Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Efecto Mariposa por Annie de Odair

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Esta segunda parte está dedicada a mis amigas del fandom, con las que paso horas de charlas y lindas conversaciones y ojalá algún día podamos vernos (al menos las que están más lejos, a las otras ya las conozco jaja) Daena Blackfire, MissLouder, Zahaki y Mili.  Gracias por aportarme ideas y lindos recuerdos y más que nada por compartir conversaciones más allá de Saint Seiya. Las quiero de verdad.


Y para mi propio Milo que anda por ahí leyéndome. Camus te quiere.


Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece

Efecto Mariposa: Parte II

Estaba trabajando en la biblioteca, no había mucha gente a pesar de que la época de exámenes estaba a la orden del día. Se había quedado sentado en el mostrador un tiempo mientras pasaban las horas. Aún era temprano, sabía que Milo estaría volando mientras él trabajaba, pero llegaría a la noche. Cuando hablaron por teléfono, Camus se ofreció a pasarlo a buscar por el aeropuerto y eso haría. Milo no sabía hablar francés ni había ido jamás a Francia, no podía dejarlo solo. Quizá si Kardia estuviera por ahí quisiera ir también, aunque no tenía ganas de verlo después de sus frases tontas e incómodas. Prefería que se encontrara con Milo cuando él no estuviera. Tampoco iban a estar las veinticuatro horas juntos, sólo dormiría en su casa y de día harían sus cosas. Eso quiso creer.

Por otro lado, el nerviosismo no lo dejaba vivir en paz. Estaba contento por poder conocerlo por fin, poder charlar con ese chico que le robaba todas las noches su tiempo y él se dejaba. Milo era simplemente fantástico en todo sentido de la palabra; lo supo desde un principio y por eso fue que se sintió tan conectado con él. Sin embargo, sus sentimientos estaban un poco mezclados y confundidos y eso lo hacía sentir enfadado. Por un lado estaba contento por verlo, y por el otro, tenía un miedo irracional que no podía entender. ¿Miedo a qué?, ¿por qué la presencia de Milo generaba tal vacío en su estómago? Parecía similar a arrojarse desde un décimo piso en caída libre sin nada que te sostenga, pero con la seguridad de que abajo algo te atraparía. No entendía como podía darle tanto miedo y parecerle tan fantástica al mismo tiempo.

Pero Camus siempre tuvo una filosofía particular sobre sus sentimientos. No era de la clase de persona que los analizara mucho. Cuando se sentía abrumado, resolvía ignorar esas emociones hasta que simplemente desaparecieran. Así era mejor.

Su trabajo en la biblioteca avanzó rápido por más que él quisiera detener el tiempo. No deseaba terminar tan pronto, pero tener el día tan ocupado lo hacía indefectiblemente rápido. Recogió sus cosas y salió para la Universidad. Tenía unas clases de biología, física y química; y luego por fin podría volver a su casa. O bueno, en realidad al aeropuerto para buscar a Milo. Camus gustaba mucho de ir a la Universidad. Se veía con sus amigos y si estaba de ánimo salían a comer algo luego, aunque pocas veces lograban que accediera. Le gustaba estudiar y era muy bueno en los exámenes. Solía tener siempre notas altas y por eso mismo se había ganado la estima de Dégel, su profesor de química con el que a menudo hablaban. Sin embargo, ver se día a Dégel era recordar el embarazoso momento con Kardia y eso le hacía acordar de que luego debería ir por Milo. Como si pudiera olvidarlo realmente.

—Ey, Camus, iremos a comer con los chicos... —comentó Shura con su tono de voz calmado, esperando que accediera—. ¿Quieres venir con nosotros?

Se lo había encontrado en la puerta, saliendo de su clase. Más adelante vio a Afrodita y Surt. Lo esperaban con sonrisas, como si pudieran convencerlo así.

—No puedo Shura, tengo que buscar a un amigo al aeropuerto —dijo en modo de disculpa.

—Oh, ¿el chico ése con quien hablas vino a Francia? —preguntó pero a Camus no le gustó mucho la forma en que formuló la pregunta.

—Viene a un congreso de Filosofía Francesa y le ofrecí quedarse en casa. Por eso voy a buscarlo. —explicó, aunque hubiese ido aunque no se quedara con él.

—Está bien, suerte con eso entonces, nos vemos mañana Camus. —Lo saludó partiendo rumbo a la salida.

Camus se quedó quieto sin moverse por unos segundos. Dio un gran suspiro y acomodó sus cosas. El camino no era largo, pero de todos modos fue en bus para no llegar tarde. Estaba un poco ansioso y nervioso pero nada se interpuso en la decisión que tenía en mente. Entró al aeropuerto y buscó con la mirada la plataforma en la que Milo arribaría. Se quedó esperando hasta que vio llegar el avión y acomodarse en su lugar. No había visto a Milo antes pero sabía como era él. Lo había visto en fotos y además reconocería su voz.

