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War of Hearts por ruru_san

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«Un niño pregunta si la libertad es así,
y suena una vieja habanera que le cuenta un cuento sin fin.»

 

Lo odiaba. Bueno no, no lo odiaba, pero si le fastidiaba bastante, suponía que después de más de una hora dándole vueltas a un caso que a meticulosos ojos no parecía tener ni pies ni cabeza, a cualquiera le resultaría fastidioso el tener que trabajar en equipo. Muy en el fondo Otabek se sentía un tanto culpable por tener esa clase de emociones embargandole luego de que, después de tanto tiempo, por fin sus servicios hubieran sido solicitados en grupo. Sin embargo, en algún momento había tenido que laborar codo a codo con de la Iglesia o con Nekola por separado y ahora en conjunto ya podía predecir que aquella reunión se prolongaría nuevamente hasta el infinito.

Cómo si no tuviera mejores cosas que hacer que permanecer sentado frente a la mesa con una lata de cerveza que hacía rato seguro que ya estaba tibia. Lo peor de todo era que esa clase de juntas se celebraban al menos dos veces por semana en la pequeña sala de la habitación que compartían en aquella posada desde hacía casi un mes y la verdad era que los tres coincidían en que la misión era todo menos emocionante. Por el contrario, se trataba de algo tedioso y hasta frustrante.

Emil destapó una cuarta lata de cerveza prácticamente a ciegas y sin despegar la mirada del montón de notas que, sobre la mesa, eran cada vez más abundantes con cada reunión realizada. Otabek revoleó los ojos con hastío y estuvo seguro de haber escuchado a Leo reprimiendo una risilla, quizás divertido por su muy particular expresión desesperada, esa que solo alguien que llevase tiempo de conocerlo podría percibir.

Beka... — murmuró Leo con tono divertido.

— No. — respondió el recién nombrado de manera contundente, antes de que siquiera su amigo intentara sugerir nada. Era muy sencillo interrumpirle, sobre todo porque desde la misma noche en que llegaron a la zona muerta de la UF14, Leo no desaprovechaba la oportunidad para divertirse un poco a costa suya. Había sido principal espectador de la clase de arranques que podía llegar a tener. — Te lo he dicho miles de veces siempre que estamos trabajando estos asuntos y te lo diré las veces que haga falta: No pienso interrumpir mis labores para con este trabajo por Yuri. Nadie en esta mesa va a relajarse hasta que no tengamos avances o por lo menos haya caído la noche.

Leo sonrió con calidez y levantó la mirada unos segundos para compartir una sonrisa de complicidad con Emil, quien solo negaba con la cabeza... Hacía un par de semanas que de la Iglesia le había relatado con lujo de detalle lo que aconteciera en el Ice Castle la noche de su arribo hasta ese lugar olvidado por los dioses.

— Seguro que primero nos cae la noche. — acotó Emil acariciándose la barba con dedicación, ignorando con intención la mirada severa de Otabek.

— No me culpes por intentar convencerte, Beka. Estamos atorados en esto, sin pistas, sin saber en dónde buscarlas y tú tienes esta manía tuya de entretenerte aquí, haciendo esperar a ese chico rubio de las termas que bien podría sacarte de encima más de una frustración.

—Y Yuri seguirá esperando pacientemente, Leo. Dejemos de lado el hecho de que requiera o no los servicios de un chapero y centrémonos en esto, señores. — dijo Otabek haciendo su mejor intento por zanjar aquel tema de una buena vez.

Los otros dos jóvenes asintieron y sus semblantes volvieron a ponerse serios sobre la mesa.

— Las cifras han sido engañosas hasta ahora. Y no todos los asesinatos registrados han sido perpetuados por la misma persona que mató a Ivanov. — afirmó Otabek.

— Esta no es solo zona muerta, sino una zona roja en toda regla, pero al gobierno le importa tan poco que prefieren adjudicar a un mismo culpable las matanzas callejeras o los asesinatos por robo e incluso los "accidentales" y en defensa propia por parte de los omega que aquí son explotados. — continuó Emil dándole más fuerza al argumento de su amigo. — Nuestro asesino no sería realmente una amenaza de no ser porque en esta ocasión se ha cargado a alguien cuya muerte sí o sí iba a lograr hacer ruido.

