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Buenas intenciones por exerodri

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Notas del capitulo:

Hola gente! aquí reportandome luego de bastante tiempo. Les traigo el capitulo 7, espero que les guste.

Una cosita rápida: recuerden que el ídolo de T.K se llama Manu Finóbili, el cual el nombre es una parodia (para nada disimulada XD) de un famoso jugador de basquetball de la Argentina. Solo tomé el nombre del jugador como referencia, ya que el jugador que inventaré aquí en los próximos capítulos no tiene nada que ver con el original, son completamente diferentes.

Ah una ultima cosa :P El apellido del personaje que abre este cap lo saqué de un libro que se llama "Terapia" de un autor alemán. Lo recomiendo mucho, es un thriller psicológico muy bueno. Me gustó el apellido je, así que decidí agregarlo aquí :V

 

Paul

Paul Larenz era una persona de negocios, así que lo que le había sucedido no le hacía gracia en absoluto. ¿1 día? ¿1 día entero tenía que esperar para volver a la capital por culpa de un “error” en la planificación de su vuelo? La rabia le invadía. A él no le temblaba el pulso para insultar a medio mundo a los gritos, pero aun así supo que no valía la pena enojarse. Los pobres diablos que trabajaban en ese intento de aeropuerto no tenían la culpa. La culpa era de algún inepto de la empresa, seguramente algún joven nuevo, que había planificado mal su cadena de vuelos de negocios. Ahora, en vez de estar volando de regreso hacía la capital para una reunión con inversionistas, tenía que quedarse estancando en ese pueblucho que se hacía llamar “una ciudad”. Los pocos vuelos que partían hacía la capital ya estaban agotados, así que tuvo que comprar un boleto para el día siguiente.

Mientras viajaba en el taxi al hotel, se imaginó lo que le haría al infeliz que había cometido el error en la planificación de sus vuelos. Pensó en cobrarle del sueldo todos los gastos provocados por el error, más un plus por las molestias, una quita del 40% del sueldo durante algunos meses y aumento de carga horaria. “Vaya que me he ablandado” pensó sorprendido de sí mismo, con una sonrisa. En otra época simplemente le hubiera despedido y comenzado acciones judiciales por incompetencia. Sin rodeos. Sus abogados podían ganarle un juicio hasta al estado por pintar la vereda de su casa de un color que no le gustaba.

Llegó al lujoso hotel y depositó una jugosa propina en el bolsillo del enclenque joven encargado de llevarle las maletas hasta la habitación. Luego de registrarse en el lobby, el cual obviamente era pagado por la empresa, se fue a su habitación todavía masticando ira. Mediante llamadas enojadas e idas y vueltas de emails, había logrado organizar su alocada agenda de nuevo. “No te preocupas Paul, yo me encargaré de la reunión de hoy, cálmate y tómate un día de vacaciones, trabajas demasiado” le dijo uno de sus colegas, el de más confianza, cuando llamó a su oficina de la empresa.

¿Él? ¿Descansar? Era parte de la empresa de ropa deportiva más grande del país y de aquella región del continente. ¡No podía darse el gusto de descansar sin razón! Pero de todas formas, aunque aborrecía la idea de descansar tanto como aborrecía al idiota que había provocado ese error, supo que desde donde estaba ya no podía hacer nada.

Se recostó sobre la cama, viendo el techo. La tranquilidad y la soledad de la muy cara habitación le envolvió. No le gustaba. Sacó del bolsillo de su traje el franco que su padre le había regalado hace más de 35 años. Como cada vez que necesitaba pensar, paseó la gran y pesada moneda de un nudillo a otro de su mano derecha. “Un día de vacaciones” se dijo a sí mismo. Ya no recordaba cuando había sido la última vez que tomó vacaciones. No sabía qué hacer.

Luego de unos minutos en silencio, la necesidad de movimiento fue ganando terreno en su cuerpo. No podía quedarse allí echado en la habitación del hotel todo el día. Su vuelo hacía la capital era a las 8 Am del día siguiente.

Se levantó de la cama y tomó su gabardina negra. Salió de la habitación. No sabía que haría, pero de seguro aquella ciudad habría de tener algo para él, aunque lo dudara bastante. Al salir a la calle, lo primero que hizo fue observar el cielo. Las nubes grises formaban un manto desmoralizador que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Aquello le pareció extraño. Durante todo el vuelo en el avión, como en sus cortas visitas en ciudades medianamente cercanas, el cielo se había mostrado azul y radiantemente despejado. Era como si las nubes hubiesen elegido específicamente esa ciudad para estar, como si hubiera algo allí que las atrajese. “Tristeza” fue la primera palabra que se le vino a Paul a la mente al ver el firmamento.