La gente comenzó a bajar y supo a quién buscaba cuando un cabello alborotado cruzó su visión. Un joven alto y delgado pero de contextura fornida llevaba una maleta y una mochila al hombro. Tuvo tiempo de admirarlo mientras él no se daba cuenta. Lo vio mirar para todos lados, buscándolo. Tenía pelo desacomodado de su viaje, posiblemente se habría quedado dormido. Sus ojos se veían brillantes y su rostro feliz. Sin poder evitarlo se le escapó una sonrisa. Milo lucía adorable y bello, y la sensación de verlo así lo hacía sentir agradable.

—Milo... —Lo llamó cuando pasó frente a él—. Soy Camus.

El griego se quedó quieto viéndolo. Por unos segundos no tuvo palabras, sólo apreciando a su anfitrión francés, como si verlo lo deslumbrara.

—Camus... —susurró y la sonrisa que le veía siempre en sus fotos apareció. Soltó su maleta y se acercó para abrazarlo. Camus se sorprendió—. ¡Al fin nos conocemos!

Cuando su cuerpo reaccionó, sus brazos alcanzaron a cerrarse alrededor de su cuerpo, correspondiendo a su abrazo. Lo primero que sintió fue el agradable aroma que desprendía el cabello de Milo. No supo identificar de qué era ese olor pero le agradaba mucho.

—Hola... —murmuró con el rostro envuelto en su cabello—. ¿Cómo viajaste?

Milo no lo soltó, siguió aferrado a su cuerpo, con una suavidad que lo estremecía.

—Bien, pero estaba algo ansioso por llegar. No pude dormir porque un niño lloraba en el asiento de al lado. —comentó con una risa infantil que se le hacía muy cálida.

—Preparé una cama para tí así que vas a poder descansar cuando lleguemos. —Le contó mientras se desprendía de su abrazo—. Podemos ir en taxi.

Milo tomó su maleta y se colgó mejor la mochila. Caminó a su lado siguiéndolo. Camus caminaba rápido y en la puerta del aeropuerto consiguió un auto fácilmente. Después de acomodar las cosas de Milo, ambos se subieron.

—No te conté algo porque era una sorpresa, pero... —sonrió dándole suspenso a sus palabras—. J'ai appris à parler français*

Camus lo vio con sorpresa. Su francés sonaba extraño, más que nada por la pronunciación de las "r", pero era bastante correcto. No sabía si había aprendido sólo esa frase o algunas más.

—Aprendiste rápido —mencionó con una sonrisa pequeña. A Milo se le iluminó el rostro.

—No quería venir a tu país sin hablar tu idioma —dijo sonriendo con brillantez.

Camus no tuvo el corazón para decirle que no era necesario saber hablar francés, que si él lo acompañaba podía usar el inglés perfectamente, pero la forma en que dijo esa frase, casi como si le atribuyera el idioma y el país a él, le hacía pensar que no había aprendido francés para desenvolverse mejor en Francia, sino porque ése era el país de Camus.

Llegando al departamento, ambos subieron la maleta por las escaleras. El ascensor estaba en reparaciones, pero por suerte Camus vivía en el primer piso. No costó mucho acarrear la maleta hasta su puerta. Al entrar, una corriente de olores agradables todos mezclados, los golpeó. Camus estaba acostumbrado, así olía su casa y él mismo, pero para Milo era nuevo y le pareció fantástico. Café, libros, cierto olor a naturaleza y frío. Su departamento era muy bello. No tenía muchas cosas, sin embargo estaba todo muy bien organizado para no dejar lugares vacíos. Camus tenía una estantería enorme con muchos libros, y todos eran de química, física, biología; materias de su carrera. Milo se acercó a husmearla, mirando los títulos del lomo. Leyó todos, pero se dio cuenta que no tenía uno en particular.

—Camus, no tienes Fharenheit en tu biblioteca. —comentó volteando su vista hacia él y lo vio buscando un lugar para poner su maleta.

—Lo saqué de la biblioteca donde trabajo —mencionó sin mirarlo, con una mano bajo el mentón, observando su departamento como si calculara el espacio.

Milo volvió la vista a la estantería con libros y se quedó pensando un rato. Se quitó la mochila que traía puesta y buscó su edición de Fharenheit. Era de su papá, se lo había sacado casualmente de su biblioteca un día que fue a visitarlo, pero él y su pareja tenían tantos libros que no iban a darse cuenta. Lo miró sonriendo con cariño al pensar en que por ese libro conoció a Camus. Suspiró. Quería que él tuviera algo suyo y esa era la ocasión especial.

—Milo, te preparé la cama. —Le indicó Camus detrás de él. Milo se sobresaltó y se dio la vuelta.

—Si. —respondió rápido y lo siguió.

