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Forbidden heart por hannastony

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—Bucky, de verdad te desconozco. ¿Dónde está el hombre que odiaba la hipocresía y acciones de los nobles? El hombre que prefería mil veces ir a un bar con gente humilde a una fiesta ostentosas con ricos de caras largas, el que se fijó precisamente en una pueblerina, antes de siquiera ser engañado con que era de familia rica, y que a pesar de ello tú nunca le tomaste real importancia, si Natasha hubiese sido una mujer que vivía en las calles aun así la hubieras aceptado, porque lo superficial es lo último en lo que mi mejor amigo se hubiese fijado. Jamás me hubiese juzgado por enamorarme de alguien como Tony, jamás me hubiese dicho todo esto, al contrario, me hubiese apoyado, ¡jamás hubiese estado de lado de los verdaderos ladrones! ¡Los nobles! —expresó Steve ya harto de la actitud de su amigo. Si había decidido confesarle todo a Bucky era precisamente porque pensaba que lo conocía, pero a decir verdad, jamás se esperó aquella actitud que el castaño estaba tomando.

Bucky se quedó callado, mirando con el entrecejo muy fruncido y los puños cerrados, pero quedándose sin palabras a lo que su amigo le acababa de decir.

—¿Sabes qué Buck? Me las apañaré yo solo, y si tengo que enfrentarme yo solo con toda la maldita capital con tal de poder recuperar al amor de mi vida que no ha hecho otra cosa más que hacer justicia, lo haré —soltó Steve finalmente con rostro serio, pero sintiendo rabia e impotencia después de unos segundos que se pasaron en silencio—. Estas demasiado cegado por tu rencor hacia el hecho de sentirte traicionado por Natasha —dijo esto último en un susurro, más para él mismo que para su acompañante, pero lo suficientemente audible para que el teniente oficial lo escuchase.

Y dicho esto Steve pasó una de sus manos por su rubio cabello, haciéndolo para atrás tratando de acomodarlo, para después caminar a paso firme, pasar a lado de Bucky y alcanzar la puerta, retirándose de ahí, dejando al castaño solo, sintiendo un revoltijo de sentimientos y emociones dentro de él.

A pesar de que no se había sentido como una victoria, el que finalmente hubiera podido atrapar a los vengadores siempre fue su meta, pero ciertamente no se sentía pleno, no se sentía realizado, no se sentía feliz, ahora… ¿Qué era lo que debía de hacer?

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Sharon Carter llegó en muy poco tiempo a los calabozos, donde se encontraban encerrados solamente los peores criminales que hubiesen existido. El lugar no quedaba muy cerca del hogar de los Rogers, pero la rubia se encargó de exigirle constantemente al cochero que tomara velocidad. Quería acabar con aquello lo más pronto posible.

Salió de su carroza ayudada por su lacayo y en la entrada fue perfectamente bien recibida por todos los oficiales encargados del lugar. El coronel no se encontraba en aquellos instantes y eso solo fue un punto a favor de la rubia.

Se dirigió directamente hacia el oficial encargado y sin rodeos dijo que quería pasar a los calabozos donde tenían encerrados a los vengadores, específicamente a donde se encontraba el capitán de ellos.

El oficial dudó por unos segundos e incluso se extrañó mucho por aquella solicitud viniendo de la misma primogénita de los Carter, que era considerada prácticamente como la princesa de toda la capital. Pero por eso mismo se limitó a decir sus opiniones y solo asintió con obediencia. De igual forma aquellos horribles criminales se encontraban con máxima seguridad y vigilancia y la rubia no correría peligro.

Se levantó de su asiento y él mismo la guió hacia los calabozos que se encontraban subterráneos. Debido a la obscuridad traía un farol de mano con una vela dentro, iluminando el lugar, había antorchas pegadas a la pared que ayudaban con la iluminación, pero ciertamente eran escasas.

