerró los ojos de nuevo, quizás así dejaría de llorar. Voldemort había sido estúpido, si hubiese sido más humano y menos esa cosa monstruosa, habría descubierto cómo acabar con él desde un principio. Subió la diestra a su cuello y presionó su garganta, como si quisiera ahogarse, pero su cerebro poco a poco desconectaba con su cuerpo por lo que apenas fue un roce. Harry no quería morir, solo quería dejar de sentir, solo quería dormir para siempre.


 


Había escuchado alguna vez que cuando estás a punto de morir ves toda tu vida pasar frente a tus ojos. Él sólo tenía pensamientos aleatorios, recuerdos, sentimientos. Morir era bien jodido.


 


Recordó que cuando iba en tercer grado tenían una maestra, su rostro y su nombre ya no estaban en su mente, pero sabía que era agradable con todos, incluso con él. Enseñaba matemáticas o ciencias. Siempre sonreía, era amable y olía a vainilla. Un día no fue más a clases y llegó un maestro suplente que terminó siendo permanente, nunca nadie dio una explicación de lo que le ocurrió a aquella mujer. Pero Harry sabía, porque desde la alacena se escuchaba todo y un día tía Petunia y tío Vernon hablaron de ella y mencionaron suicidio, hablaron de que se colgó, dijeron que tenía sida, y no dejaron de criticarla por lo irresponsable de su actuar al seguir dando clases con su condición.


 


No supo por qué había recordado eso justo ahora, cuando por casi dos décadas solo lo había olvidado. Pero mientras sentía que su cuerpo dejaba de responder, intentó ponerse en su lugar, intentó imaginar el dolor que debía sentir, el miedo, la humillación. Ella era la mujer que siempre sonreía y le pasó algo tan horrible. La vida era jodidamente injusta.


 


Sus divagaciones seguían, su estómago seguía revuelto, pero ya no iba a vomitar, la poción estaba empezando a producir efectos y él solo sentía placer. Al fin podría dormir sin sueños, podría descansar. Por un momento recordó que en su testamento no había dicho nada sobre lo que pasaría con su cuerpo, no quería terminar siendo un monumento o algo así, pero aquel pensamiento fue olvidado de inmediato, Hermione lo arreglaría, siempre lo hacía, ella sabría que querría estar junto a sus padres.


 


En los momentos antes de caer en la inconsciencia, vio que la chimenea se encendía y de las llamas surgía Draco. Una preciosa alucinación. Al menos moriría viendo la cara de ese tipo. Intentó enfocar la vista en su rostro, para llevarse el recuerdo de todas sus facciones al más allá, parecía preocupado, mucho más pálido de lo normal, hablaba, pero no podía escucharlo, tenía un tic en el ojo izquierdo, quién lo diría, y se mordía el labio inferior como cuando las situaciones lo superaban, Harry sonrió. Ese era Draco, Seguramente el real estaría tomando un desayuno con nombre extraño en su elegante terraza. Pero éste era su Draco.


 


Entonces perdió la consciencia.


 


La primera vez que despertó solo vio un techo blanco y varios rostros que no pudo definir encima suyo. La segunda estaba oscuro, mismo techo blanco, pero no había nadie. Le dolía cada parte de su cuerpo y su cabeza parecía reclamarle por haber tenido una borrachera monumental, no recordaba cómo había llegado allí ni por qué, así que solo cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, ya luego lo averiguaría. La tercera, su cerebro estaba más despejado, en el sillón anexo a la cama, Ron dormitaba, estaba ojeroso y con el ceño fruncido, preocupado. Harry hizo un movimiento y alguna alarma comenzó a sonar, de inmediato el cuarto se llenó de gente que lo revisó y lo llenó de preguntas, apenas fue capaz de entender lo que decían, solo comprendía el dolor.


 


Cuando al fin lo dejaron en paz, se sintió aliviado, pero su mejor amigo se le acercó, tenía una expresión de angustia que le dolía, ¿qué había pasado para que se mostrara así? ¿Había tenido un accidente o…? Ah… Se sintió enrojecer con fuerza al caer en cuenta de lo que había sucedido. Se sentía estúpido y avergonzado. Estaba seguro que Ron lo regañaría, pero el hombre, en su lugar, solo se sentó en la orilla de la cama, movía las manos nerviosamente y parecía buscar las palabras correctas, finalmente pasó la diestra por su cara, donde una barba de un par de días se notaba.


