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Speak politely to an enraged dragon por Valeria Penhallow

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Notas del capitulo:

Notas de la autora: este iba a ser un capítulo mucho más largo de lo habitual, pero finalmente decidí dejarlo a la altura de uno corriente por cuestiones de la trama. Por eso he tardado tanto en subirlo. Perdonad el retraso, chicos. u.uU Espero que lo disfrutéis, aun así! ^^

El sonido de sus pasos en el agua inundaba el lugar; el eco de aquel tranquilizador tintineo le acompañó durante todo aquel camino de guijarros que, bajo el agua, le volvía a conducir a través de grandes y viejos cerezos en flor. La tenue luz de los farolillos tradicionales japoneses que flotaban sobre aquél lago lograba hacer de aquél un paisaje acogedor, aunque solitario.


Algo estremeció las aguas. Iruka detuvo sus pasos en seco.


-Sé que estás ahí…- dijo, sin darse la vuelta. A su alrededor, el bosque de cerezos a través del cual se abría paso el camino empedrado se agitó, como si fuera posible que en un lugar como ese se levantara viento. Cuando el aire se hizo demasiado fuerte y los pétalos de sakura amenazaron con metérsele en los ojos, Iruka cerró los ojos, protegiéndose inconscientemente el rostro con los brazos. Cuando sintió que el aire amainaba, se descubrió el rostro y observo con cuidado sus alrededores, pero nada había cambiado.


Presintiendo algo extraño, dirigió su mirada bajo sus pies. Allí, como si el agua no fuera más que un cristal que separaba dos mundos, un par de ojos enormes resaltaban de entre las alargadas sombras que teñían el profundo foso en el que parecía estar escondida la criatura. De pronto, el mundo a su alrededor empezó a moverse, literalmente. Iruka sintió una sensación de mareo asentarse en su estómago mientras el mundo se daba la vuelta hasta ponerse de revés, como si estuviera en una habitación cuyas paredes y suelo giraran hasta intercambiar posiciones. El lago empezó a desintegrarse en pequeñas partículas, que ascendieron cada vez más rápido y finalmente volvieron a unirse, creando columnas de agua que finalmente se situaron frente a Iruka hasta que conformaron la reja de una prisión gigantesca tras la cual se adivinaba la silueta de un ser de dimensiones monstruosas. Ni rastro había ya de los cerezos en flor ni de los farolillos que le habían guiado.


-¿Qué te trae por aquí de nuevo, Kantoku?- preguntó una profunda y poderosa voz. Iruka avanzó varios pasos hacia los barrotes. Puso una mano sobre uno de ellos y, de repente, aquellos grandes ojos volvieron a hacerse presentes, pero esta vez una cólera feroz teñía la mirada animal.- ¡¿Quién crees que eres para osar tocar mi prisión, sacerdote?! ¡No hagas que me arrepienta en mi decisión de dejarte entrar!- Rugió la bestia, haciéndose completamente visible en su magnífica envergadura. La sala se iluminó de una tenue luz rojiza que por fin dejó ver todo a su alrededor, o mejor dicho, nada, porque a excepción de aquella prisión cuyos barrotes estaban forrados de conjuros de protección, ya no había nada más, como si el Kyūbi hubiese perdido el derecho a poder ver algo más que meras barras de metal lo que le quedara deeternidad.


Iruka retrocedió. Respeto y miedo eran dos cosas que era necesario tener cuando se trataba con criaturas así. Orgullo, soberbia, sabiduría, tozudez… Todas ellas eran cualidades que los seres tan antiguos como los Seishin o las criaturas con colas poseían, así como mucho temperamento y poca paciencia en muchas ocasiones. Iruka sabía, además, que se encontraba en una de las zonas más profundas del subconsciente de Naruto; no en vano era la dimensión en la que la prisión del Kyūbi se encontraba. Sabía, también, que no todo el mundo podía acceder a aquella dimensión, y que si estaba allí, era porque el Zorro se lo había permitido, e Iruka no sería tan estúpido como para perder la oportunidad que había estado buscando la última hora y media.


-No era mi intención faltarte al respeto, Kyūbi… Estoy aquí por Naruto…


-¿El mocoso? ¿Y qué podrías tú tener que ver con él? ¿Qué diablos te importa a ti que le ocurra? Solo es un desconocido, una cara más en medio de un mar de gente… Solo es un niño endemoniado…


Iruka sintió aquellas ganas de gritar que no, que no era así, pero eso solo demostraría su estupidez. Sabía que el Kyūbi lo estaba poniendo a prueba, y debía ser más listo; no podía dejarse llevar.