Comenzaron a caminar y debido a que la celda de Natasha se encontraba muy por delante de la de Tony, ella pudo ver primero quien era aquella chica que había bajado, levantando la cabeza y encontrándose con aquellos peculiares cabellos rubios que en aquel instante se encontraban rizados, adornados con un gran peinado.

La pelirroja gruñó por lo bajo, definitivamente se le había contagiado aquel odio que Tony le tenía a la lady, pero no dijo nada, se limitó a seguirla con la mirada hasta verla desaparecer entre  los oscuros pasillos. Lo que ella menos quería era empezar un conflicto y que la dejasen sin comer por una semana solo por haber insultado a “lady Sharon Carter”.

Siguieron caminando hasta que finalmente se acercaron a la celda de Tony.

—Hey, rata mayor, tienes visita —dijo claramente el oficial ya parándose frente a su celda, tendiéndole el faro de iluminación a la rubia.

Tony se encontraba acostado en el piso en el cual había esparcida un poco de paja, dando la espalda a los barrotes de su celda, por ello cuando el oficial le habló no podía verlos, pero al escucharlo su corazón comenzó a bombear nuevamente con amor e ilusión.

¿Y si era Steve? ¡Steve había ido a verlo! El solo pensamiento de aquello fue como un aliento de vida, Tony sonrió, el solo ver por una vez más sus ojos azules le traería la paz y tranquilidad que le habían estado faltando tanto. Podría arreglar todo y el mismo Steve desmentiría todas aquellas dudas que se habían formado sobre él. Pero cuando el castaño se levantó y volteó la vista, aquel súbdito aliento de vida desapareció.

—Me retiro mi lady. Cualquier cosa que necesite no dude en hacérnosla saber, hay oficiales por los alrededores haciendo guardia, usted no se preocupe —dijo por último el oficial para luego retirarse de ahí y dejarlos relativamente solos.

Sharon solo asintió mientras se le quedo viendo muy detenidamente al hombre que tenía frente a ella. De verdad, ¿Qué tenía aquel piojoso de especial? y ahora en su estado actual, lucia más repulsivo de lo que alguna vez lo imaginó. Con el pelo y la piel sucia, con grandes ojeras adornado sus ojos, con su barba que comenzaba a crecer borrando poco a poco el corte perfecto de candado.

Sí, la rubia debía de admitir que en sus mejores días el castaño era algo atractivo, pero nunca más que sus envidiables curvas, que su cabello largo, rubio y sedoso ni tampoco poseía sus blancos y grandes pechos con pezones rozados que ella infería sería la perdición para cualquier hombre. Ella era mejor para Steve, ella encajaba a la perfección con el rubio, y no solo físicamente, también mentalmente.

Aquel pirata era un vulgar, cínico, egocéntrico y pedante de lo peor. No entendía como aquella personalidad tan fea había logrado embrujar a su hombre, porque eso era lo que muy seguramente había ocurrido. No solo era un ladrón y pirata, seguramente también era un practicante de la brujería que había hechizado a Steve, haciendo caer al rubio en trucos baratos de brujos.

—¿Qué quieres? —preguntó Tony harto de que aquella mujer solo se le quedara viendo con lo que él percibía enojo y envidia.

—Solo vengo a dejarte en claro cuál es tu posición —dijo la mujer después de un carraspeo, parándose derecha. Tratando de lucir intimidante.

Tony solo levantó una ceja con aquellas palabras, sintiéndose demasiado cansado como para ponerla en su lugar y comenzar a discutir.

—Steve ya me contó toda la aventura que tuvo con ustedes, contigo específicamente. Realmente… pobre de él, tuvo que dejar el asco que te tenía a un lado para poder acercarse más a ti y obtener toda tu confianza —comenzó a decir Sharon con una sonrisa sarcástica.

—¡Eso no es cierto! él no pudo haber enviado esas cartas revelando nuestra posición. Él no es así —contestó Tony tratándose de creer aquello que cada vez parecía ser más y más falso.