 


—¿Sabes qué no comprendo, Harry? Siempre hemos estado aquí para ti, lo sabes. Hemos superado un jodido torneo, un mago tenebroso, una guerra… Lo hemos hecho juntos… Hermione, tú y yo… ¿Por qué no nos dijiste que estabas mal?


 


No parecía que fuera una acusación, pero sí se sentía como una. Guardó silencio y solo miró a otro lado, sentía el rostro caliente.


 


—Harry, tienes que empezar a hablar. ¿Cuál era la idea? —explotó al fin.


 


La puerta se abrió y una mujer con la túnica de San Mungo entró, observó de mala manera al pelirrojo y le pidió que saliera. Luego sacó una libreta y se sentó en la butaca. El silencio inundó la habitación un par de segundos antes de que la sanadora comenzara a hablar, explicándole la razón de su llegada al hospital y los pasos a seguir. Eran en apariencia fáciles, debía quedarse hasta que su cuerpo se recuperara de la intoxicación al mismo tiempo que debería tener sesiones de terapia que durarían lo suficiente. Posteriormente, le darían de alta y tendría que seguir recibiendo las sesiones.


 


Al principio no habló, solo dejó que la mujer le comentara todo el revuelo que había generado y de paso le explicara cómo estaba su salud después de tamaña estupidez. En algún punto se perdió en sus pensamientos, en cómo estarían Ron y Hermione, cómo se lo habría tomado la señora Weasley o Andrómeda, cómo estarían sus ahijados. Incluso se permitió pensar en Draco, seguro se había enterado y estaría pensando que era el idiota más grande. De pronto sintió una mano en su brazo, la sanadora se había inclinado hacia él y lo observaba preocupada. Harry se dio cuenta que había perdido la noción del tiempo y se sonrojó.


 


—Señor Potter… ¿Puedo decirle Harry? —el chico asintió—. Harry, sé que esto debe ser difícil para ti, pero ya es hora de que empieces a hablar. No puedes guardarte todo. Has pasado por mucho y ahora hay gente que quiere ayudarte… Debes dejar el pasado atrás. Toda tu familia, amigos y yo te vamos a ayudar.


 


—No quiero hacerlos cargar con mis cosas…


 


—Harry, tú te haces cargo de dos niños, ¿verdad? A veces ellos deben tener problemas y tú quieres, como alguien que los quiere y que los cuida, que estén bien y te cuenten sus cosas cuando se sienten abrumados.


 


—No soy un niño…


 


La mujer sonrió y luego se acomodó mejor en el sofá, jugando con la pluma mientras lo observaba atentamente.


 


—Todos tenemos problemas, Harry. No podemos vencer todo solos. Supongo que con todo lo que te pasó, estás acostumbrado a enfrentar los problemas de cierta manera, pero no está mal pedir ayuda, no es de débiles.


 


El gryffindor asintió y miró hacia un costado, algo nervioso por toda la situación.


 


—Comencemos con lo más importante. Por lo que me dijeron, no eres la clase de persona que le guste beber pociones, así que este accidente no fue realmente un accidente. Esto se confirma con la cantidad de alcohol que había en tu sistema. ¿Quieres que hablemos de esto, Harry? De tu intento de suicidio…


 


El joven se puso pálido, no le gustaba esa palabra, no le gustaba admitir lo que había estado a punto de hacer, hacer aquello que en su mente sonaba tan mal, que no podía admitir. La mujer se había quedado en silencio, esperando que se recompusiera y cuando al fin Harry no se vio tan enfermo como al principio, siguió. Conversaron un poco sobre aquello, sobre cómo el moreno había estado sintiéndose mal y que de pronto todo se había vuelto horrible, que aquello lo había llevado a ejercer esa decisión que por tanto tiempo había estado rondando por su cabeza.


