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La Élite [La Selección #2] por Nayu - san

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Notas del capitulo:

Capítulo dedicado para Lottie y Anahí.
Abuekuto y Bebé Iwa, las amo chicas. b25;

 

* * *

 

La fiesta de Halloween fue tan maravillosa como Kuroo había prometido. La belleza de el Gran Salón era impresionante. Todo era dorado. Los elementos decorativos de las paredes, los brillantes cristales de las lámparas de araña, las copas, los platos y hasta la comida. Era imponente.

Por el equipo de música sonaban melodías populares, pero en un rincón había una pequeña banda esperando el momento de tocar las canciones con las que se bailarían las danzas tradicionales que los seleccionados habían aprendido. Por toda la sala había cámaras (fotográficas y de vídeo). Sin duda aquello centraría la programación de todos los canales de Tendo al día siguiente. Aquella fiesta no tenía parangón. Por un momento, al ver tanta belleza, Tsukishima se preguntó cómo sería para Navidad, claro si es que seguía en el palacio para entonces.

Todo el mundo llevaba unos disfraces espléndidos: Suga iba vestido de ángel y bailaba con el soldado Sawamura; incluso lucía unas alas que flotaban a su espalda; parecían hechas de papel iridiscente. Oikawa llevaba un uniforme rojo con decoraciones doradas y una boina en la cabeza, lo que dejaba claro que era un torero, algo que descolocó un poco a Kei puesto que esperaba algo más ostentoso de su parte. Kenma iba vestido de gatito, con bigotes incluídos dibujados en las mejillas.

Kiyoko había recurrido a la tradición asiática de su tierra. Su vestido de seda era una versión aumentada de los modelos que solía llevar, más sobrios. Las mangas, drapeadas, creaban un efecto muy llamativo, y caminaba muy bien con el elaborado tocado que llevaba. Shimizu no solía destacar, pero esa noche tenía un aspecto magnífico, casi regio.

Por toda la sala había familiares y amigos, también disfrazados, al igual que los guardias. Había un jugador de béisbol, un vaquero, uno con traje y una placa que decía UKAI KEISHIN, y uno que hasta se había atrevido a vestirse de mujer. Unos cuantos lo rodearon, sin poder contener la risa. Pero muchos de los guardias llevaban simplemente su uniforme de gala, que consistía en unos pantalones blancos impecables y una chaqueta azul. Llevaban guantes, pero no gorro, detalle que permitía distinguirlos de los guardias que estaban de servicio, y que permanecían distribuidos por todo el perímetro de la sala.

—Bueno, ¿qué te parece? —le dijo Kei a Emi, pero cuando giró vio que ya se había ido a explorar entre la gente.

El rubio rió para sus adentros mientras escrutaba la sala, intentando descubrir el vaporoso vestido de su hermana.

Cuando dijo que quería ir a la fiesta disfrazada de novia «Como las que vemos en la tele», Tsukishima había pensado que sería una broma. Pero estaba absolutamente adorable con su velo y todo.

—Hola, Señor Tsukishima —le susurró alguien al oído.

El seleccionado dio un respingo y giró, encontrándose a Bokuto vestido con un disfraz que aparentaba verse como Robin Hood, con pantalones color caoba y botas negras que le cubrían las pantorrillas, además de una remera roja ajustada y sobre ella la parte superior del disfraz color verde, con un cinturón de cuero atado a la cintura, y en su espalda iba una alibaja donde reposaban flechas que se veían bastante reales; pero al ser Bokuto con su característico cabello... había obviado la gorra.

—¡Me has asustado! —exclamó el menor, llevándose la mano al corazón, como si así pudiera hacer que fuera más lento, sin dejar de admirar lo bien que se veía el mayor con ese traje.

Kotaro chasqueó la lengua.

—Me gusta tu disfraz —dijo el bicolor, sonriente, señalando al menor con su arco mientras escaneaba su anatomía de pies a cabeza.

—Gracias. A mí también —fue lo único que el rubio atinó a responder, bajando la mirada.

Akaashi lo había convertido en un hombre de una tal Grecia de la que leyó en un libro antiguo. Como calzado traía un par de sandalias doradas, con correas que subían como enredaderas por sus pantorrillas, la túnica era color perla con los hombros descubiertos y que se ceñía a la cintura, marcando su figura; en la parte superior vestía una especie de manto rectangular del mismo color que se echaba sobre el hombro izquierdo y se recogía por el lado opuesto, dejando ordinariamente libre en sus movimientos el brazo de esta parte, y por último, para decorar y resaltar su cabellera rubia, se encontraba una corona de olivo sobre esta, dándole un aspecto fresco que denotaba su belleza natural, en especial la ausencia de gafas que dejaba a la vista sus hermosos ojos dorados como el sol... o al menos eso fue lo que Tadashi dijo cuando lo vio salir con aquel disfraz.

