Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Élite [La Selección #2] por Nayu - san

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

-Estupendo, señor. Siga señalando los diseños, y el resto de ustedes intenten no mirarme -dijo el fotógrafo de ceño fruncido, sacando una toma exacta.

Era sábado, y todos los miembros de La Élite habían sido excusados de pasar el día en la Sala de Seleccionados. A la hora de desayunar, Kuroo había hecho su anuncio sobre la fiesta de Halloween; por la tarde, asistentes y mayordomos habían empezado a trabajar en el diseño de los disfraces, y habían venido fotógrafos para documentar todo el proceso.

Tsukishima intentaba estar natural al repasar los dibujos de Akaashi, mientras Noya y Tadashi esperaban al otro lado de la mesa con trozos de tela, cajitas de alfileres y una cantidad absurda de plumas.

El flash de la cámara los iluminó mientras intentaban dar diferentes opiniones. Justo mientras Kei posaba sosteniendo un tejido dorado junto a la cara, llegó una visita.

-Buenos días, caballeros. -dijo Tetsurou, atravesando el umbral.

Tsukishima no pudo evitar levantar la cabeza un poco, y sintió que una patética sonrisa afloraba en su rostro. El fotógrafo captó ese momento justo antes de girarse hacia el príncipe.

-Alteza, siempre es un honor. ¿Le importaría posar con el caballero?

-Será un placer. -Respondió con una sonrisa gatuna.

Los mayordomos se echaron atrás, Kuroo cogió unos bocetos y se situó detrás del rubio, con los papeles en una mano, por delante de los dos, y la otra rodeando la cintura del menor. Aquel contacto en público significaba mucho. Parecía decir: «¿Lo ves? Muy pronto podré tocarte así delante de todo el mundo. No tienes que preocuparte por nada».

Iwaizumi tomó unas cuantas fotos y luego pasó al siguiente de su lista, rodó los ojos al leer el nombre de aquel castaño.

En cuanto el fotógrafo se hubo ido, Tsukishima se dio cuenta de que sus mayordomos también se habían retirado sigilosamente y ya no estaban allí.

-Tienen talento -observó Tetsurou-. Estos diseños son estupendos.

Kei intentó actuar como siempre hacía con Kuroo, pero ahora las cosas eran diferentes, mejores y peores a la vez.

-Lo sé. No podría estar en mejores manos. -Soltó con naturalidad.

-¿Ya te has decidido por alguno? -preguntó el mayor, extendiendo los papeles sobre la mesa.

-A ellos les gusta la idea del pájaro. Supongo que es una referencia a mi collar -respondió el menor, tocando la fina cadena de plata oculta bajo el cuello de su camisa. El colgante en forma de ruiseñor era un regalo de su padre, y Tsukishima lo prefería a las ostentosas joyas que ofrecían en palacio.

-Siento tener que decírtelo, pero creo que Oikawa también ha escogido algo que tiene que ver con pájaros. Parecía muy decidido. -intervino el azabache, apenado.

-No pasa nada -respondió, encogiéndose de hombros con una sonrisa despreocupada-. Las plumas tampoco me vuelven loco -de pronto la sonrisa desapareció de su rostro-. Espera. ¿Has ido a ver a Oikawa?

Kuroo asintió.

-Sí, he pasado un momento a charlar. Y me temo que tampoco me puedo quedar mucho rato aquí. A mi padre no le hace mucha gracia todo esto, pero entiende que mientras dure La Selección hay que organizar fiestas así, para que sea más agradable. Y ha estado de acuerdo en que será un modo mucho mejor de conocer a las familias, teniendo en cuenta las circunstancias. 

-¿Qué circunstancias?

-Está deseando que haya alguna eliminación más, y se supone que tendré que descartar a alguno después de conocer a los padres de todos. Por eso a él le parece que, cuanto antes vengan, mejor.

Hasta ese momento, Tsukishima no había caído en que parte del plan de la fiesta de Halloween era enviar a alguien a casa. Pensaba que simplemente era una fiesta.

Aquello lo puso nervioso, aunque en su interior sabía que no había motivo para estarlo. Al menos después de la conversación que mantuvieron la noche anterior. De todos los momentos que había compartido con Kuroo, ninguno le había parecido tan auténtico como aquel.

Sin dejar de repasar los bocetos, el mayor añadió:

-Bueno, supongo que tendré que acabar la ronda. -Soltó en un suspiro, dejando los papeles sobre la mesa.

-¿Ya te vas? -preguntó el rubio, algo más ansioso de lo que esperaba sonar.

-No te preocupes, querido. Te veré en la cena. -dijo, lanzándole un guiño.

«Sí, pero en la cena nos verás a todos», pensó Tsukishima rodando los ojos.

-¿Va todo bien? -preguntó el rubio.

-Claro -respondió Tetsurou, acercándose para darle un beso rápido en la mejilla-. Tengo que irme corriendo. Nos vemos pronto.

Y con la misma rapidez que había aparecido, desapareció.

~o~


-Yo creo que necesita más plumas. -Opinó Tooru, indicándole a una doncella la parte frontal del disfraz que tenía planeado.

El Pavo Real era un ave majestuosa y elegante, que acaparaba la vista de cualquiera, resaltando entre todas las aves... "Mírame, estoy aquí", eso era lo que quería reflejar sin duda alguna; que nadie en toda la velada pudiera quitar la vista de él.

Click.

El flash contra sus castaños ojos hicieron que pestañeara un par de veces antes de toparse con cierto pelinegro burlándose en su cara, a la par de las risillas burlonas de sus mayordomos y la doncella que los acompañaba.

-Es... una buena toma -se mofó Hajime, observando la pantalla de su cámara.

Tooru frunció los labios y fingió un lloriqueo que no hizo más que aumentar la risa de los demás, pasando en unos minutos a tomas fotográficas a los bocetos y al mismo seleccionado. Luego de por lo menos una docena de ellas, Okawa ordenó a los presentes que salieran de la habitación, entre bromas y órdenes, quedando a solas con Iwaizumi.

Cerró la puerta tras de sí y finalmente se acercó al pelinegro que se encontraba frente a los bocetos de su disfraz, observándolos con detenimiento mientras los comparaba con alguna imagen en su cámara.

-¿Qué tanto miras? ¿Te gusta mi disfraz, Iwa-chan? -preguntó el más alto tomándolo por el brazo, colgándose de este con la mayor confianza del mundo.

-Tsk, qué puedo decir, es un traje digno de Divakawa. -soltó burlón, colgando la cámara en su cuello mientras dejaba las hoja sobre la mesa-. Pero no tiene nada que ver con Tooru. -Añadió más bajo, zafándose del agarre del chico para poder mirarlo a los ojos.

-Iwa-chan...

-Creí que habíamos quedado en algo, Basurakawa -susurró, dirigiendo sus manos a las mejillas del castaño, acunándolas entre sus palmas-. Prometiste que dejarías esa imagen de mierda.

Oikawa frunció los labios e intentó esquivar la mirada de Hajime que lo hacía volver en el tiempo, dando paso a aquel modelo que no dejaba de discutir con su molesto fotógrafo, para terminar sudorosos y envueltos entre sábanas sin haber llegado a un trato justo.

La promesa que hizo tras el incidente en la fiesta de Kenma... ¿Cómo podría olvidarlo?

*

-Sabes perfectamente lo que quiero.

El cuerpo de Tooru se tensó con tan solo recordar aquellas palabras salir de los labios de Hajime, observó su imagen frente al espejo, mientras sus mayordomos se encargaban de peinarlo y aplicarle lociones a su piel antes de ir a dormir.

Habían miles de formas de interpretar aquellas palabras, pero en la mente de Oikawa Tooru solo se reflejaba una, una que él también llevaba necesitando todo este tiempo: sexo.

Su cuerpo se estremeció justo cuando su mayordomo habló, diciéndole que ya estaba listo para dormir. Tooru asintió y con parsimonia se puso de pie, sintiendo que el desastre de persona que era podía reflejarse en su rostro y si Hajime lo viera sin duda estaría burlándose de su "Estúpida cara de Mierdakawa".