A pesar de la ausencia de sol, se calzó sus gafas oscuras. Eran una parte de él, a tal punto que se le hacía extraño y hasta incomodo no ver todo de un tono verdoso al estar al aire libre. Comenzó a caminar sin rumbo, observando los edificios cercanos de lo que parecía ser “la mejor parte de la ciudad”. Los miró sin interés. Eran la mitad de altos de los edificios estándares que solía ver en la capital. Lo que si lo sorprendió fue lo pequeño que había resultado ser la “mejor parte de la ciudad”, ya que solo le bastó caminar 2 calles para encontrarse en lo que parecía ser un pueblo fantasma. Calles desiertas, locales cerrados, clausurados o con un cartel de “Se vende” en el frente, señalizaciones de transito dobladas adrede o manchadas con grafitis. Las pocas personas que caminaban por ahí lo hacían rápido, nerviosas, como si intentaran ser sombras que pasan desapercibidas.  

 Paul miró toda aquella decadencia con asco y pensó que el cielo gris y apagado estaba en perfecta consonancia con lo que sucedía en esa ciudad. “Pero que porquería, ¿Por qué tuve que estancarme justo aquí?” se quejó mientras continuaba caminando. Arrepintiéndose de haber salido a pasear donde no había nada que valiese la pena, llegó a una avenida. El movimiento de gente y autos le dio un mínimo pero reconfortante sentimiento de familiaridad. Sin embargo, luego de compararlo con la efervescencia que solía ver y vivir en la capital, se dijo a si mismo que aquel movimiento era un lamentable espectáculo de gente que no le quedaba otra que vivir allí, presos de su realidad.

Con ayuda del viento que soplaba de frente, se peinó para atrás su cabello prematuramente encanecido. Su pelo ya prácticamente blanco le hacía ver mucho más mayor de lo que sus 46 años demostraban.

Con cada paso se convencía a sí mismo que salir a caminar había sido una mala idea. Aquella ciudad no tenía nada para ofrecer, nada que le llamara la atención. Solo veredas con adoquines rotos, calles céntricas con el asfalto agrietado y rotoso, alcantarillas sin tapas de donde se elevaban vapores hacía el aire. Pura decadencia.

Justo cuando estuvo a punto de levantar su mano y llamar a un taxi para volver al hotel, algo le llamó la atención. “Micro-estadio municipal” pudo leer en letras muy grandes al frente de la única estructura sobresaliente en esa parte de la ciudad. Paul se acercó con las manos en los bolsillos de la gabardina, más impulsado por el aburrimiento que por el interés. En la puerta del estadio, un afiche anunciaba el enfrentamiento de dos escuelas por el inicio del campeonato regional de básquet.

-Básquet-dijo para sí mismo con una media sonrisa ¿Acaso el destino se burlaba de él?

El basquetbol era el deporte en el que se había especializado en los últimos 15 años, conocía muy bien el ámbito. Sin embargo… ¿En serio estaba pensando en entrar? ¿Él, quien estaba acostumbrado a presenciar partidos de la liga nacional desde el vip con importantes empresarios o figuras del deporte como compañía? ¡Hasta hubo un momento en el que tenía su propio lugar reservado en los estadios de la NBA! ¿En serio pensaba en entrar a ver ese encuentro de juveniles, solo por no tener nada que hacer? Vio su reloj. Eran apenas las 14:45 hs, aun quedaba mucho tiempo por desperdiciar. Tiempo que transcurría exageradamente lento para él. Con un suspiro que contenía un tremendo odio hacía el idiota de la compañía que había organizado mal sus vuelos, entró y pagó su entrada.

Buscó un asiento que estuviese alejado del grueso de la muchedumbre y se dedicó a responder desde el celular los mails atrasados. Ante su indiferencia, el partido comenzó. De vez en cuando, desviaba su vista del celular y miraba el juego. Tal como había imaginado, nada le llamaba la atención. Solo eran adolecentes enclenques. Muchos tiros fallidos, jugadas aburridas, pocas individualidades por miedo a fallar y comprometer la posición del balón. Nada interesante, aunque eso a Paul no le desilusionó, ya que había entrado sabiendo que solo vería un partido de básquet sin importancia.

Así siguió por los dos primeros tiempos del encuentro, con su vista más en su celular que en el partido. Los bostezos eran cada vez más regulares en él. La diferencia de puntos entre un equipo y otro era mucha, haciendo aun más aburrido ese bodrio. Comenzó el tercer tiempo, y mientras terminaba de escribir una respuesta para un mail que había recibido del departamento de marketing de la empresa, escuchó algo que no había escuchado en todo el tiempo que llevaba ahí sentado: exclamación de la gente.

