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War of Hearts por ruru_san

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«Las casas parece que miran pidiendo perdón
y todo comienza a bailar cuando ya no vigila el sol.»

 

— Quitate la ropa y métete ya en el agua, retardado. — masculló Yuri molesto de que su hora de comida le fuera interrumpida.

El Ice Castle podría considerarse un paraíso dentro de ese maldito orinal ubicado en medio de la nada. Se trataba de un paraíso en donde todos sus compañeros perecederos debían encontrarse agradecidos de haber sido acogidos por el buen corazón del zopenco que tenían por jefe. Yuuri Katsuki regentaba la única casa de aguas termales en el bullicioso centro de la Zona Muerta dentro de la unidad federal 14 de lo que alguna vez fue la apabullante Federación Rusa. El Ice Castle, un negocio respetable y con mercancía de calidad en comparación con la mala calaña que les rodeaba en esa región donde el frío y las lluvias, el hambre, la suciedad y las enfermedades venéreas eran el pan de cada día.

— Pero no encuentro a Ma-Mari, Yuri...

El aludido no pudo sino afilar aún más la mirada y dejar su trozo de carne de golpe sobre el viejo plato de cerámica para ponerse en pie. El chico en cuestión era un par de años mayor que él y de paso también unos cuantos centímetros más alto, recién cobijado por Katsuki y un verdadero inepto. Ahora mismo entendía que semejante lerdo no hubiera tenido el temple suficiente como para hacerse con un alfa que no permitiera que cayera en ese lugar de mala muerte.

— ¡¿Qué sucede contigo?! ¿En casa tus padres te tenían la ropa siempre lista? ¡¿No eres capaz de ir en busca de una estúpida toalla y los artilugios de baño?! ¡Mari no va a estar todo el tiempo atendiendonos, idiota!

El joven omega solo se encogió sobre sí mismo y presionó el albornoz que llevaba preparado para el que sería su primer cliente dentro de las aguas termales, la única prenda con la que logró dar en la bodega de neceseres. Entrecerró los ojos y tenía la mirada baja. Si Yuuri Katsuki se encargaba de que sus empleados tuvieran una existencia lo más alejada posible del horror que podrían encontrar en las calles, por cuenta de Yuri corría que recordaran que aquello no sería un campo de rosas por el simple hecho de ser omegas perecederos. No estaban ahí para ser premiados por la incompetencia de su naturaleza. Él mismo se lo recordaba cada día.

El silencio se prolongó varios segundos durante los cuales Yuuko, la cocinera del lugar, detuvo el salvaje movimiento del cuchillo con el que trabajaba sobre la mesa en la cual el más joven de los empleados del Ice Castle había estado merendando. Yuri apretó los puños y dirigió una frustrada mirada contra el pedazo de carne seca sobre su plato... Aquel chico menudo, con un mechón de cabello teñido en rojo y que seguramente había sido muy amado hasta el día anterior por su familia, no tenía la culpa de que él no pudiera volver a probar comida fresca en el seno de su hogar. A diferencia del resto de omegas, acostumbrados a comer las sobras carnicas que dejaban sus "superiores" a él le jodía bastante la situación de comer viles desperdicios.

— Minami ¿verdad? — Yuri nunca bajaba la mirada, sus ojos tendían más a evitar el contacto visual con el objeto de su desagrado. — Katsudon va a intentar darme otra vez el sermón de la buena convivencia donde no te instruya. Sígueme.

Minami simplemente asintió todavía perturbado por el arranque de cólera de aquel muchacho de largos cabellos rubios y mirada color olivo. Su nuevo jefe le había asegurado que mucho era lo que podría aprender de él para poder sobrevivir y que el emporio Katsuki no le forzará a despedirle y arrojarle a las calles. Esa clase de cosas no estaban en manos de Yuuri, al parecer las órdenes venían de alguna unidad federal desconocida de donde provenía el joven administrador, un lugar lejano del que probablemente procedían también los ancestros de Minami, con quien compartía más de un rasgo facial.

El chico rubio le tomó por el codo para meterle prisa y la facilidad con la que se hizo con todos los utensilios dentro de la bodega depositandolos dentro de una bandeja logró que Minami pudiera esbozar una muy discreta sonrisa, la primera desde que la tarde anterior el ejército le apresara violentamente de camino a casa para llevarle a la Zona Muerta más cercana. Su sonrisa se volvió amarga y caminando detrás de Yuri fue que dejó escapar un jadeo y se llevó una mano a los ojos para tratar de contener las lágrimas... ¿Estaría su madre también llorandole? Ella fue la principal espectadora de su apresamiento y su rostro desfigurado por el dolor era algo que quizás nunca olvidaría.

