Capitulo 2
El Puerto Espacial. Aquella media luna era inmensa, alternando entre edificios altos y bajos, con calles una sobre otras, muelles y embarcaderos por doquier y gente de todas las galaxias. Pero sobre todo, lo que más le apasionaba al joven moreno de la cicatriz era ver, a través de la escotilla, naves ir y venir constantemente.
–¡Por fin! –gritó Luffy saliendo del barco de pasajeros que les había llevado desde el planeta de Goa –¡por fin estamos aquí!– daba vueltas sobre si mismo.
–Mira lo que contento está –le dijo Sabo a Ace– Va a reventar de tanta alegría.
–Sí –dijo riéndose–, pero no sé hasta que punto es bueno en un terremoto como él.
Sabo le miró suspicaz, aunque el pecoso no se dio cuenta. Ace estaba aún más pletórico y cardíaco que Luffy.
–¡Chicos! –sonó una voz a espalda de los dos hermanos mayores, quienes tomaron un poco de paciencia para girarse. El profesor se había colocado un extraño traje color amarillo y blanco, con escafandra, cuyo cuerpo era parecido a una pera. ¿Para que le servía ese esperpento de traje? Sigue siendo una incógnita
–Gracias por esperarme. Yo siempre he sido un buen amigo de la familia pero esta es una buena oportunidad para conocernos y estrechar lazos, y ya sabéis el dicho la confianza da... da asco, pero en este caso...
–¡Ace! ¡Sabo! ¿Que hacéis? ¡Daros prisa!!
–¡Tranquilo Luffy, que no se van a ir sin nosotros! –le dijo el pecoso yendo a reunirse con él.
–Como ve, Profesor, la charla para luego. O a nuestro querido hermanito le dará un jamacuco de pura impaciencia –le animó Sabo con dos palmaditas en el hombro antes de disponerse a seguir a sus hermanos mientras el intelectual se quedaba más solo que la una.
–¿Donde esta nuestro barco, Ace?– preguntó el pequeño.
–Pues no sé exactamente, se que se llama Thousand Sunny, tendremos que preguntar.
–Ya lo he hecho yo –se le apareció Sabo por detrás– Y... si no me equivoco es justo... –alzó su dedo índice, buscó, y señaló una nave con la proa decorada por un máscaron en forma de león y un bauprés sobre este– Ese.
El grito de Luffy los dejó sordos.
–¡Que pedazo de chulada! –señaló Luffy completamente ilusionado –¡No me lo puedo creer! ¿En ese barco vamos a navegar? ¿De verdad? ¿De verdad de la buena?
–Hermanos D. Monkey –dijo el profesor cuando les hubo alcanzado– os presento a todo una orgullo entre las naves, el Thousand Sunny. Este nos llevara hasta el final de nuestro destino y.. ¡eh! ¡No me dejéis con la palabra en la boca!
Los tres hermanos seguidos por el profesor ya subían rápidos por el tablón que conectaba el suelo con la nave.
–Que bonito es...–admiró el más mayor de los hermanos al pisar la cubierta del barco.
Había gran jolgorio y revuelo. La tripulación andaba de acá para allá a las ordenes de un hombre diferenciado de los demás por su uniforme: botas y pantalones negros, chaqueta blanca que le llagaba hasta la cadera, la cual llevaba abierta mostrando un poco de su torso, y un sombrero negro de tres puntas. Era robusto y bastante alto, por debajo del sombrero podían apreciarse cabellos grises. Debía de ser todo un experto fumador porque llevaba dos puros en la boca.
–Buenos días, capitán– saludó el profesor recuperando el aliento de la carrera.– ¿todo en orden?
Con desgana, el oficial se paró a mirar al profesor.
–Buenos días, señor. Todo en orden, pero yo no soy el capitán.
–¿Ah, no? ¿Y donde esta el capitán? Me gustaría hablar con él de nuestra ruta.
El oficial lanzó llevó los ojos al palo de mesana, donde una figura, también de uniforme, saltó con elegancia de un lado de las velas al otro, agarró una cuerda por la que bajó rodeando varias veces el mástil hasta llegar a cubierta y se colocó al lado de su oficial y en frente de el profesor y los tres hermanos que miraban con la boca abierta.