—Me gusta mucho tu disfraz... —apuntó el rubio, intentando distraer la atención que el bicolor había puesto sobre él—. Muy creativo.

—Oh... gracias —respondió el mayor, tomando una de sus flechas—. Son para estar preparado todo el tiempo. —Añadió, alejándose lo suficiente como para aparentar que tiraría una de ellas, haciendo que Kei sonriera ante la expresión concentrada de su rostro.

—Muy inteligente de tu parte, era de esperarse.

Le alegraba que Kotaro aprovechara aquella ocasión para hacer una extravagancia. Bokuto tenía aún menos ocasiones que él para eso, así que ¿por qué no sacarles partido?

—Solo quería saludarte y ver cómo estabas. —Dijo finalmente, guardando la flecha mientras se rascaba la nuca, con una sonrisa ladina.

—Estoy bien —se apresuró a responder el menor. Estaba muy encantado.

—Ah —contestó Kotaro, aunque no parecía satisfecho—. Pues entonces, estupendo.

El peligris se sentía algo decepcionado; tras el pequeño discurso que le había soltado el otro día esperaba otro tipo de respuesta, pero al parecer Tsukishima aún no estaba preparado para decidir. Luego de una última sorisa, se despidió con una reverencia y se fue junto a otro guardia, que lo abrazó como a un hermano. Entre los guardias se creaban los mismos vínculos de familiaridad que los que habían formado los chicos de La Selección.

Unos minutos más tarde, Suga y Kiyoko fueron al encuentro del más joven y lo arrastraron hasta la pista de baile. Mientras bailaba, intentando no golpear a alguien, Kei pudo ver que Bokuto estaba al borde de la pista, hablando con su madre y Emi. Sei le pasaba la mano sobre la manga, como si quisiera alisársela, y Emi estaba radiante, admirada por aquel muchacho. Tsukishima imaginaba que le estarían diciendo lo guapo que estaba con el uniforme, lo orgullosa que estaría su madre si hubiera podido verlo. Kotaro sonrió; era evidente que también estaba encantado.

Bokuto y Tsukishima eran una rareza: un Seis y un Cinco que habían abandonado sus monótonas vidas por la vida de palacio. La Selección había cambiado tanto la vida del rubio que a veces se le olvidaba la suerte que tenía. 

***


La noche continuó y Kei bailó en un corro con algunos de los demás y con los guardias hasta que la música se apagó.

Entonces el DJ dijo:

—¡Miembros de La Selección, caballeros de la guardia, amigos y familiares de la familia real, den la bienvenida al rey Eiji, a la reina Amaia y al príncipe Kuroo Tetsurou!

La banda se puso a tocar enérgicamente, y todos recibieron a los reyes y al príncipe con una reverencia. El rey iba vestido de rey, solo que de otro país, no se entendía muy bien el significado del disfraz. La reina lucía un vestido de un azul tan profundo que casi parecía negro, cubierto con pedrería que brillaba intensamente. Parecía un cielo nocturno. Y Kuroo llevaba un disfraz de pirata casi cómico: jirones en los pantalones, una camisa amplia y un pañuelo atado sobre la cabeza. Para crear un mayor efecto, no se había afeitado desde hacía uno o dos días, y una sombra de vello azabache le cubría la parte inferior del rostro, como una sonrisa.

El DJ pidió a todos que hicieran un sitio en la pista, y el rey y la reina inauguraron el baile. Tetsurou se quedó a un lado, junto a Kenma y Futakuchi, susurrándoles algo a uno y luego al otro, y haciéndoles reír.

Por fin, Kei pudo ver que recorría la sala con la mirada. Tsukishima no podía saber si lo estaba buscando con la vista o no, pero tampoco quería que le pillara mirándolo, por lo cual arregló bien la franja de su túnica y observó a su familia. Parecían encantados.

Se detuvo a pensar en La Selección: parecía una locura, pero desde luego su éxito era indiscutible; el rey Eiji y la reina Amaia estaban hechos el uno para el otro. Él parecía enérgico, y ella lo compensaba con aquella personalidad suya, tan calmada. Era de la clase de personas que escuchaban, y daba la impresión de que él siempre tenía algo que decir. Aunque todo aquel montaje pudiera parecer arcaico y falso, funcionaba.

