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Camino a la venganza por nofynoky

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Notas del capitulo:

Para los que estaban impacientes por su aparición, Alois llega a enloquecer a Ciel al fin.

Espero les guste como sigue la historia.

 

  

Había enviado a Claude a hacer unas cuantas investigaciones que le tomarían suficiente tiempo como para dejarle tranquilo un rato. 
Para Alois la fiesta del vizconde Druitt era tan aburrida como el resto, lleno de señoritas desaliñadas y aburridas. Se dispuso a caminar por el jardín de la mansión Druitt con el sobre en mano, aún no había mirado la investigación acerca de Ciel Phanthomhive que Claude había hecho. 
Para el rubio de ojos celestes habían pocas cosas que lo entretenían, a sus trece años la vida le había mostrado demasiado como para sorprenderse fácilmente.
El ruido de la música se escuchaba lejano y en la oscuridad predominaba el sonido de los grillos. 
Había ido a esa fiesta sólo para saber más del conocido Conde Phantomhive, grande fue su desilusión al ver que el muy maldito no se había presentado.
Sin su presencia, la fiesta se convertía en nada más que en una pérdida de tiempo; y el rubio no era muy bueno lidiando con la frustración.
Lanzó una piedra hacia el jardín con furia, era inútil.
Se deslizó por el tronco de un árbol hasta quedar sentado. En ciertas ocasiones la oscuridad le agradaba, pero sólo a veces.

Observó el sobre aún sellado como si fuera lo más interesante que hubiera. Enseguida rompió la parte de arriba y sacó lo que había en el interior. Paseó la mirada sin ver nada realmemte hasta que una foto adjuntada al resto de las hojas se escapó y cayó al suelo.
Unos ojos penetrantes le devolvieron la mirada.
Se agachó para alcanzar la foto y verla más detenidamente, estaba en blanco y negro, pero era muy bien sabido que el chico poseía los ojos más hermosos de la burguesía, se decía que tenía los ojos color zafiro profundo.
El chico de la imagen tenía el cabello negro y largo, lo suficiente como para cubrir sus orejas. Vestía las ropas propias de un Conde, pero lo más llamativo era el parche negro que le cubría el ojo derecho.

- Hmm... así que éste es el perro faldero de la reina... Ciel Phanthomhive... - su voz fue lo único que irrumpió en la noche.
Alois  estaba eclipsado por la imagen, le molestaba que el otro chico lo mirara tan intensamente desafiante. Su pelo oscuro contrastaba a la perfección con la piel marmórea y lisa. 
Alois bufó, después de todo, Ciel no estaba tan mal, el Conde prometía un buen juego.

Leyó algunos datos acerca de Ciel Phanthomhive y luego guardó todo devuelta al sobre, lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta y cerró los ojos. Una siesta era mejor que no hacer nada y Claude no vendría a buscarlo hasta unas horas más tarde. 
Acomodó las manos detrás de la cabeza, en un gesto despreocupado, al fin estaba tranquilo. 
Dejó que los pensamientos de cómo atormentar a Ciel lo adormilaran poco a poco, jugar con la gente era algo que consideraba una de sus especialidades.

De pronto un sonido lo despertó, abrió los ojos de golpe y gruñó molesto al tiempo en que se reacomodaba. 
Alois estaba sentado sobre una de las raíces del árbol así que se levantó haciendo el mínimo ruido posible. Aguzó el oído para descubrir la proveniencia  del sonido, cuando de repente vio a un hombre vestido de blanco con una chica a los hombros, al parecer estaba inconsciente porque los brazos le caían pesadamente hacia abajo y su cabeza rebotaba bruscamente con cada paso que daba el hombre.
La escena era tan peculiar que Alois no pudo resistir la curiosidad y comenzó a seguirlo.
Caminó ocultándose entre las sombras de los árboles a una distancia prudente para no ser descubierto.

Mientras tanto, una sonrisa de triunfo atravesó la cara del vizconde Druitt, no sólo había conseguido una señorita fácil y rápido, sino que también se agregaba que era la señorita más hermosa que había visto.
Se deleitó en su propio júbilo, había sido tan fácil hacerla caer y muy probablemente le darían una gran cantidad de dinero por ella. 
En el negocio de blancas se valoraban mucho las chicas exóticas y seguro ninguna en la subasta igualaría su belleza. 
Era tan hermosa y delicada que hasta había dudado el quedársela para sí, pero era demasiado arriesgado.

Se detuvo un momento y una idea lo golpeó de súbito. La chica era tan encantadora que a nadie le importaría realmente su virtud. Rió para sus adentros, estaba decidido.
No era una mala idea catar su producto antes de llevarlo a la venta en el mercado negro. Pues era mejor saber a ciencia cierta de lo que se trataba, no fuera a ser que tuviera algún imperfecto, cosa que era muy poco probable, pero no perdería nada con asegurarse.

Continuó caminando, cada vez con paso más acelerado, ensimismado en sus propios pensamientos, no muy puros por lo demás y que tenían que ver con cierta chica de vestido rosa.