 


Finalmente, la mujer dio por terminada la sesión y le dijo que vendría al día siguiente, que podría tener visitas, pero que si empezaba a sentirse incómodo, llamara a cualquier enfermera y ellas se preocuparían de despachar a quien fuera que estuviese molestando.


 


Los días siguientes parecían un sueño, cada persona que venía a visitarlo tenía una expresión curiosa, era una mezcla entre lástima, culpa y pena. Nadie sacó el tema del por qué él se encontraba allí, ni siquiera Hermione. Le hablaban de lo que ocurría en el mundo, de lo bien que iban sus libros, de lo mucho que lo extrañaban sus niños, de Quidditch y de leyes. Harry agradecía aquello, no se sentía capaz de enfrentar el problema, bastante era que conversara por una hora con la sanadora.


 


Las sesiones eran complicadas, siempre estaba a la defensiva y se negaba a ver los problemas en su vida, pero a medida que los minutos pasaban, explotaba, sacaba todo como si fuera un río que por mucho tiempo tuvo una presa y que, de pronto, ésta desaparecía. Fue en una de esas tantas veces en las que el nombre del Slytherin salió a la luz, incluso con toda su profesionalidad, la mujer alzó una ceja y se detuvo en aquel punto. El tema era un nudo tremendo, con demasiadas aristas y conflictos, pero, al fin, Harry fue honesto consigo mismo. Draco Malfoy le gustaba, le gustaba lo suficiente como para que su rechazo hubiese dolido, como para que rebalsara el vaso que ya estaba lleno con todos sus problemas.


 


Después de aquello, Harry se sorprendió esperando que alguna de sus visitas fuera el chico rubio, sin embargo, él nunca llegaba. Había pasado una semana y él no había aparecido. Quizás era su forma de decirle que no estaba interesado en tener ningún tipo de relación con él, ni siquiera por el bien de los niños. O, también, podría ser que estuviera demasiado enojado.


 


—¿Cuándo te darán de alta, Harry? —la voz de Andrómeda llegó hasta sus oídos, sacándolo de sus pensamientos, sonrió un poco y se encogió de hombros.


 


—Si las cosas van bien, la próxima semana. Mi cuerpo todavía no termina de expulsar las toxinas —explicó, la bruja hizo una pequeña mueca ante la alusión a su intento de suicidio.


 


—Agradezco que mi sobrino haya sido lo suficientemente inteligente como para hacer que Holly mantuviera un ojo sobre ti, incluso cuando tus órdenes fueron otras. Así ella pudo avisarnos a tiempo de lo que ocurría y pudimos traerte.


 


Harry la observó sorprendido, abriendo los ojos como platos. Nunca había preguntando cómo fue que había llegado hasta el hospital. Había supuesto que Ron o Hermione se habían ido a dar una vuelta a su casa y lo habían encontrado en aquel estado, incluso había pensando que había sido Andrómeda. Creía que solo fue suerte, una coincidencia del momento, pero la bruja le estaba diciendo que Draco lo había estado vigilando. No pudo evitar sentirse enfermo, ¿por qué lo habría hecho? ¿Es que no confiaba en él? ¿Sabía que haría algo así? Al mismo tiempo, una pequeña calidez se instaló en su pecho, quizás el rubio no lo odiaba tanto como él imaginaba.


 


—Pero, no lo entiendo, Andrómeda. Le pedía a Holly que fuera a su casa a cuidarla, ella debió obedecerme, le prohibí que volviera a casa, ¿cómo es posible que avisara?


 


—Los elfos tienen un contrato de sangre, Harry, la elfina tiene de amos a los Malfoys, mi hermana te cedió el poder para que pudieras ordenarle, pero si alguien de la familia le daba otra indicación, ella estaría obligada a seguirla. Draco hizo, sin saberlo, que tu orden fuera anulada.


 


Aunque quería seguir preguntando, como, por ejemplo, por qué Draco había puesto a la elfina a vigilarlo o si aquello tenía una intención detrás. Guardó silencio. Eran cuestiones que debía tratar específicamente con el otro hombre, quizás algún día tendrían esa charla, claro, cuando el rubio se dignara a volver a verlo.