¿Se habrían distanciado alguna vez durante La Selección del mismo modo que Kei sentía que Kuroo se estaba separando de él? ¿Por qué no había hecho ni un intento de verlo entre tantas citas con el resto de los seleccionados? Quizá por eso había estado hablando con Akiteru, para explicarle por qué había tenido que olvidarse de su hermanito. Tetsurou era una persona educada, así que eso sería algo propio de él.

El rubio escrutó con la mirada a los presentes, buscando a Bokuto. Mientras tanto, pudo ver que Akiteru había llegado, por fin, y que su madre lo cogía fuertemente del brazo, en el otro extremo de la sala. Emi estaba junto a Suga, justo delante de él. Koushi le pasaba los brazos por encima del pecho desde atrás, en un gesto fraternal, y los vestidos blancos de ambos brillaban a la luz de las lámparas. A Tsukishima no le sorprendía en absoluto que los dos hubieran congeniado tan bien en un solo día.

Suspiró. ¿Dónde estaba Bokuto?

Como último recurso, miró hacia atrás. Y ahí estaba, justo detrás de suyo, a la espera de la reacción de el chico que lo traía enamorado, como siempre. Cuando ambas miradas se cruzaron, el mayor le lanzó un guiño rápido, y aquello hizo que el seleccionado se pusiera de pronto de mejor humor.

Cuando el rey y la reina acabaron su baile, todos ocuparon la pista. Los guardias se entremezclaron con los seleccionados y enseguida se formaron parejas de baile. Kuroo aún seguía a un lado de la pista con Kozume y Keiji. Tsukishima aún albergaba la esperanza de que viniera a pedirle un baile. Desde luego, él no quería pedírselo.

Haciendo un esfuerzo por mantener la compostura, alisó su túnica y se acercó a él, decidiendo que al menos le daría la ocasión de pedírselo. Cruzó la pista para integrarse en su conversación. Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca como para hacerlo, Tetsurou se giró hacia Futakuchi.

—¿Querrías bailar conmigo? —le preguntó.

El castaño lanzó una risita y asintió a modo de respuesta; Kei pasó a su lado sin detenerse, con la mirada fija en una mesa cubierta de bombones, como si aquel hubiera sido su destino en todo momento. El rubio permaneció de espaldas a la sala mientras probaba el delicioso chocolate, esperando que nadie se fijara en el rojo intenso que cubría sus mejillas.

A lo lejos Koushi observaba lo azorado que se le veía a Tsukishima, frunciendo levemente los labios mientras uno de los soldados se acercaba a él, sonriendo enternecido por la linda expresión del peliplata.

—¿Pasa algo, Koushi? —preguntó bajito, aunque con el sonido de la música de seguro nadie los oiría, pero era mejor ser precavidos.

El mayor asintió, acomodando un mechón que caía sobre su frente antes de volver la vista hacia su compañero.

—Es Kei-chan, siento que las cosas entre él y Kuroo no van muy bien. —Respondió apenado, observando como el rubio comía un bombón tras otro, intentando mantener la compostura.

—Él y tú son muy cercanos ¿No es así? —cuestionó Daichi, inclinándose un poco, pudiendo de esta manera disfrutar de la calidez que le transmitía la mirada café de su seleccionado favorito.

—Es como un hermano menor para mí. —Respondió Sugawara, rascándose la mejilla algo nervioso por la cercanía y lo peligroso que esta era. —¡Tal vez deberías bailar con él! —sugirió entusiasmado, dándole unas cuántas palmadas en el hombro al guardia.

Aquellos golpes parecían ser leves para Koushi, pero Daichi sentía que ni en todo su entrenamiento alguien lo había golpeado de esa manera, y mucho menos alguien con una apariencia tan delicada como la de Suga que se veía bello y angelical con aquel disfraz que contrastaba a la perfección con su actitud amable, los cabellos plateados y las mejillas sonrojadas... todo un ángel para él.

—P-Pero yo venía para sacarte a bailar a ti... —refutó, frunciendo levemente las cejas mientras se frotaba la parte agredida.

—Vamos, Daichi, tenemos toda la noche para estar juntos —susurró el peliplata con una pequeña sonrisa, lanzándole un guiño antes de darle un empujón a su novio.

Lo que no esperaba era que este lo tomara de la muñeca y ambos terminaran en la pista de baile, con el brazo de Sawamura asiéndolo con firmeza por la cintura puesto que la canción lo ameritaba, estando más cerca de lo que jamás se habían mostrado en público.

