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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 6

 

Todos, excepto el capitán que llevaba el timón, expectantes al ataque de las ondinas.

–¿Qué son las ondinas?– preguntó Luffy al cyborg.

–Son criaturas feroces –contestó sin perder su atención de lo que era el exterior del barco–. No te niego que bellas, sí, pero temibles. Te hipnotizan con su voz, te arrastran fuera del barco y de devoran por completo.

Los murmullos se acallaron cuando empezó de nuevo esos cánticos. Los tripulantes permanecían quietos, moviendo las pupilas a un lado y a otro. Shanks volvió a activar el infrarrojo de su ojo mecánico, examinó los alrededores. Le costaba ponerlas en su punto de mira, eran demasiado rápidas, tanto que por ello no se había ordenado a ningún hombre hacer uso de los cañones, hubiese sido inútil; apenas acertaba a ver como se arrastraban por los meteoritos como lagartijas, nadaban con gracilidad o saltaban de un roca a otra con la agilidad de un felino. Pero no había duda de que estaban en su territorio.

–¡Ahí arriba! –señaló Ace uno de los meteoritos que sobrevolaba la nave. Los tripulantes vieron perfectamente como una de esas criatura se dejaba caer con su característicos aires de bailarina, dando giros y volteretas para acabar en cubierta de golpe.

Era una especie de lagartija del tamaño de un hombre, cubierta de escamas brillantes de un color azul violáceo con manchas rosas; tenía tres pares de brazos sobre los que se sostenía y una alargada cola de gusarapo; su tronco y su busto se asemejaba al de una mujer, incluso podía describirse la forma de dos senos femeninos; en su cabeza resplandecían largos cabellos rubios y en su cara únicamente una boca dentada y dos orificios para respirar, nada que se pareciera a un ojo.

Los marinos tragaron saliva se pusieron en guardia, algunos incluso dando un paso hacia atrás.

–Señores –les llamó la atención el capitán–, mantengan la calma. Solo está de expedición, si se siente amenazada llamara a sus compañeras. Traten de evitarla para poder salir del Cinturón antes de que se junte todo el banco de ondinas.

Pero las ordenes no iban a ser demasiado fáciles de cumplir. El reptil femenino olfateó con su nariz serpentina y se fue acercando a los hombres, que se apartaron de ella casi por instinto. La boca de la criatura se alargó en una especie de sonrisa, había encontrado un olor que le atrajo entre todos. Se giró hacía su presa. Eustass la esperaba amenazante con las pinzas sacadas y los dientes apretados.

–Apártese Kidd– le ordenó Smoker–. ¿No ha escuchado al capitán?

Ni pretendía escucharlo, su única idea era decapitar a esa cosa de un tajo antes de que le diera tiempo a pensar en llamar a las de su especie. Sin embargo, la ondina empezó a cantar para él a la vez que se seguía acercando y moviendo sinuosamente las caderas, agitando su cola. El sonido era dulce, delicado, como un susurro. Eustass se resistió en un primer momento, pero sin quererlo empezó a relajarse y sus pinzas volvían a ser manos, perdía fuerzas; el hechizo del canto fue tal que apenas le pudo pedir a su cuerpo retroceder hasta pegar su espalda con la baranda del barco.

La fémina le acorraló entonces, levantándose sobre sus brazos traseros, apoyándose en la balaustrada con los del medio y, por último, tomó con sus manos sobrantes el rostro de su presa, acariciándolo con dulzura, sin para su especie de nana. Se inclinó más hacia adelante, haciendo que el pelirrojo se precipitara más por la borda, y le lamió con lujuria la cara con su lengua verdosa.

La boca de la ondina quedó atrapada y aprisionada por un trozo de tela. Law había utilizado su fajín para alejarla del pelirrojo. Eustass despertó al instante de su hipnosis con una terrible jaqueca, encontrando al perlado delante de él en pleno forcejeo con el bicho. Y Law tenía todas las de perder. La ondina le agarró con sus dos pares de brazos y tiró la espalda del moreno contra el suelo, cortándo su respiración. Eustass hirvió de ira, pero antes de que pudiera pensar, una patada prendida en llamas arremetió contra la ondina, haciendo rebotar la cabeza de la fémina sobre la cubierta.

–¡Hay que evitar que grite!– les dijo Marco aún sin desprender la pierna comenzando otra carga. No llegó a tiempo.

La ondina, con la cara quemada, lanzó al espacio un gran y horrible chirrido con el que más de uno se tapó los oído. Tras eso saltó y nadó al rededor del barco junto con su compañeras que ya se estaban juntando. Los cánticos ya empezaban a pulular.

