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Reto ~30 dias de halloween por ninnae

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Notas del capitulo:

Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.


Segundo capítulo del reto, espero les guste.


Saludos!

CEMENTERIO


Los cementerios son lugares de descanso del alma donde por las noches solo reina el silencio, o al menos eso es lo que parece…


Silencio turbio, viciado con una densa neblina que recubría la atmósfera llamando a las almas a mantenerse en sus tumbas, solo se escuchaban leves cuchicheos rompiendo de forma lacerante la falta de sonido.


—Pareces una gallina mirando hacia todos lados Aioria —murmuró en voz baja Milo mirando a Camus llevaba consigo la linterna y apuntaba el haz de luz hacia el lado contrario de las dos figuras—. Solo es un reto de Halloween y este cementerio está más muerto que las fiestas que hace el instituto.


—No jodas Milo, sabes que no quería venir, tú me arrastraste.


—No seas cobarde gatito —se burló Milo colocándose tras su espalda silenciosamente, posó su mano a la altura de las costillas y arremetió contra él. Aioria saltó de la impresión y el susto.


—¡No vuelvas a hacer eso bicharraco del demonio!


Milo se rio a carcajadas sentándose en un apoyo que se encontraba detrás de él, no se volteó a mirar de qué se trataba, solo se limitó a sentarse mientras seguía riendo.


—¿Podrían guardar silencio? —sentenció Camus con voz severa, iluminó a ambos con la linterna, apuntando repentinamente a sus rostros. Aioria se cubrió la cara con las manos, mientras que Milo luchó por no ser deslumbrado, cerró sus ojos y se meció de manera brusca hacia atrás, cayendo de lleno y pasando a golpearse con la loza de mármol. Aioria rio y Camus esperó a que Milo se parase de inmediato, más eso no sucedió, ambos extrañados se aproximaron hacia donde había estado sentado Milo y se adelantaron unos cuantos pasos para ver que había sucedió. Camus alumbró hacia el espacio negro que se dirigía hacia el interior de la tierra., Milo yacía inconsciente tirado sobre una fosa recientemente excavada, Camus y Aioria se miraron y volvieron a ver a Milo sobre aquel agujero que era claramente el futuro lugar de un ataúd.


—¿Qué vamos a hacer? —murmuró Aioria con voz vacilante.


Camus apretó los labios, consciente de la gravedad del asunto.


—Sacarlo y esperar que nada le haya sucedido —miró con preocupación hacia la fosa—. Milo… —suspiró—, debemos al menos intentarlo.


Aioria asintió, sin embargo, sabía que no sería un trabajo sencillo, la fosa media al menos tres metros y sin ninguna herramienta se haría una tarea casi imposible, por lo menos uno de ellos debería bajar, pero… ¿Cómo volvería a subir?


—Alguien deberá bajar ¿cierto? —preguntó Aioria con voz trémula. Camus solo asintió, a él le parecía tan perturbador como al griego internarse en una excavación funeraria para sacar al torpe de su amigo, rogaban a los dioses que aquello no quedase más que como una anécdota del día de brujas.


—Bajaré yo —pronunció Camus, sabiendo que quizás Aioria no mantuviera su propio control del todo.


—Pero…


Camus le tendió la linterna a Aioria sin responderle y con una señal le pidió que alumbrase hasta donde Milo aún se encontraba inconsciente.


Camus como pudo se aferró a la tierra débil y húmeda que había quedado producto de las lluvias del día anterior, débiles raíces sobresalían de la tierra recién removida, se aferró a ellas tratando de no imponer demasiada fuerza y así romperlas, sus movimientos fueron lentos y calculados, como pudo usó su estatura para quedar hasta la mitad de la fosa, bajó unos pocos centímetros más y cuando estuvo a una altura prudente saltó dentro del agujero, intentando no golpear a su amigo, para su fortuna solo alcanzó a aplastar sus cabellos que se hallaban desparramados por el suelo.


Reteniendo la respiración se acuclilló para revisar el estado de Milo, su corazón latía cada vez más rápido si saber que esperar, con sus dedos índices tomó el pulso de su amigo y acercó su oído hasta sus labios para poder escuchar su respiración, su corazón se detuvo durante unos segundos cuando no pudo encontrar el pulso de su compañero, apretó los labios con fuerza queriendo romper su piel, movió un poco más los dedos y su músculo cardíaco recuperó la vida: era errático y algo débil, pero su pulso estaba ahí; su oído captó apenas un pequeño murmuro proveniente de los pulmones del griego de cabellos azules, la calma volvió a su semblante. Ahora solo quedaba la tarea de sacarlo de aquel agujero. Intentó tomar a Milo de una forma que no pudiera lastimarlo, sin embargo, el peso de su amigo no ayudaba con la labor, usando ambas manos cogió sus hombros y levantó su torso apoyándolo sobre sus piernas, el cuerpo inerte luchaba con la gravedad para volver al suelo. Camus haciendo un sobre esfuerzo, subió más a Milo sobre su pecho y lo tomó de la cintura enredando ambos brazos para usar de apoyo. Reposó su propia espalda contra la pared de tierra y respiró con fuerza, ahora solo quedaba una interrogante… ¿Cómo lo subirían hasta la superficie si era un peso muerto?


