JUGUETE
HADES
El dios del inframundo nunca creyó en aquel sentimiento que los humanos llamaban amor, nunca creyó en la charlatanería del alma gemela, porque él era el dueño de las almas, el custodio de todas y cada una de ellas en el inframundo; aquel gran amor que grandes héroes profesaban a sus doncellas eran meras ilusiones que se acababan al momento en que su alma pisaba el inframundo y yacían por la eternidad, no recordaban a sus amadas cuando ellas permanecían en el lago de los lamentos mientras ellos descasaban en los elíseos, pero no podía mentir, si había a alguien a quien no podía mentirle era así mismo, quizás era diversión, ansias, un tanto de alegría, como una pequeña lucecita en aquel asfixiante negro del inframundo, pero no podía mentir que desde que el alma del caballero de géminis calló entre sus garras algo en él había cambiado.
Era cruel con él, era lo que él hacía con la humanidad, no había beneficios para ninguno, pero desde que vio aquel rostro lloroso llegar al averno no pudo evitar sentir ese aumentar en sus palpitar y esa descarga eléctrica recorrer su cuerpo. El dios lo mantenía día a día junto a él, nadie lo cuestionaba, ya que había hecho creer a todos que aquel joven de cabellera azulada y ojos verdosos que vestía una túnica que apenas cubría secciones de su cuerpo era su trofeo, el caballero más poderoso que Athena poseía ahora era su juguete y centro de entretención personal.
Hades disfrutaba escucharlo gemir, sentir como la estancia de su trono se llenaba con los sonidos que producía su juguete favorito, le encantaba sentir como temblaba bajo su dominio, como se derretía entre sus caricias y besos, esa cara que se humedecía por sudor y lágrimas, el rostro de vergüenza y humillación que ponía cada vez que reclamaba su cuerpo aunque sus jueces estuviesen presentes, aunque sus espectros lo estuvieran viendo, esa era el modo que tenía de decirle a todos que Saga era sólo suyo, que no podía pertenecerle a nadie más, era su juguete su trofeo y su más amada posesión, no había nada que Saga le pudiese entregar porque él tenía todo de Saga, su vida, sus pensamientos, su libertad y lo más importante él, Hades, dios del inframundo era el único dueño de su alma.
PREDESTINADO
SEIYA DE PEGASO
Escuchó el sonar del timbre de la escuela, había sido un día desastroso, le habían entregados sus notas del semestre las cuales no habían sido del todo satisfactorias no malas pero tampoco cumplían con su habitual nivel, su experimento de química lo había dejado a él y su compañero fuera del salón por no seguir las instrucciones. Si Seiya tuviese que resumir su día hasta ese momento en una palabra sería desastroso, sólo deseaba llegar a su cuarto darse un baño y descansar plácidamente, pero sus ensoñaciones se vieron interrumpidas por los murmullos de sus compañeras que suspiraban y curioseaban con emoción sobre quién era el apuesto chico que estaba en la entrada.
Se acercó al igual que todos sólo por ser parte del tumulto y pudo notar de quien se trataba, alto, estilizado, con una larga cabellera azulada, vistiendo jeans y una camiseta blanca holgada, Seiya lo conocía y vaya que lo conocía, aquel hombre de temple sereno, aquel hombre universitario que mostraba su rostro serio no era otro que su pareja, aquel el que el destino lo había unido, él sólo tenía catorce años aun mientras que su compañero veinticuatro, la brecha entre edades era mucha pero desde que ambos cruzaron sus miradas sabían que un lazo que no se podía romper los había unido, el lazos de un alfa y un omega, ese lazo que muy pocos tenían la dicha de sentir.
Salió apresurado hasta la entrada para verlo y preguntar por su presciencia en ese lugar y mientras más se acercaba podía percibir por aquel lazo que es lo que ocurría, sentía un escalofrío sobre su piel, un ligero aroma dulce se colaba por su nariz, aquel olor que tan bien conocía, como helado de vainilla con caramelo un aroma simplemente delicioso, cuando estuvo frente al otro y ver aquella mirada suplicante sabía que ocurría el celo de Saga había comenzado antes de lo previsto y ahora estaba causando estragos en él.
Los cabellos marrones se movían a medida que corrían por entre las calles, con cada paso la ansiedad aumentaba y sentían que la casa del moreno estaba demasiado lejos para su gusto, Seiya sentía su cuerpo enardecido, sentía hirviendo la palma que llevaba afirmada la muñeca de Saga mientras lo llevaba a rastras, mientras más cercanos se encontraban, el calor más aumentaban y las feromonas que soltaba el omega al aire aumentaban su intensidad, si no llegaban pronto Seiya no podría aguantar, su endurecida entrepierna le pedía un descanso, le pedía liberación, ansiaba tomar el cuerpo de Saga, necesitaba sentir esa estreches que lo envolvía, besar sus labios, recorrerlo entero y observar como el serio rostro de su novio se volvía poesía y placer entre sus brazos.