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Seducción por Kura-chan

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Notas del capitulo:

Hola, no estoy muerta.

:p

Me suelo olvidar de esta cuenta.

Síganme en wattpad, estoy como Diana Judith 98

¡A leer!

El líquido estaba frío así como la mañana.


En los pasillos del lujoso hotel ya se podían escuchar las voces y el andar de las personas, el sonido de los teléfonos celulares y la música que siempre brindaba un excelente ambiente.


Las sábanas teñidas de rojo seguían en la cama arrugadas y aguardando al chico que hace horas dejó de sollozar, envolviendo a duras penas su cuerpo marcado y adolorido.


Kuroro se encontraba frente al enorme ventanal, listo para admirar la llegada del alba, con una copa de vino y la botella en la otra. Tan solo con su pantalón oscuro encima.


Bebió pequeños sorbos sin muchas ganas, percatándose de saborear cada gota de líquido rojo mientras a su mente le llegaba ideas, quizá fuera de lugar. Si, tenía ganas de despertar al chico a sus espaldas para que admirara la salida del sol con él, de proporcionarle una copa y de brindar como lo hicieron la noche anterior. Solo que esta vez, sería de verdad.


Las comisuras de sus labios de elevaron con sorna y a la vez inquietud. Ahora más que nunca, sabía que Kurapika lo odiaba, realmente fue un logro total convencerlo de que se quedara hasta que amaneciera…


 


Desde hace horas que no se movía de la cama y por supuesto, no dejaba que él se acercara...


--Kurapika…-- Susurró Kuroro mientras se ponía de pie a causa del golpe que recibió. Su mejilla palpitaba y seguramente se encontraría de color rojo. Su pequeño ladrón era muy fuerte.


Era muy curioso e irónico solo pensarlo, pues con aquel delgado cuerpo y rostro de ángel ¿Quién lo podía pensar? Aun con toda la tensión de la habitación, Kuroro sonrió abiertamente.


Era un desquiciado.


Cosa que observó con horror, Kurapika y se apresuró  tapar su cuerpo desnudo con las sábanas manchadas. Él, por otro lado, tenía miedo. Era la primera vez en toda su vida en aquel oficio que de verdad temía por su bienestar, no soportaría que ese tétrico hombre le tocara de nuevo.


Los pasos de Kuroro empezaron y la voz de Kurapika casi gritó en un intento por detenerlo: --¡No te acerques!—se echó para atrás con tanta desesperación que no midió la longitud de la cama en la que se encontraba. Entonces pudo sentir como su equilibrio se perdía, iba a caer.


Eso, si no fuera por los rápidos movimientos de Kuroro.


También demostrando lo ágil que era, llegó en un segundo hasta Kurapika y lo tomó por la cintura desnuda, no le importó que las sábanas se hayan deslizado y dejaran al descubierto la pálida piel que hace unos minutos se encargó de marcar y peor aún, lastimar. Aquella imagen realmente le dolió.


Se vio a sí mismo en un pasado, cuando su única preocupación era saber más de aquella hermosa mujer que se presentó coquetamente, aun cuando resultó ser todo un mentira no podía negar que de verdad le encantaba. Sin importar el género, era como si lo hubiera enamorado con aquella habilidad de engañarlo. Era astuto, sagaz, arriesgado y si, como olvidar su infinita belleza.


Ahora el rostro que le brindaba la más lasciva sonrisa se encontraba derrotado y todavía más, horrorizado.


Kurapika apenas sintió el tacto de Kuroro lo empujó, esta vez logrando no perder el equilibrio. Volvió a tomar la tela blanca y se acurrucó en posición fetal, con una abertura suficiente para tener una vista completa de la habitación.


--Ten más cuidado. – Dijo Kuroro disimulando su incomodidad, empezó a rodear la cama a paso lento para recoger alguna prenda del piso.


Y no hubo respuesta.


El celular de Kurapika que yacía en el suelo marcaba las cuatro de la madrugada, la llamada de hace unas horas se había cortado. Kuroro lo recogió curioso, entonces se giró y le dijo: --Oye, tu jefe colgó hace horas… al menos no escuchó nada de…-- se mordió el labio al notar como entre las sábanas, continuaba sollozando.


--¿Me estás escuchando?


--Déjame ir…-- Entre cortadamente, suplicó aún bajo la manta.


El pantalón se deslizó por sus piernas y lo acomodó rápidamente antes de contestar: --No…-- Insípidamente soltó, en su voz se podía evidenciar enfado.


