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Las cadenas que nos condenan por LadyBondage

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Notas del capitulo:

A leer.

Reencuentro

[1]

 

Ciel no se sentía bien entre tantas personas que apenas había conocido el día anterior. Todos ellos le saludaban con algarabía y le mostraban sonrisas complacientes, signos de una simpatía que obviamente no sentían. Él no quería estar ahí, sin embargo, los deseos de su madre y la terquedad de su padre lo orillaron a presentarse ahí, como si realmente se sintiera bien con simplemente fingir que quería ser el centro de atención de lambiscones adinerados que anhelaban unirse a los Phantomhive con algún acuerdo económico.

 

Era cierto que las fábricas de la familia no estaban pasando por su mejor momento y que la fortuna de los Michaelis palió la bancarrota pero eso nadie lo sabía, y si quería que la situación siguiese siendo la misma de hace años, tenía que forzarse a demostrar amabilidad cuando realmente le asqueaba ser hipócrita.

 

Elizabeth no ha llegado, lo cual es una buena señal, a las diez en punto se iría, actuaria un pésimo dolor de cabeza que lo está matando, tomaría su auto y se iría directo a su cuarto de hotel en las afueras de la ciudad acompañado de un delicioso vino tinto y los recuerdos azorándole el corazón. No podía ver a su hermana mayor junto al hombre que todavía amaba. Ciel no era tan fuerte, si veía a Sebastian se arrojaría a sus brazos, y si se lo pedía, le abriría las piernas.

 

Maldice por lo bajo, no puede pensar en su cuñado de ese modo y cada vez que lo hace se pone duro, desea que Sebastian apague el fuego que inició en él y le dé una dosis de sexo salvaje, porque después de todo, ha sido el único hombre que ha tenido la dicha de adentrarse en su sagrado templo –como considera a su cuerpo- y Sebastian además de ello, gozó de ganarse su estúpido corazón de adolescente.

 

Pero lo peor vino al otro día después de haber hecho el amor intensamente, Sebastian se estaba casando y él, con las ilusiones hechas jirones recogía los pedazos de su rota dignidad.

 

—Oh, Ciel, querido —. Alois Trancy tiene la sonrisa de lobo y un brillo malintencionado en sus enormes ojos azules.

 

Ciel quisiera evitarlo a toda costa pero le es imposible dadas las circunstancias. Alois es el líder de la familia Trancy, aunque su carácter infantil y caprichoso a sus veinte años lo hace una burla de sí mismo, sin embargo, puede llegar a ser cruel y un grano en el culo cuando se lo propone, Ciel lo sabe mejor que nadie, cuando Alois se convierte en tu enemigo, es difícil quitártelo de encima, a menos que te mudes de ciudad, país, continente o planeta. Él nunca se detendrá en herir a los demás, es un hobbie para él y una tortura para los demás.

 

—Oh, hola Alois.

—Hace mucho que no se sabe de ti, desde que huiste de Inglaterra para esconderte en un horrible lugar como Japón.

 

Alois suelta veneno imprudente como siempre, Claude, su amante e importante magnate de las telecomunicaciones atrae a Alois desvergonzadamente a su lado, posa su fría mirada sobre Ciel, y aunque Ciel quisiera que no ocurriera, sabe que Claude tiene una insana obsesión por él y que sería capaz de llevárselo a la cama, aunque ama con locura a Alois, tiene pensamientos lascivos hacia Ciel.

 

—Hola Ciel, esperaba verte de nuevo.

—Está un poco más alto, ¿no crees, querido? Pero sigue teniendo esa carita de pasivo que no puede con ella —.Se burla Alois, una risita quisquillosa ambienta la tensión entre los dos.

 

Ciel no soporta a ese chico rubio, detesta que pertenezca al mismo nivel social que él y además, que pese a que la homosexualidad en su clase está vetada, Alois pueda follar libremente con Claude. Y lo sabe porque todos los empleados comentan los gritos sonoros que pega alois cuando Claude se la mete sin compasión. Ciel se ha autodeclarado virgen otra vez, y el único hombre capaz de satisfacerlo ahora le da ese delicioso placer a su hermana.

—Y tu luces mejor que nunca, Alois —, Ciel dice con un son de burla que Alois no es capaz de percibir. Está demasiado alcoholizado para notarlo, es consciente de la erección de Claude y que necesita ser follado con urgencia en los vestíbulos.

—Gracias querido, me alegra verte pero tenemos que irnos porque Claude… —Alois le echa una mirada a Claude cargada de lujuria que es correspondida por el magnate —.Tenemos asuntos importantes que atender —los dedos de Alois se pasean por el pecho fornido de su hombre, ansioso por ser empotrado contra la pared y llenado en absoluto por el henchido miembro de Claude.

 

La pareja se pierde en los jardines, cruzando el extenso hierbal se encuentra una casona que se alza como vestíbulo donde Alois gime impúdicamente para los invitados mientras Claude le folla sin compasión.

 

Ciel suspira derrotado. Es tarde, tiene que irse ya, los deberes de mañana le serán extensos y no desea quedarse en la fiesta que han ofrecido en su honor, esta aburrido, cansado y no quiere ver a Sebastian por ningún maldito motivo. Si lo ve, todo su mundo se vendrá abajo.