Mientras sus cuerpos se balanceaban al compás de la melodía, Sugawara cerró los ojos, dejando que su mente fantaseara en alguna otra ocasión en la que podría encontrarse de esta manera con Daichi... el día de su boda, tal vez. Lanzó una risita de solo imaginarlo y dio un leve apretón a su mano que era sostenida por la del azabache, quien estaba encantado de poder tenerlo tan cerca, tan suyo, queriendo permanecer así toda su vida.

—Quiero tenerte cerca esta noche y siempre. —Susurró en cuanto supo que la música terminó, haciendo una leve reverencia al peliplata, porque después de todo a los ojos de todos solo era un simple soldado.

Media docena de canciones más tarde, Daichi apareció al lado de Tsukishima, este a diferencia de Bokuto había optado por vestirse de uniforme.

—Señor Tsukishima —dijo, con una reverencia— ¿Me concedería este baile?

Tenía una voz cálida y enérgica, y su entusiasmo pilló desprevenido al rubio quien cogió su mano casi sin pensarlo.

—Por supuesto, soldado —respondió—. Aunque debo advertirle que no se me da muy bien.

—No pasa nada. Iremos con calma —respondió, con una sonrisa sincera que de pronto el menor dejó de preocuparse por su falta de destreza y le siguió a la pista, encantado.

La pieza que les tocó era animada, en consonancia con el estado de ánimo de Sawamura. Él no dejó de hablar, y al rubio le costaba seguirle el paso. Y eso que íban a tomárselo con calma.

—Parece que ya se ha recuperado del susto después de que lo atropellara de ese modo —bromeó.

—Lástima que el atropello no me dejara ninguna lesión —contestó el más alto, intentando arreglarse las gafas hasta que recordó la ausencia de ellas—. Con una pierna entablillada al menos no tendría que bailar.

Aquello hizo que el soldado riera. Tsukishima era todo lo contrario a Koushi, no podía entender por qué ambos se llevarían tan bien, aunque para Sugawara era fácil entablar cualquier tipo de conversación, no imaginaba a los dos compartiendo una charla amena y sarcástica al mismo tiempo.

—Me alegro de que sea tan divertido como dicen. He oído que también es uno de los favoritos del príncipe —dijo, como si aquello fuera de dominio público.

—Eso no lo sé —respondió con un tono algo tosco. En parte le fastidiaba que la gente dijera esas cosas. Aunque, por otro lado, estaba deseando que fuera cierto.

Por encima del hombro del soldado Sawamura, Kei pudo ver que Kotaro bailaba con Oikawa; al rubio se le hizo un nudo en el estómago.

—Parece que tiene buena relación con casi todo el mundo. Me han dicho incluso que durante el último ataque se llevó a sus mayordomos al refugio de la familia real. ¿Es eso cierto? —soltó atónito.

En aquel momento a Tsukishima le había parecido absolutamente lógico proteger a aquellos chicos que se habían ganado su cariño, pero los demás lo vieron como una excentricidad, incluso como un gesto irresponsable.

—No podía abandonarlos —se justificó.

El mayor meneó la cabeza, admirado.

—Desde luego es usted un verdadero caballero, señor.

—Gracias —dijo el más alto algo avergonzado.

Al acabar la canción Tsukishima sentía que estaba sin aliento, así que decidió sentarse a una de las muchas mesas que había repartidas por la sala. Bebió un poco de ponche de naranja y se dio aire con una servilleta, mirando cómo bailaban los demás. Encontró a Kuroo con Shimizu. Iban trazando círculos y parecían muy contentos. Ya había bailado con ella dos veces, y a él aún no le había venido a buscar.

Kei no tardó en encontrar a Bokuto en la pista, entre tantos hombres de uniforme fue fácil localizarlo con su disfraz, en un rincón de la sala hablando con Oikawa, quien antes de irse se despidió con un guiño y una sonrisa pícara.

¿Quién se creía que era? Tsukishima se puso de pie, dispuesto en detenerlo, pero entonces cayó en cuenta de lo que eso significaría para Kotaro su accionar, así que en medio de un suspiro volvió a sentarse y siguió dando sorbitos al ponche. No obstante, cuando acabó aquella canción, se puso en marcha, situándose lo suficientemente cerca a Bokuto como para que pudiera sacarlo a bailar.

Y lo hizo, lo cual estuvo bien, porque la verdad es que no habría podido esperar mucho más.

—¿Y eso a qué venía? —preguntó el rubio, sin levantar la voz pero con un tono que dejaba claro su enfado.

—¿A qué venía el qué? —cuestionó el mayor, ladeando el rostro.

—¡Oikawa te ha sobado de arriba abajo! —respondió algo abochornado

—Alguien está celoso… —canturreó el peligris al oído del otro chico.

