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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 16

Muchas veces, debido a la gran contaminación que lo asolaba, se había considerado el planeta Nut como una segunda Tierra. Las nubes negras nunca daban tregua y su gentes; de piel grisácea, corneas amarillas y carentes de dedo anular; había olvidado hace mucho lo que era el verdadero cielo. Para ver las estrellas debían conformarse con sus propias luces neón, destelleantes siempre en cada esquina, en cada calle perdida entre los negros e inmensos rascacielos anillados por acanaladuras horizontales que se erigían hacia las alturas por todas partes, creando así crueles laberintos por donde corría el vicio y el crimen. Lo llamaban el planeta de la noche eterna y los que venían de fuera contaban de un planeta enfermo y un población aún más enferma. Pero al contrario de lo que se hablara o dejase de hablar, Nut prosperaba a su manera y su gente se sentía orgullosa de ello.

–Que planeta más triste –opinó Ace que observaba desde la nave, aún en el puerto, mientras se recolocaba bien la mascarilla de oxigeno. A él, ese artilugio para respirar, le parecía tan latoso como al resto de los tripulantes, pero era lo que había si no querían acoger alguna enfermedad pulmonar–, sobre todo después de las Scyllas.

–Pero por muy triste que sea habrá que salir a verlo –sugirió Sabo echándose un colirio especial en los ojos para no acoger alguna enfermedad ocular–. Quedarse en la nave sería como perderse algo del viaje ¿No?

–Señor Smoker –habló el capitán tras salir a cubierta. No llevaba puesto su uniforme de marine; su atuendo ahora era negro de pies a cabeza, botas, pantalones y gabardina larga–, si quiere salir a pasear mejor cámbiese de ropa. La Marina no es bien recibida en este planeta.

Con esas palabras abandonó la nave, no sin antes avisar de que el barco no se podía quedar solo, de que partirían en seis horas y que quien no estuviese en su puesto se quedaría en tierra. Más de un tripulante dio por hecho que su siempre recto y correcto capitán se iba a buscar alguna casa de placer; lo cierto es que solo padecía el síndrome del capitán harto y necesitaba estar un rato, un buen rato, solo. Además, las casa de placer de Nut eran poco recomendables para los visitantes, no fueran a coger alguna enfermedad sexual.

A todo esto, el profesor Usopp, también salió a cubierta, más que recuperado de su extraña enfermedad de si "desembarcamos en ese planeta me muero" y aspirando el aire limpio de su mascarilla, más grande que las demás debido a su prominente nariz.

–Huelo un nuevo día... ¡Zoro! ¿Donde estás? Ah, ahí estas. Venga, vamos que nos vamos.

–¿Qué? ¿A dónde?

–A investigar. Tengo que aprovechar que te he contratado como guardaespaldas. Te quiero todo el rato pegado a mi, y si ves que alguien quiere robarme, violarme o matarme le cortas el gaznate.

–... Sí, señor –las mascarillas eran trasparentes; ensu cara podía verse una mueca.

–¡Qué! –apareció Luffy, todavía con las lagrimas saltadas de la vacuna que le había puesto el Doctor Q, no fuera a que cojiera cualquier tipo de enfermedad, cualquiera–.¡Os vais de aventura! ¡Yo también voy!

De esta manera el profesor se aventuró, sin miedo por primera vez, en este nuevo planeta. No solo Zoro y Luffy le acompañaron, también Sabo y Vivi; ésta última se había colocado la ropa que ella misma había encontrado en Human Age, más la boina verde marino. Los cinco, a la vez que se marchaban y sin darse cuenta, fueron observados con rabia y recelo por el señor Kidd.

–¿Qué te ocurre ahora? –le preguntó Law posicionándose a su lado.

–Es como si los dioses se cachondearan de mi. Llegar a este planeta y... –paró al escuchar la risa Law, algo rara por la mascarilla–. ¿De que te ríes?

–Perdón, no es que haga mucho tiempo para mi pero si que ha pasado bastante desde la última vez que dijiste "dioses".

–Sabes que una forma de hablar, no es que crea en ellos. Al menos no como creía antes –le sonrió suspicaz.

–Ya...–le devolvió la sonrisa, luego ojeó el camino por donde se habían ido la pareja de yokais–. No te tortures Eustass, es cierto que podríamos hacer una fortuna en este planeta con los dos hermanitos. Pero no es en esencia lo que buscamos. Además, ha corrido la voz de que el minino es más fuerte de lo que parece.

–¿Y qué con eso?

–Que respecto a fuerza bruta...

–Ni se te ocurra dudar de mi fuerza –gruñó e hizo una pausa–. Aunque es una lástima, tú si podrías con él sin problemas. Me refiero a...