— A mi las cifras que hemos obtenido... — agregaba Leo, poniendo gran énfasis en aquel verbo, signo de que su información más que ser obtenida había sido robada de una u otra manera. — me dicen que esta persona a lo largo de casi tres años ha estado asesinando un promedio de tres o cuatro personas por mes. A veces más, otras menos.

— En el pasado podían transcurrir meses sin que ningún evento se presentara. — Hubo un breve silencio que hizo que Otabek frunciera el entrecejo. — Esta persona no es una amenaza y no entiendo por qué Nikiforov se esta desgastando en ello.

— Bien podría haber buscado un presunto culpable y llevarlo a una pena de muerte pública.

Nadie sobre la mesa se escandalizo con respecto a la desalmada sugerencia de Emil. Sabían cómo era que funcionaban algunas cosas en la urbe.

— ¿Y no podríamos hacer eso nosotros? — preguntó Leo estirando los brazos hacia el cielo y bostezando en el proceso con tantas ganas que un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. —Viktor Nikiforov quiere un culpable, nosotros le llevamos uno y asunto arreglado.

Otabek suspiró y cruzó los brazos sobre la mesa y se mordió el labio inferior. Ojalá que todo fuera tan fácil como buscar un falso implicado en estos crímenes, pero si Nikiforov se había rebajado a buscar la ayuda de ese trío de aprovechados rufianes y buenos para nada, era porque definitivamente no era un culpable lo que buscaba, sino a una persona en específico de la que poco le podría importar a cuantas personas mataba o dejaba de matar a sangre fría, de otra manera no se tomaría tantas molestias; eran las consecuencias de que esta vez el fallecido fuera alguien con poder económico. Y lo que más pesaba sobre sus hombros era el saber que esa gente estaba dispuesta a pagar lo que fuera por su servicio porque más que nunca sabían que lo harían bien, como siempre.

— No vamos a volver a casa hasta que no encontremos al asesino de Ivanov y del resto de alfas que han muerto en estos años. — dijo Otabek con semblante tranquilo y recorriendo hacia atrás su silla para poder ponerse en pie. — Las personas se dejan guiar por el secreto a voces de que existimos como una organización criminal o de espionaje, pero siempre con la idea de que nuestros trabajos están garantizados por el solo hecho de que se trate de nosotros. Cuando me involucré en esto me hice la promesa de que en la magnitud en que las personas requirieran mis esfuerzos, me esmeraría para que nuestro renombre se mantuviera, así que no voy a permitir que fracasemos en esto y que todo lo que hemos logrado se vaya en pique.

Las palabras del que en esta ocasión fungía como líder de misión parecieron llenar de nuevas emociones y energía extra a los otros dos, Leo por lo visto ya veía venir algo así pues su amplia sonrisa hablaba de una tranquilidad que quizás nunca había dejado de sentir.

— Vamos a encontrar al asesino que Viktor Nikiforov esta buscando. Y a ningún otro más.

Los tres elevaron sus últimas latas de cerveza asquerosamente tibia y brindaron para luego dar tremendos y largos tragos que les provocaron las más graciosas muecas de asco en sus rostros.

La reunión acabó con múltiples carcajadas y los papeles con anotaciones hechos a un lado.

 

 

 

 

— "Al parecer las experimentaciones para fomentar la evolución de la humanidad resultaron en verdad mal. La especie Omega es ridículamente curiosa. Estos individuos se alimentan del desperdicio que sus Alfa dejan. Se conforman con lo que resta porque en su naturaleza carnívora no esta la opción de hacerse omnívoros ni mucho menos herbívoros, como tampoco el de ingerir carnes rojas frescas como sus superiores porque los problemas digestivos a partir de esto serían dramáticos, además de hacerlos débiles y predisponentes a varias enfermedades, o reducirles su tasa de fertilidad a causa de una mala nutrición. ¿Acaso mantenerse de sobras que otros dejan es una alimentación adecuada?"

— ¿No odias ni un poco a ese sujeto? ¿Por qué sigues leyéndolo en voz alta? — preguntó Minami incorporándose sobre su catre para dormir.

