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Camino a la venganza por nofynoky

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La criatura que se había interesado en los chicos los siguió, guardando la distancia por un largo rato. 
Levantó su nariz para olisquear el aire nocturno, los chicos seguían solos, no había presencia del demonio que había sentido antes. 

De sólo pensar en lo sabroso que saben las almas cuando son brutalmente arrebatadas lo hacía babear en exceso. Se mordió los labios para sentir el sabor de su propia sangre, estaba desesperado. Después de tanto tiempo en las tinieblas, volvía a la vida en el sucio mundo humano. Las cosas habían cambiado un poco desde la última vez, había más de ellos que en otras épocas, más comida, más maldad. Era extasiante.

Observó a los adolescentes caminar, la rabia lo invadió tan rápido como le había llegado el júbilo. Los humanos eran tan detestables, los aborrecía y los deseaba. Eran tan vulnerables.

Todos los humanos que había presenciado eran unos bastardos débiles y egoístas, especialmente aquellos que vendían su alma al diablo. Todos y sin excepción terminaban de una forma patética y lamentable. Devorados en lo único valioso que poseían, sus almas.

¿A cambio de qué? ¿De codicia? ¿Venganza? aquellos chicos no serían muy diferentes.

Los demonios eran conocidos por devorar las almas de sus víctimas en su punto máximo, aquél instante en el que se cumplen los deseos más profundos del ser. Una catarsis que le da el sabor único a sus almas.

Sin embargo él no disfrutaba tanto de esto, llevar a un pobre humano a cumplir sus deseos ocultos era demasiado esfuerzo para tan poca recompensa. Por supuesto, los demonios discernían en este aspecto. Para él no existía nada más deleitante como el arrebatar el trofeo de otro. 

Sentir la desesperación del otro, oler el miedo, saborear el dolor humano y disfrutar de la frustración demoníaca por quitarles su trofeo, no tenía precio.

 La desesperación de los mayordomos que acompañaban a esas pobres almas con la esperanza de envoltorios, era sublime. Observar sus ojos desesperados y enfurecidos al ver que sus comidas les eran arrebatadas, después de cuidarlas y cumplir todos sus mundanos deseos. 
Lo cierto es que pagaban un alto precio por ellas y se quedaban sin nada. Gastar tanta energía para luego no poder saborear ni un bocado de su presa... tanto esfuerzo por nada.

Aquello era la principal entretención del monstruo, he ahí la razón por la cuál era temido por todo demonio,  rogaban por no encontrarse con ese tedioso y molesto personaje jamás.
Escurridizo y difícil de hallar, se ocultaba en las mentes de los humanos y las controlaba a voluntad, se alojaba en ellas como un parásito letal.

- Nunca había jugado con dos a la vez. - la bestia afiló sus garras contra la el tronco de un árbol - Esto se ve entretenido y hasta sabroso - Su voz era rasposa y desagradable, como el graznido de ave de mal agüero.
Continuó fantaseando mientras arrastraba los pies por el jardín, siguiendo a paso lento a los chicos.

Ciel, por otro lado, seguía inconsciente bajo los efectos del somnífero. 
Alois ya estaba harto de la noche y sus percances, optó por irse sin avisar. Llegó con la "chica" en brazos hasta la entrada y pidió su carruaje. 
El encargado lo miró extrañado, quizás por su corta edad o por el hecho de que llevaba una dama inconsciente al hombro.
Alois le.devolvió la mirada tan desafiante que el tipo no se atrevió a pronunciar palabra al respecto.
El carruaje llegó a los pocos minutos y Alois sopesó la idea de abandonar a Ciel al cuidado del cochero o simplemente dejarlo ahí.
Lo pensó seriamente y no permitió que ningún sentimentalismo lo influenciara, estaría perdido si lo hacía.
Comenzó a bajar a la chica inconsciente al suelo, cuando de pronto una idea cruzó su cabeza y se detuvo en seco.
Si descubrían que ella era realmente Ciel Phantomhive, su reputación estaría perdida; cosa que no le importaba mucho al rubio, a excepción de que Ciel perdería toda importancia en el tablero de Inglaterra. Y eso no podía suceder, Ciel era su pieza principal, el juego que tenía planeado no podría llevarse a cabo de esa manera.
Alois rodó los ojos sobre sus órbitas, ¡Pero qué molestia!
Chasqueó la lengua con el paladar y subió al carruaje.
Se apoyó en el pomo de la puerta y con fuerza lanzó al pobre de Ciel sobre los asientos. Éste rezongó y siguió durmiendo.
Alois se sentó junto a la ventana frente a Ciel con cara de pocos amigos. Odiaba cuando las cosas no salían según sus planes y esta noche todo se había salido de madres.
Sólo se atrevió a mandarle unas cuantas miradas furtivas, se sentía extraño con toda la situación.

