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War of Hearts por ruru_san

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«Los coches se arrastran dejando detrás un olor, que ahoga turistas sin alma
bebiendo en sus vasos de ron.»

 

Nikolai Plisetsky, el padre de Yulia, nunca dejaba de ser un amor con su nieto sin importar lo severo que pudiera verse durante las lecciones que el pequeño Yuri debía tomar con él luego de volver del colegio.

Yulia no mentiría al decir que en más de una ocasión sintió un poco de lástima por su hijo y cada vez que este salía de la biblioteca arrastrando los pies y con cara de ir maldiciendo al mundo en sus pensamientos, no dudaba en ir con pasos cautelosos detrás de él. Tenía bien sabido que de intentar abordarlo suavemente y con tacto el chiquillo de a penas nueve años pondría el grito en el cielo y despotricaría diciendo algo del estilo "¡Que ya no soy un niño, mamá!".

A veces Yulia detestaba tanto que su padre le tuviera a Yuri tan vendida la idea de que en sus manos quedaba la responsabilidad de colaborar a que se resolvieran los bélicos conflictos entre especies, el futuro del mundo. ¿Al pequeño Yuri qué más podría importarle a su tierna edad? Él debía dedicarse a jugar, a hacer amigos, practicar algún deporte como cualquier otro niño alfa, preocuparse únicamente de cumplir con sus tareas para entregar al día siguiente con sus profesores.

La joven mujer recorría los pasillos de la enorme casa, escondiéndose detrás de cada esquina o columna hasta que contemplaba cómo era que Yuri se encerraba en su habitación azotando la puerta a sus espaldas en el proceso. La tristeza la invadía en cuanto lograba acercarse y escuchaba como dentro de los aposentos de su hijo se desataba el desastre. A la mañana siguiente las señoritas encargadas del aseo seguro le notificarían que algo del inmobiliario de Yuri había sido destrozado y que no había sido a manos de nadie más que del mismo niño.

Si bien Yulia era una alfa pura sangre bien educada y preparada, el hecho de haber elegido dedicarse a estar involucrada en la crianza de su hijo en lugar de encargarse de seguir el camino profesional de su padre, le había restado bastantes puntos dentro de su jerarquía social y por ende no tenía mucha opinión respecto al crecimiento y educación de su pequeño. Por lo que día sí y día también solo le restaba observar al abuelo endureciendo el carácter de su nieto con conocimientos que ella consideraba peligrosos, pues se trataba del mismo tipo de cátedra extra que ella igual recibiera en su infancia.

Y ahora estaba junto a la puerta de Yurachka, escuchando los sollozos que seguían luego del arranque de furia producto de un muy probable sermón por parte de Nikolai. Yuri tenía por costumbre cuestionar todo, preguntar siempre y no estar muy convencido de las cosas que leía y las razones por las que lo hacía. A su temprana edad ni siquiera parecía que el niño estuviera muy de acuerdo con los métodos con los que querían obligarle a enfrentar su destino. Yulia golpeó un par de veces la madera.

— Cariño, ¿puedo pasar?

— Igual vas a entrar, mamá... — respondía una voz constipada amortiguada.

Fue así que ella decidió girar el pomo para encontrarse con la penumbra siendo interrumpida por la luz del pasillo.

— Yura...

La joven mujer se adentró a la oscuridad y Yuri por esa noche permitió que un poco de luz entrara a su vida. Pocas veces se permitía el mostrarse débil, no creía que esa fuera la imagen que su abuelo estuviera queriendo formar en él. Yulia se acercó lentamente hacia el menor, el cual temblaba sentado sobre la alfombra a los pies de la cama, abrazándose las rodillas y apoyando la frente sobre estas. Parecía avergonzado de estar llorando por una lección mal lograda y ella le conocía lo suficiente como para saber que cada movimiento debía hacerlo lo más tranquilamente posible, sin presionarlo para que las cosas no salieran peor de lo que ya estaban.

Solo cuando la delgada mano de Yulia se posó sobre los rubios cabellos de Yuri, de un rubio incluso más claro que el suyo, fue que el chiquillo levantó el rostro y con la manga del pijama se limpió los restos de lágrimas. Yuri tomó aire con fuerza y lo dejó salir con doloroso pesar. Su madre se mantenía en silencio y los largos dedos no demoraron en abrirse camino entre las doradas hebras para peinarlas con suavidad.

