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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Tsuna le contó todo lo sucedido a sus compañeros pues cumplir con ese trato sería un gran reto, una misión compleja y necesitaría ayuda. Demasiada ayuda para ser francos. Era tanta esperanza guardada al pensar que tal vez uno de ellos podría ser un omega libre, que ni siquiera dudaron en aceptar.

Tal vez tendrían un final triste o uno feliz, pero al menos lo intentarían.

Pocos eran los casos en donde la pareja de un omega era amable, y casi nulos eran las ocasiones en donde se podía elegir con quien unirse; generalmente todo alfa era un bruto total. Era por eso que el ofrecimiento de ese alfa desconocido le daba esperanzas a ese pequeño grupo. De nuevo en sus pechos se expandía una euforia indescriptible y una felicidad pequeña que no se podían dar el lujo de perder

Con una sonrisa formaron un acuerdo mudo: decidieron ayudarse mutuamente en ese día fatídico. Mas, había la posibilidad de que todo fuera mentira y lucharan contra el destino en vano, que ese hombre no apareciera, pero preferían al menos arriesgarse que morirse en vida.

 

 

—Tu aroma está incrementando… Tsu-kun, te mantendremos a salvo durante el tiempo que se pueda —la castaña dueña de casa temblaba levemente pues fuera de aquellas cuatro paredes ya se percibía el aroma de tres individuos, incluso ella con sus débiles capacidades olfativas podía reconocer las feromonas de varios alfas ansiosos

—Faltan cinco minutos —Tsuna sonrió forzadamente pues estaba entrando en pánico. Pero aun así no podía dejar de pensar en que era gracioso saber la hora exacta de su primer celo, justo 18 años después de su primer respiro en ese mundo—. Oka-san… ¿y oto-san?

—Está listo afuera —sus manos temblaron cuando el minuto clave se acercaba—. Haremos lo posible por defenderte… porque mereces una vida calmada, Tsu-kun… porque mereces ser feliz —Nana e Iemitsu, los padres de Tsunayoshi, lucharían por mantener a salvo a su hijo. A pesar de que fueran solo betas, a pesar de que no podrían hacer mucho, a pesar de que estuvieran solos porque los vecinos nunca los ayudarían, ellos darían todo de sí por ver a salvo a su único hijo porque Tsuna debía tener una relación diferente a lo que dicta esa maldita división de clases—. Estarás bien, Tsu-kun —Los alfas mandaban y nadie se les oponía, estaban solos en eso…

—Oka-san —susurró cuando sus sentidos se nublaron. Nunca experimentó un celo, no sabía qué rayos era eso, sus padres no pudieron prepararlo para el momento y ni siquiera tuvo un omega de confianza a quien preguntarle. Tenía miedo. A pesar de que en los días anteriores ya notaba su sensible piel o la humedad en su parte baja que empezó a aparecer un par de horas antes, no sabía qué más podía ocurrirle. Pero cuando el minuto decisivo llegó, fue… muy diferente a lo que en sus más locos sueños pudo imaginar—. Me… me siento raro —susurró sintiendo el calor subir por su piel con tanta rapidez que podría compararlo con fuego que lo consumía sin reparo. Se aferró a las cobijas de su cama y se retorció debido a la explosión de sensaciones que de pronto lo inundó… Estaba caliente, muy caliente

—Resiste, Tsu-kun —susurraba Nana escuchando el primer ataque que Iemitsu detenía en el patio de su hogar. Su esposo era fuerte, hasta podría decir que se comparaba con un alfa, aunque nunca le ganó a uno, pero podía dar pelea—. Vuelve en ti, hijo mío —decía al ver como Tsuna levantaba su cabeza y empezaba a aspirar el aroma a su alrededor—. Vuelve… —sollozó porque sabía que sus palabras serían inútiles—. No sucumbas. Aparta el instinto… Tú puedes —repetía con desesperación al ver los ojos perdidos de su pequeño niño en donde la pupila se agrandaba poco a poco

