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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 20

Había perdido la certeza de cuanto tiempo llevaba corriendo. Daba igual todo lo que se adelantaran sus pies o lo cansado que estuviera, sus pasos no avanzaban en la inmensa y profunda nada negra. Los pulmones le dolían al respirar y estaba bañado en sudor, pero no paró de huir, le daba pánico hacerlo. Una risa entre dientes sonó a su espalda, aterrado giró la vista atrás, pero no encontró a nadie. Su cuello fue agarrado; puso ambas manos en el brazo de su captor intentando liberarse con desesperación; apenas le llegaba el aire. Su atacante le observaba con arrogancia y libido, como siempre lo hacía. Le odiaba, le odiaba con toda su alma, deseó su muerte, deseó que se pudriera.

Tal y como si hubiera sido escuchado, una fina linea roja se formó en la garganta de aquel. La sangre se derramó igual que si hubiese estado guardada bajo presión, salpicándole en la cara a la vez que era soltado. De rodillas en el suelo y recobrando el oxigeno entre toses vio como su atacante se agarraba el cuello tan fuerte como se lo había agarrado a él mismo, pero la sangre seguía saliendo a borbotones y aquel hombre se retorcía y ahogaba en un charco rojo. Captó la súplica en los ojos de su enemigo, un deje de ruego porque le ayudara, pero sus labios casi se curvan en un sonrisa, casi, mas el cuerpo de aquel empezó a transformarse, su piel se hizo más pálida y sus cabellos más rojos. Cuando supo de quién se trataba era demasiado tarde.

–¡Eustass! –gritó despertando de su pesadilla.

Seguía bañado en sudor y con la respiración alterada, pero ya no se encontraba en ese lugar. Estaba sentado en el suelo de la despensa del barco con las pulsaciones golpeándole las costillas, rodeado de provisiones; a su alrededor solo había silencio y paz. Aún con miedo en el cuerpo suspiró aliviado, a la vez que agotado.

–¿Qué pasa? –oyó a su lado una voz dormida. Giró la vista y se encontró con que Eustass se estaba incorporando para sentarse con él. El pelirrojo le dio un par de besos en el hombro.

–¿Qué? –le tembló un poco la voz.

–Me has llamado –bostezó–. Al menos creo que me has llamado.

Law miró para otro lado. El pelirrojo tenía medio cerebro dormido, aun así pudo entender la situación.

–¿Otra pesadilla? –se preocupó.

–Sí, y su esquema no se diferencia de las otras. Él aparece y tú mueres. Tal vez sean señales.

–Sabes que es imposible, tú mismo dijiste que si no usabas tus poderes él no podría localizarte. Y no los has usado ¿verdad?

–No, no lo he hecho, pero tampoco es una ciencia exacta –suspiró y bajó la cabeza. Sus manos temblaban–. Esos malditos sueños son cada vez más reales. Hace tres noches soñé que caías desde este mismo barco a un agujero negro; Eustass, parecía tan vivido que al despertarme creí que era una premonición.

–¡Solo son sueños, Law! Estoy aquí ¿no lo ves?

El moreno volvió a mirarle, se sentía muy débil, pero sonrió y dejó descansar su frente sobre la curva de su cuello. Le encantaban esos momentos en que Eustass volvía a parecer un niño inocente.

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La travesía seguía avanzando sin incidente alguno para variar, cosa que la mayoría agradecía bastante. La minoría era claramente Luffy.

–¡Un planeta, un planeta! ¿Vamos a desembarcar, Shanks?

–Si el capitán no da la orden no –contestó sonriente.

Y el capitán no la dio, así que el joven grumete tuvo que conformarse con ver el planeta desde lejos, sería el único que verían hasta dos días después.

–¡Un planeta, un planeta! Esta vez si que desembarcaremos ¿Verdad, Shanks?

–Todo depende del capitán.

Y el capitán dijo que ni soñarlo. Tuvieron que pasar otros cuatro días más hasta ver otro.

–¡Vamos, vamos! ¡Este es definitivo! ¡A la aventura!

Shanks le echó una ojeada a Mihawk, hacía una perfecta barrera de ignorancia frente a los gritos del muchacho.

–No creo que vayamos a desembarcar, Luffy.