Era otro hombre, más delgado y menos robusto que el otro, pero con el cuerpo bien formado; tenía el cabello negro igual que su perfilada barba y su pequeño bigote, y unos relucientes ojos amarillos. Iba vestido igual que su oficial pero la chaqueta era de color azul oscuro y le llegaba hasta la pantorrilla.
–Señor Smoker, no sé como lo ha conseguido pero ha puesto este barco a derechas.
–Muchas gracias mi capitán –dijo en un tono mecánico y programado.
–Disculpe...–llamó la atención el profesor.
–Supongo que usted es el profesor Usopp. Encantado– le dio un apretón de mano en forma de saludo.– Soy Mihawk Yurakiur, el capitán que guiara la expedición.– le soltó la mano–. y este hombre será el segundo de a bordo. El teniente Smoker.
–Oh, es un placer– se reverenció un poco cohibido el profesor– Ejem... bueno, ahora déjenme presentarles a los hermanos D. Monkey: Ace, Sabo y por último Luffy, el más pequeño y... atención, Luffy fue el chico que encontró el ma...
–Deténgase Profesor– le cortó el capitán un tanto brusco, molesto. Sin dejar de aparentar normalidad, echó una mirada de desconfianza alrededor –Vengan a mi despacho, hablaremos con más calma– se puso en marcha seguido de su subordinado.
Los otros cuatro, un poco extrañados, caminaron detrás de ellos.
–Eso ha sido raro ¿Que pasara?– preguntó Sabo a su hermano.
–No lo sé pero desde que hemos pisado el barco me siento... observado.
–Andando a lado del profesor vestido de pera no es extraño atrapar las miradas, Ace.
–Ya...¡ey!– recibió un empujón de lado.
–Lo siento – se disculpó alguien–. estaba mirando para otro lado.
Ace volteó la cabeza. Era un hombre de era de piel morena, tenía los ojos negros, los labios gruesos y la cabeza medio rapada siendo unos cuantos mechones rubios de la parte superior del cráneo su único pelo dándole una aspecto de piña.
–No importa, supongo– el hombre asintió y se fue, seguramente a llevar a algún lugar la caja que portaba en un hombro.
–Ace, Sabo, no os retraséis.– le llamó el profesor.
–Perdone, es que mi hermano a sido victima de un despiste.– señaló al rubio de la caja.
–Qh, entiendo. Piloxianos, siempre con la cabeza en otra galaxia.– se volvió dando la espalda a los dos hermanos.
–¿Piloxiano?
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–Me consta que tiene una confianza ciega en sus aptitudes a la hora de contratar personal, Profesor – habló en tono severo el capitán Yurakiur cerrando la puerta de su despacho–. No obstante, hablar sobre el mapa del tesoro delante de esta tripulación denota un nivel de ineptitud que raya la estupidez. Y se lo dijo con todos mis respetos.
–¿Con todos su respetos dice? Pero quien se cree...
–Y ya que hacemos referencia al mapa –le interrumpió –. Considero que lo más sensato es que tengamos acceso únicamente los oficiales de este barco. Lo mantendremos bajo llave, excepto a la hora de necesitar usarlo, evidentemente.
El profesor le lanzó una mirada desaprobatoria y de mosqueó, pero los ojos aureos del capitán valían apara castigar de cara a la pared a un ejercito entero. Se dirigió a Luffy.
–Hijo, dale el mapa, anda.
El chico pretendió replicar, pero luego miró a sus hermanos; pensó, por mucho que le fastidiara, que empezar el viaje aquerellándose con el capitán no era el mejor de los inicios. A regañadientes, le pasó a Yurakiur la curiosa esfera que el hombre recogió al vuelvo.
–Ahí lo tiene.
El capitán puso sus ojos amarillos de soslayo en los tres muchachos y les dio la espalada para andar hacia el armario que estaba tras de si.
–A partir de ahora, y esto va sobre todo por los más jóvenes, se referirán a mi como señor o capitán ¿está claro?– dijo guardando el mapa en una cofre dentro que había en el armario
–Si señor –respondieron los dos hermanos mayores, no muy satisfechos.
–¿Señor D. Monkey?
–...– Luffy recibió un codazo del pecoso para que contestara.– si, señor.