 


El día transcurrió normal y, al llegar la noche, Harry se volvió a ver solo, rodeado de los extraños artefactos y del silencio del lugar. No el gustaba San Mungo y todavía debía aguantar varios días allí, pero sabía que si era buen chico, le dejarían ir pronto, quizás sus amigos se turnarían para quedarse con él en la casa, volvería a ver a Alioth y a Teddy, todos habían estado de acuerdo que por el estado de Harry no era una buena idea que los niños lo visitaran. Podría volver a tener su vida normal.


 


Soltó un suspiro lastimero, cerró los ojos y apretó los párpados con ambas palmas, removiéndose un poco en la camilla. ¿A quién quería engañar? Se sentía confundido y destrozado, probablemente los días siguientes serían difíciles, todos estarían pendiente de él, no le dejarían en paz y solo se sentiría agobiado. Podría ser que hasta le prohibieran ver a sus ahijados, en el mejor de los casos tenerlos por un par de horas, bajo la supervisión de cualquier otro adulto, ya que había demostrado ser irresponsable, estúpido y débil.


 


Un sonido de pasos lo hizo volver a la realidad, apartó las manos de su rostro y observó hacia la oscuridad, una figura estaba avanzando hacia él y solo se detuvo a un par de pasos. Un hechizo fue susurrado y desde la punta de la varita se formó la luz, las facciones del intruso se definieron y Harry sintió su corazón latir con fuerza. Aunque Draco parecía todo menos contento, estaba allí, al fin estaba allí. Incluso si solo era un juego de su mente, aquel hombre había ido a verlo. Se sentó en la camilla para no estar en una posición tan vulnerable, verificando que las mantas cubrieran su pijama infantil.


 


—Veo que estás mejor, Potter —la frase fue dicha con indiferencia, rompiendo el incómodo silencio que se había establecido. Harry solo atinó a asentir—. ¿Me podrías explicar qué mierda pensabas? Porque de verdad no me cabe en la cabeza ese actuar tan… estúpido, ¿de verdad te querías morir? ¿Qué cosa pudo haber sido tan mala para que decidieras eso? ¿Qué fue tan duro que no lo pudiste soportar? ¿Eh?


 


Había empezado con un tono de voz bajo y tranquilo, pero a medida que las preguntas se sucedían, la voz había ido adquiriendo volumen, las palabras habían sido dichas con más prisa y el rostro, aquel rostro de marfil tan perfecto e inexpresivo se había convertido en el reflejo del sentir del rubio. Molestia, impotencia, culpa y tristeza. Era extraño verlo perder los estribos de esa manera, era como volver a la escuela, aunque de una forma totalmente diferente. Harry se sintió avergonzado, bajó la mirada y se aferró a las mantas que cubrían su cuerpo.


 


—Harry… —esta vez la voz se escuchó más cerca. Draco se había sentado a una orilla de la camilla, observándolo con sus ojos grises, había dejado la varita aún iluminando en la mesita de noche y había llevado sus manos a tomar las del moreno—. Harry.


 


—Ya sé que lo que hice estuvo mal, Malfoy, no tienes por qué recordármelo, todos han sido bastante claros en ese aspecto —susurró, aún sin atreverse a mirarlo.


 


Unos dedos largos y delgados llegaron a su rostro, tomándole de la barbilla y obligándolo a levantar la cabeza. Verde y gris chocaron. Los primeros culpables, llenos de lágrimas. Los segundos comprensivos, con una infinita ternura. Harry no aguantó. Se encorvó hacia adelante, soltándose del agarre y afirmando su estómago, los sollozos lo invadieron. Sintió unos brazos rodearle y apretarlo, lo que le hizo irse más hacia adelante y acurrucarse contra el pecho del otro joven, caricias a su espalda notó, lo que poco a poco logró tranquilizarle.


 


—Tuve tanto miedo al verte así —llegó hasta sus oídos la voz estrangulada del Slytherin—. Estaba aterrado de que fuera demasiado tarde… Yo… Pensé lo peor. Me quedé toda la noche contigo, esperando buenos resultados. Pero los niños me necesitaban y debía hacerme cargo de las cosas de la mansión. Lamento no haber venido antes, pero creí que no querrías verme.


