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Máscara de luna por mei yuuki

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Notas del capitulo:

¡Hola! Nuevo capítulo para esta historia, ojalá sea de su agrado.

   Rosa roja 5.

 

   •

 

   —Entonces no lo olvidaste —dijo Kanra en cuanto salió de la residencia para encontrarse con su cliente de esa tarde. Lucía un furisode de predominante color violeta además de una sombrilla de brillante rojo bermellón —, Shizuo Heiwajima. El mencionado había levantado la vista en el momento en que escuchó el sutil tintineo que causaban sus pasos; recorrió su esbelta figura antes de animarse a contestarle.

   —Claro que no —repuso —, dijiste que me dirías tu verdadero nombre y es por eso que he venido.

   Tras la máscara de serenidad de Kanra, Izaya sonrió divertido. Algunas cosas parecían no haber cambiado.

   Caminó hacia él y luego le adelantó.

   —Vayamos a dar un paseo y hablemos de eso, si no será un desperdicio de dinero, ¿no crees?

   Shizuo masculló algo incomprensible y se apresuró en seguirla.

   Atravesaron la hanamachi en silencio, por alguna razón la chica parecía querer alejarse lo máximo posible de la casa de geishas y por su parte Shizuo no la cuestionó. Simplemente se limitó a caminar junto a ella y a mirarla de reojo de vez en cuando, apartando la vista en cuanto ella lo sorprendía.

   Finalmente Kanra propuso ir a una casa de té de su elección y Shizuo una vez más la siguió sin protestar. Solamente una vez que estuvieron solos en una de las impolutas habitaciones privadas del recinto la joven le habló con libertad.

   —Es la primera vez que solicitas la compañía de una maiko, ¿no es así?

    —¿Maiko?

    —Aprendiz de geisha —aclaró —, es lo que soy. ¿Decepcionado?

   —No en realidad —quiso añadir algo más, pero no supo qué. Había tantas cosas que quería preguntarle que comenzaba a sentirse abrumado y ansioso. Le vino la necesidad de fumar un cigarrillo, pero no le pareció adecuado hacerlo delante de la maiko.

   —Puedo recitar poesía, tocar el shamisen* y la shakuhachi*, ¿quieres que haga algo de eso para empezar? Puedo pedir prestado un...

   —Preferiría saber más sobre ti —la interrumpió Shizuo bruscamente, impaciente.

   Kanra lo miró largamente sin emitir comentarios.

   —¿Por qué estás tan interesado, simple curiosidad? —Y otra vez sonreía con ligereza.

   —No lo sé. Creo que me recuerdas a alguien —admitió.

   —Ya veo. ¿Dónde está esa persona ahora?

   Su pregunta lo extrañó un tanto. Entornó los párpados y encogió los hombros en parte debido a eso.

   —Si lo supiera...

   —No estarías aquí. —Completó por él, entrelazando las manos bajo su mentón con soltura —¿Acaso me equivoco?

   —Supongo que no.

   —Eres muy honesto.

   —Y tú das demasiadas vueltas.

   —¿Quieres que te lo diga directamente? Porque yo también quisiera que me contaras cosas sobre ti —replicó y enseguida propuso—: Hagamos turnos, ¿te parece? Preguntarás y yo preguntaré cuando haya respondido.

   —De acuerdo —aceptó con simplicidad —. No es como si mi vida fuera interesante o tuviera algo que esconder —. Aunque se dijo a sí mismo que preferiría omitir el detalle de la súper fuerza.

   —¿Quién era el hombre con el que viniste el otro día a la reunión? —Inquirió antes de beber un sorbo de té.

   El joven pestañeó, medianamente aturdido por su rapidez. No le había dado oportunidad de comenzar él con aquello.

   —Mi jefe —respondió, sin embargo siguiéndole el juego. “Supongo que es mi turno, ¿no?”. Se cuestionó —. ¿Te gusta ser una maiko?

   Kanra sonrió lentamente y su voz bajó una octava al responder:

   —Lo aborrezco.

   Un escalosfrío se deslizó por la espalda de Shizuo ante semejante respuesta. No parecía en absoluto estar bromeando.

   —¿Entonces por qué— pero fue implacablemente interrumpido.

   —¿Hace cuánto que no ves a ésa persona?

   Necesitó de un momento para caer en la cuenta de a quien se refería.

   —Hum... Diez años.

   —Eso es demasiado para esperar a alguien —su voz comenzó a transformarse, pero Shizuo no dio luces de notarlo.