-Para ser un niño endemoniado, primero tendría que tener un demonio en su interior… Te rogaría que no insultes mi inteligencia, Kyūbi. Sé que el Sabio de los seis caminos no enviaría a sus preciadas creaciones al mundo para hacer daño alguno.


-Y, sin embargo, aquí estoy, atrapado en una prisión humana y tan débil que ni siquiera es capaz de mantenerse a sí misma con vida.


Iruka agachó la mirada, avergonzado de pertenecer a esa raza por culpa de la cual criaturas como aquella se veían debilitadas, aprisionadas, temidas y cazadas. Ser un Kantoku le había dado a probar lo mejor y lo peor de cada mundo, y saber cómo se sentía el Zorro y Naruto al mismo tiempo podía ser una ventaja, pero no era una ventaja que Iruka estuviese agradecido de tener.


-No es más que un niño; claro que no sabe cómo controlar nada de lo que le pasa…


-Disculpas su debilidad…


-No, reconozco su derecho a ser débil porque sé que un futuro será fuerte.


-No puedes saber eso.


-Sí puedo, porque cuando miro a Naruto me veo a mí; veo al niño al que le fueron arrebatadas tantas cosas que no sabe cómo manejar la felicidad que le causa el simple hecho de poder cenar acompañado y termina riendo y llorando al mismo tiempo como si estuviera loco.


-Solo estás siendo sentimental, sacerdote.


-¿Acaso es eso algo malo?


El Zorro lo miró como si Iruka fuese el ser bípedo más estúpido que jamás hubiera visto.


-Práctico no es, desde luego.


-¿Me tomas el pelo? ¡¿Desde cuándo son los sentimientos prácticos?! ¡En todo caso son lo más inmensamente molesto que exista!


-¡Eh! ¡A mí no me grites, sacerdotucho!


Ambos se miraron desafiantes durante unos minutos; ninguno queriendo dar su brazo a torcer en su propia tozudez. Finalmente, Iruka se obligó a sí mismo a respirar con profundidad y destensar la rigidez de sus hombros. Suspiró antes de hablar, mirándole a los ojos con determinación.


-Tienes razón; los sentimientos son inútiles. No son más que obstáculos en términos bélicos. Se interponen en nuestro camino y no nos permiten ser imparciales. Pero creo que te equivocas en una cosa… Y es que los sentimientos son lo único que nos mantiene con vida, lo único por lo que merece la pena seguir luchando… Puede que no nos dejen ser completamente objetivos, pero por eso mismo nos permiten ver con mayor claridad toda esa gama de grises que hay entre el blanco y el negro… Es gracias a esos inútiles sentimientos que veo en Naruto un niño pequeño y asustado que, pese a todo, sigue sin perder la esperanza… Es gracias a ellos que me niego a ver en ti al demonio de las nueve colas… No estoy disculpando su debilidad, como tú dices, sino que quiero que dependa de los que estamos a su alrededor como cualquier otro niño de su edad, aunque posea en su interior un ser como tú, del que en cualquier momento puede tomar la fuerza necesaria para vencer a todo aquél que se interponga en su camino… No pienso en Naruto como un soldado; ni en ti como un arma de guerra, así que deja de intentar poner palabras en mi boca porque ni por un segundo pienses que no me he dado cuenta en cómo tratas de ponerme la zancadilla.


El silencio reinó en la estancia, pero Iruka sintió el ambiente destensarse. La mirada del Zorro ya no era crítica; ya no le miraba como si estuviese buscando brechas o defectos… Ahora miraba a Iruka con tranquilidad y claridad, como si por fin viera todas las piezas de un puzle encajar en un conjunto armonioso.


-No sé de qué me hablas…- dijo el Zorro con tranquilidad. Iruka sonrió levemente.


-Te caigo bien…


-¿Qué dices, Kantoku?


-Oh, vamos… Si quisieras echarme ya lo habrías hecho. Y, sin embargo, aquí estamos. Seamos sinceros. Si no quisieras que estuviera aquí, ni siquiera te hubieses presentado, y mucho menos me hubieras estado observando desde lejos la primera vez que vine, cuando logré sacar a Naruto de sus propios recuerdos.