Montague Druitt no tenía ni la menor sospecha de que Alois lo estaba siguiendo, llevaba al hombro a la chica al igual que si fuese un saco de papas inerte. De pronto escuchó el crujir de una rama y se detuvo en seco, se volteó nervioso, no podían existir testigos que arruinaran sus planes. 

- ¿Quién anda ahí? - alzó la voz y esperó por alguna respuesta o movimiento.

El silencio de la noche pareció eterno, hasta que una silueta salió de entre los matorrales y sin mucho cuidado dejó caer el peso muerto de Ciel,llevó su mano al bolsillo dentro de su chaqueta, sintió el mango de su cuchilla y lo acarició con sed de sangre.

Se sorprendió cuando la luz de la luna dejó ver al intruso, no era más que un chico en plena adolescencia, aún un enclenque. 

-  ¿Te perdiste de la fiesta? - Preguntó Druitt mientras se acercaba lentamente, Alois lo miró receloso y se puso a reír.

- Claramente esto es más divertido que tu fiesta, si me permite decirlo, Vizconde Druitt. - Grave error, sabía quién era así que no tenía más opción que matarlo o bien, unirlo a su mercancía del mercado negro.

- ¿Qué es eso que lleva escondido ahí? ¿Es una chica? ¿No es un poco joven para ti? - sus preguntas tenían veneno, era obvio que Alois entendía muy bien lo que estaba pasando. Simplemente le divertía acorralar a sus presas con palabras y retóricas.

- ¡Oh! Ya entiendo - hizo una pausa para agregar dramatismo a su discurso - Eres todo un caballero rescatando a una damisela en peligro Montague, apuesto a que la nobleza se sentiría conmovida - Alois mantenía su sonrisa prepotente, lo cual estaba sacando al Vizconde de sus casillas.

El Vizconde Druitt  se sintió descubierto y un miedo bajó por su espina dorsal, si el crío lograba escapar le diría a todo el mundo que él había raptado a la chica y nada sería más nocivo que aquello en tiempos de terror. Ya tenía suficiente con el detective de Scotland Yard tras cada uno de sus movimientos.

Druitt observó a su oponente, su estatura mediana y su delgado cuerpo en crecimiento no serían mayor problema. La sangre escarlata se vería fantástica en contraste a su cabello rubio claro, hasta le estaba haciendo ilusión cortar su garganta lentamente;la sensación de la hoja de metal abriéndose paso sobre la suave piel blanca y tiñéndola de rojo le provocaba oleadas de placer.

Comenzó a reír de una forma desquiciada. Niño estúpido, se le había ocurrido ir a molestar al menos indicado en medio de un oscuro y solitario bosque dentro de su propia mansión, la cual conocía mejor que nadie.

- ¿no deberías estar disfrutando de la fiesta, pequeño mocoso? – le respondió con un tono bastante irritado.

- ¿Es esa la manera de tratar a un noble? Creí que los caballeros eran algo más amables – le contestó Alois haciendo un pequeño puchero. 
– Dime ¿a dónde llevas a esa chica? – Apuntó con un movimiento de cabeza en dirección al bulto detrás del hombre, esta vez su tono era más suspicaz.

- Creo que eso no te incumbe, crío tonto. Jamás debiste haberte salido de la fiesta. - Sacó su cuchillo y jugueteó con él frente a Alois, alardeando con movimientos que ejemplificaban lo que haría con su garganta.

Sin embargo, no obtuvo la reacción esperada, el rubio no parecía asustado ni hacía ademán de salir corriendo, seguía parado ahí con su estúpida sonrisa. Para colmo pateó unas piedrecillas del camino como si no le importara en lo más mínimo la presencia del adulto.

Druitt se quedó pasmado, sin saber muy bien qué hacer a continuación, ¿Acaso el niño sufría de algún trastorno psiquiátrico? Lo estaba amenazando con un arma blanca y él sólo parecía infantil y despreocupado. 

- Pensé que tendrías más agallas, Vizconde. - La mirada de Alois había dejado todo rastro de infantilismo y se había tornado provocadora. Se acercó a paso lento, incitándolo a atacarlo.

 Al vizconde le comenzaron a sudar las manos, tal vez no sería tan fácil de amedrentar como creyó en un principio. Dejó escapar un bufido de desprecio hacia el menor y con un movimiento rápido se abalanzó contra él.

Alois, que ya lo veía venir, reaccionó de inmediato y se lanzó hacia el costado, casi pierde el equilibrio cuando el cuchillo rasgó su chaqueta. Ahora sí que sí se había molestado, realmente le gustaba esa chaqueta. el Vizconde lo miró sorprendido, por ningún motivo hubiera esperado que lo esquivara. 
Alois le dedicó una sonrisa maliciosa y antes de que se diera cuenta, golpeó al mayor con una roca en la sien. Éste se tambaleó desorientado, se llevó una mano a la cabeza y sintió el líquido caliente chorreando.
Lo único que fue capaz de hacer, fue emitir un pequeño gemido de dolor antes de caer de rodillas al suelo y desmarcarse.