Desde el suelo Guang Hong, que yacía sentado en pose india entre los lechos de sus amigos, alcanzó a propinarle un buen pellizco al menor en su pantorrilla. Minami tuvo que llevarse una mano a la boca para acallar el gemido de dolor pues acababa de comprobar que los dedos de su agresor eran delgados pero fuertes.

— Yuri hace esta clase de lecturas en memoria de su abuelito. — aclaró Guang Hong con gesto amigable pese a su reciente agresión y entonces trepó a un lado de Minami.

Los chicos permanecieron en silencio, mirando fijamente a Yuri quien, con Las Crónicas de Kostya en el regazo, prefirió no continuar leyendo por lo que acabó cerrando el tomo de golpe. A su lado tenía una pequeña fuente con algo que parecían ser albóndigas de carne en término medio, un intento de guisado creado especialmente por el torpe de Katsuki, así que no tuvo mayor opción que tomar una e intentar comerla.

— Vamos, Yuri. No te tomes tan en serio mi comentario. — exclamaba Minami del otro lado de la habitación. Quien les viera convivir así no diría que en un inicio el pobre muchacho de cabellos teñidos no había tenido precisamente una buena impresión del más jóven de los chaperos de las termas, ese que no cumplía los diecisiete años aún y ya llevaba detrás un historial bastante largo. — Quizás podrías leer un capítulo más amigable y que no agreda en tanta magnitud a nuestra especie. — solo Minami largó una carcajada forzada mirando de hito en hito a Guang tratando de buscar apoyo, un apoyo que no logró conseguir. — Ya suficientemente mierda se siente uno estando aquí ¿no?

Yuri se limitó a mirar en silencio a Minami para luego estrechar los ojos, como si le juzgara por su torpeza, algo que muy a menudo hacía. Sin embargo, en esta ocasión se notaba que sus pensamientos no se encontraban precisamente enfocados en la labor de juzgar o acribillar emocionalmente al más novato en el lugar. Los ojos de Yuri miraban sin ver y una muy fina arruga adornaba su entrecejo.

— Lo cierto es que siempre he pensado que es una mierda de libro... — murmuró Yuri y fijó la vista en la siguiente albóndiga que estaba por devorar. Parpadeó un par de veces, muy lento y en silencio, como si estuviera devanandose los sesos en más de un pensamiento.

Justo cuando a los chicos les parecía que el más joven de todos por fin se animaría a exteriorizar un poco del manojo de secretos que le envolvía, fue que llamaron a la puerta un par de veces. Tres pares de ojos se clavaron sobre la madera. Detrás se escuchó a Yuuri Katsuki aclarándose la garganta para dar esa clase de noticias que no le gustaban, sobre todo en una noche como esa:

— Alguien ha pagado para que pases la noche en un dormitorio con él, Yuri.

El aludido no pudo sino cerrar los ojos con pesar.

Esa clase de cosas era lo más fastidioso de acostumbrarte a ciertas situaciones.

Llevaba casi un mes dedicado a resguardarse todas las noches para el momento en que Otabek decidiera hacer acto de presencia, para que el joven militante pagara por pasar la noche con él o la mayor parte de esta mientras cenaban en el bar o tomaban un baño en alguna de las pozas. El sexo ni siquiera era reglamentario a diferencia del pago, pero ese día era el primero en que Beka no se presentaba para absolutamente nada desde que le hubiese informado de su establecimiento en la localidad.

Se odiaba tanto cuando se percataba de que era una persona de costumbres.

— ¿Va a ducharse o solo quiere follarme, Katsudon? — preguntó Yuri sin reparos y saliendo de entre las sábanas con una agilidad que solo él poseía. Minami y Guang Hong le observaban incrédulos, si bien no había manera de negarse a un servicio antes de la media noche, Yuri era el maestro del dominio de las emociones para poder desempeñar correctamente su papel.

— C-Creo que es más de lo segundo. — confesó el encargado del Ice Castle sin atreverse a abrir la puerta, provocando que con tal tartamudeo Yuri solo pusiera los ojos en blanco. — Te verá en el cuarto dormitorio. Date prisa.

¿Qué esperaba? ¿Que Otabek cada día le rescatase de lo que claramente era su destino por las noches? Lo mejor sería sacarse un buen peinado de la manga y un maquillaje ligero que de una buena vez le quitase todo rastro de esa palidez que parecía ir llevando mejor en los últimos días. Era momento de poner manos a la obra.