—¡Venga ya! Se supone que eso no puede hacerlo: ¡va contra las normas! —intentó excusarse.

Tsukishima miró alrededor para asegurarse de que nadie detectara la confianza con la que estaban hablando, en especial su madre y hermano. Sei estaba sentada, charlando con la madre de Futakuchi. Akiteru había desaparecido.

—Tiene gracia que lo digas tú —respondió el mayor, alzando la mirada al techo—. Si no estamos juntos, no puedes decirme con quién puedo hablar y con quién no.

—Tú sabes que eso no es así. —Susurró Kei, haciendo una mueca.

—¿Y cómo es? —susurró—. No sé si se supone que tengo que esperar a que te decidas o si debo dejarte —sacudió la cabeza—. Yo no quiero rendirme, pero si no hay motivo para la esperanza, dímelo.

Era evidente el esfuerzo que Bokuto hacía para mantener la calma, y la tristeza que reflejaba su voz. A Tsukishima también le dolía. Hablar de poner fin a lo que ambos consideraban suyo le provocaba un dolor lacerante en el pecho.

—Me está evitando. —Confesó el rubio en medio de un suspiro—. Sí, me saluda, pero últimamente se dedica mucho a quedar con los otros A lo mejor ni le gustaba; debo de habérmelo imaginado.

Kotaro paró de bailar un momento, asombrado ante lo que estaba oyendo. Enseguida volvió a coger el paso y presionó la unión de sus manos al observar el rostro triste de Kei, ahora todo tenía sentido.

—No me había dado cuenta de lo que estaba pasando —dijo en voz baja—. Quiero decir… que tú sabes que quiero estar contigo, pero no quiero que lo pases mal.

—Gracias —respondió, encogiéndose de hombros—. Más que nada, me siento patético.

Kotaro tiró un poco del menor, manteniendo, de todos modos, una distancia respetuosa, aunque fuera contra su voluntad ya que ahora mismo lo que más quería era tomarlo contra su pecho y llenar de besos su rubia cabellera, alejando aquellos malos pensamientos.

—Créeme, Tsukki, cualquier hombre que deje pasar la ocasión de estar contigo es un estúpido. —Soltó algo ofuscado.

—Tú querías dejarme —le recordó el rubio rodando los ojos.

—Por eso lo sé —respondió él, con una sonrisa.

Era todo un alivio que pudieran bromear sobre aquello.

Tsukishima miró por encima del hombro de Bokuto y vio a Kuroo bailando con Kozume, jugando con los pequeños bigotes que formaban parte de su disfraz. Otra vez. ¿Es que no pensaba sacarlo a bailar ni una sola vez?

—¿Sabes qué me recuerda este baile? —dijo Kotaro de pronto.

—No. Dime. —Respondió el menor algo ido.

—El decimosexto cumpleaños de Yoshioka Futaba.

Tsukishima lo miró como si estuviera loco. Recordaba muy bien aquel cumpleaños. Futaba era una Seis, y a veces los ayudaba cuando la madre de Bokuto estaba demasiado ocupada para ayudarlos. Aquel cumpleaños fue unos siete meses después de que Kotaro y Kei hubieran empezado a salir.

Los dos estaban invitados, y en realidad no fue una fiesta. Pastel y agua, con la radio encendida porque no tenía discos, y unas luces tenues en el sótano donde vivía precariamente. Pero lo importante es que se trataba de la primera fiesta a la que Tsukishima asistía que no fuera una celebración «familiar». Eran un grupo de chicos del barrio, metidos en una habitación, y era emocionante. No obstante, no se podía comparar con el esplendor del ambiente palaciego en el que se encontraban en aquel momento.

—¿En qué iba a parecerse esta fiesta a aquella? —preguntó el menor, incrédulo.

Bokuto tragó saliva y contestó:

—Bailamos. ¿Te acuerdas? Yo estaba orgullosísimo de tenerte allí, entre mis brazos, delante de otras personas. Aunque parecía como si te hubiera dado una parálisis —dijo, y lanzó un guiñó.

Aquellas palabras llegaron a lo más profundo de Tsukishima. Recordaba aquello. La emoción de aquel momento le había durado semanas.

En un instante, mil secretos invadieron la mente del seleccionado; mil secretos que Bokuto y él habían creado y protegido todo aquel tiempo: los nombres que habían escogido para sus hijos imaginarios, la casa en el árbol que compartían, aquel punto donde el rubio solía hacerle cosquillas en la nuca, las notas que se escribían y escondían, los infructuosos intentos de Kei por hacer jabón casero, las partidas de tres en raya que jugaban con los dedos sobre el vientre de Bokuto… partidas en las que al final no recordaban sus movimientos invisibles… partidas en las que siempre Kotaro, a pesar de ser el mejor en aquello, le dejaba ganar.

