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War of Hearts por ruru_san

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«De una escalera a la luna quizá... De un mundo que no deje nunca de hacernos soñar.»


 


En su mundo cuando una persona llegaba a la etapa de la adolescencia se pensaba que los mayores problemas a los que ibas a tener que enfrentarte eran: El no deshonrar a la familia a la que perteneces, comenzar a hacerte una idea acerca de lo que deseas que te depare el futuro y hacer valida tu jerarquía social buscando desde ya a la posible persona con la que tendrás tu progenie una vez llegado a la adultez.


Otabek Altin a sus dieciséis años en realidad no encontraba muchas razones para preocuparse por ninguno de los puntos anteriores, ya que desde la adolescencia temprana que había tenido que abandonar su hogar. La realidad era que no todos los nacidos como alfas lo hacían siendo afortunados de tener una cuna noble y acomodada, no en todo el mundo y no cuando eras criado en tierras salvajes, lejos de las urbes dominantes y con una familia numerosa en la que solo enemistandote con tus hermanos mayores podrías intentar formarte como el cabecilla de tu correspondiente clan.


Mamá quedó bastante más tranquila cuando el más pequeño de sus once hijos se despidió de ella informándole que se marcharía al norte del continente para no crear problemas y buscar mejores oportunidades. No sería ni el primer ni último muchacho de a penas trece años que dejase la localidad para ser una boca menos que alimentar para sus padres. Así a su madre no le quedó más opción que colmarlo de bendiciones y buenos deseos. Solo cuando el pequeño Beka se marchó fue que pudo exteriorizar el dolor que solo una omega podía sentir cuando uno de sus cachorros se marchaba de la manada antes de tiempo.


¿Qué podía decir en esos casos una simple omega que mucha suerte había tenido al contraer matrimonio con un alfa pura sangre de la región? Absolutamente nada sino deseaba ser mal vista, repudiada por su marido y posteriormente desechada, además de evitar poner en riesgo la vida de su siempre servicial y amoroso Beka. Ella no permitiría que el resto de sus hijos se metieran con él solo por intentar hacerse un hueco en la jerarquía familiar en la que ya existían otros cuatro alfas jóvenes batallando con el mismo objetivo.


Otabek se marchó y quizás no por los mejores medios, ni con ayuda de las más decentes compañías, pero logró hacerse de lo suyo en poco tiempo. Haber sido el menor de una familia de salvajes, con una diferencia de seis años entre él y Aybek, su hermano más próximo, definitivamente le ayudó a apañárselas en un área tan estirada y a su parecer vulnerable como lo era ese lugar que todavía muchos llamaban La deslumbrante Rusia.


Los habitantes de Rusia era fáciles de hurtar y manipular, de investigar, de trabajar, y a Leo de la Iglesia le había tocado instruirlo en el interesante y fino arte de robar, luego de haberle despojado de un par de frutas que él con mucho esfuerzo se había apañado del mercado dominical y todo sin darse cuenta de ello hasta que fue demasiado tarde. Ni siquiera fue que recuperara sus alimentos, sino que el vivaz muchacho agradable apariencia terminó apiadandose de él devolviéndose sobre sus pasos para hacerle entrega de media manzana mordisqueada y babeada en el mejor son de paz posible entre dos muchachos hambrientos y desgarbados en aquellos tiempos.


Leo venía de aquel continente justo del otro lado del océano, o eso le relataba y deseaba que no le estuviera mintiendo porque siendo solo unos meses mayor que él ya hacía que le admirase bastante junto con sus habilidades para hurtar dinero, artículos valiosos y sobre todo... secretos. Otabek descubriría, al lado de su primer gran amigo, que los secretos de las personas adecuadas podrían llegar a valuarse mucho mejor que cualquiera de las joyas más preciosas que pudieran robar.