–¿Quééé? –dijo con profunda pena y exagerada cara de decepción.

–El capitán no ha dado la orden.

–Pe... pero... si es un planeta chiquitito.

–No creo que eso tenga mucho que ver.

–¡Vaya muermo! –hizo un mohín bastante infantil–. ¿Por qué no podemos desembarcar ni un ratito?

–Por tiempo, nos hemos retrasado mucho y por el momento no nos falta abastecimiento.

–Puff... es que además el anterior planeta fue muy aburrido, no pasó nada interesante. ¿Verdad que no, Zoro? –llamó al yokai que estaba ocupado haciendo un nudo marinero.

–Si, Nut resultó ser bastante monótono –contestó el peliverde con indiferencia.

Entonces Luffy se fijó por primera vez en su cambio de atuendo, no por el cambio en si, sino por cierto detalle.

–Zoro ¿donde estás tu cola?

Iba de negro de pies a cabeza; botas, chaleco y pantalones; a excepción de la faja verde que llevaba a la cintura. Con sus ropas de Aladrum, largas y olgadas, era más fácil esconder sus diferencias con respecto a la raza humana pero con esas que llevaba ahora parecía más difícil.

–La llevo enrollada a la cintura bajo la faja.

–¿¡En serio!? ¿Me le enseñas?

Luffy se llevó un buen capón por parte de Shanks que lo agarró de su chaqueta y se lo llevó arrastrando.

–Mira que tener que marginarte para que te concentres en tu trabajo y no estorbes a los demás preguntándoles que si te enseñan la cola.

–¡Si solo estábamos hablando! ¡A Vivi nunca le dices nada!

–Porque ella hace las cosas cosas bien a pesar de seguir hablando.

Zoro se encogió de hombros, siguió a lo suyo y ató la cuerda del nudo marinero a la balaustrada uniéndola así con el palo de mesana. En aquel momento se dio cuenta de que tenía alguien a su lado a apenas a tres pasos de él. Era el Profesor, que sujetaba con sus manos las asas doradas de una especie de bandeja con la tabla de cristal por la que miraba fuera del barco.

–¿Se puede saber que hace, Profesor?

–¿Mm? Ah, Zoro. Miro este planeta que sobrevolamos con mi ampliador de visión. Lo he fabricado yo mismo con algunas cosas que compré en Aladrum.

–¿Qué es, cómo una especie de catalejo? ¿No sería mejor uno de verdad? –en Aladrum podías encontrar cosas interesantes, eso no quitaba que tuvieran una capacidad innata para timar.

–Con el catalejo tengo que estar todo el rato con un ojo tuerto, además de que este presenta mucha más calidad y no tengo que hacer tantos movimientos para ver algo porque cubre un gran ángulo de visión muy superior al de los típico catalejos, que además gradúo y/o selecciono con las anillas de las asas. ¿Quieres ver?

No es que tuviera mucho interés, pero aún así le echó un vistazo. Contrariamente a lo que pensaba, se sorprendió.

–¡Vivi! ¡Ven, tienes que ver esto! –le llamó sonriendo.

–¿Qué pasa?– dijo acercándose, detrás de ella iba Sabo, que le había picado la curiosidad.

Ella miró a través de la pantalla de la "bandeja", se le iluminaron los ojos. El profesor Usopp tenía el zoom tan ampliado que se podía ver como una pequeña tribu de una especie de pájaros vivían en comunidad.

–Aves de monta –pronunció con cierto cariño.

–¿Aves de monta? –preguntó Sabo– ¿Así se llaman esa especie de...?– realmente no sabía como llamarlos; había leído muchas historias de la Era humana, pero aún así había gran variedad de cosas con pico y plumas–. ¿Gallinas?

La peliazul se río.

–La verdad es que son más patos. En Ave había muchos, yo misma tuve uno de pequeña.

–¿¡Que miráis, que miráis!? –apareció Luffy–. ¡Uh, que buena pinta!

Otro repentino capón le vino a la cabeza.

–¿¡Es que no puedo ni girar la vista un momento!? –el cyborg se lo volvió a llevar.

–¿En Ave montabais en esas cosas? –siguió Sabo.

