Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Pozo por Nayen Lemunantu

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

X

 

En el centro exacto de la pared de enfrente, a precisos treinta centímetros de altura sobre la pizarra, había un enorme reloj circular con doce números muy marcados en color negro y agujas tan delgadas, que alguien con problemas a la vista no habría podido determinar la hora exacta. La visión perfecta de Kazunari, sin embargo, le permitía saber que eran las cinco de la tarde con cuarenta y tres minutos, dos minutos antes del término de la jornada escolar.

Tenía la mirada fija en el minutero del reloj, contando los segundos que faltaban para que fuera libre al fin. No era que tuviera grandes planes para después del colegio, básicamente su rutina consistía en matar el tiempo en cualquier lado hasta que fuera hora de regresar a casa sin que su mamá sospeche que se estaba saltando las clases de baile. Habían pasado casi dos semanas en las que no había asomado ni las narices por ese lugar. 

Vio que el reloj ya marcaba la hora de término, y sin prestar atención al rol jugado por Japón durante la Segunda Guerra Mundial, que el señor Hiroto explicaba con tanto entusiasmo, guardó su cuaderno y el único lápiz que tenía dentro de su mochila, arrojándolos sin ningún orden aparente salvo las reglas de la entropía.  

El timbre sonó, largo y estridente en un inicio, y ahogado por los murmullos de todo el alumnado después. Kazunari se puso de pie al igual que el resto de sus compañeros, sin mostrar el más mínimo respeto por el profesor que no había terminado de explicar los contenidos de su clase.

—Nos vemos el próximo martes —dijo el señor Hiroto, a pesar de ser ignorado por prácticamente todos sus alumnos.

Kazunari ya estaba listo para salir, cuando Ayako, una de esas típicas chicas populares de la clase, le cerró el paso.

—Kazu-chan, supongo que irás hoy día a mi fiesta —le preguntó la chica sonriendo. Kazunari rodó los ojos. Ya estaba hastiado de tanta hipocresía.

No sabía cuando había empezado, pero algún genio había decretado que ninguna fiesta podía ser lo suficientemente memorable si no contaba con la destacada participación de Kazunari Takao. Si él no iba, con toda probabilidad esa fiesta sería un aburrimiento mortal; y era verdad.

En un principio, aquello le había resultado divertidísimo. Él siempre había sido el alma de las fiestas y no había ninguna que no se hiciera sin su participación. Pero ahora, ya estaba harto de la superfluidad de toda esa gente; amigos que sólo lo buscaban cuando sus intereses lo ameritaban.

—No lo sé, estoy castigado, ¿recuerdas? —respondió sin mucho ánimo.

—¡Vamos! No me vas a decir que le estás huyendo a una fiesta —dijo Ayako guiñándole un ojo; era de esas chicas coquetas por naturaleza—. Además, creí que tú eras un experto en fugas.

—Veré lo que puedo hacer —dijo al fin, más para sacársela de encima que como una promesa real—. Haré todo lo posible por escaparme.

—¡Perfecto!

—¿Nos vamos, Kazunari-nii?

Kotaro se le acercó en el momento justo y tras despedirse de la chica, salieron a la carrera de la escuela. En el último tiempo, ambos habían empezado a desarrollar una alergia a las dependencias estudiantiles.

—¿Vas a ir a esa dichosa fiesta? —le preguntó Kotaro mientras bajaba saltando de dos en dos los escalones—. Yo no iré, y no creo que me pierda de mucho.

—Claro que no —respondió—. Las fiestas de Ayako y sus amigas huecas son un aburrimiento mortal. Además, no tengo ánimos para fiestas.

—¿Sigues deprimido por lo de Nijimura-san?

—¡Yo no estoy deprimido! ¿Qué te pasa? —Kazunari lo fulminó con la mirada, pero Kotaro no se intimidaba con facilidad—. Vamos a jugar algo a tu casa antes de que pueda volver a mi prisión, ¿te parece?

