¿Escuchaste eso Tetsuya? Deberías sonreír.
La directora del lugar tomaba de forma insistente la mano de aquella extraña para el llamado, que junto a sus 6 hijos había llegado al lugar a buscar al séptimo integrante de esa peculiar familia, había uno que apenas daba sus primeros pasos hasta uno que apostaría era mayor que él. Todos de diferentes características por lo cual dedujo que todos al menos compartían el mismo comienzo: ser adoptados.
La señora con un porte extravagante en donde sus vestimentas se veían que gasto una fortuna, misma fortuna por la que seguramente lo cambiaron seguramente, Llevaba un abrigo de pieles acolchonadas, de colores rojizos y dorados, apenas y podía pasar por las puertas. El esperaba pacientemente la llegada de la edad suficiente para salir de ahí y vivir bajo sus propios medios ya que su casa y sin su permiso, fue descaradamente robada por las mismas personas que le dieron ese fin. Pero al parecer había sido impedido por esa alta forma regordeta que al hablar lo hacía casi gritando y soltando alaridos que quizás romperían cristales si se lo propusiera o en efecto, carcajeara.
Tenía la cara curiosamente ovalada, unos ojos oscuros y una nariz puntiaguda y grande con un lunar que sobresalía de su piel en la punta de la barbilla, su cabello estaba enmarañado recogido en varías coletas con adornos desagradables de colores desiguales donde predominaban el amarillo y el rosa, llevaba unos mallones que hacían notar sus michelines que llevaba por piernas. Y como desobedeciendo toda ley física caminaba sobre unos tacones de aguja que milagrosamente estaban aún rectos. Sus hijos, una lobreguez andante, con colores oscuros, bastante educados, formales, haciendo reír más ante la ridiculez de su ahora madre.
Procedimiento rápido, como respirar, como un parpadeo y salieron del lugar donde uno de sus hijos, el mayor, le ayudo a llevar su maleta con relativamente pocas cosas. Oficialmente era nuevo miembro de ese circo de familia, pero a pesar de los años que consiguientemente pasaron no se quejó.
La mansión, era realmente cómoda, los perfumes caros habían impregnado los muebles, a como diera lugar los colores chillones prevalecían en la vida de aquella mujer y por lo tanto en ellos, repitiendo de manera constante su orgullo por esto pero al final Tetsuya se dio cuenta de algo: Eran un premio y por lo visto, él la joya de su corona. ¡Vengan a ver la atracción principal! El único sospechoso de la muerte de sus padres, con inocentes cielos como mirada, pero que jamás se probó que aquellas lechosas manos fueran las culpables de encontrar el cadáver putrefacto de una mujer mayor entre los bosques, y quizás, solo quizás por ello el padre decidió morir ¿Morir cómo?: mordiéndose la muñecas hasta rasgar las líneas que transportan la sangre. Que hombre tan tonto, existiendo artefactos de cortar decidió llenarse la boca con su propia sangre.
Y definitivamente Tetsuya era un milagro. Todos sus hermanos y hermanas contaban con un trágico pasado, un abandono, una historia dramatizada en compañía de una fría noche. Como si aquella mujer quisiera darles una segunda oportunidad a todos de vivir, observándoles con un brillo esperanzador, pero más que nada de lastima. ¿Qué buscaba realmente esa señora? Nadie lo sabrá. Porque esa fe se dispersó con la llegada del celeste a sus manos.
¿Por qué? La pregunta volvió a emerger en la mente del joven. ¿Acaso yo soy el imán de una vida miserable? Un suceso, infortunio, ¿coincidencia? El chico olía a muerte, Kuroko Tetsuya. Desde que llego cada año ha muerto un hijo de la que paso a ser una singular, ridícula y llena de vida mujer a una que estaba decayendo con los constantes vestidos negros que se obligaba a si misma a poner cuando iba a despedirse de un hijo suyo.