Su departamento no era muy grande, sólo tenía dos ambientes y en su cuarto su cama era de una plaza, pero tenía un colchón extra y lo puso al lado de su cama. Había colocado sábanas y una almohada, e incluso le dejó frazadas en la esquina. En París solía hacer frío y Milo venía de un lugar muy cálido, por lo que sospechaba que querría dormir bien abrigado.

—Siento que esté en el suelo, no tengo otra ca...

—Camus, no te preocupes. —Lo cortó con su mayor sonrisa—. Al menos así podemos estar juntos. —Apenas lo dijo se mordió el labio, e intentó corregirse—. Para charlar y... esas cosas.

Camus se desplazó hasta el comedor y volvió con su maleta hasta la habitación.

—Debes tener hambre, ¿qué te gustaría comer? —preguntó recostandose en el marco de la puerta. Milo se mordió el labio.

—Lo que sea estará bien, no tengo hambre de todas formas.

—Algo tienes que comer, no puedes estar así —mencionó volviéndose hacia la cocina y buscando algo en la heladera—. Hay pasta, te preparo un poco.

Milo no dijo nada, simplemente lo siguió y se sentó en la mesa a observarlo cocinar. Camus se movía con gracia y esmero, todo lo que hacía parecía estar hecho de forma elegante y perfecta. Era la primera vez que lo veía en vivo y directo y le parecía algo maravilloso de ver. Aunque sólo estuviera calentando agua para la pasta, parecía hacerlo con una perfección milimétrica. No se dio cuenta en qué momento apoyó su mentón en una mano y se quedó quieto, mirando en dirección a Camus con mucha atención.

—Ten... —Camus depositó un plato frente a Milo y otro frente a él—. Tampoco comí.

—Perdón por hacerte irme a buscar, debes estar cansado después de un día arduo.

—No me molesta —dijo con una pequeña sonrisa cálida pero muy fugaz—. No sabías como venir aquí. Además siempre hago muchas cosas, es normal.

—¿Te fue bien hoy? —Le preguntó con una sonrisita contenta.

—Trabajé, fui la Universidad y luego te recogí en el aeropuerto. Eso fue lo mejor del día —Lo había dicho sin pensar, no tenía nada en mente, lo cual era extraño, él siempre pensaba las cosas y más las palabras, pero Milo parecía querer congelar sus pensamientos y ralentizar sus conexiones neuronales.

—Es lindo ser lo mejor de tu día, pero seguro fue uno aburrido —comentó Milo emocionado. Probó un poco de la comida y en su rostro se formó una sonrisa agradable—. Mmm, está delicioso Camus, ¿lo hiciste tú?

—Si, me gusta cocinar. Me tomo el tiempo para hacerlo.

—Al fin voy a comer bien —bromeó riendo levemente—. Una semana de comida rica.

Camus se sintió halagado pero no hizo gesto que lo demostrase. Milo ya había conseguido que dijera tonterías y no quería volver a hacerlo. Cuando ambos terminaron, Milo se incorporó y tomó los platos de ambos.

—Yo lavo —informó abriendo el grifo de la cocina.

Camus se acercó a él y se cruzó de brazos al lado suyo, apoyándose en la mesada.

—¿Mañana tienes alguna conferencia o sólo un día libre? —preguntó buscando sus ojos cuando la alborotada cabeza con el cabello revuelto lo miró.

—Hay una a la tarde pero es corta. Dura dos horas. —le contó pensando qué hacer el resto de su día—. Si mañana tienes ocupado todo, podemos desayunar juntos, ¿qué te parece?

Camus lo pensó pero no tenía nada que decir y la idea le parecía bonita. Sonrió de forma pequeña y asintió. Sí, desayunar juntos.

Al otro día, Milo se levantó último. Miró en dirección a la cama de Camus pero estaba vacía. Aún quedaba la marca de su cuerpo en las sábanas y su olor en el ambiente, aunque ése estaba impregnado en toda la casa. Se levantó y salió hasta la cocina. Se habían quedado hablando en la noche pero ambos estaban muy cansados y se durmieron. Camus debía ir a trabajar a la mañana y tenía que levantarse temprano, así que debían dormirse temprano.

—Camus, buen día —Lo saludó con la voz dormida y ronca. Se sentó en la mesa y Camus se dio la vuelta para ponerle frente una taza de café.

—Buen día, ¿cómo dormiste? —preguntó sentándose con él y tomando un sorbo de café. Había puesto la mesa con pan, galletas, queso y dulce para untar, y algunas cosas más por si las dudas—. No sé bien qué comes, así que puse de todo.

Milo miró la mesa obnubilado. Tanta comida en el desayuno se veía delicioso. Tenía ganas de comer todo, pero no por hambre, sino por la emoción de saber que Camus lo había hecho para él.

—Está bien, me gusta todo. —murmuró sonriendo y dirigió sus ojos a él—. Y dormí bien, no me enteré de nada hasta que me levanté.