—Dime que me esperarás. Si me esperas, Kei, lo demás se puede arreglar —susurró al oído del rubio.

La música cambió, y sonó una canción tradicional. Un soldado que estaba allí cerca le pidió a Tsukishima que bailara con él, quien se dejó llevar, y ambos se quedaron sin respuestas. 

***

La noche fue pasando, y Kei no podía evitar lanzar miradas a Bokuto de vez en cuando. Aunque intentaba que no pareciera algo intencionado, estaba seguro de que si alguien se hubiera fijado lo habría descubierto, en particular Akiteru, si es que seguía en la sala. Pero daba la impresión de que le interesaba más visitar el palacio que bailar.

Tsukishima intentó distraerse con la fiesta; es probable que hubiera bailado ya con todo el mundo salvo con Kuroo. Estaba sentado, dando un respiro a sus agotados pies con aquellas sandalias, cuando oyó esa voz tan familiar a su lado.

—¿Caballero? —dijo, y el rubio giró—. ¿Me concede este baile?

Aquella sensación, aquella sensación indescriptible, lo atravesó. Pese a sentirse abandonado, pese a lo mal que lo había pasado, cuando se lo ofreció tuvo que decir que sí.

—Claro.

Tetsurou cogió la mano del menor y lo sacó a la pista. La banda empezaba a tocar una lenta melodía. De pronto Tsukishima se sintió eufórico. Kuroo no parecía disgustado ni incómodo. Al contrario, abrazó al menor situándose tan cerca suyo que Kei hasta podía oler su colonia y sentir el roce de su barba corta contra la mejilla.

—Ya me estaba preguntando si íbamos a bailar o no —soltó, adoptando un tono desenfadado.

—Estaba esperando esta canción —dijo el príncipe con aquella voz encandilada, acercándose aún más—. He estado dedicándome a los demás para cumplir, así que ya he acabado con mis obligaciones y puedo disfrutar del resto de la velada contigo.

Tsukishima se ruborizó, como cada vez que le decía algo así. A veces sus palabras eran como versos de una poesía. Después de lo que había pasado la semana anterior, no pensó que volviera a hablarle de esa manera. El pulso se le aceleró.

—Estás precioso, Kei. —Añadió, acariciando apenas sus dorados cabellos que mostraban pequeños rizos—. Demasiado guapo para ir del brazo de un pirata desaliñado.

Tsukishima soltó una risa burlona.

—¿Y de qué ibas a vestirte tú para que hiciera juego con mi disfraz? ¿De una escultura? —comentó el rubio en tono sarcástico.

—Por lo menos, de alguna clase de monumento. —Respondió Tetsurou utilizando el mismo tono de voz.

—¡Pagaría por verte disfrazado de arbusto! —soltó en medio de una risa baja.

—El año que viene —prometió.

—¿El año que viene? —dijo, mirándole a los ojos.

—¿Te gustaría? ¿Que celebráramos otra fiesta de Halloween el año que viene?

—¿Y yo estaré aquí el año que viene?

Kuroo dejó de bailar, observando los bellos ojos libres de gafas que ahora eran únicos dueños de su mirada.

—¿Por qué no ibas a estar?

—Llevas evitándome toda la semana, quedando con los demás —soltó encogiéndose de hombros—.  Y… te he visto hablar con Nii-san. Pensé que le estarías exponiendo las razones por las que tendrías que expulsar a su hermano. —Tragó saliva. No estaba dispuesto a llorar por lo que Kuroo fuera a decir en medio de la pista.

—Kei... —susurró, cambiando la expresión de su rostro.

—Ya lo entiendo. Uno tiene que irse, yo soy un Cinco, y Suga-san es el favorito del público…

—Kei, para —dijo él, con suavidad—. He sido un idiota. No tenía ni idea de que te lo tomarías así. Pensé que te sentías seguro en tu posición.

¿Acaso Tsukishima aún no lo entendía? Tetsurou suspiró.