Giró sus ojos hacía al campo, por mera curiosidad, y entonces lo vio. Un chico rubio tomaba la pelota y tras una carrera a toda velocidad anotaba para su equipo. Por primera vez en lo que iba del encuentro, a Paul le pareció ver algo de calidad. Siguió con sus mails, pero tal fue su sorpresa al darse cuenta que sus ojos se enfocaban  cada vez más en la cancha que en su celular. Y era que aquel muchacho recién ingresado, a quien el uniforme le quedaba estúpidamente suelto, había cambiado todo.

Para su propia sorpresa, guardó su celular en el bolsillo y se dispuso a observar al “93”. Sus movimientos, sus habilidades, sus expresiones. Tuvo la necesidad de analizar todo. Pero no solo lo que hacía aquel blondo en la cancha, sino lo que provocaba también afuera de esta. Cuando ese chico tomaba la pelota, daba la impresión que algo genial sucedería, y la gente lo dejaba en claro con sus exclamaciones y gritos. Antes de su ingreso las personas aplaudían, si, pero con él en cancha la euforia se había apoderado de ellos. Incluso el equipo que vestía de azul había cambiado de actitud. Aquel rubio había hecho eso, él solo.

Paul se acomodó en su asiento, teniendo la sensación de ya no estar ante un partido de basquetbol en el que había entrado a ver por aburrimiento, sino ante algo más. Algo muy importante.

“¿Será posible…?”

El tercer cuarto terminó, y al peliblanco se le hizo eterno el tiempo de descanso. No podía creer su ansiedad ¿Cuándo había sido la última vez que se sintió de esa manera viendo a un joven desconocido jugar basquetbol así? Creyó tener la respuesta, pero no la quiso aceptar. Todavía no, aun era muy apresurado.

Cuando comenzó el último cuarto del partido, Paul estaba al borde de su asiento. Solo tenía ojos para aquel muchacho. Necesitaba estar seguro de lo que sentía. Con cada minuto que pasaba, creía encaminarse a una respuesta.

De vez en cuando, desviaba su atención al ambiente en las gradas. Al igual que él, la gente estaba pendiente de ese muchacho. Se notaba.

¿Cuál era su secreto? ¿Acaso eran sus habilidades? ¿Su apariencia? ¿O acaso su actitud había cautivado al público? ¿Una mezcla de las tres cosas? No importaba la respuesta. Ese chico tenía eso que hacía que la gente le tuviese empatía. Y Paul sabía muy bien que ese eso, manejado de una forma correcta (como solo él sabía hacer), podía significar una cosa: mucho dinero.

“¿Será posible que…”

-Oye muchacha…- le dijo a una chica que pasaba a su lado, llevaba un sombrero-… ¿Sabes cómo se llama aquel chico rubio, el 93?- preguntó señalando al blondo.

-Claro, es Takeru Takaishi- contestó la adolecente con una sonrisa.

-¿Estás segura?- preguntó  Paul serio, necesitaba saber el nombre de ese chico como fuese.

-Por supuesto que sí, es compañero mío de clases.

-Muchas gracias.

El peliblanco sacó su celular y anotó ese nombre en un borrador.

-Takeru Takaishi- dijo en voz baja, para después anotar también el nombre de la escuela de aquel muchacho.

Continuó viendo el partido, o mejor dicho, a Takeru. A la cancha entró otro jovencito que también el uniforme le quedaba exageradamente suelto y grande. Uno castaño quien, al igual que el rubio, animó al partido. Empalidecía en comparación al blondo, pero de igual manera Paul notó algo en él.

De repente, Takeru cayó. La sangre salía de su nariz y el partido se detuvo. El peliblanco se levantó de su asiento sin despegar su vista del muchacho.

-Sigue jugando…-susurró, observando cómo atendían al menor a un costado de la cancha-…no te acobardes, vamos.

Se le hizo raro sentirse feliz al ver que el rubio entraba de nuevo al terreno de juego. Eso confirmaba sus ansiosas sospechas, y él lo sabía. Takeru lanzó los tiros libres de forma perfecta, y luego de unos minutos más el partido terminó. Sentado de nuevo en su asiento, Paul vio como el rubio respondía con una sonrisa tímida a los saludos y felicitaciones de sus compañeros.

Con una sonrisa que no podía evitar aunque quisiera, sacó del bolsillo su moneda y la hizo pasear por sus nudillos con agilidad. Ya no tenía dudas. La última vez que había sentido ese mismo extraño presentimiento, fue cuando descubrió a un desconocido Manu Finóbili jugando al basquetbol en una cancha publica a la par de la playa, hace más de 15 años.

“¿Será posible que haya descubierto por accidente a la nueva figura del deporte y de nuestra empresa?”