—Están afuera —susurraba Tsuna como en trance, sintiendo la necesidad de salir y ofrecerse en bandeja de plata. Deseaba, pensaba, imaginaba, su instinto le susurraba los pasos a seguir en ese celo: sentarse en medio de la calle, abrir sus piernas, pedir que lo marcaran… que se hundieran en él—. Oka-san… están afuera

—Tsu-kun —Nana empezó a llorar abrazando a su hijo—. Reacciona… no te dejes llevar —escuchaba la pelea en las afueras, un vidrio fue quebrado en la planta baja y los aromas llegaban con mayor fuerza debido a eso— Tsu-kun… mírame —tomó el rostro de su hijo y le apretó las mejillas, las pellizcó con fuerza hasta volverlas rojas. Pero no funcionaba, su hijo seguía disperso, aspirando el aroma en el aire—. No quería hacer esto… pero lo prometí —susurró tomando un pequeño frasquito guardado en su bolsillo, se alejó un poco de su hijo y presionó. Un splash… y luego un aroma fuerte, poderoso, aturdidor y que Tsuna recibió de frente

—¿Qué?… AAAHHH —gritó con fuerza al sentir el fuerte olor, el ardor en su rostro, la comezón, no podía ni siquiera ver bien. Tosía, lo hizo por unos segundos antes de poder elevar su rostro—. Gas… gas pimienta —tosía desesperadamente todavía, cayendo al suelo de su habitación con violencia. Se removió varios minutos en desesperación… pero funcionó, sentía la lucidez nuevamente—. Oka-san… oka-san —sus ojos llorosos no le dejaban ver bien

—Mi niño, ¿estás bien? —cuando pudo soportar aquel aroma horrendo en el ambiente se acercó a su hijo, pasándole una toalla húmeda por el rostro— Tsu-kun —sollozó al ver de nuevo el brillo en la mirada de su retoño

—Oka-san —sonrió abrazándola y riéndose— gracias… gracias —hablaba mientras sus manos le temblaban— pero no sé cuánto dure —dijo ya en sus sentidos.

 

 

Su teoría había sido cierta: si su olfato se veía impedido, al menos podía liberarse de esas necesidades sumisas ante el celo y las ansias de un alfa. Había dado el primer paso al triunfo, la sugerencia de Haru fue la adecuada, aunque también era casi insoportable y ardía como el demonio.

Iemitsu dio todo de sí al impedir que los alfas ingresaran en su casa. Dio pelea; no supo por cuanto tiempo, pero lo dio… Vio a un par de betas vecinos llegar en su ayuda y daba gracias al cielo porque pelear contra alfas no era fácil y estaba perdiendo fuerzas. Las amistades valían la pena después de todo.

Los alfas seguían el aroma de Tsunayoshi como abejas a la miel y llegó un punto en donde uno de ellos ingresó a la casa a través de una ventana rota. Y para mala suerte de Iemitsu, un alfa más se aumentaba al grupo de tres que enfrentaba en el patio, así que no pudo correr en ayuda de su hijo. Nana fue la que percibió al invasor y de inmediato tomó medidas: roció la casa con aquel gas empezando por el pasillo que llevaba al cuarto de su hijo. Ella inhibió el olfato de todos, incluyéndose, pero valió la pena porque fue justo a tiempo, justo cuando un alfa ingresó. Ella pelearía también, a pesar de que no duraría mucho, lo haría, porque debía darle tiempo a su pequeño.

Tsunayoshi corrió sin pensarlo cuando escuchó el grito de advertencia de su padre y la apresurada acción de su madre. Se había bañado en perfume y olía permanentemente a un preparado de algo asqueroso que le nublaba el sentido del olfato a él y suponía que a los demás también. Toda su estrategia había sido basada en teorías creadas a partir de cosas que vieron en internet, pero hasta ahora no le fallaron.