Alois se acercó para moverlo con el pie a ver si se movía. Pero nada, estaba totalmente inconsciente, quizás se excedió un poco, aunque por otro lado se lo merecía por intentar matarlo.
Se volteó sin siquiera dedicarle una última mirada, resopló molesto.
Revisó su chaqueta, estaba totalmente estropeada, difícilmente la podría reparar. 
Comenzó a retirarse del lugar con las manos en los bolsillos, al final "su juego" no había resultado como esperaba y se había vuelto, incluso, tedioso.
Empezó a caminar de vuelta con su traje hecho jirones, cuando de pronto escuchó un ruido detrás suyo.
Lo había olvidado por completo, la chica que el vizconde había raptado seguía ahí. 
Pensó en irse antes de que lo molestara, seguramente se pondría a llorar como todas lo hacían. 
Se dio vuelta perezosamente para decirle algo como que "la mansión estaba en aquella dirección", o algo así, no tenía nada en contra de la pobre, pero tampoco le importaba.
Se acercó a paso lento hasta divisar su figura en la oscuridad, la chica se estaba intentando levantar, estaba evidentemente muy drogada.
Alois levantó las cejas, era patético tener que llegar a tanto y sólo para atrapar a una niña.
Caminó hacia ella muy despacio, como si el movimiento más mínimo pudiera hacerla estallar en llanto. No aguantaba el llanto.
La forma en que se levantaba e inmediatamente sus rodillas le fallaban, le.ocasionó una extraña sensación que no supo identificar.
Ella escuchó sus pasos y se quedó muy quieta, su vestido largo cubría entre muchos pliegues sus piernas y se ceñía en el torso. Era una maraña de rosas y encaje.
- Tranquila, no vengo a hacerte daño. -intentó probar con eso, pero a pesar de sus palabras, pudo ver cómo se tensaba.
El rubio tomó delicadamente sus manos y ella se sobresaltó al contacto. Alois inmediatamente dirigió su mirada hacia la cara de ella, respiraba con tanta fuerza que se le movían los orificios nasales, su mandíbula estaba tensa y seguía con los ojos tapados por la venda. 
Con maestría desató las muñecas de la chica y ella se las sobó, estaban irritadas.
Inmediatamente se quitó la venda de los ojos con un brusco movimiento y se levantó de golpe.
Alois hizo lo mismo y cuando se dio cuenta, rápidamente se inclinó hacia ella y la sujetó del brazo. Hubiera sido una fea caída de boca al piso, estaba mareada y apenas podía mantenerse en pie, tenía los ojos perdidos, lo podía notar por la forma en que ella entornaba los ojos para intentar focalizar algun punto.
La observó de más cerca, tenía las facciones más perfectas que había visto,por un segundo ella le devolvió la mirada y nuevamente perdió la consciencia. Alois se mantuvo firme cuando ella dejó caer todo su peso sobre él. 
Miró a su alrededor, pero no parecía haber nadie cerca, excepto por el lastre que había dejado inconsciente unos metros más allá. 
Pensó un instante sobre qué debía hacer, finalmente suspiró y volvió a mirar a la chica que tenía entre los brazos.

- Nada que hacer, me has arruinado la noche. - Dijo Alois resignado, como si ella pudiera oír algo.

La tomó por la cintura y la alzó; pesaba más de lo que creía así que sólo avanzó un poco con ella en brazos y se detuvo para tomar nuevamente impulso. 
Su cabeza le caía hacia atrás dejando al descubierto su cuello marmóreo, la piel se le había colocado de gallina por el frío. 
De pronto comenzó a despertar y removerse entre sus brazos. Intentó sujetarla de mejor manera y un gemido salió de sus labios. Súbitamente la chica abrió los ojos y le lanzó un combo al rubio que automáticamente la dejó caer.
Se escuchó un golpe sordo y un quejido.

- ¡Ouch! ¡Eso dolió! - chilló enojada desde el suelo.

- ¡Ni me lo digas! - le respondió Alois sobándose la mandíbula enrojecida. 

La chica intentó levantarse de un tirón, solamente para volver a caer de bruces. A estas alturas el hermoso vestido ya estaba lleno de tierra y hojas.

Alois mantuvo una distancia apropiada para no recibir más golpizas inesperadas. Sin embargo, al ver sus inútiles esfuerzos desesperados por huir, volvió a acercarse con parsimonia. 
Debe haber sido un evento traumático y probablemente se encontraba desorientada por la droga.

Alois se colocó en cuclillas junto a ella, intentando no ser demasiado brusco. Esto era algo nuevo para el rubio, odiaba a todo el mundo, no era muy propio de él intentar ayudar a alguien, especialmente si ese alguien lo golpeaba. 
No obstante, sentía el deber inexplicable de hacerlo.

- Sabes que soy quien te rescató y no quien te raptó ¿no? - dijo en un tono monótono, como si no tuviera muchas esperanzas de que ella entendiera lo que intentaba decirle.