-¿Señor? -el tercer mayordomo, quien se supone velaría por su sueño esa noche, se hizo presente, asomándose en el umbral de la puerta-. Una doncella trajo esto para usted, dice que es del príncipe. -Soltó el muchacho, con la emoción a flor de piel y las mejillas algo sonrojadas al haber husmeado donde no debía, aunque eso era desconocido para el seleccionado.

Tooru no podía negar que la idea de que su majestad lo llamara a esas horas lo entusiasmaba, sin embargo, ahora mismo no tenía ganas de verlo. El chico se acercó al castaño y entregó el sobre, que Oikawa tomó entre su dedo índice y pulgar.

Aquella caligrafía rasgada, la forma en la que las letras parecían haber sido escritas con rabia y un toque de duda, y la punta de la "i" apenas perceptible... era tan peculiar y familiar.

"Mueve tu culo gordo al pasillo donde nos encontramos, hazlo de una vez por todas.

Kuroo Tetsurou"

El castaño alzó la vista hacia sus mayordomos, el sonrojo del chico ahora era entendible, de seguro el pobre no podía creer que el "príncipe" se dirigiera de aquella manera tan corriente, es más, grosera.

Elevó las comisuras, mientras sentía que en su rostro nacía una sonrisa espléndida, como las que estaba acostumbrado a mostrar. Sin duda era Iwaizumi, estaba pidiendo que se encontraran, y Oikawa estaba dispuesto a ir.

-Temo que tienes esta noche libre. -Soltó con voz cantarina hacia el chico, mientras salía de su habitación sin siquiera despedirse por la ilusión que todo aquello le producía.

Una invitación por parte de el príncipe rompía cualquier regla sobre protocolo u horarios, incluso podría no ir a un Report si su alteza lo decidiese; sin embargo, en este caso, estaba tentando al destino. Sí, sus mayordomos sabían el motivo de su ausencia, pero si encontraban al príncipe merodeando por ahí sin él... entonces estaría en serios problemas.

Abandonando la razón y la cordura, con sutileza y siendo guiado por únicamente las pequeñas lamparillas que colgaban de los pasillos, el castaño llegó a aquél lugar en el que se reencontró hace unas semanas con Hajime. Encontrándolo allí, apoyado de espaldas en la pared con los ojos cerrados como si estuviera durmiendo.

En cuanto Iwaizumi fue consciente de la presencia de Tooru, le lanzó una mirada rápida y una sonrisa ladina, satisfecho de que por ahora todo fuera en orden. Sin decir palabra alguna empezó a acercarse al seleccionado, para luego pasar de él y caminar unos metros más, volteando para ver el rostro sorprendido de Oikawa al haber sido abandonado.

Muévete, mierdakawa.

Fue lo que pensó mientras abría más los ojos y alzaba el mentón, indicándole que lo siguiera, algo que el castaño entendió inmediatamente, formando una pequeña "o" con sus labios al ver lo tonto que había sido, mientras empezaba a caminar con elegancia tras el fotógrafo.

Hasta ahora, Oikawa solo era consciente de los lugares lujosos del palacio, con aquellos relojes de madera pulida, cortinas que llegaban hasta el suelo con diseños delicados y muros de mármol; sin embargo, hacia donde Hajime lo dirigía parecía un mundo distinto, uno con paredes de color café, pasadizos alumbrados por antorchas o pequeñas velas y puertas de madera que no tenían el típico toque palaciego.

-Es donde estamos los de servicio. -musitó el azabache, apoyando las manos en su propia espalda.

Incluso aunque no lo viera, podía percibir la sorpresa y confusión de Tooru, si cerraba los ojos podía imaginar sus ojos chocolate saltando en cada detalle, y sus delgadas cejas frunciéndose levemente por "la falta de clase" del lugar, mientras arrugaba su respingada nariz. Hajime se golpeó mentalmente por eso y maldijo en voz baja por ser consciente de cada uno de los detalles de Oikawa... es que lo conocía tan bien.

Con cuidado sacó una llave dorada del bolsillo trasero de sus vaqueros antes de introducirla en la cerradura, la puerta se abrió dando un chirrido algo irritante, pero no tanto como la voz de Tooru al ingresar a la habitación.

-Vaya, Iwa-chan, este lugar es muy pequeño, ¿cómo puedes vivir aquí? -empezó, ingresando sin siquiera pedir permiso para observar el perímetro con la nariz alzada-. Ni la mitad de mi armario entraría aquí, ¿Dónde está el balcón?

-No hay balcones si estás bajo tierra. -respondió el pelinegro, mientras cerraba la puerta detrás de él, asegurándola para luego dejar la llave colgada en un pequeño clavo colocado al lado del umbral -. Deja eso.

Con brusquedad retiró de las manos del castaño una cámara que había tomado, situándola nuevamente en su mesa de trabajo junto a las otras que tenía.

Tooru hizo un pequeño mohín y luego paseó sus ojos chocolate por toda la habitación mientras se cruzaba de brazos, observando como Hajime empezaba a limpiar las lentes de sus instrumentos de trabajo. ¿Qué demonios pasaba con él? ¿Acaso solo lo había mandado a llamar, arriesgándose ambos de tal manera solo para verlo frotando lunitas?

Mientras tanto, Hajime intentaba realizar su trabajo de la mejor manera posible, aunque sentía sus dedos temblar con tan solo la presencia del castaño en la misma estancia que él. Bien, había tenido que reunir todas sus fuerzas y ser lo suficientemente valiente para llamarlo, solo bastó con un guiño a regañadientes a una doncella para hacerle aquel pequeño favor, pero no había pensado qué era lo que le diría su viejo "amigo" cuando estuvieran juntos al fin.

¿Cuándo dejarás de ser así? No eres el tipo que conocí... Eres mucho peor. ¿Por qué te fuiste sin despedirte? ¿Cambiarías por mí? ¿Alguna vez sentiste algo por mí? Eran tan solo algunas de las preguntas que atravesaban la mente del azabache, que apretaba los labios en una delgada línea, sintiendo el peso de los ojos chocolates de su amado sobre él.

-Los seleccionados necesitamos de nuestro sueño de belleza, ¿lo sabes, Iwa-chan? -soltó Oikawa, lanzando un bostezo, mientras intentaba cubrir su boca con la diestra.

Hajime apretó la franela de lunares rojos que estaba utilizando, dejando la lente que limpiaba a un lado, dirigiendo la mano libre hacia su frente para frotarla.

Solo díselo, idiota. Resonaba la voz en su cabeza, pero él mismo se negaba a escucharla, o por lo menos así fue hasta que oyó aquellos delicados pasos dirigirse hacia la puerta.

Oikawa no estaba para juegos y aquello podía percibirlo en su caminar elegante pero decidido, con la barbilla más alzada de lo normal. ¿Cuánto podía cambiar una persona en tan poco tiempo?

Miedo. Ese fue el detonante final para que el azabache tirara todas sus inseguridades por la borda, acercándose con rapidez hacia Tooru y tomar la mano de este que reposaba sobre el pomo de la puerta.

-I-Iwa-chan... -dijo Oikawa, algo sorprendido, pero aquello no superaba el asombro que sintió al ver una expresión distinta en los ojos del pelinegro.

No era aquella mirada irritada que mostraba cuando en las sesiones fotográficas se negaba a seguir sus órdenes, o esos ojos afilados y oscurecidos que eran reflejados cuando se encontraba debajo de él entre sábanas, solos dentro de cuatro paredes que acallaban sus secretos. Sí, esta sin duda era nueva, única, una que mostraría un niño pequeño cuando el primer día de clases su madre quiere soltar su mano, e incluso cuando esta besa su mejilla y le asegura que todo estará bien, no es suficiente para consolarlo.

-Suéltame, me haces daño. -Añadió el de ojos chocolate, y no estaba exagerando, era cierto; la presión de los dedos del moreno había aumentado, haciendo que se notaran pequeño círculos rosáceos en la blanca piel del castaño-. Entiendo que tengas trabajo, si gustas podemos conversar mañana, pero ahora tengo que...