El capitán cerró el armario con llave.
–Caballeros, insisto, mantenga la boca cerrada respecto a este asunto. Las posibilidades de amotinamiento en estas travesías nunca son pocas y se debe andar con pies de plomo. Más con esa gente que hay ahí.
–Capitán –el profesor no pudo evitar tomarse eso como un ataque personal–, creo que no sabe lo que está...
–Señor Smoker –volvió a interrumpirle así como a ignorarle –, acompáñelos a la cocina, el mas joven de los D. Monkey se encargara de ayudar a nuestro cocinero, el señor Akagami.
–¿Que?– lanzó Luffy un queja en voz alta.– ¿la cocina? Pero...
–No quiero críos correteando por este barco y molestando, esto no es un crucero, y los otros dos ya pueden dar gracias a que hayan superado la mayoría de edad, aun así no se quedaran de brazos cruzados. Retírense.
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–¡Menuda fiera de capitán!– se quejaba el profesor–. ¿Para quién demonios se cree que esta trabajando?
–¡Era mi mapa! ¡yo lo encontré! ¡ se lo doy y me pone a fregar platos!
–Referente a eso lo admiro –admitió Ace–. ha conseguido en segundos más que nosotros en años –bromeó con Sabo.
–Una autentica fiera, si señor ¿de que raza será?
–Humana, Profesor –le informo Smoker.
–Pues no sabe cuanto me sorprende.
–No sería el primero –continuó el teniente–. El capitán Yurakiur destaca bastante en la marina espacial a pesar de su raza.
–¿“Su” raza?–preguntó Ace.– Lo dice como si usted no fuese humano, teniente.
El oficial miró al pecoso y luego abrió un poco más su chaqueta mostrando así su torso. Parte de la superficie la piel era gris y daba aspecto de rugosa y dura, como la roca.
–Soy de Onix, aunque la gente suele confundirme porque no tengo piel de piedra en la cara como la gran mayoría mis congéneres.
–Increíble –dijo asombrado. En la posada siempre se veían un montón de especies distintas, a cada cual más raras, pero era la primera vez que veía a alguien como el teniente Smoker. Sonrió. No había empezado el viaje y ya había descubierto algo nuevo.
Llegando a cubierta fueron a la subpuerta por la que se accedía a la cocina a través unas escaleras que bajaban. Se podría decir que el sitio era pequeño pero suficiente grande para acoger a la tripulación entera, llena de mesas rectangulares y bancos, la única luz que había era la que entraba por los agujeros cuadrangulares del techo.
Al final de la estancia se encontraba una pequeña cocina encajonada en un ábside con una olla de considerable tamaño calentándose en el centro. En esa pequeña cocina se podía ver una figura que trapicheaba con esto y aquello mientas tarareaba alegre.
–Señor Akagami –no pareció escucharle así que alzó la voz–. Señor Akagami.
La figura se sobresaltó
–Oh, Señor Smoker ¿como usted por aquí en mi humilde cocina con estos huéspedes tan distinguidos? Si lo llego a saber me cambio de camisa –rió alegre saliendo a donde le daba la luz del techo haciendo una teatral reverencia. Cuando Luffy lo vio sus ojos se abrieron de sorpresa.
Era un hombre de la misma constitución que el capitán, aunque imposible equivocarse por su aspecto desarreglado, su barba de varios días y su cabello rojo. Vestía con una blusa blanca semiabierta y arrugada, unos pantalones negros que le llegaban a la pantorrilla, un sombrero de paja a la espalada y atado al cuello y una delantal blanco.
Puede que solo con eso pareciera un tipo normal con un color de pelo raro, ademas de tres cicatrices rasgándole la piel del ojo izquierdo, sin embargo, su brazo izquierdo, su pierna derecha y su ojo izquierdo, todo mecánico, lo diferenciaban de un humano normal y corriente. Un cyborg, como el que salió en las ultimas palabras de advertencia del difunto Rayleight.
–Le presento al profesor Usopp, el patrocinador de este viaje –dijo el oficial.
–Encantado profesor –dijo el cyborg limpiándose las manos con un trapo–. Lleva un traje bastante original –examinó con el rayo X de su ojo izquierdo color oro.