Después del partido

Las ansias le habían dominado el cuerpo y la cabeza, y Tai sabía que se le notaba. Afortunadamente no había nadie allí que lo viera. Esperaba por T.K en el codo de uno de los pasillos de la parte interna del micro-estadio, lejos del público, donde estaban los vestuarios y algunas oficinas administrativas del complejo. Allí nadie los vería, ya que esa curva del pasillo solo conducía a un cuarto sin uso. Nadie tenía necesidad de ir allí. Pero él tenía una gran necesidad: la de ver al rubio urgentemente. No era un capricho, era una necesidad. Continuaba anestesiado por las emociones que lo habían sacudido durante al partido. Lo único que su mente y su corazón querían en ese momento era estar frente al ojiazul, aun sin saber si estaría preparado para eso. Si su cordura aguantaría.

-Recibí tu mensaje ¿Que sucede?- escuchó decir a aquella voz que tanto le tranquilizaba, para después ver aparecer al rubio doblando el codo del pasillo.

Continuaba con ese uniforme azul con detalles naranjas, el cual le quedaba grande. Su cabello estaba perfectamente despeinado y ya no tenía el algodón en la nariz.

Tai no supo que decir.

Bien terminado el juego le había mandando al blondo un mensaje pidiéndole que se encontraran allí, pero sin tener en claro el porqué. Solo se dejó llevar por el impulso.

-Eeemm nada, jejeje…- dijo entre una risita nerviosa.

Completamente dominado se acercó al blondo y lo abrazó lentamente, apoyando su mejilla en esos mechones rubios.

-Solo quería felicitarte, lo hiciste muy bien- dijo con voz suave, mientras cerraba los ojos y se dejaba derretir en ese abrazo.

-¿Enserio? ¿Viste todo el partido?-escuchó decir al ojiazul, entre emocionado y alegre, mientras sentía como este le abrazaba también.

-Por supuesto, fue genial- le dijo separándose para verle a la cara- sinceramente me sorprendiste, sabía que jugabas bien pero ¡Vaya! Animaste tu solo a la gente. Muchas chicas te gritaron cosas desde la tribuna, me puse celoso- agregó con una sonrisa.

T.K hizo girar sus ojos y lanzó un resoplo.

-Oye- dijo Tai tomando la mano del menor- ¿Qué te parece si inventamos un saludo especial, eh?

-¿Saludo especial?- preguntó el rubio perplejo.

-Claro ¿Por qué no?- dijo el moreno, riendo nerviosamente mientras chocaba la palma y luego su puño contra la mano inerte del ojiazul.

Se sintió tonto ante la mirada confundida de T.K y al ver que el menor no respondía con el saludo. Pero no podía decirle que si Andy tenía un saludo especial, él también quería uno ¿Qué clase de loco celoso parecería?

-Pero si tú y yo ya tenemos un saludo especial- le contestó el blondo.

-¿Lo tenemos?- preguntó el castaño, sin entender.

Sonriendo, T.K se acercó a él y parándose en la punta de sus pies le dio un rápido beso en los labios que lo sorprendió. El menor dio unos pasos para atrás, sonriéndole. Tal como Tai había imaginado su cordura no aguantó.

-Mierda, es verdad- dijo con la respiración pesada para luego abalanzarse sobre el rubio y encerrarlo con su cuerpo contra los adoquines blancos.

Lo miró a los ojos, esos ojos azules que hacían que perdiese la cabeza. Dejándose caer en la contemplación observó sus hombros, y recordó algo que quería hacer desde el momento que vio a T.K con ese uniforme. Sin decir una palabra, como si ya tuviera permiso de antemano o como si no necesitase permiso en lo absoluto, introdujo sus dedos por debajo de las tiras del uniforme de básquet y las deslizó para los costados. Debido a lo grande que le quedaba el uniforme al menor, en conjunto con la gravedad, se deslizaron hacia abajo por los brazos del rubio, dejando su deleitoso pecho al descubierto.

-¡¿Pero qué haces, idiota?!- le gritó T.K completamente rojo mientras se subía de nuevo las tiras.

-jaja perdón, no pude contenerme- rio Tai, para luego unir sus labios con los del ojiazul bruscamente.

Saboreó esa boca con tanto ahínco, como si no lo hubiera hecho en años. Sus manos disfrutaban por separado de despeinar aun más ese cabello rubio y de sostener esa agradable cintura. Pudo escuchar como la respiración del menor se aceleraba.

-Tai, alguien… alguien podría venir- susurró sin aire el blondo, separando los labios de los suyos. Aquello sonó tan lascivo a los oídos del castaño, que en vez de ser una advertencia para parar fue un incentivo para seguir.

-Nadie vendrá- contestó para volver a arremeter contra esos deliciosos labios.

