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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 24

Hacía mucho calor. Tal vez, hasta demasiado para ser sano. Alguien le estaba llevando a cuestas. A su nariz venía un olor a sudor, no sabía si del otro o de si mismo. Con esfuerzo, abrió los ojos. Su cabeza descansaba sobre el hombro de una persona, al igual que lo hacía un trozo de tela sobre él, cubriéndole del sol. Le costaba mucho pensar, así como recordar.

–¿Ya estas despierto? –le preguntó con amabilidad aquel que lo llevaba. Reconoció su voz.

–¿Marco? –levantó la cabeza para mirarle–. ¿Por qué...?

–Caímos del bote ¿recuerdas?

–...Si, creo...– poco a poco le venían la imágenes–. Bájame, creo que puedo andar solo.

El rubio, haciéndole caso, hincó una rodilla en el suelo. Hizo un quejido dolor al apoyarse Ace en sus hombros para bajarse, fue entonces cuando el pecoso se dio cuenta de que tenía toda la zona del hombro izquierdo, y parte de la espalda, amoratada y con muy mal aspecto. Iba a preguntar qué le había pasado, pero recordó como en medio de la tormenta le había protegido cuando colisionaron con una pared de piedra.

Marco descubrió como el joven observaba su herida emanando un aire de culpa. Él sonrió a Ace con su cara bañada en sudor, puso la mano en su herida.

–No es tan mala como parece.

Ace resopló por la nariz, quitándose el trozo de tela de la cabeza, o mejor dicho, la camisa de su amigo.

–Déjala donde está –le recomendó Marco–. El sol pega muy fuerte.

–Usaré la mía para eso –informó a la vez que se arrodillaba a su lado reilando la camisa de manera que pareciera más a una cuerda.

Marco dejó que el joven de pelo moreno atará la camisa a su cuello y tomara su brazo herido para pasarlo entre el hueco de tela, que aunque se intentara lo contrario no pudo evitar que le saliera una queja de entre los dientes a causa del dolor.

Hecho esto, Ace miró a su alrededor. Estaban en medio una profunda cuña rocosa.

–¿Seguimos en el cañón? –la idea no le hacía gracia, desde las alturas había visto lo extenso y laberíntico que era.

–Es posible –se puso en pie casi a la par que su compañero–. También es posible que con la fuerza de arrastre del ciclón hayamos acabado en otro cañón del planeta. He volado hasta arriba, el paisaje sigue allá por donde se mira.

–¿Mm? ¿Has volado? ¿Con el hombro así?

–En mi forma completa de fuego mi hombro sigue sano. Es un contratiempo que al volver a ser "humano" no se cure. De esa manera podría transformar solo mis brazos y llevarte volando a mi espalda.

Ace guardó silencio por unos momentos, completamente serio.

–Vete tú. Yo puedo esperarte aquí.

Marco puso cara de incredulidad.

–Lo dices en broma ¿Comó voy a dejarte aquí?

–¿Tu ves que me ría? No vas a dejarme. Solo irás a buscar ayuda.

–Ace, no seas iluso –intentó razonar–. Puedo encontrar el bote, pero encontrarte después a ti no será tan fácil.

–Es un riesgo que hay que correr –se mantuvo firme.

–No, es innecesario y suicida.–se estaba empezando a poner nervioso.

–¿Suicida? –frunció el ceño–. Suicida es quedarse aquí sin comida ni agua perdidos en medio de la nada.

–Eso es precisamente lo que estás intentando hacer –su voz empezaba a alzarse.

–Sólo hasta que vuelvas con ayuda– la suya también.

–Otra vez con eso ¿Acaso no has visto todo lo que hemos pasado desde que salimos de la base? No puedes sobrevivir por tu cuenta.

–¡Deja de hacerte el héroe! Puede que sea la primera vez que salgo de mi propio planeta, pero te aseguro que sé atarme los cordones yo solo.

–¿Cómo aquella vez con las ondinas?

–¡Mala suerte, nada más!

–No es que ahora mismo tengas precisamente una buena racha.

–¡Pues vete de una jodida vez antes de que se te pegue, pedazo de gilipollas!