–Tampoco te lo creas mucho –se masajeó el cuello, en su piel las perlas que bajaba por su nuca se movieron un poco–. Estoy muy desgastado para eso. Aparte de que utilizar mis habilidades nos descubriría. Creo que la única forma sería con ese raro metal, pero nos costaría seguramente los mismo que lo que nos pagarían por los dos.

–Te refieres a...

–Karioseki.

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En las calles no se olía ningún peligro. La gente iba y venía, saliendo o entrando de hoteles, restaurantes o tiendas. Ni tan siquiera había mal ambiente.

–Será la zona turista –observaba el profesor–. Mirad que cantidad de familias hay. Y no es que la mayoría sean nutos precisamente.

–Es que usted tiene miedo de todo, profesor –carcajeó Luffy.

–¿¡Cómo que miedo!? Soy el Gran Profesor Usopp, la palabra miedo no existe para mi.

Zoro movía sus pupilas a un lado y a otro, encontrando elementos dispares a ese buen ambiente. Cuchillos en los bolsillos, manos tomando carteras ajenas, seductoras mujeres con sugerentes escotes...

–Tú también te has dado cuenta –le dijo Sabo a media voz–. Parece que esta vez los temores del profesor no son infundados. Debemos andarnos con pies de plomo.

Zoro asintió y siguió hacia delante.

–¿Te pasa algo Luffy? –preguntó la peliazul al ver que el chico se había quedado quieto con la vista hacia arriba.

–Es que... ese cartel –señaló con el dedo.

Los demás siguieron la dirección, y vieron un gran cartel en donde el holograma de una hermosa mujer de largo pelo oscuro y piel azul vendía un frasquito de perfume haciendo mover sus caderas.

–Boa Hancock –leyó el profesor en el perfume–. ¿Te gusta, Luffy?

–¿¡Que!? No, para nada pero... tiene el mismo color de piel y los mismos brazos que aquel hombre. El anciano de la posada que...

–¡Aaah! –le cortó el narizotas alarmado elevando las manos. Vivi y Zoro aún no estaban enterados del tema–. ¡Ah, ya sé quien me dices, sí!

–Vaya –dijo Vivi–, así que conocisteis a un ao.

–¿Ao? –preguntaron los tres humanos del grupo.

–Es el nombre de los que pertenecen a esa raza –explicó la chica con la mirada en el cartel donde la mujer que venía el perfume–. Su habilidad más conocida es saber cuando alguien les dice la verdad o no, pero también pueden ver sentimientos por muy interiorizados que se tengan.

–Increíble –se le iluminaron los ojos a los dos D. Monkey y al profesor.

–Por eso los muy rastreros se hacían pasar por mediums cuando únicamente eran unos psicólogos chapuceros –aclaró Zoro con más que resaltante desaprobación.

–Siempre ves lo peor de la gente –le reprochó ella–. Además, lo de los falsos mediums fue ya hace mucho.

–Olvídate falsos mediums mi amor, yo soy uno verdadero mas he visto tu hermoso corazón gritándome tu amor –cortejó hombre, un nuto que como los demás de su especie no necesitaba máscara; este incluso tenía un cigarrillo en su boca; a Vivi con una rodilla en el suelo y tomando ambas manos de la peliazul. Su pelo rubio tapaba su ojo izquierdo y en el extremo exterior de ceja derecha había una espiral. Sobra decir que los cerebros de todos les costó reaccionar– ¡Oh, preciosa dama, no me castiguéis con vuestro silencio! Decidme ¿Cómo debo llamaros?

–Vi...vi –sonreía porque no sabía que hacer.

–¡Oh, que nombre más precioso, dulce, a juego con vuestro rostro y figura! –se levantó en un giro sobre su propio eje y se llevó la mano a la frente–. ¡Sois tan perfecta que a penas puedo soportarlo! ¡No, no me hagáis esto! ¡No seáis tímida y rendiros a mi brazos! –se lanzó a por ella con una pronunciada cara de pervertido. Vivi no pudo reaccionar del sobresalto, por suerte, tenía alguien que lo hizo por ella y la cubrió para recibir al nuto rubio. Sus dos frentes chocaron.

–Oye tío –dijo Zoro–. ¿No crees que te estas tomando muchas confianzas? –le empujó con la cabeza hacia atrás.

–Eso mismo te iba a decir yo –le respondió de la misma manera–. ¿Quien te crees que eres para entrometer en nuestro amor?

–Su hermano.

El tipo se apartó sorprendido, echó una mirada de arriba abajo, aspiró del humo de cigarrillo y se lo apartó de la boca para dejar libre una nube gris.

–De diferente madre, por lo que veo.