–Bueno, la verdad es que en esos tiempos íbamos más acomodados y hacíamos mas usos de las naves.

–Las aves de monta era como mascotas –intervino Zoro.

–Ah, ya entiendo.

–Parecen muy inteligentes –dijo el profesor.

–Lo son –dijo ella con un aire nostálgico–. Calu, mi propia ave de monta lo era. Fue muy corto el tiempo que estuvo conmigo, pero tengo bonitos recuerdos, lo adoraba.

Tanto el profesor como el chico rubio se dieron cuenta de que había dicho "corto" y "tiempo".

–¿Cuanto viven estas criaturas? –formuló la pregunta el narizotas.

–Apenas unos cincuenta años, puede que más si llevan una vida excelentemente sana.

–... Ah –pronunciaron al unisono.

–¡Jajaja! ¡Que vieja eres Vivi!– reía Luffy mientras los demás se preguntaban que hacía otra vez ahí.

En otra parte del barco, más concretamente en la proa, dos jóvenes, o al menos uno de ellos en apariencia, practicaban una serie de suaves movimientos con fuego.

–No te muevas tan deprisa, ve más despacio, Ace.

–Esta bien –tomó aire–. Vamos.

–Adelanta el pie izquierdo, todo lo que puedas, casi arrodillándote con el derecho y la planta en perpendicular a ti –él hacía el propio movimiento conforme decía y el pecoso lo imitaba–. Mantén la espalda recta, extiende el brazo izquierdo al frente, con el puño abierto, como si estuvieses ofreciendo algo. Ahora, coloca tu mano derecha a la altura del rostro y retírala hacia atrás todo lo que puedas. Ve creando, con la izquierda, la bola de fuego, poco a poco para que no se desestabilice y para que se concentre su poder. Cuando esté lista toma fuerza en el brazo derecho y golpea.

Las dos bolas de fuego salieron por la borda; la de color turquesa era una esfera perfecta que con una trayectoria recta estalló en una bonita flor de fuego, la roja era más pequeña y en su trayectoria curvada se escapaban llamas por todos lados, su explosión no fue más espectacular que un petardo. Ace resopló cansado.

–Cada vez me siento más estúpido por haberte pedido que me enseñes.

–No seas tan duro contigo mismo, yo veo que avanzas bien.

–Mm... –hizo una mueca– sabes que no. Con las instrucciones de los propios guantes me va bien, pero esto de creerme piloxiano creo que me supera.

–No lo pretenderías de verdad ¿no?

–¿Qué quieres decir?

–Nosotros evocamos el fuego directamente desde nuestros pulmones, va a las venas y al corazón. Eres humano Ace, a menos que se trate de una metáfora no creo que lleves fuego en el corazón.

El pecoso suspiró.

–Entonces esto es una perdida de tiempo ¿me equivoco?

–Te equivocas. Que no seas fuego no significa que no puedas comprenderlo y aliarte con él. Creo que lo único que lo evita es tu mente cerrada respecto al asunto.

–Es que hacerme amigo del fuego parece un concepto tan... abstracto.

–Bueno, tu y yo somos amigos.

Ace le devolvió la sonrisa.

–Sí, supongo que sí.

–¿Seguimos entonces? Tal vez si...

–Ace –interrumpió una tercera voz, que resultó ser Smoker.

Ace se despidió del rubio amablemente, anotando que más tarde continuarían con el entrenamiento, y se fue con el teniente; Marco apartó la vista con aspereza y un resoplido, no era la primera vez que pasaba eso. Cuando llevaban un rato juntos, y empezaban a intimar minimamente en la conversación, venía Smoker. Le hacía sentirse más irritado de lo que quería reconocer, pero eso no era lo malo, sino que interiormente iba a más. Podrías matar al teniente, le hablaron sus pensamientos, así no se iría con él.

–Cállate –masculló–. No quiero escucharte.

–Pero si aún no he dicho nada –Shanks le sobresaltó a su espalda.

Marco suspiró.

–No era a usted.

–Ya, me lo imaginaba –se alzó de hombros, seguido se puso un poco más serio–. Marco, deberías apartarte de Ace. Que afiances un relación con él no es algo que te convenga.