Marco hizo un aspaviento enfurecido, alzó su puño cerrado, con toda la intención de agredir al pecoso. Ace lo vio venir y se cubrió con su brazo. El puñetazo no llegó. Se miraron el uno al otro, el más joven perplejo y el más mayo asustado de si mismo.

Marco le dio la espalda y se apartó varios paso. La presión en el pecho le dificultaba respirar con normalidad.

–Lo... lo siento, Ace. Yo no quería... –demasiado tarde, no tenía excusa. La situación le estaba superando incluso hasta su otro yo.

Notó una mano sobre su hombro. Viró el rostro hacia atrás. Ace estaba ahí, con una sonrisa preocupada.

–Esta bien. No te preocupes. Saldremos de esta.

El rubio se esforzó para sonreír también. Durante un rato, solo hubo silencio entre los dos.

–¿Cuanto tiempo nos queda?

Marco tomó aire.

–Estamos empezando el tercer día de expedición.

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Gracias a la habilidad del teniente para conducir habían conseguido sobrevivir, y el vehículo estaba en óptimas condiciones. Ahora, cubiertos con túnicas blancas con capucha, se encontraban en la parte superior de un gran muro de piedra. A un lado estaba el gran cañón, al otro el desierto, donde se veía a lo lejos la flora que rodeaba a la base.

–Tengo mucho calor... –se quejó Luffy con la cara sudada y sacando la lengua.

–Ni se te ocurra quitarte la túnica –le avisó la pelirroja con un color de piel anaranjado muy, muy oscuro –sin ella este baño solar no se diferencia mucho de uno de lava.

–¿¡Quééééé!? –le salieron los ojos de las órbitas–. ¿¡Y si a mi hermano le pilla un tiempo como esté!?

–Que con suerte sus huesos solo queden medio derretidos –contestó más que cansada, importándo poco que sus palabras acabaran de darle un paro cardíaco al otro–. Teniente – Smoker puso su vista en ella–. Antes de que caiga la noche tenemos que estar en la base.

–Soy consciente de ello, alférez.

–¿Entonces? Entiendo que sean sus subordinados, pero no podemos seguir buscando a esos dos por siempre. Está arriesgando nuestras propias vidas.

Smoker sabía perfectamente de que hablaba. Llevaban una noche y medio día buscando a Marco y a Ace. Ya se estaban arriesgando demasiado permaneciendo allí en vez de volver a la base. Su deber era llevar de vuelta a esos dos sanos y salvos. Tenía claro que estaba obligado a hacer, pero lo que quería hacer era bastante diferente.

–¡Mi hermano no está muerto! ¡No pienso abandonarle! ¡Menos sin saber que ha sido de él! ¡Que sepáis que se pueden ir los dos a donde les dé la real gana, pero yo no me voy sin mi hermano!

El teniente quedó mirando al chico y después dirigió sus ojos a la oficial.

–Alférez, márchese –dijo a la chica sobresaltándola–. Tome el bote y vuelva a va base. El grumete y yo nos quedaremos a buscar a nuestros dos tripulantes.

–¿Se ha vuelto usted loco?

–Estoy siendo consecuente.

–¿Es consecuente dejando a Luffy aquí?

–Lléveselo usted por la fuerza si cree que puede.

Nami se mordió el labio bajando la cabeza, la capucha impedía que se le viera la cara.

–Como usted diga –les dio la espalda se de montó en el bote– De todos modos yo no tenía que haber venido –arrancó el deslizador.

–¡Nami espera!– le llamó el chico.

–¿Que quieres?

–Muchas gracias. –sonrió–. Sé que solo querías que nosotros estuviésemos a salvo. No te preocupes, saldremos de esta.

Ella le apartó la mirada, frustrada e impotente.

–Teniente, ¿cómo piensa volver sin bote?

–Con un piloxiano y alguna buena idea.

–Ya...

El bote se elevó por encima de sus cabezas y a los segundos ya se estaba alejando por el desierto.

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La tarde llegaba a su meridiano. Ya no había calor mortecino al que soportar. Sin embargo, nubes de lluvia se acercaban hacia ellos en forma de gotas corrosivas.

Huyeron con todas sus fuerzas para que no les alcanzase, que faltos de comida no era muchas, desandando lo andando o perdiéndose entre los pasillos de piedra. La suerte no les sonreía últimamente mucho, sin embargo fue compasiva y les dio una tregua en forma de fisura en la pared rocosa.