A Zoro le crispo más de lo que pudo reconocer.

–Te lo diré una vez, ceja revuelta –arrastró las palabras–. Vete por donde has venido.

–¿Y si no quiero, pelo musgo? –señaló con el indice los mechones que se le salían por debajo del pañuelo.

–Que tendré que partirte la cara.

–¡Ja! ¿Tú y cuantos más?

–¡Zoro, para! –intervino Vivi antes de que, efectivamente, ambos acabaran en una pelea callejera –no es momento ni el lugar.

–¡Oh, hermosa Vivi! –la volvió a cortejar el otro–. Que maravillosa eres preocupándote por mi. Pero no temas, por ti cruzaría de una esquina a otra el universo.

–No, si yo no...

–Mi nombre es Sanji, gran cocinero a la par que perfecto caballero. Déjame invitarse a una cena en mi humilde restaurante. Después podemos ir a la capilla y gritar al mundo lo que ya es un hecho para nosotros dos.

–¡Una cena! –exclamó Luffy–. ¡Que bien! ¡Ya me estaba empezando a entra hambre!

–Sí, a mi también –asintió Sabo–. ¿A usted no, profesor?

–Pues ahora que lo dices...

–A vosotros no os ha invitado nadie –les tajó el tal Sanji.

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El autonombrado gran cocinero a la par que perfecto caballero tenía un elegante local donde la gente de alta categoría iba a cenar. El lugar se había optimizado con la intención de que cualquier cliente que entrase, por la primera puerta, accediera a una cabina donde recibiría una ducha de vapor desinfectante que eliminaría cualquier resto nocivo de su ropa así como de su piel; seguidamente podría pasar a lo que era el restaurante propiamente dicho, un espacio cargado de aire limpio donde uno tenía libertar para quitarse su mascarilla y dejar que le sirvieran ingredientes de mejor calidad, importados y embolsados al vacío para que no fuera expuestos a la contaminación de ninguna de las maneras. Su fama era reconocida más allá de la capital del planeta y no era para extrañarse, costaba creer que se pudiera comer una comida más buena que esa.

–Uff... De haber tenido un cocinero así en nuestra posada jamás nos hubiese faltado de nada.

–La tuya también estaba buena, Sabo –le intentó animar su hermano pequeño, pero el mayor, aún sabiendo que las palabras del monito eran sinceras, veía que Luffy jamas había comido con tanto ahínco.

–¿Todo correcto, mi preciosa dama? –volvió a aparecer Sanji, con una servidumbre galante, al lado de Vivi. En ese momento no fumaba, después de todas las normas de higiene que tenía su local no podía permitirse ese lujo.

–Sí, muchas gracias –le sonrió ella con esa amabilidad suya–. Nunca había probado una comida tan buena en toda mi vida.

Sin venir a cuento, Sanji empezó a contonearse a poner una feliz cara de perturbado.

–Gracias a ti, Vivicita, por tus amabras palabras –su voz se había vuelto aguda y molesta–. No las merezco, pero ahora que las he escuchado siento que puedo morir tranquilo.

El profesor Usopp miraba el cocinero como lo hacían todos menos Luffy, que iba a lo suyo, incómodo y preguntándose que enfermedad mental debía de tener ese nuto. Y eso que no sabe que "toda mi vida" no es lo mismo en Vivi que en otra chica, pensó el narizotas, se quedaría de piedra.

–Bueno, ¿y los demás qué tal? –preguntó normalizado y con mucha desgana.

–No está mal –respondió Zoro en tono seco y despreciativo, lo que le valió una mirada afilada por parte del nuto.

–Si no te gusta puedes irte.

–Más quisieras.

–¿Echarte a patadas? Pues claro que quisiera, pero me contengo por respeto a Vivi.

–¿Respeto? ¿A abalanzarse sobre una chica en mitad de la calle te parece respeto?

Lo demás observaba como se intercambiaban pullas el uno al otro. Al final fue Sabo el que tuvo que hablar:

–Menuda tensión sexual no resuelta.

–¿¡A qué llamas tú tensión sexual!? –espetaron los dos.

–¡Que gracioso! –carcajeó Luffy con la boca llena–. Si hablan los dos a la vez.

Ambos se enrojecieron y apartaron la mirada, cada uno para un lado. Luego, Sanji sonrió con suficiencia.

–Ahora si que está claro que no sois hermanos. Una delicada flor como Vivi no podría estar emparentada una una mala hierba como tú. No tienes modales, no aprecias la comida y vas vestido como un vagabundo.

–¿Y por eso te crees mejor que yo?

–No me lo creo, sé que lo soy. ¡Ja! Estoy seguro de que hasta podría cantar mejor que tú.