–No lo estoy haciendo, solo cumplo órdenes. Finjo ser un buen bucanero y le enseño a un compañero a defenderse.

–¿Crees que eso es correcto?

–Ace no supondrá un problema a la hora de la verdad. Soy yo el que le enseño, podré con él.

Esta vez el que suspiró fue el cocinero.

–Marco, sabes que ya no es solo eso. No quiero la otra cara de tu fuego aquí.

El rubio tardó en responder.

–No entiendo a que viene esa preocupación.

–Sí, puede que tengas razón, tal vez estoy un poco paranoico. Todo el mundo puede estar malhumorado de vez en cuando.

Marco le miró con dureza.

–Así es –caminó para abandonar la zona de proa–. Mejor sería que dejara de preocuparse por mi y se aplicara usted mismo sus propios consejos.

Shanks iba a reclamar, pero el piloxiano ya se había ido. Se llevó una mano a la cara para frotarse los ojos. Repentinamente se sintió agotado.

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–¿¡Qué!? ¡La sopa de la muerte! ¿¡Por qué la sopa de la muerte!?

Eso era uno de los comentarios que hubo ese día a la hora de comer, todo ello venía por el menú de turno decidido por el cocinero, que reía cruel y retador.

–¡Venga valientes, a ver quien puede con esta delicia!

Ace y Sabo se sentaron con su cuenco en mano, observando que todos evitaban el momento de meterse la cuchara en la boca.

–¿Pasa algo? –preguntó el D. Monkey rubio.

–Esto –contestó Law sacando la cuchara del cuenco. La sopa, de un colo rojo intenso, volvía al plato cayendo como algo grumoso. Se asemejaba bastante a la lava.

–Bueno... la comida de esta travesía nunca ha parecido de un crucero.

–Tú prueba a ver si tienes huevos –le provocó Eustass.

–Shanks la llama la sopa solar. Nosotros la de la muerte –explicó el de las ojeras–. Es como comerte una verdadera estrella solar, y si lo consigues... explota en tu barriga como una supernova. Es una receta nativa de Pilox, se la enseñó Marco, pero ademas Akagami hizo determinadas correcciones en la receta que hasta para el propio Marco es difícil de digerir.

–...– los dos hermanos miraron su comida desconfiados.

–¡Por todas los ateroides!– exclamó el profesor sentado con ellos–. Solo es una sopa, a los marineros os encanta convertir cualquier cosa en una aventura épica.

Dicho esto se metió una cuchara en ella boca. Se quedó en el sitio mientras su cara se perlaba de sudor y tomaba el mismo color que su comida. Con todas las miradas de la mesa puesta en él, tragó lentamente como valiente.

–¿Lo veis? –rió forzado–. no era para tan...

Su estomago se hinchó y brillo con el sonido de una gran explosión. Cayó al suelo como un tronco y su angelical alma salió de su boca cual humareda para traspasar el techo. Sabo, como reacción, echó el cuenco a un lado con falso disimulo.

–Vaya, ahora no hablas tanto–. sonrió el pelirrojo.

–Considero que he pasado bastantes cosas en este viaje como para morir por una sopa – miró a su hermano y se le salieron los ojos de las órbitas, como a muchos presentes.– ¡ACE!

–¿Que pasa?– contestó distraídamente mientras se tomaba la sopa solar como si nada. No es que se hubiese envalentonado o que no hubiese escuchado la historia de lo que le habían puesto por delante para alimentarse. Simplemente le extrañó que Marco no se sentara con ellos y lo buscó con la mirada, y como un acto reflejo marcado en sus años de vida, comió sin pensar.

–¡Qué te estas comiendo la sopa!

–Ah.. bueno, ya sabes que a mi me gusta el picante –y siguió comiendo mientas Sabo le miraba con la boca abierta y ojos entrecerrados.

–Tú y Luffy sois a veces tan idénticos que me hace pensar en si soy adoptado.

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Shanks se levantó de madrugada. Como de costumbre, el barco estaba en silencio y él se sentía peor que cuando habló esa mañana con Marco. No había dormido bien y los ronquidos del camarote llegaron a un punto que le daban ganas de dar alaridos de desesperación. De esta manera, cerciorándose de que no había nadie en la despensa, se tumbó en el suelo de la cocina, apoyando la espalda en la pared y dejando caer su cabeza con los ojos cerrados. No de tenia sed, pero por todas las santas galaxias, como ansiaba en ese momento una botella de vino.

