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Seducción por Kura-chan

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Notas del capitulo:

No, no es el fin.

:p

¡Sorpresa!

El cielo empezó a oscurecer, solo siendo un poco más brillante a través del cristal.


Privados y completamente solos, la brisa se colaba en un intento por bajar la temperatura en el ambiente y además, para brindarles un poco de libertad.


El zumbido del avión se volvió a habitual. Fue cuando Kuroro se permitió relajarse completamente, y recostándose satisfecho sacó un libro de hojas vacías. Ansioso al tener una vista espectacular…


Ni siquiera en sus días de infancia y mucho menos en las revoloteadas aventuras de la adolescencia, se vió en la necesidad de documentar sus vivencias…


Escribir un diario.


Delineó cada palabra que pronunciaba su mente así como recreó la viva imagen de su deseo, sus labios se abrieron repetida veces, pero en ningún momento su voz se desprendió. Sonrió, enteramente victorioso solo antes de comenzar: --veinte y seis de noviembre, a diez minutos de las seis de la noche, temperatura: cálida, ambiente: tenso… -- tomó una bocanada de aire al sentirse observado por aquel par de ojos azules. Sabía que estarían enfadados. –Vista: Increíble. – concluyó mostrando su blanca dentadura.


Aun cuando las luces mantenían un destello tenue.


 


Estaba ahí, a dos asientos de diferencia y tratando de mantener la calma. Ella, que no se molestó en decir nada apenas el avión se elevó, ahora mismo se encontraba concentrada en el espejo de sus manos. Retocando su lápiz labial y dejando que su largo cabello jugueteara sobre sus hombros. En cualquier faceta lucía como una diosa.


Ella, con el esbelto cuerpo envuelto en tela negra de brillos sutiles y maquillaje bien aplicado, pero nada llamaba más la atención que sus piernas color vainilla al descubierto, la falda celosamente cubría hasta la mitad de sus piernas y el resto se encontraba expuesto. Un recorrido excitante sino hasta el par de botas de cuero negro, que cubrían sus contorneadas pantorrillas.


El par de zapatos rojos le iban muy bien, más aquel conjunto oscuro le iba perfecto.


 


Un movimiento algo brusco azotó su transporte, desconcentrándolos. La voz de la bocina en la parte superior salió entre cortada.


Sin embargo, nadie dijo nada.


Kurapika, algo nervioso se acomodó el cinturón con prisa. Un jadeo se le escapó con terror y al instante mordió su labio algo lastimado. Se quejó por tocar la herida. Era una imagen maravillosa.


Por su parte, Kuroro sintió que debía acercarse y dejar de contemplarlo. Aun cuando sabía de toda la verdad, no le molestó que se presentara como “ella” pues de hecho, lo tomó como un regalo de despedida de Alemania. Las palabras en el diario las escribió rápidamente. Desde la fecha de su partida, hasta el tono de piel de Kurapika, todos esos detalles eran muy valiosos y tenían que ser documentados.


En total, eran cuatro personas en su avión privado: el piloto, una azafata que los visitaba de vez en cuando y por supuesto, ellos dos—aun, cuando la llegada de la cuarta pasajera fue improvisada—las nubes a su alrededor se tornaron un poco grises. Aquello solo podía interpretarse como la llegada de algunas turbulencias, después de varias horas en silencio, le pareció perfecto.


Sacó un cigarrillo de su chaqueta.


La mirada azul curiosa no se hizo esperar, Kurapika --que continuaba algo asustado—examinó a su compañero de reojo. No podía negar que un cigarro entre sus labios era una imagen verdaderamente sensual. Se maldijo a sí mismo por no poder morder su labio.


--Buena noche, disculpe. – Saludó la simpática azafata y entró sosteniendo un pequeño carrito repleto de bocadillos así como bebidas.


Kuroro la recibió galantemente y Kurapika giró su atención hacia el gris cielo.


--Para la cena, tenemos un variedad de postres y bebidas que seguro serán de su agrado señor Lucifer–Nombraba con mucho orgullo todo lo que tenía en el carrito, despistada de ambos y casi actuando como un robot. –Lamento tener que ofrecer solo postres fríos aun con este clima y además… -- fue la primera vez que en verdad puso atención a su alrededor. Hizo una mueca disgustada – Con todo respeto, señor Lucifer pero no puede fumar aquí. – terminó con la voz temblorosa.


No recibió respuesta.


¿A qué jugaba ahora Lucifer? Era lo que pensaba Kurapika al ver a la pobre muchacha parada ahí, sin saber cómo actuar.


Y ella, como si pudiera percibir la compasión de la bella dama la miró con una expresión de súplica. Una petición que no pudo negarse, Kurapika evocó viejas escenas donde tuvo que soportar palabras y acciones altaneras de hombres—eso, cuando iniciaba en aquel oficio—y sintió empatía de inmediato: --Puedes dejar el carrito. – dijo sonriéndole, dándole confianza como habría querido que lo trataran. –Yo me encargo del resto. – le guiñó un ojo y le dio la pauta perfecta.


La joven azafata, hizo una reverencia que duró un poco más de los acostumbrado. Ella, estaba agradecida.


Enseguida abandonó la habitación.


El humo tóxico y con un ligero olor a menta se extendió hasta el asiento de Kurapika, donde no dejaba de examinarlo, altivo.


--Entonces, ella en realidad murió…-- al momento de soplar, dijo Kuroro con una pizca de sorna.


Los movimientos del avión empezaron nuevamente, leves e incómodos.


Aquellas palabras lo dejaron un rato pensado, haciendo que rodara sus ojos un tanto confuso y en el camino diera con un cenicero. Lo entendió.


Kurapika tomó el cenicero de porcelana y lo extendió hasta el cigarro de punta ardiente. Atrás de su falso y largo cabello el anochecer hacía una grandiosa aparición.


--Quizás… -- Por primera vez en la noche le dirigió la palabra, suave y seductora.


Pero Kuroro no tuvo la paciencia del casino, no esperó a que ella se acercará atrevidamente. Se adelantó sorpresivamente y rozó su cigarro en el cenicero, apagándolo de inmediato…


Su pálida piel se dejaba opacar tanto por su mirada oscura bajo la luz de la invisible lámpara.


Ambos objetos cayeron al suelo, pues el avión volvió a sacudirse abruptamente.


--Señores pasajeros, mantengan la calma. Experimentaremos algunas turbulencias.


La noche cayó por completo y la voz de la bocina fue ignorada.


Su gélida piel rozó a la nerviosa y temblorosa. Por un momento las luces fallaron y dejaron de alumbrarlos, sus siluetas desaparecieron como si se les hubiera trabajo la penumbra.


Sin embargo, nadie dijo nada.

Notas finales:

Bien, es la introducción de nuevos acontecimientos.


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