Los nutos, debido a los gases que respiraban en su día a día, no solían tener buena voz, sería una extraordinaria excepción que alguno de ellos pudiera cantar sin raspar los oídos de algunos, más si el nuto en cuestión estaba adicto al tabaco. Sugerir a alguien de otra raza que no podría superarlo a la ahora de armonizar sonidos con sus cuerdas bocales, era ponerlo a la altura de capacidad de una ameba; algo definitivo para hacerle saltar.

Zoro se levantó de un tirón, con tanta fuerza que la silla se cayó hacia atrás. Algo no iba bien, Su mirada iba directa y con furia helada hacia Sanji. El nuto rubio se impresionó levemente, pero no se dejó achantar. Quedaron así unos segundos.

–Que te jodan –dijo el peliverde como si pretendiera enterrarlo con esas palabras y se dio la vuelta para salir del restaurante.

–Zoro, espera –le llamó Vivi preocupada–. ¿A dónde vas?

–Me vuelvo al barco –cerró la puerta detrás de él, el golpe sonó muy airado.

Los demás no supieron que pensar al respecto, no sabían porqué se había puesto así, le habían visto discutir y cabrearse con el capitán Mihawk la suficientes veces como para ver que no estaba actuando bajo los mismo patrones.

–Será maleducado, dejar aquí a su hermana y...

–Sanji –le llamó Vivi en un tono dulce–. No importa, estoy bien. Ve a atender las otras mesas, no puedes estar pendiente de nosotros toda la noche.

–¡Lo estaría con gusto, hermosa Vivi! –se fue bailoteando de felicidad y lanzándole besos.

La peliazul miró a los demás, que esperaban una explicación.

–No lo vais a dejar pasar ¿verdad?

El único que lo dejo pasar fue Luffy, que volvió a lo que le quedaba de comida, Usopp y Sabo miraron para otro lado, pero eran demasiado transparentes. Vivi suspiró, tomó una servilleta y le pidió una pluma al profesor para dibujar.

–Zoro es mitad gato, como ya sabéis, son los genes que le vienen al petenecer a la Familia Tigre. Pero también tiene genes de Ave, su otra mitad es un colibrí.

–¿Un colibrí? –preguntó Luffy–. ¿Qué es eso?

–Era un pequeño pájaro de color verde –les mostró el dibujo de la servilleta donde podían verse los trazos que daba forma a dos pequeños animales; uno de orejas picudas, bigotes y larga cola que debía de ser un gato, el otro un pajarito de pico alargado y fino como el de una aguja que debía de ser un colibrí. Vivi señaló el segundo–. Este.

–Vaya... –pensó Usopp en voz alta un poco incrédulo–. Son criaturas de aspecto bastante... inocente como para pensar que Zoro tiene algo de ellas.

–Que va, sí que tiene mucho de ellas. Los gatos era muy ariscones y se pasaban el día durmiendo –igual que el peliverde, sin duda, una vez lo habían visto echarse la siesta en uno de los brazos de la vela–. Y el colibrí... bueno, tenía un bonito canto.

–¿Quieres decir –empezó a preguntar Sabo– que Zoro canta igual?

–No puede ser –opinó el profesor–. Con esa baza podría haber hecho callar a Sanji en el acto.

La peliazul sonrió, sin embargo la tristeza se reflejó en sus ojos.

–Zoro nunca ha sido fanático de su propio don. Solo cantó para una persona, y cada vez que le recuerdan que puede hacerlo todo su interior recuerda y se trastorna; se da cuenta de que esa persona no volverá.

La explicación se dio por concluia. Vivi volvió a recoger sus cubiertos para terminarse su plato. Sabo la analizó, ella tampoco parecía estar demasiado bien, su manos temblaban. La mirada del chico rubio se desvió de ella y pasó la silla aun tirada de Zoro. Los ojos se le abrieron con pánico, la mascarilla estaba debajo del respaldo de la silla, el peliverde no se la había llevado.

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¿Dónde estaba el barco? Hacía demasiado tiempo que debería haberlo encontrado. Las calles le estaban mareando, o quizás era ese aire podrido. No se encontraba bien, para nada bien. Tal vez debería volver al restaurante de ese gilipollas. Tosió un par de veces, tuvo que apoyarse en una pared para no derrumbarse.

Entonces sintió un pinchazo en la nunca que recorrió su columna vertebral y su cabeza. De repente se sintió muy despierto, sin embargo, todos sus movimientos quedaron paralizados, miró a su espalda, alguien le apuntaba con algún instrumento extraño, apenas pudo mover la boca y producir algún sonido. Todo se volvió negro.

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–Esto es un muermo –dijo Ace con la cabeza ajustada en la cofa de la torre de vigía, el sombrero naranja que se compró en Aladrum le tapaba la cara.