Mientras lo besaba, Tai pudo sentir las manos del rubio en su espalda, agarrándole con fuerza de la ropa. Nada podía gustarle más. Sabiendo de lo que provocaba en el menor, trasladó sus besos al cuello. T.K se lo merecía.

-No…No Tai, estoy…todo transpirado- dijo el ojiazul como pudo, sin embargo, su cuerpo hacía todo lo contrario a las intenciones de sus palabras.

El rubio sujetaba fuertemente al moreno y lo atraía hacía si, como si lo último que quisiese fuese soltar al mayor.

-T.K, te devuelvo tu rodillera, muchas graci…

Ambos, blondo y castaño, giraron su cabeza lentamente hacía la persona que apareció en la curva del pasillo. Con la cara encendida, un pecoso de ojos verdes los observaba pasmado.

-Eh…pe-perdón, mejor vuelvo al vestu-tu-tuario…

-Andy…- dijo T.K, saliendo del asedio de Tai-…pareciera jeje que estas destinado a encontrarnos en situaciones…particulares jejeje- dijo con una risa nerviosa que iba acorde con lo rojo de su cara.

>Oye Tai- se giró hacía el moreno sonriendo- él es Andy, Andy él es Tai, bueno supongo que ya lo conoces.

Los dos castaños se miraron a los ojos, aunque Andy no pudo sostenerle la mirada por mucho tiempo. Había algo en esos ojos marrones que le daba miedo. La forma como le miraba ese chico le hacía entender que no le agradaba mucho. Que no le agradaba nada. Con un miedo que no podía disimular, estrechó la mano del oji-café, el cual respondió con poco entusiasmo.

-Ya le expliqué como son las cosas, y que tú no tienes nada que ver con los idiotas amigos de Erick- dijo T.K depositando su mano en el hombro de su compañero notoriamente incomodo y nervioso.

-Debería volver al vestuario- dijo Andy viendo al rubio a los ojos- muchas gracias por la rodillera- agregó entregándole la prenda y dándose media vuelta.

-Espera…- le detuvo el rubio tomándole del brazo antes de que se alejase-…ahora que no estamos rodeados de gente… ¿Me dirás el verdadero motivo de esos moretones?

T.K no lo podía dejar pasar. Ese día Andy se había aparecido con marcas moradas en sus brazos, y un pequeño moretón en la mandíbula, debajo de la oreja.

-Ya te lo dije, me caí mientras andaba en bicicleta- le contestó el castaño menor desviando su mirada al suelo.

El blondo, a pesar de sentir que aquello era mentira, asintió y soltó del brazo al ojiverde, que se alejó por el pasillo.

-¿Era necesario que lo vieras con esa cara de odio?- preguntó girándose nuevamente hacía Tai- pareces mi hermano.

-Perdón- contestó el castaño normalizando su rostro- es que aun sospecho que ese enano hará involucrarnos con Erick nuevamente.

-Ya te dije que no viven juntos y que apenas se hablan, así que trata de ser más amable con él la próxima vez… ¡Y no le digas enano, tiene mi misma estatura!- agregó con enojo- si le dices enano a él, me estás diciendo enano a mí.

-¿Y dónde estaría el error?- le preguntó el oji-café con una sonrisa burlona.

A T.K le hirvió la sangre. Ya tenía suficiente con sus propias dudas sobre su estatura y el ritmo de su crecimiento para tener que estar aguantando esa clase de bromas.

-¿Estas buscando problemas?- dijo golpeando el vientre de Tai con sus puños.

-Jeje es broma, es broma- le contestó el mayor riendo, agarrándole de las muñecas.

A pesar de intentar zafarse, no podía liberarse del agarre del moreno ¿Acaso siempre perdería en cuanto a fuerza contra Tai?

-Oye ¿Y que fue eso, en la cancha?- le preguntó el castaño con una sonrisa sugerente, sin soltarle.

-¿Eso qué?- dijo el rubio deteniendo el forcejeo.

 -Eso lo que hiciste antes de lanzar el tiro libre- le contestó el mayor acercándose más a él- besar mi regalo.

-Ah, eso…- dijo T.K, desviando su mirada de los ojos marones de Tai, sintiendo como la vergüenza ganaba lugar en él-… es algo que comencé hacer en las practicas, no me di cuenta que lo había hecho en el partido…siento que me da suerte.

-Me encantó que lo hicieras- dijo el mayor, acercándolo lo suficiente para besarlo con lentitud.

Una vez le soltó de las muñecas, T.K no pudo hacer otra cosa que depositar sus manos en la cadera del moreno. Por dentro le molestó que el castaño pudiera hacerle cambiar del enojo al cariño tan fácilmente, a voluntad, sin embargo sabía que no podía resistirse. El calor que desprendían juntos era tan reconfortante, que no le encontraba comparación con nada antes conocido.