 

Pero la suerte nunca está de su lado cuando más la necesita, porque justo cuando se está despidiendo de su madre y la demás comitiva, las puertas se abren y por ellas entra una entusiasmada Elizabeth de la mano de un apuesto Sebastian.

 

El corazón de Ciel se detiene. Sebastian le mira fijamente y entonces, todo se va a la mierda.

 

 

[2]

 

Sebastian había insistido en no ir, quiso convencer a Elizabeth pero la rubia estaba muy decidida y con el hermoso vestido de Chanel en color azul no podía simplemente negarse a ir a la celebración por el arribo de su hermano menor. Ella quería verle otra vez, Sebastian no, porque Ciel era su todo y si le veía de nuevo no se contendría, lo cortejaría hasta que Ciel se acostara con él otra vez. Y no deseaba serle infiel a su amable esposa, Elizabeth era torpe, despistada, caprichosa y aniñada pero tenía un enorme corazón que prefería no herir. Tenía suficiente con cargar en su consciencia el daño que le había ocasionado a Ciel al casarse con su hermana.

 

—Bien, ¿Cómo luzco?

 

A Sebastian le gustaría fingir que Elizabeth no luce bella envuelta en un vestido drapeado de tela azul, sedosa y vaporosa, con un peinado sencillo que deja caer hebras dulce de un cabello suave como el trigo, ella tiene su mejor sonrisa, esa que florece ante la adversidad, la misma que ha caído en su rostro desde hace cinco años, cuando contrajeron matrimonio. Sebastian traga saliva porque Elizabeth es un poco parecida al verano que arrancó suspiros y los latidos más osados de su corazón, se parece tanto a Ciel que por un momento siente la enorme necesidad de abrazarle con todas sus fuerzas, Elizabeth no se merece las migajas que recibe, si tan solo Ciel fuese mujer y no un hermoso jovencito, si tan solo Sebastian sintiera atracción por las mujeres…

 

—Hermosa.

 

Elizabeth tiene un sonrojo discreto, Sebastian es el gallardo príncipe de sus cuentos, el hombre de sus sueños, el nirvana prometido, el paraíso sempiterno. Si Sebastian la quisiera un poquito, tal vez ella estaría esperando un hermoso bebé, en vez de fantasear con un embarazo que probablemente jamás ocurriría.

 

—Gracias, amor —.Sebastian intenta sonreír para que Elizabeth no se sienta realmente herida.

 

La única persona que le llamó amor fue Ciel, esa noche que se entregó a él y le hizo prometerle que no lo lastimaría, cuando Sebastian se introdujo en lo más profundo de su ser y le robó una parte muy valiosa de sí mismo.

 

Ciel, su único y verdadero amor.

—Es hora de irnos, cariño.

—Toma tu abrigo, te espero en el auto.

 

Elizabeth es abandonada en la habitación que comparte con Sebastian, aún tiene la sonrisa que disfraza su dolor y con lágrimas arremolinadas en sus ojos, asiente.

 

—Ya te alcanzo.

 

Sebastian no escucha esto último, se apresura a llegar al auto, no quiere arrepentirse aunque le cosquillean las manos y el corazón le late frenéticamente, ya van tarde y con suerte, Ciel no estará en la fiesta para cuando lleguen.

 

 

[3]

 

—Hermanito —, Elizabeth se arroja a los brazos del niño de sus ojos. Ciel la recibe con la sorpresa inundando su rostro.

 

Elizabeth no ha cambiado nada, pero sigue siendo una niña mimada, dulce y arrogante a su vez, con la mirada de un tierno azul que amenaza con avivarse más de lo que ya es. Ciel la envuelve con sus delgados brazos, una cintura estrecha y un aroma que se impregna en su ropa: sándalo con azúcar. Elizabeth huele a añoranza y a casa, pese a la repentina separación, sigue siendo su hermosa hermana mayor que lo mima y lo quiere.

 

Ciel la deja ir, cuando el abrazo ha sido suficiente y es momento de darle el turno a él…

 

Sebastian duda, han pasado meses, años, días, horas, segundos desde la última vez que vio a Ciel, no ha crecido mucho. Ciel se ha quedado atrapado en el cuerpo de un adolescente con el eterno ceño fruncido.

 

Ambos se miran, y hay recuerdos nadando en sus ojos, amor desperdigado, dolor fluyendo y sonrisas que fingen que se han perdonado todo.

 

El menor quiere salir corriendo de ahí pero es atrapado por los brazos fuertes de Sebastian, aquellas extremidades que lo tomaron dulcemente, esas manos que se ensartaron en sus caderas y lo ayudaron con un lento vaivén, aspira su aroma: hierbabuena y tabaco, Sebastian huele a pecado y arrepentimiento. A un ‘no te he olvidado, quédate conmigo’. El abrazo es repentino y recuerda dolor añejado con un sabor amargo.

 

Ciel reprime las lágrimas, porque si las suelta justo ahora y Elizabeth pregunta, le dirá la verdad.

 

‘Yo amo a tu marido’.

 

Y para Sebastian es difícil soltar ese cuerpecito enjuto, Ciel es su todo, su alma y corazón, la vida que perdió hace cinco años.

 

El amor de su vida.

 

 


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