Y con esa simple respuesta los ojos de Sharon brillaron con astucia. Porque sí, La rubia al momento de arribar a la capital y encontrase con sus padres estos le habían informado acerca de las cartas de Steve, diciéndole a su hija que claramente no se habían creído aquello y Sharon confirmándoles su teoría, a pesar de que por dentro la rubia sabía que aquellas cartas sí habían sido escritas con toda intención y voluntad.

Lo que Sharon no sabía era que aquellos piratas habían estado desconfiando de Steve, porque claro, ellos no sabían absolutamente nada de su traidor ni de como los habían encontrado y eso solo le daba más de donde poder destrozar aquella relación de aquel inmundo pirata con su Steve.

—Por supuesto que él las envió ¿de qué otra forma crees que los encontramos? Fuiste lo suficientemente estúpido como para creer que te quería cuando en realidad, solo estaba revolcándose contigo para poder volver a mis brazos, como siempre debió de ser —soltó Sharon con veneno, aplaudiéndose a si misma internamente y sintiendo una satisfacción enorme al ver como el rostro de su rival se descomponía y sus ojos se inundaban de tristeza.

—Mientes… —dijo Tony en voz baja, agachando la mirada al piso, sin poder con todas aquellas palabras que la rubia le estaba revelando, sin poder con toda aquella verdad.

—También tengo que darte las gracias, ya que si no hubieras sido tan iluso yo no hubiera podido recuperar a Steve, y por consiguiente, no me hubiera podido casar con él. Porque sí, para que lo sepas, los tramites y procesos para nuestra boda se han renovado —siguió diciendo notando como Tony ya no levantaba la mirada para verla, al contrario, movía su cabeza a un lado con los ojos bajos, como si tratara de no escucharla más.

—Veo que ya te quedo claro… no quiero que tengas tus ilusiones por ahí del “amorío” que tuvieron ustedes dos, porque en realidad es solo una aberración y una asquerosidad.

Soltó Sharon al ver como el otro ya no le contestaba, pero aquella simple postura en el contrario le expresaba que había logrado su cometido.

—Y ni esperes siquiera poder volver a ver a Steve, él lo que más desea es mantenerse alejado de ti lo mayor posible, dice que le da náuseas y asco el solo recordar todo lo que tuvo que hacer para poder fingir que te amaba —finalizó levantando el mentón, mirándolo despectivamente y saliendo de ahí a paso firme dejando al otro hincado y sin poder levantar el rostro.

Realmente parecía ser que aquel pirata se había enamorado perdidamente de Steve, y ni como culparlo, si ella también estaba bien prendada del rubio hasta el punto de soltar aquellas mentiras con tal de tenerlo a su lado.

Sharon subió las escaleras de piedra que daban a la superficie y caminó hasta poder encontrarse nuevamente con el oficial encargado y entregarle su farol con la vela aun encendida.

—Quiero que hagan todos los preparativos necesarios para un juicio público mañana en la mañana —dijo la rubia echándose un mechón de cabello atrás de la oreja—, yo estaré a cargo y será el mismo pueblo el que decida qué hacer con los vengadores. Veamos que tal los tratan los de su misma clase.

El oficial la miró con los ojos abiertos de par en par, sorprendido al respecto. Eran muy pocas las ocasiones en las que se hacía un juicio público, pero si así lo decidían las personas con poder, así seria, y ni él ni su coronel se podrían oponer a una orden de lady Carter muy seguramente apoyada por lord Harrison Carter. Aun así lo tendrían que consultar con este último.

—Ah y también quiero que quede el acceso totalmente prohibido al lord Steve Grant Rogers. El caballero Steve no podrá tener ningún acceso a estos calabozos ni mucho menos cualquier tipo de contacto con los Vengadores. Velo por su seguridad y espero hagan bien su trabajo —ordenó por ultimo sin esperar un asentimiento del contrario, dándose la vuelta para poder salir de ahí.

Su trabajo, ya estaba hecho.