—Okay… —aceptó Kotaro con una enorme sonrisa en los labios—. Entonces, ¿no piensas volver a las clases de baile? ¿Qué vas a hacer cuando tu vieja se entere?

—Aguantarme el castigo —respondió encogiéndose de hombros—. ¡Ni muerto voy a volver a ese lugar! No puedo…

—¿Cómo que no puedes?

Kazunari no respondió. No podía decirle a Kotaro en voz alta que la razón tenía nombre y apellido… Junto a un revoltijo de sentimientos que no tenía claridad de dónde salían ni cuándo o por qué habían aparecido, pero que esperaba que la distancia pudiera remediar.

Atravesaron las puertas vidriadas del colegio y salieron a la calle. Apenas habían dado un par de pasos en dirección a la parada de autobús, cuando Kazunari pudo ver al objeto de sus más recientes y perturbadoras tribulaciones justo frente a él, parado a una distancia no mayor a diez metros con su característica pose elegante y tranquila, mirándolo impasible.

—No puede ser… —susurró parando en seco.

—¿Qué pasa? —Kotaro lo miró preocupado, notando la tensión de su cuerpo.

—Es Himuro-san.

—¡¿Qué?! ¿Cuál? ¿Dónde?

—Justo ahí. En frente.

Kotaro siguió la dirección de la mirada de Kazunari y vio al hombre frente a ellos. Estaba sentado sobre el capó de un Suzuki Swift de color gris, con las manos en los bolsillos de un pantalón bombacho de tela negra que combinaba a la perfección con el blazer gris que llevaba encima. La brisa suave que había ese día le movía el pelo, despejando por breves instantes su ojo izquierdo, usualmente oculto bajo su suave pelo oscuro. Su rostro estaba por completo inexpresivo, salvo sus ojos entrecerrados en un gesto casi melancólico.

—Creí que habías dicho que era viejo —susurró Kotaro sin despegarle la mirada.

—Lo es. Tiene como treinta y algo.

—¡Pero parece de veinticinco! Además es un tío súper cool. —Ambos reanudaron el paso, sin perder de vista a Himuro—. No sé si lo has notado, pero hay toda una multitud de chicas a su alrededor.

Y era verdad. Himuro no parecía darle importancia, pero grupitos de colegialas se habían instalado a su alrededor, cuchicheando al tiempo que le lanzaban miradas indiscretas.

—¡Ah, él está demasiado acostumbrado a esas babosas! —admitió Kazunari rodando los ojos—. ¿Qué haces aquí? —le preguntó cuando por fin llegó frente a él.

—Sí. ¿Qué hace usted aquí, señor? —repitió Kotaro, colgándose del brazo izquierdo de su amigo. No pensaba dejarlo solo en un momento como ese, no junto a un desquiciado como Tatsuya Himuro.

El hombre mayor se tomó su tiempo para mirar sorprendido a los dos muchachos tomados del brazo frente a él. Kotaro le lanzaba una mirada retadora. En respuesta, Himuro se enderezó, mostrándose en toda su altura. No dijo nada, sólo alzó una ceja y miró impasible los grandes ojos verdes de Kotaro. El frío de su mirada lo atravesó como un cuchillo.

—Él es Kotaro Hayama —presentó Kazunari. No sabía bien por qué, pero había sentido la obligación de explicarse—. Mi mejor amigo de todo el mundo mundial.

Los ojos de Himuro se entrecerraron suavemente cuando los miró una segunda vez, sonriendo; ese gesto casi parecía ternura.

—¿Por qué no has asistido a las clases? —preguntó sin más. En su voz suave, había un tono de exigencia.

—¿A eso has venido?

—No exactamente —admitió soltando un suspiro largo.

—Bueno… y, ¿qué era lo que querías?

—Tengo algo que decirte.

—¿Sí?

—Me voy.

—¿Te vas? —repitió como un tarado, ni siquiera fue consciente de las palabras que salieron atropelladas de su boca—. ¿Cómo que te vas? ¿A dónde?