–Gra.. gracias señor –respondió cohibido como si se sintiera desnudo–. Le presento a los hermanos D. Monkey, y... este es Luffy– puso al chico delante suya para que se presentar al cocinero.
–Eh, chico ¿que tal?– le ofreció el pelirrojo la mano con mucha familiaridad pero con los dedos en forma de diferentes utensilios cortantes – uy, disculpa – con una risa forzada cerró el puño y se convirtieron en dedos metálicos – así sí– se la volvió a ofrecer pero Luffy estaba demasiado impresionado.
–¡Que chulada de brazo!
El tal Akagami se sorprendió y empezó a reír.
–¿Te refieres a este montón de chatarra?– se giró hacía su cocina y cambió sus dedos en diferentes utensilios con los que cortó ingredientes, cascó huevos, batió, calentó con un lanzallamas y lo echó todo a la olla, todo con gran agilidad – es un poco difícil acostumbrarse a estos aparatejos pero cuando lo haces resultan muy útil– le puso un poco de sal y con un cucharon probó lo que el mismo había cocinado. Con un gesto dio el visto bueno y lo sirvió en cuatro cuencos. Se los dio a los tres hermanos y al profesor– tengan, prueben mi famoso guiso de monzamui.
Las miradas pasaron de los platos al profesor esperando a cual era la reacción de este. ¡Será...! pensó éste, me están utilizando de conejillo de indias. Olió el cuenco, y no era desagradable y después sorbió.
–Pues... –sonrió aliviado–. No esta nada mal.
–Claro que no –se jactó el pelirrojo–, mi guiso no entra por los ojos pero le aseguro que que no hay nada mas bueno en millones de años luz. Es una antigua receta de familia ¿sabes¿
–¿Ah, si? ...¡ah!!– gritó al ver un ojo en medio de su plato.
–Mire por donde ahí va un trozo de mi familia– carcajeó a pulmón limpio limpiándose– Oiga ¿no se lo abra creído?– recogió el ojo y se lo comió.
Mientras el profesor se quedaba con cara de espanto, los dos hermanos mayores se quedaron con cara de comer moscas. Todo lo contrario que Luffy, que con la boca llena dijo:
–¿Puedo repetir de tu familia? –su cuenco ya estaba vacío.
El cyborg carcajeó nuevamente mientras los demás lo miraban quedándose a cuadros.
–Que muchacho más divertido. Hala, hala –le sobrellenó otro cuenco antes de pasárselo– Pero deja algo para los demás –y le revolvió el pelo, cosa que a Luffy no le hizo mucha gracia pero le tenía más hambre que ganas de replicar.
Llegaron a la cocina los drenados sonidos de una campana.
–Estamos apunto de zarpar – avisó Smoker, que no había cambiado su actitud pero de alguna manera parecía agradecido de tener que salir de esa cocina llena de locos–. ¿Quieren ver le lanzamiento?
–¡Oh, por supuesto mi teniente! Y si quiere, mientras despegamos, le contaré como yo, el gran profesor Usopp, a la tierna edad de dos años conseguí que la más maravillosas de... –no fue capaz de darse cuenta de que había salido a cubierta hablando solo.
–No se lo tenga en cuenta –le dijo Ace al teniente–. Está un poco nervioso y asustado con todo esto. Es su forma de manifestarlo.
Smoker pareció a punto de decir algo, sin embargo, tuvo antes que interceptar a Luffy, que ya corría para cubierta. Le agarró de la chaqueta en plena carrera, como si se tratase de un animalejo dado a la huida.
–El joven D. Monkey se quedara aquí, a su cargo, Señor Akagami.
El pelirrojo que en ese momento probaba una cucharada de su propio guiso lo escupió y tosió varias veces pues se la había ido por el otro lado de la sorpresa.
–Disculpeme señor pero...
–Son ordenes directas del capitán –informó dejando a Luffy con los pies en el suelo de una manera tan tajante que evidente se hacia el hecho de que no había opción a réplica–. Mantenga siempre ocupado al nuevo grumete.
Muchacho y cyborg lanzaron a sus quejas a las vez sin que se entendiera nada coherente pero el teniente ya había salido de la cocina, seguido de los dos hermanos mayores, a los que se les escapaba impunemente, por lo que el pequeño pudo observar, risas lo bajini.