Corrió por las calles sin mirar atrás. Corrió como demente a sabiendas de que los alfas estarían concentrados en su casa, con sus padres, con su aroma instaurado en su habitación. Tsuna juraba que el sacrificio no sería en vano. Tenía la buena suerte de que por su casa sólo hubiera tres… no… cinco alfas, pero dudaba que dos de ellos se acercaran pues tenían pareja. Pero se obligó a no pensar más en esos tipos, dejó todo de lado para seguir con su huida

Repasó centenares de veces la ruta que usaría y la seguiría al pie de la letra. Trepó una pared, cayó al patio de una casa, pasó un pequeño parque, se desvió por el pequeño conjunto de árboles, una pileta y llegó. La casa de su primer amigo: Enma, quien ya había untado los límites de su casa con alguna cosa de olor fuerte. Su primer refugio estaba dispuesto. Tenía algunos más que usaría en tiempos establecidos de modo que al final calculaba como diez horas de descanso entre refugios… las horas aumentaron debido a la ayuda recibida de los betas que decidieron protegieron en su huida, cuando se dio cuenta habían transcurrido dieciséis infinitas horas. Tsuna podía llorar de la emoción, porque lo ayudaban, distraían a sus perseguidores, le daban vías de escape.

Valió la pena tener un corazón de oro en esos años.

Respiraba agitado pues sus piernas ya no daban más, no tenía la condición física necesaria para un ajetreo como ese, pero se forzaba a seguir. Había huido de esos alfas que lo buscaban con desesperación y faltaba poco para completar el plazo que ese azabache desconocido le dio, por eso no podía rendirse.

Vio a dos alfas más aumentar el grupo que lo buscaba. ¿Tan poderoso era su aroma? Según su madre, el primer celo era tan fuerte que atraía muchos y tenía razón. Su ansiedad porque el tic tac se apresurara crecía con cada minuto

Yamamoto era su siguiente guía, su acompañante en ese instante; se reían pues estaban metidos en medio de unas cajas en un callejón que olía horrendo. Ni siquiera sabían que ese lugar estaba entre las casas en medio del camino hacia su antigua escuela, lo descubrieron mientras repasaban la ruta de escape que usarían. Los demás se habían puesto las prendas de Tsuna y se alejaban de donde el castaño estaba. Pistas falsas que arrojarían cuando se vieran acorralados, así era, además, sólo por precaución se rociarían con algún perfume de naranjas si llegaban a estar en problemas.

Tsuna constantemente olía el asqueroso queso que se habían conseguido por internet y que envolvió en una funda, uno que bloqueaba sus sentidos –por ende, los efectos de su cuerpo ante las feromonas de un alfa–, y por eso estaba acompañado… para que le dieran guía pues se sentía indefenso sin su sentido del olfato

 

 

—¿Cuánto falta, Takeshi? —susurraba pues su cuerpo no daba más, temblaba, y ya veía la mañana pasar

—Son las doce —se reía bajito, besando los cabellos castaños— ya falta poco Tsuna… anímate —le revolvía los cabellos para darle confianza

—Lo estaré cuando ese alfa esté aquí —jadeaba mirando al cielo—. Si Hibari-san no llega a tiempo… no sé qué me va a pasar

—Están furiosos porque no te encuentran —el pelinegro se estremeció. Era normal estar asustado pues se estaban revelando ante la naturaleza que regía su mundo—. Vamos Tsuna, uno está cerca —dijo en susurros para caminar por el callejón y meterse a una casa contigua

—Yamamoto… corre —suplicaba pues no quería ponerlo en riesgo—. Desde aquí puedo solo

—No hay tiempo, Tsuna… el alfa se dio cuenta –—habló con terror al percibir la furia que emitía el hombre que se les acercaba—. Se acerca rápido… ¡corre Tsuna!