— ¿Tu abuelo te ha regañado?

— Sabes que él nunca regaña, mamá. — el pequeño se limpió la enrojecida nariz también con la manga y no se opuso a que su madre se sentara a su costado sobre la moqueta.

— Estoy de acuerdo. Él solo sabe qué palabras decir exactamente para hacerte entrar en razón.

Yuri se aclaró la garganta y esta vez apoyó la cabeza contra el hombro de Yulia, quien le rodeó con un brazo para cobijarlo contra su cuerpo. En esos momentos poco le importaba si su padre llegaba a descubrirla en medio de esos actos que todas las familias pura sangre consideraban excesivamente sobreprotectores para un alfa, aún si este se encontraba lejos de llegar a la pubertad siquiera.

— ¿Quieres hablar sobre esto, Yura?

A Yulia le rompía el alma cada vez que su niño ocultaba el rostro mojado contra su pecho para negar en silencio con un suave movimiento de su cabecita. Ella continuó acariciándole el cabello, con el corazón hecho un puño pero consciente del temblor de los hombros del menor.

Pero para ser honestos, la única hija de Nikolai Plisetsky sabía que Yuri no hablaría... Los Plisetsky eran criados para enfrentar sus propias batallas a solas, para no depender de nadie, para no tener debilidades que les desviarán del camino. ¿De qué servía prepararte en las ciencias políticas si un carácter blandengue iba a restarte credibilidad ante el resto? Los Plisetsky llevaban demasiado tiempo en el ruedo como para que un solo individuo de la línea sucesoria fallara.

Yulia sabía de qué iba todo esto. Los Plisetsky entre las redes gubernamentales, los Nikiforov abriéndose paso en medio de la milicia y esa familia suiza demasiado involucrada en el sector salud. Familias que en su mayoría se encontraban con porcentajes de sangre pura bastante altos y curiosamente con excelentes relaciones entre ellas. Bueno, quizás Yulia no lo supiera con certeza pero detestaba la idea de pensar que, tal y como sabía hacían con Viktor Nikiforov, Yuri también acabase siendo una herramienta.

Yuri se removió bajo su abrazo y levantó su mojado rostro para mirarla directamente con esos ojos verdes que eran quizás el rasgo que más fielmente compartían. El niño entreabrió los labios y dejó salir su voz en un quejido lastimero, dándose vuelta para acabar siendo él quien la abrazara por completo.

— Detesto ese libro...

— Lo se, cariño.

Ella sabía a qué material se refería y tampoco le caía en gracia.

— Todo el tiempo se lo digo, mamá.

Lo importante era que su bebé estuviera comunicándole sus pesares.

— Ese libro solo dice pestes sobre nosotros. El abuelo insiste en que quiere que me forme criterio, pero... — Si, Yuri a esa edad sabía de sobra lo que era formar criterio entre otras cosas interesantes de adultos. Sin embargo, lo que Yulia nunca se esperó fue que tuviera algo en especial tan claramente frente a sus ojos: — ¿Acaso mi abuelito quiere que odie a los betas? ¿No se supone que vamos a salvar a todas las especies con la ayuda de mi voz?

¿Por qué tenía que ser así la primera conversación seria y extensa entre ellos? Una en donde el pequeño Yura le mostraba algo que hasta ahora se negaba a querer ver por todo el amor que profesaba a su padre.

— Tu abuelo no quiere eso, cielo...

— ¿Entonces? — cuestionó Yuri desconcertado de que su madre no le apoyara en algo que para él se veía demasiado evidente. — Se desvive diciendo que me hace leer eso para que vea cuales son las ideas que debo corregir en los betas cuando sea mayor. Pero... — Yurachka se alejó de su madre y con exagerados ademanes con las manos era que intentaba darle forma a su explicación. — Pero no son esa la clase de ideas que surgen en mi cabeza con cada capítulo que me ordena leer, madre.

Incluso el tono de voz del niño cambiaba, era casi como si se tratara de la conversación entre dos adultos, pero los tiernos rasgos del pequeño nunca ayudaban mucho a creerte la ilusión.