No hubo respuesta alguna, no podía saber qué estaba pensando en ese silencio, tenía la mirada clavada al suelo y el pelo le cubría la mayoría del rostro. 

Alois esperó pacientemente, sin saber qué hacer realmente. De pronto ella levantó el mentón y lo dejó sin aliento. Unos ojos zafiro le devolvieron la mirada y se sintió escrutado por dentro.

El rubio se levantó de un salto, sobresaltado y con un fuerte presentimiento que no sabia descifrar. Lo que era seguro es que ya había visto esos ojos antes. ¿Pero dónde? Ahora era él quien se sentía confundido.

Ambos se quedaron frente a frente por un largo rato, sin decir palabra hasta que uno de los dos logró recomponerse y romper el incómodo silencio.

-¿Quién eres tú? - Ciel casi escupió las palabras, nada podía estar peor. Había sido un idiota al caer en esa trampa y encima ni siquiera había podido averiguar nada. Y por si fuera poco, estaba el rubio pálido que ni siquiera conocía.

- ¿Mmm...? – Alois no parecía estar prestando atención a lo que le preguntaban, estaba demasiado ocupado tratando de ubicar el rostro de la chica en algún recuerdo que le diera un nombre. 

- Te pregunté que quién eres tú. - volvió a decir Ciel irritado - ¿Qué sucedió con el Vizconde?

Ciel se levantó con cuidado de no volver a perder el equilibrio, apenas podía enfocar bien la vista y los árboles que lo rodeaban se le movían de un lado a otro.

– Creo que el Vizconde al que buscas está por allá - Dijo Alois, indicando con el índice hacia un bulto blanco que yacía metros más allá. 
El rubio lo dijo tan calmadamente que parecía no darle importancia al hecho de que hubiera un tipo inconsciente y medio desangrado en medio del jardín de la lujosa mansión.

Ciel miró por detrás del chico que estaba frente a él y se encontró con el cuerpo despatarrado de Druitt.

Le llamaba la atención la despreocupación de aquél misterioso chico de ojos celeste pálido que se encontraba parado frente a él. 
Le dedicó una última mirada de desconfianza y comenzó a caminar, no tenía mucho interés en seguir hablando con él por más tiempo del necesario. Y como si hubiera leído sus pensamientos, Alois se apresuró a preguntar.

- ¿Cómo te llamas? Tengo la impresión de que ya te había visto antes. - Ciel quedó petrificado. Mierda, lo había reconocido. O quizás aún no; decidió no responder directamente a la pregunta.

- El hecho de que me hayas ayudado de alguna forma, no quiere decir que seamos amigos. - Se apresuró a decir Ciel antes de que el otro siguiera con la conversación.

- ¡Bien! supongo que no tengo nada más que hacer aquí. - Ya era suficiente con esa chica malagradecida, pensó Alois, mientras Ciel se aliviaba por dentro pensando que la conversación estaba terminada. - Pero serás tú quien lidie con el anfitrión muerto.

- ¡¿Qué?! - A Ciel se le desfiguró la cara, ¿Acababa de decir muerto?

- Tranquilízate niñita, sólo está inconsciente, pero está hecho un desast... - 

- ¡No soy una niñita! - Lo interrumpió Ciel tan fuera de sus cabales que olvidó cuidar su voz, inmediatamente se llevó las manos enguantadas a la boca.

MIERDA, MIERDA, MIERDA.

Ahora sí que sí la había cagado.

Se quedó parado de espaldas al otro chico, sin el valor de darse vuelta. Alois estaba tan impactado que tardó en percatarse de lo que acababa de suceder. Alois estaba confundido, no sabía qué pensar hasta que de pronto le llegó la respuesta.

Se apresuró en volver sobre sus propios pasos y al llegar hasta Ciel lo volteó tirando de su hombro, ambos quedaron cara a cara. Alois se fijó en cada detalle posible, desde el cabello largo que enmarcaba su cara hasta su piel blanca de porcelana, su nariz respingada y sus ojos... sus ojos... su ojo. Rápidamente estiró la mano para quitarle la chasquilla de la cara, pero entonces Ciel reaccionó dándole un manotazo y cubriéndose con la otra mano. 

- No puedo creerlo - hizo una pausa - sabía que te había visto de algún lado.

Alois estalló en risas, ¿Qué clase de mala jugada había sido todo esto? Había perdido toda fe de encontrar al Conde Phantomhive en la fiesta y como caído del cielo, se topaba con él ¡Vestido de mujer!

Ciel recuperó la compostura y logró articular las palabras con aquella mirada altanera tan típica de él.

- Es tu palabra contra la mía. - Ciel se puso serio, su expresión cambió completamente. De pronto el ambiente se puso tenso alrededor de los chicos. Alois se quedó en silencio, expectante ante el perro que le mostraba los dientes. 
Dicen que perro que ladra no muerde, pero Ciel no era de los que ladran mucho.  
Al cabo de un minuto de tensión Alois decidió romper el silencio.
Se relamió los labios secos, pensando en qué decir a continuación.

- Me basta con conocer tu hobby oculto, jamás esperé que tuvieras un secreto de esos Ciel.