—No sentiste mi alarma. Yo me levanté y seguías dormido como si nada

—Tengo el sueño profundo. Me despertó el olor a comida, creo —agregó riendo levemente. Camus sonrió con ternura.

—Al mediodía no como aquí porque salgo de la biblioteca y voy a la Universidad, así que no me alcanza el tiempo para volver. Casi nunca como a esa hora en realidad, pero aquí tienes lo que necesitas para preparar algo.

Milo se quedó pensando en sus palabras. ¿Camus no comía al mediodía? Tenía ganas de hacer algo de comer para que pudiera llevarse pero no había mucho tiempo. Lo miró y ladeó el rostro.

—Puedo pasarte a buscar por la biblioteca y comemos juntos. —sugirió, aunque no sabía ni cómo ir hasta allí—. ¿Cuánto tiempo tienes entre que sales del trabajo e entras a las clases?

—Una hora —contestó volviendo el rostro hacia él—. Generalmente no me alcanza para mucho, pero hay un lugarcito para comer donde compro cuando tengo hambre. Creo que una hora nos alcanzará.

Milo se mordió el labio con una sonrisa.

—Entonces paso por ti. Y yo te invito.

Camus parpadeó casi confundido. Había oído bien lo que dijo, pero algo en su interior vibró. No tenía por qué invitarlo aunque el gesto le pareció agradable y hasta dulce. No solía tener invitaciones de ese estilo, más que nada porque nadie se le acercaba con su rostro así de serio o su actitud fría y cortante. Los únicos valientes eran sus amigos y hasta ahí, porque cuando Camus se negaba a ir a comer, ellos no ponían objeción. Sin embargo con Milo era diferente. Que lo invitara no le despertaba el instinto de alejarse o ponerse frío y distante, sino más bien de aceptar y acompañarlo a comer juntos, aunque sea sólo una hora.

—De acuerdo, te lo concedo sólo porque no vas a dejar que me niegue. —contestó con una pequeña sonrisa sincera y dulce.

El rostro de Milo cambió al de felicidad.

En el día no se vieron más hasta la hora de almorzar. Milo tenía su conferencia más tarde, así que paseó un poco por París y luego lo llamó a Camus para saber cómo ir a su trabajo. No tenía mucha idea de Francia, nunca había estado ahí, conocía lo que su hermanastro Kardia le contaba y lo que había investigado en los mapas, pero no mucho más.

—No, Milo, esa calle no, la otra... —Había dicho Camus de forma intempestiva y con apremio—. Tienes que caminar tres calles, doblar a la izquierda y caminar dos más.

—Entonces doblo en esta donde está la lavandería... —empezó Milo dudando de sus palabras.

—No, Milo, escúchame bien... ¿no me habías dicho que estabas en la puerta del edificio? —preguntó con tono hastiado, pero en su rostro tenía una sonrisa hasta divertida. Le daba cierta ternura—. De mi casa, dos calles derecho en dirección a la torre Eiffel. Luego doblas a la izquierda y ahí dos calles más.

Milo se quedó callado y lo escuchó. No podía ser tan difícil, tenía que concentrarse y lograrlo. Si Kardia había conocido el mundo él solo con su cabecita de mosca, él tenía que poder. Tenía que hacerlo.

Al final no había sido tan difícil, caminó como Camus le indicó y llegó muy rápido. Su francés, aunque era básico, se entendía y podía comunicarse. Camus le había dicho que lo hablaba con un acento raro, como si remarcara más las "r" pero que lo hacía bien. Por eso mismo pudo hablar cuando entró a la biblioteca y encontrarlo fácilmente.

—Camus... —Lo saludó con alegría, su tono un poco más elevado que lo normal contrastaba con el ambiente silencioso de la biblioteca.

—¿No moriste en el camino? —Fue su pregunta de saludo, en tono gracioso pero bajo. Milo sonrió.

—Me convencí de que si Kardia pudo conocer Francia, yo podría encontrar esta biblioteca.

Camus sonrió, pero el recuerdo del hermanastro de Milo y sus palabras lo hicieron poner más serio que de costumbre. Si eso era posible.

—¿Vamos a comer entonces? —preguntó Milo, sin enterarse de ese cambio repentino en su semblante. Camus sacudió la cabeza y asintió.

—De acuerdo. Estaba juntando mis cosas, ya voy.

Mientras esperaba, Milo recorrió con la mirada el lugar de trabajo de Camus. Se veía acogedor y agradable. Le parecía un lugar muy Camus en realidad. A partir de ese momento, cada vez que viera una biblioteca no podría evitar asociarla a él. Camus tenía esa propiedad. Ya no podía separarlo de las cosas que su presencia alcanzaba. Fharenheit, los libros, la pasta que le cocinó cuando llegó, y ahora las bibliotecas. Si seguía relacionándose con él acabaría por asociarlo todo a su persona.