Cocinero y grumete, una vez solos, se rindieron finalmente. Ambos suspiraron de hombros caídos. Se miraron.
–Así que el capitán te a puesto a mi cargo ¿eh? Bueno– se encogió de hombros dirigiéndose otra vez a cocinar–. ¿Qué le vamos hacer? Un humilde cyborg no es quien para cuestionar al capitán.
–Ya...– el joven ojeó la estancia.– ¡Oh! Un barril de limonzanas.
–Veo que eres de comer, coge un par pero no más que nos tiene que durar para el resto del viaje.
–Vale..– dijo tragándose ya su tercera limonzana–. Oye.. ¿tu eres un cyborg de verdad?–dijo sentándose en la barra de la cocina.
–Eres muy gracioso chico, estos automails no son de plástico ¿sabes?
–Es que... en mi planeta, en Goa, conocí a un tipo que huía de un cyborg.
–Vaya, toda una casualidad –sonrió tranquilo–. Si te fijas, nada más que en este puerto, hay infinidad de implantes mecánicos rondado por ahí. Sería otro cyborg.
Luffy no vio ninguna razón para no creerle, así que le creyó. Fuera de la cocina se escuchó un silbato y al teniente Smoker gritar “preparados para el lanzamiento”.
–Puedes ir chico – le animó consiguiendo que Luffy le mirara con los ojos muy abiertos. El pelirrojo se encogió de hombros– . Uno no puede perderse su primer suelte de amarras.
–¿¡De verdad!? ¡Gracias! –y salió pintando.
–¡Disfrútalo bien que después te espera mucho trabajo!
Cuando Luffy se hubo ido cambió su simpática cara por una mucho mas seria y fría. Ese chico debía aprender a no indagar en lo asuntos que no le interesaban.
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Los tripulantes, a la vez que Luffy salía a cubierta ya se pusieron en marcha.
–¡Desplieguen las velas!
Las velas se abrieron como un abanico y comenzaron a acumular energía solar la cual iba directamente a la sala de maquinas. Mientras tanto, el barco comenzó a elevarse y el mas joven se los D. Monkey miraba entusiasmado como el suelo del puerto espacial se iba alejando. Sintió que la gravedad se evaporaba conforme se alejaban del muelle, su cuerpo empezó a elevarse.
–¡Conecten la gravedad artificial!– ordenó el teniente Smoker, a los dos segundos los pies de todos los tripulantes volvieron al suelo del barco, excepto los del profesor Usopp que calló de cabeza
–¡Rápido! –alzo la voz el capitán Yurakiur desde el castillo de popa–. ¡Sur suroeste! ¡Dirección uno, uno, cero!– le indicó al timonel que acató enseguida. Ya tenían el inmenso espacio de frente– Señor Smoker, a toda velocidad.
–Sí, mi capitán. –desde su posición habló por un interfono que se conectaba directamente con la sala de maquinas–. ¡Arriba con el barco!
El encargado del a sala de maquinas, al oír esto y ver que las velas solares ya había llevado suficiente energía, empujó la palanca que accionaba los propulsores de despegue, éstos, oyendo la llamada, hicieron un sonoro ruido de aviso.
El barco despegó. Los dos oficiales aguantaron el tipo como si nada, pero el resto les costó mantenerse en su sitio con la repentina velocidad, sobre todo el Profesor, que acabó estampado en una pared de manera catastrófica; el quedó ileso, pero claro está que no podría volver a utilizar su su traje.
–¡Increíble! ¿Te habías imaginado que esto algún día sería así? –le preguntó Ace a Sabo agarrado a la balaustrada.
–No, la verdad es que no –dijo, contento de ver ese resplandor en la mirada hermano. Costaba creerlo, pero aquel mapa en forma de esfera y las ansias de aventura que les inspiraba había unido a los tres hermanos como antaño.
Mientas tanto, Luffy admiraba en la escala del barco como se sumergían en el espacio acompañados por una bandada de rayas espaciales. Su cara no podía expresar mas felicidad. Nunca se había sentido con tan lleno, ya estaba seguro, si no se hubiera enrolado en ese barco habría sido el mayor error de su vida.