-Tú… humano engreído…- gruñó el Zorro, pero Iruka podía escuchar perfectamente cierto temblor nervioso y avergonzado en las notas de su voz. La sonrisa de Iruka se ensanchó un poco más, pero el Zorro podía ver la felicidad que encerraba aquél ligero movimiento de labios. Había llamado a Iruka engreído, pero la suavidad en aquellos ojos castaños dejaba entrever la diversión que le provocaba al sacerdote su comportamiento casi infantil, una diversión sin maldad, sino más bien un tanto inesperada y nerviosa; estaba claro que Iruka no sabía qué esperar cuando hizo aquél viaje astral, casi como si se hubiera estado preparando mentalmente para cualquier posible desenlace. La criatura suspiró.


Los Kantoku eran los guardianes de las Bestias de colas por excelencia, y el cachorro de Kushina necesitaba alguien que cuidara de él, al fin y al cabo, si tenía que pasar encerrado en aquél crío el tiempo que fuera, por lo menos que fuese con vida. A poder ser, que fuera alguien que no roncara tanto como el mocoso del viejo Hokage; al fin y al cabo, aunque Naruto fuese joven, él se hacía viejo, y a su edad eran necesarias las horas de sueño ininterrumpidas por ese sonido infernal que bien podría despertar a un muerto. El tarado del senbon y el rarito de las caras y la linterna tampoco estaban mal, pero le causaban escalofríos, así que tampoco eran válidos por completo. Y luego estaba la excusa de ser humano que había dejado tras de sí Sakumo Hatake; porque sí, vale, su retoño podría ser muy fuerte y valiente, pero, seamos sinceros, no es el sujeto más estable que uno pueda encontrarse por la calle… El último de los Hisakawa, por tanto, parecía la opción más lógica… Era un Kantoku -lo que ya de por sí le daba puntos, pues poseía el poder necesario para protegerlos tanto a él como al niño si se daban las circunstancias- y seguramente fuese el ser humano más estable que pudiese encontrar en varios kilómetros a la redonda; quizás una de las pocas personas que pudiese entender a Naruto y, por ende, criarlo bien.


El zorro volvió a suspirar; esta vez en voz alta, llamando la atención de Iruka. El joven sacerdote, al ver a la inmensa bestia darse la vuelta para abrigarse en las profundas oscuridades de su celda, se preocupó.


-Solo… Cuídalo… Por favor…- dijo en apenas un susurro aquella voz tan poderosa, ahora casi aterciopelada. Iruka asintió.- Y gracias por… por detenerme…- apenas se escuchó, e Iruka sonrió con tristeza, a sabiendas de que para una criatura tan antigua y orgullosa como el Kyūbi, haberse salido de control era una muestra de debilidad de tal envergadura que no tenía excusa. También sabía que el Zorro era plenamente consciente de que aquello fue fruto de todo el cansancio y dolor que sufría Naruto, por lo que nunca fue cosa suya realmente. Pero un ser como aquél no aceptaría que la responsabilidad de aquel desliz recayera sobre los hombros de Naruto; no, al menos, hasta el día en que considerara a Naruto un igual y, por tanto, le permitiera llevar parte de su carga.


-Puedes confiar en mí, Kyūbi.


El zorro asintió, ya completamente de espaldas y con alargadas sombras cubriéndole el lomo como una capa oscura. A través de la densa oscuridad, Iruka pudo percibir el ligero movimiento de cabeza que la bestia realizó, girándose levemente para mirar a Iruka sobre el hombro y así poder pronunciar las palabras que llevaba sin decir durante siglos sin que la vergüenza y la culpa de haber negado su propio nombre durante tanto tiempo se reflejaran en su rostro para el afortunado oyente.


-Mi nombre es Kurama, no Kyūbi…


 


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-Así que eso ocurrió…- susurró Kazuo. Iruka asintió.


En cuanto Iruka y Naruto se recuperaron y Kazuo dejó de lado sus instintos paternofiliales, todos se habían reunido en el porche con té y varias raciones de dango que Iruka obligó a su maestro a compartir como disculpa por su reciente comportamiento, porque tanto Iruka como Kazuo sabían que nada le dolía más en el orgullo al viejo sacerdote que tener que compartir uno solo de los dulces de gran calidad que tan celosamente guardaba en su propia habitación, pero ambos sabían que peor llevaría Kazuo el tener que disculparse con Kakashi por llamarle pervertido en toda su cara -«¡ni aunque lo sea!», como bien le gritó Iruka a su maestro- .


Naruto tiró de la manga de Kazuo, buscando respuestas con ojos inquietos.