–JO-der...–soltó Ace en un susurro.

–¡Se acabó! –lloriqueaba el profesor con las manos a la cara–. ¡Ahora si que estamos perdidos! ¡Este el sel fin del Gran Usopp!

Mihawk chistó molesto, la cosa se complicaba de nuevo. Escuchó un golpe tras de si, volteó la cabeza. Tal y como había pensado, era una ondina, a la cual miró con el ceño fruncido y soberbia.

–Señores, mantengan las cabezas frías– buscó bajo su chaqueta una cruz un poco más grande que el tamaño de su mano– ¡Y alejen a estas cosas del barco!

Empuñó la cruz y, con una estocada, lanzó una fortísima ráfaga de luz que echó a la ondina de una golpe de la nave. Esa fue la señal del contra ataque.

Smoker no perdió ni un segundo para abrir la habitación donde guardaban las armas. Los hombres, entre alaridos hombrunos de guerra, se echaron como fieras sobre las municiones; pistolas y sables de luz fueron repartidos entre todos.

–¿Sable o pistola?– les ofreció Law a Eustass y Marco.

–¡No las necesito!– gritaron ambos antes de echarse al ataque.

Law hizo una mueca de molestia y se alzó de hombros. Con simpleza y sin girar la vista disparó en la cabeza a una ondina que se le acercaba por una lado. Después le clavó el sable a otra desde la garganta hasta la frente.

–Ciertamente, sabía que nuestras vidas se pondrían en peligro en este viaje –decía Sabo manejando una espada–. pero no pensaba ni que fuera ni tantas veces, ni tan seguido, ni con tanta intensidad.

–Vamos, Sabo – se burló Ace con pistola en mano–. ¿Dónde está aquel hermano que no dudaba en meterse en bronca con tipos que le sacaban más de treinta años?

–¡Menos cháchara y mas pelear!– lloraba el narizotas disparando como un loco temiendo por su vida. Lo raro es que la mayoría de sus tiros daban en el blanco.

Ambos hermanos se defendían bastante bien, sin embargo el más pequeño de los tres D. Monkey a duras penas marcaba las distancias mínimas, a penas les acertaba con la pistola. La cosa se puso mucho más cruda cuando de un coletazo una ondina le desarmó completamente perdiendo su pistola en alguna parte del barco.

–¡Da igual! –levantó los puños–. ¡Te venceré a mi manera, so bicha!

La ondina bufó y se le echó como una furia abriendo amenazante su dentuda boca. Luffy no retrocedió, adelantó un pie le propinó un buen puñetazo, o por lo menos lo intentó. La criatura dio una voltereta hacia atrás antes de recibir el golpe y, con mas velocidad, enganchó sus afilados dientes a la pierna izquierda del joven. Luffy gritó de dolor mientras caía al suelo.

–¡Suelta maldita! ¡ah! –cerró fuerte los puños para golpear a esa criatura en la cabeza, pero la ondina ni se inmutaba. Sintió como apretaba más los dientes y cerró la boca para tragarse sus alaridos. La ondina tiraba de su pierna intentando llevárselo a espacio–. ¡Déjame! ¡Déjame! ¡Ace! ¡Sabo!– intentaba agarrase al suelo pero solo conseguía que le sangraran los dedos.

Escuchó un disparo muy cerca de él al instante que notaba su pierna liberada. Le levantaron del hombro y en cuestión de segundos se encontraba de espaldas a la pared.

–Quédate aquí, así solo te atacaran de frente –le ordenó Shanks poniéndole la pistola en las manos– Y no la vuelvas a soltar.

–Va... vale.

–Tranquilizate chico –le sonrió amable–. Esto es solo el inicio del viaje –y arremetió con su brazo metálico a una ondina que pretendía atacarle por la espalda, esta mordió con fiereza su brazo. Le disparó justo en la cabeza.

 

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Mientras tanto, el capitán se las arreglaba para lanzar a eso reptiles por la borda y manejar el timón del barco. Daba igual las estocadas acertara, no se acababan. Dirigió un vistazo hacia arriba. Las ondinas habían dividido su ataque, unas arremetían contra los marinos en cubierta y otras se quedaban nadando alrededor del barco cantando. Era increíble que tuvieran una estrategia de combate propia, pero eso no es un punto a favor. Observó a sus subordinados, algunos se movían con más pesadez que antes. Esquivó de refilón el ataque de una de ellas perdiendo su sombrero en el universo. Impertérrito, le dio un mandoble directamente en la barriga haciendo que se reuniera con su sombrero. ¿Qué debería hacer? Pensó. ¿Tendría que activarlos ya? Aún estaban bastante lejos de salir del Cinturón, no las tenía todas consigo en que pudiese defender a la tripulación y sacar el barco él solo. Fue entonces cuando sus ojos amarillos vislumbraron la salida. El piloxiano.