—Pero tú —habló en pánico, negándose a dejar a Takeshi solo. No deseaba abandonar a su amigo de cabellera negra y ojos avellana, con sonrisa cálida—. Te harán daño —lo sujetó de los hombros y lo miró suplicante—. Están enfadados… por eso debes venir conmigo

—No importa —empujó al castaño para que siguiera con el plan. Con rapidez intercambió chaquetas con Tsuna y suspiró para darse valor—. Corre… está casi aquí —volvió a empujar al castaño para que saliera por la ruta de emergencia

—Pero

—Pero nada, Tsuna… Si te salvas… sabremos que hay esperanzas —Takeshi sonrió una última vez antes de empujarlo y correr en dirección contraria de la del castaño  

 

 

Tsuna se mordió el labio y corrió, suplicando mentalmente porque su amigo escapara de la furia de aquel alfa. Sus piernas estaban cansadas, pero se forzó a seguir mientras rogaba porque todos estuvieran bien. Sus lágrimas se derramaron mientras se incrustaba una tachuela en el brazo porque el aroma del alfa cercano le estaba nublando de nuevo. Su adrenalina era tal que ni siquiera le importó sentir su húmeda entrada escurrir, él seguía escapando de su destino.

Se estaba auto lubricando, qué asqueroso se sentía, pero era la reacción natural de su cuerpo ante el celo. Una preparación para que, cuando lo marcaran y violaran, no doliera tanto. Tsuna ingresó en una casa de nuevo, se coló en silencio siendo interceptado por los betas y omegas habitantes. Vio la sonrisa de una chica de unos quince años que lo invitó a pasar y refugiarse, sea quien fuere… se ganaría el cielo por eso.

Tal vez varios omegas intentaron lo mismo que él hacía en ese instante y por eso se ayudaban, tal vez no era la primera vez que alguien se negaba a decaer ante el infortunio. Mas, hasta ahora no supo de alguien que se haya salvado en su primer celo, pero tenía la esperanza de ser el primero.

 

 

La hora…

 

 

—¿Dónde está? —esa voz grave le ocasionó escalofríos al azabache que había sido acorralado por dos alfas

—Jamás lo diré —Yamamoto se quitó la chaqueta de Tsuna y retrocedió al ver a los dos sujetos que, furiosos, fruncían su ceño y gruñían—. No le harán nada a mi amigo —se mantenía alerta, sus hombros estaban tensos, daría pelea al menos

—Mientras más tardemos en encontrarlo, peor será para él —los alfas sonrieron, al parecer ese par formó un pacto y eso a Takeshi lo asustó mucho

—Malditos —los insultó a pesar de que sus piernas le temblaron ante su imponente presencia

—Qué rudo —se reía el más alto de aquellos y cuando el azabache intentó escapar, lo acorralaron con tan sólo tres movimientos—. Te vamos a enseñar buenos modales —un golpe, dos, tres, cuatro… no importaba si Tsuna estaba bien, en eso pensaba Takeshi mientras apretaba los puños e intentaba escoger un oponente para derribar e intentar escapar. Mas, no contó con que leerían su plan inicial y lo patearían tras las rodillas para hacerlo caer

— ¡Maldición! —pero cuando lo agarraron de las muñecas, no lo golpearon, hicieron algo más bajo: empezaron a tocarlo… Yamamoto se espantó con el primer roce en su piel, entendió que un castigo no solamente constaba de golpes, sino que podían muy bien quitarle su honra. Empezó a entrar en pánico, su respiración se cortó, se le secó la boca. Él era omega… le arrebatarían lo que le quedaba de dignidad— No me…

¡Quieto! —cedió ante esa simple orden

—No, por favor —suplicaba cuando ya estaba siendo acomodado en el suelo, pues sus intentos por patearlos y golpearlos no tuvieron el efecto deseado. Sus lágrimas brotaron en desesperación, y gritó en busca de ayuda porque el terror le quitó las fuerzas y las feromonas dominantes le quitaron las ganas de protestar. No quería sufrir aquella asquerosa tortura— ayuda… ¡AYUDA! —no quería ceder a la sumisión.