-Esto significa, Naruto, que el Kyūbi ha aceptado a Iruka como tu guardián… Antiguamente, cuando los Kantoku todavía no necesitábamos escondernos y las bestias como el Zorro de nueve colas todavía no habían sido selladas dentro de personas como tú, los Kantoku éramos los encargados de guardar el lugar de descanso de estas bestias; hasta tal punto que en muchos lugares empezaron a ser consideradas espíritus protectores o deidades y nosotros sus sacerdotes. Después, cuando se descontrolaron debido a la sed de poder humana, las bestias escogían de cada clan Kantoku a su guardián, y solo a este Kantoku le era permitido acceder a la fuerza de la bestia en caso de necesidad… Iruka ha querido hablar con el Kyūbi para que, respetando esta antigua tradición, el Zorro le permitiera ser vuestro guardián. Esto significa que si en algún momento, por el motivo que sea, tu poder vuelve a descontrolarse, Iruka, al haber recibido la bendición del Kyūbi, podrá intervenir con mayor facilidad y rapidez, por ejemplo. Del mismo modo, podría ofrecerte su fuerza espiritual en caso de que te encuentres en un estado muy débil. A través de la aceptación del zorro, Iruka os puede ayudar de muchas formas, Naruto.


Asuma, Yamato, Genma y Kakashi escucharon todo con voracidad. Era tan desconocida la estrecha relación entre las criaturas con colas y los Kantoku que cualquier retazo de información era recibido como la historia más magnífica y descabellada que los cuatro shinobi pudiesen haber escuchado jamás.


-¿Eso significa que nunca me tendré que separar de Iruka?- preguntó Naruto, sin soltar la manga de Kazuo y mirando con los ojos muy abiertos a Iruka, que sonrió.


-Mi deber ahora es contigo, Naruto. Y recuerda: su nombre es Kurama.


-Kurama…- repitió el pequeño; el nombre del magnífico ser que habitaba su interior abandonando sus labios en un susurro; la maravilla y la curiosidad por el portador de dicho nombre haciéndose evidente en las mejillas sonrojadas y el brillo en los enormes azules.


 


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Tenían un problema. Bueno, Kakashi tenía un problema, porque estaba seguro de que el viejo Hokage aceptaría a Iruka nada más ver cómo se entendían él y Naruto, eso por no hablar de las ventajas tácticas que podía ofrecer un Kantoku si finalmente Iruka decidía apostar por convertirse en un activo de la Hoja. Sería Kakashi estúpido si no supiera que, de saberse hasta dónde llegaban las aptitudes bélicas de Iruka, no se planteara la voluntad de cierta parte del Consejo en utilizarlo como un arma, del mismo modo que con todos aquellos que demostraban habilidades especiales en el campo de batalla; no por nada Kakashi se había graduado a tan temprana edad de la Academia ninja, pese a la oposición del propio Sakumo, que su buena sarta de discusiones había mantenido con el Consejo hasta que éste finalmente se salió con la suya.


Pero, dejando de lado la bondad de Sandaime-sama y la voluntad de ciertas alimañas de querer quebrar todo aquello que tocan, Kakashi debía centrarse en su problema.


Hasta el momento había llevado su atracción hacia Iruka bien. Es decir, daba igual lo que sintiera hacia el joven sacerdote; en cuanto se marchara ya no tendría que hacer frente a sus sentimientos, ya que no lo volvería a ver. Pero ¿ahora? Ahora el puñetero Zorro había firmado un contrato de protección con Iruka o algo por el estilo. ¡¿Pero qué diablos estaba mal con ese estúpido zorro?! ¡¿Tanto le costaba tener un poco de consideración con él?! La vida de Kakashi ya era suficientemente complicada con un tarado vestido con mayas demasiado ajustadas como para ser legales retándole a cada minuto y un pasado lo suficientemente traumático como para que esos retos, en lugar de asustarle o molestarle, le parecieran un buen modo de pasar el tiempo de vez en cuando –por no hablar del resto de majaderías que se hacían llamar a sí mismos respetables ninja de la Hoja y que vivían en la misma ciudad que él y el loco de las mayas-. No le hacía falta, además, y para terminar de coronar el montón de mierda mágica que era su vida, tener que hacer frente todos los días a la primera persona que le había hecho volver a sentirse como un ser humano en años. Muchas gracias.