-¿Acaso no lo ententiendes? -interrumpió el azabache en voz baja, esquivando la mirada de su compañero -. Idiota... no quiero que me dejes.

Ambos permanecieron en silencio luego de que aquellas palabras salieron de los labios del pelinegro. Oikawa pestañeó un par de veces y sus labios se abrieron aún, más intentando articular alguna palabra, ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Cuál debía ser su respuesta? ¿Una broma caería bien en este momento?

Lo de la broma sonaba como la mejor opción, serviría para quitar tensión a la situación y con algo de suerte podrían empezar con una charla amigable de qué había sido de la vida de cada uno en todo el tiempo que no se habían visto. Sin embargo, el seleccionado no fue capaz de decir palabra alguna en cuanto sintió los labios del más bajo sobre los suyos. Su corazón se detuvo, todos sus sentidos parecían alertarse mientras que el cosquilleo en el estómago subía hasta su pecho, provocando aquel aleteo inexplicable que extrañaba sentir.

Lo conocía tan bien que sabía lo que seguiría y así fue; su mano fue tomada con delicadeza y el moreno entrelazó los dedos con los suyos, mientras su brazo libre acariciaba su cintura lentamente hasta rodearla por completo.

Para Iwaizumi todo aquello no era fácil, luego de sus palabras no quería oír más. Solo deseaba sentir que todo volvía a ser como antes y ese muchacho irritante al que se había acostumbrado ver al despertar seguía allí, oculto en algún rincón, quería reencontrar a ese chico dulce y quitar la máscara de superioridad con la que había logrado engañar a todos.

Lo siento.

Estaban acostumbrados a una relación turbulenta, ambos, entre besos desesperados mientras se arrancaban la ropa de una vez por todas, sin embargo ahora era distinto, ambos lo eran; con pasos lentos y a un ritmo nuevo para ambos, volviendo a saborear la boca del otro, diciéndose un "Estoy aquí, estoy aquí y no pienso dejarte otra vez" sin palabras. Los dedos de Tooru intentaron soltar la mano del moreno, pero este no lo dejó ir, afianzando su agarre mientras empezaba a acariciar aquella suave piel con su pulgar.

Fue cuestión de minutos cuando ambos se encontraban tendidos en la litera de Iwaizumi, y unos cuantos más para que el azabache estuviera depositando cortos besos en los pequeños trozos de piel que la pijama del seleccionado dejaba al descubierto. No quería tomarlo, quería sentirlo, disfrutarlo, guardar cada pequeño detalle para sí por si digamoslo así... algún príncipe pensara arrebatárselo.

Sus fuertes dedos se perdían bajo la delgada camiseta de algodón del castaño, sintiendo su plano abdomen estremecerse ante su tacto; sonrió en medio del beso, alegre de aún ser capaz de provocar eso en aquel presuntuoso muchacho de ojos chocolate. Sin embargo, cuando los labios del castaño empezaron a descender por su cuello, sintió que el autocontrol que mantenía se iría por la borda; con todas las fuerzas que logró recaudar hizo un llamado a la razón y subió la diestra hacia el rostro de este, tomándolo de la barbilla antes de depositar un par de besos más en sus rosados labios.

Oikawa lo miró, extrañado por la actitud y delicadeza que mostraba hacia él, frunció levemente los labios en cuanto intentó desabrochar los botones de la camisa del pelinegro, pero este quitó su mano para tomarla entre las suyas y depositar un suave beso antes de ayudarlo a incorporarse sobre el colchón.

Uno frente a otro, de lado sobre la cama, ambos confundidos en la penumbra de la habitación y sin palabras que decir, con un "¿ahora qué vamos a hacer?" reflejado en sus miradas. Fue Tooru quien, incómodo por el silencio tras aquellas muestras de afecto a las que no estaba acostumbrado, decidió tomar la palabra.

-¿Esto significa que no mostrarás mi foto, Iwa-chan? -susurró con una sonrisa traviesa, jugando con los dedos en la palma del moreno que aún acunaba sus manos.

Hajime fue consciente de su actitud, y volviendo a su habitual brusquedad lanzó un chasquido, desviando la mirada hacia la cámara que reposaba sobre su mesa de trabajo; la verdad es que había olvidado por completo ese detalle, y más aún el de la condición.

-Te dije que llegaríamos a un trato, basura. -Soltó, frunciendo las cejas mientras su palma se abría y cerraba, intentando fastidiar a los dedos juguetones del castaño.

-Vamos, dilo, dilo, sabes que no tengo miedo. -Respondió coqueto, inclinándose un poco para dejar un corto beso en los labios del azabache.

-Vuelve.

El rostro de Tooru cambió por completo, haciendo que su sonrisa desapareciera, ¿En realidad le estaba pidiendo aquello? Debía estar bromeando, era imposible o incluso si lo quisiera no lo podía por dos sencillas razones: Ahora le pertenecía al país y no cambiaría esto por nada del mundo.

-N-No puedes pedirme algo así, sabes que estoy metido en esto hasta el final.

Hajime lanzó un largo suspiro, pues sabía que era cierto. Oikawa no podía dejar esa estúpida competencia al menos que el mismísimo príncipe quisiera echarlo de allí, algo que parecía nunca iba a suceder. Lo lamentaba, tanto que dolía y parecía apretar su corazón el hecho de no haber podido detener a ese chico de voz cantarina antes de que se inscribiera en La Selección.

Si tan solo se lo hubiera dicho antes, si tan solo aquella última noche que pasaron juntos le hubiera prestado más atención cuando Tooru decía tendido a su lado que deseaba contarle algo importante, a lo que el respondió con un tosco: "Quizás mañana, ahora duérmete, Oikawa"; entonces tal vez hubiera podido oírlo y tomarlo del rostro, dar un golpe en su frente diciéndole que ni en sus más locos sueños dejaría que se fuera a competir con un principito, para luego besar sus labios y abrazarlo contra su pecho...
En su mente aquello parecía tan fácil, pero ahora en la penumbra de la habitación, con el castaño dormitando a su lado, sentía que las palabras dolían y dificilmente podría pedirle a Oikawa que dejara la oportunidad de ir por algo más en la vida, no podía obrigarlo a cambiar al monarca del país... por un simple fotógrafo como él.

-No te estoy pidiendo que dejes la competencia, idiota. -Soltó finalmente, dejando las manos del de ojos chocolate para dirigirla a sus cabellos y acariciarlos un poco, mientras buscaba palabras para ocultar lo que realmente le había pedido-. Quiero que el antiguo Oikawa vuelva... y no, no el que conocí en esa sesión, sino al que decubrí bajo esa máscara de niño bonito -añadió, observando con una pequeña sonrisa la expresión confundida en el rostro de Tooru-. Deja esa imagen de mierda y entonces tal vez pueda sentir que al menos vuelves a ser un poco mío.

Y con eso, besó sus labios, sin esperar respuesta alguna porque podía presentir el torbellino de emociones que de seguro el castaño era. Lo atrajo a su pecho, rodeando con fuerza su cintura y rogando por que las horas pasaran más lentas para quedarse así tan solo un poco más, permitiéndose disfrutar de aquel momento tan dulce y efímero. Disfrutar lo que alguna vez no tomó en cuenta y mucho menos pensaba que algún día le faltaría.

Pero los minutos dan paso a horas, tal vez fueron solo unas dos en las que conversaron sobre temas irrelevantes y Hajime pudo degustar las rabietas dulces e infantiles del seleccionado, mientras veía sus ojos vivaces siendo cautivados por el sueño que pedía a gritos arrebatarlo de sus brazos.

-Ya deberías irte. -Susurró con todo el dolor de su corazón, observando con una triste sonrisa la trompetilla que los labios de Tooru habían formado.