- Soy el Conde Phantomhive para ti, nadie te ha dado el derecho de llamarme por mi nombre de pila.

El perro de la reina volvía a gruñir con ferocidad contenida, a Alois le entraba curiosidad hasta dónde podría extender el elástico de la paciencia de Ciel.

- Hmm... así que ahora resulta que no sólo te disfrazas de mujer, sino que también actúas tu rol. Entonces eres como ¿una fiera indómita...? O quizás prefieras ser ¿Una muñeca sumisa? Me pregunto a qué jugában el Vizconde y tú... porque a cada momento me convenzo más de que no fuiste realmente secuestrado.

Su comentario no era más que una burla que buscaba hacer perder la cabeza a Ciel.

- ¿QUÉ? ¿Pero qué...? – sus mejillas se encendieron de rojo intenso, Ciel no podía creer lo que escuchaban sus oídos ¿Qué se creía éste? Venir a mofarse así del cabeza de una de las familias más poderosas de Inglaterra. Apenas si podía contener las llamas que le salían por los ojos, estaba completamente enfurecido. 
Ya estaba a punto de perder los estribos, pero su orgullo no se lo permitió y se recompuso casi tan rápido como se había descolocado.

El rubio se acercó más al Conde quedando a sólo unos centímetros de distancia de su cara, provocándole a atacar. 
Ciel se mantuvo impávido, observando los movimientos del chico con mucha precaución. 
Alois casi podía ver al perro bajo su piel, en cierto modo era increíblemente aterrador. 
Ciel le hacía sentir el peligro burbujear en su sangre, ese tipo de peligro más terrible que la amenaza de un ataque físico.
Éste era el comienzo de un juego de ajedrez mortal, pero se sintió poderoso al pensar en las ventajas que tenía escondidas. 
Ventajas que ni el propio Conde podría sospechar.
Alois rió por lo bajo, Ciel ni se inmutó, el chico inspiraba respeto. 
Era un contrincante digno, éste sería un juego de inteligencia y no uno de fuerza física, Alois ya no podía más de emoción.
De su bolsillo izquierdo sacó una pieza de ajedrez, jugueteó con ella hábilmente y con una sonrisa pícara se acercó al oído de Ciel y le susurró lentamente, dejando que éste procesara las palabras.

- Shhh... No importa, yo guardaré tu secreto Ciel Phanthomhive. – Ciel dio un pequeño respingo.
Había más de un sentido en aquella frase y le perturbaba demasiado sentir el aliento del chico acariciar su piel. 
Ciel estaba absolutamente a la defensiva, no sabía cómo actuar en esa situación tan extraña. Así, se quedó muy quieto cuidando de no expresar más de lo que se deja ver en una partida de póker. 
Estaba tan cerca del cuerpo de Ciel que podía sentir el calor que irradiaba.

- Tus ojos te delatan, Ciel. Sólo puedo decir que esos ojos son inconfundibles. - dicho esto, se alejó sin darle la espalda ni un segundo y le sonrió de oreja a oreja, exhibiendo su perfecta dentadura.

Con un rápido movimiento le lanzó la pieza de ajedrez al castaño, quien la tomó en el aire sin dudar.

- Buena atrapada, Phantomhive. Esperaré tu siguiente movimiento en el tablero.

Ciel estaba tan enrabiado que ni siquiera le dedicó una mirada a la pieza que tenía entre sus dedos.
Tenía las manos tan apretadas que a sus puños se le blanquearon los nudillos. 
No podía dejar de pensar en que nadie le había hablado así antes.

Alois echó un vistazo rápido hacia el Vizconde que yacía aún en el suelo y decidió que ya era suficiente diversión por ahora. 
Sin previo aviso miró nuevamente al chico que no le había quitado la vista de encima. Sonrió un poco al ver la pinta con la que andaba el otro Conde, se despidió con un gesto rápido y se marchó hacia la mansión a paso distraído, pero seguro.

Ciel se encontraba solo otra vez, no estaba muy seguro de cómo catalogar lo que acababa de pasar. 
De pronto cayó en la cuenta de que el frío le calaba los huesos, haciéndole tiritar como enajenado.  
Miró el cielo oscuro, la noche parecía ya bastante avanzada. Suspiró molesto, si había algo que de verdad detestaba, era perder tiempo. 

Se abrazó a sí mismo intentando conservar el calor, por un momento extrañó esa rara cercanía con el rubio, aquél calor que había irradiado mientras discutían. 
No. 
Debía parar ese pensamiento ahí mismo, no podía seguir con esa línea. No había cosa más estúpida que podía sentir en esos momentos, por lo que se recompuso y se preparó para seguir con lo suyo.
Miró en la dirección por la que había desaparecido Trancy, ya no había rastro alguno de él. Ciel se sintió extrañamente decepcionado. Se mordió el labio aún nervioso por lo que había pasado y manoseó un poco la pieza que le había entregado. La elevó sobre su cabeza y entornó los ojos intentando ver algo bajo la tenue luz lunar,  era un alfil negro.