—La verdad es que estaba intentando darles una oportunidad a los otros, para ser justo. Desde el principio solo he tenido ojos para ti, te quería a ti —afirmó, haciendo que el rubio ruborizara, lo cual no se le hizo más que encantador—. Cuando me dijiste lo que sentías, me invadió tal alivio que no acababa de creérmelo. Aún me cuesta aceptar que fue real. Te sorprenderías de las pocas veces que consigo lo que quiero de verdad... —suspiró y sus ojos ocultaban algo, una tristeza que no estaba dispuesto a compartir. Pero se la quitó de encima y siguió explicándose, moviéndose de nuevo al ritmo de la música—. Tenía miedo de haberme equivocado, de que pudieras cambiar de opinión en cualquier momento. He estado buscando alguna alternativa aceptable, pero lo cierto es que… —miró a los ojos dorados y expectantes, llenos de ilusión, sin titubear—. Lo cierto es que eres el único que me interesa. A lo mejor es que no estoy prestando la atención necesaria, o quizás es que no son los indicados para mí. Eso no importa. Solo sé que te quiero a ti. Y eso me aterra. He estado esperando que tú te echaras atrás, que solicitaras dejar el concurso.

Tsukishima tardó un rato en recuperar el aliento. De pronto, veía todo lo ocurrido los últimos días de otro color.

Comprendía la sensación que tenía Kuroo: la de que todo aquello era demasiado bueno como para ser verdad, como para poder confiar en ello. Era la misma que él sentía a diario por Tetsurou.

—Kuroo, eso no va a suceder —susurró, con los labios pegados a su oído—. En todo caso, puede ser que tú te des cuenta de que no soy lo suficientemente bueno para ti.

El mayor acarició su cabello, esbozando una sonrisa mientras ladeaba el rostro para acariciar la mejilla del rubio con la nariz.

—Kei, eres perfecto.

Con el brazo que tenía detrás de su espalda, Kuroo atrajo el delgado cuerpo hacia sí, y Kei hizo lo mismo, hasta que estuvieron más cerca el uno del otro de lo que habían estado nunca. En el fondo Tsukishima sabía que estaban en una sala llena de gente, que en algún rincón estaría su madre, probablemente a punto de desmayarse ante aquella imagen, pero no importaba. En aquel momento, sentía como si ambos fuesen las dos únicas personas en el mundo.

El rubio echó la cabeza atrás para mirar a Tetsurou, notando que su vista estaba algo nublada, pero no era por la falta de gafas sino por un indicio de lágrimas que amenazaban en brotar... pero eran lágrimas que a Kei le gustaban.

Kuroo apegó su rostro al del contrario, acariciándolo con su nariz para así intentar esfumar aquellos hilillos que caían por las mejillas del más joven, antes de explicarle todo.

—Quiero que nos tomemos nuestro tiempo. Cuando anuncie la expulsión, mañana, el público y mi padre se quedarán más tranquilos, pero no quiero presionarte en absoluto. Quiero que veas la suite de la princesa. De hecho, está al lado de la mía —dijo, bajando la voz. Por algún extraño motivo, la idea de tener a Kei tan cerca, le hizo sentir cierta debilidad—. Creo que deberías empezar por decidir qué es lo que quieres meter en ella. Quiero que te sientas perfectamente cómodo. También tendrás que escoger algunos mayordomos más, y si querrás que tu familia se instale en el palacio, o en algún sitio próximo.

De pronto, de lo más profundo del corazón del rubio llegó un susurro, uno que aún lo perseguía en sueños: «¿Y Bokuto, qué? ». Pero estaba tan absorto por lo que decía Tetsurou que apenas lo pudo oír.

—Muy pronto, cuando convenga poner fin a La Selección, cuando te proponga matrimonio, quiero que no te suponga ningún problema decir «sí». Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano desde hoy y hasta ese momento para que así sea. Todo lo que necesites, todo lo que quieras… Tú solo tienes que decirlo, y yo haré todo lo que pueda por ti.

Kei estaba sobrecogido. Lo entendía perfectamente, lo nervioso que le ponía aquel compromiso, lo mucho que le asustaba convertirse en príncipe. Kuroo iba a concederle todo el tiempo que pudiera y, mientras tanto, le iba a agasajar en todo lo posible. Otra vez no podía creer que aquello le estuviera sucediendo.

—Eso no es justo, Kuroo —murmuró—. ¿Y yo? ¿Qué se supone que voy a darte a cambio?

El príncipe sonrió, encantado por aquel rastro de ilusión que había tomado el rostro del menor, tan encantador y dulce como solo Tsukishima podía ser.

—Lo único que quiero es que me prometas que te quedarás conmigo, que serás mío. A veces me da la impresión de que no puedes ser de verdad. Prométeme que no me dejarás. —Dijo suplicante, observando con una ternura indescriptible al rubio.

—Claro. Te lo prometo.