–Buen trabajo, teniente –le dijo el capitán una vez Smoker llegó a acompañarle en el castillo de popa. Éste último asintió, aspiró el humo de sus puros y expiró por la nariz.
–¡Ah! ¡Capitán!–le saludó el cocinero pelirrojo desde cubierta que se había colocado el sobrero de paja en la cabeza y una capa negra sobre los hombros–. Que buen día para navegar ¿no le parece? –se reverenció quitándose educademente el sombrero–. Y usted, si me lo permite que se lo diga, está tan elegante como un balandro con velas nuevas y pintura fresca.
–Guarde sus halagos para las pelandruscas del puerto Akagami.
–Está hiriendo mis sentimientos, capitán –se hizo el dolido–. Yo me limito a hablar con el corazón.
El moreno resopló y apartó la mirada. Tuvo que fruncir el ceño.
–Por cierto.... Ese chico que veo holgazanear por la escala.. ¿no es su grumete?
El pelirrojo comprobó con su ojo biónico que sí. Soltó una risa forzada.
–Discúlpeme capitán, un pequeño error que pienso corregir ahora mismo –fue hacia Luffy con paso avivado –. Eh chico. Tengo dos amigos que quieren conocerte.
–¿Así?– se giró y preguntó inocente e ilusionado –¿Quienes?
La señora Fregona y el señor Cubo. El pelirrojo hizo unas buenas presentaciones entre los tres, dejando claro que tendría que trabajar codo con codo hasta dejar el barco como una patena. Después se fue riéndose de su propio ingenio así como pasando por alto la incredulidad indignada del chico.
–Yupi... – pronunció Luffy, agotado antes de empezar.
Se puso con la tarea encomendada y cuando llevaba un buen rato...
–¡Estoy harto! ¡que limpie otro! –resopló, tiró la fregona, se lo pensó, la recogió y siguió limpiando mucho mas rápido.
Tan enfrascado estaba en terminar con eso y disfrutar del viaje que poco se esperó aquel empujó que le vino por detrás, uno que casi le hace despeñarse por lo la borda.
–¡Cuidado por donde vas idiota! –le dijo amenazante un tipo jorobado, enorme y gris con cuatro brazos, que llevaba una mascara y un cinturón de lucha libre y se podía ver que tenía una larga melena rizada color negro.
Luffy miro mas que extrañado como aquel tipo que le había empujado y que ya se iba por su lado, cosa que le hizo darse cuenta de que un grupo de dos personas sospechosas: una mujer que de lo fea que era se podría decir que su madre no la parió con muchas ganas, aparte de que tenía cola de alguna especie de lagarto, y un tipo que parecía un payaso gracias a su nariz roja. Su mirada indiscretas no pasaron desapercibidas para la pareja.
–¿Tu que miras bicho raro?– le dijo el de aspecto de payaso que tras lanzar su pregunta se le desprendió la cabeza cayendo esta al suelo.
–Si, es rarito el niño.– corroboro la mujer bamboleando su cola reptiliana.
Y cuando Luffy aun estaba flipando por la cabeza decapitada sintió que alguien se dejaba caer sobre la balaustrada del barco justo a su espalda.
–Los grumetes deben meterse en sus propios asuntos – Luffy se giró y se apartó por instinto. El otro bajó la cubierta y avanzó intimidante hasta el chico. Se trataba de un hombre alto, musculoso, con lo ojos y el pelo punzante de color rojo. Llevaba unos pantalones amarillos y unas botas, gabardina abierta y una cinta en la frente de color negro.
Aquel hombre imponía, no lo iba a negar, pero ya había visto tipos así en la posada y siempre resultaban ser más de boca que de puños.
–Yo estaba limpiando –dijo firme–, así que eres tu el que se mete en mis asuntos, ojos en sarmorejo.
El hombre gruñó y trasformando una de sus manos en pinzas de cangrejo agarró a Luffy por el cuello estampandole en el mástil.
–La imprudencia se paga mas caro de lo que crees, niñato.
En un parpadeo la escena estaba rodeada por miembros de la tripulación, pero nadie que le pudiera ayudar, más bien al contrario. Todos apoyaban al de las manos de pinzas para que le diera una paliza, y éste, avivándose con los ánimos, sonrió con sadismo y trasformó su otra mano en pinza, la cual levantó para prepararse a ensartar a Luffy justo en la cara.