— ¿Y qué es lo que has leído hoy, Yuri?

El aludido apretó los labios y la observó con algo muy parecido a la angustia.

— Las experimentaciones que se hicieron en carnívoros voluntarios para deshacerse de nuestra especie. — Yuri bajó la mirada. — No era muy amplia la información, pero me parece horrible que los betas hayan logrado que entre nuestras gentes existieran quienes quisieran sacrificarse para terminar con nosotros, mamá.

Cuando Yulia Plisetskaya arrugaba el entrecejo y afilaba la mirada tenía un aire militante, uno que su hijo había adoptado y que curiosamente le hacía parecer un pequeño y disciplinado soldado cuando se concentraba en una tarea en especial. En ese momento madre e hijo se contemplaron con el mismo gesto por algunos segundos y fue casi como si ella se viera a sí misma en un espejo varios años atrás.

— Hoy dormiré contigo, Yuri. Y me contarás todo lo que ha llamado tu atención en cuanto a las lecciones con tu abuelo. — ordenó ella poniéndose en pie y alisandose el pantalón satinado para dormir que vestía.

— ¿Papá no se enojará si hoy no duermes con él? — preguntó el menor tomando la mano que su progenitora le ofrecía. Lo que no se esperó fue que mamá tirara de su brazo con tanta fuerza que le obligara a abrazarle con sus delgaduchas piernas y así ser llevado en brazos hasta la cama. Yuri parecía un poco retrasado en cuestiones de embarnecer un poco, continuaba siendo un chico más bien menudo.

— Papá lleva una semana sin volver a casa. No creo que se pase hoy por aquí de serte sincera. — Yulia le recostó en la cama, le arropó y no dudó ni un poco en echarse al lado de su adorado cachorro. Su adorado cachorro producto de un milagro y con el que casi nunca compartía esa clase de momentos.

— Al abuelo no le gusta que hable de sus lecciones con nadie.

— Pues ya has hablado hace unos minutos al respecto y quedaría muy mal que te guardaras el resto con tu madre. — Yulia acariciaba en movimientos circulares el vientre de su hijo, estaba segura de que no había cenado ya que bajo sus dedos percibía el gruñido del estómago ajeno, que se autocastigaba luego de sus lecciones fallidas y eso dolía más que cualquier cosa que pudiera descubrir en esa clandestina conversación. — Así que es hora de que vayas cantando, pajarillo.

Yuri permanecía recio a soltar cualquier información. Y su madre decidió recurrir a esa arma infalible que solo había utilizado con él cuando aún asistía al jardín de niños: Las cosquillas en las costillas.

El pequeño Yuri Plisetsky pataleó, manoteó y por una sola vez en la vida a ninguno de los dos le importó que las carcajadas de ambos resonaran hasta el pasillo. Luego de retorcerse bastante ante el ataque de cosquillas, ambos cayeron de golpe al suelo envueltos entre sábanas y rompiendo aún más fuerte en risas divertidas.

Yulia Plisetskaya nunca pudo ser la madre que solucionaba los problemas de su hijo con un abrazo o cocinandole su platillo favorito, porque hasta eso tenía restringido dentro de la casa familiar. Pero aquella noche se conformó con ver llorar de risa a su hijo, convenciendose a sí misma de que era una lágrima de alegría por cada una de las que el niño había derramado luego de salir de esa maldita biblioteca de su padre.

 

 

 

 

— A mi criterio lo que ocurrió con Yuri es que por alguna razón se inmunosuprimió, dejó de comer y posteriormente, cuando comenzó a sentirse de mejor ánimo su organismo rechazó cualquier alimento que ingiriera de manera brusca después. Solo debemos manejarle una nueva alimentación de forma paulatina y todo volverá a la normalidad.

Esa mañana tocaba revisión dominical en la clínica de salud que atendía el doctor Seung-Gil y generalmente este acostumbraba a revisar a los pacientes en grupos de acuerdo al establecimiento de su procedencia, aunque en el caso del Ice Castle siempre se le presentaba el problema de que en especial uno de sus empleados disfrutaba de complicarle la vida desapareciendo en el último momento o simplemente no asistiendo a consulta.