—Aioria necesito que me ayudes a subir a Milo, no podré solo.


—Bien, pero ¿qué hacemos con la luz?, está muy oscuro para intentarlo a ciegas.


Camus chistó contrariado, suspiró rindiéndose.


—Intenta acomodar la linterna como puedas, Milo esta inconsciente y necesitará un médico, debemos sacarlo de inmediato.


Aioria intentó mantener su propio control, sin embargo, a cada instante que pasaba se recriminaba lo malo que había resultado aquella idea y que jamás debió haber escuchado a Milo de visitar aquel cementerio, esas tierras eran lugar de los muertos y los vivos no tenían ningún poder ahí.


Aioria dejó lo más inclinada que pudo la linterna en dirección hacia la fosa, el haz de luz apenas alcanzaba a rozar la cabellera de Camus y el rostro de Milo se mostraba mortecino, con la piel más fría de lo habitual. El griego de cabellos castaños se acostó en un suelo tratando de extenderse lo que más podía en dirección hacia Camus, quien levantaba a Milo con todas sus fuerzas, sin embargo, ni siquiera alcanzaban a rozarse, Camus tensó más sus músculos en busca de poder implementar un poco más de fortaleza a sus movimientos y Aioria se inclinó aún más en dirección al agujero, todo parecía una acción normal hasta que la linterna que los había estado acompañando durante todo ese recorrido empezó a parpadear de manera intermitente encendiéndose y apagándose, bajando su intensidad y aumentando el haz de luz, tanto Camus como Aioria se paralizaron durante unos segundos, pero sabían que no podían caer presas del pánico, necesitaban sacar a Milo y darle atención médica. Intentaron con más ahínco.


La niebla se hizo más gruesa, apenas permitiendo ver cinco centímetros sobre la nariz, el frío se hizo más notorio como si el poco calor que había presente en el ambiente se hubiera esfumado, los arboles presentes en aquel pequeño cementerio comenzaron a oscilar con una ventisca que salió de la nada. Tenues susurros se escucharon, envolviendo el lugar de manera tenebrosa, ambos temblaron y el miedo amenazaba con congelarlos. Camus cerró los ojos con fuerza y apretó sus labios hasta sangrar, no podían perder la cordura solo porque la noche en un cementerio había comenzado a colocarse más tenebroso, fuera lo que fuera que hubiera allí, no pensaba quedarse para llegar a verlo. Se alzó en puntas y distribuyó su peso de tal manera que no hubiese peligro para soltar a Milo, con la mirada fiera le pidió a Aioria que dejase su shock momentáneo y se estirase en poco más, el griego apelando a toda la elasticidad de su cuerpo pudo llegar a sostener la parte superior de la ropa de Millo. Con un solo jalón bruco tiró a Milo hacia arriba, cayendo de espaldas sobre la tierra mojada con el pesado cuerpo de Milo sobre él. Aioria respiró con fuerza y con sutileza acomodó a Milo a su lado, ahora debía sacar a Camus.


—Ya tengo a Milo, es hora de que salgas tu —le dijo a Camus mientras se acercó al agujero. Aioria volvió a posicionarse en el mismo sitio donde había estado antes y repitió el proceso de tenderse sobre su estómago y estirarse en dirección del francés. Camus se estiró alzando sus manos para poder salir, el rugido del viento y los susurros seguían escuchándose aún en la lejanía, haciendo estremecer de frío e inquietud a Aioria, quien era el que estaba en la superficie—. ¡Apresúrate Camus!, hay algo que no me agrada.


Camus se aferró contra la pared tratando de alcanzar a Aioria, estaba a solo unos centímetros de tomar sus manos, primero fue un ligero roce a sus dedos, un nuevo estirón y solo unos milímetros para que el griego cerrara su palma sobre la de Camus. Repentinamente una risa macabra hizo su aparición y Aioria fue jalado de tirón hacia atrás dejando a Camus sorprendido con la mano extendida.