El joven cerró los ojos esperando el golpe, pero este nunca llegó. Al volver a abrir los ojos encontró al cyborg que agarraba con su brazo de metal la pinza del de los ojos rojos mientas se comía una limonzana.
–Señor Kidd... ¿sabe usted que pasa cuando se estrujan las limonzanas.. ASÍ?
–¡Ah!– gritó Kidd al sentir como su brazo se retorcía con brutalidad.
El cuerpo de Luffy estaba libre de nuevo pero aún era pronto para aliviarse pues había gran revuelo y no sabía como por donde iba la cosa.
–¿Que pasa aquí?– preguntó la voz autoritaria del oficial Smoker, lo que bastó para que todos los presentes se enderezaran –Ya conocen las normas, nada de peleas en este barco –hizo una pausa mirando a los ojos de cada tripulante–. El que vuelva a quebrantarlas pasara el resto del viaje en el calabozo–. Se puso enfrente al hombre de las manos de pinza–. ¿Hablo claro, Eustass Kidd?
El pelirrojo le miraba con rabia y odio, como si quisiera matarle, incluso puede que lo hubiera echo puesto que tenia sus pinzas preparadas, pero el luminoso láser rojo de Akagami junto con una mirada autoritaria le hizo una señal. Aún muriéndose de rabia y aprentando lo dientes contestó:
–Transparente.
Dicho esto el teniente se marchó y la zona quedó despejada.
–¡Bien dicho señor Smoker!– decía sonriente Akagami haciendo el saludo militar.– la disciplina es la felicidad de un barco, señor –carcajeó y, con todo despejado, suspiró cansado. Agarró la fregona que, por causas del destino, el joven tuvo que desprenderse de ella –chico, creo recordar que te puse una tarea.
–Y la estaba haciendo hasta que le bicho ese...
–¡Ya, ya! Juegos de niños. Mira chico, esto es lo que va a pasar: me voy a ir, y luego de un rato volveré. Ay de ti como vuelva y no hayas dejado la cubierta como los chorros del oro, ¿entiendes?– le dio dos palmadas en el hombro, le revolvió el pelo y se fue con su capa ondeando el viento.
A Luffy se le subieron los colores.
–¡Idiota!¡No sabes lo que estas diciendo! ¡No me trates como a un niño!
Shanks se volvió con una sonrisa.
–Me parece muy bien, pero dime eso cuando no vayas a por el matón del patio sabiendo que hay dos hermanos mayores por ahí que te respaldan –se burló de él sacándole la lengua y se despidió alzando la mano no robótica.
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En el comedor, con su típica poca luz, se encontraba lleno de gente que consumaban la estancia con sus murmullos. Todo quedó en silencio cuando el cyborg pelirrojo hizo acto de presencia.
–Bueno, señores ¿estamos todos?– preguntó con buen ánimo.
–Disculpe, falto yo – dijo hombre a su espalda. Aparentaba joven, de piel morena, lucia orejas y un cabello corto negro. A lo largo de sus brazos y su columna vertebral se le dibujaba una cruz a base de pequeñas perlas negras que nacían en su piel. No eran las únicas puesto que en su cara tenia una fila de tres por cada ceja y en sus manos una por cada dorso; estas dos últimas eran más grandes que las demás. Vestía con una camiseta negra de tirantes que le quedaba bastante ancha y unos pantalones también negros sujetos a su cintura por un fajín rojo.
–Ah, Law, pasa, pasa – le invitó el cyborg y el hombre de las perlas se apoyó de brazos cruzados sobre el borde de un mesa puesto que los bancos estaba ocupados– bien... caballeros –su tono era comprensivo, paciente–, espero que no os importe si hablo claro pero... Creo que todos sabeis que me costó la vida que nos contrataran como una tripulación respetable –dijo mirando sobre todo a Eustass –. No entiendo a que viene un numerito nada más zarpar.
–El chico estaba husmeando.
El falso cocinero se encogió de hombros, divertido.
–Ya veo, así que ahora al señor Kidd le asustan un niño –suspiró–. Menuda decepción.