Kurapika se revolvió, tembloroso y también molesto. Se incorporó sin dejar de cubrirse y lo enfrentó: --¡¿Qué es lo que quieres?!—le gritó, aguantando las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Nublándole la vista.  No obtuvo respuesta pero todavía así, continuó: --Ya me hiciste todo lo que quisiste, si temes porque tu maldita imagen se vea perjudicada, puedes estar seguro que de no diré nada… ahora… -- pero no pudo continuar.


--No, porque aún es muy temprano. – lo interrumpió y con tanta serenidad sacó una caja del bolsillo, de donde extrajo un fino cigarro, color blanco y verde. Kuroro lo acomodó entre sus labios así como acercó el encendedor, no sin antes concluir: --Además no tienes ropa, puedo conseguirte unas prendas cuando amanezca. –


--Ni lo sueñes…-- Replicó con desdén. –Lo único que me importa es alejarme de ti. – Kurapika empezó  temblar, el gélido clima le estaba afectado.


Empezó a estornudar repetidas veces.


Si, le afectó bastante.


Una maldición pareció escucharse entre las sábanas y Kuroro no dudó en acercarse, curioso y arriesgado. En el camino tomó su chaqueta del suelo y al llegar se sentó al extremo de la cama. Hasta entonces, Kurapika ya se había envuelto celosamente.


--¿Cómo estás?—le preguntó secamente, sabiendo cual sería la respuesta que recibiría.


--¡No te importa!


Estaba seguro.


--Toma, ponte esto. – Kuroro le sacudió suavemente, no quería tener que forzarlo otra vez.


--¡Déjame! – Y un estornudo volvió a escaparse.


Nuevamente otra maldición inundó la habitación y además, el sonido de un cigarrillo siendo apagado.


Las sábanas se desprendieron del cuerpo tembloroso, súbitamente. Kuroro las jaló solo para ver el rostro enrojecido del menor, continuaba temblando. Pero quizá, eso último era por el miedo.


Silencio.


Sólo dejó caer la chaqueta en Kurapika y sin mirarlo o decir algo se levantó de la cama, para alejarse y también acomodarse en un sillón cerca de la ventana. Apagó las luces, sin tener en cuenta ninguna queja dijo: --Descansa, no te ves mal. Solo abrígate…-- Sabía que le reprocharía por ser considerado.


--No te metas en asuntos de otros…además por…


No se equivocaba, Kurapika era como un libro abierto. Totalmente transparente.


--Buenas noches. – Contestó Kuroro, sin interés en los próximos reclamos. Cerró los ojos e ignoró lo demás.


Las horas transcurrieron en un parpadeo, pero al fin y al cabo no habían pasado muchas. En el pequeño reloj ya se marcaba las cinco con cincuenta minutos. Fue entonces donde, él decidió levantarse y admirarlo por última vez, con una copa en la mano y el amanecer a sus espaldas.


Sonrió triunfal y mojó sus labios con aquel líquido rojo.


--Salud, Kurapika.


 


Los rayos del sol se colaban por el enorme cristal y calentaban reconfortantemente cada rincón de la habitación. Desde las cortinas, la alfombra, los sillones y si, las sábanas de seda, el recorrido no duró casi nada, fue entonces cuando el destello de un medio día se detuvo en el rostro pálido de Kurapika, la temperatura que lo invadió en la madrugada pareció mucho más leve. Aun cuando se molestó por ser despertado de aquella manera, sintió paz al instante en que se sentó y no encontró a nadie.


La chaqueta en sus hombros continuaba ahí, pero el dueño de esta se había marchado. No tenía que comprobarlo para sentirse seguro, su instinto se lo decía.


Por primera vez se permitió respirar con total alivio, aquellos ojos negros dejaron de acorralarlo.


Kurapika no tuvo mucho que cuestionarse con el hecho de que lo abandonaran, es más, era justo lo que deseaba. Y al observar rápidamente su alrededor, notó como a su lado yacía un cambio de ropa y algunas pastillas con un vaso de agua alado, su teléfono celular y las tijeras que le desprendieron de su frondosa cabellera. Eso, le molestó.


Automáticamente y sin pensarlo, Kurapika empujó la tijera y la botó por debajo de la cama pero eso solo le hizo darse cuenta de que había algo abajo. Un papel blanco voló y no llegó muy lejos.


Lo tomó curioso y notó que tenía escrito una dirección, además una hora: -- Aeropuerto de Fráncfort, 18h: 00—leyó en voz alta, incrédulo. Lo supo de inmediato.


Unos cuantos minutos pasaron y ya se encontraba en la puerta del edificio, al momento en que cruzó el portón de cristal recién se percató del lugar en el que estuvo toda la noche. ¿Cómo aquella noche le pareció una eternidad? Ahora con prendas masculinas, le fue difícil abandonar su papel. Aun cuando no lo hacía a propósito, con su caminar se ganaba muchas miradas.