Tras esa abertura se encontraron con un espacio del tamaño de una habitación, pero sus ojos no se pasearon mucho a describirla. Tranquilos porque no los alcanzase el mal tiempo, se desplomaron sobre el suelo.

–Descansemos hasta que pase la tormenta –dijo rubio recuperando el aire.

–Estoy de acuerdo –respondió en el mismo estado e incluso peor.

Pasaron tres horas desde que empezó a llover. Ambos estaban despiertos, sentados uno frente al otro con la espalda apoyada en la pared, pero no mucho mejor que antes.

Marco observaba a Ace, que miraba a través de la abertura de su refugio provisional. El pecoso llevaba más de veinticuatro horas sin probar bocado; no era algo que de momento le hiciera peligrar su vida, pero ello, siendo añadido a todas las circunstancias sufridas, lo había dejado tan agotado que cuando llegara la hora de retomar el camino seguramente no sería capaz de levantarse.

Cretino, la habló su otro yo, dentro de unas horas el túnel de la base se cerrara; poco importa las fuerzas que tenga para retomar el camino. Morirá de inanición antes de que se nos cure el hombro. Puede incluso que empiece a arrancarse los dedos a mordisco para saciar su hambre.

Marco pidió a su otro yo que se callara, estaba muy cansado para escucharle. Me odias sólo porque te digo la verdad, siguió, por muy cruel que sea. ¿Quieres un consejo? No, le respondió tajante. Tómalo ahora que está débil y mátalo, le ahorrarás sufrimiento.

–Marco –le llamó Ace poniendo fin a la disputa mental de la que no era consciente– Tu hombro... ¿Cómo se encuentra?

El rubio sonrió.

–Lo he tenido mejor, si fuera Zoro ya estaría curado, pero estoy bien.

Ace correspondió su sonrisa.

–Me alegro –volvió a mirar hacia el único resquicio de luz que había– ¿Te puedo hacer una pregunta personal?

–Adelante.

Los ojos del pecoso se volvieron más sombríos.

–¿A quién ves cuando estás frente a un oesed?

–Ah... No me he encontrado muchos con ellos recorriendo la base, pero nunca se ha tratado de la misma persona, aunque siempre son gente que conocí en Pilox... a mi padre lo he visto con más claridad que a los otros.

–¿Le hechas de menos?

–Como a todos los demás. Es el precio por ser un joven deseoso de aventuras.

–Entonces... ¿Te llevabas bien con él?

–Sí, fue un buen padre.

Ace bajó la cabeza.

–Yo también lo veo ¿sabes? A mi padre digo, cuando miro a un oesed. Pero no de la misma manera que tú.

Las manos de Ace temblaron un poco. Lo había intentado ocultar pero...

–Nos abandonó cuando éramos niños. Si le viera ahora le mataría.

–No creo que seas alguien capaz de matar a su padre.

–¿Quien sabe? –afiló una media sonrisa– Yo no soy tan respetable como aparento –en sus ojos apareció un deje de tristeza. Era de esperarse que Marco no lo entendiera, él no vio lo que significó el que golpeara a su hermano pequeño de esa manera cuando salió del maletero; cargado con todo el odio que llevaba dentro sólo porque un oesed le había mostrado la cara de Dragon; pero Luffy, sin saber de donde venía, sí que vio ese odio, Ace se dio cuenta al instante de ponerle la mano encima–. Puede que no seas el único con un gemelo malvado en su interior –su sonrisa se borró.

–Eres demasiado duro contigo mismo.

La boca de Ace se deformó en una mueca. Un nudo apretó su garganta, le dolía la cabeza. Se sentía tan cansado.

–Me hubiese gustado hacer las paces con Luffy.

Esa frase le golpeo directo en el pecho de Marco.

–¿Por qué dices eso, Ace? –intentó parecer relajado–. Cuando volvamos...

–No soy imbécil, Marco –le cortó–. Sé que puedes volar hasta la base sin pasar por la selva. Pero es algo que no puedes hacer conmigo.

–No sé de que me hablas. En cuanto amaine saldremos y buscaremos ayuda –insistió.