-Ya debería volver, necesito ducharme- dijo al castaño, recuperando la noción del tiempo y lugar.

Le dio otro beso que marcara el final de ese encuentro y se perfiló hacía el pasillo.

-Está bien- dijo Tai comprensivo- que suertudos tus compañeros, quisiera poder bañarme contigo.

T.K ladeó su cabeza riendo, mientras caminaba de vuelta al vestuario.

Doloroso descubrimiento

Kari se alistó y salió de su casa. Iría al cine con dos chicos. Sabía que aquello se oiría raro, y que escandalizaría a cualquier persona conservadora, pero su conciencia estaba más limpia que un quirófano. No era una cita doble ni mucho menos, y su actitud calmada era la prueba.

Llegó al cine. Los dos muchachos la esperaban en la puerta. Al ver a T.K, se dijo a si misma que sus sospechas habían sido correctas. Allí estaba ese chico, el más lindo que había visto en su vida, con su rostro de ángel, sonriéndole. Se veía más guapo que nunca. Sin embargo no sintió nada. Esa era la prueba que la fascinación por ese chico había mermado hasta el punto de desaparecer, como si el paso del tiempo hubiese llevado inevitablemente ese enamoramiento inicial al cofre del olvido. Eso, lejos de desilusionarla, le llenó de alegría. Había encontrado en el blondo una clase de amistad nunca antes experimentada. Podía ser más feliz con T.K como un amigo fiel que como un novio o pretendiente perfecto, y eso estaba bien.

Allí también se encontraba aquel chico moreno, quien conoció aquel día cuando fue a alentar al ojiazul en su primer partido de basquetbol: Davis. Ya se habían juntado en varias ocasiones los tres. También le había tomado un fuerte cariño, a pesar de que fuese algo charlatán y pesado con sus bromas. Solo mucho tiempo después, Kari se daría cuenta que esas bromas y esa charlatanería eran una forma extraña y torpe de coqueteo.

Consientes de estar transitando los últimos días antes de que los exámenes en las escuelas se pusieran verdaderamente pesados, los tres jóvenes disfrutaron de la película y de su mutua compañía. Luego decidieron ir a almorzar en un local de comidas donde el poco dinero que tenían en los bolsillos fuese suficiente. Ya que tomar un taxi no era una opción, caminaron juntos por una zona de la ciudad que no inspiraba mucha seguridad, aunque en realidad ya eran pocas las zonas que lo hacían. El local de comidas no estaba muy lejos.

T.K, quien se reía desmesuradamente con Kari a causa de las ocurrencias de su moreno amigo, se detuvo y enmudeció al darse cuenta del lugar por donde pasaban. Se quedó observando ese local abandonado, con las vidrieras hechas añicos.

-¿Por qué te detienes aquí, T.K?- le preguntó Davis por detrás- ah, ya reconozco este lugar- exclamó como quien recuerda algo después de pensarlo mucho- aquí fue donde apalearon a esos dos chicos, el caso que salió en las noticias.

-Solo quiero ver algo, no tardaré mucho- contestó el blondo caminando hacía el local, sin esperar una respuesta.

Davis, en vez de protestar el haber detenido la marcha hacía el almuerzo, aprovechó para quedarse en la acera junto a Kari, llenándola de cumplidos que no surgían efecto pero que no molestaban tampoco.

T.K se acercó a la tienda, observando todo con triste curiosidad. Los trozos de vidrio continuaban esparcidos tanto adentro como afuera de la tienda abandonada. Como si a nadie le importase que aquello siguiese así después del ataque. Como si a nadie le importase el ataque en realidad. El solo hecho de imaginarse como esos dos chicos eran golpeados le estrujaba el corazón. Se identificaba con ellos. Pudo imaginarse el miedo, la desesperación, la impotencia de esos chicos al momento de la golpiza. Chicos que al igual que él se habían enamorado de alguien de su mismo sexo ¿Ese había sido su “error”, su pecado? ¿El caminar en público de la mano con la persona que amaban? Que injusto ¿Por qué tenía que ser así, de esa forma? se preguntó. El solo imaginar que a Tai le hicieran algo malo por estar en pareja con un chico le crispaba los nervios. No podría soportarlo.

El blondo sabía que todavía uno de los chicos golpeados seguía en terapia intensiva a causa de sus lesiones. Pensó en la familia de esos chicos, en como estarían sufriendo. De inmediato se imaginó a su propia familia en esa misma situación. No. No podía permitirlo.

Suspirando, dio un último vistazo de aquel triste escenario, y algo en el suelo le llamó la atención. Algo negro, que contrastaba entre los vidrios rotos, descansaba en ese desastre.

"¿Será posible...?"

Se agachó y lo observó más detenidamente. Cuando se dio cuenta lo que era, se le congeló el alma.