—Kamikorosu —sólo eso escuchó antes de que aquellas asquerosas manos se alejaran de su cuerpo. Golpes, gruñidos, algunos insultos. Takeshi no quiso saber qué pasaba o quién logró cederle una libertad inesperada, cuando fue liberado, se apartó lo más que pudo y se recompuso la ropa que iba a ser arrancada. Se limpió las lágrimas y trató de huir, pero…— has soportado bien— se detuvo temeroso al escuchar esa voz. Un alfa más y eso era muy malo— ¿Aún sigue intacto?... ¡habla!

—Hi… ¿Hibari-san? —cuando vio a aquellos ojos fríos y de un azul amenazador, se estremeció. Era como el de la descripción de Tsuna, era igual, era él—. Usted es…

—Te pregunté algo. Responde antes de que decida morderte hasta la muerte— decía mientras pateaba al inconsciente alfa que dejó hace poco

—Para el noreste —respondió con una sonrisa temerosa—. Gracias

—Vete a casa —Hibari caminó con calma— aún falta una hora… Si falla no será mi culpa

 

 

Yamamoto se roció aquel perfume de violetas, tanto como pudo y salió corriendo del lugar. Estaba asustado todavía, pero algo le decía que sería el último susto de ese día porque esa mirada metálica pareció ser su salvación. Rogaba porque Tsuna fuera al último escondite preparado y que lograra permanecer intacto hasta que Hibari llegara.

El azabache caminaba con calma, sin apuro; tenía en el ambiente muchos rastros, aromas fuertes y débiles del castaño. Siguió la dirección que le dieron y certificó que ese herbívoro de mirada avellana tenía razón. Detectó con facilidad el aroma de ese omega combinado con un asqueroso moho o algo así. Los alfas eran idiotas si no se dieron cuenta antes… aunque debió aceptar que le tomó un poco de tiempo encontrar el aroma correcto puesto que había senderos en círculos en varios lugares con la potente esencia del celo. Pero por el momento no tenía prisa, faltaba un poco como para empezar a ponerse serio.

Tsunayoshi corría, faltaba apenas veinte minutos y había salido del refugio de aquellos betas pues un alfa se acercaba rápidamente. Era el bosque. Parecía estúpido un lugar tan obvio, pero no lo era tanto, había tantos aromas de diferentes flores, árboles, animales pequeños, incluso la basura que dejaban los que por allí pasaban, eso ayudaba bastante. Sólo faltaba eso, sólo poco tiempo y cuando llegó se recostó en el piso de aquella cueva. Jadeaba, estaba exhausto, no durmió ni un poquito.

Los últimos minutos eran tan desesperantes que se volvían eternos, insoportables. Sus lágrimas brotaron al ver como sólo faltaban cinco minutos; rogaba porque aquel sujeto llegara; suplicaba porque lo hiciera… ya no aguantaba

 

 

—Al fin te encuentro —Tsuna abrió sus ojos asustado, esa no era la voz que pensaba escuchar— diste muchos problemas, Tsunayoshi… pero se acabó el juego

—¡Aléjate! —no podía quedarse sin defenderse—. Yo no quiero ser marcado —hablaba en pánico. Su olfato aún estaba aún poco aturdido así que sus instintos aun no reaccionaban ante la presencia de aquel sujeto de ojos rojizos, cabello platinado y corto

—Cambiarás de opinión cuando lo hagamos —sonrió con prepotencia, acercándose con rapidez y agarrando al castaño de las piernas para hacerlo caer al suelo— sabes que cuando te marque… me amarás con todo lo que tienes

—Jamás —Tsuna se rehusaba, no quería eso. La marca obligaba a todo omega a obedecer a su alfa, a entregarse, a verlo como su mayor tesoro. Un amor obligado… ¡no! Eso no era amor… eso era un lavado de cerebro—. Déjame, maldito imbécil —pataleaba con desesperación. Pataleó con fuerza mientras trataba de liberarse del agarre del otro

—Quédate quieto —bufaba con los dientes apretados—. Te dolerá más si no colaboras —esa sonrisa horrenda le daba a Tsuna una idea de la clase de vida que llevaría junto a ese alfa—. Eres lindo… quiero tratarte bien, y cuando me canse de ti… romperé el lazo y podrás ser la puta de alguien más

—¡Muérete! —Tsuna empezó a derramar lágrimas debido al asco e impotencia.