 

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Marco repartía puñetazos y patadas rodeados de fuego celeste a diestro y siniestro, si no hubiese sido una situación de emergencia el espectáculo se hubiese visto bastante bonito.

–¡Cuidado Teach!– protegió a su compañero de una ataque por la espalda con una gran ráfaga de fuego.

–Uff... gracias Marco, me has salvado la vida.

–Para eso estamos –sonrió y echó una ojeada a cubierta, la cosa no parecía ir a mejor. Se le abrieron los párpados. Ace, Ace se estaba siendo acechado por tres ondinas, le presionaban para que retrocediera hasta la borda de espaldas. Corrió hacia él.

Por su parte el pecoso no podía escapar de esa trampa, esas cosas le sometían a acatar por inercia con su canto. Su espalda tocó la barandilla, ahogó un grito en la palma de la mano de una cuarta ondina, le había amordazado por detrás, tiraba de él. Su cuerpo salió del barco y casi pudo ver el fin, casi; lo que vio en realidad fue la luz de un disparo pasar por su cara un instante antes de que su cuerpo fuese liberado y este volviera al barco de un tirón.

–¡Si el capitán dice que nos quedemos en el centro de la cubierta es porque los laterales son peligrosos!– le reprendió Smoker.

–No me he dado cuenta –se defendió con una mano en el pecho y recobrándose del susto.

–Mejor que te la des la próxima vez, es bastante difícil ocuparse de uno mismo como para preocuparse de alguien mas –dio un disparo hacia arriba, acertando a una ondina que pretendía acabarle con un ataque aéreo. Una vez muerta, volvió a lo suyo dejando un poco anonadado al joven que ya se incorporaba.

–¡Ace! ¿estas bien?

–Marco. Si estoy... –se tambaleó y estuvo a punto de caerse. Marco le sostuvo de hombros. El pecoso le miró, pero su vista no pudo describirlo, estaba cada vez más nublada– bien...–se desmayó.

–¡Ace!– lo recogió antes de que se golpeara la cabeza– ¿Qué demonios te pasa?

Lo traqueteó, pero el muchacho no respondía. Marcos se dio cuenta de que no eral el único así, uno a uno los miembros de la tripulación fueron cayendo como moscas a la vez que las ondinas escapaban del barco como palomas asustadas. Antes de que pudiera pensarlo, todo el mundo estaba inconsciente, las ondinas y su canto se habían esfumado y el silencio lo cubría todo.

–¿Pero que...?

–Tranquilícese y póngase en guardia –le ordenó el capitán bajando tranquilo a cubierta.

Marco seguía con la mirada con algo más que una leve sorpresa.

–¿Usted ha hecho esto?

–Si, por nuestra seguridad.

–Explíquese mejor querido capitán – le pidió una tercera voz con educación. Shanks se acercó para reunirse con ellos.

–¿Qué demonios hace usted despierto? –exclamó contrariado–. ¿Acaso no le afectan los cantos de las ondinas?

–No, mi ojo mecánico me salva de ello –se lo señaló–. Como usted sabe esos cantos son ondas sonoras que afectan al cerebro, pero como mi ojo esta conectado directamente con él... Lo único que me produce es un insoportable dolor de cabeza.

Mihawk soltó una risa, aunque parecía más molesto que contento.

–Eso lo aclara todo.

–¿El qué? –preguntó e rubio cada vez más turbado por la falta de respuestas–. ¿Qué esta pasando aquí?

–Pedí a la armada que prepararan el barco por un ataque de ondinas, por si acaso. El sistema consiste en una ondas que contraatacan las de ellas y la aleja, sin embargo tiene efectos secundarios y es que también actúa como somnífero en los que están bajos los influjos del canto.

–Ah, ya entiendo – afirmó el pelirrojo– Es como una mezcla de medicamentos. Aquellos afectados por los cantos se duermen con el remedio –se fijó en Marco–. Los piloxianos son por naturaleza los enemigos aférrimos de las ondinas y no les afecta su música; yo por mi parte me salvo de ella por mi ojo; así que no caemos dormidos–hizo una pausa, divertido, como si supiera algo que nadie más sabía–. ¿Y usted, Capitán?