“No por favor, que no sea eso” pensó, rogando al cielo que sus ojos estuviesen viendo mal.

Movió cuidadosamente los cristales rotos que lo cubrían y al verlo mejor, cerró los ojos a causa el dolor punzante en su interior. Un trozo de cuero negro. Pero no cualquier trozo de cuero, sino el que le faltaba a la campera de Matt. Aun sin poder creerlo, tomó el trozo de cuero y lo miró fijamente. No tenía dudas, podía reconocer el aspecto del cuero, además tenía la forma exacta del pedazo faltante en la espalda de la campera.

-T.K ¿Estás bien?- le preguntó Kari desde la acera- ¿Qué estás viendo?

-Ah, nada- contestó simulando normalidad, mientras se levantaba del suelo guardando el trozo de cuero en el bolsillo trasero del jean- vayamos a comer.

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-Ahg, mierda- se quejó Matt, dejando de tocar el bajo.

Ya habían pasado 3 semanas desde que se había lastimado la mano al intentar  golpear a Taichi, sin embargo de vez en cuando el dolor seguía visitándole. Resignado a que no podría seguir practicando, se levantó de su asiento y depositó cuidadosamente su bajo en un soporte en el suelo. Caminó hacía la cocina y se sirvió una taza de café mientras veía por la ventana el paisaje gris de la ciudad. Hacía rato que había dejado de prestarle atención al pronóstico del clima, si de igual forma siempre era lo mismo: las nubes grises dominaban el paisaje, negándose a irse. Al blondo siempre le habían gustado los días nublados y fríos, pero incluso él comenzaba a extrañar la energía que despertaba en uno el cielo azul.

Vio hacía abajo, a la calle. Una familia de un edificio contiguo cargaba sus pertenencias en un camión de mudanzas. Otra familia de esa zona que se iba, seguramente a otra ciudad. Ya había perdido la cuenta de cuantas habían hecho lo mismo, como una coreografía que no acababa nunca, y que no tenía intenciones de acabar. Lo que si estaba seguro era que en esa zona, como así también en cierta medida la ciudad entera, había cada vez menos gente y más casas vacías.

Terminó su café y se fue al baño. Luego de orinar, mientras se lavaba las manos, se observó en el espejo. Había perdido su pendiente negro. Le dio igual, luego compraría otro. Ojala solo hubiera perdido su pendiente el día anterior, pensó, eso hubiese hecho todo mucho más fácil. Suspiró al ver los raspones que cruzaban su rostro y su cuello y recordó los gritos pelados de su padre por volver a la casa todo herido. No podía explicarle a Hiroaki que esos lastimados a veces eran necesarios para lo que quería hacer. De hacerlo, seguro le detendría por la fuerza.

Estaba solo, así lo había decidido y así tenía que continuar. No tenía que involucrar a nadie más. No importaba que su padre se volviese loco cada vez que llegara a casa lastimado, no podía saberlo.

 Mientras se secaba las manos, escuchó la puerta de entrada del departamento abrirse y volver a cerrarse. Con la seguridad de que era T.K, salió del baño y caminó hacía la sala para recibirlo. Justo cuando estaba por abrir la boca para bostezar, algo parecido a una tela le impactó de lleno en la cara.

-¡¿Qué carajo?!- exclamó sobresaltado, mientras daba unos pasos hacia atrás quitándose lo que tenía en la cara.

Al observarlo, pudo darse cuenta de lo que era al instante. El pedazo que le faltaba a su campera desde “ese día”. En su cabeza se formó la pesada idea de que algo grande se le venía encima. Sin ganas, levantó su vista hacía al frente y vio a T.K en el medio de la sala. Su rostro era el de alguien que veía algo despreciable.

-¿Por qué lo hiciste?- le preguntó el menor con furia.

-¿Hacer qué?

T.K lo miró con una cara que lo ponía nervioso.

-Encontré eso donde apalearon a golpes a esos dos chicos hace más de un mes- T.K miró a su alrededor como si aun no creyera lo que pasaba, como buscando una explicación donde no lo había - ¿Por qué lo hiciste?

Matt suspiró, mientras enrollaba y desenrollaba el pedazo de cuero con sus dedos. Le bastó con ver el ardor en la mirada celeste de su hermano para saber que no podía seguir haciéndose el desentendido.

-No comprenderías- dijo en voz baja desviando su mirada.

-¿Qué no comprenderé? ¿Qué te gusta pelearte y maltratar a chicos indefensos en tu tiempo libre?- T.K levantaba su voz cada vez más y más, preso de una creciente rabia mezclada con dolor- ¡¿Qué tu pasatiempo es golpear “maricones”?!