   —¿Desde cuando —tuvo que aclararse la garganta con un poco de té antes de continuar —... Vives allí?

   —Diez años —contestó sin dudar la persona sentada frente a él —. Diez años, cinco meses y veintiún días.

   —Vaya. —Fue todo lo que pudo decir. Su corazón se impulsó de un modo errático a partir de entonces, y bajo la mesa sus manos empezaron a sudar. El ambiente se torno pesado, casi pegajoso a su  alrededor al prolongarse el silencio por unos minutos. Entretanto Kanra colocó y encendió la segunda varita de incienso senkoudai sobre la primera ya consumida.

   —¿Recuerdas el rostro de ése chico? —le increpó súbitamente, antes de que se pudiese recuperar del asalto anterior.

   —Espera, yo nunca dije que... —comenzó a cuestionar, pero al mirarle con más atención su voz se desvaneció por completo.

   No comprendió cómo era posible, pero ante sus ojos se encontraba una persona totalmente diferente de la que había estado hasta hace instantes dentro de ese cuarto impersonal. El maquillaje blanco que camuflaba las delicadas facciones, la mirada intensa que era difícil de evadir; eran exactamente las mismas, no obstante un detalle trascendental acababa de cambiar dotándolas de una nueva esencia.

   Entonces lo supo. Ambas respuestas eran sólo una.

   —Lo recuerdo, es imposible que lo olvide, al igual que su nombre —. Dijo con la mente en blanco, conmocionado.

   —¿Todavía quieres saber cuál es mi nombre, Shizu-chan?

   Experimentó un caos silencioso. Su mundo entero se desgajó en pedazos y resurgió de los escombros con idéntica celeridad. Sus manos dejaron de sudar y su corazón se ralentizó. El aire impregnado de incienso recuperó su ligereza.

   Al fin fue consciente de que la voz de “Kanra” había dejado de sonar como la de una mujer para adquirir el tono más grave propio de una voz masculina. También su manera de hablar era ahora notoriamente distinta.

   —Izaya —pronunció trabajosamente, sin aliento. Sus ojos se humedecieron y debió entrecerrarlos —, después de todo, eras tú.

   —Ha pasado un tiempo —saludó con una sonrisa aviesa. Sus ojos brillaban sospechosamente también. —Sin embargo, Shizu-chan, ¿qué demonios le pasó a tu cabello?

   Izaya soltó una risa al verlo desconcertarse y después fruncir el ceño.

   —Cállate, acabas de arruinar el momento —. Chasqueo la lengua, no obstante tuvo que suprimir una sonrisa.

   —Parecías a punto de llorar.

   —Igual tú.

   —Definitivamente no —remilgó.

   Lo fulminó con la mirada unos momentos e hizo una mueca. Por último suspiró y hundió la cabeza entre los hombros como si el peso del mundo descansara sobre sí al asimilar tal revelación.

   —Nunca pensé verte de esta manera. La otra noche, y hasta ahora no pude darme cuenta —confesó abatido.

   —No esperaba que lo hicieras, nadie podría haberlo hecho —puntualizó —. Y sin embargo estás aquí, lo que significa que fui capaz de despertar tu interés.

   No lo negó. En su lugar desvió la vista y finalmente sacó un cigarrillo. Antes de que pudiera encenderlo, Izaya se inclinó y le arrebató de entre las manos la caja de cerillas.

   —Esto también forma parte de mi acto —explicó mientras lo encendía por él directamente de su boca. La presteza de sus movimientos dejó al joven rubio azorado, de nuevo.

   —No necesitas seguir con eso —farfulló, ruborizado.

   —¿Te desagrada encontrarme convertido en esto? —inquirió Izaya a su vez; ladino, después de un corto silencio.

   shizuo expulsó el humo de sus pulmones antes de responderle.

   —Qué no —dijo con vehemencia —, incluso aunque te hubiese encontrado en Yoshiwara, no me importaría; no es tu culpa, maldición.

   —¿Fuiste a buscarme al barrio rojo? —Genuinamente sorprendido. Nunca imaginó que Shizuo estuviese buscándolo después de tantos años.

   —Me dijeron que los niños que son vendidos por sus familias terminan en ese lugar —. Se explicó, enojándose de sólo pensarlo. Cerró fuertemente el puño —. Pensé que tú, ya sabes. Los mataría y te sacaría de allí. Todavía quiero hacerlo.