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Sharon llegó a su casa sintiéndose victoriosa. Aquello que había hecho probablemente sería suficiente para que Steve se mantuviera alejado de aquel mugroso pirata y viceversa, y mientras más pronto acabara todo aquello, mejor.

Sus padres aun no llegaban, probablemente seguían con los Rogers disfrutando del banquete, aun no era muy noche, sin embargo, sí hubo algo al llegar que la extrañó por completo.

—Mi lady, hay alguien que insiste verla. Es un hombre que a decir verdad luce bastante sospechoso, trae una capucha y dice que usted sabe quién es —informó uno de sus sirvientes cuando está a penas se encontraba en la sala principal de su hogar, quitándose una capa beige que traía puesta debido a que comenzaba a hacer frio—, lleva unas cuantas horas aquí, esperándola.

—Dile que pase —ordenó Sharon aventando la capa hacia uno de los brazos de un grande sofá, para luego sentarse en él.

Y después de unos segundos se apareció frente a ella acompañado de aquel mismo sirviente que luego hizo una reverencia y se retiró del lugar.

—Vaya, pensé que jamás volvería a verlo.  —expresó Sharon con voz tranquila, viendo como este se quitaba su capucha, descubriendo su rostro.

Obadiah lucía una cara de pocos amigos que pareciese que con cualquier cosa desataría una gran furia contenida.  

—Tome asiento por favor —ofreció Sharon extendiéndole una mano señalando el sofá frente a ella.

—No es necesario, mi visita será rápida —habló por fin el hombre frente  a ella con voz gruesa—. Veo que los atraparon.

—No fue una tarea fácil, pero así es.

—Los quiero muertos. —soltó repentinamente con voz exigente, sin inmutarse ni un poco, tomando por sorpresa a la rubia que abrió en grande ambos parpados, pero solo por un instante.

—Mañana tendrá lugar un juicio público, el mismo pueblo decidirá qué hacer con ellos.

—Dije que los quiero muertos —repitió ahora con más fuerza en su voz, frunciendo aún más su entrecejo—. Yo no le proporcione toda la información necesaria solo para que los tuvieran encerraditos en un lugar. No sé cómo le va a hacer, pero tienen que ser sentenciados a muerte y no solo eso, también quiero una muy buena cantidad de oro por mis servicios, no me he podido largar de este maldito lugar por lo mismo. —demandó sin inmutarse.

Sharon, sin embargo, no se sintió intimidada por aquel hombre, después de todo ella era la del poder y aquel inmundo pirata para aquel punto ya no le servía de nada.

—¿Y porque debería obedecerlo a usted? A mí nadie me ordena ni me exige nada —respondió Sharon con voz socarrona, riendo un poquito.

Obadiah no le respondió al instante. Su entrecejo fruncido se suavizó y levantó una ceja, seguro de sí mismo, para luego meter la mano por detrás de él y sacar rápidamente una pistola, apuntándole directo a la frente a aquella rubia bonita, quitando el seguro del arma y manteniendo el dedo en el gatillo.

—No intentes jugar conmigo, perra —soltó Obadiah ahora siendo él, el que sonreía con poder—, para cuando tus guardias o quien sea trate de venir a ayudarte lleguen, ya podrías tener una bala bien metida entre tus sesos.

Sharon, ahora sí, borró cualquier expresión en su rostro de suficiencia y pasó a una asustadiza y nerviosa, viéndose en la necesidad de tragar saliva mientras sus manos comenzaban a temblarle.

—Dame el dinero, ahora. Y ni se te ocurra gritar para pedir ayuda, de verdad no sabes de lo que soy capaz, al fin y al cabo, yo también era parte de lo mejor de lo mejor en criminales ¿recuerdas?

Y con esto dicho Sharon solo asintió nerviosamente, para después pararse lentamente y comenzar a caminar, diciendo que tendrían que ir al sótano donde se encontraban la mayoría de sus riquezas, siendo seguida muy de cerca por aquel hombre, que se mantenía aun apuntándole, pero con la pistola oculta entre su capa negra.