Bastó un pequeño regaño y una buena ronda de besos para que finalmente Tooru accediera a volver a su habitación, saliendo con sutileza mientras se escurría por los pasillos de la penumbra del palacio, observando tras cada pared, cada escultura, cada cortina. Cuando finalmente estuvo en su cuarto se permitió respirar con tranquilidad, y colocó una mano en su pecho, sintiendo lo fuerte que latía su corazón, no tanto por el recorrido de regreso, sino por la bella situación acontecida.

Tal vez si volvería... solo por Iwa-chan.

*

-Pero un disfraz no puede definir eso -masculló Tooru, frunciendo los labios mientras esquivaba la mirada seria de Hajime, con aquella ceja arqueada de manera casi perfecta, y la boca torcida hacia un lado.

-Tienes razón -respondió Iwaizumi, encogiéndose de hombros; la verdad es que Oikawa estaba en lo cierto, ya había mostrado muchos cambios... o al menos en privado ya lo había hecho-. Pero sigo creyendo que ese disfraz no te sienta bien, te quita... encanto -dijo aquello esquivando la mirada ilusionada del castaño, chasqueando la lengua mientras revisaba sus tomas del día.

Tooru se acercó y, puesto que corrían el risgo de que cualquiera pudiera entrar, solo se limitó a ponerse junto a él a una distancia considerable, intentando ver qué era aquello que captaba la atención del moreno en la cámara entre sus manos.

-¿Qué tal las tomas? -cuestionó, alzando su nariz por si lograba ver alguna imagen mientras Hajime la apegaba más a su cuerpo, para fastidiar al más alto.

-Muy buenas, sin duda -susurró, sonriendo de manera ladina mientras observaba aquella imagen que ya desde hace unos minutos había captado su campo de visión-. Pero esta es mi favorita -añadió al fin mostrando la pantalla hacia el seleccionado, que sintió sus mejillas tornarse carmesí cuando frente a él aparecía la foto que Hajime le había tomado hace unos minutos, con el rostro sorprendido y los ojos muy abiertos por la acción tan sorpresiva.

-Ya debo irme -soltó el pelinegro de pronto, volviendo a colgar la cámara en su cuello, sin siquiera dar oportunidad de algún reproche o mala cara de parte del castaño, tomó sus mejillas entre sus manos, acariciando sus pómulos colorados con los pulgares antes de acercarlo a su rostro y depositar un beso fugaz en sus labios, seguido de dos en su frente.

Tooru permaneció en su sitio, observando como acto seguido Iwaizumi se alejaba, mientras notaba que ni siquiera el mismo príncipe de Tendou podía hacer latir su corazón de esa manera.

~o~

El domingo, cuando apenas faltaba una semana para la fiesta de Halloween, el palacio era un torbellino de actividad.

Los miembros de La Élite pasaron la mañana del lunes con la reina Amaia, probando platos y decidiendo el menú para la fiesta de Halloween. Desde luego, aquella era la tarea más agradable que Kei había tenido que hacer hasta el momento. No obstante, después del almuerzo, Oikawa se ausentó unas horas de la Sala de Seleccionados. Cuando volvió hacia las cuatro, un sonrojo invadía sus mejillas, sin embargo para no levantar sospechas, les anunció a todos:

-Kuroo les envía recuerdos.

El martes por la tarde dieron la bienvenida a los parientes de la familia real que acudían a la ciudad para las fiestas. Por la mañana los miembros de La Élite habían pasado mirando por la ventana, mientras Kuroo le daba clases de tiro con arco a Kenma en los jardines.

En las comidas habían muchos invitados que habían acudido con antelación, pero muchas veces Tetsurou faltaba, al igual que Suga o Futakuchi.

Tsukishima se sentía cada vez más incómodo. Había cometido un error confesando sus sentimientos. Por mucho que Kuroo lo dijera, no podía estar tan interesado en él si su primer instinto era pasar el rato con todos los demás.

El viernes, Kei ya había perdido toda esperanza. Tras el Report se encontró sentado ante el piano, en su habitación, deseando que Kuroo apareciera.

No vino.

El sábado intentó no pensar en ello. Por la mañana todos los miembros de La Élite tenían que salir a recibir a las señoras que iban llegando a palacio, y entretenerlas en la Sala de Seleccionados, y después del almuerzo tenían práctica de baile.

Tsukishima daba gracias de que en su familia se hubieran dedicado a la música y al arte en lugar de al baile, porque, a pesar de ser un Cinco, se le daba fatal bailar. El único que lo hacía peor que él en toda la sala era Futakuchi. Curiosamente, Tooru era un modelo de gracia y elegancia. Más de una vez los instructores le habían pedido que ayudara a algún otro, lo que había provocado que Kenji casi se torciera el tobillo, gracias a un descuido intencionado del modelo.

Tooru, taimado como una víbora, achacó los problemas de Futakuchi a su descoordinación. Los profesores le creyeron, y Kenji se lo tomó a juego, no se dejaba afectar por lo que hiciera Oikawa.

Bokuto había estado allí durante todas las clases. Las primeras veces, Tsukishima lo había evitado, al no estar muy seguro de que quisiera verse a su lado. Había oído rumores de que los guardias habían estado cambiándose los horarios con tanta premura que resultaba mareante. Algunos deseaban con desesperación ir a la fiesta, mientras que otros, que tenían a alguien esperándolos en casa, se encontrarían en una situación muy difícil si se los veía bailando con jóvenes tan apuestos, especialmente porque cinco de ellos volverían a estar libres de compromiso muy pronto y serían un muy buen partido.

Pero aquello para Kei no era más que un ensayo final, así que cuando Bokuto se acercó y cuando le ofreció bailar, no se negó.

-¿Estás bien? -susurró Kotaro-. Últimamente parece que estás en baja forma.

-Solo estaba cansado -mintió el rubio. No podía hablar con él de sus asuntos con Kuroo.

-¿De verdad? -preguntó, escéptico-. Estaba convencido de que eso significaba que se avecinaban malas noticias.

-¿Qué quieres decir? -respondió. ¿Sabría Bokuto algo que él desconocía?

El peligris suspiró, parecía que Kei lo había olvidado por completo.

-Si te estás preparando para decirme que deje de luchar por ti, es algo de lo que no querría ni hablar.

Lo cierto es que Tsukishima no había pensado siquiera en Kotaro en la última semana. Estaba tan preocupado por sus propios comentarios fuera de lugar y presuposiciones, que no había tenido tiempo de pensar en algo más.

Y resultaba que, mientras Kei se preocupaba de que Kuroo se alejara de él, Bokuto estaba preocupado por que Tsukishima le hiciera lo mismo a él.

-No es eso -respondió el menor, ambiguo; se sentía culpable.

Bokuto asintió, apretando los labios, satisfecho de momento con aquella respuesta.

-¡Ay! -se quejó el peligris.

-¡Ups! -soltó el más alto. Le había pisado sin querer. Tenía que concentrarse un poco más en el baile.

-Lo siento, Tsukki, pero esto se te da fatal -bromeó, aunque el pisotón que le había dado en serio le había dolido.

-Lo sé, lo sé -respondió, casi sin aliento-. Hago lo que puedo, te lo prometo.

Tsukishima iba revoloteando por la sala como un alce ciego, pero lo que le faltaba en elegancia lo compensaba con esfuerzo. Bokuto hacía lo que podía por ayudarlo a dar buena impresion, retrasándose un poco en el paso para sincronizar con el rubio. Era algo típico en él, se pasaba la vida intentando ser el héroe de Kei.

Cuando acabó la última clase, Tsukishima al menos ya conocía todos los pasos. No podía prometer que no le daría una enérgica patada a algún diplomático de visita, pero había hecho todo lo que podía. Cuando lo imaginó, fue consciente de que era lógico que Kuroo se lo pensara. Sería todo un problema para él llevarlo a otro país, y mucho más recibir a un invitado. Sencillamente, no tenía madera de príncipe.

El rubio suspiró y fue a buscar un vaso de agua. El resto de seleccionados se marchó, pero Bokuto lo siguió.

-Bueno -dijo, acercándose al menor. Tsukishima rastreó toda la sala con los ojos para asegurarse de que no había alguien mirando-. Si no estás preocupado por mí, debo suponer que estarás preocupado por él.