De repente vio la ironía de la situación. Se había ido a dormir a la cocina, por un lado, huyendo de sus compañeros de travesía, por otro, huyendo de sus recuerdos que le atormentaban en sueños. Sin embargo ahí estaba, tirado en el suelo como cuando era un crío.

No olvidaba las calles adoquinadas de aquel lugar, siempre lleno de gente feliz que ignoraba al pobre niño pidiendo un poco de caridad. No les culpaba, todo el mundo prefiere apartar la mirada de algo que ni le gusta ni le compete y seguir con su vida perfecta con insignificantes problemas vanales; pero también les envidiaba. Estaba tan cerca de ellos que podía tocarlos y aún así parecían estar en mundos completamente diferentes, alejado a años luz.

–¡Ray! –oyó aquella voz en sus recuerdos, como si verdaderamente volviera a estar ahí–. ¡Ray ven aquí, este niño tiene mucha fiebre!

–Rápido, debemos llevarle al barco.

Para cualquier otro puede que esas primeras palabras que escuchó de él no fueran muy grandes, pero fueron las primeras que le dedicaron, la primeras que le reconocían como persona. Fueron el preludio de una época más cálida, más feliz. Hasta que volvió a quedarse sin nada.

Abrió un poco los ojos. No estaba seguro, pero sentía que había dormido un poco. Notó peso en su hombro humano, a la vez que calidez. Movió las pupilas, Luffy dormía apoyado en él. Sus labios se curvaron en una sonrisa y dejó descansar su cabeza sobre la del chico volviendo a cerrar los ojos.

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–¡Puaj! –esa era la cuadragésima vez que Ace sacaba la cabeza por la borda para vomitar–. ¡Puaj! –cuadragésima primera.

Lo peor era que hacia solo media hora que el barco se había levantado.

–¿Por qué no para? –se preguntaba al borde del llanto–. Ya no puede quedarme más materia en el estomago... ¡Puaj!

–Te dije que no repitieras –le recordó su hermano.

–Estoy desolado –teatralizó Shanks– Creí que por fin había encontrado un estomago que sobreviviera mi sopa solar... Supongo que he de rendirme, ni Zoro, siendo yokai, quiso pasar de la segunda cucharada.

–Luffy parece estar bien –señaló Sabo–. Incluso fue de madrugada a por más, lo que no sé es si llegó, iba como sonámbulo.

–Bueno, joven aventurero, en el caso de tu hermano menor recordaremos que he dicho estomago, no portal a otra dimensión.

–¡Hip! –vino el médico de abordo a por Ace– Tengo un remedio ¡Hip! Shuper... bueno ¡Hip! Ten.

El susodicho remedio era una masa entre gris y verde que parecía retorcerse en el cuenco rogando que acabasen con su existencia. El olor no era mucho más agradable que el que te puedes encontrar en un estercolero. Si Ace estaba pálido, se puso color pistacho.

–¡Puaj!

–¡Joder que asco! –se apartó Eustass del vano del cañón por donde había asomado la cabeza y casi le caía toda las esencia de Ace–. Un poco más y me lo como entero ¿Que pasa con la maldita ingravidez? ¿La pota no tendría que quedarse flotando?

–Flotará cuando salga de la órbita del barco –contestó Law sin mirarle y trasteando con el cañón–. Vete con el otro cañón. Cuanto antes acabemos con este repaso de mantenimiento, mejor.

–Sí – le echó cierta mirada entrecerrada, nunca le gustaría que le dieran órdenes, fuera quien fuera.

Pero el pequeño mosqueo quedó apartado al fijarse en su compañero. Law parecía estar como siempre pero... había algo.

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Una vez más, volvía a ser la hora de la comida.

–¿De verdad que no quieres comer nada, Ace?– le preguntó Sabo.

–De verdad. Puede que para la cena, pero ahora mismo voy a dejar que mi estómago se asiente –sus vómitos había parado pero lucía bastante pálido y chupado.

–Hay que ver con que energía sirve la comida –dijo el profesor refiriéndose a Vivi.