—Regreso a Estados Unidos, a Los Ángeles.

—¡¿Y por qué me vienes a decir esto a mí?! —preguntó mal fingiendo indiferencia—. Como si me importara…

—Sólo quería que lo supieras. —Himuro habló con calma, inspeccionándolo con sus ojos serenos. Su actitud no dejaba reflejar ningún sentimiento—. Ya no voy a incomodarte más. Si te he causado algún problema, te pido perdón. Nunca ha sido mi intención importunarte.

Kazunari parpadeó, descolocado. No supo cómo responder frente a estas declaraciones; Himuro siempre le había resultado tan críptico. Nunca sabía qué esperar de él.

—Como sea… —dijo mirando hacia otra dirección—. ¡Igual no te creo nada! No puedes irte, ¿qué pasará con tu novia? —Lo miró con actitud suficiente por varios segundos, hasta que se dio cuenta de su error y susurró—: ¡Ah, pero qué idiota! ¿Te vas con ella, verdad?

Himuro rio, suave y calmado, sacudiendo la cabeza.

—Yo no tengo ninguna novia, Kazunari. Y si quieres saberlo, me voy solo.

—¿Cómo que no tienes ninguna novia? ¿Y Nina? —lo increpó, soberbio, con la actitud altanera que le era propia—. ¿Me quieres ver la cara, verdad?

—Nina es una vieja amiga desde los tiempos de Los Ángeles. Nunca ha habido nada aparte de una amistad entre los dos.

—¡Qué montón de mentiras! Tú mismo me dijiste que ella era tu novia el día en que tenían una cita.

—Yo nunca dije tal cosa, eso te lo inventaste solo —aseguró Himuro—. Era verdad que ese día había quedado en salir con ella, pero sólo era una salida de amigos.

Kazunari lo miró descolocado. No sabía qué pensar… ¿Lo había malinterpretado todo? Pero lo más confuso, ¿a qué venía todo eso ahora? Ahora que se iba para siempre.

—Bueno… —Himuro soltó un suspiro—. Supongo que nada de esto tiene sentido ahora, sólo pasé para avisarte. Me he tomado el trabajo de comunicárselo en persona a todos mis alumnos. Y aunque hayas dejado de asistir temporalmente, tú aún sigues siendo uno de mis alumnos.  —Se encogió de hombros en un gesto casual y relajado—. No tengo nada más que decir, así que supongo que éste es el adiós. Créeme cuando te digo que fue un verdadero placer conocerte. Eres una persona muy vivaz… Le diste un nuevo aire a mi vida —terminó de decir con una sonrisa melancólica en los labios—. ¡Bien! Adiós.

—Él no es como tú me lo describiste, Kazunari-nii —dijo Kotaro de pronto, interrumpiendo la conversación de los otros dos—. Gracias a la forma en que tú hablas de él, yo me había imaginado un verdadero sociópata. Pero Himuro-san se ve totalmente diferente…

—¡No te dejes engañar, Ko-chan! Este sujeto es muy bueno para esconder su verdadero rostro cuando hay otras personas presentes.

Himuro empezó riendo suave, pero su risa poco a poco fue subiendo de volumen hasta terminar soltando una carcajada, negando con la cabeza. Tenía los labios completamente estirados y sus pálidas mejillas se sonrojaron al mínimo.

—Me pregunto qué le habrás dicho para que tenga esa impresión de mí —dijo sin parar de reír en ningún momento.

—Sólo la verdad.

—La verdad es tan relativa… —susurró—. Es sólo un punto de vista. Lo acabas de descubrir ahora, con lo de Nina.

—Vaya… Nunca lo había pensado así —dijo Kotaro hacia adentro, más hablando consigo mismo.

Hubo un momento de silencio en el que ninguno de los tres dijo una palabra. Himuro no le quitó los ojos de encima a Kazunari en ningún momento, parecía querer absorberlo con la mirada, impregnarse de él. Ese silencio, hizo posible que por primera vez se oyeran los cuchicheos impresionados a su alrededor; el grupo de mirones se había incrementado, y ahora ya no eran sólo chicas las interesadas.