 

 

Había alfas que respetaban su lazo para toda la vida, pero también había patanes como ese que se dedicaba a marcar a quien le pareciera buen candidato, dejaba hijos y rompía el lazo porque alguien más le llamaba la atención. Los omegas sufrían demasiado cuando eso pasaba pues el lazo era lo más importante que tenían, adoraban a su señor, a su pareja y ser abandonados de esa forma sólo les dejaba dos caminos: buscar un nuevo alfa o suicidarse. Era horrendo

 

 

—No lo permitiré

—Eres raro —se reía  cuando logró darle la vuelta al castaño y aprisionarlo con su propio cuerpo. Presionaba la cabeza del menor hasta que la mejilla raspaba con el piso y a pesar de eso Tsuna no dejaba de removerse en un intento desesperado— cualquier omega ya habría caído ante mi aroma —sonrió mientras se restregaba lascivamente contra las nalgas del castaño

—Pues tu aroma me da asco —estaba empezando a sollozar pues poco a poco el aroma de ese idiota le estaba llegando a afectar. Peor que eso: empezaba a disfrutar al ser sometido. Tsuna sentía asco de sí mismo cuando el calor aumentaba en su cuerpo y lo hacía temblar, pero se negaba a ceder. No iba a responder ante ese alfa. Se removía, asqueado por sentir el miembro ajeno rozarse entre sus nalgas—. Maldito seas… ¡maldito! —rasgaba el suelo con sus manos, se llenaba de tierra, intentaba inútilmente evitar sus instintos

—¿Usaste algún tipo de supresor? —el alfa se reía, apretando las muñecas del castaño, las que de un solo movimiento aprisionó en la espalda del mismo— Deberías saber que eso no funciona en el primer celo. A lo mucho te quedarás infértil si tomaste demasiados

—Déjame —su voz bajaba de tono cada vez más. Se estaba aturdiendo por el aroma ajeno, el aroma tan poderoso y tan cercano— por favor… no quiero

—Tú no decides —sonreía al ver que poco a poco el forcejeo pasaba, se volvía nulo. Le soltó las muñecas cuando ya sintió la falta de resistencia— qué bien… parece que ya pasó el efecto de lo que sea que usaras —lamió la mejilla del castaño que tenía un toque salado debido a las lágrimas, le besó el cuello y una de sus manos se deslizó hasta el vientre en busca de un camino hasta el miembro del jovencito

—Para —suplicaba, pero su cuerpo estaba reaccionando. De nuevo sentía su propia lucidez irse a la mierda, sólo podía llorar de impotencia, porque perdió… ¿qué podía hacer ahora? — por… favor —se mordió el labio para no gemir cuando los dedos de ese tipo lo acariciaron por encima del pantalón. Se sentía peor que un gusano

—El tiempo llegó

 

 

Todo pasó muy rápido. Tsuna sólo dejó de sentir las caricias ajenas, escuchó un quejido, un par de golpes y el aroma de alguien más que lo hizo suspirar lleno de placer.

Hibari se había quedado fuera de aquella cueva, mirando el cielo, escuchando toda esa cantidad de barbaridades que soltaba el alfa. Aquel sujeto de cabellera platinada que ni siquiera se fijó en su presencia porque estaba más entretenido en empezar a someter al omega en celo. Qué estupidez era esa. Tal y como el trato lo pactaba esperó la hora justa, segundos totales y entró. Fue cuestión de jalar al maldito y dejar al castaño libre. Sonrió al ver la sorpresa de ese sujeto y usando una de sus tonfas lo dejó sin aire. Lo golpeó un par de veces y lo sacó de aquel lugar. Fue tan fácil que le pareció aburrido.