Ace le miró sonriendo, echó su cabeza hacia atrás para dejarla descansar en la pared y cerró los ojos.

–Gracias por quedarte aquí conmigo hasta ahora.

–¡Deja de decir gilipolleces! ¡Yo no dejaré...!– el otro se había quedado completamente dormido.

Resopló y se llevó la mano derecha a la cara. ¿Qué podía hacer? Si tan solo parase la lluvia... Pero no paraba, seguía lloviendo sin dar indicios a que se fuera a cambiar el clima. Bajó la mano a su boca. Quedó con la mirada en Ace. Parecía como si en cualquier momento se fuese a deshacer en arena.

No supo que pasó, solo que cuando quiso darse cuenta se estaba acercando con cuidado y sigilo a su compañero, sin desviar sus ojos de él. Se arrodilló a su lado, apoyando su mano derecha en el suelo. Sus aliento se cruzaron. El tiempo pareció pararse. La sensación de que lo iba a perder en cualquier momento le atenazó. Cerró su mano apoyada y se acercó para besarle.

Algo le detuvo. Miró su mano; el resto de la estancia estaba fría, no obstante, bajo su puño sentía calidez. Que extraña era, podría sentir su calor con la palma de la mano pero no con sus sentidos de bestia sagrada. Apartó la arena del suelo. Una luz morada le rozó con suavidad la cara, una cara que no podría expresar más sorpresa. El foco de luz era un jeroglífico impreso en la roca, con la forma de un circulo dentro de otro semicírculo. Marco lo reconoció al instante, eran letras de perlados, Law le dio una clase básica en una ocasión.

–Ace –le despertó agarrándole del hombro–. Ace, despierta.

–¿Qué pasa? –preguntó en un bostezo–. ¿Por qué estas tan contento?

–Lo hemos encontrado. Estamos cerca del núcleo de las ondas –el pecoso abrió los ojos al instante–. Mira. Escritura de perlados. Del pueblo de Law. No es algo que supiéramos, pero si él es el que está enfermo tendría lógica que hubiera una relación con esta letra.

–¿Pero... esto es el núcleo? Esto... ¿Es todo?

Marco se puso serio, miró la letra.

–No, esto solo debe ser un paso, muy importante, pero solo un paso.

–Entonces... ¿Qué hacemos?

–... Según sabemos... las ondas están como vivas. Si esto es parte de lo que las hace funcionar... Tal vez...

Incendió su mano en llamas azules y doradas. Tomando fuerza golpeó directamente en la letra. Ambos esperaban que pasara algo, pero cuando se apartó el fuego solo quedó un hoyo.

–Bueno –dijo el moreno con decepción–. Seguro que hemos llegado más lejos que nadie.

Sin embargo, muy cerca, se estaba formando otra luz. Al principio era tenue, solo con la suficiente fuerza para que se viera sin apartar la arena, pero en cuestión de segundos iluminó toda la estancia, descubriendo el símbolo del que provenía. Pero esto solo fue el principio, más luces brillaron, una detrás de otra formando una fila que iba hasta la pared, donde empezaron a reunirse en espiral. Una vez encendidas todas, empezaron a parpadear en fundidos.

Marco se levantó con su puño nuevamente rodeado por las llamas.

–Si funciona una vez puede funcionar dos.

Acertó en el centro de las espiral y seguido la pared se derrumbó. Marcó se quedó con la boca abierta.

–Ace, tienes que ver esto.

La vista robaba el aliento. Había todo un mundo de piedra ante sus ojos, descendía hasta las profundidades más sombrías, como un pozo sin fondo; mirar hacía allí te hacía pensar en si no ibas a llegar al otro lado del planeta, o peor, si no ibas acabar atrapado en la oscuridad.

–Las letras nos guían hacía abajo –dijo Ace una vez se puso a su lado.

Efectivamente una fila de letras continuaba su camino rodeando las paredes hacia el abismo. Marco se quitó la camisa del cuello, transformó sus dos brazos en alas.

–Sube.

–¿Estas loco? ¿Que pasa con tu brazo?

–Solo es descender, no lo tendré que forzar mucho. Ace, no hay tiempo que perder.