 

Tal vez fuera el tatarabuelo de mi abuelo quien contaba esa historia, no lo recuerdo muy bien y dudo que pueda dar datos exactos para estas crónicas, pero se decía que la evolución de los humanos hacía esos carnívoros fue un evento que se vio forzado para poder sobrellevar una etapa de adaptación para sobrevivir a los estragos provocados por la desorbitante tasa poblacional que en un momento dado acabó siendo insostenible. Ni siquiera logro imaginarlo, ni tampoco creerlo.

Entre evolución y experimentaciones médicas, además de apareamientos incontrolados, los humanos (ahora ridículamente llamados Betas) quedamos rezagados, renuentes al cambio. Tal vez sería por eso mismo que los carnívoros acabaron haciéndose con nuestras tierras, con nuestros animales. ¿Una batalla de egos quizás?

— ¿Leyendo otra vez "Las Crónicas de Kostya", Yuri?

El aludido no pudo sino entornar los ojos y girarse sobre su catre para mirar al recién llegado. Llevaba largo rato leyendo en voz alta aprovechando que se suponía en esos momentos todos sus compañeros se encontraban atendiendo clientes. Claro, no contaba con que era la oportunidad perfecta para ser abordado por cierta persona indeseable.

— No tengo trabajo hasta después de las diez. A penas está comenzando a esconderse el sol, Katsudon. — refunfuñó incorporándose para resguardar su viejo libro bajo el raído catre. De cualquier modo a ninguno de sus compañeros le fascinaba la lectura precisamente.

— Es el libro que te dio tu abuelo ¿cierto?

Aquella era la manera que Yuuri tenía para acercarse al más joven de sus empleados sin que este sintiera que lo estaba reprendiendo por no estar ayudando en cualquier cosa en el área de las termas o la cocina en lo que su cliente de la noche arribaba al Ice Castle. Yuri todo el tiempo se afanaba en ser quien más destacara en sus labores, nada podría reprocharle; con tan solo 16 años, y todavía sin que nadie comprendiera el porqué de su prematura estadía en la Zona Muerta, era quien más ingresos daba al lupanar en el que tristemente tuvieron que convertirse aquellas termas para no provocar conflictos.

La expresión de Yuri oscilaba entre la sorpresa y el desagrado, parecía que continuaría sin dar datos de su pasado más allá del hecho de que todas las pertenencias con las que había llegado al lugar eran ese libro y su cuerpo. Puede que las cosas hubieran cambiado desde su llegada, ahora por lo menos hablaba, pero no había pasado demasiado tiempo y a Yuuri todavía no le dejaba de desconcertar que un omega de tan solo trece años hubiese sido abandonado a su suerte. A esa edad muy probablemente habría estado pasando por su primer celo el pobre muchacho.

— Hoy tampoco hablaremos de ello ¿verdad?

Yuuri, ese sujeto con cara de buena persona, en la que el pequeño chapero no lograba distinguir ningún aroma en especial más allá del de un simple humano beta cualquiera, intentó acariciarle los rubios cabellos, pero el menor no demoró en alejarle con un ligero golpe en el dorso de la mano con la que lo había intentado. Katsuki nunca se molestaba por ello y a él le daba lo mismo abusar de su buena voluntad.

Yuri bajó la mirada, apoyando los codos en sus propios muslos ahora que tenía los pies en el suelo, suspiró largo y tendido. Solo frente a ese regordete beta se atrevía a mostrarse un poco vulnerable.

— Iré a ayudar en las cocinas si quieres. — sugirió con pesar.

— A ti, como a todos los de tu especie, no te gusta el aroma de la carne cocida.

Yuri apretó los labios. No concebía algo más asqueroso que el sabor de la carne cocida, pero el Ice Castle ofrecía esa clase de menú a sus consumidores para no enardecer todavía más sus ya de por sí bajos instintos. Desfogaban algunas bajas pasiones y si decidían alimentarse se conformaban con platillos cocinados o volvían a casa a comer carnes rojas legales, en ese aspecto Katsuki era inflexible.

— ¿Por qué no te preparas? He escuchado que es fin de mes y toca que el Capitán Altin venga a visitarte ¿cierto?

El efecto de las palabras de Yuuri fue inmediato y las orejas del más joven ardieron antes de que de golpe se pusiera en pie para ir al viejo vestidor a revolver diversas ropas.

— Le diré a Mari que te prepare las soluciones anticonceptivas y la habitación del final del pasillo superior. — avisó Yuuri reacomodándose las gruesas gafas, las cuales cayeron un poco sobre el puente de su nariz al intentar contener la risa ante las reacciones del difícil muchacho a su cuidado.