Al final Camus intentó convencerlo de pagarse él mismo su parte, pero Milo no lo dejó. Con el argumento de que lo había recogido del aeropuerto y alojado en su casa pudo deshacerse del pedido de su amigo y pagar él. Después de todo sentía que así hacía algo lindo por Camus. La comida fue agradable y linda a pesar de durar tan poco. Generalmente Camus solía desear que todo terminase rápido y volver a la comodidad de su casa, donde estaba seguro, pero en ese momento deseó que su hora de comida fuese más larga. Deseó con todas su fuerzas que nunca se terminara, y no sabía por qué. ¿Era por Milo? Si podía verlo cuando llegara a su casa. ¿Era por la comida? Varias veces había almorzado ahí y nunca sintió tal desesperación angustiante porque no terminara el momento. ¿Entonces qué?

Quizá eran las dos cosas junta y entrelazadas al mismo tiempo. Que Milo lo haya invitado y lo pasara a buscar. Haberle dado indicaciones y divertirse con su total falta de idea sobre las calles de París, compartir ese momento tan agradable y cálido, comer juntos y sentir que el ambiente era cómodo y seguro, más que en su casa. No podía existir esa sensación. Nunca pensó que algo podía sentirse mejor que su propia casa y mucho menos un lugar tan común y corriente al que iba regularmente. Cuando vio los ojos de Milo, lo entendió. Esos chispeantes ojos azules que lo miraban divertido y casi con una admiración secreta, que si bien no podía entender, lograban llegar hasta él. Eran cautivadores y sencillos, brillantes y atractivos. Nunca había reparado tanto en los ojos de otra persona y haberlo hecho le hizo entender muchas cosas.

No era el lugar, ni la comida, ni el ambiente. No era Milo en general tampoco. Era la forma en que lo hacía sentir. Esa calidez y amabilidad que salía de todo su ser, esa confianza y amistad que depositaba en él, todo lo hacía sentir seguro y confortable. Milo y su forma de ser con él, Milo y su forma de tratarlo, Milo y su personalidad brillante que sobresalía. Eso no quería dejar, y por eso rogaba que su tiempo fuese más largo. Y lo más increíble de todo era que lo había conocido por una de las más grandes casualidades del universo entero. ¿Se había ganado el privilegio de ser alumbrado por Milo sólo por leer un libro que él también? Camus admiraba a Milo por esa forma de ser suya, más de lo que Milo lo admiraba a él por su inteligencia. Al fin de cuentas, ¿de qué vale ser inteligente si no puedes hacer nada por otro? Milo lo hacía de mil formas diferentes y a veces no se daba cuenta.

Bendito ese efecto mariposa que los hizo conocerse. Bendita esa paradoja que dejó que alguien como Milo lo iluminara así.

—¿Camus? —preguntó luego de mirarlo por largo rato—. ¿Estás ahí? —Su pregunta no era con reproche, sino más bien de duda. Pensó que lo estaba aburriendo con su perorata sobre la Universidad y sus trucos para copiarse de Marin en los exámenes difíciles. Camus pestañeó y se sintió mal por no prestarle atención, pero una ligera sonrisa se le escapó antes de que pudiera evitarla.

—Lo siento... —Se disculpó con amabilidad y cierta pena en la voz—. Me encandilé con la luz.

Los siguientes días que Milo estuvo en París, se la pasó de conferencia en conferencia. Cursos, seminarios, clases, todo tipo de cosas sobre filosofía francesa. Le gustaba mucho todo lo que estaba aprendiendo y sacó muchos temas de allí para usar en sus trabajos en la Universidad, cosas que quería desarrollar más e incluso temas provisorios para su tesis, por más que faltaran algunos años aún. Le gustaba mucho eso que estaba haciendo, su carrera, sus estudios, todo lo que leía y aprendía.

Algunas noches en que se quedaba hablando hasta tarde con Camus le contaba acerca de todas las cosas que leía y lo que decían. Camus se interesaba mucho por todo lo que le contaba y eso le maravillaba de sobremanera. Conocía a mucha gente, pero no estaba acostumbrado a que los demás quisieran oírlo y siempre terminaba siendo el que oía a los demás. A él le contaban las cosas, pero Milo nunca decía más allá de lo normal. La gente se aburría y dejaba de prestar atención si el mensaje no era rápido, corto y conciso. En cambio con Camus las cosas eran distintas. Con él siempre sentía que quería escucharlo, e incluso lo incitaba a contarle todo lo que quisiera, lo que pensara o lo que sintiera. Amaba eso de la gente y no había encontrado muchas que le dieran esa atención.

Por esas cosas, Camus significaba mucho para él. Era muy agradable, inteligente, lo escuchaba y lo aconsejaba; y a pesar de ser frío y muchas veces indiferente, siempre procuraba que sus acciones no dañaran a nadie. Era una persona maravillosa y se sentía a gusto con él.