Abrió la puerta con su llave y se adentraron, Sharon le ofreció un enorme costal lleno de oro y diamantes. A pesar de que los vengadores habían saqueado precisamente a su familia, aun le quedaban varias riquezas.

Obadiah lo checó rápidamente, claro, sin dejar de apuntarle a la cabeza, cerciorándose que todo estuviese en orden.

—Fue un placer hacer negocios con usted lady Sharon —dijo finalmente Obadiah tomando el gran saco y colgándoselo en la espalda—, y no lo olvide, quiero a aquella tripulación muerta, si no… puede que yo decida hacerle una nueva vista a usted o a alguien de su familia, o incluso a su noviecito que tanto quiere. No me pruebe, porque créame que se va a arrepentir.

Y dicho esto Obadiah salió velozmente del lugar, desapareciendo por completo de los ojos cafés de la rubia, haciendo que esta dejara salir un exhalo, pudiendo respirar bien nuevamente.

Aquel maldito vejete la había dejado como una estúpida, pero claro, él era un criminal y ella solo una dama que lamentablemente en aquellos instantes no contaba con su príncipe azul.

Pero Sharon era capaz de lo que sea con tal de mantener a sus seres queridos a salvo, y en especial, a Steve.

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Para Steve el banquete fue prácticamente una tortura, la poca calma y tranquilidad que había tenido al pensar que Bucky se pondría de su lado se había esfumado por completo y ahora sentía que ya no tendría ni un solo soporte del cual apoyarse y no solo eso, sino que también seguía su inmensa necesidad por poder ver finalmente a Tony.

No volvió a cruzar palabra con Bucky, sí vio como este aun seguía en aquel evento, sin embargo, ninguno de los dos se acercó con el otro.

La noche se hizo presente, el banquete apenas había finalizado y todos acababan de comer. Fue por esa misma razón que el rubio vio la oportunidad perfecta para poder escaparse de ahí, lo de aclarar su matrimonio arreglado y cancelar su compromiso frente a todos a decir verdad ya había pasado a segundo plano, ahora lo más importante para Steve era poder ir a ver a su moreno, saber cómo estaba, poder besarlo y abrazarlo.

Sin dar explicación, ni siquiera a sus padres, sin despedirse de nadie, fue que sigilosamente se pudo escabullir entre todas las personas que se encontraban en su estancia principal, para luego caminar a paso silencioso hacia los corrales hasta donde se encontraba Snow. Luego ya vería como se las arreglaría con todos los nobles por su escapada.

Su caballo relinchó y comenzó a mover sus patas delanteras, gustoso de poder ver a su amo.

—Shhh Snow, no hagas ruido —susurró Steve poniéndose el dedo índice en los labios, en clara señal de que guardara silencio.

El blanco corcel al parecer le entendió a la perfección, ya que no hizo ningún ruido más.

Con rapidez Steve abrió la puertita de madera que mantenía encerrado al caballo y solo le puso una silla de montar, sin preocuparse por los demás accesorios.

En un solo movimiento y sosteniéndose del mismo cuerpo del caballo fue que subió arriba de él.

—Vámonos Snow —dijo Steve ya arriba de él, haciendo que el caballo por instinto comenzase a correr siendo dirigido por el mismo rubio.

Steve cabalgó muy rápido, agradeciendo que sus empleados mantuvieron en perfecto estado a su caballo, ya que este desde siempre había sido más fuerte y rápido que cualquier  otro, todo un corcel de la realeza.

Llegó a los calabozos, donde él sabía que tenían encerrados a sus amigos y con rapidez bajó del caballo, dejándoselo encargado a uno de los oficiales que se encontraba justo en la entrada.

Camino rápido, casi corriendo, hacia donde se encontraba el oficial encargado. Jadeando, apoyando ambas palmas de sus manos en el escritorio de madera de este.

—Muy buenas noches. Me presento, soy lord Steve Rogers y vengo a ver a los vengadores,  a hacer una visita a los calabozos —explicó Steve mientras agarraba aire.