A decir verdad, Alois Trancy era toda una rareza. Se guardó nuevamente el alfil en el bolsillo y volvió a volcar su atención hacia Druitt.

Se acercó hasta el cuerpo inerte del Vizconde, lo movió un poco con el pie y luego se agachó para tomarle el pulso. Necesitaba asegurarse de que seguía con vida, contuvo la respiración mientras colocaba dos de sus dedos sobre su yugular.  Tenía palpitaciones. Suspiró, ya comenzaba a preocuparle la cantidad de veces que había suspirado en un día. Se alegró un poco de que, en efecto, el otro chico estaba en lo cierto; el Vizconde sólo estaba inconsciente. 

- Menos mal que la hierba mala nunca muere. 

Miró sin mucho interés la piedra ensangrentada que yacía a un lado y el cuchillo afilado que estaba junto a la mano del hombre. Dentro de todo, se sorprendía de la habilidad de Trancy, la historia de la noche podría haber sido muy distinta.

La sangre brotaba a borbotones, rasgó la chaqueta del Vizconde y presionó la herida por unos minutos. Por un lado era bueno que el golpe en la cabeza sangrara en abundancia, las heridas en la cabeza que no sangran son siempre malas noticias.
Ahora que todo había salido de esa forma, ya no estaba muy seguro de cómo hacerlo para descubrir al vizconde.
Luego de asegurarse de que el sospechoso estuviese - relativamente - bien, y que la hemorragia se había detenido, volcó su atención en sí mismo. Le dolía la cabeza como nunca y se sentía débil, cada extremidad le pesaba como si fueran de plomo y la sensación de mareo y náuseas había vuelto una vez que la adrenalina del encuentro se apaciguaba. 

Se levantó sacudiendo el empolvado vestido rosa y dio unos pasos con la intención de volver antes de que alguien notase su ausencia, sin embargo no pudo evitar tropezar con sus propios pies. Los músculos de sus piernas estaban adormecidos, torpes y su mente era un nubarrón brumoso y poco definido.

Fijó la vista en el camino y los troncos se curvaron cerrándole el paso, sintió que perdía la estabilidad y un golpe seco contra el piso llegó repentinamente. Había perdido el equilibrio, hizo una mueca de dolor, se había doblado la muñeca al apoyar la mano en la caída. 

La presionó fuertemente contra su pecho, el frío empeoraba aquél dolor palpitante. Su clavícula también resentía la fuerza del golpe. 

Le costaba mantener la vista y le hormigueaban las mejillas amenazando con hacerlo perder la consciencia también. 

Con la mano buena, se dio unas palmaditas en la cara en un vago intento por despabilar, pero no logró nada más que iniciar un dolor de cabeza.

Se sentó un rato a pensar qué hacer con todo el desastre de la noche. Debía encontrar la forma de volver a la mansión sin la ayuda de Sebastian, ya había sido demasiado el desperdicio de oportunidades. Su último recurso era el trabajo de Bash, si lo interrumpía, todo habría sido en vano. 

Su primera prioridad por el momento era retrasar el alboroto que le seguiría a la desaparición del anfitrión de la fiesta. 

Se levantó lentamente, para no volver a perder la cabeza y caer de bruces. Volvió sobre sus propios pasos y sin exigirse demasiado, tomó al hombre por los pies y lo arrastró hasta una zanja que había más allá, una vez ahí lo deslizó hasta los matorrales. 

Suspiró cansado y adolorido, era mucho más de lo que se merecía y al menos así tendría la excusa de haberse caído y golpeado en la cabeza, muchos problemas podrían ahorrarse a partir de esa coartada. Básicamente le estaba haciendo un favor al desgraciado.

Pero lo más importante es que Ciel no se vería envuelto en nada que le atribuyese alguna responsabilidad sobre lo ocurrido. Bueno, a menos que cierto rubio abriese la bocota. Se sacudió las manos satisfecho con su trabajo.

Quebró una rama de arbusto y con ella se dispuso a la tarea de borrar todas las huellas del lugar. Su dolor de cabeza se estaba tornando en migraña conforme se esforzaba por seguir funcionando.

Una vez lo suficientemente lejos de la escena del delito, dejó la rama a un lado y volvió hacia donde parecía estar el camino hacia la casa. Intentó no transitar por el camino principal, sentía que sus piernas apenas le seguían el ritmo y manchones oscuros le nublaban la visión a cada tanto.

Maldijo un par de veces, como si fuera poco a sus problemas, se agregaba que el famoso vestido que le había conseguido su tía, no lo dejaba avanzar. El condenado encaje se enganchaba en cada rama posible que había en el camino y se le enredaba entre los pies, entorpeciendo aún más su, de por sí, ya difícil avance.

Sentía como si llevara caminando por horas, pero lógicamente era imposible. Su respiración era entrecortada y sentía el corazón en la garganta. Ya no podía más, ponderó la idea de desmayarse en medio del bosque versus ser descubierto en el camino principal.

Decidió que bajo dichas circunstancias, sería más sospechoso encontrarlo inconsciente en medio del bosque antes que en el camino principal hacia la mansión.