–Pensé que querrías tranquilidad para variar –comentó Marco con la espalda apoyada en la misma cofa pero no sentado dentro sino en el brazo de la vela.

–La tranquilidad y la sensación de que no pasa el tiempo no es lo mismo. Ademas... ya me estoy acostumbrando a las turbulencias de viaje –se apartó el sombrero y sonrió con cierto deje de orgullo–, supongo que será por los guantes. Controlar el fuego como un piloxiano te da valor, ¿sabes?

–Ace, eso que acabas de decir me insulta –rió con un poco de burla inocente.

–Bueno, vale, no tan bien como un piloxiano pero al menos...

–Al menos no te quemas.

–... ¿Se puede saber que hago tan mal para que te fastidie tanto? –se giró, apoyó los sobacos en el borde de la cofa. Y su barbilla en la coronilla rubia de Marco.

–Lo siento, lo siento –tuvo un pinchazo de sensatez. Se incorporó y dio la vuelta para mirarle a la cara–. No quería ofenderte.

–No, si el ofendido pareces tu.

–Es que... nuestro pueblo ve el fuego de una manera diferente. Vosotros lo veis como un herramienta o como un arma, nosotros como un alma viva y un compañero. Comprendo que te sea difícil pensar así, pero recuerda que yo tengo dos cuerpos, uno de ellos es básicamente fuego.

–Entonces... ¿El fuego siente?

–Incluso habla.

–Ja, con un piloxiano puede, pero creo que conmigo no se digne.

–Bueno, puedo darte la razón porque yo solo te hablo porque tengo la dignidad muy baja –carcajeó.

–Mira que bien –dijo él con falsa molestia y sin poder contener mucho la risa–. ¿Me enseñaras a controlar el fuego?

Marco abrió los ojo.

–¿Qué?

–Que si me enseñaras. Después de todo no puedes criticarme, reírte de mi y después decirme que no me enseñaras ¿no? A menos que tu plan sea seguir burlándote a mi costa.

La preguntar le había pillado de sorpresa. No sabía como salir de ahí. Era de locos que él mismo entrenara a su enemigo, al chico que pronto tendría que... El piloxiano no había sentido las dos caras de su fuego tan divididas como en ese momento. ¿Divididas? Si, tal ves estaban divididas, pero... tal vez no. Estaba echo un lío.

–Está bien –dijo–, pero no pienso ser un profesor blando.

–Miedo me das –echó una pequeña risa muy parecidas a las de su hermano pequeño.

–¿¡Cómo que ha desaparecido!?– se oyó la voz de Smoker alarmado. Los dos miraron para abajo, la gente empezaba a reunirse en cubierta, al rededor de Vivi, Luffy, Sabo y el profesor Usopp.

–Es complicado –explicó el narizotas–. Estábamos cenando, pero el se fue antes y... No nos dimos cuenta de que se fue sin su máscara.

–Salimos a buscarle, pero solo encontramos esto –levantó Sabo la mano para mostrar el pañuelo que siempre usaba Zoro–. Estaba tirado en el suelo, a la entrada de un callejón.

–Fue culpa mía –decía Vivi al borde del llanto– No debí haber dejado que se fuera.

–¿Hace cuanto que ha pasado esto?– preguntó Smoker.

–Menos de media hora.

–Puede que aún estemos a tiempo. Formaremos seis grupos de búsqueda, inspeccionada la zona por secciones y...

–¿Que pasa aquí? –interrumpió el capitán las órdenes.

–El yokai, mi capitán. Se ha perdido sin su mascarilla de oxigeno. Solo se ha encontrado su pañuelo, es posible que sea víctima de un secuestro.

Mihawk asimiló la información. Para los demás era imposible saber que estaba pensado. Miró a Vivi, tenía ojos de súplica.

–Dejen las partidas de búsqueda. Cazar a un yokai es imposible, aún si respira atmósfera nociva –dijo esto caminando hacia Sabo–. Lo más seguro es que siga por ahí perdiendo el tiempo. Aún quedan cuatro horas para marcharnos, es pronto –tomó el trozo de tela del mediano de los D. Monkey–. Y esto solo es basura.

Se giró para dar la espalda a todo el mundo y meterse en su camarote. El resto quedó callado, serio, excepto Shanks que sonreía como si supiera algo que todos no. Luffy no dejaba de mirar a Vivi que continuaba siendo consolada por Sabo.

–¡No te preocupes Vivi!– le gritó con animo y felicidad golpeándole la espalda.– Ya has oído al capitán. Seguro que se ha quedado dormido o algo, pero ya volverá cuando tenga hambre.