—Himuro-san… —dijo Kazunari de pronto. Sentía unas tremendas ganas de seguir a su lado, no quería dejarlo ir, no podía hacerlo—. ¿Vas en dirección a la Academia, verdad? —Himuro asintió con la cabeza—. ¿Me llevas? Desde ahí puedo tomar un autobús que me deja directo en mi casa, si me voy por acá, tengo que hacer trasbordos ¡Y eso es una verdadera tortura! Así que me conviene tomar autobús en la Academia.

—Claro. —Himuro sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y jugó con ellas, haciéndolas rodar en su dedo índice—. ¿Vamos?

—Sí —Kazunari asintió antes de darse la vuelta y darle un abrazo a Kotaro—. Nos vemos mañana, Ko-chan.

—Que llegues bien, Kazunari-nii. Me mandas un WhatsApp para saber que llegaste.

—Ha sido un gusto conocerte, Kotaro —reconoció Himuro al tiempo que estiraba una mano para despedirse. Kotaro se la estrechó no sin cierta reticencia. 

Ambos se subieron al Suzuki de Himuro, y a los segundos, éste se alejaba en medio de un ronroneo suave de los estacionamientos delanteros del colegio. Kotaro siguió el automóvil con la mirada hasta que éste se perdió en el horizonte plagado de edificios, soltó un suspiro hondo y se encaminó a casa.

Dentro del auto, Himuro manejaba concentrado, sin despegar la mirada de la ruta. Un silencio espeso se formó entre ambos; un silencio que ni la fácil habladuría de Kazunari podía romper.

Cuando el auto se detuvo frente a un semáforo en rojo. Kazunari aprovechó el momento para ladear el cuello y mirar sin ninguna reticencia a Himuro. En el fondo, rogaba porque el hombre hiciera algo, quería que invadiera su espacio personal otra vez, que lo besara de la forma demandante que sólo él sabía hacer, quería volver a derretirse en sus brazos. Pero Himuro ni siquiera lo miró. Concentró la mirada en los demás automóviles que transitaban esa tarde por Tokio, sintiendo un extraño vacío en su pecho… De un tiempo a esta parte sentía ganas de largarse a llorar. Suspiró hondo y trató de concentrarse en la ruta. Fue ahí que se dio cuenta que ya se habían pasado.

—Eh… Estaría bien que me dejaras por aquí —sugirió al ver que dejaban atrás a toda velocidad el edificio de la academia de baile.

—Descuida, te iré a dejar a tu casa.

—No es necesario, de verdad. —Negó usando ambas manos—. No quiero causarte ninguna molestia.

—No es ninguna molestia.

—Ah… está bien…

Silencio. Himuro le había respondido de forma maquinal e indiferente, y seguía negándose a mirarlo.

—Y entonces, ¿por qué te vas? —No pudo evitarlo más, tenía que preguntarlo, tenía que saber.

—Me aburrí de Japón.

—Sé sincero.

Himuro soltó un suspiro y por primera vez ladeó el cuello en su dirección, mirándolo a los ojos. A él le encantaban los ojos de Himuro; aunque prefería atorarse con su propia lengua antes que reconocerlo en voz alta. Sus ojos parecían cambiar de color de acuerdo a la luz. Esa tarde el gris de sus ojos era más claro que de costumbre, rayando casi en un azul frío.

—Así que quieres la verdad… —dijo en un murmullo—. Creo que me he enamorado de ti —soltó de sopetón, sin una pisca de sutileza.

—¡Ay, por favor! No me tomes por idiota… —Kazunari rodó los ojos—. Los cyborg como tú no tienen sentimientos.

Himuro rio divertido. Siempre se reía mucho de él. De seguro le parecía divertidísimo, todo un payaso.

—Oye, Himuro-san…

—Dime Tatsuya —lo cortó—. Aunque sólo sea una vez.