   —De modo que sabes que fui vendido —observó —, bueno, es lógico y la única explicación posible. Es mi realidad. Pero, ¿cuándo te volviste tan enérgico? Tenemos mucho de que conversar.

   Izaya le sonrió, mas Shizuo evitó mirarlo. Ciertamente tenían muchas cosas que decirse, y él no era el único que había cambiado fundamentalmente.

   —Izaya, yo tampoco soy el mismo —le dijo, fijando la vista en sus manos —. Un tiempo después de que te llevaran lejos perdí el control de mis emociones y... Desde entonces soy así.

   El joven de cabellos negros vestido como maiko le devolvió la mirada sin entender a qué se refería. Aparte del cabello ahora evidentemente rubio que antes solía ser castaño, no percibía ningún otro detalle fuera de lugar en él. Había crecido hasta superarlo en altura y madurado, obviamente, pero aunque sus facciones se habían vuelto angulosas Izaya todavía seguía encontrando en ellas vestigios del niño que había sido. Por eso no tuvo dudas de que se trataba de Shizu-chancuando lo vio y oyó su nombre.

   —¿“Así”?

   Lo vio removerse en su lugar. Parecía sumamente incómodo al hablar de ello.

  —Cuando me enfado por algo pierdo el control y destruyo todo a mi alrededor. Mi fuerza, ése es el problema. Es demasiada y no tengo  idea de por qué. Sólo es así.

   —No estoy seguro de comprender, pero —contestó Izaya despacio, tras un lapso breve en que el otro sepultó la humeante colilla en el cenicero sobre la mesa —no parece que estés alardeando. ¿Debería intentar hacerte enfadar para verlo con mis propios ojos?

   —No digas tonterías —espetó, cortante —. No quisiera hacerte daño, no a ti.

   Se pasó una mano por el rostro y frotó su entrecejo, tenso.

   Por primera vez en el día -y en eones- Izaya se había quedado sin palabras. Al final fue el chico de cabellos rubios el que retomó el hilo de la conversación.

   —Sí; soy más fuerte de lo que alguna vez imaginé, y aunque normalmente odio serlo, también significa que esta vez podré protegerte —. Afirmó, impetuoso. Sus ojos castaños se clavaron en los suyos e Izaya creyó sentir su piel hormiguear bajo el espeso maquillaje —. Esto se termina ahora. No dejaré que esos bastardos te utilicen nunca más.

   Parpadeó como saliendo de un trance. Miró entonces hacia su costado y notó como la segunda varilla de incienso estaba casi totalmente consumida. La ceniza se apilaba en el recipiente de fina porcelana.

   ¿Tantos minutos habían transcurrido ya? Incluso el té en sus tazas daba la impresión de haberse enfríado hacía mucho.

   —Se ha extinguido —murmuró.

   —¿Ah?

   —El tiempo de la cita —suspiró —. Debo regresar, si no lo hago será problemático.

   —¿Hablas en serio? —exclamó Shizuo, pasmado —. Acabo de decirte que te sacaré de ese sitio. ¿Lo odias, no es así? No es necesario que vuelvas nunca más, iré a darle una paliza al tal Shiki y...

   —No te precipites, Shizu-chan —lo cortó, con suma calma. Se puso de pie y caminó alrededor de la mesa hasta quedar a un paso de él. Este se apresuró en levantarse —. Pronto seré libre, estoy haciendo las preparaciones para ello. Actuar sin pensar y hacerlo por la fuerza no es una buena opción.

   —¿Preparaciones?, ¿qué demonios estás tramando? —replicó entre ofuscado y confuso —¿qué piensas hacer si te descubren?

   —Confía en mí —dijo simplemente y sonrió —. Algo ya se ha puesto en marcha sin necesidad de que yo intervenga; solamente tengo que aprovechar la oportunidad en cuanto se me presente.

   Shizuo atisbó algo inexplicablemente inquietante y oscuro en el fondo de sus ojos. Dudó. Su mentalidad y sus sentimientos; todo dentro de él se negaba a dejarlo ir nuevamente; empero la fría determinación de Izaya lo contrariaba.

   Refunfuñó entre dientes con exasperación y dirigió la vista hacia otro lado.

   —... ¿Cuándo te veré de nuevo? —preguntó de improviso con voz contenida —, estas citas son jodidamente costosas.