 


—Yo creí que tú me odiabas… Dijiste que te irías a la mansión y que te llevarías a Alioth y a Teddy, pensé que me estaban abandonando.


 


—Oh, Harry, era de momento, estabas tan ebrio y apestabas a tabaco que creí mejor dejarte unas horas tranquilo, esperando que te desintoxicaras. Jamás los alejaría de ti, son tus ahijadas, prácticamente fuiste tú quien los crío. No tendría corazón para quitarle a mi hermano la única cosa buena en la vida que obtendría.


 


El gryffindor asintió, aferrándose todavía más al cuerpo ajeno. Sentía un gran alivio en su corazón ahora que el problema se había resuelto, además de que solo había sido un malentendido. Probablemente sus caóticos sentimientos hacia el rubio no serían solucionados por ahora, pero saber que el chico estaría a su lado sin importar lo que hubiese pasado era suficiente para él por el momento. No creía merecer algo más que eso, una amistad en todas sus letras, pero nada más que una amistad. Se mordió los labios y hundió el rostro en su camisa, humedeciendo la tela con sus lágrimas.


 


El tiempo pasó lentamente, Draco le habló de lo que había sido de los pequeños, le contó anécdotas y problemas, de lo mucho que lo extrañaban y que todos esperaban ansiosos la hora de que al fin le dieran de alta y volviera a casa. En cuanto Draco solucionara todos los problemas legales podrían estar juntos, los cuatros y disfrutar la vida sin preocuparse del resto del mundo. Aquellas palabras le consolaron, eran miel para su corazón destrozado, reafirmaban su confianza rota y le hacían sentir necesitado y útil. Quizás el rubio había logrado ver a través de él y por eso decía ese tipo de cosas, porque, si Harry lo pensaba, dudaba mucho que las cosas fueran por tan buen camino.


 


Por comodidad de ambos, se habían recostado en la camilla, era estrecha para dos personas, pero se las arreglaron. Poco a poco el sueño los invadió, primero a Harry, que se sentía agotado por todas las emociones vividas, la tensión de todos esos días al fin se había disipado, todo estaba en el lugar donde debía estar. Con las manos unidas y las frentes juntas, al fin se quedaron dormidos, deseando un futuro mucho mejor para ellos.


 


Acostumbrado a dormir pocas horas, los ojos del gryffindor se abrieron cuando aún era temprano, creyendo que lo ocurrido anoche solo había sido un sueño, soltó un suspiro, pero la calidez a su lado le dijo que no era así. Se giró un poco y sonrió al ver el rostro dormido de Draco, su expresión libre de preocupaciones, el cabello desordenado y los labios ligeramente entreabiertos daban una imagen espectacular. Se sonrojó al darse cuenta de la línea que estaba siguiendo sus pensamientos y desvió la vista hacia otro lado, específicamente la puerta. Empequeñeció los ojos al ver a alguien parado allí, sintiendo como la sangre se esfumaba de su cara al darse cuenta de quién se trataba.


 


Cabello rojo y largo, un vestido que suponía bonito. Desde esa distancia no podía definir sus rasgos, pero ya se imaginaba la cara que estaría poniendo Ginny. Cuando sus ojos se encontraron no necesitó de las gafas para saber que era una mirada lastimada. La chica dio media vuelta y salió de allí. Rápido, Harry se levantó, dando un fugaz vistazo a Draco para asegurarse que no lo había despertado, luego tomó sus lentes y corrió hacia fuera de la habitación, siguiendo los pasos de su ex. La detuvo a unos metros más allá, en el pasillo, agarrándola del brazo para pararla. Ella se giró hacia él, los ojos llenos de lágrimas.


 


—Ginny…


 


—No, Harry. Ya no.

Notas finales:

¿Y? ¿Qué les pareció? El próximo es el último capítulo (luego tendremos un epílogo y será el fin de la historia). He estado pensado que quizás sería buena idea escribir un pequeño one shot sobre lo que ha sentido Draco, ya que todo el fanfic es a través de los ojos de Harry, ¿qué dicen?


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