Pero parecía que el universo tenía otros planes para él, sino, no se explica que Kakashi, junto al resto del equipo, estuviesen ayudando en los preparativos del festival con el que Kami-sama no sosu despedía el verano; festival que tendría su pistoletazo de salida tras una ceremonia en el propio templo. Kakashi maldijo su suerte. Para colmo, había tenido que escuchar los lloriqueos y maldiciones de Kazuo, quien, hasta que Naruto no lo dijo en voz alta, ni había caído en la cuenta de que Iruka se tendría que marchar con ellos a Konoha, lo que significaba dejarlo más cerca de Kakashi de lo que a su complejo de padre le gustaba. Y para mejorar las cosas, podía escuchar a Asuma reírse por lo bajo cada vez que Kazuo pasaba cerca de Kakashi y se le quedaba viendo de forma amenazadora, sin moverse del sitio hasta que Iruka lo arrastrara para poder seguir con sus labores. Por supuesto, Kazuo no despegaría su mirada de Kakashi hasta que alguna pared le impidiera seguir con su escalofriante juego.


-¿No tienes cigarros con los que atragantarte, acaso?- le preguntó hastiado por fin, cortando de golpe todo atisbo de risa. Asuma lo miró mal, pero ese sonrojo dejaba ver la vergüenza que le causaba el recuerdo de ese pasaje semanas atrás.


Genma rió gustoso y finalmente todos volvieron a los quehaceres que cada uno tenía asignado. No sería hasta un rato más tarde, cuando Iruka volvería a pasar patio a través hacia la pagoda para coger más cajas de material, que Kakashi, sentado encima de aquella escalerilla mientras trataba de calcular cuántos farolillos de papel harían falta para iluminar el templo desde lo alto, perdió la cuenta. Fue apenas un desliz momentáneo, pero suficiente como para que Genma se diese cuenta.


-Estás jodido, Hatake- le dijo con una sonrisa cizañera de oreja a oreja.


 


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Tan jodido que no es ni siquiera divertido, pensaría Kakashi al cabo de unos días, justo antes de que empezara el festival, y recordando a la perfección las palabras de su compañero.


Tras una semana de preparativos, la pequeña ciudad y el templo se habían engalanado por completo. El lugar, ya de por sí un paisaje hermoso en su naturaleza, había quedado espléndido, y aunque Naruto era el único que expresaba con tanto entusiasmo sus ganas por ver toda la ciudad iluminada al fin, lo cierto es que todos estaban un poco deseosos.


Por su parte, Kazuo había querido hacer del festival una bonita despedida para su discípulo. Nunca hubiera pensado que finalmente aquél al que había terminado queriendo como un hijo debería irse para cumplir el cometido que los Kantoku llevaban generaciones sin cumplir, pero no era quién para obligarle a quedarse. Echaría de menos a Iruka, pero así era como debía ser para que el pequeño rubio tuviera una vida pacífica.


Kakashi lo sabía porque tras un día de duro trabajo, Kazuo por fin había revelado dónde guardaba el sake bueno y, mientras Naruto e Iruka caían redondos en la habitación del pequeño, el resto se dedicaba a emborracharse para celebrar el final de tanto trabajo. Al final, solo quedarían en pie el viejo y él. Era un hecho que Kazuo y Kakashi chocaban demasiado y que nunca se llevarían bien del todo, pero Kakashi no pudo evitar que cierto latigazo de simpatía le recorriera al ver el semblante de aquel viejo demonio entristecerse un poco ante la idea de vivir a solas en aquél templo tan grande.


Kakashi suspiró. Nada podía hacerse ya. Naruto necesitaba un guardián Kantoku y Kurama había aceptado a Iruka; no importaban los quebraderos de cabeza que Kakashi pudiera sufrir por tener tan cerca al objeto de sus distracciones ni lo mucho que Kazuo fuera a notar la ausencia de su pupilo.


Trató de no pensar en cómo demonios se las ingeniaría para volver a funcionar como un soldado frío y racional sin miedo a que Iruka viera por fin en él la sanguinaria máquina de matar que en realidad era y saliera corriendo, volviéndolo a dejar solo frente a sus pesadillas, en ese lugar tan frío y oscuro en el que había estado hasta que Iruka apareció.


Los compañeros ayudan, es cierto. Todo aquél que se tache de ser shinobi entiende ese extraño sentimiento que es matar a alguien a sangre fría; la necesidad de proteger a los tuyos y ser leal a tu villa frente a la sensación de haber matado a alguien que seguramente hacía lo mismo que tú por los mismos motivos que tú; la extraña sensación de matar a alguien que no es peor que tú. Pero los amigos, ya sean Anko, Gai, Asuma… Todos tienen sus propios fantasmas y Kakashi comprende perfectamente que los demás estén dispuestos a hacer de ese angustioso lugar en el que viven tus monstruos un poco más acogedor solo hasta cierto punto; porque él también lo ha hecho. Son amigos, son compañeros, darían la vida los unos por los otros, pero todos deben aprender a levantarse por sí mismos y, aunque pedir ayuda no sea un delito, fuera del campo de batalla cada uno debe aprender a lidiar con sus propias sombras.