–Y su espíritu se contagia –secundó el chico rubio–. La gente se ve más feliz desde que ella pasa los cuencos.

–Hombres –se quejó Catalina, ese día le tocó sentarse con ellos–. No entiendo como se pueden volver tan imbéciles por alguien que es más niña que mujer.

–Técnicamente –Teach también estaba en la mesa–, es mucho mayor que tú.

–Todos entendéis lo que quiero decir. Si incluso ese –señaló a Zoro con la barbilla– se tuvo que poner de guardián las primeras noches que durmió en el camarote de la tripulación.

–Sí, y no dejaba dormir con esas miradas de desconfianza –recordó el pecoso.

El peliverde los miró a todos con el ceño fruncido, pero siguió comiendo.

–¡ATREVETE A TOCARME OTRA VEZ Y TE CONIVERTO EN CENIZA CARBONIZADA!

El comedor entero se quedó en silencio, unos con cara de sorpresa, otros de tensión y algunos con cierto temor. Marco, lleno de furia, agarraba el cuello de Jesús Burgués, sin dejar que despegara la espalda de la pared e incluso casi sin dejar que sus pies tocaran el suelo. El de los seis brazos no sabía que hacer, ni tan siquiera sabía que había hecho para colmar así de ira al piloxiano, pero la experiencia le había enseñado a temer por su vida. Y si la experiencia no bastaba, si lo hacía el hecho de que la mano del rubio apretaba cada vez más su garganta.

Por su parte, a Marco le temblaba todo el cuerpo de pura rabia y si no terminaba de afixiarle y romperle la columna vertebral a su compañero era por seguir disfrutando de ver como el miedo e incertidumbre torturaba a Jesús Burgués.

–Marco –sin apartar la mano, miró hacia atrás por encima de su hombro. El cocinero pelirrojo se acercaba a él, lentamente, con las manos semialzadas dando a entender que no iba con animo de pelea–. Piénsatelo. Ahora mismo es mejor que lo sueltes.

–Claro –rió–. Mejor para ti, no te jode.

–No, para mi no. Para ti –hizo una pausa, observando la cara del otro que, claramente, denotaba cierto aire de reto e interés por saber con que salida iba aparecer Shanks–. Mira a tu al rededor.

Lo hizo, y se maldijo así mismo porque sabía que había caído en la trampa del cyborg. Solo bastaba saber que Ace estaba ahí para que, airado, le diera un rodillazo en las costillas al de la máscara de lucha libre y saliera como un rayo por la puerta que daba a cubierta. El silencio volvió después del portazo. Poco a poco, la gente empezó a tomar aire con alivio.

–¿Que le ha pasado? –preguntó el de las pecas en voz alta–. ¿Qué le has hecho?– preguntó a Jesús Burgués.

–¿¡Yo!? Me cago en la puta ¡Yo no le he hecho nada!

–¡Pero él no es así!

–Si que lo es –intervino Shanks de nuevo–. ¿No sabes nada de los piloxianos? –Ace tardó un poco en dar una negativa con la cabeza–. ¿Y usted, Profesor?

–¿Yo? Bueno, no es el tema en el que me desenvuelvo... pero sé un poco de sus costumbres, sus dos cuerpos... –se le veía con la duda en la cara– Oí una vez que tenían... dos fuegos... pero era algo sobre la personalidad, creí que era una teoría psico-filosófica.

–No, es algo más palpable. Los piloxianos, como bien ha dicho, tienen lo que ellos llaman "las dos caras de su fuego", que no quiere decir otra cosa que dos personalidades dispares. Esto me lo explicó Marco: el fuego puede, por una parte, protegerte del frío, proporcionarte luz y servirte de ayuda, por otro lado puede ser un arma descontrolada e increíblemente destructiva. De esta manera, los piloxianos nacen con dos personas dentro de si, negativa y positiva, a las que pueden optar por una o por otra a cierta edad, pero eso no quiere decir que se deshagan de una de ellas.

–Por eso ese suabón de Marco tiene esos pequeños prontos –habló la largarta– La última vez casi nos hace crustáceo a la plancha –señaló a Eustass.

–¡A mi nadie me hizo a la plancha!