—Camus, hoy quiero cocinar yo. —intervino una noche en que ambos habían llegado temprano—. Tengo un lindo plato que quería prepararte, lo comemos mucho en Grecia. Es Gyros con salsa tzatziki.

Camus lo miró con el ceño fruncido, como si no terminara de entender bien qué había querido decir. Milo rió bajo.

—Lleva carne de cerdo, tocino, cebolla roja, ajo, comino, nuez moscada, y algunas especias y condimentos más. La salsa es otro tema, pero no importa, puedo hacerlo con lo que hay.

—Temo que no tengo todo lo que necesitas, pero puedo ir a comprar.

Milo asintió y lo acompañó hasta el supermercado. No estuvieron mucho porque él sabía que cosas comprar y cuales no.

—¿Estás seguro de que no vas destruirme el departamento con la receta esa? —preguntó riendo levemente, una risa que fue más fuerte que las normales.
—Te lo prometo. Y la comida te encantará.

En el departamento, Milo se puso manos a la obra. La verdad era que preparar aquella comida era sencillo, o quizá él ya se había acostumbrado a eso. Empezó a cocinar y sintió la presencia de Camus detrás suyo. Ladeó el rostro para verlo cuando se acomodó a un lado.

—Tranquilo... no haré explotar nada. —rió divertido volviendo la vista a la comida. Camus se quedó concentrado en lo que hacían sus manos hasta que se sorprendió cuando Milo se dio la vuelta y le estampó una mano llena de polvo en la cara.

—¿Qué...? —murmuró desconcertado, pero la sonrisa de Milo le hizo entender la broma. Le había tirado un poco de harina que había encontrado en la alacena

Dispuesto a cobrar venganza se llenó las manos de harina y se la esparció por todo el pelo y el rostro.

—Ahí tienes, te lo mereces —Sonrió de forma encantadora.

Milo nunca lo había visto sonreír así, porque no sabía que Camus rara vez lo hacía. Su gesto se había agrandado y aunque no fuera la sonrisa más amplia del mundo, dejaba ver un poco sus dientes y un brillo especial de felicidad en los ojos. Estaba contento, podía darse cuenta de eso, y algo en su estómago vibró al pensar que su alegría se debía a él. Sonrió con la misma intensidad y una risa se le escapó. Contemplar a Camus así de feliz era maravilloso y se sentía muy agradable.

"No, no lo merezco" pensó para sus adentros "No merezco esa sonrisa"

La comida resultó riquísima. Camus lo elogió varias veces y le preguntó por la receta para poder hacerla. Milo le explicó paso a paso, con innecesarias ínfulas, cómo debía hacer el plato. Camus lo escuchó atento, sin detenerlo, por más que ambos supieran que la minuciosidad con la que detallaba Milo era innecesaria.

—Le voy a decir "el plato de Milo" —intervino Camus con un gesto lindo.

—Oh, tengo mi propia comida. ¿La vas a hacer famosa por toda Francia? —preguntó bromeando—. Prepárala para todos tus amigos.

—La haré tan conocida como me permitan mis habilidades sociales, con lo cual no creo que sea conocida por más de seis personas.

—¡Ey, pero si conmigo eres sociable! —rio mirándolo con atención.

—Contigo es distinto —contestó volviendo la vista al plato—. Todo es distinto

—¿Todo? —Milo estaba confundido y Camus se arrepintió de dejar salir sin filtro sus pensamientos.

—Tienes una personalidad que logra sacar de mí cosas que nadie puede. —Cuando cayó en cuenta de que lo que dijo era peor que lo anterior intentó corregirse—. Pero eso es por ti, no por mi. Es tu personalidad la que lo logra. Seguramente sería así con otras personas calladas.

Milo permaneció en silencio, repentinamente decaído por su última aclaración. Si lo hubiese dejado como estaba, todo sería mejor y él se creería especial, pero así, hacía sonar como algo común y corriente a su "personalidad especial" que tanto destacó en un principio.

—Preparé la comida cuando visite a mis padres y mis hermanos —comentó Camus, pensando que a Hyoga e Isaac les gustaría probar algo nuevo.

Milo sonrió y se concentró en comer sin mirarlo. Camus imponía cierta distancia entre ellos que le costaba sortear. Lo intentaba todo el tiempo y por más que a veces notara que algo dentro de Camus tenía ganas de bajar las defensas, nunca lograba sobrepasarlas y hacerse con sus sentimientos. De todas maneras no se hacía ilusiones. Desde el vamos sabía que Camus nunca había estado con un hombre, y que no sería algo que admitiera fácil si le pasara.

No debería pensar en eso. Camus era su amigo y por más que sintiera algunas cosas agradables y deseos más profundos, debía recordarse que para él sólo era su amigo de Grecia al que había conocido por un extraño efecto mariposa.

—Viaja bien —murmuró con el rostro escondido en su cabello alborotado—. Avísame cuando llegues.