—Bien, Tatsuya —accedió—. ¿Cómo puedes decir algo como eso? ¿Cómo puedes decir que me amas? Para empezar, tú siempre te estás riendo de mí.

—No me rio de ti, me rio gracias a ti —rectificó—. Es muy distinto.

—No te entiendo… Tú juegas conmigo todo el tiempo… yo…

—Reconozco que esto empezó como un juego —dijo Himuro, serio. Ahora volvía a tener la vista fija en frente, en la carretera, pero lo miraba a través del espejo retrovisor—. Cuando nos conocimos en el bar eras sólo un chiquillo con ganas de hacer travesuras. ¡Por supuesto que sabía que eras menor de edad! Se te notaba a kilómetros, pero me pareció divertido pasar la noche contigo, y además, no tenía nada mejor que hacer.

—¿Nada mejor que hacer? —repitió Kazunari—. ¡Ves! Ahí está lo que digo. Tú no me tomas en serio y aún así te atreves a decir que estás enamorado de mí.

—Estoy explicándote todo con la mayor sinceridad que puedo. —Cuando el semáforo les dio rojo, Himuro frenó y ladeó el cuello para mirar a Kazunari directo a los ojos—. Esa noche me acosté contigo sólo para pasar un rato divertido, esa es la verdad. No esperaba verte después, fue una sorpresa encontrarte ese lunes en mi clase de Street Dance —reconoció encogiéndose de hombros—. Desde ahí todo empezó a cambiar… Supongo que fue porque fui conociéndote poco a poco. ¡Además eres alguien tan trasparente!

—¿Y a pesar de todo lo que me has dicho te vas a ir? —Kazunari lo increpó, descolocado—. Tal parece que tu amor no es tan grande después de todo.

—Es todo lo contrario. Es un sentimiento tan grande, que es capaz de estar dispuesto a hacerse a un lado por salvaguardar tu futuro. No puedo permitirme seguir perturbando tu vida de esta manera. —Himuro miró hacia el frente, pasó el cambio y aceleró—. Como sea, esto no es sólo por ti. También es por mí… Es porque espero que la distancia me ayude a aliviar estos sentimientos —reconoció con voz tan suave, que fue apenas audible—. No me gustan los amores imposibles. Si hay algo que quiero y no puedo tener, entonces prefiero no gastar energías en ello.

—Así que… ¿Te das por vencido así de fácil? ¡Pero si ni siquiera lo intentaste!

—Cuando te dije que eres una persona trasparente, no estaba bromeando —dijo con una sonrisa triste curvándole los labios—. Sé que estás enredado en un trío amoroso y que te has negado a dejar ir a ese mocoso de Nijimura. —Su voz era inalterable—. Es obvio que no tienes nada claro con respecto a tus sentimientos. Y eso no me gusta. Yo no podría soportar compartir tu atención con nadie más. Quiero que sólo me veas a mí. No puede existir nadie más que yo. ¡No lo soportaría de otra forma! No puedo compartirte con nadie más.

Kazunari lo miró impresionado. No sabía qué decir, no sabía como reaccionar. No se dio cuenta cuando el automóvil se estacionó frente a su edificio, porque sus ojos sólo podían ver a Himuro.

—Las cosas con Nijimura se acabaron —admitió al fin, en medio de un susurro apagado. 

—Entonces… ¿me estás pidiendo que me quede?

—¡¿Qué?! —Kazunari parpadeó. Sintió que un sudor frío le recorrió la espalda cuando los ojos grises de Himuro lo atravesarlo como una daga—. ¡Claro que no!

—¡Qué lástima! Si me lo hubieras pedido, me habría quedado.

—Pues si te vas o no, a mí me da exactamente lo mismo. —Giró el cuello hacia afuera, sólo en ese instante se dio cuenta que ya habían llegado.

—Ya veo… Supongo que éste es el adiós definitivo entonces.

—Supongo que así es. —Kazunari se bajó del auto sin volverlo a ver, pero antes de cerrar la puerta susurró—: Adiós, profesor.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).