—Lo lamento lord Steve, pero el acceso a visitas queda estrictamente prohibido, no lo podemos dejar pasar —explicó el oficial con rostro serio. Aquello había sido inesperado, justo apenas unos instantes lady Sharon le había ordenado aquello y ahora el rubio primogénito de los Rogers aparecía, pareciendo casi desesperado por querer ver a los ladrones.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —preguntó exaltado el ojiazul, al parecer él pensaba que las cosas no se podían poner cada vez peor pero realmente estaba muy equivocado.

—Son órdenes estrictas de las autoridades de la capital mi lord, de verdad lo lamento, pero por ningún motivo lo podemos dejar pasar —explicó tranquilamente el oficial, viendo como el rubio comenzaba a perder los estribos.

—¡Esto es una completa insensatez! ¡Déjenme pasar! ¡Déjenme verlo!

Gritó Steve con impotencia, perdiendo la cabeza, caminando directo a la puerta que daba a los calabozos sin importarle ni un poco que aquello estuviera prohibido, pero antes de alcanzarla cuatro oficiales se pusieron frente a ella, firmes, tomando el mando de sus espadas listos para desenfundar.

Steve los vio con mirada perdida y luego volteó, viendo como a su espalda había varios oficiales más, con la atención en él, listos para irse en su contra y no dejar que traspasase aquella puerta.

—Porfavor… déjenme verlo —dijo Steve bajando su tono de voz en un suplico, pero con esta un tanto quebrada debido a la esperanza que poco a poco se esfumaba de su cuerpo, dejándolo en desolación.

—Lo lamento lord Steve, ordenes son ordenes —dijo el oficial encargado, caminando hasta al lado del rubio y posando una mano en su brazo.

Steve se zafó con brusquedad del agarre y solo resopló en respuesta. No tenía caso enfrentarse a todos aquellos oficiales, lo único que iba a causar era un alboroto y pudiese ser que al final ni siquiera consiguiese ver a Tony.

Justo cuando se giró para retirarse de ahí fue que escuchó al mismo oficial hablar.

—Mañana en la mañana está planeado un juicio público para ellos, en el centro de la capital —dijo el oficial a pesar de que no era realmente necesario que el rubio lo supiese, pero sintiéndose un poco mal al ver a aquel hombre que parecía estar destrozado con la necesidad de saber algo acerca de aquellos piratas.

Steve no dijo nada más, se limitó a salir de ahí después de escuchar aquello, con la mirada gacha debido a sus sentires desesperanzados. Afuera fue a encontrase con Snow, haciendo que el oficial de al lado que lo estaba cuidando agachara la cabeza y se retirara.

Ya estando ahí, frente a su corcel, se abrazó fuertemente a su cuello, hundiendo su rostro en el suave pelaje blanco mientras hacia sus manos puño, sintiendo un muy fuerte y rasposo nudo en la garganta.

Cada vez se le acababan más y más las opciones, pareciendo que el destino le estaba haciendo una muy mala jugada. Ahora debería de esperar a saber que sería lo que ocurriría el día de mañana, pero claro, con la esperanza de ahora sí poder ver finalmente a su castaño.

Lo extrañaba, lo extrañaba demasiado, y la preocupación de ni siquiera saber que era lo que iba a pasar solo empeoraba aún más las cosas.

 

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Ya habían pasado varias horas desde que aquella mujer rubia de nombre Sharon había bajado a los calabozos. La oscuridad propia de la noche estaba presente y la luz de la luna llegaba a filtrarse un poco por unas muy pequeñas ventanas abarrotadas que se encontraban en las celdas, una ventana por cada cubículo.

La prisión de Bruce se encontraba justo al lado de la de Tony y al ser el más cercano a su capitán fue que pudo escuchar a la perfección la discusión que este tuvo con la mujer noble y toda la amarga verdad que esta le había escupido en la cara.