El menor caminó hacía él y lo empujó, gritando:

-¡Pues golpéame entonces! ¡Vamos, diviértete! ¡Aquí tienes un objetivo más!- Matt retrocedió mientras T.K le seguía pegando empujones, sin hacer ni siquiera el intento de detenerlo. Su espalda tocó la pared de la sala- ¡Vamos! ¡¿Qué esperas?! ¡Mándame al hospital, para que puedas sentirte satisfecho!

A Matt eso se le hizo tan irreal que dudó si aquello era un sueño. Su hermanito nunca se le había plantado así, tan desafiante. Aunque más que sorprendido, el dolor cobró más peso en su interior. T.K se veía notoriamente decepcionado. El mayor sabía que el único responsable de tanta tristeza, la suya como la de su hermano, era él. Si T.K le golpeaba en la cara, no tendría nada que objetar.

-Sabes que nunca te haría daño- fue lo único que pudo contestar, sin siquiera tener el coraje de ver a los ojos a su hermano.

T.K se separó de él y se pasó la mano por el cabello mientras ladeaba su cabeza en negación.

-¿Por qué lo hiciste?- preguntó nuevamente, ahora con más aflicción que enojo en su voz - ¿Cómo fuiste capaz de algo así? No lo entiendo ¿Así que por eso estas herido constantemente? Por favor, dímelo.

-No es lo que tú piensas, T.K- fue lo único que se le ocurrió decir al mayor, más que nada empujado por las ganas de hacer sentir mejor a T.K.

-¿Entonces qué es?- le preguntó el menor consternado, como si no pudiera seguir soportando tantas dudas.

Matt miró esos ojos. Sintió como su voluntad comenzaba a torcerse, y hasta pensó en la forma más conveniente de decirle la verdad. Sin embargó sacó fuerzas de donde no supo y se mantuvo firme.

-No puedo decírtelo- suspiró- pero por favor créeme, tengo buenas intenciones.

Se dio cuenta de lo ridículo que había sonado eso, pero no se le había ocurrido otra cosa.

-¿Buenas intenciones? ¿Cómo puedes decir algo así?- preguntó T.K aturdido.

Matt vio como su hermano se dio media vuelta y caminó unos pasos en silencio, como si necesitase alejarse de él para poder intentar acomodar sus pensamientos y emociones. El silencio era tal, que se podía escuchar claramente el tic tac del reloj que colgaba en la pared de la cocina. El mayor no se animaba a decir ni una palabra. 

-Por favor- dijo T.K dándose media vuelta, siendo la viva imagen de la preocupación-prométeme que no harás algo así nunca más, y que ya no vendrás a casa lastimado.

Matt quiso decir que si automáticamente, quería hacer que la tristeza saliera eyectada lejos de su hermano. Las cosas no debían ser así, T.K no tenía que verse involucrado de ninguna manera. Su hermano no merecía eso.

Aun así, supo que decir que si a esa promesa solo empeoraría las cosas. No podía prometer algo así, aunque quisiese. Tenía que seguir con su plan a toda costa, T.K luego lo entendería... cuando llegase el momento.

-No puedo prometerte eso, pero te prometo que todo saldrá bien T.K, ya verás- dijo intentado sonar creíble. Inmediatamente tomó conciencia que no lo había logrado- confía en mí.

T.K lo miró perplejo, como si el solo hecho de estar en esa situación fuese cada vez más irreal para él. El menor caminó hacía uno de los sillones de la sala y se sentó pesadamente, viendo el suelo.

Matt no supo si hablar o quedarse callado. Sabía que T.K estaba triste por su culpa, así que no sabía si era más conveniente apartarse o intentar solucionarlo. Con más ilusión que racionalidad dominándole el pensamiento, pensó que el menor solo necesitaba tiempo para asimilar el desagradable descubrimiento de ese día. Esperaba que así fuese.

-Ayer cambié las sabanas y las almohadas de tu cuarto- dijo en un intento de romper el denso silencio, mientras guardaba el trozo de cuero en su bolsillo- y ordené un poco tu armario, solo algunas cosas.

-No quiero quedarme aquí contigo- dijo el blondo menor levantándose, sin dirigirle la mirada- le preguntaré a papá si quiere ir a cenar a algún lado esta noche, nosotros dos solos, pero no vendré a dormir.

Abrió la puerta de salida del departamento y se fue, dejando a Matt en un silencio que nunca antes había sentido. Resopló pesadamente mientras se peinaba para atrás con ambas, apoyándose sobre la pared.

-Perdóname T.K pero debo seguir, lo hago por los dos. 

Notas finales:

Bueno hasta ahí nomas. Poco a poco se irán descubriendo todos esos misterios que hasta ahora son incógnita. Tenganme paciencia jeje. Hasta el mes que viene!!


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