Al cabo de una hora llegaron a  la mansión de Alois. 

Se bajó de un salto y sus botines hicieron un ruido sordo, anunciando su llegada. De inmediato despachó al chofer, diciéndole que retirara el coche al otro día. Aunque pareciese difícil, quería mantenerse lo más discreto posible.

Extrañado, el chofer asintió y con el sombrero, hizo un gesto de despedida y se marchó a pie.

Alois inspiró profundo, sintiendo cómo el aire helado y húmedo llenaba sus pulmones.
No estaba muy seguro de las decisiones que había tomado, pero ya estaba hecho.
Se afirmó del marco de la puerta y el carruaje se remeció un poco. Miró hacia el interior a través del cristal, Ciel estaba durmiendo muy profundamente. Su pecho subía y bajaba con lentitud, el cabello le cubría la cara y su vestido caía en cascadas de encaje y bordados.
Suspiró. Sonrió de medio lado. Y apoyó la frente contra la ventanilla con los ojos cerrados.
Hace mucho que quería encontrar a Ciel, jamás se imaginó que sería de esta manera. Y ahora que lo tenía ahí, solo y a su merced, no sabía qué hacer. 
Simplemente se sentía agotado y ya. Nada más que eso.
Miró sus pies enlodados, no quería moverse, ojalá pudiese simplemente aparecer en su cama a resguardo del frío clima Londinense.

Abrió la portezuela y sacudió levemente al chico.

- Hey, Phantomhive, despierta. - Hacía tanto frío que sus palabras fueron visibles en el vapor que se escapaba de su boca.

No hubo respuesta, así que lo sacudió con más fuerza y volvió a repetir las palabras con un tono más alto. Pero nada, estaba como muerto.

De repente aquella idea le recorrió el espinazo, se asustó y rápidamente colocó su oreja sobre el pecho de Ciel, tragó fuerte y esperó. Se dio cuenta que había estado conteniendo el aire cuando escuchó los latidos suaves de Ciel y al fin tomó un respiro.

- Ni modo, seguro te da hipotermia si te dejo aquí.

Lo miró con odio fingido, parecía tan indefenso que por un instante se olvidó de con quién estaba lidiando. 

Se inclinó sobre Ciel y pasó uno de sus brazos por sobre su hombro y con esfuerzo lo levantó, apoyó un pie sobre el asiento e hizo palanca para poder tomarlo en brazos. Alois lo maldijo por lo bajo, no le faltaba más que roncar mientras él hacía todo el esfuerzo.

El interior de la mansión estaba oscuro y silencioso, Claude aún no llegaba y el resto de los sirvientes se encontraban durmiendo a esas horas de la noche. Escuchó el típico tic-tac del reloj cucú y estimó que ya debían de ser alrededor de las cuatro de la madrugada. Una vez dentro cerró la puerta de un empujón y miró devastado el largo camino que le quedaba por recorrer escaleras arriba.

Ponderó sus posibilidades de dejar a Ciel sobre un sillón, pero desestimó la idea. Por muy extraño y odioso que fuera el mocoso, seguía siendo un Conde importante de Inglaterra. Rodó los ojos, malditas cortesías de la nobleza.

Subió un escalón tras otro hasta que al fin subió la eterna escalera hasta el tercer piso, estaba tan oscuro y tenía tanto sueño que no quería ni por asomo comenzar a buscar una habitación preparada para su invitado. 

Llegó hasta su habitación casi en estado sonámbulo, la chimenea estaba encendida y dentro estaba más cálido de lo que esperaba, fue una agradable sorpresa. Al entrar, prácticamente lanzó a Ciel sobre la cama y se acomodó al lado del fuego. Estiró los brazos adoloridos y bostezó sonoramente, no se había dado cuenta del frío que tenía hasta sentir el contraste con el calor de las llamas.