— Solo la habitación, Katsudon. Sabes bien que lo primero no es ni remotamente necesario. — respondía Yuri, quien miraba diferentes conjuntos de ropa sobre el viejo catre que le correspondía. ¡Maldita sea! Necesitaba volver a pedirle a Yuuko que le acompañase al mercado de pulgas dominical para buscar ropa presentable. Recientemente los comerciantes habían traído consigo una moda textil desde la ciudad, una cosa llamada animal print que no dejó de llamar su atención y que no salía de su cabeza desde semanas atrás.

Mientras Yuri se devanaba los sesos para elegir un atuendo para la noche, el encargado de las termas no pudo evitar morderse el labio inferior al no terminar de comprenderlo, puesto que cualquier otro omega podría estar devastado ante la posibilidad de ser un individuo infértil aún si no se había encontrado con un alfa que valiera la pena o, mejor aún, con su pareja destinada. Pero Yuri era claramente harina de otro costal. En más de una ocasión algún cliente de buenas intenciones le propuso dejar gestante al menor para poder llevárselo de consigo, más prescindir de anticonceptivos o el aprovechar que extrañamente fuera un omega con celos bastante frecuentes no ayudó a que esta labor se lograra. Sin embargo, eso no parecía causar mella en Yuri en lo más mínimo.

— Como digas. — respondió Katsuki antes de despedirse y salir del lugar.

 

La Zona Muerta de la unidad federal 14 no era tan mala después de todo. Yuri podía estar agradecido de haber caído en ese muladar y en las buenas manos del lugar en donde ahora trabajaba. Adentrándose en las pozas de azufrada y caliente agua sin más prenda encima que su propia blanca piel, siguió con la mirada el movimiento de las aguas trepando por su cuerpo y perdiéndose entre nubarrones de vapor a su alrededor.

En el Ice Castle nunca tenía que esforzarse demasiado, solo requería de prepararse debidamente para la clientela con los debidos tratamientos que el azufre y otras sales daban a su piel gracias a la naturaleza que les brindaba esos nacimientos de agua hirviendo, atenderles como verdaderos reyes en el bar dispuesto en la entrada y acompañarles mientras bebían haciendo el mejor de los esfuerzos para convencerles de hacer uso de las termas y las habitaciones, por supuesto.

La labor de convencimiento no era complicada ya que los clientes, alfas mestizos en su mayoría,siempre pasaban la noche en las instalaciones pues la verdadera urbanización quedaba a varias horas de viaje lejos de ahí puesto que el objetivo de las Zonas Muertas fue el de marginar a todos aquellos omegas perecederos, cosa que se consideraban un peligro una vez cumplían los 17 años y continuaban sin una pareja formal que les hubiese marcado. Esa fue la manera en que las autoridades hallaron una salvación para que los vestigios de humanidad no acabarán por extinguirse y así también manejar el control de natalidad de esa nueva especie con la que tendrían que coexistir.

Yuri se encontraba relajándose con los brazos apoyados en el borde de la poza y el rostro mirando hacia el cielo nocturno que le mostraba aquella habitación sin techos, cuando un grito alarmante, que últimamente ya no era para nada extraño, se dejó escuchar desde las calles:

— ¡Noticia para la U. F. 14! ¡Han encontrado otro cuerpo devorado! ¡Tengan sus precauciones! ¡Han encontrado a otro alfa devorado! ¡Entre Uduvenko y Pérvaya! ¡Todo U. F. 14 alerta! ¡Esta vez ha sido la misma mordida a la carótida izquierda y le han devorado el costado derecho!

A Yuri le hacían bastante gracia esos gritones alarmistas que daban todo de sus gargantas para poder vender una única hoja de su papel noticiario. Este mes solo ocho cuerpos habían sido encontrados, pero ese maldito hombre se dejó escuchar por lo menos tres veces por semana alertando a todos. El revuelo no se hizo esperar en el bar de la entrada del negocio de Yuuri Katsuki y Yuri lo supo: El Capitán Altin no vendría esa noche, no si Katsudon acababa empecinado en cerrar las puertas por seguridad de los clientes y sus muchachos.

Estuvo tentado a salir del agua, resignado a que por ese mes no se le cumpliría su capricho, pero fue en ese momento que apareció por fin la figura del que desde hacía un par de años consideraba su único amigo de entre todas esas personas que pagaban por sus servicios y el corazón se le hizo un puño en el pecho, aún si se negaba a admitirlo. Quería pensar que era bueno conservar a su lado a personas como esa.

— Por un momento creí que el joven Yuuri no me permitiría la entrada. — jadeaba el recién llegado, con su inexpresivo rostro enrojecido por el esfuerzo de haber recorrido a toda prisa el trayecto de la calle hasta la terma en la que se encontraba Yuri, con el azabache cabello revuelto y la frente ligeramente perlada en sudor a causa de la breve carrera. — Él y varios de tus compañeros están colocando tablones de madera en la puerta de entrada y las ventanas, Yura.