Milo no contestó. No sabía bien porque la idea de partir y no volver a verlo lo destrozaba de esa forma. Camus había sido muy especial para él, lo sabía, pero si lo había conocido por internet y toda su relación se basaba en hablar a la distancia, ¿por qué alejarse le costaba tanto?

La respuesta llegó unos segundos tarde. Antes no sabía lo que era estar cerca de él, compartir su contacto, su olor, verlo a la mañana con el cabello lacio revuelto, sentir el aroma al café recién hecho que consumía. Todo se sentía diferente cuando tenía una cercanía física. Sentimientos que ya no podría sentir tan lejos. Y eso le dolía.

Sus brazos se cerraron fuertemente en su espalda. Sabía que tenía que irse, pero no quería soltarlo, y Camus no parecía renegar del contacto físico porque mantenía su rostro refugiado en su cuello.

—Voy a extrañarte —Le había murmurado Milo sin poder soltarlo aún.

—Vamos a poder hablar como siempre —Intentó sonar despreocupado pero se notaba cierta nota de melancolía.

—No es lo mismo —murmuró en respuesta. Camus increíblemente lo abrazó más fuerte.

—No, no lo es. —coincidió en un tono bajo y se quedaron así, sin hablar, solo entrelazados en ese abrazo dulce y amargo, como si fuera lindo tenerse cerca pero el sabor de la despedida les dejara un agridulce vacío.

Esa fue la peor de las despedidas. Camus no solía tener problemas con sus amigos, ni siquiera le costó mudarse solo y decirle adiós a la convivencia con su familia, pero despedir a Milo se sintió cruel en una instancia. Y volver a su departamento para sentir su aroma mezclarse con el suyo propio, le golpeó como un balde de agua fría.

El avión volaba con Milo en el, pero no estaba realmente allí. Su cabeza seguía en ese departamento de París, cocinado Gyros y leyendo Fharenheit.

Milo llegó a medianoche. Grecia lo recibió con su calor habitual. Siempre le habían gustado las temperaturas cálidas pero nunca creyó extrañar el frío de Francia, ni su gente refinada o su música extraña. Aunque quizá lo que en verdad extrañaba era al inquilino del departamento 4 en París y no a su país en general.

Acomodó su maleta en el comedor y se tiró en la cama a descansar. Al otro día se podría a guardar sus cosas, pero esa noche estaba muy cansado como para hacer algo. Se acurrucó en la cama, sin sacarse la ropa, y cerró los ojos. Estaba por dormirse cuando el ruido del celular lo sobresaltó. Era un mensaje, pero se asombró de leer el nombre del francés que acababa de dejar.

"¿Llegaste bien?"

Pregunta simple. No había mucho más que responder. Solamente que sí y ya. Sin embargo Milo estaba contento y le agradaba saber que Camus pensaba en él.

"Hace un rato. Me acosté en la cama porque estoy agotado. ¿Tu?, ¿feliz de que te libraste de mí?"

No pensaba que Camus lo estuviera, pero de alguna manera esos comentarios le arrancaban palabras lindas a su amigo.

"No me molestabas, Milo. Estoy contento por ésta agradable semana que pasamos. Eres libre de volver cuando quieras"

Milo volvería en ese mismo momento si fuera por él, pero sabía que no dependía sólo de sus deseos e ilusiones. Camus no era una persona fácil y por más ganas que tuviera de estar con él, solo no podía hacer mucho.

"¿Tienes ganas de que hablemos? Aún no iba a dormirme..."

Eso era técnicamente una mentira. Moría de sueño, pero podía resistirse al impulso de hablar con Camus. Se levantó de la cama y decidió prepararse un café. Estaba hambriento luego del viaje y comer algo lo despertaría para hablar.

"¿No estás cansado?" fue el mensaje de Camus y por respuesta Milo simplemente lo llamó.

—Nunca estoy cansado para una llamada telefónica. —mencionó después del ¿hola? de Camus.

—Deberías descansar, es tarde ya. —Le aconsejó, con ese tono que usaba a veces, que le recordaba a su mamá.

—Ay, no pasa nada... —comentó en un tono despreocupado—. No estoy cansado, me viene a la cocina para hacerme un café, pero no es tan bueno como el tuyo.

Camus sonrió del otro lado del teléfono. Sus palabras eran dulces siempre y le dejaban un sabor lindo en el estómago.

—Cuando vuelvas podemos compartir otro café. —propuso, dejando las puertas abiertas a que viaje de nuevo.

—Quiero compartir todo contigo, Camus —Lo dijo sin pensarlo, como si su cabeza saliera de su cuerpo y respondiera sola. Aunque en realidad lo que salía de su cuerpo era su corazón.

Camus se quedó callado, intentando procesar esas palabras y encontrarles sentido. ¿Qué significaba todo?, ¿quería compartir todo, o todo con él? Bueno, al caso era lo mismo.