Kei bajó la vista y un leve carmesí invadió sus mejillas... lo conocía tan bien.

-No es que quiera darle ánimos, ni algo por el estilo, pero, si no se da cuenta de lo increíble que eres, es que es un idiota. -Soltó Kotaro, mostrando una apenas perceptible sonrisa torcida.

El rubio sonrió, sin apartar la vista del suelo.

-Y si no consigues ser príncipe, ¿qué? -continuó el mayor, intentando dar ánimos a "su chico" -. Eso no te hace menos increíble. Y ya sabes... ya sabes...

Su lengua se trababa y se sentía muy tonto, no conseguía decir lo que quería decir; algo impotente y avergonzado, dirigió la mano a su nuca.

Por su lado, Tsukishima se arriesgó y alzó la vista para mirarlo a la cara. En los ojos de Bokuto encontró mil finales diferentes para aquella frase, y en todos ellos estaban los dos: que aún lo estaba esperando; que lo conocía mejor que nadie; que eran una sola cosa; que unos meses en aquel palacio no podían borrar dos años. Pasara lo que pasara, Kotaro siempre estaría ahí a su lado.

La sonrisa de Kei fue extendiéndose, y fue cuestión de segundos para que apoyara la diestra en el hombro del mayor, quien lanzó un respingo ante el contacto.

-Lo sé, Bokuto. Lo sé.

~o~

Todos los seleccionados estaban en línea, en el enorme vestíbulo del palacio, entre ellos, Koushi no paraba de dar botecitos sobre las puntas de los pies.

-Señor Sugawara -susurró Takeda, y no hizo falta más para que el peliplata se diera cuenta de que su comportamiento era inaceptable.

Como tutor principal de La Selección, Itetsu se tomaba todas las acciones de los jóvenes muy personalmente.

Por su lado, Kei se encontraba igual de nervioso, aunque sabía aparentarlo, puesto que intentaba controlarse. Envidiaba a Takeda y al personal de palacio, incluído el puñado de guardias que se movían por aquel espacio, aunque solo fuera porque a ellos se les permitía caminar. Si él hubiera podido hacerlo también, estaría mucho más tranquilo.

A lo mejor si Kuroo estuviera allí la situación sería más soportable. O quizá lo habría puesto aún más nervioso. Seguía sin poder entender por qué; después de todo, no había podido encontrar tiempo para pasarlo con él últimamente.

-¡Aquí están! -dijo alguien al otro lado de las puertas de palacio. Y ahora Sugawara no era el único que no podía contener su alegría.

-Muy bien, jóvenes -anunció Itetsu- ¡Quiero un comportamiento exquisito! Criados y doncellas contra la pared, por favor.

Los seis intentaban ser los jovencitos encantadores y graciosos que Takeda quería que fueran, pero en el momento en que entraron los padres de Kenma y Suga por la puerta, todo se vino abajo. Debido a sus acciones era evidente que sus padres los echaban demasiado de menos como para mantener las formas. Entraron corriendo y gritando, y Koushi abandonó la formación sin pensárselo un momento.

Los padres de Oikawa mantenían mejor la compostura, aunque resultaba evidente que estaban encantados de ver a su hijo; el castaño también rompió filas, pero de un modo mucho más civilizado que Sugawara. A los padres de Futakuchi y Kiyoko, Tsukishima ni siquiera tuvo tiempo de verlos, porque de pronto apareció como un rayo una figura bajita con una melena rubia y mirada ansiosa.

-¡Emi!

La niña lo oyó, vio como su hermano mayor agitaba el brazo y fue corriendo a su encuentro, con Akiteru y su mamá tras ella. Kei se arrodilló en el suelo y la abrazó.

-¡Kei-chan! ¡No me lo puedo creer! -exclamó, con un tono entre la admiración y la envidia-. ¡Estás guapísimo!

Tsukishima no podía ni hablar. Casi no podía ni verla, estaba demasiado feliz de tener a su hermanita en sus brazos.

Un momento más tarde sintió el abrazo firme de Akiteru envolviéndolos a los dos. Luego su madre, abandonando su habitual recato, se unió a ellos, y se cerraron en una piña sobre el suelo de palacio.

Itetsu lanzó un suspiro ante el comportamiento de los seleccionados, pero en aquel momento a ninguno le importaba.

-Estoy tan contento de que hayan venido... -dijo el rubio por fin cuando recobró el aliento.

-Nosotros también, pequeño. No te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos -dijo Akiteru, quien depositó un tierno beso en la cabeza de su hermanito.

El menor giró para poder abrazarlo mejor. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verlos. Abrazó a su madre, era sorprendente que estuviera tan callada y raro que aún no le hubiera pedido un informe detallado de sus progresos con el príncipe en el palacio. Pero cuando la soltó, Tsukishima pudo ver las lágrimas en sus ojos.

-Estás precioso, cariño. Pareces un príncipe.

El rubio sonrió. Era un alivio que por una vez no lo cuestionara ni le diera instrucciones. En aquel momento, simplemente estaba contenta, y eso lo llenaba de felicidad, porque él también lo estaba.

Fue entonces cuando los ojos vivaces de Emi se posaban en algo a las espaldas de su hermano.

-Ahí está -dijo ella, en un susurro.

-¿Eh? -preguntó Kei, mirándola. Giró y vio a Kuroo, que los observaba desde detrás de la gran escalera. Sonreía, divertido, mientras se acercaba a la familia Tsukishima, aún apiñados en el suelo.

Akiteru se puso en pie inmediatamente.

-Alteza -saludó, con un tono de admiración en la voz.

Tetsurou se le acercó con la mano tendida.

-Señor Tsukishima, es un honor. He oído hablar mucho de usted. Y de usted también, señora. - Dijo, acercándose a la madre de Kei, que también se había puesto en pie y estaba alisándose el cabello.

-Alteza -reaccionó ella, algo azorada-. Discúlpenos por la escena -añadió, señalando al suelo, donde aún yacía Emi, abrazando con fuerza a su hermano.

El azabache chasqueó la lengua y sonrió.

-No tienen que disculparse. No esperaba menos entusiasmo, teniendo en cuenta que son la familia de Kei -dijo con aquella sonrisa juguetona tan característica.

Tsukishima estaba seguro de que su madre le exigiría que le explicara aquello más tarde.

-Y tú debes de ser Emi. -Añadió el pelinegro, dirigiéndose hacia la niña.

Emi se sonrojó y tendió la mano, esperando que el príncipe se la estrechara, pero Kuroo se la besó.

-Al final no tuve ocasión de darte las gracias por no llorar. -Dijo el azabache, con una sonrisa amable.

-¿Cómo? -preguntó la rubia, ruborizándose aún más de vergüenza.

-¿No te lo dijeron? -respondió Tetsurou, con tono desenfadado-. Gracias a ti conseguí mi primera cita con tu encantador hermano. Siempre estaré en deuda contigo.

Emi soltó una risita nerviosa.

-Bueno, pues... de nada, supongo.

Kuroo puso las manos tras la espalda y recuperó la compostura.

-Me temo que debo dejarlos para ir a ver a los demás, pero por favor, quédense aquí un momento. Voy a hacer un breve anuncio al grupo. Y espero tener ocasión de hablar un poco más con ustedes muy pronto. Estoy encantado de que hayan venido.

-¡Es aún más guapo en persona! -susurró Emi en voz alta, y por el ligero movimiento que Kuroo hizo con la cabeza, estaba claro que la había oído.

Él se fue a saludar a la familia de Kiyoko, que sin duda era la más refinada de todas. Sus hermanos mayores estaban rígidos como los guardias, y sus padres le hicieron una reverencia cuando lo vieron acercarse. Todos tenían una complexión fina, estaban impecables e iban vestidos perfectamente. Hasta el cabello de todos ellos, negro azabache, parecía ir conjuntado.

A su lado, Futakuchi y su hermana menor, que era guapísima, hablaban entre susurros con Kenma, mientras los padres de ambos se saludaban. Una energía cálida invadía toda la estancia. 