Se quitó los zapatos de un tirón y se frotó las manos, sentía la punta de la nariz congelada y tiritaba sin control. Se despeinó los rubios cabellos y fue a ponerse su pijama de invierno. 

Se estiró exageradamente al pasar al lado de la cama, era todo un alivio poder estirar sus músculos y sentirse cálido. Inmediatamente el sueño recayó sobre él, así como también el recuerdo de cierta persona que yacía inconsciente sobre su cama. 

Se acercó a gatas para despertar al otro Conde y notó que su cuerpo tiritaba con violencia. Acercó su mano a sus mejillas y notó lo helado que estaba, preocupado intentó nuevamente traerlo a la vida. No tuvo mucho éxito, por lo que comenzó a desesperarse ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Y si se moría en su cama?

Se dio unas cuantas vueltas como león enjaulado hasta que se decidió. Comenzó a quitarle el vestido, quitando uno a uno los amarres de la espalda, las capas de tela y encaje no parecían terminar nunca. Cuando al fin logró desvestirle, se encontró con el corsé y se sintió frustrado. Parecía una tarea sin fin.

Se frotó los ojos, sólo quería dormir y ya llevaba más de una hora en su propia mansión. 

- Guau, ¿Cómo puedes respirar con esto puesto? - preguntó a la nada, mientras veía impactado el corsé que le había quitado. Realmente parecía una tortura usar algo así.

Abrió los ropajes de la cama y sin mucho cuidado empujó las piernas de Ciel hacia adentro y lo cubrió con las pesadas mantas. Miró el perfil iluminado de su invitado con resignación. No tenía cabeza para pensar en nada más. Por lo que gateó hasta el otro lado y se introdujo, las sábanas estaban congeladas así que tardó un buen rato en entrar en calor.

Estaba por quedarse dormido cuando sintió una vibración molesta, tardó unos segundos en darse cuenta que aquella vibración se trataba de Ciel tiritando como condenado. 

- Eres todo un dolor de culo, Phantomhive. - Dicho esto se corrió hasta quedar espalda con espalda. 

Ciel era un cubito de hielo que absorbía su calor como un hoyo negro, estuvo muy quieto junto a él por un buen rato y sin embargo el pelinegro no dejaba de tiritar. 

- No puedo creerlo - susurró el rubio - Y tengo que dejar de hablar solo.

Se volteó hacia Ciel y pasó su brazo por encima de él, acurrucándolo contra sí. Se alegró de que el otro estuviese inconsciente, lo estaba haciendo por mera compasión.

Esperó a que Ciel dejase de tiritar, acomodó su cara sobre el cuello de Ciel, era cómodo y olía muy bien.   Se sintió extrañamente nostálgico, la compañía le hacía bien dentro de todo. Sacudió la cabeza deshaciéndose de dichos pensamientos, no eran más que producto del cansancio. Sin embargo lo abrazó un poco más fuerte y entrelazó sus piernas, sin poder aguantar más el cansancio se rindió al sueño, no tardó nada en caer profundamente dormido. 

Mientras tanto, a las afueras de la mansión Trancy,  la bestia se encontraba escondida entre las alargadas sombras que proyectaba la luna sobre el jardín de la mansión. Las primeras luces del alba comenzaban a hacerse presentes en los colores acuarelados del horizonte. 

Una sonrisa surcó los labios del monstruo satisfecho por su hallazgo y decidió que por ahora era suficiente. Escuchó un ruido a la lejanía y dio un manotazo a uno de los árboles. Su fuerza descomunal hizo pedazos la corteza del tronco, los demonios lo hacían enfurecer cuando lo interrumpían. Si no se retiraba del lugar pronto, entonces el mayordomo del chico Trancy aparecería para arruinar su perfecta noche.

Se dispuso para irse, sin antes echar una última mirada por la ventana de sus nuevos juguetes. Se asomó hábilmente por uno de los ventanales del tercer piso, la chimenea seguía con brasas encendidas y ambos chicos estaban plácidamente durmiendo en la cama de dos plazas.

Quería marcharse, pero una leve sospecha lo mantenía anclado a ese lugar. Había algo extraño en el enlace que mantenía las dos almas unidas, la del contratista y la del contratado estaban ligadas de una forma distinta a lo que había sentido antes. Gruñó hacia el interior, el mundo, la vida, todo, le provocaba una ira incontenible que podía ser saciada únicamente por violencia. Los tiempos muertos de tranquilidad, lo enloquecían.