—Estamos muy lejos para eso, ¿no crees? —preguntó para salir de esa situación incómoda, aunque no podía decir nada en realidad

—Podríamos no estarlo —sugirió en voz baja, sintiéndose nervioso y un poco retraído por el comentario de Camus—. Podríamos estar juntos...

—¿A qué te refieres Milo? —preguntó Camus con la voz imperante, nerviosa. Milo dudó antes de responder y se mordió el labio.

—Podría ir allí, y vernos más seguido, ya sabes... esos días que estuve en Francia me gustaron mucho, el lugar, las conferencias. Ahora que aprendí a hablar francés, aunque no muy bien, y que tengo que especializarme el año que viene, pensé pasarme a La Sorbona, la Universidad francesa de renombre mundial en humanidades. Ahí puedo estudiar filosofía francesa, y... —Se quedó callado un segundo mientras se mordía el labio y suspiró—, y estar contigo también.

Camus se quedó callado intentando procesar esa información. Milo... ¿le estaba diciendo que iba a vivir en Francia para estar con él?, ¿qué debía responderle?

—Milo, yo... ¿quieres venir a vivir aquí por... mi? —susurró despacio, casi de forma inaudible. Aún así su pregunta se escuchó y Milo dio un gran suspiro antes de decir lo que había guardado tanto.

—Si, Camus. Quiero vivir allí, no sólo para estudiar en esa universidad tan importante, si no para estar cerca de tí. Quiero estar cerca tuyo. —confesó sintiendo como le ardían las mejillas, por la vergüenza y el atrevimiento de haberle dicho lo que sentía.

—Milo... —Su voz se perdió y no supo qué más decir. Por un lado sentía una alegría que lo desconcertaba y por el otro, un pánico que lo inmovilizaba. ¿Cómo podía sentir dos cosas tan opuestas y al final tener un sólo vacío en el estómago, como cuando te lanzas al abismo?—. No... no creo que sea la mejor idea.

Sus palabras sonaban tontas. Después de todo lo que Milo se había atrevido a confesar, ¿él solo podía decirle eso?. Sabía que lo podía herir pero no estaba pensando con claridad. Milo era increíble y cualquier persona se sentiría feliz de tenerlo a su lado, incluso él, pero Camus tenía más miedos de los que era capaz de admitir y eso lo paralizaba.

—¿Por qué...? —preguntó en un hilo de voz y Camus notó el tono decepcionado.

—No quiero tener una relación ahora —comentó, pensando que su motivo fue el más trillado de la historia y ni siquiera era cierto—. La distancia sería difícil y...

—¡Pero Camus...! —intervino Milo frustrado—. Te dije que puedo ir allí, no es necesario que me albergues en tu casa, no quería eso...

—No, Milo. —exclamó con más seriedad de la que hubiese pretendido. Se quedó callado uno segundos y luego retomó—. No voy a permitir que abandones toda tu vida en Grecia por mi.

—Tampoco tengo una gran vida... —comentó intentando persuadirlo pero el sarcasmo que salió de su boca fue más fuerte y eso le sorprendió a Camus. Normalmente Milo no era muy sarcástico, y el hecho de que lo fuera dejaba en evidencia que estaba enfadado o triste.

—No quiero que vengas Milo. No quiero arrancarte de tu país sólo por mí, no puedes hacer eso. —Se dio cuenta de cuántas veces dijo la palabra "no" y todas ellas le dolieron igual, porque su cuerpo no decía lo mismo.

—Pero Camus... —intentó una vez más aunque se quedó callado luego, sin argumentos, ni ganas, de seguir discutiendo.

—No, Milo. —repitió una vez más y luego suspiró—. Sigamos así como estamos que está bien. —propuso, aunque sabía que era una mentira—. Es lo mejor.

Es lo mejor... sí, tal vez Milo era un inconsciente que dejaría su país, su familia, sus amigos y su carrera para irse a otro lugar por amor, pero Camus era un cobarde que no aceptaba lo que sentía por miedo.

¿Miedo a qué? A estas alturas no podía negarse a sí mismo que Milo le gustaba, y no de una forma superficial y sencilla, sino de todas esas formas en las que lo había conocido. Le gustaba no por ser el atractivo chico griego que vio en una foto, sino por ser el sencillo joven que le cocinó un plato griego en su casa, que lo hizo reír muchas noches en sus charlas por teléfono y que lo comprendió sin juzgarlo ante nada. Admitir que le gustaba de esa forma era decir que había llegado demasiado lejos dentro de él. y hacer eso lo dejaba indefenso ante sus sentimientos. Ése era su miedo.

Notas finales:

*J'ai appris à parler français: Aprendí a hablar francés


Notas: Se que no es un final muy bonito, pero aún hay más. El próximo cap será el último. Es muy loco teniendo el cuenta que esto sólo iba a ser un one-shot, pero ¿quién sabe?


Un abrazo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).