A decir verdad ninguno de los vengadores quería creer en aquella posibilidad de que Steve fuese un traidor, pero después de ser testigo de todas aquellas palabras no quedaba ninguna otra opción que resignarse a la cruda y decepcionante verdad.

Bruce en las horas que siguieron ya no escuchó absolutamente ningún sonido de la celda que correspondía a Tony, pero a pesar de que no podía verlo ciertamente lo imaginaba en las peores condiciones posibles.

Él sabía que el cariño y amor que el castaño logró desarrollar por el caballero era algo verdaderamente intenso, sin igual, sincero, y él lo único que podía hacer era imaginarse el dolor por el que estaba pasando su compañero al haber escuchado todo aquello que dijo la mujer rubia.

Si en aquellos días ya se había encontrado verdaderamente deprimido, sin los ánimos para salir adelante y escapar de ahí, ahora mucho menos.

Se acercó lentamente hasta la gruesa pared de piedra que lo separaba de él, se sentó en el suelo, con la espalda recargada en ella y lo intentó llamar un par de veces hasta que el otro le respondió con un sonido y escuchó como este hacia lo mismo que él y arrastraba sus cadenas en el suelo hasta llegar a la pared que los separaba.

—Solo quería saber cómo te encontrabas —Bruce se animó a decir finalmente con voz suave después de unos segundos en silencio.

—Seguro ya te lo puedes imaginar… —respondió Tony con la voz más apagada y triste que algún día el doctor le llego a oír.

—Lo se Tony, es solo que de verdad me preocupas, sabes lo importante que eres para mí, para todos nosotros. Y de verdad me duele todo esto que está pasando, me duele saber que te encuentras así —se sinceró el pelinegro, con ganas de poder ver a los ojos al castaño y darle un fuerte y gran abrazo, reafirmándole el hecho de que no estaba solo.

—Él… él me dijo que me amaba Bruce, me dijo que me amaba de verdad —soltó Tony con voz quebrada, teniendo que tragar duro al sentir como los ojos comenzaban a picarle.

El saber que todos aquellos momentos que había pasado con Steve habían sido una simple farsa, todos los cariños, todos los abrazos, todos los besos, todas y cada una de las veces que tuvieron relaciones y estuvieron juntos, todo aquello siendo solo una ilusión que el castaño se creyó como un vil estúpido, de verdad le rompía el corazón.

A decir verdad en ocasiones Tony a veces ni se podía creer que alguien tan perfecto como lo era Steve dijera que lo quería y amaba con la misma pasión e intensidad que él. ¿Cómo había logrado aquello? ¿Qué había dentro de él para merecer toda aquella felicidad? Por supuesto, la respuesta ahora era clara, no había nada, porque en realidad todo aquel amor nunca existió, nunca fue real.

Tony creía que talvez se lo merecía, por ser un liberal, un vividor, un hombre que a veces ni siquiera respetaba las relaciones y ahora se le estaban pagando todos sus errores, porque aquella punzada que sentía en su pecho como si mil dagas le atravesasen de verdad podría ser el peor castigo que alguien pudiese sufrir.

El amor era tan bello, tan hermoso, y a la vez tan pero tan destructivo, que cuando te dolía hacia que te costara respirar debido al sufrimiento interior.

Lo peor de todo es que él de verdad amaba a Steve y si actualmente le pidieran que diese la vida por aquel rubio de ojos bonitos, sin dudar un segundo lo haría.

—Sabes Tony… tú te has dedicado toda tu vida a salvar a los demás, pero dime, ¿Quién te salva a ti? —soltó finalmente Bruce.

Los demonios y pensamientos despectivos que anduviesen rondando a Tony en aquellos instantes, Bruce esperaba alejarlos con aquella frase. Tony no debía de ser tan duro consigo mismo.

—Solo recuerda que nosotros siempre estaremos aquí para ti, somos tu familia y tú eres la nuestra, no trates de cargar con todo el dolor tú solo —y esto fue lo último que se llegó a escuchar en aquellas celdas.

Tony ya no respondió y Bruce tampoco espero respuesta. 


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