Eustass apretó los dientes, la venas se le hincharon de pura ira. Cuando quisieron darse cuenta, se había abalanzado contra Shanks. No hubo peligro para él, puesto que su mano robótica paso a ser un sable y, sin dificultad alguna, detuvo las dos pinzas de su subordinado. Se miraron a los ojos. Eustass fuera de sus casillas, Shanks entretenido. El más joven hizo más fuerza, pero fue inútil, el mayor plegó la piernas y como poco más que un movimiento empujó a Kidd hacia atrás; éste ultimo, se estrelló contra la mesa y dio una voltereta hacia atrás, arroyando a varios de sus compañeros.
–Os recomiendo, señores –dijo el capitán pirata. Ahora su tono era amable, tranquilo. Su brazo artificial volvía a terminar en mano– no estropearlo todo amotinándoos antes de tiempo, menos por cosas que no valen la pena. El chico, además, ha quedado a mi cargo, no me es problema tenerle la cabeza ocupada. ¿Me explico? –hizo una pausa para ver si había se había dejado entender. Satisfecho, puso los brazos en jarra–. Bien, pues eso es todo. Sigamos el viaje con buen ánimo– salió de la cocina,con el puño alzado, dando por levantada la sesión.
–Estarás satisfecho –dijo Law a Eustass acercándose a él para tenderle la mano– Has conseguido colmar la ira de nuestro capitán.
El otro chistó y soltó un gruñido, pero aceptó su ayuda para levantarse. Se sentaron a la vez en un banco.
–Este estilo no va conmigo, Law. A mi manera sería mas rápido.
–A tu manera sería un suicidio. Deja a Shanks, sabe lo que se hace. Por eso recurrimos a él, recuerdaló.
–Lo recuerdo perfectamente– rugió–. Pero una cosa si te aseguro y es que en cuanto acabe toda esta farsa de los buenos marineros pienso acabar con ese maldito teniente y con esa mierda de crio.
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La popa y cubierta estaban limpias, mientras sus músculos más que agarrotados, y aún le quedaba la proa entera. Había tenido un día duro y no dejaba de pensar en el momento en que se dejaría caer sobre la cama. Estaba molido.
–Doy gracias por estos milagros – apareció Akagami con su atuendo de cocinero portando una olla con las dos manos–. Llevas aquí una hora y la cubierta sigue de una pieza –tiró las sobras por la borda.
Luffy quedó observándole un momento. Se mordió los labios antes de hablar.
–Esto... Akagami.
–Dime.
–Es que lo he estado pensando... por lo que hiciste antes... gracias. De verdad.
El pelirrojo se volvió sorprendido por el gesto. El chico le sonreía con sinceridad amable.
–¿No te enseñó tu padre a mirar un poco con quien te la juegas?– le preguntó en tono suave y algo condescendiente. Luffy le apartó la mirada con tristeza–. oh, tu padre no es de los que enseñan cosas –comprendió.
–La verdad es que no es que le recuerde mucho. Es como si no lo tuviera. ¡Pero no importa tanto! –rió despreocupado–. ¡Me las apaño muy bien!
Shanks se quedó mirando al chico. Su boca se curvó en una media sonrisa. Suspiró. Él a su edad no tenía tanta fortaleza, aunque, bien visto, por lo menos le daba más vueltas a las cosas que ese muchacho.
–Si, seguro – dijo con ironía– como antes con el amiguito de las pinzas... ¡bien!–juntó las manos–. ¡Decidido! Ya que nuestro vivaracho, alegre, chistoso y simpático capitán te ha puesto bajo mi tutela voy a encargarme de meterte en esa mollera unas cuantas destreza para que no te metas en líos pequeñín– dijo revolviendole el pelo.
–¿Qué?
–En lo venidero no pienso perderte de vista. Nada de dormir, comer o rascarte el culo sin que yo te lo ordene.
–¿Pero de que hablas?? ¡No quiero que me hagas ninguno favor!
–¿Favor? –de su boca emanó esa carcajada que ya se le hacía característica. Le dio varias palmadas en la cabeza a Luffy – sigues siendo muy gracioso chico. Tanto que me vas a matar de risa.
Y así, para bien o para mal, comenzó un viaje que lo embarcaría al a mayor aventura de su vida en todos los sentidos.
Continuará...