Vivi miró la amplia sonrisa del joven, se obligó a si misma a curvar sus labios para corresponderle.

–Gracias.

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Cuando despertó no lo hizo con rapidez, sino poco a poco, recuperando sus cinco sentidos uno por uno. Se encontraba en una celda, tirado sobre el suelo duro y sucio. Si podía ver algo era gracias a su vista animal porque las luces apenas iluminaban.

La cabeza le dolía a horrores y sentía un fuerte pinchazo en la nuca, seguramente le habrían dado con una mano del sueño, un gracioso juguete del mercado negro. Se dio cuenta de dos cosas; una, que ahora llevaba una mascarilla que bien podía ser una mordaza para bestias, dos, que le habían despojado de todo excepto de sus pantalones. Su instinto de supervivencia le hizo preocuparse por su cuchillo pero su verdadera preocupación era el pañuelo. Intentó incorporarse, pero le fue imposible. Con los brazos a la espalda, estaba encadenado de pies y manos. Eran cadenas convencionales, pero las sentía como si pesaran un planeta entero y lo que era peor, sentía como le quemaban tobillos y muñecas.

–Dicen que en la época de los primero yokais los monjes de la nueva cruz crearon el karioseki –Zoro levantó la mirada y seguido abrió los parpados de sorpresa.

Frente a él, en otra celda, había un ser enrome, una gigantesca mole oscura, el peliverde calculó que de estar incorporado solo le llegaría a la rodilla, y puede que no tanto. Su cabeza era grande y ancha, con grandes molares blancos; no llevaba mascarilla y se notaba en su respiración. Su cara parecía que... No, no lo parecía, realmente su cara estaba deformada y llena de quemaduras.

–Ese karioseki era un metal sagrado, con la fuerza de los espíritus que extinguía la fuerza de los demonios, los hijos de Satanás, también conocidos como los yokais –su voz era muy grave y algo ronca, y aunque hablaba en un tono amable sonaba muy amenazadora–. ¿Eres un demonio, pequeño?

–¿Quién eres?

–No creo que eso importe ya. Soy un esclavo, como tú –rió tranquilo–. Deberías haber visto la cara de esos hijos de puta cuando te trajeron. Esperaban venderte a quien sea como fulana. Pero esas orejas y cola demostraron que te podían sacar más.

–¿Qué van hacer conmigo?

–Después de mi serás el siguiente en salir al estadio, allí te harán combatir con los valientes que no tengan miedo a la muerte. Si pierdes mueres, si ganas te atarán a un palo y te darán el baño de la victoria –su propio comentario le pareció divertido–. ¿A los yokais os gusta el ácido?

Zoro no le contestó, apartó la mirada.

–¿Porqué estas aquí, no pareces alguien fácil de capturar?

–Cuando los nutos se quedan sin gente a la que secuestrar vienen a nuestro planeta. A nadie le importa, somos muchos y terriblemente carnívoros. Ya se llevaron una vez a mi esposa e hijo.

–¿Terriblemente carnívoros? –pregunto sin entender, el otro rió entre dientes.

–¿Sabes pequeño? Si estuviésemos en la misma celda ya estarías en mi estomago y no hubiese tenido ni para empezar. Soy un charybdys, nombre que nos pusieron los humanos como sus antepasados se lo pusieron al gran monstruo marino que al abrir sus fauces creaba un inmenso remolino y lo devoraba todo. Puede que por ello, otras razas como estos asquerosos nutos, nos consideren un raza zafia y sin más valor que el de dar un buen espectáculo –volvió a reír–. Es irónico, ellos, que no son más que un enfermo esperpento de humano, se creen que pueden mirarme por encina del hombro. Pero no me dan miedo, antes de que me maten pienso darme un buen festín.

Lo blancos dientes resplandecieron en una sonrisa, como si su plena felicidad se basara en ser usados en pocos momentos.

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Dobló esquina para adentrase en una callejuela, se apartó la máscara para olfatear el pañuelo y aspirar su rastro. Seguidamente llevó la vista hacia arriba. En un rascacielos, más alto que los demás, salía una intensa luz. Se recolocó la máscara y apresuró sus pasos.

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Después de ir a por el charybdys no tardaron ni media hora en ir a por él. Franqueado por dos hombres y liberado de las cadenas de sus tobillos, fue conducido hasta una plataforma donde lo echaron de mala manera después de quitarle la mordaza de oxigeno. No tardó en sentir como se elevaba y, tras unos minutos de oscuridad, fue golpeado por un fuerte baño de vapor desintoxicante. Se hizo la luz.