El menor apoyó la cabeza en su hombro y ambos siguieron bailando, lentamente, canción tras canción. En un momento dado, los ojos de Kei se cruzaron con los de Emi, y daba la impresión de que se fuera a morir de felicidad al verlos juntos. Sei y Akiteru no dejaban de mirarse, en especial su hermano que meneó la cabeza, como diciendo: «Y tú que te pensabas que te iba a echar…».

De pronto se le ocurrió algo.

—¿Kuroo? —dijo, girando hacia él.

—¿Sí, cariño?

Tsukishima no pudo evitar sonreír al oír eso de «cariño».

—¿Por qué estabas hablando con Nii-san? —cuestionó, arqueando una ceja.

Tetsurou sonrió, torciendo los labios como si pensara antes de responder a la duda.

—Le he comunicado mis intenciones. Y deberías saber que lo aprueba plenamente, siempre que tú seas feliz. Al parecer, esa era su única preocupación. Le he asegurado que haré todo lo que pueda para que lo seas, y le he dicho que me parecía que ya eras feliz. —Soltó lo último con un rastro de nostalgia, al pensar en todo lo que Kei había estado sintiendo estos días cuando atendía a los demás seleccionados.

—Y lo soy. —Respondió el menor, volviendo a posarse en su hombro para esconder el sonrojo de sus mejillas.

—Entonces, tanto tu hermano como yo tenemos todo lo que necesitamos. —Suspiró, sintiendo que su pecho se hinchaba de alegría.

Desplazó la mano ligeramente y la apoyó sobre la parte baja de la espalda del menor, para que no se alejara.
Aquel contacto hizo que Tsukishima comprendiera muchas cosas. Sabía que aquello era de verdad, que estaba sucediendo, que podía creérlo. Sabía que podía perder las amistades que tenía en el palacio, aunque estaba seguro de que a Suga no le importaría lo más mínimo no ganar el concurso. Y sabía que tendría que dejar que el fuego que mantenía vivo por Bokuto se apagara. Sería un proceso lento, y tendría que contárselo, todo de Bokuto a Kuroo.

Porque ahora era suyo. Lo sabía. Nunca había estado tan seguro.

Por primera vez lo veía claro. Vio el pasillo, los invitados esperando, y Tetsurou de pie, al final... Con aquel contacto, todo de pronto adquiría sentido.

***

La fiesta siguió hasta entrada la noche, cuando Kuroo llevó a los seis seleccionados al balcón del palacio para que vieran mejor los fuegos artificiales. Oikawa subió los escalones de mármol tambaleándose. Futakuchi llevaba puesta la gorra de algún pobre guardia. El champán corría por todas partes, y Kuroo estaba celebrando su compromiso de forma prematura con una botella que había cogido para su uso personal.

Cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo, levantó su botella al aire.

—¡Un brindis!

Los demás alzaron sus copas y esperaron, expectantes. La copa de Kiyoko estaba manchada del pintalabios oscuro que llevaba, e incluso Koushi tenía una copa en la mano, aunque él solo le daba sorbitos, sin beber apenas.

—Por todos ustedes. ¡Y por mi futuro esposo! —exclamó el príncipe con una sonrisa radiante y el cabello algo desordenado que le caía en la frente por la larga jornada.

Los chicos brindaron sonoramente, pensando cada uno que aquel brindis sería para sí, pero Tsukishima sabía que no era así. 
Cuando todos retiraron sus copas, el rubio permaneció mirando a Tetsurou —su casi prometido—, y él le guiñó un ojo antes de tomar otro sorbo de champán. La emoción y la alegría de la velada eran sobrecogedoras, como si le engullera una llamarada feliz.

No podía imaginar que hubiera nada en el mundo que pudiera arrancarle aquella felicidad.

 

Notas finales:

* * *

Hola ^-^)/
¿Cómo están? Yo con sueñito. -3-)
Pero bueno, aquí la actu prometida, aunque en serio esperaba que quedara más larga, al parecer no calculé bien y quedó súper pequeña, lo siento, les he fallado. >:
Bien, espero les haya gustado la fiestita y lo que ha sucedido entre Kei y Kuroo allí, aunque me duele mi Bokutín :'D💔
Pss... ojito con Daichi y Suga. 
Gracias a Xavi por betear esto -le lanza un Iwa-chan- y a quienes me dieron ideas para los disfraces también... ¡A ustedes, muchas gracias por leer! Si les gustó el capítulo es lindo saberlo mediante un comentario, muchas gracias desde ya a quienes ya lo hacen, en serio me animan mucho. b25;
Un abrazo enorme a la distancia y espero nos leamos pronto en la próxima actu 💕
BYE!<3


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