 

 

 

 

— No hagas eso, Yuri. — pidió el señor Petrov sin borrar la anciana sonrisa de su rostro, divertido con la situación protagonizada por ese chiquillo que perfectamente sabía cómo meterse en ambiente para cumplirle sus caprichos y fantasías a quien hiciera falta.

— ¿El qué, señor Petrov? — preguntaba el menor con una voz cargada de intenciones.

Yuri, sin prenda alguna que le vistiera, se mordió el labio inferior cuando comenzó a gatear por la cama, evitando a toda costa observar el viejo cuerpo desnudo de uno de sus clientes más frecuentes y acaudalados. Con toda alevosía había decidido no peinarse el cabello, sino humedecerlo, consciente de que el suave goteo de las rubias hebras que se le pegaban al rostro sería uno de los detalles más eróticos que podría trabajar a esas horas de la noche. Nada en las escenas protagonizadas por ese muchacho podía ser considerado un detalle sin ser previamente estudiado y ensayado con minuciosidad.

El señor Mijaíl Petrov rondaba ya los sesenta años, su naturaleza de alfa mestizo le hacía ver un poco más avejentado que a los de su especie con carga genética más pura, pero a Yuri lo que le agradaba de aquel hombre era ese aire marcial que le envolvía. El joven gamberro desconocía el grado que ese hombre tenía dentro de la milicia, pero no dejaba de admirarle los relatos que le contaba acerca de todo lo que hacía lejos de ahí, no importaba si solo podía echar a volar su imaginación luego de verse obligado a tener sexo con él. Para eso pagaba Petrov después de todo ¿no? Lo importante era la oportunidad de poder soñar unos momentos con lo que podría ser y no fue fuera de ese maldito orinal que ahora llamaba hogar.

A Yuri la presencia de Mijaíl le hacía pensar que era la clase de persona que provocaba que todos sus subordinados bajaran la mirada e inclinaran la cabeza en sus filas de entrenamiento, por lo que con él realizaba precisamente lo opuesto, lo que mejor se le daba, retar con la mirada, sacudirse de encima la maldita etiqueta que jerárquicamente le dejaba muy por debajo del otro sin importar cuánto dinero hubiese pagado por él.

— Nunca te dejas de este juego, rebelde.

La arrogante sonrisa de Yuri permaneció inmutable aún cuando ese par de fuertes manos le presionaron con violencia el trasero para obligarle a tomar asiento sobre el regazo de su amante en turno.

— No voy a abandonar este juego hasta que usted me diga que no es esto lo que le deja satisfecho, mi señor.

No se necesitaban más de dos dedos de frente para saber estudiar a todos los alfa que cruzaban las puertas del Ice Castle, Yuri confiaba en ello y lo llevaba a la práctica todo el tiempo. La forma de mirar de cada uno de sus clientes, la inflexión de sus palabras cuando por fin lo tomaban, cuando increíblemente anudaban en su interior y le dejaban con ello en claro que no eran para nada inmunes a sus muy particulares encantos.

Pero aún cuando el joven omega se sabía una de las mejores y más irresistibles fuentes de ingresos del negocio de Katsuki y de que en realidad sus compradores lo trataban mucho mejor que al omega perecedero promedio, no podía dejar de sentirse miserable al pensar que quizá hubiera podido tener la oportunidad de pasar otra noche simplemente durmiendo, acompañado o a solas, pero descansando sin que nadie se diera a la tarea de darle otro uso a su cuerpo.

¡Maldita sea! A veces no estaba seguro de echar de menos a Otabek Altin o si simplemente sentía que lo necesitaba para estar en una situación no tan desgraciada.

Repentinamente, justo cuando Mijaíl Petrov anudó en su interior, estando él encima suyo, sintió la imperiosa necesidad de volver el estómago para arrojar fuera la cena que Katsuki le había preparado y largarse a llorar abrazado a ese libro maldito que guardaba debajo del catre donde dormía. En momentos de debilidad como aquel... echaba de menos incluso las viejas lecciones en la biblioteca del abuelo Nikolai.

 

 


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