—¿Qué diablos...? —alcanzó a maldecir antes de que las raíces que sobresalía en puntas hacia afuera de la tierra comenzaran a crecer y moldearse como una rejilla sobre todo el espacio superior de la agujereo funerario, Camus abrió sus ojos con pánico y terror cuando vio aquel fenómeno y se percató de que no podría salir. Gritó con todas sus fuerzas tratando de que su voz alcanzara a Aioria y este le contestara, de que aquello no fuera más que una mala broma y una sugestión por pasar tantas horas en un cementerio desierto. Rápidamente las raíces comenzaron a bajar serpenteando por las paredes de tierra, creciendo tanto en largo como en grosor; pronto las muñecas de Camus se vieron estranguladas por las gruesas raíces, el suelo a sus pies se cubrió poblándose de las raíces en movimiento, cayó de rodillas sobre estás raíces, sus piernas empezaron a sangrar al igual que sus brazos que iban siendo cubiertos por las raíces poco a poco, de las raíces nacieron filosas espinas que agujereaban la piel blanca de Camus como miles de agujas, provocando un insoportable sufrimiento; la blanquecina tez del francés se cubrió de sangre y todo en él se nubló de rojo, las espinas sisearon por su espalda desgarrando su ropa e hiriendo todo a su paso, las raíces se enredaron en su cuello y abrieron con firmeza la tráquea de Camus, perforando poco a poco con las pequeñas espinas, un trabajo sutil, de presión constante hasta llegar a los músculos y cartílagos. Las raíces apretaron hasta que lograron cortar casi por completo el cuello del muchacho, Camus gritaba de desesperación y dolor ahogándose con la sangre que comenzaba a acumularse en su garganta. Las raíces se detuvieron antes de que este muriese degollado, como si buscasen prolongar por más tiempo su sufrimiento. Las endemoniadas raíces se prolongaron desde el sangrante cuello hasta la altura de su coronilla y se instalaron en la cabeza de Camus como una corona de espinas, clavándose con fiereza, el rostro de Camus comenzó a empalidecer, pasando de su blanqueza habitual a la palidez cadavérica, sus ojos ya opacos veían como se acercaba el final de su vida, internamente maldecía todo lo que estaba sucediendo, a pesar de estar en aquellas condiciones seguía sintiendo aquel ardor de dolor insoportable ¿Acaso ese lugar sería el infierno? Su cabeza picaba por el roce de las espinas, sintió por sus mejillas la cálida sangre saliendo de su organismo, aquello no tenía fin. La herida de su cuello seguía haciéndose más grande, estaba ahogándose con su sangre y la presión de las raíces sobre su cuello, quería morir, lo deseaba con su alma, para no seguir sintiendo aquel suplicio, sus ojos soltaron gruesas lágrimas con los últimos reservorios de fuerza de su organismo, las raíces finalmente apretaron con fuerza destrozando todo el cuello del muchacho, mientras adornaban sus piernas, sus muñecas y coronilla con raíces espinosas enrolladas alrededor, dejándolo parado en pose de crucifixión y sufrimiento. Su cabeza colgando desde su cuello roto mostraba a sus ojos abiertos de horror y opacos, sin vida ninguna, él había sido el primer mártir del reino de los muertos.


~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~


Aioria golpeó con desesperación la red de raíces que había encerrado a Camus, golpeó una y otra vez con todas sus fuerzas haciendo sangrar sus manos en el acto, sus ojos se abrieron con horror cuando escuchó gritar a su amigo con desesperación, algo estaba ocurriendo, y él no podía hacer nada, trató de patear pesadamente a las raíces, pero estas eran más gruesas que un cable de acero. Aioria gritó de frustración y dolor. ¿Qué se supone que debía hacer?, no podía abandonarlo, era su amigo, apretó los dientes molesto consigo mismo, se volteó para ver a Milo y asegurarse de que al menos este estuviese bien. Volvió a intentar deshacerse de las raíces a fuerza bruta cuando escuchó a Camus gritar con más dolor y desesperación, sus manos mutiladas por las espinas que empezaban a nacer en aquellas raíces seguían golpeando con desesperación sin importarle nada más. Aioria lloró con fuerza cuando de un instante a otro no escuchó más la voz de Camus, su mente le dio la clara respuesta, el francés había muerto. Aioria se levantó con pena y mucha ira acumulándose en su interior, aquello no debía pasar, solo era una expedición durante el día de brujas, una diversión entre amigos, a pesar de que él no haya estado muy de acuerdo. Sabiendo que por ese momento no había nada más que pudiera hacer se levantó de donde estaba y con las manos ardiendo por el roce ante las heridas cargó a Milo y se retiró de aquel sitio, moviéndose por medio del cementerio buscando una salida. Su rostro bañado en lágrimas era la escena de la pena y el tormento, se sentía horrible por abandonar a un amigo, pero debía centrarse en mantener con vida a Milo, algo estaba sucediendo en aquel demoniaco cementerio, algo que no era de ese mundo y él solo no podría enfrentarse a ello. Aceleró el paso, recorriendo cada lápida con la mente embotada, el nuboso ambiente y las tumbas derruidas parecían un laberinto infinito, y aquellos perversos susurros que eran como una letanía para enloquecerlo, a cada segundo que trascurría perdía el sentido de su mente y su cordura comenzaba a mermar.