Sin embargo, ese domingo apareció por ahí acompañado de dos de sus compañeros de trabajo por propia voluntad, quizás con la misma cara de pocos amigos de siempre, pero ahora permanecía sentado tranquilamente sobre la camilla siendo todavía escrutado con sorpresa por Phichit quien no dejaba de sonreír con suspicacia sin parar de hacer notas acerca de las observaciones que Seung-Gil hacía sobre el caso.

— Y con la basura que están enviando en salmuera me extraña que no haya arrojado todavía el estómago por la boca. — escupió Yuri interrumpiendo la verborrea del médico que hizo acopio de su escasa paciencia para seguir informando a los compañeros de Yuri acerca de la situación.

— Es que sucede que luego del fallecimiento del señor Ivanov en el mercado no encontramos más que carne en salmuera... — comentó el dato el chico que respondía al nombre Guang Hong que permanecía al lado de la camilla donde el rubio balanceaba los pies en el aire al estar sentado sobre esta todavía.

— No encontramos manera de sacarle el sabor a sal, doctor. — se quejaba Minami haciendo gestos de asco.

— Y considerando que aquí utilizamos agua con sal para provocar el vómito como manejo clínico~ — canturreó entonces Phichit haciendo segunda a ese trío y logrando que su alfa rodara los ojos.

— De acuerdo, entonces podemos enviarle algún suplemento con proteína de soya de lo que...

— ¡¿Soya?! — berreó Yuri dejando caer ambos pies al suelo. — Y luego preguntan por qué es que no me gusta venir a las revisiones dominicales. — completó de brazos cruzados y apoyando su peso en un solo pie en pose arrogante.

Phichit le ofreció a Seung-Gil una mirada cargada de buenas intenciones. Solo pedía un poco de paciencia para poder dejarlos marchar con un mejor pronóstico para el muchacho que, si bien conservaba su carácter de mierda, se miraba pálido y más delgado de manera muy evidente.

— Bien. ¿A cuántos clientes ascendió tu cartera de esta semana, Yuri? — preguntó ya a regañadientes Seung-Gil. En casos como ese era obligatorio hacerse una idea de los ingresos de un omega para saber si su encargado podría hacerse responsable de los posibles gastos médicos venideros. No dudaba de las retribuciones de Yuri hacia el Ice Castle, pero era un dato requerido por mero protocolo.

— Esta semana han sido solo seis alfas. Desde que su amigo ha llegado que casi no pasa la noche con nadie más que no sea él, ni siquiera con nosotros. — confesó Minami, el chico de cabellos teñidos que hasta entonces había permanecido un poco alejado de la camilla, como temiendo ser reprendido por su actual paciente en cualquier momento. Y la agresión ocurrió en modo de un fuerte empujón de costado que el menor le propinó al indiscreto muchacho.

— ¿Y tu amigo paga por los servicios o sólo estás haciendo perder al negocio de mi amigo Yuuri, campeón? — esta vez fue Phichit quien molestó a un Yuri que ahora ardía de vergüenza y furia a la par.

— ¡Otabek siempre paga cuando pasa la noche en casa, idiotas!

Y en medio de ese griterío fue que los tres jóvenes se marcharon de la clínica de salud, uno a grandes zancadas, los otros dos pidiéndole calma y desde la puerta Phichit, el enfermero, les despedía con un dulce gesto de la mano y risueña expresión para después mirar a su amante por encima del hombro con una enigmática mueca en los labios. Seung-Gil se hacía una idea acerca de lo que pasaba por la mente del muchacho de piel morena y no era precisamente porque estuvieran enlazados.

— Supongo que hablan del mismo Otabek que tú y yo conocemos ¿cierto, honey?

Seung-Gil frunció los labios luego de escuchar ese estúpido sobrenombre, pero su entrecejo se arrugó al descubrir que en la UF14 tenían a un infiltrado que no era del todo de su agrado.

— Espero que Nikiforov no se este equivocando con este movimiento, Phichit. — fue lo único que declaró antes de pedir que los siguientes pacientes ingresaran al consultorio. — Esa gente se dedica a realizar trabajos sucios. Demasiado.


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