–Tengo suficiente control en mi cerebro como para que no me afecte –dijo tajante–. Sea como sea, este sistema como ven no es infalible, y otro de sus fallos es que esas criaturas acaba acostumbrando a estas ondas. Es decir, volverán –él hizo otra pausa–. Señor Marco, si no hubiese sido por su presencia no hubiese llegado a utilizarla. He oído que los de su especie tiene una relación estrecha con el fuego y el calor ¿es cierto?

–Sí, así es.

–El escaner no funciona debido a las ondas. ¿Podría guiar el barco hasta el sol mas cercano?

–Sin problemas –los asteroides del Cinturón tapaban la energía solar y atontaban a criaturas que se valían de ella, como bien podía ser Marco. Pero el piloxiano supo bien que esas excusas no valían en ese momento.

Mihawk asintió.

–Me he fijado en que las ondinas no han ido a atacarle directamente a usted, señor Marco, han preferido ir a por los otros tripulantes. No creo que se le acerquen mientras esté usted solo en el timón –sus ojos amarillos se colocaron sobre el cyborg pelirrojo–. De cualquier forma, Akagami y yo nos encargaremos de ahuyentarlas.

De esta manera, Marco quedó tras el timón y los dos capitanes en cubierta, espalda con espalda. Unos cantos se acercaron desde la lejanía.

–Ya vienen, capitán. Déjeme decirle que hacer equipo con usted es para mi el más grande honor que me podrían ofrecer.

–Cállese o me desentenderé si le doy una estocada por error. Por cierto ¿tiene usted algún arma escondida?

–¿Qué puede tener un humilde cocinero como yo?

–No se haga el ingenuo conmigo, Akagami.

El pelirrojo se quedó un poco sorprendido, suspiró sonriendo y se alzó de hombros.

–A usted parece que no puedo engañarle –plegó su brazo metálico y de este mismo desplegó una espada–. Esto es todo lo que tengo. Pero entienda que llevo años y años navegando, es normal que guarde algo bajo la manga por si acaso.

–Me es indiferente –dijo dándole la vuelta a su cruz y envainando de esta un cuchillo de metal, de acero– Utilícelo contra ellas, es más efectivo que las armas convencionales.

–Si, mi capitán.

Se pusieron en guardia. El silencio inundó todo. Seguían avanzado. Las ondinas fueron apareciendo y a rodear el barco como la primera vez. Una a una, fueron accediendo desde la borda a la cubierta. Marco se tensó al sentirlas cerca también pero, tal y como había dicho el capitán, para ellas era como si no existiera. Shanks y Mihawk se vieron rodeados, pero no instantáneamente amenazados. Esas féminas monstruosas, ante todo eran prácticas; olisqueaban a los cuerpos tirados por la cubierta que les iban más cerca, catándolos con el olfato. Cuando la primera de ellas tuvo la temeridad de alargar el brazo para hacerse con el primer cuerpo, empezó la danza de estocadas.

Eran muy diferentes, Shanks y Mihawk, pero en el combate se complementaba perfectamente; los defectos de uno cubrían los del otro; se movían con la misma rapidez y agilidad, su ataque se rozaban pero en ningún momento se dieron. No se bloqueaban, al contrario, la suma de los dos les hacia mas fuerte. Verles luchar juntos era un espectáculo y la sangre derramada una fina decoración. Tal era esto que al piloxiano le costaba mantenerse concentrado en lo que tenía que hacer solo por seguir viéndoles. Se reprendió así mismo, no era el momento, tenía que buscar un punto de calor. Resopló e inspiró para relajarse y concentrarse. Cerró los ojos y lo vio. ¡Ahí estaba!

Marco sujetó fuerte el timón y llevó el barco hasta la estrella más próxima.

–¡Vaya!– exclamó Shanks emocionado–. ¡Que velocidad así de repente! ¿Has encontrado la inspiración Marco?

En nada ya estaban viendo un lustroso y solitario sol cuyos rayos uva empezaban a hacer mella en las ondinas. Sin embargo quedaba los mas difícil: salir del Cinturón.

–¡Marco! ¡ponga los propulsores a toda potencia!– ordenó Mihawk.

–Pero... ¿¡que pasa con la energía!? ¡Si no salimos a la primera la agotaremos!

–¡Si permanecemos más tiempo gastaremos más! ¡Ahora o nunca!

–¡Sí, mi capitán!

Ir a toda velocidad entre los asteroides no fue fácil, no lo hubiese sido ni para el máximo experto, pero milagrosamente consiguieron salir, perdiendo en el camino el bauprés del barco por culpa de una pequeña aunque rápida roca. Pero finalmente estaban a salvo.