El rubio le dio la espalda, mientras que él, a regañadientes, se enganchó a su cuello. Se precipitaron hacia el vacío. Marco planeó con cuidado, movía los brazos lo suficiente para evitar que aquello se convirtiera en una caída libre o que se golpearan contra alguna de las pareces. Aún así Ace notaba como se tragaba los gemidos de dolor y como cada vez sudaba más por el esfuerzo.

Estuvieron un rato cayendo, tanto que por un momento creyeron que el viaje no iba a tener fin. Hasta que vieron la luz. Brillaba mil veces más que las letras, desprendía más calor. Pisaron el suelo, con las bocas abiertas de sorpresa. Habían encontrado el núcleo: Una gigantesca perla rosada incrustada en la pared.

–No hay duda alguna de que este es el corazón que bombea la vida de las ondas –habló Marco–. Ace –le miró a los ojos–, apártate. Me convertiré en bestia sagrada para destruirlo.

El joven asintió y obedeció. Marcó empezó a brillar y a desprender llamas. Su propio fuego lo cubrió por completo y empezó a crecer y a tomar forma. Ace quedó tan hechizado que no se dio cuenta de que la perla estaba brillando con más fuerza, como si tratara de competir contra el piloxiano. La esfera rosada escupió una deslumbrante ráfaga de luz; ésta no causo destrucción alguna, pero sí el desvanecimiento de las llamas de Marco.

–¿Qué? –se miró a si mismo sin creerlo–. Se ha tragado mi fuego.

–Ha debido de sentirse amenazada.

–Es como la pescadilla que se muerde la cola: si no hubiese golpeado las letras, tal vez no se habría "despertado" y no tendríamos este problemas.

–¿No te puedes transformar?

El de Pilox incendió su brazo.

–Si puedo, pero si lo hago por completo volverá a anularme. Tendré que ir dándole golpes más débiles hasta cargármela.

–En ese caso déjame ayudarte –le sonrió colocándose los guanteletes.

El rubio le correspondió la sonrisa.

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Nami conducía el deslizador a la máxima potencia a la vez que contactaba con su capitana.

–¿¡Cómo que se han quedado allí!?

–Intenté convencerlos, mi capitana, pero no quisieron oírme. Tiene que enviar a alguien para que los recoja por la fuerza. Sin deslizador no han podido ir mucho más lejos del muro de piedra.

–Entiendo lo que me dice, alférez. Hemos de darnos prisa, solo...

–¡Capitana! –interrumpió alguien de la base la conversación–. ¡Es una emergencia!

–¿Que ocurre, cabo? –le dijo a un individuo que la pelirroja no podía ver.

–¡La selva! ¡Esta creciendo a pasos agigantados!

–¿¡Qué!?– gritaron las dos mujeres.

La alférez miró hacia delante. Tenía la puerta de la base a unos quince minutos, pero no iba a llegar a tiempo; la selva se abalanzaba sobre ella como un tsunami. Giró el timón a la desesperada y dio la vuelta para huir. Miró hacia atrás, las planta crecían cada vez más rápidas. Iban a atraparla.

Volvió la vista al frente y frenó de golpe para no atropellar a la persona que había aparecido espontáneamente en su camino. El bote se detuvo justo a unos centímetros de aquella figura estando casi a punto de volcar. La selva los rodeó por completo.

–Bel... mer –pronunció la peliroja sin apartar los ojos de la mujer weatheriana que había ante ella–. No... no eres tú –recapacitó–, no eres mi madre, eres un oesed.

Eso estaba bien, la veía pero no estaba perdiendo la cabeza. Seguía siendo dueña de si misma, aún asustada y en medio estado de shock. El oesed le sonrió, poco a poco se fue acercando, a la vez que dejaba que la imagen de aquella mujer se difuminara para que la alferez pudiera verle tal que como era.

–Iii– le dijo alegre el oesed una vez rebasó la disnacia con la nerviosa chica. Tendió su mano hacia la pelirroja, que descubrió con pasmo que la criatura le ofrecía una pieza de fruta, una manzana para ser más exactos– Iii, iii.

–Yo... No, gracias, yo... ¡ah! –gritó cuando le puso el fruto en el regazo.

–¡Iiii, iiii!– aplaudió contento. Después le hizo gestos que para animar a la chica a comer.