Las celdas habían quedado atrás, ahora podía volver a ver, a través del cristal de una cúpula, las nubes de color negro, tan cerca que supo que estaba a los suficientes metros de altura para que cualquier sintiera vértigo. Podía respirar con naturalidad, debía de ser otro espacio libre de contaminación.

El suelo que pisaba era arenoso, consistente. A su al rededor todo eran gradas, llenas a rebosar de personas vitoreando. En el centro del estadio había tres sendas columnas, y en una de ellas estaba encadenado el charybdys con el que había hablado. Debía haber dado una grandiosa batalla a pesar incluso de que sus captores hubiesen querido debilitarlo privándole de la mascarilla. Su boca derramaba sangre y su piel, quemada de arriba abajo, presentaba heridas mortales. Lo más siniestro de él era que, a pesar de muerto, seguía sonriendo.

–¡No se muevan de sus asientos, señoras y señores! –la voz sonó sobre la cabeza de Zoro. A una altura más que considerable había una cabina que sobrevolaba todo, de ahí salía la dicha voz–. ¡Porque si creen que la gran bestia ha sido lo mejor de la noche se equivocan! ¡Señoras y señores! ¡Esta noche tenemos lo que fue el terror de miles de milenios! ¡Los eternamente jóvenes, los eternamente malditos! –hizo una pausa teatral– ¡Yokai!

La gente se puso loca de contenta y Zoro no podía dejar de sentir puro odio y escalofríos.

–Como saben ya algunos, señores y señoras, los yokais son conocidos como los grandes guerreros de las hojas de acero, mucho más temibles que cien enormes moles de grasa negras como las que acabamos de ver. Por ello serán cien los valientes que saldrán hoy a la arena –a la vez que iba hablando las puertas de la parte inferior de las gradas se fueron abriendo, dejando pasar a hombres vestidos con trajes negros de franjas verdes, cubiertas sus caras con cascos, montados en deslizadores aéreos y armados con armas de ese siglo. La gente aplaudía–. Para enfrentarse a ellos el yokai tendrá que llegar al centro antes nadie y recoger su cuchillo. Sí, lo sabemos, para nuestros valientes es algo demasiado difícil, por eso el yokai lleva atadas las muñecas con karioseki. ¿Preparados? ¿Listos?... ¡Que empiece el combate!

Aunque no había ninguno por ninguna parte, sonó una especie de gong. Esa fue la señal. Volando a gran velocidad, los "valientes" fueron a por el peliverde. Zoro corrió a por su cuchillo, seguía siendo rápido, pero no tanto como lo sería sin karioseki ni haber respirado esa mierda de aire; tampoco era tan ágil puesto que le costaba esquivar a sus atacantes. Pero al tener su cuchillo en la boca fue otra cosa e inició su juego de un salto cortándole la cabeza a uno en el aire.

Así empezó el baile, los pasos eran sencillos; caía, rodaba, saltaba, atacaba. Era la pura danza del combate, y él la estaba sufriendo de lleno. Los deslizadores le embestían, las armas le cortaban, desgarraba o disparaban, y los atacantes no le daban tregua. Llevaba cincuenta hombres muertos cuando descubrió que no podía huir a través de las gradas. La arena estaba cubierta por otra cúpula de un material parecido al cristal pero sin fragilidad alguna y además conductor de descargas. Pudo saberlo gracias al deslizador que lo atropelló y lo estampó con la dicha cúpula. Podía oír la risa del guerreo tras el casco mientas él se achicharraba. La sangre que vomitó empapó su propio cuchillo.

–Nunca podrás vencernos a tantos con esa misera arma prehistórica –carcajeó el hombre.

Zoro miraba como los otros ya se acercaba. No les iba a dar la victoria, al menos no tan rápido. Mordió fuerte el cuchillo y lo clavó en el deslizazor, que recibió un cortocircuito. Fue liberado, sin embargo la caída fue alta, él lo pudo contar, pero el otro no. Quedaban cuarenta y nueve.

Continuó luchando, pero a cada hombre que mataba sentía como el juego se hacía más duro y mezquino. Por constitución su heridas sanaban pronto, pero apenas le dejaban tiempo y seguía perdiendo sangre. Al matar al numero noventa y seis calló de rodillas. Estaba agotado y un disparo de luz de había dado en el pulmón. Saltó con una voltereta hacia atrás al oír un deslizador acercarse por la espalda, cayó tras el conductor y lo apuñaló en el corazón. El deslizador se es estrelló y el rodó por la arena, perdiendo el cuchillo. Antes de pensar siquiera en levantarse una cadena de luz se le había agarrado al cuello y lo arrastró por todo el campo de cadáveres, pero no lo soltó. Al finalizar el trayecto lo dejó colgando, permitiendo apenas que sus pies tocasen el suelo, lo mínimo para no ahogarse. Pudo ver como se acercaban los otros dos compañeros. Uno de ellos tenía una lanza, el otro un látigo. Este último empezó a golpearle con el arma una y otra vez, sin parar.