Divisó el borroso sendero hacia el camino principal y comenzó a avanzar sujetándose de los troncos. Respiraba profundamente intentando controlar su mente, mantenerse despierto hasta al menos llegar al camino.

Aceleró el paso hasta casi trotar y una raíz sobresaliente le hizo tropezar. Cerró los ojos al sentir el golpe, misteriosamente no había sido tan duro como esperaba.  De pronto una voz conocida lo asaltó.

- ¡¿Otra vez tú?! - Alois estaba recuperándose del susto que le había dado al caerle encima tan repentinamente y grande fue su sorpresa al ver que nuevamente se encontraba con el molesto Conde.

Ciel se predispuso a contestarle con algún improperio por haberle arruinado la noche por segunda vez, pero sin darle tiempo de reaccionar, su cuerpo lo traicionó. 

Antes de darse cuenta, ya estaba cayendo otra vez, cuando Alois lo alcanzó de la cintura y sostuvo todo su peso. 

- ¡Mierda, Phantomhive! - Exclamó el rubio irritado - Eres más problemático de lo que pensé y ni siquiera puedes mantenerte de pie por tu cuenta. - Alois reclamó haciendo fuerza extra para mantener el equilibrio con Ciel medio desmayado.

El Conde Phantomhive ya no era consciente de nada, pero en su último atisbo de consciencia agradeció que algo o alguien estuviera ahí para sostenerlo. Aún así fuese un completo desconocido, sólo quería dormir y ya. La preocupación de que Sebastian no estuviera pasó a segundo plano, sólo quería echarse en algún lugar y descansar un momento. 

Alois carraspeó al notar que Ciel no estaba escuchando, la droga que le habían suministrado era bastante fuerte y Ciel ya había hecho suficiente esfuerzo por ahora.

Blasfemó por lo bajo y con bastante cuidado, apoyó al chico-chica contra el tronco de un árbol y se masajeó la sien con la yema de los dedos. 

Ciel se despertó de golpe, sobresaltado miró a su alrededor. Inmediatamente se dio cuenta de que Bash aún no llegaba y eso era bastante extraño, Sebastian nunca se retrasaba. Comenzó a mirar a un lado y a otro sin encontrar ningún indicio de su mayordomo. No recordaba cómo había llegado a ese lugar frío y húmedo en medio de la noche.

- ¿Buscas a tu mayordomo? - La voz de Trancy emergió desde la oscuridad, Ciel entornó los ojos hasta distinguir la luz azulada iluminar parte de su rostro. Miró directo a esos ojos celestes inexpresivos y comenzó a recordar los acontecimientos de la noche. Se mantuvo en silencio.

- Al parecer no es tan eficiente como se supone debería ser. – Alois había dado justo en el clavo, Ciel le dirigió una mirada desconfiada, comenzaba a asustarse de lo acertado que era aquél chico y además le pareció que sabía algo más que sólo su nombre. Automáticamente se llevó la mano hacia su ojo derecho, se relajó al sentir la chasquilla cubriéndolo. Quizás no lo había visto.

Alois entrecerró los ojos suspicaz. Sin embargo decidió no darle demasiada importancia, sabía lo irritable y paranoico que se volvía el Conde. Por el momento no le apetecía comenzar a discutir.  

- ¿Quieres que te lleve a algún lugar? – Trancy elevó un poco la voz sin estar muy seguro si marcharse o no. Ciel lo miró receloso, no le gustó para nada la mirada de preocupación en su expresión.

- No necesito que nadie me lleve a ningún lugar, puedo hacerlo perfectamente por mí mismo. – Ciel se rehusaba rotundamente a recibir ayuda de aquél. La voz que salía de su boca denotaba un evidente enfado, era firme, mucho más de lo que realmente se sentía.

Se levantó de un salto intentando demostrar que podía valerse por sí mismo. Tristemente para su orgullo, no duró ni un segundo de pie.

Alois lo dejó caer de rodillas al suelo, rodó los ojos ante lo testarudo que resultaba el otro a pesar de su precaria situación. 

Trancy lo miró serio con las manos en los bolsillos, no lucía nada bien. Estaba más pálido de lo que pudiese considerarse seguro y sus labios estaban teñidos de un suave morado. Carraspeó ante el poco saludable aspecto del chico. Era igual a intentar salvar a un pequeño gatito salvaje, no importaba lo mucho que necesitara de su ayuda, lo rasguñaría hasta la muerte con tal de valerse por sí mismo. Aún así intentó razonar con él.

- Pues a mí no me parece que puedas llegar a ninguna parte por ti mismo. - hubo una pausa larga, Ciel no le dirigía la mirada ni hacía ademán de estar escuchándolo. - Ya te lo dije, no le diré a nadie que llevé en brazos al conde Phanthomhive vestido de chica. – le dijo con una sonrisa pícara para lograr que se molestara lo suficiente como para distraerlo. 