-¿Qué quiere decir con eso de que esperaba entusiasmo por nuestra parte? -preguntó su madre en voz baja-. ¿Es porque le gritaste la primera vez que le viste? Eso no lo has vuelto a hacer, ¿verdad?

Tsukishima suspiró.

-En realidad, mamá, discutimos bastante a menudo.

-¿Qué? -replicó ella, y se quedó con la boca abierta- ¡Bueno, pues deja de hacerlo!

-Ah, y una vez le di un rodillazo en la entrepierna. -Añadió, arreglándose las gafas.

Tras un instante de silencio, Emi soltó una carcajada. Se tapó la boca e intentó contenerse, pero la risa se abría paso en una serie de ruidos raros e incontenibles. Akiteru apretaba los labios, pero era evidente que también estaba a punto de escapársele la risa. Por su lado, Sei estaba más pálida que la nieve.

-Kei, dime que es una broma. Dime que no agrediste al príncipe.

Tsukishima no podría decir por qué, pero la palabra «agredir» fue la gota que colmó el vaso, y Emi, Akiteru y Kei estallaron hasta quedar doblados de la risa.

-Lo siento, mamá -fue todo lo que pudo decir.

-Por Dios bendito... -soltó ella. De pronto parecía que tenía mucho interés en conocer a los padres de Suga, y nadie la detuvo.

-Así que le gustan los chicos que le plantan cara -apuntó el mayor de los Tsukishima una vez recuperada la calma-. Ahora me gusta más.

Akiteru pasó la mirada por la sala, observando el palacio, y Kei permaneció allí, intentando asimilar todo lo que decía. ¿Cuántas veces, en los años en que habían salido en secreto, Bokuto y su hermano habían coincidido en la misma estancia? Al menos una docena. Quizá más. Y Tsukishima nunca se había preocupado que Kotaro le gustara o no. Sabía que le costaría darle su consentimiento para que se casara con alguien de una casta inferior, pero siempre supuso que al final le daría permiso.

Por algún motivo, esto resultaba mil veces más tenso. Aunque Kuroo fuera un Uno, aunque pudiera mantenerlos a todos, de pronto Tsukishima cayó en la cuenta de que cabía la posibilidad de que a su hermano mayor no le gustara.

Akiteru no era un rebelde, de los que van por ahí quemando casas, ni nada por el estilo. Pero Kei sabía que no le gustaba cómo llevaban el país. ¿Y si hacía extensiva sus objeciones políticas a Kuroo? ¿Y si decidía que no era la persona ideal para su hermanito?

Antes de que pudiera seguir dándole vueltas a la cabeza, Kuroo subió unos escalones para tener a todos sus invitados a la vista.

-Quiero darles las gracias a todos de nuevo por haber venido. Estamos encantados de que estén en el palacio, no solo para celebrar el primer Halloween de Tendo desde hace décadas, sino también para que los podamos conocer a todos. Lamento que mis padres no hayan podido venir a recibirlos, pero los conocerán muy pronto. -Suspiró-. Las madres, las hermanas y los miembros de La Élite están invitadas a tomar el té con mi madre esta tarde en la Sala de Seleccionados. Sus hijos las llevarán hasta allí. Y los caballeros pueden venir a fumarse un puro con mi padre y conmigo. Un mayordomo irá a buscarlos, así que no teman; no se perderán. Las doncellas les acompañarán a las habitaciones que ocuparán durante su visita, y les proporcionarán todo lo que necesiten para su estancia, así como para la celebración de esta noche.

El príncipe despidió a todos con la mano, hizo una leve reverencia y se fue. Casi inmediatamente apareció una doncella al lado de cada familia.

-¿Señor Tsukishima? -dijo la muchacha hacia Akiteru-. He venido a acompañarlos a usted y su familia a sus aposentos.

-¡Pero yo quiero quedarme con Kei-chan! -protestó Emi.

-Cariño, estoy segura de que el rey nos habrá asignado una habitación tan bonita como la de Kei. ¿No quieres verla? -la animó Sei.

La pequeña rubia giró hacia su hermano.

-Yo quiero vivir exactamente igual que tú. Aunque solo sea unos días. ¿No me puedo quedar contigo?

Tsukishima lanzó un chasquido y suspiró. De modo que tendría que renunciar a un poco de intimidad durante unos días. Bueno, ¿qué le iba a hacer? Con aquella carita delante, no podía decir que no.

-Está bien. A lo mejor así, con los dos en la habitación, mis mayordomos tendrán por fin algo que hacer. -Accedió.

Ella lo abrazó tan fuerte que al momento, el rubio se alegró de haber cedido.

***

-¿Qué más has aprendido? -preguntó Akiteru.

Kei le cogió del brazo; no estaba acostumbrado a verlo con traje. Si no lo hubiera visto mil veces con su bata sucia de pintor, habría dicho que había nacido para ser un Uno. Con aquel traje estaba guapísimo, y resaltaba la juventud que sus arduos desvelos habían robado. Incluso parecía más alto.

-Creo que ya te dije todo lo que nos enseñaron sobre nuestra historia, que el presidente Hiroshi fue el último líder de lo que era Japón, y que luego presidió los Estados Americanos de Japón. Yo no sabía nada de él. ¿Tú sí?

El mayor asintió.

-Papá me habló de él. Creo que era un buen tipo, pero no pudo hacer gran cosa cuando la situación se puso mal.

Tsukishima no había podido conocer la verdad sobre la historia de Tendo hasta que llegó al palacio. Por algún motivo, la historia del origen de su país era algo que se transmitía oralmente. Había oído versiones diferentes, y ninguna era tan completa como la que le habían explicado en los últimos meses.

Japón fue invadido a principios de la Tercera Guerra Mundial, después de que no pudiera pagar la enorme deuda contraída con Estados Unidos. Como Japón no tenía el dinero necesario, Estados Unidos instauró un Gobierno en el país, y creó los Estados Americanos de Japón, usando a los japoneses como mano de obra. Al final estos se rebelaron (no solo contra USA, sino también contra Rusia, que intentaba hacerse con la mano de obra creada por Estados Unidos) y se unió a Canadá, México y muchos otros países latinoamericanos para formar un país. Eso dio pie a la Cuarta Guerra Mundial y, aunque el país sobrevivió a ella y fue el origen de un nuevo estado, las consecuencias económicas fueron devastadoras.

-Kuroo me dijo que justo antes de la Cuarta Guerra Mundial la gente prácticamente no tenía de nada.

-Así es. En parte, por eso es tan injusto el sistema de castas. La mayoría no tenía gran cosa que ofrecer, y eso hizo que muchos acabaran en las castas más bajas.

En realidad, Tsukishima no quería seguir hablando de eso con Akiteru, porque sabía que podía acabar de muy mal humor. No es que no tuviera razón -el sistema de castas era injusto-, pero aquella visita era un motivo de alegría, y no quería estropearlo hablando de cosas que no se podían cambiar.

-Aparte de alguna clase de historia, la mayoría son clases de etiqueta. Ahora nos están introduciendo un poco en la diplomacia. Creo que dentro de poco tendremos que aplicar esos conocimientos, por eso nos están apretando tanto. Bueno, los que se queden tendrán que hacerlo. -Soltó, acomodando sus gafas.

-¿Los que se queden? -preguntó el mayor, arqueando una ceja.

-Parece que uno de nosotros volverá a casa con su familia. Kuroo tiene que eliminar a uno después de conoceros a todos. -Resopló.

-No pareces muy contento. ¿Crees que te mandará a casa?

El rubio se encogió de hombros.

-Venga... A estas alturas ya debes de saber si le gustas o no. Si le gustas, no tienes que preocuparte. Sino, ¿por qué ibas a querer quedarte? -intentó animarlo.

-Supongo que tienes razón. -Respondió, esquivando la mirada de su hermano.

Akiteru se detuvo.

-¿Y cuál de las dos cosas es?