Los secretos llevaron a las extorsiones y las pequeñas extorsiones les llevaron a trabajos cada vez más grandes. Los trabajos grandes a los trabajos peligrosos y estos a su vez les condujeron a encontrarse con una cara amigable y unos abrazos fuertes y asfixiantes. Emil Nekola llegó a ellos justo cuando a Otabek le tocó asistir en solitario a la zona muerta de la Unidad Federal 14, el extremo sur más alejado del centro de la capital. Solo debía encargarse de ser el perfecto infiltrado dentro de la administración de uno de los casinos más demandados del lugar, tomar algunos documentos en específico, memorizar ciertos datos relevantes y, si no se equivocaba, la paga vendría en forma de oro, no monedas ni billetes, sino oro macizo y puro. Pocas personas pagaban ya con metales preciosos.


Fue un muy jovenzuelo Emil quien les entrenó en el uso de las armas, Otabek rara vez las utilizaba en defensa propia más que para otra cosa y Leo directamente se negaba incluso a portarlas argumentando que su astucia y agilidad le eran suficientes para resguardarse, pese a haber sido un excelente pupilo para Nekola.


Otabek tan solo tenía dieciséis años de edad, no portaba arma de fuego alguna y victorioso se disponía a partir de la UF14 rumbo al norte esa misma noche de verano que en esa zona muerta se sentía como frío otoño. Esa noche llovía y él, a pesar de su inexpresivo semblante, admiraba profundamente a todos esos y esas omegas que fuera de los establecimientos tiritaban para atraer clientela.


Andaba a paso rápido, abrazándose a sí mismo debajo de un pesado y caliente abrigo a juego con una gruesa bufanda de lana que iba impregnada de inmunizadores que ayudaban, pero que aún con ellos no evitaba que pudiera su olfato percibir el fuerte aroma mezclado de diversos celos en diferentes puntos de la localidad, cualquier alfa sin precauciones se saturaría los sentidos con ello para luego ir a parar en el primer lugar en donde pudiera desfogar sus más primitivos instintos. Sin embargo, curioso fue su caso, cuando sus pies no le llevaron a las puertas de salida de esa ciudadela de mala muerte.


Quizás Beka jamás podría encontrar una explicación de qué fue exactamente lo que esa noche le condujo hasta una callejuela húmeda y oscura al lado de un bonito comercio cuyo letrero rezaba en la lengua internacional solo dos palabras: Ice Castle.


— Oye, ¿qué haces aquí? — preguntó con tono neutro, acuclillándose al lado de un chiquillo que en pose india yacía sentado contra el muro del dichoso Ice Castle, al lado de lo que parecía ser la puerta de servicio, y sin importarle en lo más mínimo que la lluvia le empapara los rubios cabellos que ligeramente largos alcanzaban a cubrirle las orejas.


— Una de mis compañeras ha sido marcada ayer a pesar de ser una perecedera. — fue lo único que respondió el chico sin dejar de mirar la pared al frente suyo.


A Otabek aquello le resultaba ser una buena noticia para una omega que seguro creía que su destino sería el de ser utilizada por el resto de su vida, por lo que no entendía el disgusto del jovencito.


— ¿Y eso por qué te obliga a permanecer aquí afuera?


El rubio entonces sí que despegó la mirada de los ladrillos del edificio aledaño al Ice Castle y Otabek, quien hasta ahora no había sentido especial fascinación por los rasgos de ninguna persona, creyó que se quedaba clavado en su sitio ante ese par de ojos verdes que refulgían en un enojo que era casi palpable. Solo entonces se percató de que el rostro del muchacho no era el de alguien que se encontrara en la edad correspondiente para ser recluido en esas tierras. Ese desconocido de fieros y hermosos ojos no parecía haber abandonado hacía mucho la infancia.


— Porque la muy estúpida tiene veintidós años y me resulta nefasto pensar que yo tenga que esperar cerca de nueve años más para que algún mequetrefe me haga el favor de ayudarme a salir de aquí también.


Otabek pensó que con esa actitud de mierda el chico demoraría mucho más que nueve años en encontrar a alguna alma caritativa que quisiera sacrificarse por él. Sin embargo, por esa ocasión, fue él el alma caritativa que le proporcionó su abrigo para cubrirle hasta la cabeza en vista de que no parecía tener la mínima intención de ir a resguardarse dentro de su hogar. Los omegas no eran conocidos por poseer un brillante estado de salud precisamente y era probable que el chiquillo mínimo pescara un resfriado más tarde.