–¡Claro! –dijo el profesor–. Eso le da sentido al hecho de que una raza tan noble esté desprestigiada en todo el universo. Se ven siempre como posibles criminales y asesinos. Ace, creo que... ¿¡Donde está Ace!?

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Marco se encontraba en la cofa de la torre de vigía, sentado con la cara entre las rodillas y las manos en su nuca. Su respiración seguía alterada de furia. Era absurdo, ni tan siquiera recordaba qué le había puesto así, estaba comiendo en silencio, tranquilo, y entonces... ¿No lo recuerdas? Preguntó su otro yo, dijeron algo de Ace. Sí, lo recordaba ¿Pero qué? Algo de sus vómitos de esta mañana... Si no recuerdo mal, hablo el otro de nuevo, ya que de hecho tengo mejor memoria que tú, compararon su estado estomacal con el de una embarazada con nauseas. ¿Embarazada con nauseas? Se preguntó el Marco de siempre, ah, claro, habían dejado aquella posibilidad vagar con burla, alegando con palabras soeces la cantidad de veces que el teniente se lo podía llevar a la cama por días. Por horas, corrigió su otro yo, dijeron por horas. Después estaba todo un poco borroso, se metió en si mismo y fue cuando Jesús Burgués le tocó el hombro en plan amistoso. Se lo merecía, dijo sin saber cual de sus mitades hablaba ¿Quién se cree que es para tocarme? Imbécil de mierda... la próxima vez le arrancaré los brazos uno a uno.

–Marco.

El rubio levantó la mirada sorprendido de que hubiese alguien dispuesto a acercarse, pero la apartó a un lado enseguida.

–Vete de aquí, Ace. No es el momento. No me encuentro bien –que baje la cabeza y te haga una mamada, volvió a hablar su otro yo, ya veras como te sientes mejor–. ¡Cállate!

Al instante se dio cuenta de que lo había gritado y miró a Ace deseando que no hubiese creído que iba por él. El pecoso seguía ahí de pie, serio.

–Shanks nos lo ha contado. Lo de tu doble personalidad.

Marco bajó la mirada apretando los dientes.

–Entonces sabrás la gravedad de la situación. Vete. No sé que te podría hacer ahora –no notaba como se iba–. ¿¡Que mierda haces ahí parado!? ¡Largo!

El más joven siguió ahí, sin moverse, sintiéndose completamente inútil. Apretó los puños y pasó las piernas por la taza de la cofa para llegar hasta Marco. Le abrazó.

–Lo siento –su voz estaba algo quebrada–. Vine aquí porque estaba preocupado por ti, pero te tengo frente y no tengo ni la más remota idea de que hacer. Lo siento.

Marcó abrió los párpados. Ace esta ahí, preocupado por él, a pesar de como le había visto, a pesar de descubrir lo que era. Algo llenó su pecho, algo más fuerte que su propio fuego. Correspondió el abrazo conforme sentía que su alter ego se sumía en un profundo sueño. Mejor será que no te relajes tanto, le avisó antes de irse, o puede que se convierta en mi presa antes de que puedas hace nada. El cuerpo de Marco se tensó. No, jamás lo permitiría.

–¿Estás mejor? –preguntó Ace luego de un pequeño rato al darse cuenta de que el piloxiano estaba mucho más calmado.

–Sí, muchas gracias.

Hizo fuerzas de flaqueza para separarse del muchacho. Ambos se sonrieron.

–¡Doc Q!

La voz de Sabo inundó todo el barco. Ace se incorporó para asomarse.

–¡Sabo! ¿¡Que ocurre!?

–¡Ace! ¡Busca al doctor, tenemos una emergencia!

–¿¡Que!? ¿¡Le ha pasado algo a Luffy!?

–¡No! ¡Se trata de Law! ¡No sabemos que le pasa! ¡De repente se ha desmayado! ¡Tiene tanta fiebre que ha empezado delirar y convulsionar!

Ace y Marco se miraron una última vez, sabiendo que los dos pensaban lo mismo. Ahora había otras prioridades.

Continuará...

Notas finales:

Y aquí termina la quinta tanda, con un capitulo de transición que promete otro arco movidio (ouh yeah). Hasta el próximo!


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