   Izaya se paró de puntillas y apoyó las manos sobre sus hombros; Shizuo pegó un ligero respingo pero finalmente lo miró. Recorrió en silencio la máscara de luna que era su rostro buscando algún resabio del chico que solía ser su amigo. Antes de que su reconocimiento concluyera, el brote de rosa roja que ésa boca asemejaba besó la suya sin llegar a abrirse.

   El tacto suave y ligeramente húmedo debido al maquillaje se grabó en su memoria como si quemara.

   Al menos mientras tuviera vida no lo olvidaría.

   El joven oculto tras el disfraz de maiko se alejó de él con lentitud y dijo como si nada acabase de ocurrir:

   —Espera en la plaza a una calle de aquí cada dos días, debajo de la sombra de un árbol alrededor de las nueve de la mañana. Si no aparezco después de treinta minutos, vete. En caso de que algo importante sucediera enviaré a alguien en mí lugar.

   Después de decirle eso se encaminó hacia la puerta corrediza. Shizuo continuaba perdido en el espacio por culpa de su beso.

   —¿Shizu-chan? Es hora de irnos. Apúrate.

 

   •••••

 

   Manami deseaba morir.

   La razón detrás de tan dramático anhelo era una cuestión bastante sencilla: desde que poseía la capacidad de reconocerse a sí misma y a su entorno, su vida había sido lamentable. Antes de ser comprada para convertirse en una flor más de la okiya Awakusu había sido huérfana de padre y madre; el cariño y la protección de un hogar propio era un privilegio que nunca conoció. Los familiares que se encargaron de su cuidado hasta entonces tenían suficientes hijos propios y dificultades económicas como para reparar muy a menudo en su existencia, y aunque al menos en la casa de geishas ya no pasaba hambre y tenía un lugar cómodo para dormir por las noches, su perspectiva del mundo no cambió. Con el paso del tiempo solamente descubrió nuevas cosas y personas que detestar, además de a sí misma.

   ¿Por qué tenía que asistir a lecciones extenuantes desde el amanecer hasta el anochecer?, ¿por qué debía ser agradable con hombres cuyas miradas lascivas tanto le repugnaban? Nada de eso tenía el menor sentido. No era más que una marioneta entrenada y bien vestida para ser admirada y complacer; todas dentro de la casa y la hanamachi en general lo eran. Tan insignificantes, fácilmente reemplazables. El amor y la felicidad eran un sueño prohibido sin cabida dentro de su mundo de constante sacrificio y falsedad.

   Por eso decidió que tarde o temprano se suicidaría.

   La única persona dentro de la casa que pudo comprender su necesidad de morir y su profundo desprecio hacia el mundo fue Kanra. Después de sorprenderla llorando un día no solamente escuchó sus más íntimos pensamientos cuando se los confesó; también simpatizó con ellos y le contó acerca de sus propias problemáticas. Así, antes de que se diera cuenta, Kanra se convirtió en su confidente y en la primera persona en que pudo confiar. Incluso al enterarse de que no era realmente una chica (información que sólo algunas personas dentro de la casa conocían), su impresión de ella no cambió, si no que por el contrario la hizo sentirse todavía más unida a ella. La sola idea de su desgracia al ser condenado a vivir fingiendo ser una mujer por exigencia y conveniencia de otros alimentaba su inmenso repudio hacia la flor y el sauce*.

   Y entonces, llegó el día en que Kanra le pidió un favor. Su amiga, la maiko más solicitada de Awakusu, necesitaba su ayuda para un asunto de importancia capital.

   —No imaginas cuanto lamento tener que pedirte que hagas algo tan peligroso, Manami-chan —le dijo, a ojos de Manami con profunda aflicción —, pero eres la única persona en que puedo confiar. Aun así, entenderé si te niegas.

   El regocijo que experimentó ante esto fue inédito para alguien como ella.

   —No te preocupes por eso —negó la chica y enseguida miró sus ojos, totalmente determinada —. Lo haré. Tan sólo déjalo en mis manos.

   Izaya le agradeció con su mejor sonrisa de artificio. Había encontrado el mejor sacrificio que pudo desear.

Notas finales:

Shamisen: Instrumento tradicional japonés de tres cuerdas muy popular entre las geishas, en ocasiones también llamado Sangen.

Shakuhachi: Flauta hecha de bambú.

La flor y el sauce: Concepto que se usa para englobar el mundo de las geishas y todo lo relacionado con éstas. Es la traducción directa de Karyūkai, palabra utilizada por ellas mismas. En palabras de Mineko Iwasaki, geisha reconocida, son bellas como una flor y a la vez fuertes y flexibles como un sauce.


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