Para Kei hablar de aquello con su hermano mayor resultaba incómodo, pero tampoco le habría gustado hacerlo con su madre. Y Emi seguro que entendía aún menos a Kuroo que él mismo.

-Creo que le gusto. Eso dice. -Soltó con rapidez, bajando el rostro inmediatamente.

El castaño claro se rió.

-Bueno, entonces estoy seguro de que irá bien. -Dijo, pasando los brazos por los hombros.

-Pero la última semana ha estado un poco... distante. -Respondió, algo cohibido por el contacto.

-Kei-chan, es el príncipe. Habrá estado ocupado aprobando leyes, o cosas así.

El menor no sabía cómo explicarle que le daba la impresión de que Tetsurou buscaba tiempo para estar con los demás. Era demasiado humillante.

-Supongo. -Fue lo único que atinó a responder a secas.

-Y hablando de leyes... -canturreó el mayor, pasando a otro tema-. ¿Ya has aprendido todo lo que hay que saber de eso? ¿Ya sabes redactar proposiciones de ley?

Aquel tema al menor de los Tsukishima tampoco le parecía fascinante, pero al menos no suponía hablar de chicos.

-No, aún no. Pero hemos estado leyendo muchas. A veces me cuesta entenderlas. Takeda-sensei, el hombre de abajo, es un especie de guía, de tutor... Intenta explicarnos las cosas. Y Kuroo se muestra muy amable si le hago preguntas.

-¿Ah, sí? -dijo Akiteru, aparentemente contento de oír aquello.

-Oh, sí. Creo que para él es importante que todos sintamos que podemos ser personas de éxito, ¿sabes? Así que nos lo explica todo muy bien. Incluso... -se detuvo de pronto. Se suponía que no tenía que hablar de la sala de los libros. Pero se trataba de su hermano... era como su padre-. Escucha, tienes que prometerme que no dirás nada de lo que te voy a contar.

El mayor chasqueó la lengua.

-La única persona con la que hablo es con mamá, y los dos sabemos que no sabe guardar secretos, así que te prometo que no se lo dire. -Respondió, lanzándole un guiño.

Kei soltó una risita. Le resultaba imposible imaginar a Sei guardándose algo para sí misma.

-Puedes confiar en mí, pequeño -dijo finalmente, reafirmando el abrazo en sus hombros.

-¡Hay una habitación, una sala secreta, y está llena de libros, Nii-san! -confesó en voz baja, comprobando que no hubiera alguien alrededor-. Están los libros prohibidos y esos mapas del mundo, los viejos, con todos los países como eran antes. ¡Nii-san, yo no sabía que antes había tantos! Y también hay un ordenador. ¿Alguna vez has visto uno de verdad?

Akiteru meneó la cabeza, igual de impresionado que su hermano.

-Es asombroso. Escribes lo que quieres, y el ordenador busca por todos los libros de la sala y lo encuentra.

-¿Cómo?

-No lo sé, pero así es como Kuroo descubrió lo que era Halloween. Incluso... -el menor volvió a levantar la mirada y a escrutar toda la sala. Estaba seguro de que Akiteru no hablaría a nadie de la biblioteca, pero decirle que tenía uno de esos libros secretos en su habitación era demasiado.

-¿Incluso qué? -cuestionó, expectante.

-Una vez me dejó sacar uno, solo para mirarlo. -Confesó.

-¡Vaya, qué interesante! ¿Y qué leíste? ¿Me lo puedes contar?

-Era uno de los diarios personales de Tendo Hiroki.

Akiteru se quedó con la boca abierta y tardó un momento en recuperarse.

-Kei, eso es increíble. ¿Qué decía? -preguntó, ansioso.

-Bueno, no lo he acabado. Sobre todo me interesaba descubrir qué era lo de Halloween. -respondió con simpleza.

El mayor de los Tsukishima permaneció pensando un momento en las palabras del más alto y luego meneó la cabeza.

-¿Por qué estás tan preocupado, Kei? Es evidente que Kuroo confía en ti.

Tsukishima lanzó un chasquido; se sentía como un idiota.

-Supongo que tienes razón. -Suspiró, arreglando sus gafas.

-Sorprendente -murmuró el castaño-. ¿Así que hay una sala secreta por aquí, en algún lugar? -dijo, mirando las paredes de un modo completamente diferente.

-Nii-san, este lugar es una locura. Hay puertas y paneles por todas partes. No me extrañaría que, si giráramos ese jarrón, se abriera una trampilla bajo nuestros pies. -Soltó burlón.

-Hmmm -respondió, divertido-. Entonces iré con mucho cuidado al volver a mi habitación.

-Pues, hablando de eso, creo que no deberías tardar. Tengo que llevarme a Emi para que se prepare para el té con la reina.

-Ah, sí, tú siempre con tus tés y tu reina... -bromeó-. Muy bien, pequeño. Te veré en la cena. -Se despidió, besando la frente de su hermanito-. Bueno..., ¿por donde tendré que ir para no acabar en alguna guarida secreta? -se preguntó en voz alta, extendiendo los brazos a modo de escudo protector mientras se alejaba. Cuando llegó a la escalera, tanteó primero la barandilla-. Es para asegurarme, ya sabes. -Susurró.

-Gracias, Nii-san -respondió Kei con una sonrisa en los labios, sacudiendo la cabeza, y volvió a su habitación.

***

Le costaba no ir a prisa por los pasillos, estaba muy contento de que su familia hubiera llegado. Si Kuroo no lo expulsaba, iba a ser más duro que nunca separarse de ellos.

El rubio giró la esquina de su habitación y notó que la puerta estaba abierta.

-¿Cómo era? -fue lo que Kei pudo oír que preguntaba Emi, al acercarse.

-Muy hermosa, demasiado para alguien como yo. Tenía el cabello rubio y ella solía enojarse cuando llovía y se empapaba -dijo Tadashi. Los dos soltaron una risita-. Unas cuantas veces pude pasar incluso los dedos entre su cabello, era muy suave. A veces pienso en eso. Aunque ahora no tanto como antes.

Tsukishima se acercó con cuidado. No quería molestarles.

-¿Aún la echas de menos? -preguntó Emi, con su habitual curiosidad por las historias de amor.

-Cada vez menos -admitió Yamaguchi, con una pequeña chispa de esperanza en la voz-. Cuando llegué aquí, pensé que me moriría del dolor. No dejaba de pensar en cómo huir del palacio y volver por ella, pero eso no iba a ocurrir. Yo no podía dejar a mi padre, y aunque consiguiera rebasar los muros, no tenía modo de encontrar el camino ni darle la vida que merece.

Tsukishima sabía algo del pasado del pecoso, que su familia se había ofrecido como servicio a una familia de Treses a cambio del dinero que necesitaban para pagar una operación que debían hacerle a la madre de Tadashi, que acabó muriendo. Cuando la señora de la casa descubrió que su hija estaba enamorada de Yamaguchi, lo vendió a él y a su padre a la casa real.

El rubio echó un vistazo por la rendija de la puerta y vio a Emi con el mayordomo sobre la cama. Las puertas del balcón estaban abiertas, y el delicioso aire de Tokio entraba por las ventanas. La pequeña rubia encajaba en el palacio a la perfección, con aquel vestido de día que le sentaba estupendo mientras estaba ahí, haciéndole trencitas a Tadashi, que llevaba el cabello algo largo. Era la primera vez que Tsukishima lo veía sin aquella pequeña coleta de siempre. Así estaba precioso, joven y desenfadado.

-¿Cómo es estar enamorado? -preguntó Emi.

Eso a Kei le dolió. ¿Por qué no se lo había preguntado nunca a él, su hermano mayor? Luego recordó que nunca le había contado que estuviera enamorado.

Yamaguchi esbozó una sonrisa triste.

-Es lo más maravilloso y lo más terrible que te puede suceder -dijo, simplemente-. Sabes que has encontrado algo sorprendente, y quieres que te dure toda la vida; y a partir de entonces, te pasas cada segundo temiendo el momento en que puedas llegar a perderlo.