Lo detestó.


Kurapika decidió abandonar todas esas sensaciones que le incomodaban y se dirigió al único lugar donde verdaderamente podía sentirse seguro y ver a aquella persona que extrañaba, fervientemente. Abandonó el desconocido hotel, con un pequeño bolso en una mano y unos zapatos rojos en la otra.


Sorpresa, fue la que se llevó al llegar a su antiguo hogar.


Si, bien sentía como si hubiera huido por años. Lo que vio solo fortaleció su pensamiento. Ahí, dentro de la maltratada fachada donde vivió toda su vida, no había nadie. Es más, ni muebles o algún rastro de que alguien habitó en algún momento. Con apresurados pasos, Kurapika examinó cada habitación con alguna esperanza de que fuera una mala broma. Su jefe no acostumbraba a asustarlo de tal manera, pero prefería pensar que por esa vez lo quería hacer enfadar de verdad.


Nada.


--¿Qué es esto…?—se reprochó nervioso y sacó su teléfono para llamarlo. Con torpes movimientos marcó pero no llegó a ningún lado. El número de su jefe no estaba en su registro.


--Lucifer… -- volvió a lamentarse, sin dejar de apretar fuertemente el teléfono, estuvo a punto de estallar de ira. Soltó el bolso así como los zapatos pero antes, algo llamó su atención, justo debajo de las cortinas de una ventana vieja.


Se acercó presuroso y se percató de que era solo un paquete, convenientemente con una nota encima… volvió  intuir lo que le esperaba.


“Cuando regreses nos dividiremos la ganancia en partes iguales y entonces podrás tomar tu propio camino.”


Recreó las palabras de su jefe y se preparó para lo que venía. Desdobló el papel y aguantando el llanto, leyó: --Eres libre… -- se quedó con ganas de decir mucho más pero el mensaje había llegado a su fin. Con pequeñas lágrimas rodando por su mejilla, sonrió, sollozó y rio tan fuerte que tuvo que agacharse y apretarse el estómago. Podía esperarlo de aquel hombre pero de verdad no lo deseaba así, en busca de su propio consuelo dio con el paquete y lo desgarró con muchas ganas.  Entonces un vestido color negro fue lo primero que cayó al suelo.


El departamento volvió a quedar en silencio y solo con la compañía de un par de zapatos rojos.


 


--Señor Lucifer, su vuelo está listo. – La voz demandante de un hombre uniformado, lo llamó desde una azotea. Con el viento y el sonido del propio avión, parecía imposible ser escuchado.


Pero su único pasajero lo había captado, solo que no parecía tener muchas ganas de moverse de la puerta. Su elegante postura, envuelta en un fino traje oscuro así como su cabello, despeinado pero muy galante y… sus oscuros ojos que no dejaban de ver a un punto fijo, diciendo lo que sus labios no se atrevían. ¿Qué tan loco debía estar para esperar la llegada de él? Después de su noche nada agradable, en realidad guardaba esperanza… No era nada seguro pero todavía así se atrevía.


Suspiró.


El llamado de su piloto volvió a hostigarlo, repitiendo que se atrasarían y su presencia en su país natal era muy necesaria en las próximas horas. Sereno y altivo dio media vuelta, sin admitir una derrota.


--Claro, Kuroro Lucifer siempre tiene las de ganar. – Su majestuosa voz irrumpió sus oídos.


Kuroro volvió, sin importarle las quejas a sus espaldas la admiró, tan hermosa, tan radiante ¡tan perfecta! Ahora envuelta en un vestido color negro, de escote recatado y que dejaba al descubierto sus piernas contorneadas, su cabello nuevamente lucía largo y libre al fuerte viento, sus labios, atrás de una capa de rojo tinte, pero nada como aquellas perlas azules que nunca dejaban de sorprenderlos.


Kurapika estaba allí.


--Viniste…-- Orgulloso y sorprendido, Kuroro le extendió la mano. El avión a sus espaldas dio la señal perfecta.


--Me debes muchas explicaciones. – Respondió, Kurapika aun dudoso de tomar su mano y con el teléfono al aire. Con una expresión enfadada pero tierna, continuó: --Sólo vine por respuestas… --Su tacto tembló al sentir la piel de Kuroro… como ya era costumbre.


--Eso es suficiente para mí. –respondió ansiosamente.


La señal de partida se dio satisfactoriamente y el avión se elevó con rapidez. Su próximo destino sería su país natal: Japón.

Notas finales:

Saludos

y gracias por leer ♥


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