Ciel le dirigió una mirada asesina y al tiempo que comenzaba su respuesta, Alois ya tiraba de él para subirlo a sus hombros. El rubio lo acomodó a su espalda e ignoró los reclamos de Ciel. Comenzó su caminata con una sonrisa de triunfo en su rostro, sentía la vibra oscura del Conde a su espalda y eso le daba una extraña satisfacción.

Ambos chicos se alejaron, dejando al vizconde olvidado en una zanja perdida. Ninguno de ellos le dedicó un segundo más al tema, para ambos, no se trataba más que de un pequeño detalle insignificante entre los sucesos de la noche. 

Ciel, al no tener otra excusa ni forma de volver por su cuenta, se vio obligado a tragarse su orgullo y dejarse llevar por aquél chico que acababa de conocer. Se sujetó de su cuello y cerró los ojos, seguía mareado y cada paso le retumbaba en la cabeza. 

Su muñeca golpeada todavía estaba muy adolorida, pero Ciel encapsuló el dolor en su mente hasta transformarlo en una sensación olvidada, pero que sin embargo le molestaba como un hielo bajo la piel. 

Sentía al rubio caminar a paso firme por la oscuridad, llevando su peso y sin tropezar ni una sola vez, se movía con la gracia de un felino. 

Abrió los ojos intentando mantenerse despierto, los árboles parecían repetirse una y otra vez, Ciel no tenía ni ganas, ni fuerzas de intentar corroborar la dirección que debían seguir hacia la mansión. Tampoco quería hablar, mucho menos discutir, su mayor deseo en esos momentos era descansar.

Espió al Conde Trancy, su cabello era de un rubio dorado que resplandecía bajo la luz de la noche. Su nariz era más bien pequeña y respingada, algunas pecas se distribuían sobre su piel y junto con sus ojos celestes le proporcionaban un aire muy británico.

Su ropa estaba perfumada y atercciopelada, no pudo evitar acurrucarse contra su hombro y cerrar los párpados cansados. Al parecer no estaban volviendo a la fiesta y eso lo alivió bastante, ya no le importaba nada más que descansar.

Definitivamente no le apetecía nada ser el centro de atención entre un montón de aristócratas engreídos. La velocidad que llevaban, aunque sabía que era muy poca, lo arrullaba. La punta de su nariz estaba helada, así que escondió su cara en el hueco que se formaba entre el cuello y el hombro de Alois, aquél espacio protegido donde encajaba perfectamente. 

Podía sentir sus brazos firmes  sujetándolo, se sentía cómodo, simplemente bien. 

Sintió cómo Alois se tensaba un poco al sentir la cercanía, pero no le importó, se sentía a gusto y ya. El sonido de su respiración y su rítmico paso en el silencioso y oscuro jardín lo calmaban. Quería dejar de luchar aunque fuera por un momento, entonces el cansancio lo venció y se dejó llevar por el sueño.

Alois se dio cuenta de que su pasajero se había rendido y ningún sonido era más fuerte que su respiración acompasada. Si bien se había incomodado un poco al sentir cómo se acurrucaba en su cuello, no se sentía del todo mal.

Luego de unos minutos de caminata un escalofrío le recorrió el cuello, se sentía observado. Se detuvo de golpe y escrutó las sombras en la oscuridad, era como si su instinto más animal le insistiera en que debía huir, pero se quedó muy quieto. Aguzó el oído al sentir el crujir de unas ramas.

Algo se acercaba y su cuerpo completo se tensó. De pronto un zorro saltó desde los matorrales, haciéndolo trastabillar del susto.

Al darse cuenta de que no se trataba más que de un animalito, se sintió estúpido y se sacudió los miedos de encima para seguir su camino. Sin embargo la tensión en su garganta y la opresión en el pecho permanecían ahí.

Dejó atrás los oscuros pasillos de arboledas y sin saberlo, también dejó atrás a una criatura escapada de las tinieblas. Un monstruo demoníaco se relamía los podridos colmillos mientras observaba a sus siguientes víctimas.

En un principio se había sentido atraído a aquél lugar por la alta actividad demoníaca que detectaba en el sector, un hedor a maldad y azufre que conocía muy bien. No obstante su nueva entretención había decidido cruzarse ante sus fauces en medio de la noche. Observó a los dos jóvenes alejarse lentamente, se inclinó un poco para conservar el aroma que ambos dejaban a su paso. Eran una presa demasiado fácil, el rubio lo había presentido, pero cometió el error de desestimar sus propios instintos de supervivencia. Aunque no es mucho lo que podría hacer contra él.

La atracción que sentía hacia esas presas humanas se intensificó al sentir la electricidad que los rodeaba, la presencia de un contrato demoníaco los envolvía. La bestia comenzó a babear, hambriento por jugar con sus almas. Deseoso de arrebatarle la presa a un demonio contratista. La sed de sangre, sufrimiento y violencia lo enloquecían, lo extasiaban por completo.

Se saboreó las fauces nuevamente, estaba ansioso por comenzar su tortura. 

 

Notas finales:

Si les gustó o por el contrario, no les pareció bien, espero sus reviews!!! :D

 


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