"¿De verdad quieres seguir jugando con los muertos?, bisbiseó una macabra voz.


Aioria frenó de lleno, golpeándose con el tronco de un árbol muerto que no había divisado. Sus cabellos se erizaron con terror, la voz gutural había sonado prácticamente en su oído, casi podía asegurar que un aliento helado y fétido respiraba sobre su cuello. El griego de cabellos castaños giró con lentitud por miedo a lo que pudiese encontrar, el golpe contra el árbol le había dolido, sin embargo, en ese momento no le importaba, solo quería voltear y asegurarse de que todo estaba bien, de que los susurros que cubrían al cementerio eran parte de una muy mala pesadilla.


"Porque creas que todo sea un mal sueño, eso no se volverá realidad…, musitó la voz sardónicamente.


Algo acertó un poderoso golpe en el abdomen de Aioria, haciéndolo caer sin aire antes de que abriese sus ojos. Milo no alcanzó a caer sobre la tierra cuando fue apresado por las ramas de aquel árbol muerto y sombrío, dejándolo apegado a su estructura.


Aioria jadeó, intentando que el aire ingresara en sus pulmones, permanecía todavía con los ojos cerrados, más estando en el suelo sintió que una mano helada lo tomaba del mentón, su cuerpo se estremeció y el miedo lo paralizó, la entidad que lo había tomado del rostro lo obligó a abrir sus ojos con un poder sobrenatural. Chirrió sus dientes al tratar de negarse, pero era un vano. Sus ojos jades se fijaron en la cadavérica cabeza cubierta con unos pocos cabellos negros, que nacían desde putrefactos agujeros que se abrían en el cráneo. Las cuencas de los ojos del espectro estaban vacías, mostraban solo una profunda negrura, como si las ausencias de globos oculares demostraran la falta de corazón y emociones en aquella criatura. Aioria boqueó, paralizado sin hacer nada, la criatura sonrió con malevolencia, mientras la túnica raída se mecía con el viento, mostrando la falta de un cuerpo bajo ella.


—¿Qu-e quie-eres? —alcanzó a musitar Aioria, apenas controlando su vacilante voz.


El espectro soltó el mentón de Aioria y se alejó unos metros, casi como si estuviera meditando la pregunta.


"Este es un reino de descanso de las almas y no debe ser profanado por los vivos como un vil sacrilegio", dijo la voz con inusitada frialdad y tono serio; "Ustedes los mortales creen que pueden jugar con la vida y la muerte como si esta no tuviera consciencia, pero están equivocados, yo… soy la personificación de la muerte y si desean estar aquí deberán morir como todos lo que yacen bajo tierra, terminó de pronunciar el espectro con una tenebrosa risa.


Antes de que el griego de cabellos castaños pudiera procesar todo lo dicho por aquel ser su cuerpo fue atacado de todas direcciones por afiladas piedras que atravesaron su cuerpo, sus muslos fueron destrozados quebrando ambos fémures, su abdomen y estómago fueron rajados de cuajo por dos grandes trozos de roca que se alojaron ahí. Su columna fue fragmentada y astillada separando en diferentes partes las dañadas vertebras. El cuello de Aioria fue atravesado horizontalmente por pequeñas astillas de piedras, mientras su cráneo fue agujereado como si una bala hubiese sido disparada. El espectro sonrió cuando vio los ojos opacos y el cuerpo sin vida y herido de Aioria. Ahora solo quedaba uno de los intrusos… Soltó una macabra carcajada a la vez que se aproximaba al inerte cuerpo de Milo que se hallaba sujetado por el árbol, estiró sus fantasmales manos hacia el rostro pálido de Milo y cuando estuvo solo escasos centímetros de rozarlo un tenue rayo de luz cubrió el semblante del griego accidentado, el espectro bufó molesto, mirando hacia el horizonte donde el Sol comenzaba a nacer trayendo un nuevo día.


"Hoy te has salvado por la gracia de los dioses, pero la muerte tarde o temprano te alcanzará y ahí nos volveremos a reencontrar", masculló mientras se desvanecía en un halo de humo que era provocado por la fuerza de la luz solar que comenzaba a traspasar las copas de los árboles.


Cuando la mañana se abrió paso, el anciano cuidador del cementerio hizo aparición encontrando los cuerpos mutilados de dos jóvenes y a un sobreviviente con un grave golpe en la cabeza.


—Los vivos no deben caminar por el reino de los muertos —susurró la voz del anciano escapándosele una pequeña y macabra risa como la del espectro. Durante el día, los muertos se escondían entre los vivos, pero por la noche volvían a ser ellos mismos. Nunca se sabe la verdadera identidad de quienes nos rodean, no vaya ser que sea la misma muerte la que nos esté susurrando al oído.


 


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