No fue esa noche cuando Otabek supo cuál era el nombre de aquel mocoso.


Tampoco fue en esa ocasión cuando Otabek se enteró de que al niñato aquel le faltaban todavía cuatro años para entrar a la edad reglamentaria en la que un omega suele quedar recluido a esa clase de zonas.


Fue muchísimas noches después cuando Otabek Altin se preguntó qué demonios ocurría con él que visitaba en esa callejuela a aquel muchachito una vez al mes prácticamente sin falta. ¿Por qué a escondidas como si fuera alguna clase de ladrón? Suficiente tenía con no notificarle a sus dos colegas y amigos acerca de sus continuos trabajos en solitario de los que era mejor no informarles. Tampoco era como si no tuviera en los bolsillos el efectivo suficiente como para ingresar a ese tipo de lugares y pagar por ello como cualquier otra persona.


— ¡Otabek! ¿Qué haces aquí?


Fue muchas visitas después, cuando la fisiología de omega se desarrolló por completo en ese jovencito, cuando de verdad una absurda bufanda de lana empapada en inmunizadores ya no fue suficiente, que decidió que no importaba si debía pagar por ello, pero no volvería a visitar a su amigo cerca de la puerta de servicio, bajo las acostumbradas lluvias y al lado de los contenedores de basura. Era consciente de lo que significaba el cruzar las puertas del Ice Castle que se anunciaba con esa lámpara de papel morado.


— Basta de tener que vernos a escondidas allá en la intemperie como si estuviéramos haciendo algo malo, Yura. — El Ice Castle contaba con un recibidor que te llevaba al área del bar, antesala de las habitaciones y las aguas termales, fue el sitio en el que Yuri le detectó e intentó detener su paso. Con lo que Yuri no contó fue con que sería Otabek quien le tomaría por el codo para guiarle al interior del establecimiento con toda la intención de hablar con quien estuviera a cargo. — No me importa tener que pagar por tu tiempo como todos los demás...


— Pero tú no eres como todos los demás...


Otabek no se detuvo ante el murmullo lastimero de Yuri cuando este agachó la cabeza y acabó siguiéndole el paso hasta que el mayor logró apersonarse con Katsuki Yuuri, un joven que claramente no tenía pintas de ir por la vida regentando personas, tan no fue así que la respuesta a su intento por pagar por el tiempo a solas con su amigo le sorprendió gratamente:


— Si no planea hacer uso de Yuri no veo razones para cobrarle nada. Él no tiene trabajo pendiente para esta noche, pueden ir al área de cocina a conversar un rato, mi cocinera hace un rato que se ha marchado a dormir.


Yuri sonrió involuntariamente y tomó del brazo a Otabek para llevarlo casi a rastras a la parte posterior del local, aún así este pudo escuchar las últimas palabras de Katsuki antes de perderle de vista...


— Acaba de cumplir quince años. Perdonele su excesiva energía.


Esa primera noche, mientras se hacía el cierre de servicio del Ice Castle y todos los residentes del lugar volvían a sus aposentos, a Otabek le pareció que Yuuri Katsuki procuró demorarse un poco más en ir a despedirle luego de que se había presentado como el Capitán Altin. El joven de rasgos de las tierras asiáticas no tenía tan poca sensibilidad como para interrumpirles ahora, luego de que hacía unos minutos habían cesado las palabras para reemplazarlas con el silencio provocado por labios temblorosos y los sabores de sus bocas entremezclándose.


Por esa ocasión a Yuri se le permitió acompañar a ese potencial cliente hasta la puerta de salida y Otabek tuvo la oportunidad de ver que los ojos del menor se congestionaban justo antes de que se apresurara a arrebatarle un último beso, más largo, mucho más profundo que aquellos que a prisas y en encubierto compartieran en el área de comida.


Yuri temblaba.


Otabek decidió que era un buen momento para abrazar al otro.


De alguna manera desde ese instante se percataron de que podían contar el uno con el otro; sin embargo, difícilmente podrían prometerse que nunca dejarían que uno de los dos se sintiera solo.