El rubio suspiró en silencio. Tenía toda la razón.

El amor es un miedo precioso.

Tsukishima no quería dejarse llevar y pensar demasiado en pérdidas, así que ingresó a la habitación.

-Yamaguchi, qué cambio. -Comentó con una sonrisa en el rostro.

-¿Le gusta? -preguntó el pecoso, tocándose las dos finas trenzas que decoraban ambos lados de su cabeza, terminando en una unión casi a la altura de ambas orejas.

-Es estupendo. Emi también le solía hacer trenzas a mi hermana Kenna; se le da muy bien.

-¿Qué otra cosa podía hacer? -objetó la niña, encogiéndose de hombros-. No podíamos permitirnos tener muñecas, así que tenía que usar a Kenna

-Bueno -dijo Tadashi, girándose hacia ella-, mientras estés aquí, tú serás nuestra muñequita, Akaashi-san, Noya y yo te vamos a poner más guapa que la reina.

Emi ladeó la cabeza.

-Nadie es más guapa que la reina -replicó. Luego se giró rápidamente hacia su hermano-. No le digas a mamá que he dicho eso.

-No lo haré -respondió el rubio, con una risita-. Pero ahora tenemos que prepararnos. Es casi la hora del té.

La niña se puso a dar palmas de la emoción y se colocó delante del espejo. Yamaguchi se recogió el cabello en su coleta habitual, pero sin deshacer las trenzas. Seguro que le habría gustado dejarse el pelo como estaba un ratito más.

-Oh, ha llegado una carta para usted, señor -dijo Tadashi, entregándole al seleccionado un sobre con toda delicadeza.

-Gracias -respondió, sin poder disimular la sorpresa. Casi todas las personas de las que podía esperar noticias estaban ya en el palacio. El seleccionado abrió el sobre y leyó la breve nota, escrita con una caligrafía que era muy familiar.

Kei:

Aunque tarde, me ha llegado la noticia de que las familias de La Élite han sido invitadas al palacio, y de que Akiteru, mamá y Emi han ido a verte. Sé que Kenna está en una fase demasiado avanzada del embarazo como para viajar, y que Tobio es demasiado pequeño, pero no consigo entender por qué no se me ha hecho extensiva la invitación. Soy tu hermano, Kei. 
Lo único que se me ocurre es que Akiteru haya decidido excluirme. Desde luego, espero que no fueras tú. Tú y yo podemos conseguir grandes cosas. 
Nuestras posiciones pueden resultarnos muy útiles mutuamente. Si alguna vez vuelven a ofrecerte algún otro privilegio especial para la familia, no te olvides de mí, Kei. Podemos ayudarnos el uno al otro. ¿No le habrás hablado de mí al príncipe? Es simple curiosidad. 
Espero tus noticias.

KOTA


Tsukishima se planteó hacer una bola con la carta y tirarla a la papelera. Pensaba que Kota ya habría superado su obsesión por ascender de casta y que se conformaría con el éxito que tenía. Pero parecía que no. Metió la carta en el fondo de un cajón y decidió olvidarse de ella por completo. Sus celos no iban a estropearle la visita familiar.

Yamaguchi llamó a Keiji y Nishinoya, y todos lo pasaron estupendamente bien con los preparativos. La vitalidad de Emi ponía a los mayordomos de buen humor, y hasta Kei se sorprendió a sí mismo cantando mientras se cambiaba.

Poco después apareció Sei para preguntar qué tal estaba con aquel vestido. Pues estupenda, por supuesto. Era más bajita y tenía más curvas que la reina, pero así vestida estaba igual de elegante.

Cuando bajaron, Emi tomó el brazo de su hermano y su siempre alegre rostro se tornó triste.

-¿Qué te pasa? ¿No te hace ilusión ir a ver a la reina? -preguntó Kei, extrañado.

-Sí. Es solo que...

-¿Qué?

La rubia soltó un suspiro.

-¿Cómo se supone que voy a volver a ponerme pantalones de trabajo después de esto? -dijo, con los ojos muy abiertos, a lo que su hermano solo lanzó una risita.

***

El ambiente estaba muy animado, y todos irradiaban energía. La hermana de Futakuchi, Naho, tenía más o menos la edad de Emi, y ambas se sentaron a charlar en un rincón. La verdad es que Naho se parecía mucho a su hermano. Físicamente, ambos eran delgados, con el cabello chocolate y atractivos. Pero mientras que Emi y Kei eran polos opuestos, Naho y Keiji también se parecían en el carácter.

La reina fue pasando ante todos, hablando con las madres, haciendo preguntas con su habitual dulzura. Como si la vida de alguno de ellos pudiera ser tan interesante como la suya.

Tsukishima estaba en un grupito, escuchando como la madre de Kiyoko hablaba de su familia, en Nueva Asia; entonces Emi reclamó la atención de su hermano, tirando de la manga de su saco.

-Emi -susurró-. ¿Qué estás haciendo? No puedes hacer eso, especialmente con la reina delante. -regañó bajito.

-¡Tienes que ver esto! -insistió ella con mirada ansiosa.

Gracias a Dios, Itetsu no estaba allí. Tendría toda la razón de censurar a la rubia un comportamiento como aquel, aunque ella no tenía por qué saberlo.

La niña lo llevó hasta la ventana y señaló al exterior.

-¡Mira!

Tsukishima miró más allá de los arbustos y las fuentes, y vio dos siluetas. La primera era la de Akiteru, que explicaba o preguntaba algo, moviendo las manos para expresarse mejor. La segunda era la de Kuroo, que se detenía a pensar antes de responder. Caminaban lentamente, y a veces el mayor de los Tsukishima se metía las manos en los bolsillos, o Tetsurou se llevaba las manos a la espalda. Hablaran de lo que hablaran, la conversación parecía importante.

Kei giró. Los demás aún seguían enfrascados en su charla con la reina, y no parecía que nadie los hubiera visto.

Kuroo se detuvo, se situó frente a Akiteru y le habló con decisión. No parecía que lo hiciera en un tono agresivo o rabioso, pero sí decidido. Por su lado, el castaño hizo una pausa y le tendió la mano. Tetsurou sonrió y se la estrechó con ganas. Un momento después ambos parecían aliviados, y Akiteru le dio una palmadita en el hombro. Aquello hizo que el chico se pusiera algo rígido. No estaba acostumbrado a que lo tocaran, pero luego el mayor le rodeó los hombros con el brazo, como solía hacer con Kei y Kota, con todos sus hermanos.

Daba la impresión de que a Kuroo aquello le gustó mucho

-¿De qué iba eso? -preguntó el seleccionado en voz alta.

Emi se encogió de hombros.

-No sé, pero parecía importante.

-Pues sí.

Ambos esperaron a ver si el príncipe mantenía una conversación similar con el padre o hermano mayor de algún otro miembro de La Élite; pero, si lo hizo, no fue en los jardínes.

Notas finales:

No tengo excusas ;;
O bueno, sí(?) Lamento de manera infinita mi tardanza, en serio, es que estoy en mi último año y las cosas se complican un poco, además que nunca faltan las distracciones o sucesos imprevistos... por cierto, un perro me mordió en el brazo derecho, la herida fue muy profunda y anda con puntos, en recuperación, no tengo movilidad en la muñeca mientras que la herida va cicatrizando y posteriormente a terapia. :'D
Volviendo al fanfic, resulta que el capítulo (puesto que no actualizo hace mucho) es largo, pero para no hacerles pesada la lectura, este será dividido en dos partes del cual planeo publicar lo que sigue el domingo, es decir, lo de la fiesta de Hallowen. e3e
¿Vieron el IwaOi? ¿Lo vieron? Me esforcé, espero haya quedado decente. |^;)
No tengo más que decir, solo que espero el capítulo les haya gustado y si así fue saben que es lindo saberlo(?) Gracias a Xavi por betear todas las páginas, lo siento. :'D
¡Los quiero! 💕 Muchos abrazos a la distancia~ ¡Disculpa otra vez y nos leemos el domingo!
BYE!<3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).