Zoro vio la parte positiva de la cadena a su cuello, le apretaba tanto que no tenía que reprimir los gritos, quedaban ahogados de por sí. Sentía como sus fuerzas se iban y ese hijo de puta no se cansaba. Finalmente, el tipo paró y alzó los brazos recibiendo silbidos y aplausos como si hubiese echo una proeza mientras que su compañero le permitió al peliverde un descanso dejándolo tirado bocarriba.

Entonces le tocó a su amigo el de la lanza.

–¡Uyuyuyui! –exclamó el presentador–. ¡Parece que vamos a ver una castración!

Y la hubiesen visto, si no fuera porque el yokai hizo fuerzas de flaqueza; cuando el tío que le agarraba el cuello menos se lo esperab, agarró su cadena la cadena con los dientes. El de la lanza y éste se estrellaron, pero Zoro tuvo que gritar, porque la lanza le dio en la ingle.

–¡Vaya, vaya, y parecía que al minino le habían comido la lengua!

Volvió a hacer suso de su boca para sacarse lanza, y aprovechando que esos dos habían caído les rebanó el pescuezo de un solo golpe. Sin deslizadores no tenía el ego tan subido. Solo quedaba el del látigo. Escupió la lanza y le miró con odio, adelantando sus pasos como un depredador hacia su débil presa. Rugía entre dientes. El del látigo no se achantó, pero solo le dio tiempo a alzar el brazo. Zoro puso todas sus energía en su masacradas piernas y saltó hacia él. Los dientes se clavaron en su cuello, dientes sin colmillos dignos de Tigre pero fuertes como los de cualquier yokai. Al igual que su víctima, el peliverde cayó rendido en el suelo, sin dejar de sudar y emanar sangre. Su respiración estaba cada vez peor y ya apenas veía, todo estaba borroso para él.

La gente vitoreaba, se había acabado el combate. Solo el combate.

–¡Sorprendente señoras y señores! ¡Tenemos un claro ganador! ¡Tan temible como decía pero ganador al fin de al cabo! ¡Que salgan los asistentes para llevarlo hasta su pedestal para que puede recibir su premio!

Zoro, tirado en el suelo, sintió como lo levantaban entre dos personas y lo llevaban arrastrando los pies hasta una de las columnas libres. Ya no tenía fuerzas para resistirse.

Quedó de pie, con la espalda pegada al enorme cuerpo.

–¡Ahora, igual que ayer y como siempre, recompensaremos a nuestro campeón! ¡Que venga el baño de la victoria!

La gente volvió a gritar, pletórica. A Zoro le costaba mucho saber que pasaba y cuando pasaba. No podía más. Sintió una sombra sobre su cabeza. Parecía... parecía una tanque de agua. Si pierdes mueres, recordó con pánico, y si ganas te atarán a un palo y te darán el baño de la victoria. Cerró los ojos y bajó la cabeza cuando vio que el liquido caía sobre él. No lo pudo evitar. Gritó, gritó con todas sus fuerza.

–¡Menudos pulmones, y eso que los tiene reventados!

Entonces no supo muy bien que pasó. La voz del comentarista se apagó, los focos se apagaron; oyó a la gente gritar, un gran estruendo, cristales sin parar de caer y... aunque sentía el ácido sobre su piel ya no seguía cayendo.

Con mucho dolor se atrevió a abrir los ojos encontrando ante él una persona vestida de negro y cubierta con una capucha portando una enorme espada negra. Le dolía la cara, pero aún así sonrió. Finalmente la muerte había venido a por él. Cerró los ojos y volvió a vislumbrar esa figura que tanto amaba. Llamó su nombre por última vez:Kuina...

Continuara...

Notas finales:

Hasta ahí la cuarta tanda. Debo decír que hasta la fecha, este último capitulo es el que más cambios ha recibido. Nada que alterara el orden natural de las cosas que habéis leido, solo detalles que le daban más complejidad al planeta. En la primera versión me limite a decir que era un sitio contaminado, pero no puse nada de máscaras ni métodos de higiene. Además, en esta versión Sanji me ha salido mucho más él.

Eso sí, en la anterior había una escena, horrible, relacionada con la habilidad de canto de Zoro. Una amiga que la leyó en su tiempo me preguntó, mientras iba editando este capitulo, que cual era. Y yo "una que mejor que no te acuerdes". Eraa uan cursilada que no veia a cuento y todos estamos mejor sin ella. Fin. (y si lo comento es porque estoy muy contenta de haberla borrado xD)


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