Las ondinas huyeron de la luz y la gente empezó a despertarse. Fue una historia larga de explicar, aun así eso no importó cuando la la alegría de seguir vivos era mucho mas fuerte.

Por otro lado la nave no estaba en sus mejores condiciones. Ya no era solo por los dos propulsores que faltaban tras su escapada del kraken; el barco tenía innumerables destrozos y abolladuras por el kraken, las ondinas y asteroides. En conclusión solo podían hacer una cosa.

–Tendremos que desviarnos para reparar el barco. Me temo que eso nos retrasará, pero no queda otro remedio.

–¡Ja! –fue a por Mihawk el profesor Usopp–. ¿Ahora que me dice capitán? Si no hubiésemos tomado esta ruta nada hubiese pasado.

–Yo no fui el que nos metió de lleno en medio del Cinturón.

–¡Lo hice por el kraken!

–¿Sabe doctor que un kraken le puede sorprender en cualquier rincón del mundo?

–¿¡Me esta echando las culpas a mi!?

–¿Acaso se siente culpable?

Fuera como fuese el viaje continuaba.

 

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La paz inundaba el barco, parecía que no lo hacía en años. Mihawk se encontraba en popa, descansando con su codos apoyados en la barandilla. Suspiró un poco agotado y cerró los ojos para embriagarse del suave silencio del infinito.

–Un día duro, eh, capitán –apareció Shanks comiéndose una limonzana y rompiéndole su intimidad. Se apoyó en la pared–. ¿Quiere?– le ofreció fruta.

–No, gracias – volvió la vista a las estrellas, aunque con Shanks masticando no tenían el mismo encanto.

Pasaron unos momentos sin hablar, Shanks porque estaba comiendo y Mihawk porque no tenía ningún interés en entablar conversación.

–Me he fijado en que usted tiene un color de ojos bastante peculiar.

La cara del capitán sufrió un pequeño tic, casi inapreciable, menos si te estaba dando la espalda como se la daba en ese momento al pelirrojo.

–Marrón claro –dijo, sin dar una muestra de alteración–, mucho mas normal que aquellos que les cambia los ojos de azul a verde.

Esuchó una risa entre dientes por parte de Shanks

–¿Sabe? Los piloxianos no son los únicos que no les afecta el canto de las ondinas –se cayó un momento para ver cual era la reacción de Mihawk, pero el otro no contestó–. Son una raza muy especial, solían decirse que eran demonios, que se volvían mil veces más fuertes manejando espadas de la era humana que un millón de hombres con armas contemporáneas. Aparentemente humanos, pero muchos mas rápidos, mas fuertes, y con un olfato, oído y vista muy superior al de otras muchas razas.

–¿Porque me cuenta esto?– le miró malhumorado–. ¿Me ha tomado por su compañero de charla?

El pelirrojo se limitó a sonreír un poco satisfecho.

–Usted, querido capitán, fue el primero en darse cuenta de que teníamos un kraken de frente gracias a su vista y sobre todo a su olfato, lo que también le ayudó a distinguir que no era un simple kraken, si no un kraken de hidra, temerosos del fuego; si cortas uno de sus tentáculos estos se multiplican... Aunque claro, no todo el mundo es sabido de ello –se alzó de hombros–. Cuando vinieron las ondinas en vez de poner el automático y colocarse en cubierta se quedó al mando del timón, a sabiendas de que su canto no le afectaría... –tosió para aclarase la voz–. Por último, sobra decir que extinguió medio banco de ondinas con un simple cuchillo.

Se quedaron mirando en silencio.

–Tiene demasiados pájaros en la cabeza Akagami –le miró de frente–. Puede que usted no lo haga, pero yo me considero un capitán fuerte y precavido, eso es todo.

–Ya...–expiró aire y se separó de la pared–Bueno, cuide ese pequeño temblor de manos que capto con mi ojo mecánico, y no se preocupe –acercó su boca al oído del capitán, reduciendo demasiado las distancias de cortesía–. De momento, su secretillo está a salvo sin rechistar –le dijo en un susurro. El otro no se movió. Con una sonrisa, el pelirrojo se apartó del él y se fue a la cocina.

Cerciorado de que estaba completamente solo, Mihawk, se miró las manos que aún le temblaban. Apretó el puño y los dientes; enfurecido golpeó la barandilla haciéndola completamente añicos.

–Bastardo...– masculló lleno de ira e impotencia.

 

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Al otro lado del barco, en proa, Luffy miraba deprimido el espacio que pasaba bajo la nave. No sabía que hacía en ese barco.

 

Continuará...


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