Quería encontrar esa violencia en algún lugar, pero no quería volcarla sobre esos niños, no aún. Faltaba preparación para disfrutar de aquello.

Claude estaba regresando a la mansión Trancy, podía olerlo. Seguramente le habría alarmado la inusitada desaparición de la presencia de su amo. Ocultar a los humanos contratistas era una habilidad única que poseía, le permitía herirlos sin darles oportunidad a los mayordomos de rescatar su comida.

Sin embargo la mansión sería el primer lugar donde Claude buscaría. 

Por otro lado, Sebastian aún se encontraba merodeando los jardines del vizconde Druitt, estaba al borde de la desesperación. Frustrado hasta la médula por haber perdido el rastro de Ciel, si es que eso era posible para un demonio como él. No lo entendía, su hechizo corriendo por las venas de su humano debería permitirle encontrarlo hasta en el fin del mundo. El hechizo tenía como objetivo que no pudiese ocultar su alma jamás. 

Bash ya había ido y vuelto de la mansión Phanthomhive al menos dos veces a lo que llevaba de la noche y no había ni rastro de Ciel. Por primera vez en su larga vida comenzó a sentirse incompetente en algo.

A esas alturas Sebastian ya se mordía las uñas insistentemente al tiempo que caminaba de una lado a otro pensando en dónde podría haberse metido su amo. El hecho de que no pudiese sentirlo en ningún lugar era un indicador de actividad sobrenatural.

Ciertamente, Ciel era un experto llamando a los problemas y tenía cierta habilidad para ser secuestrado por todo tipo de gente e incluso de otro tipo de categorías vivientes... no humanas por cierto ¡Pero esto ya era el colmo!

Dichos pensamientos alteraron aún más al pobre de Sebastian, si hubiese sido un demonio el que se llevó a Ciel, todo se vería mucho más jodido ¿Y si habían devorado su alma sin su permiso? 

Se quedó pasmado ante la posibilidad.

¿Y si tal vez su amo estaba dentro del menú de alguien más, o si ya había sido exterminado?

El miedo y la desesperación fueron reemplazados por una rabia asesina incontrolable que emanaba de Sebastian.

Apretó los puños con ganas de matar, se maldijo a sí mismo por haber perdido de vista a su amo y se maldijo aún más al ver que un simple humano podía ponerlo en aquél estado de descontrol. 

Ciel era el alma que más había ansiado devorar, pero ¿Porqué le generaba esas sensaciones tan intensas? Intentó calmarse, ya había perdido un alma anteriormente, hace ya mucho siglos y sin embargo sólo se había enfurecido lo suficiente como para darle casa al maldito. Sin embargo nunca había sentido esa desesperación que lo carcomía por dentro. Aquella furia iba más allá de su comprensión. Ni siquiera estaba seguro de si se trataba de rabia o de angustia.

Se quitó el guante violentamente y volvió a mirar el sello de su contrato por segunda vez en la noche. Ya era casi un tic desesperado, una necesidad de comprobar lo que ya se sabía. Si el contrato se gubiese roto ya lo habría sentido, no necesitaba mirarlo. 

Por otro lado su miedo sobre el alma de su amo era absolutamente injustificado, si el sello seguía intacto, entonces la vida de Ciel también.

No obstante se sentía incapaz de comprender la razón por la que su amo había desaparecido súbitamente del mapa. Se llevó los dedos a la sien y volvió a concentrar todas sus fuerzas para localizarlo a través del contrato. No hubo respuesta alguna.

Ciel Phanthomhive simplemente no se dignaba a dar señales de vida por ningún lado, se sentía impotente ante todo aquello, como si sus poderes demoníacos hubieran sido suprimidos de un momento a otro.

Frustrado, comenzó a restregarse la frente en busca de algún detalle que se le hubiera escapado, algún indicio para poder, al menos, saber dónde comenzar a buscar pistas.

Ya había pasado varias veces por el lugar donde se hallaba el vizconde Druitt, tirado boca abajo, lleno de tierra y algo más que no se molestó en verificar qué era, sin embargo no había descubierto ninguna pista acerca de nada.

Dirigió nuevamente su mirada hacia la zanja donde yacía Montague, asqueado decidió acercarse. No había nada que le importara menos que ese mal parido. Pero cualquier pista le serviría.

 


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