–Yo... es que no tengo hambre.

El oesed le puso cara de pena.

–Lo.. lo siento, es que no tengo tiempo, tengo que volver a la base.

–¿Iiii?

–Si, tengo que irme.

–¡Iii, Iii!– volvió a aplaudir feliz.

El oesed lanzó un aullido, pareció que se hacía eco, pero en verdad le estaban contestando. Después le hizo señas a la chica para que mirara hacía atrás. Nami lo hizo, más nerviosa y asustada si cabía. Entonces volvió a pasar algo que tampoco esperaba: los oesed estaban apartando todo tipo de plantas, solo para dejarle un camino directo a la base. ¿Qué estaba pasando?

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Smoker y Luffy caminaban por el muro en silencio. El chico suspiró agotado.

–Ace... ¿Donde estás? Tengo hambre... –y eso que se había comido sus provisiones y las de su hermano.

El teniente también suspiró. Se le ocurrió, entonces, mirar hacia la base. Los ojos se le abrieron como platos.

–La selva está creciendo.

–¡Woa, como mola! –ese fue el comentario inteligente de Luffy.

¿Qué estaba pasando? Hina no les había avisado de eso. A esa velocidad la selva les alcanzaría en menos de una hora. Menos, la velocidad de crecimiento se aumentaba por milésimas, les iba a alcanzar en ese momento. El teniente miró a su alrededor, no tenían escapatoria, saltar del muro les supondría la muerte a los dos; solo podían moverse a los lados, pero eso no los alejaba del problema.

–¡Ya esta aquí! –gritó emocionado Luffy, sin que el oficial supiera muy bien a cuento de qué.

Lo verde se estrelló contra el muro, creando gigantes abetos a sus pies. Empezó a subir en forma de enredaderas y musgo. Llegaron hasta ellos, pero esquivaron a ambos en forma de hierva silvestre. El hombre y el chico se volvieron para seguir el camino de los oesed. Con asombro, observaron como el cañón se estaba transformando en un maravilloso lago.

–¡Teniente! –señaló Luffy hacia el horizonte–. ¡Ahí! ¡Son mi hermano y Marco!

Smoker definitivamente se había quedado mudo. Marco y Ace, los dos iban sobre una gran hoja de nenufa que les hacía de balsa y era empujada por unas raras criatura que debía de ser oesed.

–¡Eeeh! –Ace les saludaba con los dos brazos en alto–. ¡Luffy, Smoker! ¡Hemos destruido el núcleo!

–¡Ace!– le llamó Luffy.–¡Que alegría verte!

Pese a no entender muchas cosas, el teniente suspiró aliviado.

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La enfermería se mantenía en silencio, como de costumbre. Eustass no paraba de pasar su mirada de Law a la puerta, por si venía alguien con nuevas noticias, y a la selva, viendo como el cielo se oscurecía cada vez más. Esa expedición tardaba demasiado, debería haber ido él mismo.

Sintió algo raro en el cuello, y se pasó la yema de los dedos para ver si tenía algo. No había nada. Que raro... por un momento le había parecido que...

Empezó a asfixiarse Se llevó las manos al cuello, pero ahí seguía sin haber nada. Entonces sus brazos se le retorcieron hacia atrás, a solo un paso de romperse. Hubiera gritado de dolor si su garganta no hubiera sido atrapada con más fuerza por momentos.

Intentó liberase de todo, pero solo consiguió caerse de rodillas. Como toque final su espaldas se curvó hacia atrás. ¿Qué pasaba? No podía controlar su cuerpo.

Pudo verlo de reojo, como el otro paciente que les había acompañado desde el principio se incorporaba en la cama, así como pudo ver que su brazo derecho era adornado con dos hileras de perlas blancas.

Continuará...

Notas finales:

Pues hasta aquí, espero que hayais disfrutado de este arco, para mi fue uno de los más laboriosos de escribir y de hecho lo he tenido que repasar bastante porque la primera versión no esta como para tirar cohetes (por eso también he tardado más).

Nos vemos en el siguiente pack de cuatro (la que sería la sétima tanda ya, wa! parece que va lenta la cosa pero en realidad no lo va tanto xD)

Bye!


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