Yuri desconocía cómo era que ese maldito hombre, todavía ataviado con el uniforme de trabajo militar, sabía acerca de sus raíces rusas considerando que ni al propio Katsudon se atrevió a darle un apellido o un nombre que pareciera real, pero Altin desde el primer momento decidió llamarle "Yura", diminutivo de Yuri, diminutivo de Yuratchka. Nunca lograba controlar el nudo que se le formaba en la garganta cada vez que el Capitán Otabek Altin le llamaba de esa manera en que nadie lo hacía desde la última vez en que lo hiciera su abuelo.

— Nadie en este lugar sabe a qué nos estamos enfrentando. No entiendo la razón de que se forme el caos... — exponía el joven militante sentado en un taburete a la orilla de la poza para despojarse de las botas a tirones de un pie con el otro y del abrigo al mismo tiempo. — 32 cuerpos incompletos en lo que va del año y...

— ¿Puedes callarte solo un segundo?

Fue algo muy parecido a un murmullo. Un ágil movimiento para salir del agua, la suave presión de los labios ajenos sobre la mejilla de Otabek, morena a causa de ese sol que fuera de esa Zona Muerta si calentaba durante sus expediciones. Altin sintió el tacto frío de varias gotas de agua que se desprendían desde los largos cabellos mojados del muchacho que de pie ahora le miraba con ojos entrecerrados acomodándose entre sus piernas. Tal vez fuera el vapor, la cansada temporada de trabajo o la simple presencia de Yuri frente a él luego de poco más de un mes de la ausencia mutua, pero aún si sus sonrisas eran más bien discretas, no pudo evitar que la suya se tornara un poco dormilona y bobalicona.

— Hola. — saludó Yuri contra la piel, para entonces ya le sostenía el rostro con ambas manos.

— Hola. — la respuesta salió en un tono ronco, cargado de un deseo que Otabek llevaba acumulando desde la última vez que pusiera un pie en el Ice Castle.

— Pensé que no vendrías. Nunca sueles llegar tan tarde. — esta vez las palabras de Yuri golpearon contra los labios ajenos, esos a los que todavía no hacía por besar.

— Por eso iba a ser lamentable que tu jefe me dejase fuera. — Otabek no se molestó en disimular su ansiedad, por lo que sus manos no dudaron en atraer las caderas desnudas de Yuri contra su cuerpo, a modo de que fue su frente la que se apoyó contra en vientre desnudo de su acompañante y su boca la que comenzó a trepar por aquella piel de manera ascendente.

— Patearía su gordo trasero si se atreviera...

— No lo harías... — gruñeron contra el cuello del menudo omega. El latido arterial se pronunció con fuerza bajo los labios de aquel alfa cuya presencia fulminaría a cualquier otro de su estirpe, por lo menos era así como Yura lo sentía.

— No, no lo haría...

Yuri ni siquiera se sorprendió, tampoco buscó explicación, simplemente no era la primera vez que cedía ante un juego de palabras con su amigo y amante de cada mes. Se conformaba con creer que todo se debía a la ansiedad que le invadía previamente al tener sexo con Otabek Altin una vez más.

Notas finales:

NOTAS

I. Para quienes no les quedó muy claro del todo explicaré lo siguiente: El universo omegaverse que estoy abordando es más o menos el básico que en un inicio se utilizó enfocado a los hombres lobo o simplemente a los "evolucionados" a raíz de los canideos, es por esto que no hay clasificaciones alimentarias, simplemente alfas y omegas comen carne porque en eso se sustenta su dieta como especie. Sin embargo, cabe mencionar que dentro de las manadas de caninos es básico que los alfa se alimenten primero de las presas recién cazadas (carne fresca) y los restos sean de lo que se alimenten los omegas, es por ello que más arriba Yuri se queja acerca de que no le gusta comer "desperdicios" como al resto de omegas. No es que un omega no pueda comer carne fresca, es que el alfa de una manada no se lo va a permitir porque primero estan los alfas, después las crías y al final del final los omegas.

II. Las Zonas Muertas son lugares de resguardo de omegas perecederos, en este caso chicos y chicas que han sobrepasado la edad de 17 años y formalmente no tienen una pareja que les haya marcado. Son sitios alejados de la urbanización para que el aroma de celos multiples de los omega no altere de ninguna manera a sus superiores (alfas). ¿Razón? ¡Pff...! En mi campo laboral me ha tocado ver cada caso de machos que literalmente pierden la cabeza cuando una hembra esta en celo que para qué les cuento... Siempre será mejor mantener resguardada a la hembra para evitar que las lastimen y AÚN ASÍ me llegan pacientes machos que hirieron de muerte a otros machos para ganar su chance con una hembra en celo. Así que ahí les dejo sus teorías de tarea, más adelante veremos un poco más al respecto.


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