Pero Iruka no. Iruka era distinto. Había visto en los ojos del joven sacerdote cómo se reconocía a sí mismo en Naruto. Kakashi recordaba a la perfección lo que Asubarai Kankyo les había contado; la trágica historia de los Hisakawa. El propio Iruka le había reconocido que debería haber muerto años atrás junto a su familia. Y, sin embargo, ni una sola noche en las últimas semanas había sufrido Kakashi de sus tan bien conocidos terrores nocturnos.


Era obvio que Iruka no se había repuesto del todo de lo que vivió en su infancia; tampoco se le podía culpar, ciertamente. Pero a pesar de todo, era capaz de velar por el bienestar de Naruto y Kakashi, y eso era lo que más desarmaba al peliplateado.


¡Maldita sea, deja de pensar en él, Hatake! Se dijo a si mismo Kakashi, que se había quedado pensativo sentado sobre la cama de su habitación al salir del baño. Tomó la toalla que llevaba sobre los hombros y la restregó con fuerza por el cuero cabelludo, intentando secar las hebras albinas a lo bruto en un estúpido intento de reafirmación personal.


Se sacó la toalla con la que se había rodeado la cintura al salir de la tina y se dispuso a ponerse la hakama tradicional que yacía sobre la cama, junto al haori y la camisa blanca de kimono. Kazuo había dicho que si iban a atender al festival, debían hacerlo con propiedad y les había dejado a los cuatro ninjas algunos de sus atuendos civiles.


Ni bien había terminado de abrocharse la cinturilla de la hakama, a punto de tomar la camisola, la puerta de su habitación se abrió. Kakashi, pensando que se trataría de Genma, que llevaba un buen rato ya avisando de lo aburrido que estaba y seguramente ya se hubiera cansado de esperar a que todo el mundo hubiera terminado de vestirse, se giró dispuesto a enviarlo volando por la ventana de una sola llave de judo. ¡El maldito tokubetsu tenía que aprender alguna noción sobre espacio personal, joder!


Pero toda acción quedó congelada cuando, al girarse, se encontró a Iruka que, enfundado en ricas vestiduras blancas y rojas de eminente carácter ceremonial, prácticamente luchaba con un extraño accesorio, muy similar a los palillos enjoyados con los que las geishas recogen sus cabellos. Al parecer, el artefacto se había quedado enredado en las hebras castañas, dolorosamente cerca de la raíz de lo que anteriormente podría haber sido una bonita trenza de complejo entramado.


-Maestro, necesito ayuda…- dijo por fin Iruka, a quien su propio pelo le impedía ver quién tenía delante. Y Kakashi por fin comprendió que no era Iruka buscando excusas para verlo sin camisa, sino el pelo de éste metiéndosele en los ojos e impidiéndole ver que se había metido en el dormitorio contiguo al de su maestro, equivocándose si acaso por una puerta de su destino real.


Oh, Dios, realmente estaba jodido. Sin poder evitar que sus labios dibujaran una pequeña sonrisa por lo estúpido de la situación, se acercó silenciosamente hasta Iruka. Sin mediar palabra, apartó las manos del joven sacerdote de aquél artefacto y con habilidad y parsimonia se dedicó durante unos minutos a acariciar el sedoso cabello bajo la excusa de desenredarlo. Finalmente, Kakashi pudo deshacer el trenzado, las hebras cayeron libres de cualquier prisión y el broche finalmente pudo ser sacado. Iruka soltó un pequeño suspiro al notar que la aguja del pasador dejaba de clavarse en su cuero cabelludo.


Por fin, el castaño levantó la mirada.


-¡¿Ka-Kakashi?!- exclamó sorprendido al verlo a él en lugar de a su maestro. El peliplateado se limitó a sonreír divertido, intentando que Iruka no se diese cuenta de cómo sus ojos se detenían a beber de aquella imagen que ofrecía, con el pelo completamente suelto hasta la cintura, enmarcándole el rostro y suavizando las facciones hasta hacerlo parecer más joven aún.


Pero mejor todavía fue cuando el sonrojo escaló las mejillas del más joven al notar el estado de semidesnudez de Kakashi. Era simplemente encantador, y Kakashi no pudo evitar que su sonrisa creciera, avergonzando aún más a Iruka cuando este se dio cuenta de que había sido descubierto observando el cuerpo ajeno. Kakashi, pese a esa molesta y chillona voz que se dedicaba a romperle los tímpanos en el fondo de su cerebro y que no dejaba de decirle lo mala idea que era, decidió jugar, y se inclinó sobre Iruka hasta que su aliento chocó contra el oído del castaño.