 

 

—Llegué primero  

—No me interesa —sonrió Hibari—. Si pude dejarte así con un par de golpes… me haces perder el tiempo —dijo al ver la sangre brotar de la nariz del desconocido

—¿Peleas? ¿Por el omega? Pues empecemos —sonrió el otro con altanería

—Kamikorosu —fue lo que soltó el azabache de mirada azulina y amenazante antes de empezar con aquella faena.

 

 

El castaño soportó bien y su pago llegaría a base de la satisfacción de Hibari. Peleas por el resto de esos días en el primer celo del castaño que, ahora, hecho bolita en el suelo, se abrazaba a sí mismo sintiendo los efectos de su sumisión donde quería ser sometido por alguien de poderío  

Kyoya derrotó al primero y bufó decepcionado pues no duró tanto. Sólo era un alfa de lengua larga; mucha palabra, poca pelea. Hibari guardó las tonfas entre su ropa y volvió al interior de aquella cueva; se mareó un poco al sentir el aroma del castaño, pero le bastó con un poco de voluntad como para deshacerse de esa impresión. Tomó al castaño tembloroso en brazos, como si fuera una princesa rescatada, una de los cuentos que su madre le relataba cuando apenas era un niño.  Aun recordaba las palabras de su madre “un omega no debe ser despreciado o humillado, es humano como tú y yo, Kyo-kun… así que debes tratarlos bien. No son frágiles pero un poco de gentileza puede ser el mejor remedio para cualquiera”. Su madre era sabia

Escuchaba los leves gemiditos de ese omega, que se removía en sus brazos tratando de seducirlo, lo ignoró completamente, eso no era de su incumbencia. Caminaría con el omega en brazos por las calles y lo dejaría en la casa de los progenitores correspondientes. Los vio antes, ese beta rubio peleó dignamente y la castaña no se quedó atrás. Kyoya respetaba esa labor de padres.

En su vida vio muchos betas que por miedo abandonaron a sus hijos omegas. Alfas que desecharon a los omegas descendientes de su sangre. Mucha mugre en ese mundo y él no quería ser como esas ratas. Él le prometió a su difunta madre no sucumbir ante esas divisiones sociales, no lo había hecho hasta ese punto en donde bordeaba los veintisiete años

Hibari Kyoya era un carnívoro, todo el resto sería devorado por él

 

 

—¡Tsu-kun! Dios mío —la madre apenas vio a su hijo siendo cargado por un alfa, se le estrujó el corazón. Si venía en brazos de alguien era posible que hubiese fallado el plan de escape—. Usted es…

—Métalo dentro —habló con seriedad mientras seguía caminando, encontrándose también con el beta del hogar que se veía en malas condiciones. Le dio el cuerpo frágil del castaño quien seguía temblando, abrazándose a sí mismo y gimiendo, negándose a separarse… Tsuna se había perdido en los efectos de su celo, pidiendo sexo sin descaro alguno

—No está marcado —habló Iemitsu con alegría, se le escaparon las lágrimas al verificar que no existía una marca en el cuello de su hijo—. ¿Pero tú qué rayos quieres por ayudarlo?

—Pelea —respondió con simpleza mientras miraba al alfa que lo alcanzó, cabe decir que derrotó unos dos en el camino aun con el castaño en brazos. Estaba insatisfecho pues sus oponentes habían sido debiluchos, pero llegaban más alfas los cuales parecían más decentes

—Vamos… Ven —Iemitsu no esperó más, no quería explicaciones, sólo quería ver a su pequeño hijo a salvo. Tiró del brazo de Nana e ingresaron a la casa, que ahora tenía algunos daños, pero nada comparado con lo que salvaron ese día

 

 

El azabache sonrió ese día, estaba emocionado. No solo conoció a un omega revoltoso que cumplió con su objetivo a pesar de todo. Sino que comprobó que no todos en ese mundo se resignan a cumplir con su destino. Y como si fuera poco, descubrió que era divertido pelear con quienes intentaran acercarse a un joven omega en celo. Tal vez debería hacerlo más seguido, sólo tal vez.

 

 


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