 


Otabek se conocía de sobra las instalaciones del único establecimiento de aguas termales de la zona muerta de la UF14, no en vano tenía la confianza suficiente con su propietario y trabajadores del lugar como para que a ciegas pudiera llegar hasta los dormitorios de los empleados, una zona totalmente restringida para los clientes promedio. Y podía asegurar que caminaba a ciegas porque en esos momentos sus sentidos no eran precisamente los más agudizados ahora que llevaba una enorme cantidad de alertas en su cabeza luego de que Guang Hong le enfrentara en mitad de la calle para informarle del estado de salud de Yuri.


Grande fue sorpresa cuando al llegar a la puerta que él reconocía como la del dormitorio que el rubio chapero ocupaba junto con otros cuatro de sus compañeros, simplemente no pudo más que detenerse para dar un par de golpes sobre la madera y solo de esta manera atreverse a invadir aquel espacio. Pero mayúscula fue su impresión una vez el convaleciente en cuestión entró en su campo de visión.


— ¡Capitán! — exclamó Katsuki sentado en la orilla del catre desde el cual Yuri le contemplaba con la mandíbula desencajada y los ojos bien abiertos, aunque la expresión le duró bastante poco pues casi de inmediato el muchacho arrugó el entrecejo. — Es de madrugada, no esperábamos su visita...


— Habla por ti, cerdo.


Yuuri se había puesto en pie para recibir a la repentina visita, pero no dejó de descolocarle la interrupción de su empleado, no por la rudeza de la misma sino por la manera en la que dejaba al descubierto sus emociones con tan pocas palabras. El encargado del Ice Castle a penas alcanzó a estrechar los ojos para mirar a Yuri por encima del hombro con una sonrisa que se esforzó bastante en que no fuera demasiado divertida.


— Yuri ha estado algo sensible del estómago, capitán. — informaba Katsuki siguiendo su camino hasta alcanzar llegar al pasillo y posicionarse a un lado del recién llegado que le escuchaba con atención pero no desviaba su atención del enfurruñado enfermo. — Según el médico son las consecuencias de llevar más de dos meses sin comer adecuadamente. No se qué ocurrió, pero desde la semana pasada ha estado devolviendo la mayoría de sus alimentos.


— Has estado intentando alimentarme con tus estúpidas sopas de carne cocida con vegetales. Cualquiera devolvería eso. — rezongó el rubio ahora de brazos cruzados y mirando fijamente el exterior a través de la ventana que seguía con las cortinas abiertas.


— No se hubiera complicado tanto si hubieras asistido a las revisiones dominicales.


Esa tercera voz Otabek no la tenía del todo bien identificada, pero del catre contiguo al de Yuri surgió una cabecita rubia teñida con un mechón de cabello colorado que con un asentimiento pareció darle un saludo de buenas noches. Todos en la habitación creyeron escuchar un gruñido de parte del más joven ante la intromisión.


Yuri se reacomodó entre las sábanas para erguirse en una posición más cómoda. Solo entonces Otabek fue consciente de que la situación no era tan poco preocupante como intentaban hacerle ver. La camisola que Yuri vestía se deslizó por el pálido hombro y le permitió contemplar las exageradamente marcadas clavículas y no estaba seguro de querer comprobar si las costillas se marcarían bajo la piel de la misma manera. El chico notó el escrutinio y no dudo en reacomodarse la ropa y cubrirse con las sábanas.


— Iré a por algo de beber a la cocina. — anunció Minami saliendo de su lecho de un brinco y con verdaderos signos de querer salir de ahí.


Yuuri solo negó con la cabeza ante la poca discreción del chico para emprender la huída y con un gesto despreocupado de la mano decidió darle un poco de privacidad a esos dos que por fin se reencontraban luego de un tiempo que podía no parecer muy prolongado, pero que para el chiquillo que cuidaba más aprehensivamente había sido una tortura.


 



 


— Casi tres meses.


— Poco más de dos meses, Yuri.


— Dos meses y casi dos semanas, para mi son prácticamente tres.