-¿Acaso te gusta lo que ves, Iruka?- ronroneó. Sintió el cuerpo contrario estremecerse; la voz de Iruka saliendo casi atropellada de su boca, buscando mil excusas que finalmente daban lugar a una serie de sonidos ahogados y completamente avergonzados que ningún sentido tenían, y algo en el interior de Kakashi se removió inquieto, con ganas de seguir tentando su suerte.


-No digas tonterías.- fue capaz de decir por fin Iruka, pero el hecho de que se apartara de Kakashi varios pasos daba a entender todo lo contrario. Fue entonces cuando Iruka por fin cayó en la cuenta.


-K-kakashi…- dijo casi anonadado.


-¿Sí?- Señor, era tan, pero tan divertido verlas reaccione de Iruka.


-Tu rostro…- susurró Iruka casi sin creer lo que estaba viendo. A Kakashi se le congeló la sonrisa. Llevó una de sus manos a su rostro para asegurarse de que no era lo que creía que podía ser.


-Mierda…- susurró mientras cubría con una de sus grandes manos la parte inferior de su rostro mientras sus ojos le devolvían a Iruka aquella mirada incrédula con la que lo miraban los ojos castaños.


Y así se lanzaba por la borda años de esfuerzo consumado por conservar su rostro oculto del mundo. Cuando Iruka por fin reaccionó, se dio la vuelta completamente avergonzado.


-Lo siento mucho. No era mi intención pisotear tu intimidad, de verdad. Yo…


-Está bien, Iruka, no te preocupes. Ha sido desliz mío, no tuyo.- le dijo, pero Iruka seguía dándole la espalda. Kakashi suspiró. Ya ni caso tenía, así que dejó caer la mano que cubría su rostro y, tras avanzar el par de pasos que lo separaban de Iruka, la posó sobre uno de los hombros de Iruka.


Iruka se tensó bajo el peso de su mano, pero no dijo nada.


-Lo que quiero decir, es que no es culpa tuya que cuando estás a mi alrededor, yo sea lo suficientemente estúpido como para bajar tanto la guardia…


Iruka se sonrojó furiosamente. ¿Acaso aquél albino tanto se aburría que necesitaba jugar con él a cada rato? Y él tan tonto que se dejaba hacer, y la única excusa que tenía era que simplemente tenía debilidad por Kakashi. «Sí, claro», mencionó una voz en su cabeza, pero Iruka la aplastó antes de que siguiera razonando y haciéndole la vida más complicada.


Tampoco ayudaba que Kakashi estuviera tan cerca de él que Iruka pudiera sentir el calor irradiando de aquél magnífico cuerpo; lo suficiente como para que, si Iruka se inclinase  hacia atrás, su espalda chocara contra ese fuerte pecho enmarcado con hombros anchos. ¡Por Dios! ¡¿Pero en qué andaba pensando?! Si bien es cierto que todos los miembros del escuadrón eran bien parecidos, Kakashi le llamó la atención desde el principio, quizás por aquél pelo tan extraño, pero Iruka creía estar seguro que su atracción empezó en cuanto vio los primeros signos de buen liderazgo que Hatake dejaba entrever. Entonces, ya de buenas a primeras, el peliplateado le había resultado extraño y atrayente, interesante, pero desde del episodio del baño, Iruka, además, era más que consciente de lo tremendamente atractivo que era Kakashi.


A sus 21 años, Iruka no había conocido otra vida que no fuese la del monje, lo que suponía que no había cabida para amoríos o sensualidad. Pudiera ser que algunos hombres y mujeres de la ciudad trataran de coquetear con él, pero eran cosas que podía manejar; al fin y al cabo vestir el hábito le daba cierto nivel de respeto. Por otra parte, Kazuo había cosechado a lo largo de los años su propio club de fans, así que Iruka había crecido viendo a Kazuo declinar cualquier oferta sentimental o incluso sexual por muy tímida y/o educada que fuera. Desde joven, había aprendido cómo lidiar con aquellos que buscaban en él algo más que consejo espiritual, olvidándose por completo del hábito que vestía Iruka.


Sin embargo, Iruka jamás había tenido que enfrentarse a un sentimiento que no fuera el de la propia vergüenza por verse en una situación así. Ahora, con Kakashi, sentía que cada conversación era un continuo tira y afloja en el que Kakashi trataba de picarle con insinuaciones y él se defendía como podía, ya fuese plantando cara o haciéndose el tonto hasta que pudiera ver una retirada digna que no le dejara en entredicho a pesar del claro sonrojo que nunca fallaba en socorrer sus mejillas.


Y, a pesar del mejunje de nerviosa emociones que le causaba ese estúpido jonin, a pesar de lo tremendamente molesto que pudiese llegar a ser y de que fuera por ahí leyendo porno como si nada, Iruka no podía evitar creer pensar en que Kakashi pensara en él de una forma un tanto especial, similar quizás a la misma forma en la que el propio Iruka pensaba en él.  Pero ¿cómo no iba a hacerlo, si alguna vez había sentido los ojos de Kakashi sobre él? Y cosas como ayudarle a cargar rollos de un lado a otro o que le cogiera en brazos cuando estuviera demasiado débil y le mirara directamente a los ojos durante el estado de mayor vulnerabilidad de su alma o que le desenredara el maldito pelo no estaban siendo de ayuda, tampoco. Agh.


Agh, en efecto, susurró la voz de Shinwa.


Cállate, le dijo Iruka. No tenía tiempo para conversaciones mentales en ese instante.


-¿Iruka?- preguntó Kakashi, que se extrañó frente al completo silencio del otro. Iruka suspiró.


-¿Sabes? Deberías dejar de ir por ahí flirteando con la gente.- le advirtió finalmente.


-¿Por? ¿Acaso temes que lo haga con más gente?- retrucó el peliplateado, dejando escapar una pequeña risa. Iruka puso los ojos en blanco, dándose la vuelta por fin. Quedó a tan pocos centímetros del rostro descubierto de Kakashi que tuvo ganas de volver a girarse y sonrojarse tranquilamente de espaldas al otro, pero vio la sonrisa e Kakashi ensancharse, casi como si pudiera leer sus pensamientos, y una buena dosis de orgullo le prohibió largarse con el rabo entre las piernas.


Iruka se cruzó de brazos, fingiendo que no le importaba para nada tener ese bonito pecho a tan solo diez centímetros de distancia. Alzó la barbilla con tono desafiante y no permitió que la voz le temblara. Dos podían jugar a ese juego.


-No sé… ¿Lo haces?


Oh, dulce venganza. El rostro de Kakashi no tuvo precio. Habitualmente, Iruka trataría de escapar de la situación con la mayor presteza, así que el jonin ni siquiera se había planteado esa posibilidad. Pero poco le duró el desconcierto. La promesa de una buena conversación llena de ironía y dobles sentidos suponía demasiado jugosa como para dejarla escapar, y menos con Iruka que, dado toda la magia que lograba obrar en el interior de Kakashi, prometía llegar a ser un gran y brillante compañero de juegos.


La sonrisa de Kakashi se ensanchó con cierto atisbo de maldad y diversión a partes iguales. E Iruka no pudo evitar pensar en que, de no llevar la máscara, Kakashi tendría muchos problemas con hombres y mujeres por igual. Es decir, no era como si fuese la cara más hermosa que Iruka hubiese visto jamás. Kakashi era guapo, sí, pero nada del otro mundo: nariz recta, pómulos altos, mandíbula fuerte, labios un tanto delgados y más bien pálidos y un exótico lunar bajo estos. Era un conjunto armonioso y claramente atractivo, pero lo que le hacía increíblemente irresistible era esa sonrisa.


Hasta el momento Iruka había tenido que leer en el único ojo visible del ninja todo aquello que Kakashi se negara a decir con palabras. Pero estaba bien, Iruka estaba acostumbrado a leer el lenguaje corporal de la gente; al fin y al cabo, se había pasado la vida tratando de esquivar al gobierno del País del Agua, y Kakashi podía ser bueno tratando de esconder sus emociones, pero Iruka era simplemente demasiado bueno.


Por tanto, ver las facciones de Kakashi en pleno vorágine de perversa diversión era todo un espectáculo para los ojos.


-Iruka, ¿me tomas por un cualquiera?


-¿Y quién me garantiza que no lo seas? Vas por ahí diciendo cosas encantadoras, pero bien podrías estar teniendo un escarceo amoroso con Asuma y yo sin enterarme…


Definitivamente, se dijo Kakashi, Iruka era un buen compañero de juegos. Por su parte, el joven sacerdote no puedo evitar sonreír levemente al escuchar la carcajada del mayor. Aquél era un sonido profundo y agradable.


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