— Eso no tiene lógica alguna, Yura.


Yuri era el tipo de omega más extraño con el que Otabek hubiera tenido que enfrentarse a lo largo de todos esos años como viajero. Los omegas tendían más a la sumisión, a la obediencia y la búsqueda del afecto, más Yuri solo cumplía con la última parte y lo hacía a medias ya que su actitud tan borde demostraba lo contrario, mientras que su organismo le traicionaba haciéndole caer en depresión por el simple hecho de haber prescindido de su acostumbrada visita mensual.


Ambos yacían apretujados en el estrecho lecho que le correspondía al menor y Otabek había tenido que recostarse de lado para poder hacerse un hueco junto a él y poder así posar una mano sobre el plano vientre del muchacho.


— Es la primera vez que faltas desde que nos conocemos, Beka...


Nervioso y ansioso, Yuri acercó su rostro al pecho de su agradable visita y enterró la nariz entre las ropas con aromas de fuera, lejanos, mezcla de ciudad, de vegetación y a saber qué tantos otros sitios que ese hombre había visitado para llegar hasta ahí.


Otabek guardó silencio, no creyó oportuno confesarle que era la primera vez que no venía solo a la localidad y que más encima ni siquiera había sido su intención pasarse esa noche por ahí. Fue así que optó por colar la mano bajo aquella vieja camisola para entrar en contacto con la cálida piel en lugar de dar explicaciones innecesarias.


— Tuve trabajo que hacer fuera, me demoró más de lo planificado, aunque esta vez te tengo noticias más favorables.


Yuri despegó la nariz de entre la deliciosa fragancia que desprendía la chaqueta de viaje que su acompañante vestía y levantó el mentón para mirarle con curiosidad. Otabek le estaba obsequiando una mueca muy parecida a una sonrisa y entonces lo que venía debía ser verdaderamente bueno.


— Mis superiores han pedido que mi equipo y yo nos instalemos a trabajar aquí durante los próximos meses. — Los verdes ojos adoptaron un brillo especial que hasta entonces el mayor no había tenido oportunidad de contemplar en ellos: Brillo de esperanza. — Estoy en una misión de investigación y arresto.


Yuri no ponía verdadera atención en lo que se le explicaba, para lo único que en verdad tendría interes era para que Otabek le dijera exactamente por cuánto tiempo podría contar con su presencia con toda la frecuencia que nunca antes habían podido disfrutar. Estaba seguro de que si se comportaba solo un poco menos hostil con los clientes, tal vez un poco más colaborador con sus compañeros de trabajo y quizá un tanto más educado con el personal en general, podría convencer a Katsudon de que le permitiera el acceso a su amigo para compartir breves momentos como el de ahora, aún si estaba terminantemente prohibido que Otabek pasara ahí la noche sin pagar por ello.


— ¿Por cuánto tiempo? — presionó el más joven, al tanto de que las mejillas comenzarían a doler sino dejaba de sonreír tan ampliamente.


— Tenemos dos meses, tal vez tres. — respondió el capitán ahora acariciandole la piel del vientre con las yemas de los dedos. — Vamos a encargarnos de encontrar al asesino y canibal que ha estado atormentando su hogar desde hace años, Yuri.


Las caricias eran suaves, lentas, pero fueron suficientes para notar algo extraño en su amigo y amante... La curiosa manera en que Yuri contuvo el aliento por a penas un segundo, algo quizá imperceptible para cualquiera, pero no para Otabek Altin que en cada encuentro procuraba no pasar por alto ningún detalle de aquel sujeto de su adoración.


En la habitación se hizo silencio y no fue cosa de la imaginación de Otabek el percatarse que el brillo de aquellos ojos se había opacado aún si la amplia sonrisa permanecía frente a él como si estuviera tatuada en ese bello rostro. Los músculos que delineaba incluso se habían tensado brevemente y el joven alfa no pudo haberse sentido más imbécil por hablar de más. No ibas dando inicio a una investigación informando de todo a tu amante en curso, no si este acababa teniendo ciertas complicaciones para ocultar que aquello le afectaba más de lo que quería aparentar.


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